4. EL ÁRBOL DE LA VIDA

—En mi sueño vi un yermo oscuro y lúgubre —dijo Volemak, sabiendo que no comprenderían qué significaban para él esas palabras. No el tórrido desierto que conocían, a pesar de que ese yermo era muy lúgubre. El lugar que recorría en su sueño era húmedo, helado, sucio y penumbroso, y apenas veía por dónde caminaba. Tal vez hubiera árboles en las inmediaciones, o tal vez atravesara un pasaje subterráneo. Volemak caminaba sin esperanzas, pero al mismo tiempo no podía reprimir la esperanza de que caminando escaparía de esa desolación—. Y luego vi un hombre vestido con túnica blanca.

Como un sacerdote de Seggidugu, sólo que ésos son hombres comunes que transpiran mientras celebran sus ritos. Este hombre parecía tan cómodo consigo mismo que de inmediato pensé que debía estar muerto. Yo estaba en un lugar donde los muertos esperaban, y pensé que tal vez yo estuviera muerto.

—Vino a mí, y se plantó frente a mí, y me habló. Me dijo que lo siguiera.

Volemak notó que los demás se aburrían, al menos los más inmaduros. Era desalentador tener sólo palabras para revelarles el sueño. Si pudieran saber cómo sonaba la voz de ese hombre, cuan afable y cálido parecía, como si ese sonido fuera la primera luz en ese lugar tenebroso, sabrían por qué lo seguí, y por qué fue importante que lo siguiera. Pero para ellos es sólo un sueño, y evidentemente ésta es la parte aburrida. Pero para mí no lo fue.

—Lo seguí muchas horas en la oscuridad —dijo Volemak—. Le hablaba, pero él no me respondía. Y como yo estaba convencido de que lo enviaba el Alma Suprema, me puse a hablar mentalmente con el Alma Suprema. Le pregunté cuánto tiempo seguiría esto, y adonde iba, y de qué se trataba. No obtuve respuesta. Me impacienté, y declaré que si esto era un sueño era tiempo de que yo despertara, y que si esto tenía algún sentido debía revelármelo antes del alba. Y no hubo respuesta. Empecé a pensar que tal vez fuera real, que continuaría para siempre, que eso era lo que nos sucedía después de la muerte: llegar a un páramo tenebroso y caminar eternamente tras un hombre que no nos da explicaciones.

—Se parece a la vida que llevamos últimamente —murmuró Mebbekew.

Volemak hizo una pausa, sin mirar a Meb, dejando que los demás lo obligaran a callar. Luego continuó.

—Pensando que podía ser real, empecé a suplicarle al Alma Suprema o a quien estuviera a cargo de ese lugar que tuviera misericordia y me contara algo o me permitiera ver algo, me permitiera comprender lo que sucedía. Sólo entonces, cuando me puse a suplicar, el lugar se iluminó, no como el amanecer o como cuando uno llega a la fogata de un campamento. Yo no veía ninguna fuente luminosa, tan sólo una especie de luz diurna y brillante, y pasé del paraje pedregoso a un vasto campo de hierba alta y flores que se curvaban en la brisa. Era un gran alivio ver vida, un alivio que no puedo describir. Y a cierta distancia, a unos trescientos metros, había un árbol. Aun a esa distancia veía que en medio del rutilante verdor de las hojas había dos manchas blancas, y supe de inmediato que eran frutos. Y de pronto pude olerlos, y supe que eran deliciosos, el alimento más perfecto que jamás existió, y que si podía saborear esos frutos nunca más sentiría hambre.

Hizo una pausa, esperando la inevitable socarronería de Mebbekew acerca del hambre que sentían ahora. Pero Meb parecía haber escarmentado, porque guardó silencio.

—Caminé, no, corrí hacia el árbol, y el fruto era pequeño y dulce. Sí, lo saboreé, y os aseguro que jamás en la vida probé comida tan sabrosa.

—Sí, como el sexo en los sueños —dijo Obring, con la aparente intención de sustituir a Mebbekew. Volemak agachó la cabeza. Oyó un movimiento. Sí, Elemak poniéndose de pie. Volemak conocía la escena sin mirar, pues Elemak había aprendido esta técnica de él. Elemak, de pie, miró a Obring sin decir nada, hasta que Obring se marchitó ante él. Y sí, Obring masculló una disculpa.

—Perdón, continuad, continuad.

Volemak aguardó un instante más, y oyó que Elemak se sentaba. Ahora podía continuar, quizá sin más interrupciones.

Pero se había echado a perder, precisamente cuando creía estar a punto de hallar las palabras justas para explicar el sabor que ese fruto le había dejado en la boca, haciéndolo sentir vivo por primera vez.

—Ese fruto era la vida —dijo, pero ahora las palabras sonaban huecas, y supo que el momento de lucidez había pasado, y ellos nunca entenderían—.

La alegría que sentí al saborearlo era tan perfecta que anhelaba que mi familia lo probara. No soportaba tener ese fruto perfecto, el sabor de la vida en la boca, sin que mi familia lo conociera, lo compartiera. Así que os busqué, para ver dónde podía encontraros. No estabais en el lugar de donde había venido, y al dar la vuelta vi un río cerca del árbol, y cuando miré río arriba vi a Rasa y a nuestros dos hijos, Issib y Nafai, y ellos miraban en torno como si no supieran adonde ir. Los llamé, agité los brazos, y al fin me vieron y vinieron a mí, y yo les di el fruto y ellos comieron, y sintieron lo que yo había sentido y vi que, también para ellos, comer el fruto era como sentir la vida por vez primera. Ya estaban vivos, por cierto, pero ahora sabían por qué, y se sentían dichosos de estar vivos.

