10 Nura Bint-Drax

Maldred apartó una hoja de helecho y atisbo en dirección al poblado. No vio a Dhamon, pero comprendió que algo sucedía. Tres dracs montaban guardia ante el corral; uno de ellos gruñía en su curiosa lengua, mientras los otros dos miraban en dirección a una enorme choza cubierta de pieles de serpiente, en cuyo exterior estaba reunida media docena de siervos humanos.

—Serpientes —masculló recorriendo con la mirada el pueblo—. El suelo está repleto de víboras.

La trompa volvió a sonar. La tocaba un humano alto y delgado como un junco, subido sobre lo que parecían los restos de un pozo. Las notas no eran las prolongadas y lúgubres que el hombretón había oído antes; ésas eran agudas y cortas.

Cerca del corral, Maldred divisó más movimiento y vislumbró al sivak encadenado al árbol que Dhamon había descrito. El gigantón se movió en círculo hasta encontrarse prácticamente detrás del redil para echar un mejor vistazo al draconiano. Varek lo seguía en silencio. El draconiano aparecía a todas luces nervioso; daba zarpazos al suelo y retrocedía en dirección al tronco.

—Veo a Riki —susurró Varek—. Está en el corral. Tiene un aspecto terrible. Hemos de sacarla y…

Maldred se llevó un dedo a los labios.

La trompa calló, y las notas fueron reemplazadas por un discordante conjunto de gritos; eran palabras tan apresuradas y superpuestas que Maldred no consiguió entenderlas. Junto a las voces humanas se escuchaban las voces sibilantes de los dracs. Alargó la mano hacia la espada a dos manos de su espalda, y la hoja chirrió en la enrejada vaina al ser extraída.

—No veo a Dhamon —musitó—. No puedo oír otra cosa que esos condenados gritos.

—¡Nura Bint-Drax! —exclamó alguien en el poblado por encima del estruendo—. ¡Viene Nura! ¡Nura! ¡Nura! ¡Nura!

El extraño nombre fue repetido una y otra vez, hasta que se convirtió en un cántico proferido por todos los humanos y dracs.

El sivak se apretó contra el tronco. En un principio, Maldred pensó que se acurrucaba como un animal atemorizado, pero había algo distinto en su rostro, una expresión casi humana. ¿Desprecio? ¿Repugnancia?

El cántico prosiguió, aumentando de volumen, y de improviso quedó interrumpido por el agudo grito de una mujer.

—¡Alabemos a Nura! ¡Inclinémonos ante Nura Bint-Drax!

—¡Maldred! —Varek tiró de la túnica del fornido ladrón.

—¡Chist!

—¡Maldred! Alguien se acerca por detrás de nosotros. Oigo…

Las palabras del joven se apagaron, y éste se desplomó sobre el suelo; un largo dardo afilado como una aguja sobresalía de su cuello.

El hombretón giró en redondo a tiempo de ver a un drac con un tubo de junco en la boca. Antes de que pudiera moverse, también él recibió el impacto de un dardo.


Varek y Maldred despertaron en el interior del corral con las manos fuertemente atadas a la espalda. El hedor que emanaba de sus escuálidos compañeros, unido al olor procedente de los desperdicios del suelo, resultaba casi abrumador.

—¡Cerdos, esperaba que aparecieseis! —exclamó Riki—. Pero quería que me rescataseis, no que os unieseis a mí. ¿Dónde está Dhamon?

Los dracs y los sirvientes humanos seguían con sus cánticos, en voz baja entonces, como si de una nube de mosquitos se tratara. El siseo de los miles de serpientes que serpenteaban por el poblado aumentaba el incesante y envolvente zumbido. De improviso, la muchedumbre se dividió, alineándose de un modo marcial y formando dos filas situadas una frente a la otra, hombro con hombro.

—Un pasillo de carne —comentó Maldred.

—¡Se acerca Nura Bint-Drax! —gritó una joven.

Al instante, dracs y humanos se postraron de rodillas y doblaron los hombros en actitud sumisa, Uno a uno, hundieron las barbillas contra los pechos, desviando las miradas los unos de los otros, al mismo tiempo que una niña de cabellos cobrizos pasaba entre ellos. Sus dedos diminutos acariciaron las coronillas de dracs y humanos por igual, tocándolos a todos como si los bendijera; luego, al llegar al final del recorrido, se volvió para mirarlos, dio una palmada y asintió mientras ellos se levantaban al unísono. Durante todo ese tiempo, la multitud siguió entonando con suavidad: «Nura, Nuran, Nura Bint-Drax».

—No es más que una niña pequeña —susurró Riki.

Maldred lanzó un gruñido al contemplar a la pequeña.

—Es mucho más de lo que parece. Es una hechicera —indicó el hombretón con voz apagada— más poderosa que ninguna sobre la que haya puesto los ojos jamás.

Un drac de pecho prominente y de unos tres metros de altura se dirigía hacia la niña arrastrando el cuerpo sin sentido de Dhamon Fierolobo por los cabellos.

Rikali lanzó una exclamación ahogada, y Maldred gruñó con más fuerza. Varek contemplaba a medias el espectáculo, pues estaba ocupado forcejeando con las cuerdas que ataban sus manos. Había retrocedido hasta uno de los postes del corral y frotaba las ligaduras con energía contra él.

El drac se aproximó a Nura con expresión reverente y alzó a Dhamon en el aire, de modo que los dedos de los pies se balancearon justo por encima del suelo: un trofeo para que la niña lo admirara. El hombre parecía muerto, pero tras unos instantes de contemplación, Maldred se dio cuenta de que el pecho de su amigo se movía.

La pequeña dijo algo; al menos, Maldred vio cómo sus labios se movían. Pero su voz era demasiado baja, el corazón de Maldred latía con excesiva fuerza y los malditos cánticos y el siseo continuaban llenando el aire, de modo que no captó las palabras.

—Mal… —Riki se aproximó con cautela—… Mal, ¿qué crees que va a…?

—¿… a hacer con vosotros? —terminó la niña.

Nura giró en redondo de cara al corral y se abrió paso por entre la alfombra de serpientes para aproximarse más a ellos.

Los ojos de la semielfa se abrieron de par en par, asombrada de que la otra pudiese haber escuchado las palabras que había susurrado.

—Es una pregunta interesante, elfa. ¿Qué es lo que Nura Bint-Drax va a hacer con todos vosotros?

La niña ladeó la cabeza, y su rostro querúbico adoptó una expresión inocente mientras se aproximaba al cercado. El drac de pecho prominente la siguió, sin soltar a Dhamon. Nura echó una ojeada a los semihumanos y a los ogros del corral, contemplándolos de arriba abajo como si fueran ganado. A continuación, levantó la mano libre y señaló a los cuatro elfos que estaban apiñados unos contra otros.

—Aldor. Ellos. Ahora.

El drac que había estado sujetando a Dhamon lo arrojó sin miramientos sobre el montón de serpientes y se adelantó para separar a los elfos que ella había señalado, levantarlos de uno en uno y sacarlos del corral. La niña asintió en dirección a la criatura, que les partió el cuello y los tiró a un montón. Las serpientes se arremolinaron sobre ellos, mordiéndoles los brazos y los rostros.

