Nafai montaba guardia como de costumbre, conversando con el Alma Suprema.
Ahora era más fácil que al principio, cuando él e Issib prácticamente le habían obligado a hablarles. Ahora podía articular pensamientos con la mente, como si los pronunciara en voz alta, y luego, sin esfuerzo, sentir las respuestas del Alma Suprema. Le llegaban como si fueran sus propios pensamientos, de modo que a veces le costaba distinguir entre las ideas del Alma Suprema y las propias; por cierto, a menudo repetía sus preguntas, y el Alma Suprema, como era un ordenador y por tanto nunca sentía prisa, repetía las respuestas todas las veces que él deseara.
Esa noche, como estaba de guardia, primero preguntó al Alma Suprema si había algún peligro en las cercanías.
(Un coyote, siguiendo el rastro de una liebre.)
No, quise decir peligro para nosotros, dijo Nafai en silencio.
(Los mismos bandidos que te mencioné antes. Pero oyen ruidos en la noche, y tiemblan escondidos en una cueva.)
Disfrutas haciéndoles esto, ¿verdad?, preguntó Nafai.
(No, pero percibo tu deleite. Esto es lo que vosotros llamáis un juego, ¿verdad?)
Se parece más a lo que llamamos una jugarreta. O una broma.
(Y a ti te encanta ser el único que está enterado de lo que hago.)
Luet lo sabe.
(Por cierto.)
¿Algún otro peligro?
(Elemak trama tu muerte.)
¿Qué, una puñalada por la espalda?
(Se siente muy confiado. Cree que puede hacerlo de una forma abierta, con el consentimiento de todos. Incluso de tu madre.)
¿Y cómo lo hará? ¿Despacharme con su pulsador y fingir que fue un accidente? ¿Asustará a mi camello para hacerme desbarrancar?
(Su plan es más sutil. Se relaciona con las leyes matrimoniales. Hoy Rasa y Shedemei comprendieron que los matrimonios deben ser permanentes, y Rasa acaba de persuadir a Elemak.)
Bien. Eso funcionará mejor que si Luet y yo hubiéramos propuesto la idea.
(Pero fuisteis Luet y tú quienes la propusieron.)
Pero sólo nosotros y tú lo sabemos, y nadie más lo sospechará. Ellos verán que la ley es sensata. Y además, yo tenía que hacer algo para impedir que Eiadh tratara de enredarse conmigo. Me repugna que sólo me haya encontrado interesante una vez que maté a Gaballufix y me negué a ser el títere de Moozh. Creo que yo era mejor persona antes… antes que comenzara todo esto.
(Entonces eras un niño.)
Todavía soy un niño.
(Lo sé. Es uno de nuestros problemas. Peor aún, eres un niño que no es muy hábil para el engaño, Nafai.)
Ésa es tu especialidad, gracias.
(No puedes guiar a estas personas confiando en que yo plante tus ideas en sus mentes. En la travesía de Armonía a la Tierra no tendré el mismo poder que tengo aquí para llegar a sus mentes. Tendrás que aprender a hablar con ellos directamente. Enseñarles a acatar tus decisiones.)
Elya y Meb nunca acatarán mis decisiones.
(Entonces serán prescindibles.)
¿Como Gaballufix? Nunca más haré eso, Alma Suprema, te lo aseguro. Una vez maté por ti, pero nunca más, ni siquiera me hagas pensar en ello.
(Te oigo. Te comprendo.)
No, no comprendes. Nunca sentiste la sangre en tus manos. Nunca sentiste la espada empapándose de sangre, el desgarrón del cartílago entre las vértebras. No oíste sus últimos resuellos en el agujero sangrante de su garganta.
(Vi por tus ojos, sentí por tus brazos, oí por tus oídos.)
Nunca sentiste… esa terrible sensación de fatalidad. La sensación de que no hay vuelta atrás. De que él se ha ido y, aunque haya sido un hombre ruin, yo no tenía derecho a degollarlo de esa manera…
(Tenías el derecho porque yo te lo di, y yo tenía el derecho porque la humanidad me construyó para proteger a toda la especie, y la muerte de ese hombre era necesaria para la preservación de la humanidad en este mundo.)
Sí, lo sé, me lo has dicho una y otra vez.
(Una y otra vez rechazas la verdad e insistes en revolearte en esta insensata orgía de culpabilidad.)