Volemak no pudo reprimir las lágrimas que le humedecieron las mejillas. El recuerdo del sueño era tan nítido y fresco que lo revivía al contarlo, y el júbilo que sentía era incontenible, aun al cabo de una jornada de trabajo en el huerto, aun con el sudor y la suciedad del desierto. Aún sentía el sabor de ese fruto en la boca, aún veía la expresión de esos rostros. Aún sentía la añoranza que había sentido entonces, el deseo de que Elemak y Mebbekew también lo probaran.

—Entonces pensé en Elemak y Mebbekew, mis hijos mayores, y los busqué, deseando que vinieran a saborear el fruto. Y allí estaban, cerca de la fuente del río donde antes se hallaban Rasa, Issib y Nafai. Y de nuevo los llamé, e hice señas, pero ellos no venían. Traté de hablarles del fruto, a gritos, pero actuaban como si no me oyeran, aunque en ese momento me parecía que sí. Al fin se alejaron de mí, y ni siquiera fingían escuchar. Así me quedé, con ese fruto perfecto en la mano, ese sabor en la boca, ese aroma en la nariz, sabiendo que se llenarían de alegría como yo si tan sólo lo probaban, pero sin poder atraerlos.

Antes sus lágrimas habían sido de alegría; ahora brotaban por Elemak y Mebbekew, y eran lágrimas amargas. Pero no había más que decir sobre la negativa de ambos, y Volemak continuó con el sueño.

—Sólo entonces, cuando mis dos hijos mayores se negaron a aproximarse al árbol, comprendí que no éramos las únicas personas en ese vasto vergel. Ya sabéis cómo es en los sueños: en un momento no hay nadie, de pronto hay miles de personas. Y no sólo había personas, sino otros… seres que volaban, seres que correteaban. Pero supe que ellos también eran personas, no sé si me entendéis. Muchos habían visto el árbol. Pensé que tal vez me hubieran visto gritándole a Elya y Meb para describirles el sabor del fruto, y ahora trataban de acercarse al árbol. Sólo que ahora la distancia era mucho mayor que antes, y era como si pudieran ver el árbol, pero sólo tuvieran una idea general de dónde estaba. Me pregunté cómo lo encontrarían si no podían verlo.

«Entonces vi que había una especie de baranda a orillas del río, y un sendero que bordeaba la orilla, y vi que era el único camino que podían coger para llegar al árbol. Y las personas que intentaban encontrar el árbol asían la baranda de hierro y procuraban seguir el sendero, aferrando la baranda cuando el terreno era resbaloso, para no caerse al agua. Continuaron la marcha, pero se toparon con una densa niebla que subía desde el río, y los que no se asían de la baranda se extraviaban, y algunos se cayeron al río y se ahogaron, y otros se internaron en la niebla y se perdieron y nunca encontraron el árbol.

»Pero los que se habían aferrado a la baranda lograron orientarse en la niebla, y al fin llegaron a la luz, tan cerca del árbol que ahora lo veían con sus propios ojos. Se aproximaron en tropel, y se reunieron en torno de mí, Rasa, Issib y Nafai, y alzaron los brazos y cogieron el fruto, y cuando algunos no alcanzaban, nosotros cogíamos el fruto y se lo dábamos, y cuando no alcanzaron los que estaban cerca del suelo, Nafai e Issib treparon al árbol…

—Yo trepé… —susurró Issib. Todos le oyeron, pero nadie dijo nada, sabiendo o adivinando lo que él debía pensar, al imaginarse trepando a un árbol junto a Nafai.

—Treparon el árbol y bajaron más frutos para los demás —dijo Volemak—. Y vi en sus rostros que todos saboreaban lo que yo había saboreado, y sentían lo que yo había sentido. Sólo entonces noté que después de comer el fruto, muchos miraban en torno furtivamente, como si se avergonzaran de haber comido el fruto, y tuvieran miedo de ser vistos. Yo no podía creer que se sintieran así, pero entonces miré hacia donde muchos miraban, y en la otra margen del río vi un enorme edificio, igual que los edificios de Basílica, pero más grande, con cien ventanas, y en cada ventana veíamos personas ricas, personas extravagantes, personas elegantes y bellas, riendo y bebiendo y cantando, tal como en la Villa de las Muñecas y la Villa de los Pintores, pero con mayor desenfreno. Riendo y pasándolo muy bien. Mas yo sabía que no era real, que el vino les hacía creer que era importante divertirse, cuando aquí, de este lado del río, yo tenía el fruto que podría brindarles la alegría que ellos creían tener. En cierto modo era muy triste. Pero entonces comprendí que muchas de las personas que estaban conmigo, personas que estaban comiendo el fruto, miraban a los moradores de ese gran edificio y los envidiaban. Querían ir allá, renunciar al fruto del árbol y sumarse a los que reían con tanta sensualidad y cantaban con tanta alegría.

Volemak no les dijo que por un instante él también había sentido un aguijonazo de envidia, pues al verles reír y jugar en la otra margen del río se sintió viejo, lamentó no estar en la fiesta. Le hizo recordar su juventud, cuando estaba con amigos que reían con él, cuando amaba mujeres cuyos besos eran deliciosos, y acariciarlas era como retozar en una grama mullida y un musgo fresco, y en esos días también él había reído, y cantado, y bebido vino, y era real, claro que sí. Real, pero también inalcanzable, porque la primera vez era siempre la mejor, y todo lo que se repetía nunca era como antes, hasta que al fin quedaba fuera de su alcance, todo se convertía en mero recuerdo, y fue entonces cuando supo que era viejo, cuando las alegrías de la juventud se volvieron totalmente irrecuperables. Algunos amigos se habían empeñado en intentarlo, habían fingido que para ellos nunca se extinguía, pero esos hombres y mujeres se volvieron borrosos como maniquíes pintados, marionetas gastadas y chapuceras, una parodia de la juventud.