—¿Por qué? ¿Por qué has hecho eso? ¡No te habían hecho nada! —gritó Varek mientras hacía una pausa en su esfuerzo por liberarse de las cuerdas—. ¿Por qué? —repitió.

—Eran viejos —repuso ella como si tal cosa—. Parecían demasiado débiles para lo que tengo planeado.

—¡Débiles sólo porque no nos estás alimentando! —gritó envalentonado un enano—. ¡Nos estás matando de hambre! ¡No tenías ningún motivo para matarlos!

—¿Qué harás con él? —dijo Maldred, señalando a Dhamon.

La niña se volvió hacia el drac llamado Aldor, que volvió a agarrar a Dhamon y lo puso en pie, hundiéndole las zarpas con fuerza en el brazo. Nura indicó la pierna del hombre, allí donde los desgarrados pantalones dejaban al descubierto la enorme escama del muslo así como las otras más pequeñas que la circundaban. A continuación miró con fijeza a Maldred.

—¿Qué le has hecho? —chilló Rikali.

—Es una lástima que esto no sea obra mía —replicó Nura con suavidad, volviéndose hacia Riki. Estudió a continuación su reflejo en la enorme escama durante varios segundos y se echó hacia atrás un rizo rebelde.

»La escama convierte a este hombre en incomparable. Una curiosidad —añadió.

—Tú también eres una curiosidad —refunfuñó Maldred—. Exactamente, ¿quién eres?

—Soy Nura Bint-Drax —respondió ella—. Aldor, por favor.

El drac arrojó a Dhamon al interior del cercado, y Maldred se aproximó rápidamente a su amigo y le empujó con suavidad con un pie en un intento de despertarlo. El fornido ladrón no dijo nada, pero su mirada se movió veloz entre Dhamon y Nura.

La niña habló en voz baja con Aldor y, luego, se apartó del corral.

Los dedos de la mano libre se agitaron en el aire como las patas de una araña, y una telaraña plateada que tomó forma en su palma creció por momentos hasta ser casi tan grande como la chiquilla. Diminutas motas negras hicieron su aparición y corrieron veloces arriba y abajo de los mágicos hilos, moviéndose cada vez más rápidamente, hasta convertirse en una mancha borrosa.

—¡Cerdos, no me gusta nada esto! —musitó de manera airada Rikali—. No me gusta esto, nada de todo esto.

—Estoy libre —susurró Varek.

Maldred pudo constatar con una ojeada que era cierto. El joven había conseguido cortar las ligaduras.

Varek se situó entre el grupo de semihumanos, de modo que los guardias dracs no pudieran ver sus manos, y empezó a ocuparse de las ataduras de Riki, que no tardó en quedar libre.

—Varek, tengo dos cuchillos pequeños —susurró Maldred—, ocultos en mi cinturón.

El muchacho se apresuró a hacerse con ellos y los ocultó en las palmas de las manos al mismo tiempo que se ocupaba de las ligaduras del gigantón. Un par de enanos se aproximaron, y uno masculló: «Después yo». Varek accedió; luego, arrastró a Riki hacia la parte trasera del corral.

Nura prosiguió su conjuro, y el tono de su voz se agudizó hasta adquirir un timbre musical. De repente, alargó la mano, y la telaraña mágica que había estado creando voló hacia el cercado; allí se hinchó y cubrió a Dhamon y a Maldred, y luego a los enanos y a los otros. Todos se sintieron como si cientos de insectos les hubieran caído sobre las carnes, robándoles la capacidad de moverse. Al mismo tiempo, les sobrevino una sensación de tranquilidad, y Varek se relajó; toda idea de escapar y también su preocupación por Riki se convirtieron en cosas sin importancia. Soltó los pequeños cuchillos y se unió al suave cántico.

—Nura. Nura. Nura.

En la parte delantera del corral, Dhamon había conseguido recuperar el conocimiento y se encontraba entonces de pie junto a Maldred. Ambos hombres contemplaban con expresión estúpida a la chiquilla, que se hallaba en mitad de un segundo conjuro. Uno de los sirvientes humanos hizo una reverencia ante la pequeña y le entregó un blanquecino cuenco de madera.

La voz de la niña cambió de tono, y sus indescifrables palabras fluyeron con mayor rapidez. El drac llamado Aldor empuñó un cuchillo y tomó el cuenco que sostenía Nura, que aparecía curiosamente ennegrecido entonces, como si lo hubieran colocado en una hoguera. Con un sordo gruñido, el enorme drac se encaminó hacia el encadenado sivak.

—No puedo moverme —se quejó Maldred— ni un centímetro.

—Mis pies parecen de plomo —coincidió Dhamon, que no apartó los ojos de Nura—. Dicen que crea dracs con la sangre de auténticos draconianos —indicó, pensativo—, pero hace falta un hechizo complicado. Es necesario un dragón señor supremo para lanzar el conjuro, para darle un poco de su esencia. No hay un dragón, y mucho menos un señor supremo, en un radio de varios kilómetros alrededor de este poblado. La escama de la pierna me lo habría indicado si hubiera uno cerca. No me gusta nada todo esto.

El drac llamado Aldor realizó un profundo corte en el pecho del sivak y sostuvo el cuenco cerca del draconiano para que la sangre cayera dentro. El prisionero no pudo hacer absolutamente nada por repeler al drac, y cuando la sangre se convirtió en un hilillo y el recipiente quedó lleno, la criatura regresó junto a Nura, apartando las víboras que hallaba a su paso.

La chiquilla había puesto los ojos en blanco y abría y cerraba los párpados a gran velocidad. Su voz era distinta entonces, más veloz, más sonora, sin parecer ya la de una niña, sino la de un adulto. El tono era seductor.

Todos parecían subyugados por la voz de Nura, y la mayoría entonaban su nombre. Incluso Maldred se vio afectado. Dhamon necesitó de toda su concentración para no prestar atención a sus palabras, pero por mucho que lo intentaba no conseguía mover los pies; apenas era capaz de crispar los dedos bajo la mágica telaraña de la niña.

—Lucha contra ello —le dijo quedamente a Maldred—. Necesitamos tu magia para salir de aquí. No la escuches, Mal. Podría convertirnos a todos nosotros en dracs.

—Sólo a ti, hombre de cabellos oscuros —corrigió un drac situado a poca distancia—. Únicamente los humanos tienen la dicha de poder ser transformados en dracs. El resto serían… abominaciones.

La criatura le sostuvo la mirada a Dhamon, que contempló cómo Aldor alargaba el cuenco a Nura. Los ojos de la niña aparecían muy abiertos y oscuros, y revoloteaban, veloces, entre Dhamon y Maldred. Nura sumergió los dedos en la sangre del sivak y la removió con rapidez mientras seguía recitando incomprensibles palabras. Su voz perdió velocidad, y al mismo tiempo el sivak empezó a agitarse. Los músculos de los brazos y las piernas del draconiano comenzaron a saltar al compás de los movimientos de los dedos de la chiquilla.

Una transparente neblina roja surgió del cuenco que Nura sostenía, fluyó hacia el suelo y se deslizó despacio en dirección al corral.

