Maldred se dirigió a toda prisa hacia el sudoeste, con los ojos puestos en el bosque y la mano sujetando con suavidad la de Riki.
—Más deprisa —indicó a la semielfa—. Antes prefiero enfrentarme a otro poblado de dracs que tener que vérmelas con la Legión de Acero justo ahora.
La mujer apenas podía mantener la marcha.
—Ve más despacio, Mal —dijo jadeando e intentando liberar la mano—. Ya no soy tan veloz; es por lo de estar embarazada. Corro por dos ahora.
Él la complació, pero sólo un poco.
—¿Embarazada? ¿Correr por dos? Bueno, pues estarás muerta por dos si la Legión nos atrapa.
—¡Cerdos!, no deberíais haberles robado en Khur —comentó ella—. Deberíais limitaros a robar a la gente corriente.
—La gente corriente no tiene nada que valga la pena robar.
Corrieron en dirección a los árboles, zigzagueando alrededor de una maraña de arbustos, y llegaron por fin a la elevación. Maldred se detuvo para que la semielfa pudiera recuperar el aliento.
—Espero que Dhamon encuentre a Varek y no se meta en problemas allí —observó Riki, que estaba doblada hacia el frente, las manos sobre las rodillas y aspirando con fuerza—. Ninguno de nosotros necesita más problemas.
—Vamos —indicó su compañero, asintiendo con la cabeza—. Esperemos a Dhamon en el interior del bosque. Estoy seguro de que no tardará, y estoy seguro de que encontrará a Varek y no se meterá en líos. —Se encontraba a medio camino de la cima cuando añadió—: En cuanto a Varek, Riki, ¿realmente le amas?
La semielfa fingió mantener los ojos fijos en el suelo para no tropezar con la multitud de raíces finas como dedos que parecían estar por todas partes.
—Claro, Mal. Desde luego que amo a Varek. De lo contrario, no me habría casado con él. Y no tendría su bebé si no le quisiera.
Los árboles de la cima de la elevación eran variedades de arces, robles y nogales, y las botas de Maldred no hacían más que triturar bellotas caídas. El hombretón apoyó la espalda en un roble especialmente grueso y miró en dirección a la ciudad. Desde allí, podía ver sin problemas si alguien se acercaba; tanto si era Dhamon como los caballeros de la Legión de Acero.
Riki se dejó caer contra un arce carmesí.
—Ese mapa tuyo, Mal… ¿Cuánto más lejos de esa ciudad se encuentra el tesoro pirata?
—A cierta distancia —respondió él tras unos instantes.
—¡Cerdos!, no sabes lo cansada que estoy de andar, Mal. Tendremos que conseguir caballos si hemos de recorrer «cierta distancia». Y creo que… —Se apartó violentamente del árbol y se volvió para atisbar con más atención el interior del bosque—. ¿Has oído eso, Mal?
—Oír ¿qué?
—Un bebé que llora. Estoy segura de que oí llorar a un bebé. —Se apartó de su compañero y descendió por un estrecho sendero—. ¿Oyes? Es tan suave. Creo que es una criatura que pide ayuda.
Maldred negó con la cabeza.
—No oigo nada, Riki, y creo que deberíamos permanecer aquí, esperando a Dhamon y a tu Varek. ¿Riki? —Miró por encima del hombro y lanzó un gemido; la semielfa ya no estaba—. Riki.
Maldred echó una última mirada a la ciudad y descendió apresuradamente el sendero; a los pocos minutos, alcanzó a Rikali.
—¿Lo oyes, Mal?
El hombretón asintió al captar, por fin, un apagado grito.
—También podría ser un animal, Riki. Es difícil saberlo.
Ella sacudió la cabeza y siguió adelante. El bosque era más oscuro en ese tramo; las hojas apelotonadas y tupidas en lo alto impedían el paso de la luz solar. Resultaba agradablemente fresco, y una débil brisa movía el aire.
—No es un animal, Mal —indicó ella transcurridos unos cuantos minutos más—. No veo ningún animal aquí, ni siquiera un pájaro.
Un escalofrío recorrió el cuello del hombretón. Había insectos, tal y como le indicó con la mano, escarabajos en abundancia en algunas de las ramas más bajas, y también arañas del tamaño de nueces sobre los troncos de los arces. Enormes telarañas pendían de algunos de los árboles, y éstas estaban salpicadas de arañas verde oscuro, que corretearon hacia el centro de las telas cuando Maldred y Rikali pasaron junto a ellas. Las telarañas eran más espesas al frente.
El grito persistía.
—Nos debemos estar acercando, Mal.
—Acercando a algo —respondió éste.
—¡Riki! —llamó Dhamon—. ¡Riki!
Varek dio mayor impulso a sus piernas en un esfuerzo por alcanzarlo, pero no consiguió obtener la misma velocidad. Dhamon desapareció de su vista, seguido por el sivak sin alas.