Volemak envidiaba a la gente del edificio y recordaba que había sido una de ellas, o que al menos lo había intentado. ¿Alguien podía formar parte realmente de esa transitoria comunidad del placer, que se evaporaba y volvía a formarse una y otra vez en una sola noche, y mil veces en una semana? Nunca existía del todo, esa familia de juerguistas, sólo parecía a punto de existir, al borde de la realidad, y luego se replegaba hasta ser inalcanzable.

El árbol, en cambio, era real, comprendió Volemak. Con el sabor de este fruto en la boca, formamos parte de algo que no es sólo ilusión. Formamos parte de la vida, esposos, padres e hijos, la vasta transmisión de genes y sueños, cuerpos y memorias, generación tras generación, sin fin. Estamos haciendo algo que nos trascenderá, eso es este fruto, eso es la vida, y lo que hay en la otra margen del río, esa frenética busca de sensaciones corporales, esa obstinada elusión de todo dolor o dificultad, no entiende el sentido del vivir. Nada que sea nuevo es nuevo dos veces. Mientras que las cosas verdaderas siguen siendo verdaderas la próxima vez; más verdaderas, en realidad, porque han sido probadas, saboreadas, y siempre están maduras, siempre dispuestas…

Pero Volemak no podía explicar todo esto a los que estaban reunidos en derredor, porque sabía que estos sentimientos eran suyos, que no formaban parte del sueño, sino de su reacción ante el sueño, y tal vez ni siquiera del significado del sueño.

—La gente del edificio miraba a los que estábamos reunidos en torno del árbol, señalándonos y riendo, y oí que nos ridiculizaban por dejarnos embaucar de esa manera cuando podíamos experimentar realmente la vida con tan sólo cruzar el río y sumarnos a la fiesta.

—Sí —susurró Obring.

—Vi que muchos de los que habían saboreado el fruto arrojaban los restos a la hierba y se dirigían al río, para cruzarlo y llegar al edificio, y muchos que nunca lo habían saboreado y ni siquiera se habían acercado al árbol también se dirigían hacia esa juerga sin fin. Algunos se ahogaron en el río, fueron arrastrados corriente abajo, pero muchos llegaron a la otra orilla y fueron al edificio, empapados, y entraron, y vi que salían a las ventanas, nos señalaban y reían. Pero yo no estaba enfadado con ellos, porque ahora veía algo que no había visto antes. El río estaba sucio. Residuos cloacales flotaban en las aguas. Toda la basura de una ciudad licenciosa flotaba en la corriente, y cuando salían del agua tenían la ropa manchada con esa fetidez, y así olían al sumarse a la fiesta, y dentro del edificio todos estaban cubiertos con la viscosidad del río, y el tufo era nauseabundo. Y al mirar el edificio uno comprendía que nadie disfrutaba de la compañía de los demás, a causa de la roña y la hediondez. Se unían breves instantes, pero la fetidez de la ropa de los demás los ahuyentaba. Y sin embargo nadie parecía advertirlo. Todos ansiaban cruzar el río para participar en la fiesta, temiendo que los rechazaran si no llegaban cuanto antes.

Volemak se irguió, se recostó en la roca donde estaba sentado.

—Eso fue todo. Salvo que aun al final, yo buscaba a Elemak y Mebbekew, esperando que se reunieran conmigo frente al árbol. Porque todavía tenía ese fruto en la mano, su sabor en la boca. Y todavía era deliciosa y perfecta, y no se disipaba; cada bocado sabía mejor que el anterior, y yo quería que toda mi familia, todos mis amigos, lo probaran. Que formaran parte de la vida de ese fruto. Y entonces supe que estaba despertando (todos saben cómo ocurre en los sueños) y pensé: Todavía puedo saborearlo. Todavía siento el fruto en las manos. Qué maravilla. Ahora podré llevárselo a Elya y Meb y ellos podrán saborearlo, porque si lo prueban se reunirán con nosotros ante el árbol. Y entonces desperté y descubrí que tenía las manos vacías, y Rasa estaba dormida, soñando sus propios sueños, de modo que ella no había probado el fruto, y Nafai e Issib aún estaban en sus tiendas, y nada de esto había sucedido.

Volemak se inclinó de nuevo hacia delante.

—Pero yo todavía podía saborearlo. Puedo saborearlo ahora. Por eso tenía que contarlo. Aunque el Alma Suprema niegue que me envió el sueño, era más real, más verdadero que cualquier sueño que yo haya tenido. Era más real que la realidad, y mientras comía el fruto yo estaba más vivo que nunca. ¿Esto significa algo para vosotros?

—Sí, Volya —dijo Rasa—. Más de lo que crees.

Hubo un murmullo general de asentimiento, y Volemak notó, mirando en torno, que la mayoría lucían pensativos, y muchos conmovidos, tal vez más contagiados por las emociones de Volemak que por la narración misma, pero al menos algo los había tocado. Volemak había hecho lo posible para compartir su experiencia con ellos.

—Esto me ha dado hambre —dijo Dol—. Tanto hablar sobre frutas y demás.

—Y esas aguas de cloaca. Qué sabroso —dijo Kokor—. ¿Qué hay de cenar?