La bruma se tornó más densa y oscura, hasta adquirir primero el color de la sangre y luego volverse casi negra. Unos zarcillos se enroscaron como serpientes alrededor de las piernas de los ogros y de Dhamon y Maldred. La neblina, fría y húmeda, mitigaba un poco el calor de la ciénaga, pero absorbía al mismo tiempo las energías de los prisioneros.

Dhamon sintió la fatiga, que le pesaba como una capa de invierno. La bruma se arrolló con más fuerza a su alrededor y se filtró bajo su piel. Intentó quitársela de encima y siguió concentrando sus pensamientos, arrojando a la niña fuera de su mente, imaginando que era libre.

—Puedo moverme —consiguió decirle, por fin, a Maldred, jadeando— un poco.

El grandullón contemplaba con fijeza a Nura.

—Yo apenas puedo hablar —repuso con voz ronca.

—Lucha contra ello. Hemos de salir de aquí.

—Ella es más fuerte que yo.

—Lucha contra ello, o somos hombres muertos.

Cuando la bruma alcanzó sus cinturas, Maldred había conseguido ya mover las manos, y empezó a gesticular con los dedos para tejer su hechizo.

—Todo es tan difícil.

—Por el poder del Primogénito —declaró Nura—. Por la voluntad de los Antiguos. Dame la fuerza para cumplir tus órdenes.

La neblina que envolvía a los prisioneros se espesó hasta adquirir la consistencia de arenas movedizas. La escama de la pierna de Dhamon empezó a calentarse, pero la sensación no empeoró. Unas imágenes centellearon en la cabeza del hombre; eran enormes ojos amarillos rodeados de tinieblas. ¿Un dragón? Existía una inteligencia en los ojos, y percibía algo más, pero no podía ponerle nombre.

—Por el poder del Primogénito —repitió Nura.

De nuevo, centellearon los ojos de dragón en la mente de Dhamon, y el rostro de la niña se reflejaba en ellos. Parpadeó furiosamente, deshaciéndose de la imagen al mismo tiempo que intentaba desterrar la pereza que amenazaba con dominarlo.

Maldred mascullaba entre dientes y en voz baja, y movía las manos a más velocidad. El gigantón arriesgó una mirada a la parte posterior del cercado, pero apenas consiguió distinguir a Rikali y a Varek, que permanecían hombro con hombro y no se movían; a continuación, su atención se vio atraída de nuevo hacia Dhamon, que había quedado totalmente rodeado por la niebla.

La garganta y el pecho de Dhamon se contrajeron. Parecía como si alguien hubiera introducido la mano en su interior y le oprimiera el corazón. A través de la bruma, bajó la mirada hacia su pecho. Allí había un símbolo garabateado en sangre. Era curioso, pero no había sentido nada, ninguna herida, y al atisbar a su alrededor, bizqueando por entre la neblina, vio el mismo símbolo en los pechos de los elfos, de los enanos y de Maldred.

—Mmm… mmm… —Dhamon intentaba decir «Maldred», pero todo lo que consiguió proferir fue un sonido ahogado.

Los ojos de Dhamon se abrieron de par en par cuando vio cómo los símbolos situados sobre un ogro cambiaban de forma. La sangrienta imagen se convirtió en un dibujo de escamas: pequeñas y negras que se extendían hacia el exterior. Empezó, entonces, a frotarse el símbolo de su propio pecho, pero las figuras en forma de escama también aparecían en él.

Volvieron a centellar imágenes tras sus ojos: las apagadas órbitas amarillas de una enorme hembra de Dragón Negro, con la niña reflejada en ellas, sonriente. A través de las imágenes y la neblina mágica siguió restregando el símbolo del pecho, luchando contra la antinatural fatiga al mismo tiempo que hundía los dedos por debajo de las escamas para arrancarlas desesperadamente.

«¡No me convertiré en drac! —Quiso chillar las palabras, pero las oyó sólo en su mente—. ¡Moriré primero!».

Hubo más cánticos, suaves al principio, procedentes del extremo más alejado del poblado. En ese momento, los sirvientes repetían: «Nura. Nura. Nura Bint-Drax». La canción fue recogida por la mayoría de los que se encontraban en el corral junto a él.

«¡Esto no puede estar sucediendo! ¡No es posible!», gritó la mente de Dhamon, y de improviso, encontró su voz.

—¡No hay ningún dragón en este poblado! ¡Sólo un señor supremo puede crear dracs! —se oyó gritar.

Por entre la neblina que seguía elevándose y una abertura en los cuerpos mutantes, Dhamon vio sonreír a la niña, que detuvo el conjuro el tiempo suficiente para sostenerle la mirada.

—El dragón se encuentra en todas partes —anunció Nura.

Dhamon escuchó las palabras de la niña por encima de los cánticos de los aldeanos y el siseo de los millares de serpientes.

—Nura. Nura. Nura. —Los cánticos aumentaron de volumen—. Nura Bint-Drax.

—Soy un recipiente —continuó, hablando sólo a Dhamon—, alguien a quien la hembra de Dragón Negro concede poder.

«Un recipiente», se dijo Dhamon. Él fue en una ocasión un recipiente para la señora suprema Roja debido a la escama de su pierna, y si el vínculo no se hubiera roto, él seguiría siendo un peón de Malys. Entonces, tal vez, se convertiría en un peón de la señora suprema Negra.

—Me concede poder para crear dracs —insistió la niña, cuya voz sonó burlona—, pero yo prefiero lo que vosotros llamáis abominaciones: creaciones singulares, interesantes y totalmente leales. Por desgracia, tú eres humano, Dhamon Fierolobo, de modo que serás un drac y no una abominación.

Dhamon oyó cómo Maldred jadeaba de dolor a su espalda.

Alrededor de ambos, algunos de los ogros se transformaban con mayor rapidez que los elfos y los enanos. Uno en particular atrajo la atención de Dhamon, y su imagen lo llenó de terror. Las escamas se extendieron rápidamente hacia el exterior desde el dibujo del pecho y corrieron como agua por los brazos y las piernas; mientras, el rostro iba creciendo y desarrollando un hocico que recordaba al de un equino. Dos colas brotaron de su trasero: una roma y gruesa, y la otra larga como una serpiente. En el extremo de esta última, la boca de un ofidio chasqueaba y siseaba, intentando morder con furia a las otras criaturas mutantes que la rodeaban. Unas alas cortas se desplegaron de entre los omóplatos del ogro, festoneadas como las de un murciélago, pero membranosas como las de una libélula. El ser echó hacia atrás la cabeza deforme y aulló.

A un semielfo situado a poca distancia, le estaba creciendo un segundo par de brazos, y chirriaba presa de un dolor insoportable al mismo tiempo que arañaba la neblina que jugueteaba con sus cada vez más largas garras.

El aire estaba inundado de siseos, de gritos de rabia e incredulidad. Se escucharon unos cuantos chillidos en la lengua de los ogros que Dhamon no comprendía y algunos que, según sabían, eran profundamente sacrílegos. También se produjeron chasquidos y estallidos procedentes de extremidades que cambiaban o de nuevas que hacían su aparición. Los huesos se partían a causa de la tensión, y los cuerpos se tornaban anormalmente grandes, pesados y deformes.