No se percibían señales inmediatas de la semielfa ni de Maldred, pero —aparte de los chillidos que él había escuchado— tampoco ninguna señal evidente de problemas. Una inspección superficial le reveló que las huellas de las pisadas de Maldred y Riki se dirigían al oeste, en dirección a donde los árboles de menor tamaño daban paso a robles y arces de más edad.
Dhamon siguió su rastro, aguzando el oído mientras andaba y moviéndose con rapidez. Se detuvo cuando el sol desapareció de improviso. No era el follaje lo que impedía el paso de la luz, sino las telarañas. Unas cuantas eran ingeniosas, enormes y hermosas, con complicados dibujos que relucían en la difusa luz; pero la mayoría eran masas desagradables, tan tupidas como la barba de un enano. Se estiraban entre las ramas más altas y llegaban hasta el suelo en varios puntos.
Siguió adelante con más cautela, andando entonces, mientras su aguda vista escudriñaba el suelo en busca de más huellas de sus amigos. Entretanto, echaba veloces ojeadas a las brechas de las telarañas, donde le parecía ver algo que se movía.
«¿Qué es esto?», se preguntaba.
—¿Quién hay ahí? —musitó; sin embargo, miró con fijeza pero no pudo ver nada.
El bosque se fue tornando más gris y espeso cuanto más se adentraba en él; estaba lleno de sombras nocturnas, y gruesas cortinas de telarañas colgaban prácticamente de cada árbol. Había cientos de arañas por todas partes. Algunas eran tan diminutas que apenas se las distinguía; más bien parecían puntos negros saltando de un hilo otro. Otras eran de mayor tamaño, del tamaño y el color de monedas de acero, y éstas se movían despacio, si es que lo hacían. Dhamon detectó unas cuantas tan grandes como melocotones, de un negro brillante y con ojos aparentemente hundidos. Había también variedades marrones de patas largas, como algunas que había visto en los bosques cercanos a la lejana Palanthas.
—¡Por mi padre! —Dhamon escuchó débilmente una voz al frente—. ¿Es que no se acabarán nunca? ¿Mal? —llamó, y repitió en voz más alta—: ¡Maldred!
Oyó cómo la semielfa volvía a chillar, pero de un modo débil y ahogado esa vez. Como respuesta, Dhamon desenvainó con energía la larga espada y escuchó con atención. No le llegó nada más que la áspera respiración del draconiano y pisadas que golpeaban el suelo con fuerza a su espalda: Varek.
—¿Dónde está Riki? ¿Dónde está mi esposa? ¡Riki!
Dhamon hizo todo lo posible por no prestar atención al joven, y se concentró en la voz de Maldred, que llamaba desde algún punto situado al oeste.
—¡Maldred! —chilló—. ¡Mal! ¡Sigue hablando!
—¡Aquí! —le llegó la respuesta de su amigo—. ¡Estamos aquí dentro!
Siguió gritando, en su mayor parte palabrotas en la lengua de los ogros dirigidas a algo que Dhamon no veía.
—¿Aquí? —masculló éste—. ¿Dónde demonios es aquí?
Se encaminó hacia la voz, cortando un velo tras otro de telarañas finas como gasas. Ragh lo siguió, sirviéndose de las zarpas para desgarrar los velos más espesos. Varek iba detrás de ellos, llamando a la semielfa sin pausa. Algunas de las telarañas eran tan finas que Dhamon sencillamente las atravesaba y se limpiaba el rostro después. Le asombraba que su tacto fuera como el de pedazos de neblina húmeda.
—Esto es culpa tuya —siseó Varek—. Tú los enviaste aquí, Dhamon. Estabas tan preocupado por los caballeros de la Legión de Acero… Es todo culpa tuya. Eres…
—¡Silencio! —advirtió Ragh.
El sivak y Dhamon apartaron a un lado otra cortina de telarañas y siguieron andando.
—No, Dhamon. ¡Las huellas conducen en esta dirección! ¡En esta dirección! —insistió el joven, señalando hacia el suelo—. ¡Riki! ¡Riki, yo te encontraré!
Varek, chillando, se había desviado hacia el sudoeste; de ese modo se apartaba de Dhamon y Ragh.
También Dhamon había divisado aquellas huellas, pero prefería confiar en la voz de Maldred para que lo guiara… Ésta indicaba una dirección diferente.
—El muchacho… —empezó Ragh.
—Puede cuidar de sí mismo —finalizó por él Dhamon—. Sólo desearía que no vociferara. Me impide oír bien.
—Riki, ¿dónde estás? ¡Por favor, Riki!
Varek empezó a gritar frenéticamente el nombre de la semielfa.