Maté a un hombre ebrio e indefenso. No hubo gloria en ese acto. No hubo decencia. No hubo inteligencia ni sabiduría. No fui un buen hombre cuando lo cometí.
(Tú eras mis manos, Nafai. Hiciste lo que yo necesitaba que hicieras.)
Las manos eran mías, Alma Suprema. Pude haber dicho que no. Tal como digo que no ahora, cuando insinúas que mate a Elemak y Meb. No sucederá. No tomaré más vidas en tu nombre.
(Lo tendré en cuenta cuando trace planes para el futuro. Pero puedes cimentar tu liderazgo. Debes hacerlo. Tu padre está viejo y cansado, y confía demasiado en Elemak. Cederá con frecuencia ante tu hermano, una y otra vez se someterá a él, hasta que no le quede voluntad.)
¿Entonces es mejor que se someta a mí?
(Tú no le impondrás sumisión. Tú siempre has mandado por su intermedio, con gran respeto hacia él. Si tú mandas, tu padre conservará el orgullo y el poder, ya te lo he dicho. Ahora ten la hombría de ocupar tu lugar.)
Todavía no. Este no es momento para desafiar a Elemak. Lo necesitamos para que nos guíe en el desierto.
(Y yo te digo que él no tiene tantos escrúpulos. En este preciso instante, mientras hace el amor con Eiadh, te imagina amarrado y abandonado en el desierto, donde pronto descubrirás, Nafai, que puedo influir sobre los bandidos pero no puedo hacer nada con las bestias y aves de presa, los insectos que consideran que cualquier cosa que camina, vuela o repta es su próxima comida. Ellos no me escuchan, simplemente cumplen el mandato de sus genes, y perecerás. ¿Y qué haré entonces sin ti?)
¿Él piensa actuar ahora, antes que lleguemos al campamento de Padre?
(Al fin me escuchas.)
¿Cuál es su plan, pues?
(No sé. Nunca lo piensa en forma directa. Estoy investigando, pero es difícil. No puedo escarbar en los recuerdos de un ser humano. Él teme tanto su malvado corazón que no se atreve a pensar su plan abiertamente.)
Tal vez cuando no lo distraiga el amor.
(¿Distraer? Incluso hace esto pensando en ti. Cree que aún deseas a Eiadh, así que espera que repares en el movimiento de la tienda, en los gemidos de ella.)
Sólo me hace desear que termine mi guardia, para regresar a Luet.
(Él no puede concebir que otro hombre no desee a la mujer que él desea.)
Yo la deseaba. Pensaba que Eiadh era lo que necesitaba y anhelaba. Pero entonces no entendía nada. Luet cree que ya está encinta. Luet y yo podemos hablar sobre todo. Hace apenas unos días que estamos casados, pero ella comprende mi corazón mejor que tú, y yo puedo expresar sus pensamientos casi antes que ella los tenga. ¿Elemak se cree que yo puedo desear a una mera mujer, cuando Luet es mi esposa?
(Elemak sabe que Eiadh se siente atraída por ti. Recuerda que una vez ella te atraía. También sabe que te he escogido para mandar. Está enfermo de envidia. Anhela tu muerte. Lo consume tanto que aun este acto de amor con Eiadh es como un homicidio en su corazón.)
¿No comprendes que esto es lo más terrible? Si algo deseo en la vida, es que Elemak me ame y respete. ¿Qué hice para que me deteste así?
(Te negaste a cederle tu voluntad.)
El amor y el respeto no tienen nada que ver con ejercer control sobre los demás.
(Si Elemak no puede controlarte, o bien no existes o bien eres su enemigo. Durante muchos años tú no exististe. Luego reparó en ti, y no eres tan fácil de intimidar ni manipular como Mebbekew, así que te convertiste en su rival.)
¿De veras es tan simple?
(Eliminé las partes complicadas.)
Su tienda está quieta. ¿Esto significa que saldrá pronto ?
(Se está vistiendo. Está pensando en ti. También Eiadh.)
Al menos ella no quiere matarme.
(Si ella obtuviera lo que desea, el final sería el mismo. Tú morirías.)
No digas a Luet que Elemak planea matarme.
(Le diré todo a Luet, tal como a ti. No miento a los humanos que sirven a mi causa.)
Mientes cuando lo consideras necesario. Y en todo caso no quiero que le mientas… pero no quiero que se preocupe.