Maldred profirió un rugido gutural, y Dhamon chilló. La transformación producía un dolor intenso, peor que el que había experimentado con la escama de su pierna, y allí donde las escamas se extendían por su pecho, parecía como si su piel estuviera ardiendo.

—¡No! —chilló al mismo tiempo que dedicaba todos sus esfuerzos a arrancarse las escamas.

Moviéndose lentamente, Dhamon intentaba salir de la bruma y alejarse del nefando conjuro de la niña. Pero tenía las piernas pegadas al suelo y resultaba difícil trasladarse, de modo que sólo conseguía avanzar unos centímetros cada vez. Por el rabillo del ojo, vio que los dedos de Maldred seguían retorciéndose y cómo la bruma se aclaraba alrededor de las manos del fornido ladrón.

—Qu…, qué…

Dhamon intentó decir más, pero se encontró con la falta de cooperación de su lengua, que sentía gruesa y seca. Miró al suelo, estremeciéndose al ver cómo fluían más escamas diminutas de la escama de dragón de su pierna.

—Dhamon, estoy poniendo todas nuestras esperanzas en Riki y en Varek —consiguió decir Maldred, y cerró con fuerza las manos, que empezaban a tornarse más gruesas y negras.

Por un instante, a Dhamon le pareció que el apuesto rostro humano de su viejo amigo sonreía. Luego, el color rosado desapareció y se tornó azul. A su vez, la cabellera se convirtió en una encrespada melena blanca a medida que Maldred se transformaba en el mago ogro que realmente era, el hijo único de Donnag. Se levantó por encima de todos los que se hallaban en el corral, y por su cuerpo se extendieron escamas negras, que corrieron por el pecho y ascendieron por el cuello.

Su rostro se alargó para formar un hocico draconiano, y una gruesa cresta brotó por encima de los ojos. Maldred hizo una mueca mientras daba un paso al frente sobre unas piernas que se tornaban gruesas como troncos, con venas arrolladas a su alrededor al igual que enredaderas. Sus pies crecían, y de ellos, brotaban zarpas, y surgían crestas espinosas de sus rodillas y codos. Y las manos, que ya no podían seguir siendo puños, se alargaban al mismo tiempo que un doble conjunto de zarpas emergía del lugar donde habían estado los dedos.

—Espero que Riki pueda…

No salieron más palabras de la boca de Maldred. En su lugar, una larga lengua bífida surgió veloz al exterior para lamer sus labios bulbosos. Siseó, y sus armas se agitaron en el aire, derribando a otro ogro al que le estaba creciendo ya un tercer brazo. Lanzó el brazo izquierdo contra Dhamon, al que golpeó con fuerza en el pecho, de manera que su amigo salió despedido varios metros hacia atrás en dirección a la parte posterior del corral.

«¿Ha sido un acto deliberado?», se preguntó Dhamon mientras se incorporaba penosamente y sin aliento, y contemplaba los barrotes a través de rendijas en la cada vez más espesa neblina.

«Tienes que salir de aquí. ¡Muévete!».

Todos los ogros, los enanos y los elfos se hallaban en pleno proceso de transformación. Ninguno había escapado al horrendo conjuro de la chiquilla, y ninguno tenía el aspecto de antes, a excepción de Riki y de Varek, que estaban acurrucados en el fondo mismo del redil y continuaban indemnes hasta el momento.

A un enano le estaba creciendo una segunda cabeza encima de la primera; otro, doblándose sobre sí mismo, se tornaba grueso y achaparrado, en tanto sus brazos se convertían en otro par de piernas y lo obligaban a andar como un perro. Al semielfo que Dhamon tenía más cerca le habían salido cuatro ojos, y el ogro más delgado era tal vez el que mostraba un aspecto más aterrador, pues se había vuelto más delgado aún y parecía una piel cubierta de escamas extendida sobre un esqueleto. Los huesos amenazaban con abrirse paso a través del tejido, y un par de alas esqueléticas brotaron de su espalda, agitándose y chasqueando, pero sin ofrecerle la oportunidad de salir volando.

Dhamon cerró los ojos e intentó moverse más deprisa. Retrocedió unos pasos arrastrando los pies, y fue a chocar contra algo que parecía tan sólido como un muro de piedra, sólo que el muro respiraba y resollaba, pues se trataba de otra criatura en plena metamorfosis. A Dhamon los brazos y las piernas le dolían terriblemente, y estaba seguro de que estaban creciendo o cambiando.

«¡Tengo que huir! —se dijo mientras avanzaba a ciegas—. Huir. No puedo volver a servir a un dragón». Sus pensamientos empezaron a embotarse, y percibió que su mente era reemplazada. «Hambre —reflexionó—. Tengo hambre. Fuerte. Soy fuerte. ¿Qué es lo que deseas Nura? ¡Mírame, Nura! Nura. Nura. Nura Bint-Drax».

—¡No! —volvió a gritar, con voz más profunda y que le resultaba desconocida—. ¡Por todos los dioses desaparecidos, no!


—¡Varek! —susurró Rikali, parpadeando con furia—. Varek, puedo moverme.

Había desviado la mirada de las criaturas que se transformaban, incapaz de soportar lo que les estaba sucediendo.

—También yo —replicó el aludido en voz apenas audible—, pero no estoy seguro del porqué.

—Fue Maldred —respondió ella mientras se movía despacio junto con Varek por entre las tablillas de la parte posterior del corral, esperando que la bruma ocultaría su huida—. Me pareció ver cómo lanzaba un conjuro. ¡Cerdos, la de veces que le he visto hacer magia! Tiene que ser el motivo por el que estamos libres.

Una vez fuera del cercado, Varek soltó una tablilla, que se echó al hombro como si fuera un garrote. Entregó a Riki los pequeños cuchillos que había dejado caer y luego había recogido del suelo, y por un momento pensó en agarrar a la semielfa y salir corriendo. Pero ésta se alejaba ya de su lado, rodeando el corral, del que iba soltando tablillas mientras andaba. Abriéndose paso por entre la alfombra de serpientes, dirigía su marcha hacia la niña.

—¡Nura! —chilló la semielfa—. ¡Detén tu conjuro! ¡Deja a estas gentes en paz!

Varek farfulló una plegaria a un dios desaparecido y fue tras ella.

Nura se quedó estupefacta, pues absorta en las abominaciones que estaba creando, no se había dado cuenta de que dos de sus víctimas escapaban.

Algunas de las criaturas que se transformaban salieron del corral. Unas pocas que apenas habían empezado a cambiar huyeron a través de las tablillas rotas hacia el interior de la jungla, y algunos dracs fueron tras ellas a instancias de Aldor. Otros dracs intentaron reunir a las criaturas en plena transformación dentro de los límites de la neblina roja, para que el conjuro pudiera acabar de modificarlas.

—¡La chiquilla! —gritó Rikali a Varek—. ¡Hemos de coger a la chiquilla! ¡Hemos de conseguir que se detenga!

—¡No! —chilló Varek al mismo tiempo que la apartaba de un empujón—. Riki, sal de aquí. Yo me ocuparé de la niña.

La semielfa sacudió la cabeza, desafiante, pero no consiguió atrapar al joven, y al cabo de un segundo se encontró cara a cara con un drac que le cortaba el paso.

—¡Cerdos!, mira que eres horrible —escupió ella.