Dhamon y Ragh se deslizaron a través de una cortina tras otra de telarañas, adentrándose más en el bosque. Las telarañas lo amortiguaban y distorsionaban todo; en ocasiones, la voz de Varek parecía más cercana, y en otras, era la de Maldred la que aparentemente se hallaba más próxima.
—Como una rata en un laberinto —refunfuñó Dhamon.
Cuanto más se adentraba, más gruesas y abundantes se tornaban las telarañas; ocultaban la mayoría de los árboles y formaban auténticos pasadizos. Él y el sivak siguieron una sinuosa senda; luego, se detuvieron sólo un instante, cuando se bifurcó. A la derecha, había telarañas de complicados dibujos, con enormes aberturas entre los hilos, como colchas de ganchillo, y con arañas verdes del tamaño de cuentas.
—Izquierda —decidió, pensando que la voz de Maldred venía de aquella dirección.
Anduvo una docena de metros más y se encontró de frente con un callejón sin salida. Todo estaba oscuro como la noche. Las telarañas eran tan espesas que apenas permitían el paso a un hilillo de luz. Vio cómo las telas se movían en algunas zonas debido a los millares de arañas que soportaban, y no porque soplara el menor viento. Comprendió que había muchos más ejemplares de los que podía ver.
Aspiró con fuerza. El suelo estaba húmedo a sus pies, y un curioso olor almizcleño le dejaba un sabor amargo en la boca. Introdujo la mano en su mochila, que halló cubierta de telarañas y arañas. Tras apartar ambas cosas a manotazos, extrajo una de las botellas de licor cogidas en el poblado de los dracs; la descorchó, y entonces tomó un buen trago.
—Mejor —declaró.
Tomó otro trago y lo retuvo; luego, se obligó a cerrar de nuevo la botella y la devolvió a la bolsa, sin ofrecer la bebida al sivak.
Se le ocurrió retroceder hasta el punto donde el pasillo de telarañas se dividía y tomar el otro sendero. A decir verdad, había dado la vuelta y empezaba a hacerlo cuando, con su agudo sentido del oído, oyó la voz de Maldred con más claridad y fuerza que anteriormente. Giró y se aproximó a la pared de telarañas.
—Tu amigo parece más cerca —comentó Ragh.
Dhamon asintió. Todo resultaba muy insólito. Las arañas no tejían telas como ésas; al menos, por lo que él había oído hasta entonces, no. Así pues, ¿qué las originaba? ¿La magia? ¿El conjuro de un hechicero de una Legión de Acero? «A lo mejor —reflexionó—, el fantasma de Cazen Graelor, de El Tránsito de Graelor, se dedica a gastarnos bromas». Decidió que no quería saber quién o qué era responsable de aquello; sólo quería salir de allí. Encontraría a Maldred y a Riki antes de que anocheciera y abandonaría esos bosques y la población en cuanto pudiera.
«¿Qué había atraído a Riki y a Mal a este… lugar tan confuso?» se preguntó, a la vez que alargaba la mano y, con cierta vacilación, tocaba la pared que cerraba el paso. Era esponjosa pero sólida, y no consiguió apartarla a un lado como había hecho con las otras. Sabía que no obstante las bravatas de la semielfa, ésta era remilgada y no se habría metido en ese laberinto de telarañas sin un buen motivo. Habría sido atraída, tal vez, por la promesa de riquezas, y Maldred la habría seguido, sin duda.
—¡Maldred! —gritó Dhamon al mismo tiempo que se tragaba el vino, que se deslizó agradablemente por su garganta y calentó una senda hasta su estómago—. ¡Riki! ¡Maldred!
Oía aún a Varek. Al parecer, el joven había dejado de seguir las huellas y volvía a seguirle a él y al sivak.
—Maravilloso —dijo Dhamon en voz alta—. ¡Ah!
Atizó una palmada a una araña que se había dejado caer sobre la mano que empuñaba la espada y le había mordido. Una roja roncha apareció al instante, y él usó la mano libre para frotarse brazos y cuello, haciendo caer más arañas; parecía haber una provisión interminable de ellas. Notó que algo le cosquilleaba en el tobillo y lanzó una patada al frente; el pie se metió en una pegajosa masa de telarañas, de la que tardó unos instantes en soltarse.
El sivak también se quitaba de encima arañas con las manos. Las de gran tamaño incluso conseguían morderlo a través de la piel cubierta de escamas.
—¡Esto es culpa tuya, Dhamon! —Varek se encontraba en algún lugar cercano a su espalda; tenía la voz ronca de tanto gritar—. ¡Culpa tuya! Enviaste a Riki aquí porque tenías miedo a los caballeros de la Legión de Acero. Si está herida, desearás que te hubiera entregado al comandante Lawlor porque yo…
El muchacho calló de repente, cuando consiguió llegar, por fin, junto a Dhamon y Ragh, que seguían en el pasillo sin salida.