Rieron. La solemnidad del ambiente se había disipado, pero Volemak no podía enfadarse. No podía esperar que su sueño transformara el resto de sus vidas.

Pero el sueño significa algo. Aunque no lo haya enviado el Alma Suprema, es verdadero, e importante, y jamás lo olvidaré.

Si lo olvido, me empobreceré.

Los que habían preparado la cena se levantaron para inspeccionar la comida y comenzaron a servir. Rasa fue a sentarse junto a Volemak y lo rodeó con el brazo. Volemak miró a Issib y vio que tenía lágrimas en las mejillas, y Nafai y Luet caminaban cogidos del brazo, meditabundos y enternecidos, ambos irradiando bondad. Volemak apenas conocía a la mayoría de los demás. Echó una ojeada instintivamente, buscando a Mebbekew y Elemak. Y cuando los vio se sorprendió, porque no parecían conmovidos ni encolerizados. Si Volemak hubiera puesto un nombre a lo que veía en sus rostros, lo habría llamado miedo.

¿Cómo podían oír ese sueño y tener miedo?

—Nos está preparando —susurró Mebbekew—. Ese sueño donde aparecemos separados de la familia… piensa desheredarnos.

—Oh, cállate —dijo Elemak—. Sólo nos da a entender que sabe lo que sucedió en el desierto, y no desea armar mucha alharaca por ello, pero lo sabe. Así que aquí termina todo, a menos que uno de nosotros cometa una gran estupidez.

Meb lo miró fríamente.

—Por lo que recuerdo, fuiste tú quien le apuntó a Nafai en el desierto, no yo. Así que no empecemos con acusaciones e insultos.

—Creo recordar un episodio más reciente —dijo Elemak.

—Del cual fuiste el único testigo. Ni siquiera el querido Nyef tenía la menor idea. Más aún, ni siquiera es cierto, tú inventaste todo, zopenco.

Elemak ignoró el insulto.

—Espero que yo nunca parezca tan estúpido como Padre, llorando frente a todos por causa de un sueño.

—Sí, todos son estúpidos menos Elemak —dijo Mebbekew—. Eres tan listo que te tiras pedos por los dedos.

Elemak no podía creer que Meb fuera tan infantil.

—¿Tienes doce años, Meb? ¿Todavía te causa gracia rimar pedos con dedos?

—Eso es lo más irónico, zopenco ignorante —dijo Meb con su voz más meliflua—. Eres tan listo que no captas la ironía. Con razón crees que todos los que te rodean son tontos… nunca entiendes lo que dicen, así que crees que no se hacen entender. Te contaré algo que en este campamento es un secreto a voces, Elya, mi hermano favorito. Sabrás cómo sobrevivir en el desierto, pero eso es lo único que sabes. Hasta Eiadh comenta con las demás mujeres que te corres tan pronto que no tiene tiempo de enterarse que has empezado. Ni siquiera sabes complacer a una mujer, y debo decirte, Elya, que todas son muy fáciles de complacer.

Elemak escuchó los agravios y las insinuaciones sin inmutarse. Conocía a Meb cuando estaba con ese ánimo. Cuando eran niños, Elemak lo zurraba cuando se ponía así, pero al fin comprendió que eso era precisamente lo que Mebbekew quería. Y no le importaba el dolor mientras Elemak estuviera colérico y arrebatado, sudoroso, con las manos magulladas de golpear los huesos de Mebbekew. Porque entonces Meb sabía que dominaba la situación.

Elemak, pues, no se dejó provocar. Se alejó de Meb y se unió a los que cenaban frente al fuego. Eiadh servía el guisado. No habían tenido tiempo de cocinar la liebre, así que la única carne era charqui, pero Rasa había llevado gran cantidad de especias, de modo que al menos la sopa de esa noche tendría algún sabor. Y Eiadh lucía tan encantadora llenando los cuencos que Elemak sintió deseo por ella. Sabía que Meb mentía —Eiadh no tenía quejas sobre su vida sexual— y pronto llevaría un hijo en el vientre, si ya no lo llevaba. Esa certeza era reconfortante para Elemak. Esto es lo que yo buscaba en esos viajes. Y si esto es lo que Padre quiso decir con su árbol de la vida —participar en la gran empresa del amor, el sexo, el nacimiento, la vida y la muerte— entonces Elemak sí había saboreado el fruto de ese árbol, y era delicioso, más que nada en la vida.

Si Padre pensaba que Elemak se avergonzaría de no haberse acercado al árbol en ese sueño, se sentiría defraudado, porque Elemak ya estaba ante el árbol y no necesitaba que Padre le indicara el camino.

Después de la cena, Nafai y Luet se dirigieron a la tienda del índice. Habrían ido antes de comer, tan ansiosos estaban, pero sabían que no quedaría comida para después. Tenían que comer cuando se servía la comida. Al caer la noche, entreabrieron la puerta y entraron, y descubrieron que Issib y Hushidh ya estaban allí, las manos unidas sobre el índice.

—Perdón —dijo Luet.

—Reuníos con nosotros —dijo Hushidh—. Estábamos pidiendo una explicación del sueño. Luet y Nafai rieron.

—¿A pesar de que el significado es transparente?

—Conque Padre también te contó eso —-dijo Issib—. Bien, supongo que tiene razón. Es una especie de lección moral general acerca de cuidar la familia, desdeñar la vida frívola y demás… como los libros que les dan a los niños para enseñarles a comportarse.

—Pero… —dijo Nafai.

—¿Pero por qué ahora? ¿Por qué nosotros? —dijo Issib—. Eso es lo que estamos preguntando.

—No olvides que él vio lo que vimos los demás —dijo Luet—. Lo que vio el general Moozh.