Se agachó para esquivar las zarpas que intentaban atraparla y le acuchilló las patas con los pequeños cuchillos.

Unos cuantos metros más allá, Varek se enfrentaba a Aldor. El enorme drac cubrió con suma eficacia a Nura a la vez que escupía una gota de ácido en dirección al muchacho. La criatura sonrió, satisfecha, cuando éste lanzó un grito de dolor, y profirió una profunda y seca carcajada cuando su contrincante cayó de rodillas.

Nura se concentró en el hechizo y, ensimismada, no vio a Rikali. La semielfa había eliminado al drac con el que estaba peleando y se acercó a la niña por detrás. Apuntó rápidamente con una de las pequeñas dagas y la hundió hacia abajo; clavó la hoja en la espalda de la chiquilla, que lanzó un chillido de sorpresa. El cuenco cayó de sus manos, y fue a estrellarse contra el suelo, salpicando sus piernas con sangre de sivak.

—¡Estúpida! —exclamó Nura, dejándose caer al suelo para enderezar el recipiente e intentar devolver a su interior la sangre que se escapaba. La hechicera hizo caso omiso del arma que sobresalía de su espalda—. ¡No tienes ni idea de lo que has hecho! Has estropeado mi magia. ¡Morirás ahora! ¡Tu vida me pertenece! ¡Aldor!

El drac dio la espalda a Varek, y con las zarpas extendidas y el pecho hinchado, escupió a la semielfa con su venenoso aliento.

Al mismo tiempo, Varek se incorporó como pudo y cargó de manera torpe contra el ser. Bajando el hombro, se estrelló desmañadamente contra el drac, al que derribó e impidió que diera en el blanco. Riki aprovechó la situación, se lanzó al ataque y acuchilló a Aldor con el arma que le quedaba. Varek blandió el improvisado garrote sobre el brazo extendido de su adversario.

—¡Varek! ¡Detén a la niña! —gritó su compañera—. ¡Yo puedo ocuparme de este bruto!

Nura había terminado de recoger en el cuenco tanta sangre como le había sido posible y procuraba febrilmente revigorizar el conjuro, sin prestar atención a Varek y la semielfa, situados tras ella.

—¡Varek! —chilló Riki—. ¡La niña!

El joven abandonó de mala gana la contigüidad de su compañera y, aproximándose a Nura, blandió el garrote contra la nuca de la hechicera.

—¡Maldita niña! —gritó para dar más énfasis a su acción—. ¡Vete directamente al Abismo!

El golpe apenas desconcertó a Nura, aunque quedó bien patente que la hechicera se sintió muy enojada ante esa segunda interrupción. El aire se pobló de ruidos: los cánticos, los alaridos y los gritos de las abominaciones, y el siseo de los reptiles que serpenteaban alrededor de todos ellos.

—¿Cómo puedes seguir en pie? —preguntó Varek.

El muchacho se echó el arma hacia atrás otra vez, apuntaló los pies y arriesgó una breve mirada al corral mientras volvía a descargar un golpe. El horripilante espectáculo estuvo a punto de hacer que soltara el palo.

Unos cuantos ogros y enanos se habían transformado por completo. Uno tenía seis brazos y una única y larguísima ala que aleteaba enloquecida y amenazaba con enredarse entre sus tobillos. Otro mostraba un brazo que pendía inerte de la parte central del pecho. Otros eran… algo mucho peor.

—Monstruos.

Varek se estremeció, golpeando ciegamente una y otra vez a la pequeña, que parecía insensible a sus golpes.

—¡Debo finalizar el conjuro! —maldijo ésta—. ¡Están atrapados en medio del hechizo!

Las grotescas criaturas se asestaban golpes unas a otras, víctimas del dolor y la demencia. El ogro de aspecto esquelético lanzó un aullido cuando uno de sus compañeros le arrancó las alas, y una lluvia de sangre y ácido cayó sobre todos ellos. Un ser con dos cabezas intentaba morder a una bestia deforme que andaba a cuatro patas, y un enano salpicado de escamas había hundido la cabeza entre las manos y lloraba de un modo irrefrenable. Mientras Varek observaba, el enano fue ensartado por las largas garras de uno de sus compañeros.

—Se están matando unos a otros —manifestó, atemorizado.

—¡Se han vuelto locos! —exclamó la niña—. Debo finalizar el conjuro. ¡Aldor! ¡Mata a la elfa! ¡Luego, acaba con esta pulga que me importuna!

—Drac mata a elfa —declaró Aldor, y sus ojos centellearon, siniestros.

—Soy una semielfa —replicó Rikali, desafiante.

Se agachó cuando el ser soltó su aliento, y la gota de ácido pasó por encima de su cabeza y se cubrió de niebla a su espalda. Sin detenerse, la mujer se incorporó de un salto y lanzó una estocada con el cuchillo, cuya punta se hundió en el pecho de Aldor. Insistió en su ataque, intentando empujar al drac hacia atrás contra Nura, que estaba ocupada removiendo de nuevo la sangre del draconiano y hacía caso omiso de Varek.

El drac se agachó a ras de suelo cuando Riki atacó, extendió de par en par los brazos e intentó agarrarla; pero la semielfa era veloz: efectuó un regate, levantó el cuchillo y lo clavó en la garganta de su oponente. La mujer cerró con fuerza los ojos y volvió la cabeza, y al cabo de un instante, el enorme drac se disolvió en una nube de ácido que cayó sobre Varek y Nura.

—¡No! —aulló la niña. El ácido se mezcló con la sangre del sivak y chisporroteó en el interior del cuenco de madera—. ¡Nooooooo!

Sólo dos de sus valiosos dracs se hallaban en las proximidades, pues las criaturas en proceso de transformación habían conseguido eliminar a varios en su enloquecida furia. Nura hizo señas a sus sirvientes.

—¡A mí! —chilló—. ¡Deprisa, dracs míos!

En el interior de lo que quedaba del corral, sólo permanecían en pie una docena de criaturas. Dhamon había conseguido abrirse paso por entre los barrotes, y entonces rodó hasta quedar de espaldas. Tosió en un intento de eliminar de sus pulmones los últimos restos de la neblina roja. Se palpó el pecho, que estaba marcado por heridas frescas. Éstas indicaban los lugares de los que se había arrancado escamas, y los dedos revolotearon velozmente sobre la piel a fin de localizar más; luego, se dedicó a extraer un par situado cerca de la cintura. Recobradas las fuerzas, se levantó pesadamente y retrocedió, deseoso de poner una mayor distancia entre su persona y el cercado. La ciénaga estaba tan cerca de su espalda que resultaría fácil perderse en su interior. Perderse. Salvarse.

—Maldred. —Pensar en su amigo fue lo único que le impidió a Dhamon salir huyendo—. Tengo que despejar mi cabeza —se dijo en voz baja—, concentrarme. —Todavía conservaba pensamientos de poder, de hambre, de servir a Nura Bint-Drax—. Nura. Nura. Nura —se escuchó decir—. ¡No!

Centró sus pensamientos en Maldred y en Rikali. Contempló con atención la grotesca reyerta, pero todo lo que vio fueron criaturas repulsivas y deformes, y todo lo que oyó fueron sus chillidos mientras luchaban unas contra otras.