—Sí, chico, es culpa mía. Todo es culpa mía. Ahora, deja de hablar al respecto y escucha.
—Una voz.
Varek inclinó la cabeza.
—¡Ajá! —Dhamon asintió—. Maldred nos llama. Se encuentra en alguna parte al otro lado de esta pared. Sospecho que existe algún modo mucho más fácil de llegar hasta allí. Desde luego, no llegó por aquí.
—¿Cómo llegaremos hasta él y Riki?
Con una mezcla de preocupación y rabia en el rostro, el joven se deslizó junto a Dhamon y hundió su bastón en la telaraña en un intento de encontrar un modo de atravesarla, como había hecho con los otros velos. Ésta desafió todos sus esfuerzos, y él golpeó la pared con el arma.
—Propongo que tomemos lo que, según sospecho, es la ruta más corta para llegar hasta él —indicó Ragh.
El sivak eligió un punto cercano a Varek, teniendo cuidado de mantenerse fuera del alcance del bastón; luego, rasgó con las zarpas la tela. Ésta era al menos tan gruesa como largos eran sus brazos, y Dhamon se dio cuenta de que era el hogar de miles de diminutas arañas de color amarillo oscuro.
—¡Maldred! —Dhamon hizo una pausa y volvió a escuchar—. ¿Te encuentras realmente en el otro lado de este lío, amigo mío? ¿O es que el sonido me está gastando malas pasadas?
Aspiró con fuerza, se colocó cerca del sivak y sesgó el muro de telarañas con la espada una y otra vez. Finalmente, consiguió abrirse paso hacia el interior de la tela.
—Por todos los niveles del Abismo, ¿qué es lo que estáis haciendo vosotros dos?
Varek contempló atónito cómo Dhamon y el sivak se dejaban engullir por la telaraña. Golpeó la pared unas cuantas veces más; luego, intentó sumirse en el interior en pos de los otros.
Dhamon no veía nada mientras avanzaba despacio por entre los espesos velos.
«A lo mejor no es real —pensó—. Nada de ello».
El desagradable olor almizclero sí que era muy real, y más intenso cada vez; surgía de todas partes a su alrededor para instalarse en la boca y provocarle náuseas. Notaba cómo las arañas le trepaban por el rostro y las manos, cómo se retorcían por entre sus ropas. Algunas lo mordieron. Pero no percibía la telaraña. No podía tocarla y decidir si era sedosa o áspera, húmeda o seca.
Encontraba resistencia a cada uno de los pasos que daba, pero se dio cuenta de que podía respirar. Podía oír la voz de Maldred seguía llegando desde algún punto más adelante. Escuchó a Varek a su espalda realizando ruidos chasqueantes. Ragh se hallaba justo delante.
Dhamon acumuló saliva suficiente en la garganta como para escupir, intentando deshacerse de lo que estaba seguro eran arañas diminutas que habían conseguido introducirse en su boca. Podía avanzar más deprisa entonces, pues la resistencia de las gruesas telarañas iba cediendo, y el aire a su alrededor se iluminaba. Se abrió paso al interior de un claro, uno rodeado por telarañas pero abierto al cielo en la parte central. El sivak había salido allí momentos antes.
Maldred estaba unos metros más allá, ocupado en partir con el arma una araña del tamaño de un enorme gato doméstico. Se veían los cuerpos sin vida de docenas de arañas de tamaño similar esparcidos a su alrededor.
—¡Me alegro de que al final pudieras reunirte con nosotros, Dhamon! —gritó por encima del hombro. Las ropas de Maldred estaban pegadas a su cuerpo, húmedas por el sudor y la oscura sangre de las criaturas, y tenía las piernas recubiertas de telarañas.
—¡Agradecería un poco de ayuda, por favor!
Ragh vaciló sólo un momento antes de reunirse con el hombretón. El sivak lanzó las zarpas contra una enorme araña marrón a la vez que pisoteaba varias de color gris del tamaño de ratas grandes.
—Mantenlas lejos de mí —indicó Maldred al draconiano—. No puedo usar mi magia y combatir contra ellas al mismo tiempo.
Varios metros más allá, Dhamon distinguió a la semielfa, que colgaba de un roble inmenso. La mujer estaba envuelta en un capullo de telarañas que se balanceaba a unos tres metros del suelo. Había varias arañas enormes en las ramas cercanas a ella, una suspendida justo por encima de su cabeza. Riki respiraba, si bien él necesitó un instante para asegurarse de ello. Los ojos de la semielfa estaban abiertos de par en par, y tenía la boca llena de telarañas.
—Ten cuidado con esas arañas, amigo —gritó Maldred—. Mueren con facilidad, pero muerden como demonios.