—¿A qué te refieres? —preguntó Issib.

—Issib no estaba allí —les recordó Hushidh—. Aún no le he contado… mi sueño.

—Vimos sueños —dijo Luet—. Y aunque todos nuestros sueños eran diferentes, todos tenían algo en común. Todos vimos esas criaturas velludas que volaban. Yo las consideré ángeles, aunque no son precisamente dulces. Y el Alma Suprema nos dijo que el general Moozh, padre mío y de Hushidh, también las vio. Y también nuestra madre, la mujer llamada Sed, que impidió que Hushidh se casara con el general Moozh. Y los que estaban en el suelo, también…

—Yo vi que las criaturas semejantes a ratas —intervino Hushidh— devoraban los hijos de alguien, o lo intentaban.

—Y el sueño de Padre forma parte de eso —dijo Luet—, porque aunque es diferente de los demás, también contiene ratas y ángeles. ¿Recordáis que él vio unos seres que volaban y otros que correteaban? Pero sabía que también eran personas.

—Ahora lo recuerdo —dijo Issib—. Pero no se demoró en ese detalle.

—Porque no comprendió que ahí estaba la señal —dijo Luet.

—¿De qué?

—De que el sueño no era enviado por el Alma Suprema —dijo Luet.

—Pero Padre ya ha dicho eso —dijo Issib—. El Alma Suprema se lo contó.

—Ah, ¿pero de dónde vino? —preguntó Nafai—. ¿El Alma Suprema le contó eso?

—El Guardián de la Tierra —dijo Luet.

—¿Quién es ése? —preguntó Issib.

—Es aquél que el Alma Suprema desea que veamos en la Tierra —dijo Luet—. Es aquél que todos iremos a ver. ¿No entiendes? El Guardián de la Tierra nos llama en nuestros sueños, uno por uno, diciéndonos cosas. Y lo que sucedió en el sueño de Padre es importante porque es un mensaje del Guardián. Si pudiéramos descifrarlo y entenderlo…

—Pero algo que viniera de la Tierra… tendría que viajar a mayor velocidad que la luz —dijo Issib—. Eso es absolutamente imposible.

—O bien envió esos sueños hace cien años, a la velocidad de la luz —dijo Nafai.

—¿Envió sueños a gente que ni siquiera había nacido? —dijo Luet—. Creí que habías abandonado esa idea.

—Todavía creo que esos sueños están… como en el aire —dijo Nafai—. Y quien está durmiendo recibe los sueños cuando llegan.

—Imposible —dijo Hushidh—. Mi sueño era demasiado específico.

—Tal vez introdujiste en tu propio sueño el material que envió el Guardián —dijo Nafai—. Es posible.

—De ninguna manera —dijo Hushidh—. Mi sueño era de una sola pieza. Si algo era enviado por el Guardián de la Tierra, todo lo era. Y el Guardián me conocía. ¿Entiendes lo que eso significa? El Guardián me conocía, y conocía… todo.

El grupo calló un instante.

—Tal vez el Guardián sólo envía estos sueños a la gente cuyo retorno desea —dijo Issib.

—Espero que te equivoques —dijo Nafai—. Porque aún no he tenido un sueño de ese tipo. No he visto ratas ni ángeles.

—Yo tampoco —dijo Issib—. Pensaba que quizá…

—Pero tú estabas en mi sueño —dijo Hushidh—, y si el Guardián me llama a mí, también te quiere a ti.

—Y ambos estábamos en el sueño de Padre —dijo Nafai—. Y por eso debemos averiguar qué significa. Obviamente es algo más que una lección moral. De hecho, si eso se proponía lo hizo bastante mal, pues a Elemak y Mebbekew les disgustó que Padre destacara que en el sueño se negaban a acercarse al árbol.

—Pues uníos a nosotros —dijo Issib—. Tocad el índice y preguntad.

El brazo más largo de la silla de Issib sostuvo el índice para que él pudiera apoyar la mano; los demás se aproximaron y lo tocaron también. Lo tocaron y lo interrogaron, preguntando una y otra vez en silencio, con la mente.

—No —dijo Issib—, no pasa nada. No funciona de este modo, tenemos que ser claros.

—Entonces habla en nuestro nombre —dijo Hushidh—. Haz la pregunta en nombre de todos.

Con las manos de todos en el índice, Issib dio voz a sus preguntas. Preguntó, y esperaron. Preguntó de nuevo. Esperaron de nuevo. Nada.

—Vamos —dijo Nafai—. Hemos hecho todo lo que pediste. Aunque sólo sepas que sientes tanta confusión como nosotros, al menos dinos eso.

La voz del índice respondió de inmediato.

—Siento tanta confusión como vosotros.

—¿Y por qué no lo dijiste desde un principio? —preguntó Issib, irritado.

—Porque no preguntaste qué pensaba yo de ello, sino qué significaba. Yo trataba de descifrarlo, pero no puedo.

—Es decir que aún no has podido —dijo Nafai.

—Quiero decir que no puedo —dijo el índice—. No tengo suficiente información. No tengo intuición, como los humanos. Mi mente es simple y directa. No me pidáis más de lo que soy capaz. Conozco todo lo que puede conocerse mediante la observación, pero no puedo adivinar lo que intenta hacer el Guardián de la Tierra, y me agotáis con la exigencia de que lo intente.

—De acuerdo —dijo Luet—. Lo lamentamos. Pero si te enteras de algo…

—Os lo diré si considero que es apropiado que lo sepáis.

—Dínoslo aunque no lo consideres apropiado —exigió Issib.