Finalmente, descubrió a Maldred en el centro de la masa, y se estremeció. Había vestigios de su amigo que podía reconocer —la piel azul y la melena de cabellos blancos—, pero parches de escamas negras le cubrían la mayor parte de los brazos y el pecho, y una cola sinuosa se agitaba a su espalda. Su rostro de ogro estaba deformado y tenía aspecto draconiano, aunque no lo desfiguraba ninguna escama.

Dhamon se dio la vuelta y corrió en dirección a la choza más cercana, una en la que recordaba haber visto armas. Al cabo de unos instantes, salió de ella, transportando dos espadas, y se lanzó en dirección a Nura y los dos dracs que montaban guardia a su alrededor.

Vio a Varek, que era una masa de forúnculos y cicatrices, ropas y cabellos derretidos, e introdujo una de las espadas en sus manos llenas de ampollas por culpa del ácido.

—La niña —jadeó Varek al mismo tiempo que se enfrentaba al drac que había aparecido ante él—. Mátala, Dhamon. Protege a Riki.

—Ya lo creo que mataré a la niña —gruñó él a la vez que se agachaba ante el segundo drac y, con dos veloces tajos, acababa con la criatura—. La enviaré de cabeza al Abismo. La…

Sus palabras murieron al ver cómo Nura empezaba a brillar, a crecer y mudaba. En cuestión de unos pocos segundos, la niña que se llamaba a sí misma Nura Bint-Drax había desaparecido, y otra cosa totalmente distinta ocupaba su lugar.

—¡Por el aliento del mundo! —exclamó Varek, jadeante—. ¿Qué es eso?

—No me importa lo que sea —respondió Dhamon—. Sólo necesito averiguar si sangra. Porque si sangra, voy a matar a esa maldita cosa.

Allí donde Nura había estado había entonces algo que parecía una serpiente de unos seis metros de longitud. De un grosor enorme, mostraba bandas de escamas negras y rojas dispuestas alternativamente, que centelleaban como joyas bajo los rayos solares. La mayor parte del cuerpo estaba alzado como el de una cobra, balanceándose por encima del suelo. Pero su cabeza no era la de una serpiente, sino la de la diabólica niña, cuyos cabellos cobrizos se habían desplegado hacia atrás como un capuchón. Un cuchillo pequeño sobresalía aún de un costado, el que la semielfa había clavado a la chiquilla.

Los ojos sin párpados de la criatura estaban horripilantemente fijos en Rikali mientras el cuerpo se ondulaba a un lado y a otro de un modo hipnotizador.

—Has estropeado mis planes, elfa. ¡Has detenido mi conjuro! Has destruido a casi todas las valiosas criaturas a las que estaba dando vida. —Giró la cabeza en dirección al corral, hacia tres abominaciones totalmente deformadas que se mantenían apartadas de los otros desdichados—. ¡Venid a mí, hijos míos!

Dhamon giró en redondo para interceptar a las deformes abominaciones que habían obedecido las órdenes de Nura y habían trepado ya fuera del corral, y echó hacia atrás la larga espada. La hoja captó los reflejos del sol, y el filo centelleó con tal fuerza que una de las criaturas (una que tenía seis brazos y dos colas) se cubrió los ojos y vaciló. Aquello dio tiempo suficiente a Dhamon para descargar la hoja hacia el suelo, hundiéndola profundamente en el pecho de la monstruosidad. Al igual que un drac, el ser murió en medio de un estallido de ácido.

Quedaban dos abominaciones más, y Varek se colocó de un salto frente a una para impedir que alcanzara a Riki.

Dhamon se enfrentó al ataque de la tercera criatura, que era muy parecida a un drac, a excepción de un tercer brazo que pendía inútil de su pecho. También esa bestia parecía hipnotizada por la luz que se reflejaba en la espada. De un mandoble, Dhamon le rebanó el apéndice inútil, y con otro, consiguió hendir el brazo derecho de su adversario. La abominación aulló, retrocediendo al tiempo que paseaba la mirada, indecisa, entre Dhamon y Nura.

El hombre cargó hacia adelante con la espada extendida ante él. Atravesó el abdomen del ser, y fue recompensado con una lluvia de ácido que le corroyó la piel y los pantalones. Sin detenerse, giró en redondo en dirección a Nura, dejando atrás a Varek, que seguía combatiendo a su adversario.

—¡Riki, deja a la mujer-serpiente para mí!

—¡No parece que le haga daño, Dhamon! —chillaba la semielfa mientras atacaba con su diminuta arma.

—Yo sí que puedo hacerte mucho daño —replicó Nura, y abrió la boca para mostrar una hilera de dientes afilados.

Algo reluciente cayó como una gota de la dentadura y chisporroteó al tocar el suelo. Veloz como un rayo, la serpiente lanzó la cabeza al frente y hundió los dientes en la mejilla de Riki.

—¡Cerdos! —chilló ésta—. ¡Esto me ha dolido como fuego!

En ese mismo instante, Dhamon blandió la espada y contempló, atónito, cómo el arma se limitaba a arañar la piel cubierta de escamas de la mujer-serpiente. Habría sido un golpe mortal para un drac o una abominación.

Como mínimo había conseguido, finalmente, que sangrara, según observó. Continuó golpeándola una y otra vez, dirigiendo los ataques al mismo punto, hasta que dejó, por fin, un visible surco en la gruesa carne.

—¡Riki! ¡Retrocede! —gritó Dhamon.

—¡Maldito seas, Dhamon Fierolobo! ¡No estabas preocupado por mí cuando me abandonaste en Bloten! ¿Por qué te preocupas por mí ahora? —La semielfa atacó a la mujer-serpiente una y otra vez, haciéndole muescas con su diminuta arma—. Muérdeme ahora, ¿quieres, Nura Bint-Drax? Ya sabía que, en realidad, no eras ninguna niñita.

La aludida sonrió de forma malévola y volvió a atacar, haciendo caso omiso de Dhamon para concentrarse en la semielfa. Esa vez sus dientes se hundieron en el brazo de Rikali, y cuando se retiró, la mujer se desplomó en el suelo.

—¡Monstruo! —escupió Dhamon—. ¡Enfréntate a mí!

El hombre puso toda su considerable fuerza en su siguiente mandoble, y cuando alcanzó el blanco, sangre y escamas volaron por los aires.

Nura se elevó aún más del suelo, balanceándose sobre la cola de serpiente al mismo tiempo que daba vueltas sobre sí misma para dedicar al hombre toda su atención.

—Eres fuerte, humano —siseó—. Realmente creo que eres la persona indicada.

Desconcertado por su extraño comentario, Dhamon no permitió que éste lo distrajera. Descargó su arma, poniendo toda la fuerza de sus músculos en cada mandoble, pero sin que pudiera evitar una mueca de enojo al comprobar el poco daño que infligía.

—¿Qu…, qué es esa criatura?

La pregunta la hizo Varek, que finalmente había acabado con su adversario. Sus ropas estaban hechas jirones, y los brazos y el rostro cubiertos de marcas de garras, pero seguía sosteniendo la espada que Dhamon le había entregado cuando se había unido a él para combatir a Nura.

—¿Qué es?