Dhamon buscó asideros entre las hileras de telarañas y empezó a trepar. Mantenía la espada extendida al mismo tiempo que hundía los dedos de la mano libre en las hendiduras de la corteza y apretaba también los talones de las botas contra el tronco.
—¡Riki! —Varek había salido al claro—. ¡Oh, no!
Se echó a correr en dirección al árbol, soltó el bastón e intentó trepar por el tronco tras Dhamon. La corteza estaba resbaladiza debido a las telarañas, y el joven acabó en el suelo a causa de su aterrorizada precipitación.
—¡Riki! —volvió a chillar.
—¡Ven aquí, muchacho! —gritó Maldred—. A Ragh y a mí nos iría bien un poco de ayuda. Viene otra oleada.
Con los ojos clavados en la envuelta semielfa, Varek realizó un nuevo e inútil intento de escalar el árbol.
—¡Varek! ¡Échanos una mano!
El joven recogió de mala gana el bastón, miró con desesperación a Riki y abrió la boca para decir algo a Dhamon.
—¡Ahora, muchacho! —llamó Maldred.
—¡Deprisa! —instó el sivak.
Al fin, Varek se dio la vuelta y se encontró con el hombretón y el draconiano cubiertos de pies a cabeza por arañas enormes. Avanzó, tambaleante. Se echó el bastón al hombro y lo descargó con un movimiento oscilante, de manera que consiguió arrancar una araña del brazo de Maldred. Le quitó otra, y luego, otra, lo que facilitó que el hombretón pudiera atacar a las que seguían aferradas a sus piernas. Bajo las criaturas, los brazos desnudos de Maldred estaban cubiertos de grandes ronchas moradas.
Varek dirigió su atención a Ragh. La mayoría de las arañas que consiguió arrancar del draconiano parecían peludos bloques marrones sobre patas negras como la noche. Tenían colmillos —la causa de las punzantes ronchas de los brazos de Maldred—, y los ojos eran tan azules como un profundo lago de aguas mansas. Unas cuantas aún más grandes empezaban a salir entonces de las telarañas. Tenían el tamaño de ovejas adultas, y eran de color avellana; los complicados dibujos amarillos y negros de los lomos recordaban rostros de enanos.
El joven arrancó unas cuantas criaturas más del cuerpo de Maldred y empezó a aporrear las del suelo, crispando el rostro en una mueca al escuchar el nauseabundo chasquido que dejaban escapar cuando se les aplastaba las cabezas. Hizo una pausa entre golpes para mirar en dirección a Riki. Dhamon se dedicaba a partir con su espada las arañas que la rodeaban y se iba aproximando despacio a la rama de la que colgaba la mujer. La araña situada justo encima de la semielfa tejía una telaraña para envolverle toda la cabeza.
—¡Aquí vienen unas cuantas más, chico! ¡Empieza a moverte!
El sivak avanzó, colocándose de modo que le diera tiempo a Maldred para usar su magia.
—¡Ayuda a Ragh! —animó el gigantón.
Varek se reunió de mala gana con el draconiano, que se había vuelto para enfrentarse a otro ejército que llegaba a través de la telaraña situada a la izquierda de donde estaban. La pareja se empleó a fondo, desgarrando con las zarpas, aporreando con el bastón, pateando lejos los cadáveres de las arañas o pisoteando a las de mayor tamaño, que no se podían desplazar con facilidad.
Detrás de ellos, Maldred estaba sumido en un conjuro, con los ojos bien abiertos y la boca formando palabras en un silencioso lenguaje arcano. Levantó las manos por encima de la cabeza, con los pulgares tocándose, y se concentró hasta que el sudor le cubrió la frente. Su cuerpo se calentó a medida que el conjuro hacía efecto, y el calor le corrió desde el pecho a los brazos y los dedos. Un haz de llamas describió un arco desde las palmas de las manos hasta las telarañas de lo alto de los árboles.
Se escuchó un potente silbido, y una masa de telarañas se incendió y se fundió. Arañas en llamas y retorciéndose cayeron como lluvia. Maldred se volvió hacia otra sección de telarañas y liberó un nuevo haz de fuego. Las telarañas eran tan espesas, y había tantas, que sólo podía quemar una parte cada vez.
Varek lanzó un grito. Se había distraído contemplando la magia del hombretón y descubrió que docenas de arañas del tamaño de melocotones habían trepado por sus piernas. Unas cuantas ronchas moradas aparecieron en sus brazos.
El sivak detuvo por un momento la carnicería de criaturas del tamaño de ratas y arrancó con las zarpas las arañas de menor tamaño que habían trepado por el cuerpo del muchacho.
Varek se agachó e hizo pedazos otra araña peluda que avanzaba; luego, pisoteó el cuerpo y se dedicó a aplastar una criatura tras otra. A su lado, el sivak se abría paso entre montones de criaturas.