Pero el índice no volvió a hablar.

—¡Tratar con el Alma Suprema puede ser exasperante! —dijo Nafai.

—Habla de ella con respeto —dijo Hushidh—, y tal vez colabore más contigo.

—Si le muestras demasiado respeto, ese ordenador empieza a creerse que es un dios —dijo Issib—. Entonces se pone realmente difícil.

—Ven a la cama —le dijo Luet a Nafai—. Hablaremos de esto mañana, pero esta noche necesitamos dormir.

No tuvo que esforzarse mucho para convencer a Nafai de que la siguiera a la tienda, dejando solos a Hushidh e Issib.

Ambos permanecieron un rato en silencio. Issib sentía la incomodidad como si fuera humo en el aire; le dificultaba la respiración. El sueño de Padre los había reunido allí para hablar con el Alma Suprema por medio del índice. Era fácil mostrarle a Hushidh con cuánta soltura manejaba el índice; se tenía confianza en esa tarea, aunque el Alma Suprema sintiera confusión y no pudiera dar una buena respuesta.

Pero ahora el índice no se interponía; permanecía callado en su caja, donde Nafai lo había puesto, y sólo quedaban Hushidh e Issib; se suponía que debían casarse, pero Issib no sabía qué decir.

—Soñé contigo —dijo Hushidh.

¡Ah! ¡Ella había hablado primero! De inmediato, la urgente necesidad de hablar puso palabras en labios de Issib.

—¿Y despertaste gritando?

Era estúpido decir eso, pero ya lo había dicho, y ella… sí, sonreía. Sabía que era una broma, así que Issib no tuvo que avergonzarse.

—Soñé que volabas —dijo ella.

—Lo hago a menudo —dijo Issib—. Pero sólo en los sueños de los demás. Espero que no te importe.

Hushidh se echó a reír.

Él tendría que haber dicho algo más, algo serio, porque sabía que ella estaba haciendo el trabajo más difícil: ella decía cosas serias, y él las desechaba con bromas. Eso servía para que ambos se sintieran cómodos, pero también los desviaba de las cosas difíciles que ella intentaba decir. Issib sabía que debía ayudarla a decirlas, pero no podía pensar en ellas, no ahora, sentado con ella en esa tienda, a solas. Tenía miedo, pues Hushidh necesitaba un esposo, y ese esposo era él, pero no sabía hablarle como esposo. Podía hablar, por cierto, y sabía que Hushidh era bastante locuaz cuando estaba con gente conocida. La había oído hablar apasionadamente en clase, y también en conversaciones privadas. Tal vez pudieran hablar, pero para hablar no necesitaban casarse. ¿Qué clase de padre seré? ¡Ven aquí al instante, hijo, o te aplastaré con mi silla!

Por no mencionar la cuestión de cómo llegaría a ser padre, en primer lugar. Oh, había reflexionado sobre la mecánica del asunto, pero no podía imaginar a ninguna mujer que deseara prestarse a ello. Esa era la difícil pregunta que no se animaba a hacer. Aquí tenemos el libreto que nos indica cómo hacer hijos. ¿Te interesa el papel estelar? El único inconveniente es que tendrás que hacerlo todo, mientras yo me acuesto de espaldas y no te brindo ningún placer, y luego tendrás los hijos mientras yo no te doy la menor ayuda, y al final, en la vejez, tendrás que atenderme hasta que muera. Claro que ya no te molestaré demasiado, porque me habrás atendido siempre, pues en cuanto tenga esposa todos pensarán que ya no deben cuidarme, así que serás tú quien deba prestarme servicios personales que te repugnarán, y luego deberás resignarte a recibir mi simiente y darme hijos, y no tengo palabras para persuadirte de hacer semejante cosa.

Hushidh lo miraba fijamente en el silencio.

—Estás respirando con dificultad —dijo.

—¿De veras? —preguntó él.

—¿Es pasión, o es porque estás tan asustado como yo? —preguntó ella. Sí. Más asustado.

—Pasión —dijo Issib.

No había mucha luz dentro de la tienda, pero tampoco estaba muy oscuro. Notó que ella tomaba una decisión, se metía las manos bajo la blusa y hacía algunos movimientos; cuando Hushidh sacó las manos, Issib vio que los pechos se movían libremente bajo la tela. Y ante eso, Issib se asustó más que nunca, pero también sintió un aguijonazo de deseo, porque ninguna mujer había hecho semejante cosa frente a él, y mucho menos para él, para que él lo viera. Pero tal vez ahora debiera hacer algo, y no sabía qué.

—No tengo mucha experiencia en estas cosas —dijo Hushidh.

¿Qué cosas?, quiso preguntar Issib, pero decidió no nacerlo, pues entendía muy bien a qué se refería y no era momento para bromas.

—Pero creo que deberíamos hacer un experimento —continuó ella—. Antes de tomar una decisión. Para ver si puedes sentir atracción por mí.

—Puedo —dijo él.

—Y ver si puedes darme algo —dijo ella—. Será mejor si ambos podemos disfrutarlo, ¿no crees?

Sus palabras eran muy directas, pero Issib notó, por el temblor de la voz, que las cosas no eran tan sencillas para ella. Y por primera vez pensó que tal vez Hushidh no se considerase una mujer bella. No era alguien que provocara comentarios picarescos entre los jóvenes de la escuela; ahora Issib comprendía que Hushidh podía ser muy consciente de ello, y tal vez temiera que Issib no la deseara, así como él temía no complacerla. Eso los ponía casi en pie de igualdad. Y en vez de preocuparse por el temor de causarle repugnancia, él debía preocuparse por satisfacerla.