—Soy Nura Bint-Drax —siseó la criatura, y empezó a columpiarse con intención hipnotizadora para subyugar a Varek y a Dhamon—. Soy una criatura de la ciénaga, la hija del dragón. Soy vuestra pesadilla.

Dhamon volvió a golpearla, esa vez sin tanta fuerza ni velocidad. Se tornaba lento, y su mente se nublaba. ¡Magia! Sabía que su adversaria le había lanzado un hechizo. Danzaron escamas en el fondo de su cerebro.

—¡Condenada bestia! —maldijo, aunque incluso las palabras surgían despacio. Intentó sacudir la cabeza, con furia, aunque apenas consiguió moverla de un lado a otro—. ¡Te enviaré al rincón más oscuro del Abismo!

Dhamon contempló cómo la cabeza del ser descendía; de la boca salió líquido corrosivo chisporroteando hacia el exterior para formar un charco en el suelo.

—¡Lucha conmigo!

Las palabras provinieron de Varek, que había conseguido colocarse a un lado de la criatura. A pesar de estar claramente agotado, el joven consiguió descargar un golpe en el mismo sitio en el que Dhamon había abierto una herida.

—Eres un insecto insignificante —le siseó a Varek—, indigno de mi atención. Es hora de poner fin a la diversión por hoy.

La cabeza del ser se agitó y balanceó, y su figura relució y se encogió. Se escuchó un chasquido, y el lugar donde había estado Nura estalló en una nube de acre humo negro. El cuchillo de Riki, que había estado incrustado en la serpiente, cayó, inútil, al suelo.

—¡Por las cabezas de la Reina de la Oscuridad! —maldijo Dhamon, y su mirada se movió veloz de Riki a Varek, que reptaba en dirección a la semielfa.

—¿Qué hacemos con ésos?

El joven señaló en dirección al corral, donde una puñada de las mutantes criaturas seguía debatiéndose y peleando. Aquellas cosas era una mezcla de escamas y carne, con extremidades deformes y zarpas crispadas, alas en movimiento, cabezas horrendas, colas sinuosas y cabellos enmarañados.

—Maldred.

Dhamon tragó saliva con fuerza y corrió en dirección al cercado. Se introdujo por entre los barrotes y dejó atrás a los dos primeros combatientes. «Debo ocuparme de Maldred», se decía. Acabaría con las criaturas rápidamente; luego, se ocuparía de Riki. Hundió la espada en el estómago de un ser que le recordó a un perro y que cargó contra él; lo eliminó y pasó a continuación por encima de su cadáver.

Otra criatura se cruzó en el camino de Dhamon; se trataba de una abominación terriblemente delgada, a la que habían arrancado las alas. Sus mandíbulas se abrieron y cerraron con un castañeteo, y una larga lengua bífida quedó colgando hacia el exterior. El ser alargó las manos para sujetarlo, y Dhamon acabó con sus sufrimientos de forma rápida. Finalmente, Dhamon llegó junto a Maldred.

—Mal… —dijo—. Mal, ¿me entiendes?

La criatura que estaba ante él mostraba cierto parecido con la figura de ogro de Maldred, pero siseaba, escupía y arañaba el suelo como una bestia salvaje.

—¡Mal!

Los ojos de la bestia se encontraron con los de Dhamon. Había algo de súplica en ellos, y descendieron hacia la espada que su amigo empuñaba.

—No —declaró Dhamon—, no te mataré. Te quiero tanto como a un hermano.

La criatura aulló y alargó una zarpa para arañar a Dhamon, pero éste se apartó velozmente para esquivar el poco entusiasta golpe.

—¡Posees magia, Mal! ¡Úsala! ¡Lucha contra esto!

La cosa que era Maldred volvió a lanzar las garras hacia Dhamon en un intento de conseguir que éste se defendiera.

—No permitas que Nura, desde cualquiera que sea el nivel del Abismo en el que esté, gane la partida —prosiguió el hombre, que todavía conseguía evitar las zarpas de su camarada—. ¡Usa tu magia!

Maldred echó la cabeza hacia atrás y rugió una retahíla de palabras en el lenguaje de los ogros; al mismo tiempo, sus zarpas se esforzaban por arrancar las escamas del pecho y el cuello.

—¡Concéntrate! —gritó Dhamon, pues recordaba lo brumosa que había estado su mente cuando la neblina roja lo rodeó—. ¡Lucha contra ello!

Maldred siguió vociferando en su lengua, y sus labios formaron palabras arcanas que dieron vida a un pálido resplandor amarillo que envolvió la figura deforme del ogro.

—¡Eso es! —lo animó su compañero, que observó cómo las escamas centelleaban, se tornaban oscuras y, luego, empezaban a fundirse—. ¡Concéntrate!

—¡Dhamon! ¡Ven aquí! ¡Ahora!

El hombre desvió la atención de su amigo y dirigió una veloz mirada a Varek, que le hacía señas desesperadamente.

—¡Riki necesita ayuda!

El joven estaba sentado de cualquier manera, y la cabeza y los hombros de la semielfa reposaban sobre su regazo.

Dhamon echó una ojeada al otro extremo del poblado, donde los sirvientes humanos se habían reunido; estaban muy nerviosos y ninguno se atrevía a moverse ni un ápice. Dhamon dirigió otra mirada a Maldred; luego, corrió en dirección a la semielfa.

—¡Dhamon! ¡Ayuda a Riki! —El rostro de Varek, desfigurado por el ácido, mostraba un temor genuino—. Creo que se está muriendo, Dhamon. En una ocasión me contó que fuiste médico de campaña. ¡Haz algo! Está embarazada, Dhamon. Por favor haz algo para salvar a mi hijo, o te aseguro que yo…

—No formules amenazas que no seas capaz de cumplir.

Las palabras y la mirada fulminante de Dhamon acallaron al joven. El guerrero se arrodilló junto a Riki y estudió su rostro ceniciento. ¿Embarazada? Ya resultaba bastante sorprendente que la semielfa estuviera casada con ese joven. ¿Estaba también embarazada? Había la marca de un profundo mordisco en su mejilla y también en su brazo, y unas feas líneas rojas surgían serpenteando de las heridas.

—La choza que está más cerca del pozo —indicó haciendo una seña a Varek—. Hay un tarro de cerámica dentro de una caja en su interior. Está lleno de hierbas. Hay unos cuantos sacos en el suelo junto a ella. Tráelo todo. Y date prisa.

Se sentó, estiró las piernas y apartó con suavidad a Rikali de Varek, que se marchó velozmente en busca de las hierbas. Dhamon acarició las heridas de la mujer con los dedos. Era una amabilidad que no había exhibido desde hacía bastante tiempo, y también había desaparecido su expresión torva, reemplazada por algo que se acercaba a la compasión.

—Casada y embarazada —musitó para sí.

Las ropas amplias habían ocultado a la perfección la leve hinchazón del abdomen de Rikali.

Varek recogió todo lo que podía transportar y corrió de regreso junto a Dhamon, mirando con expresión torva a un trío de sirvientes humanos que caminaban también en aquella dirección.