Las arañas de mayor tamaño poseían caparazones quitinosos que cubrían sus cabezas, y eran necesarios varios golpes para acabar con ellas. Varek fue mordido media docena de veces más antes de que se produjera una pausa entre las oleadas de arácnidos. Tosió varias veces, medio asfixiado por el olor de las arañas muertas y de los cuerpos incinerados.
Se escuchó un nuevo estruendo cuando Maldred logró quemar otra sección de telarañas. Más arañas cayeron al suelo sin vida.
Dhamon había conseguido llegar a la rama y matar a todos los ocupantes, excepto una araña de gran tamaño que seguía suspendida justo encima de la semielfa. La cosa lo miró con fijeza, y sus bulbosos ojos negros, brillantes como espejos, reflejaron el rostro decidido del hombre. Unos colmillos sobresalían de la parte inferior de la cabeza, y de ellos goteaba un limo que olía intensamente al almizcle que Dhamon odiaba.
El ser profirió una especie de maullido, como una criatura indefensa, cuando Dhamon alzó la espada. Partió la criatura en dos, y apenas cerró los ojos a tiempo. Un chorro de sangre le cayó sobre el rostro y la túnica, y el olor almizclero le empapó las ropas. Se limpió los ojos y se aproximó con cuidado a la bolsa tejida con hilo de araña, mientras la rama se hundía más y más bajo su peso en tanto avanzaba hacia el extremo.
Riki daba boqueadas. La telaraña estaba tan apretada que la mujer apenas podía respirar, y Dhamon se inquietó ante la posibilidad de que no pudiera llegar hasta ella a tiempo. Envainó la espada y, con sumo cuidado, pero con rapidez, se puso a horcajadas en la rama y sacó un cuchillo que había cogido en el poblado de los dracs. Se tumbó sobre la rama y con una mano sujetó una masa de telaraña de la parte superior del capullo que contenía a Riki y empezó a cortar los hilos que la ataban al árbol.
—¡Ten cuidado!
Las palabras procedían de Varek, que había dejado que Maldred y el sivak se ocuparan de las pocas arañas que quedaban y se encontraba de pie bajo el árbol. Le gritó la advertencia en voz más alta.
—Te oigo perfectamente —replicó Dhamon con un refunfuño, absorto en su tarea.
Casi había cortado por completo las hebras cuando se enganchó con el pie alrededor de la rama y se inclinó precariamente hacia el frente, alargando el brazo en dirección a la semielfa. La agarró por el hombro y le clavó los dedos mientras cortaba los últimos hilos que sujetaban el capullo. Dejó caer el cuchillo al mismo tiempo que su mano libre salía disparada hacia abajo para coger a Riki por el otro hombro y tirar de ella hacia arriba. La rama se inclinó peligrosamente bajo el peso de ambos, y Dhamon transportó a la mujer de vuelta al tronco.
Se palpó el rostro y arrancó las telarañas de su nariz. Después de detenerse un instante para recuperar el aliento, colocó a Riki —que seguía en el interior del envoltorio— sobre su hombro e inició el descenso del árbol. Durante todo ese tiempo, Varek no dejó de llamarla por su nombre desde el suelo. Dhamon depositó a la semielfa al pie del árbol y se retiró mientras Varek lo apartaba frenéticamente. El muchacho le extrajo las telarañas dé la boca y de los ojos.
—¡Riki! ¡Háblame!
La zarandeó con suavidad, sin dejar de tirar de las telarañas; la masa que tenía más pegada al cuerpo parecía una pasta grisácea.
Dhamon volvió a desenvainar la espada, mirando a su alrededor en busca de más arañas. Al no ver ninguna que no fuera el par con el que peleaba el sivak —y ninguna en las telas de araña, excepto las que eran del tamaño de su puño o más pequeñas— se permitió relajarse un poco. En cuestión de pocos segundos, el sivak acabó con la última de las criaturas de gran tamaño y se aproximó con pasos vacilantes. Con las enormes zarpas que tenía por manos iba arrancándose las telarañas que lo cubrían.
Maldred escudriñaba lo que quedaba de las telas mientras sus dedos seguían ocupados en el conjuro.
—¡Riki!
Varek había conseguido, por fin, liberar los brazos de la semielfa y la acunaba, balanceándose hacia adelante y hacia atrás sobre sus caderas, cubiertos ambos de pasta y telarañas.
La mujer balbuceaba, escupiendo telarañas y arañas por la boca.
—¡Cerdos, eso ha sido horrible! Pensé que iba a morir con todas esas arañas trepando por mi cuerpo.
Su voz era ronca, y Varek buscó a tientas en su cintura el odre de agua. Dejó que bebiera hasta quedar harta, y vertió el resto sobre el rostro y manos de la mujer para limpiarlos; luego, siguió acunándola, sin darse cuenta de que los ojos de ella estaban puestos en Dhamon todo el tiempo.