Hushidh se le acercó.

—Le pregunté a mi hermana Luet —dijo— las cosas que los hombres hacen por las mujeres, y que ella creía que tú podrías hacer por mí. —Apoyó las manos en los brazos de la silla. Bajó la mano derecha y se la apoyó en la pierna. Su pierna flaca, esmirriada; Issib se preguntó qué sentiría ella al tocar ese muslo sin músculos. Ella se le acercó más y él notó que la tela de la blusa ahora le rozaba la mano—. Ella me dijo que podías abotonar.

—Sí —dijo Issib. Era difícil, pero había aprendido a abotonar prendas que se cerraran de esa manera.

—Y sospeché que entonces sabrías desabotonar. Sólo entonces Issib comprendió que era una invitación.

—Un experimento —dijo.

—Un examen parcial —dijo ella—, sobre el tema de desabotonar y abrir, con alguna pregunta especial después.

El alzó la mano con fuerza, cogió el botón superior de la blusa.

El ángulo era desfavorable para su mano.

—El ángulo es desfavorable, ¿verdad? —dijo Hushidh, y pasó la mano derecha al otro muslo, subiéndola cada vez más, y se inclinó frente a él. Ahora Issib podía usar ambas manos, y desabotonar era relativamente fácil, aunque nunca había desabotonado prendas ajenas. Pensó que sería una habilidad útil con niños que aún no hubieran aprendido a vestirse.

—Quizá seas más rápido con el próximo —dijo ella.

Así fue. Y ahora, mientras desabotonaba, sus manos rozaban los senos de Hushidh. Día y noche había soñado con tocar los senos de una mujer, pero siempre había creído que nunca pasaría de ser un sueño. Y ahora, a medida que desabotonaba la blusa, Hushidh se levantaba para que el siguiente botón estuviera a su alcance, y así le acercaba los pechos al rostro, hasta que al fin, con sólo mover la cabeza, él podía besarle la piel.

Liberó el último botón, y ahora los dos lados de la blusa ondeaban libremente. No puedo, no puedo, se dijo Issib, pero lo hizo, movió la cabeza y la besó. La piel estaba un poco sudada, pero era suave y sedosa, no como sus propias manos, que sin embargo eran lisas, ni como la tersa mejilla de su madre, que él había besado a menudo; sus labios nunca habían rozado una piel semejante, y la besó de nuevo.

—Tienes una nota regular por desabotonar y abrir —dijo Hushidh—, pero tu trabajo especial parece muy promisorio. No siempre tienes que ser tan tierno.

—En realidad, soy tan rudo, brutal y viril como puedo —dijo él.

—Entonces está bien. No puedes equivocarte. Mientras yo sepa que lo haces porque quieres.

—Quiero —dijo Issib. Y luego, comprendiendo que ella necesitaba oírlo, añadió—: Quiero, y mucho. Eres tan… perfecta.

Ella frunció la cara.

—Como me imaginaba —dijo Issib—. Como un sueño.

Ella movió la mano, y lo palpó para ver cómo reaccionaba él, y aunque Issib deseaba esconderse, alejarse, por una vez se alegró de que su cuerpo no le permitiera apartarse tan rápidamente, porque ella también necesitaba saber si él estaba excitado.

—Creo que el experimento fue un éxito, ¿verdad? —dijo Hushidh.

—Sí —dijo Issib—. ¿Eso significa que deseas parar ahora?

—No. Pero alguien podría entrar en esta tienda en cualquier momento. —Hushidh se apartó y se abotonó la blusa. Respiraba entrecortadamente. Issib podía oírla a pesar de su propia respiración.

—Fue mucho ejercicio, para mí —dijo él.

—Espero agotarte.

—No puedes, a menos que te cases conmigo —dijo Issib.

—Creí que nunca me lo pedirías.

—¿Te casarás conmigo?

—¿Puedes esperar hasta mañana?

—No, no creo.

—Entonces iré a buscar a tus padres.

Ya se había abotonado la blusa. Se levantó y salió de la tienda. Sólo entonces Issib notó que la prenda que le sujetaba los senos estaba sobre la alfombra, una pequeña pila blanca. Llevó la mano derecha al control y ordenó al brazo largo de la silla que recogiera esa prenda y se la diera. Examinó la prenda, y le pareció bastante ingeniosa, pero al mismo tiempo lamentó que esa tela elastizada apretara los senos femeninos contra el cuerpo. Tal vez las mujeres sólo usaran esas cosas para andar en camello. Sería lamentable que sus senos estuvieran encerrados así continuamente. Especialmente para él, pues le agradaba mucho el contoneo del cuerpo de Hushidh bajo la blusa cuando se había quitado esa cosa.

Ordenó a la silla que guardara la prenda en un compartimiento; la silla obedeció. Y justo a tiempo, pues Hushidh regresaba con Padre y Madre.

—No puedo quejarme de que sea demasiado repentino —dijo Padre—. Esperábamos esto y deseábamos que fuera cuanto antes.

—¿Queréis que reunamos a todos para la ceremonia? —preguntó Madre.

¿Para que todos se pasaran media hora aburriéndose con la ceremonia y preguntándose cómo serían las relaciones sexuales de Hushidh e Issib?

—No, gracias —dijo—. Toda la gente importante ya está aquí.

—Qué lástima —dijo Hushidh—. Pedí a Luet y Nafai que vinieran también, en cuanto hubieran notificado a Zdorab y Shedemei la nueva disposición de la tiendas.