Dhamon rebuscó entre unas cuantas raíces secas que había dentro de una bolsa. Eran demasiado viejas, pero consiguió encontrar una que tenía un poco de savia en su interior, y la frotó sobre la mordedura más profunda. Arrojó la mayoría de las hierbas y las raíces a un lado, pero añadió unas cuantas a la mezcla que aplicó a la mejilla de la mujer. Una bolsa del tamaño de un puño contenía un polvo grueso, y la introdujo en su bolsillo; al hacerlo, rozó con los dedos la pequeña caja de plata y el medallón de Kiri-Jolith que había cogido anteriormente. Dejó aparte otro saco que contenía una mezcla arenosa de musgo y raíces desmenuzadas.

Mientras trabajaba en la semielfa, los tres criados humanos se aproximaron. El de más edad parecía ser su portavoz.

—La señora Sable se enojará mucho con vosotros —declaró el hombre—. Os dará caza. ¡Sois unos estúpidos, tal y como Nura Bint-Drax dijo, y tened por seguro que moriréis!

—¡Todo el mundo muere! —replicó Varek—. ¡Vosotros sois los estúpidos, que servís a un dragón y a una mujer-serpiente de buena gana, al parecer! Eso se ha acabado ahora. Los dracs están todos muertos, y esa mujer-serpiente, Nura, se ha marchado, lo cual significa que sois libres. De estar en vuestro lugar, yo me dirigiría directamente hacia el norte; llegaréis a la costa en una semana o dos si os movéis deprisa, y algún barquero os puede recoger.

Los tres humanos discutieron en voz baja unos instantes; a continuación, el portavoz irguió los hombros y dedicó a Varek una mirada gélida.

—Nos quedaremos aquí —anunció—. Polagnar es nuestro hogar. Nura Bint-Drax regresará. Traerá más dracs. Nosotros los serviremos, y nos alimentarán y protegerán.

—Ovejas —masculló el joven—, ovejas despreciables y estúpidas.

—Vivirá —anunció, por fin, Dhamon con voz aliviada.

La atención de Varek se apartó de los tres hombres. Rikali respiraba con regularidad.

—Debería recuperar el conocimiento dentro de un rato —añadió Dhamon, que señaló la cabaña más grande—. Hay una cama ahí dentro. Que descanse en ella. Hay que apartarla de este calor. Dudo que la mujer-serpiente regrese durante un tiempo, de modo que nos quedaremos en esa choza y nos ocuparemos de nuestras heridas.

—¿Hay algo que puedas hacer respecto a eso? —Varek indicó con la cabeza las piernas de su compañero.

Los pantalones de Dhamon estaban desgarrados y mostraban el muslo derecho totalmente recubierto de diminutas escamas negras. Todas irradiaban hacia el exterior desde la enorme escama de dragón, brillantes bajo los rayos solares. Algunas habían descendido por la pantorrilla, adoptando la apariencia de brillantes cuentas negras sobre la piel, y había un pequeño grupo de escamas sobre el empeine del pie y en la pierna izquierda. El hombre no respondió, sino que tomó el pequeño cuchillo que Riki había usado contra Nura y empezó a atacar con él las escamas.

—¿Estás seguro de que debes…? —comenzó Varek, pero la feroz mueca del otro hizo que se tragara la pregunta.

Dhamon se dedicó a extraer las escamas más nuevas; la mayoría se desprendieron, aunque no sin dejar heridas en su lugar. No osó tocar la enorme escama de dragón, y sus esfuerzos por arrancar las dos docenas que quedaban en su pierna resultaban demasiado dolorosos. Tras varios minutos de frustración, se dio por vencido.

Tomó entonces la mezcla arenosa que había encontrado y, con una mueca de dolor, la aplicó generosamente sobre las piernas, si bien tuvo que detenerse cada pocos instantes debido al terrible escozor que le producía. Había heridas en su pecho allí donde antes había arrancado las escamas con los dedos, y también aplicó la mezcla sobre ellas. Cuando terminó, volvió la cabeza para echar una ojeada al corral y a Maldred.

El fornido ladrón había conseguido deshacerse de los restos del conjuro de Nura y estaba recostado contra los barrotes del corral para mantenerse en pie. Su musculosa figura lucía una exuberancia de muescas y cortes, y las ropas le colgaban sobre el cuerpo en ensangrentados jirones.

Dhamon arrojó la bolsa que contenía los restos de la mezcla arenosa a Varek.

—Tienes algunos cortes profundos en la espalda. Aplica esto sobre ellos. Seguramente, ayudará a que cicatricen y reducirá el riesgo de infección. Luego, saca a Riki del sol.

Dhamon se incorporó y se acercó, cojeando, a Maldred. Se apoyó contra la barandilla junto al hombretón, contemplando con fijeza todos los cadáveres. Escamas y carne cubrían cada centímetro del suelo.

—Debería sentir lástima por todos ellos —dijo apretando la planta del pie hasta hundirla en el lodo—, pero no es así. No siento nada.

Dio la espalda al cercado y casi chocó contra el portavoz del poblado, que lo había seguido en silencio.

—La hembra de Dragón Negro se irritará mucho por lo que habéis hecho. La hembra Negra y Nura Bint-Drax van a…

Dhamon golpeó el pecho del hombre con la palma de la mano, retirándolo de su camino; a continuación, se encaminó hacia la choza donde reposaba Riki, apartando a patadas las serpientes mientras andaba. Escuchó unas sonoras pisadas a su espalda. Maldred lo siguió al interior.

El desfigurado Varek se hallaba obedientemente sentado en el lecho junto a Rikali, que se revolvía en su sueño, con los finos labios presionados en una mueca nada característica en ella. Los cortes del joven estaban cubiertos con la mezcla terrosa.

—Tú harás la primera guardia, Mal —indicó Dhamon—. Todos necesitamos algo de descanso, pero lo haremos por turnos. No confío en los aldeanos. Despiértame cuando el sol se haya puesto…, antes si hay problemas.

Sin decir nada más, Dhamon se dedicó a desgarrar una capa para formar unos vendajes para sus piernas y brazos; a continuación, se acomodó contra una caja de gran tamaño. Sentía ya cómo se cerraban sus heridas. Sabía que su capacidad para curar era otra parte de su maldición; sin duda, una consecuencia de la escama del dragón que llevaba en el muslo. A pesar de que le satisfacía mejorar con tanta rapidez, todo lo que deseaba en ese mundo era deshacerse de la maldita escama.

—Necesito a tu misteriosa sanadora, Mal —musitó.

Cerró los ojos y su intención era dormirse de inmediato, pero mentalmente vio a Nura Bint-Drax retorciéndose como una serpiente ante él. Abrió los ojos rápidamente.

Escuchó que Maldred y Varek hablaban en voz baja sobre la semielfa. Oyó cómo se movían unas cuantas cajas, y percibió cómo Maldred se instalaba en un punto de la entrada de la choza. Escuchó también movimiento en el exterior, a varios metros de distancia de la cabaña, y las voces de un par de aldeanos. Maldred los ahuyentó.

El sueño se apoderó finalmente de Dhamon, cuyo descanso se llenó con los rostros de grotescas abominaciones y de una mujer-serpiente con ojos hipnotizadores que se arrollaba a su alrededor con tanta fuerza que le impedía respirar. Era demasiado pronto aun cuando Maldred lo despertó y le tocó el turno de montar guardia.

Загрузка...