—Gracias —articuló con dificultad.
Dhamon apartó la mirada, para escudriñar las telarañas y buscar… algo…, cualquier cosa que le diera una pista sobre ese lugar y sobre lo que fuera responsable de las arañas. Quizá podrían aparecer más.
—Es antinatural —declaró, y a continuación un escalofrío le recorrió la espalda.
¿Se había movido algo entre las telarañas? Parpadeó. Había estado mirando con demasiada atención a un tronco, y las sombras le estaban gastando malas pasadas.
—No —murmuró—, realmente vi algo.
Hizo una seña para atraer la atención de sus compañeros, pero Varek estaba absorto con la semielfa, y Maldred miraba en otra dirección.
El sivak siguió su mirada.
—Por la memoria de la Reina de la Oscuridad —musitó Ragh.
—¡Una araña!
Dhamon se agachó.
—Hay arañas por todas partes —repuso Maldred con frialdad.
—No como ésta —indicó el draconiano.
Lo que quedaba de las telarañas en el claro se bamboleó, y lo que Dhamon había creído que era el tronco de un árbol se movió. Se trataba de la pata de una araña, una araña enorme. Los otros supuestos troncos cercanos se fueron moviendo también —ocho en total— a medida que la monstruosidad avanzaba pesadamente.
El suelo tembló debido al peso de la criatura. Pedazos de telaraña cayeron como redes para tapar a unos sorprendidos Riki, Varek y Maldred. Dhamon y el sivak consiguieron a duras penas eludir las telarañas…, al menos la primera tanda.
—¡Por el nombre de mi padre! —exclamó Maldred mientras arañaba los velos que lo cubrían.
El cuerpo de la araña estaba suspendido sobre patas que fácilmente podrían medir nueve metros de largo, y era de color negro, y la cabeza, de color gris antracita, giraba para contemplar a la presa situada a sus pies. También tenía colmillos, y de éstos goteaba un líquido cáustico que chisporroteaba al chocar contra el suelo.
Mientras observaban, la araña gigante abrió las fauces de par en par, liberando un olor fétido. Éste fue rápidamente seguido por un chorro de telarañas que se estrellaron contra el suelo, justo en el lugar en el que Dhamon se encontraba segundos antes.
Dhamon iba ya de acá para allá, corriendo al frente, al mismo tiempo que agitaba la espada por encima de la cabeza. Profirió un grito a la vez que blandió el arma con todas sus fuerzas, pero apenas rozó a la criatura.
—Eeeesss tan grande como un dragón —tartamudeó Rikali.
La semielfa tiró con furia de las hebras que la cubrían a ella y a Varek, y finalmente consiguieron gatear hasta quedar fuera de la tela. Riki sacó una daga.
—Quédate detrás de mí —dijo su esposo.
—No puedes protegerme de esa cosa —replicó ella—. Vamos a morir todos esta vez, Varek.
Dhamon atacó una de las patas del ser una y otra vez, hasta que sus brazos ardieron por el esfuerzo. Consiguió por fin partirla, pero la criatura siguió avanzando pesadamente. El suelo se estremecía y los árboles se balanceaban a su paso, y Dhamon apenas consiguió evitar que lo pisoteara. Aspirando con fuerza, recuperó el equilibrio y empezó a asestar cuchilladas a otra pata.
En el centro del claro, Maldred había conseguido arrancarse de encima la masa más grande de telarañas. La araña se encaminó hacia él, tapando el sol con su enorme cuerpo, de modo que el claro se sumió en la oscuridad. Maldred separó las piernas para mantener el equilibrio e inició un conjuro.
El sivak también se había arrastrado hasta salir de debajo de las capas de telarañas. Descubrió que Dhamon atacaba una pata de un grosor igual al de un lozano abedul, y con un gruñido eligió otra pata y otra táctica. Ragh hinchó los músculos de las piernas y dio un gran salto en el aire, con las zarpas extendidas, y se agarró a los gruesos y aserrados pelos que cubrían la pata del ser. De ese modo, empezó a escalar por la extremidad.
Abajo en el claro, Maldred notó cómo el calor se acumulaba en su pecho al mismo tiempo que sus arcanas palabras aceleraban el hechizo. El calor resultaba doloroso mientras corría veloz por sus brazos y saltaba de sus dedos para formar una bola de fuego en el aire, que creció a medida que se dirigía hacia la cabeza de la araña gigante. Las llamas castañetearon como un demonio al hendir el aire e ir a chocar contra la criatura.
El ser lanzó un alarido, un agudo sonido humano que con su intensidad lo paralizó todo, excepto al sivak, que seguía ascendiendo. Las llamas se extendieron por la cabeza de la araña, y luego, por su cuerpo bulboso, y el animal chilló con más intensidad aún. Lenguas de fuego saltaron a las telarañas que la rodeaban y a los árboles circundantes, que tardaron más en incendiarse.