(Yo sí quiero que se preocupe, ya que tú te niegas a hacerlo. A veces creo que deseas morir.)
No te aflijas por eso. Me gusta estar vivo y me propongo seguir así.
(A veces creo que ansias la muerte, pues crees que mereces morir por haber matado a Gaballufix.)
Aquí viene Elemak.
(Fíjate cómo desea que huelas sus manos.)
A Nafai le disgustó que el Alma Suprema le llamará la atención sobre ese detalle, pues de lo contrario no lo habría notado. Aunque tal vez sí, porque Elemak se preocupó por apoyarle ambas manos en los hombros, e incluso por rozarle las mejillas con los dedos.
—Conque no te has dormido —dijo—. Tal vez sirvas para algo en el desierto, a fin de cuentas.
—No me dejaste vigilar tanto tiempo —respondió Nafai.
El olor a mujer era evidente. Era repulsivo que Elemak utilizara su intimidad con su propia esposa de esa manera. Era como si Eiadh no significara nada para él. Una herramienta. No una esposa, sólo un objeto de su pertenencia.
Pero si el Alma Suprema estaba en lo cierto, así era como Elemak experimentaba el amor, como propiedad.
—¿Viste algo? —preguntó Elemak.
—Oscuridad —dijo Nafai. No le mencionó los bandidos que estaban a pocos cientos de metros de distancia. Primero, se enfurecería al saber que Nafai recibía información del Alma Suprema. Segundo, se sentiría humillado por haber escogido un sitio donde los bandidos podían ocultarse a tan poca distancia. Tal vez se empeñara en buscarlos, lo cual significaría batalla y derramamiento de sangre, o despertaría a todos para seguir viaje, lo cual no tendría sentido, pues al Alma Suprema no le costaba nada controlar a ese cobarde grupo de ladronzuelos.
—Si alguna vez miraras para arriba, notarías que hay estrellas —dijo Elemak.
Elemak lo estaba provocando, y Nafai sabía que lo más conveniente era ignorarlo, pero ya estaba lleno de furia, sabiendo que Elemak tramaba matarlo y sin embargo aún fingía ser su hermano, y sabiendo que Elemak acababa de hacer el amor con su esposa para que Nafai sintiera celos. Nafai no pudo contenerse. Alzó una mano.
—Y aquella estrella es Sol, el sol. Apenas visible, pero puedes encontrarla si sabes dónde mirar. Hacia allá nos dirigimos.
—¿De veras? —preguntó Elemak.
—Es la única razón por la cual el Alma Suprema nos sacó de Basílica —dijo Nafai.
—Tal vez el Alma Suprema no se salga con la suya. Es sólo un ordenador, a fin de cuentas… tú mismo lo has dicho.
Nafai quiso replicar que si el Alma Suprema era «sólo» un ordenador, Elemak era sólo un mandril lampiño. Seis meses atrás Nafai lo habría dicho, y Elemak lo habría arrojado contra una pared o lo habría tumbado de un puñetazo. Pero Nafai había aprendido algo desde entonces, así que contuvo la lengua.
Luet lo aguardaba en la tienda. Tal vez se hubiera adormilado, pues había trabajado duramente desde que habían instalado el campamento, y a diferencia de las perezosas ella madrugaría por la mañana. Pero Luet lo saludó en silencio, con los ojos abiertos y una sonrisa que disolvió el frío que Elemak le había puesto en el corazón.
Nafai se apresuró a desvestirse y luego la estrechó bajo las mantas.
—Estás tibia —dijo.
—Creo que la palabra técnica es cachonda —respondió ella.
—Elemak planea matarme —susurró Nafai.
—Ojalá el Alma Suprema lo detuviera —susurró ella.
—Creo que no puede. Creo que la voluntad de Elemak es demasiado fuerte para que el Alma Suprema le haga cambiar de parecer una vez que ha tomado una decisión. —No le dijo que el Alma Suprema había insinuado que Nafai quizá tuviera que matar a su hermano. Como Nafai no tenía intenciones de hacerlo, no había motivo para meter esas ideas en la cabeza de Luet. Además le avergonzaba mencionarlo, temiendo que ella pensara que él tenía en cuenta esa posibilidad.
—Hushidh intuye que Elemak establece un vínculo más estrecho con los que desean regresar… Kokor y Sevet, Vas y Obring, Meb y Dol. Ahora están formando una especie de comunidad, separándose del resto de nosotros.