Issib no había pensado en ello. Hushidh compartía la tienda con Shedemei, e Issib con Zdorab. Los dos quedarían obligados a estar juntos antes de estar preparados y…

—No te preocupes —dijo Padre—. Zdorab dormirá aquí, con el índice, y Shedemei se quedará donde está. Hushidh irá a tu tienda, que ya está… equipada.

Equipada con su letrina especial, las tinajas para sus baños con esponja, la cama con el colchón de burbujas de aire para que no se le ampollara el cuerpo. Y por la mañana, él debería vaciar la vejiga y las tripas. Shuya, tesoro, ¿no te importa traerme la jarra y la cacerola? Y luego límpiame, eso es.

—Y Nafai y Zdorab vendrán por la mañana, para ayudarte en tus preparativos —dijo Padre.

—Y para enseñarme —dijo Hushidh—. Eso no será una barrera entre nosotros, Issib, si has de ser mi esposo. Me niego a permitir que me moleste, y tú debes negarte a permitir que te moleste.

Es más fácil decirlo que hacerlo, pensó Issib, pero asintió, esperando que fuera verdad.

La ceremonia duró sólo unos instantes, una vez que llegaron Nafai y Luet. Nafai se puso junto a Issib y Luet junto a Hushidh, mientras Madre y Padre se turnaban para recitar las partes de la ceremonia. Era la ceremonia matrimonial de las mujeres, que era lo habitual en Basílica, y en ocasiones hubo que corregir a Padre, pero aun eso parecía formar parte del rito, que Padre repitiera las palabras que Madre acababa de decir, suavemente, para recordárselas.

Cuando terminaron, Rasa unió las manos de ambos, y Hushidh se inclinó para besarlo. Era la primera vez que sus labios se tocaban, y a Issib le sorprendió. También»le agradó mucho, y además, durante el beso ella se arrodilló junto a la silla, y al hacerlo le apretó los pechos contra el brazo, e Issib sólo deseaba que todos los dejaran a solas para continuar con el experimento.

Pasó otra media hora, con bromas de Nafai y Luet, pero al fin quedaron solos en la tienda de Issib, y continuaron el experimento. Cuando Hushidh estuvo desnuda, lo levantó de la silla. Notó que ella se sorprendía de su liviandad, aunque sin duda Nafai le había explicado que no tendría dificultad para alzarlo, a pesar de su altura. Ella lo desvistió y se le acercó, para que él pudiera darle tanto como ella le daría a él. Se sintió desbordar al verla gozar tanto, al sentir los placeres que ella le brindaba, y su cuerpo se descargó apenas ella se le montó encima. Pero estaba bien, pues ella aún lo abrazaba, se contoneaba, lo besaba, y él le besaba la mejilla, el hombro, el pecho, los brazos, cada vez que lograba acercarle los labios; y cuando podía, la estrechaba para hacerle sentir sus manos en la espalda y los muslos, manos suaves, débiles, ineptas, pero afanosas. ¿Sería suficiente para Hushidh? ¿Era algo que podía disfrutar, una y otra vez, para siempre?

En vez de seguir pensando, decidió preguntarle.

—Sí —dijo ella—. ¿Entonces has terminado?

—La primera vez, al menos. Espero que no te haya dolido mucho.

—Un poco. Luet me dijo que no esperase que la primera vez fuera arrasadora.

—Y supongo que no te sientes arrasada.

—Arrasada no, pero bastante sacudida. Yo diría que en mi noche de bodas tuve un buen sacudón, y no veo el momento de que llegue el próximo, para ver si mejora.

—¿Qué te parece a primera hora de la mañana?

—Tal vez. Pero no te sorprendas si te despiertas y descubres que abusan de ti en medio de la noche.

—¿Estás fingiendo, o lo dices de veras? —preguntó Issib.

—¿Tú estás fingiendo? —preguntó Hushidh.

—No. Es la noche más maravillosa de mi vida. Sobre todo porque… Ella aguardó.

—Porque creía que nunca sucedería.

—Pero sucedió.

—Ya he respondido —dijo él—. Ahora tú.

—Pensé que tendría que fingir, y habría fingido de ser necesario, porque sé que nuestro matrimonio puede funcionar a la larga… lo sé porque te vi en el sueño del Guardián de la Tierra. Si hubiera tenido que fingir para que anduviera bien al principio, lo habría hecho.

—Ah.

—Pero no tuve que fingir. Te demostré mis verdaderos sentimientos. No fue tan placentero como llegará a ser, pero fue agradable. Tú fuiste bueno conmigo. Muy tierno. Muy amable. Muy…

—¿Cariñoso?

—¿Eso querías?

—Sí —dijo él—. Eso ante todo.

—Ah —dijo ella.

Pero al cabo Issib comprendió que ella no había dicho ah, sino que había suspirado involuntariamente, y la vio llorar en la penumbra, y pensó que él había dicho las palabras adecuadas, y también ella…

Y mientras se dormía junto a Hushidh, apoyándole el brazo, pensó: He saboreado el fruto del sueño de Padre. No cuando hacíamos el amor, ni cuando mi cuerpo por primera vez arrojó su simiente en el cuerpo de una mujer, sino cuando le permití ver mis temores, y mi gratitud, y mi amor, y ella me permitió ver los suyos. Entonces ambos alzamos los brazos y saboreamos el primer bocado de ese fruto, y ahora conozco el secreto del sueño de Padre, la cosa que ni siquiera él entendió: que nunca puedes saborear el fruto si lo arrancas solo. Lo saboreas cuando lo arrancas del árbol para otra persona, tal como cuando Shuya me dio el fruto a mí, y tal como cuando yo, que nunca lo creí posible, lo arranqué y se lo di a probar.

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