Durante todo ese tiempo, el sivak siguió ascendiendo penosamente, hundiendo las zarpas en el vientre de la criatura mientras la sangre del animal lo cubría.
En el suelo, Maldred se concentró mentalmente y persuadió al calor para que penetrara en su cuerpo de nuevo. Farfulló las palabras más deprisa todavía, sintiendo la abrasadora sensación de su pecho y brazos a medida que más llamas brotaban de sus manos. Una nueva bola de fuego chocó contra el monstruo.
El chillido de la araña gigante fue prolongado y ensordecedor cuando se vio engullida por el fuego. El sivak volvió a clavarle las zarpas y se dejó caer al suelo; las robustas piernas absorbieron el impacto de la caída. Gateó para salir de debajo del animal mientras éste empezaba a girar sobre sí mismo, presa de un dolor insoportable.
Las llamas se propagaron por las peludas patas. Dhamon esquivó una extremidad que se agitaba, violentamente en el aire y retrocedió hacia los árboles que rodeaban el claro, que uno a uno iban siendo pasto de las llamas. Por todas partes se veían telarañas que se fundían, y cientos de arañas de todos los tamaños caían al suelo y ardían.
—¡Salgamos de aquí! —gritó.
Maldred se le adelantó, tirando de Varek y Riki.
—Hemos de ser muy rápidos —chilló, señalando el laberinto de telarañas que también ardía—. Si no nos movemos, nos convertiremos en leña.
El sivak pasó a toda velocidad junto a ellos, apartó de un empujón a Dhamon de una rama ardiendo que apareció en su camino, y siguió adelante, atravesando un muro de telarañas en llamas.
Necesitaron sólo unos instantes para encontrar la senda despejada y alcanzar la elevación situada fuera del bosque.
Maldred resollaba, exhausto.
—El fuego —dijo jadeando— no quemará todo el bosque. Está demasiado húmedo.
—Acabará con esa criatura —repuso Dhamon—. ¡Por todos los dioses desaparecidos, no sabía que algo así pudiera existir!
Ragh sacudía la cabeza y contemplaba las ronchas de sus brazos cubiertos de escamas.
—En todos los años que llevo en Krynn, jamás había visto algo parecido —indicó—. Eso ha sido creado mediante hechicería, con total seguridad.
—Espero que no haya más de estos bosques de arañas —manifestó Maldred, descendiendo con cuidado por la elevación—. De lo contrario, desearemos estar de vuelta en Blode. —Dirigió a Dhamon una mirada evaluativa—. También deseo no tener un aspecto tan horrible como el tuyo.
—Es peor —respondió el aludido.
No había ni una parte de ellos que no estuviera cubierta de sudor, telarañas o sangre de araña. Varek llevaba a Rikali en brazos, no obstante las protestas de la mujer.
—Mal y yo estábamos de pie allí en el bosque —explicó la semielfa—, y me pareció oír un bebé que lloraba. ¡Cerdos, en realidad se trataba de las arañas! Esas arañas tan grandes y horribles lloraban como criaturas.
Varek la calmó, y una vez que hubieron regresado al arroyo situado al norte de El Fin de Graelor, se deshizo en atenciones con ella y le quitó el resto de las telarañas lo mejor que pudo.
—Nos iría bien un baño —observó Maldred, haciendo una mueca al olfatear su túnica; estudió las ronchas de sus brazos y las tocó con cautela, observando que desprendían calor—. Esa ciudad que visitaste… —Señaló con la cabeza en dirección a El Tránsito de Graelor—. Si no hay muchos caballeros allí, podríamos…
—No vamos a entrar en esa población —replicó Dhamon, sacudiendo la cabeza—; ni hablar.
—Hablé con el comandante Lawlor allí —manifestó Varek, dirigiendo a Dhamon una sonrisa forzada—. Dijo que más caballeros de la Legión de Acero entrarían hoy o mañana. El Tránsito de Graelor es un lugar de estacionamiento, al parecer. Por lo que me comentó, anda por ahí un gran número de caballeros negros.
—En ese caso, nos mantendremos a buena distancia de esa población, amigo mío —dijo Maldred, enarcando una ceja.
—Sí —aprobó su compañero.
Dhamon rebuscó en su mochila y sacó una botella, de la que tomó unos cuantos sorbos antes de devolverla a su lugar. Luego, echó una ojeada al bosque, en el que se alzaba un espeso penacho de humo.
No se dio cuenta de que lo observaban por entre los árboles. La niña de cabellos cobrizos estaba encaramada a un alto arce, y miraba con atención desde una complicada telaraña que relucía como su diáfano vestido.
—Creo que realmente eres la persona que busco, Dhamon Fierolobo —declaró.