—¿Y Shedemei?
—Ella quiere regresar, pero no hay vínculo entre ella y los demás.
—Conque sólo tú, yo, Hushidh y Madre deseamos internarnos en el desierto.
—Y Eiadh. Ella quiere ir adonde tú vayas.
Ambos rieron, pero Nafai comprendió que Luet necesitaba que él le confirmara que el deseo de Eiadh no era correspondido. Se lo confirmó con creces, y luego se durmieron.
Por la mañana, con los camellos preparados, Elemak los reunió a todos.
—Un par de cosas —dijo—. Primero, Rasa y Shedemei han hecho esta propuesta, y yo estoy de acuerdo. Mientras vivamos en el desierto, no podemos permitirnos la libertad sexual que teníamos en Basílica. Sólo causaría resentimiento y deslealtad, y eso es una sentencia de muerte para una caravana. Mientras permanezcamos en el desierto (y eso incluye el campamento de Padre, y cualquier otra parte donde nuestra población consista únicamente en nosotros y los tres que nos esperan) ésta es la ley: nadie podrá dormir con nadie excepto su propio marido o mujer, y todos los matrimonios actuales serán permanentes.
Se oyeron suspiros de consternación. Luet miró en derredor y vio que los más contrariados eran los previsibles: Kokor, Obring y Mebbekew.
—No tienes derecho a tomar semejante decisión —objetó Vas—. Todos somos basilicanos, y vivimos bajo la ley basilicana.
—Cuando estamos en Basílica vivimos bajo la ley basilicana —dijo Elemak—. Pero en el desierto se vive bajo la ley del desierto, y la ley del desierto declara que la palabra del jefe de la caravana es inapelable. Escucharé sugerencias hasta tomar una decisión, pero una vez que la decisión se haya tomado toda resistencia equivaldrá a motín, ¿comprendido?
—Nadie me dice con quién debo dormir y con quién no —dijo Kokor.
Elemak se le acercó y la encaró; ella se veía frágil ante ese cuerpo alto y musculoso.
—Y yo te digo que en el desierto no toleraré que nadie se escabulla de tienda en tienda. Eso conduciría al homicidio, y en vez de permitirte que improvises las muertes, te lo diré sin rodeos: si alguien es sorprendido en una situación que aparente un enredo sexual con alguien con quien no está casado, yo me encargaré personalmente de matar a la mujer en el acto.
—¡La mujer! —exclamó Kokor.
—Necesitamos hombres que ayuden a cargar los camellos —dijo Elemak—. Además, la idea no debería sorprenderte, Koya, pues tú tomaste la misma decisión la última vez que decidiste que alguien debía morir por el delito de adulterio.
Luet notó que Kokor y su hermana Sevet se tocaban el cuello, pues Kokor había golpeado a Sevet en la garganta; no había logrado matarla, pero la había dejado sin voz. El esposo de Kokor, Obring, que también retozaba alegremente cuando Kokor los sorprendió a ambos, estaba ileso. La observación de Elemak era insidiosa pero atinada, pues silenció por completo toda oposición a la nueva ley por parte de tres de las cuatro personas más propensas a resistirse. Kokor, Sevet y Obring ya no tenían nada que decir.
—No tienes derecho a tomar esa decisión —dijo Mebbekew. Él era el cuarto, por cierto, pero Luet sabía que Elemak no tardaría en ponerlo en cintura. Nunca le costaba dominar a Meb.
—No sólo tengo el derecho —declaró Elemak—, sino el deber. Es una ley necesaria para la supervivencia de nuestro pequeño grupo en el desierto, y será obedecida o impondré la única pena que puedo imponer aquí, a tantos kilómetros de la civilización. Si no entiendes esta idea, sin duda la dama Rasa podrá explicártela.
Se volvió hacia Rasa, exigiéndole en silencio que lo respaldara. Ella no lo defraudó.
—Me pasé toda la noche tratando de pensar otro modo de manejar esta situación —dijo—, pero no podemos vivir sin esta ley, y como dice Elya, en el desierto la única pena que tiene sentido es… la que él dijo. ¡Pero no una muerte directa! —añadió, con evidente disgusto—. Sólo amarraremos a la persona y la abandonaremos.
—¿Sólo? —dijo Elemak desdeñosamente—. Es sin duda la muerte más cruel.
—La deja en manos del Alma Suprema —dijo Rasa—. Con la posibilidad de rescate.
—Reza para que no sea así —dijo Elemak—. Los animales son más benignos que los salvadores que pueda encontrar aquí.
—El infractor debe ser atado y abandonado, no ejecutado —insistió Rasa.
Luet reflexionó: Teme que una hija suya sea la primera en desobedecer. En cuanto a la regla de Elemak, según la cual la muerte de la mujer contendría a los hombres, interpretaba las cosas al revés. Pocos hombres piensan en las consecuencias cuando los urge el deseo, pero una mujer puede postergar su deseo si el hombre que ama corre peligro.
—Como la dama desee —dijo Elemak—. La ley del desierto deja las opciones al jefe de la caravana. Normalmente yo escogería una muerte rápida y limpia con un disparo de pulsador, pero esperemos que no sea necesario tener que tomar esa decisión. —Miró al grupo, girando para incluir en su mirada a los que estaban a sus espaldas—. No pido vuestro consentimiento en esto. Sólo os digo que así serán las cosas. Ahora levantad la mano si entendéis la ley bajo la cual viviremos.
Todos alzaron la mano, aunque algunos no ocultaban su furia.
No, no todos.
—Meb —dijo Elemak—, alza la mano. Estás avergonzando a tu querida esposa Dol. Sin duda ella se pregunta quién es la mujer cuyo amor consideras tan deseable como para causar la muerte segura de una dama de virtud dudosa en tu afán de obtenerlo.
Meb alzó la mano.
—Así me gusta —dijo Elemak—. Pasemos ahora al otro asunto. Debemos tomar una decisión.
El sol aún no había despuntado, así que aún hacía mucho frío, sobre todo para los que habían colaborado poco en la tarea de sujetar las tiendas y cargas los camellos. Tal vez era el frío lo que hacía temblar la voz de Mebbekew cuando dijo:
—Creí que ahora tú tomabas todas las decisiones.
—Tomo todas las decisiones que conciernen a nuestra supervivencia y nuestra travesía —dijo Elemak—. Pero no me considero un tirano. Las decisiones que no conciernen a la supervivencia incumben a todo el grupo. No podemos sobrevivir a menos que permanezcamos unidos, así que no toleraré divisiones entre nosotros. Al mismo tiempo, no recuerdo que alguien haya decidido hacia dónde nos dirigíamos.
—Regresamos adonde Padre e Issib —dijo Nafai de inmediato—. Sabes que ellos esperan nuestro regreso.
—Ellos tienen agua en abundancia mientras se queden donde están. Necesitan que alguien vaya a buscarlos dentro de los próximos meses… Llegado el caso, tienen provisiones para años —dijo Elemak—. No transformemos esto en una cuestión de vida o muerte a menos que sea necesario. Si la mayoría desea continuar hasta reunirse con Volemak en el desierto, de acuerdo. Allí iremos todos.
—No podemos regresar a Basílica —dijo Luet—. Mi padre lo aclaró muy bien.
Su padre era Moozh, el gran general de los gorayni, aunque ella sólo se había enterado unos días atrás. Pero al recordar a los demás ese lazo familiar, esperaba infundir mayor peso a sus palabras.
Luet no era muy elocuente; siempre se había limitado a decir la verdad, y como las mujeres de Basílica sabían que era vidente, tomaban sus palabras en serio. Hablar ante un grupo que incluía hombres era algo nuevo. Pero Luet sabía que el prestigio familiar era un modo de salirse con la suya en Basílica, así que se valió de ese recurso.
—Sí —dijo Kokor—, tu tierno y amante padre, que trató de casarse con su propia hija y nos expulsó de la ciudad cuando no pudo.
—No fue así como sucedió —dijo Luet. Hushidh le tocó la mano para silenciarla.
—No lo intentes —susurró—. Kokor es mejor que tú en esto.
Nadie más oyó las palabras de Hushidh, pero cuando Luet guardó silencio todos entendieron qué le había dicho, y Kokor rió con sorna.
—Luet tiene razón. No podemos regresar a Basílica —dijo Elemak—. Al menos, no de inmediato… creo que ése fue el mensaje que quiso darnos cuando envió una escolta de soldados para asegurarse de que saliéramos de la ciudad sin peligro.
—Estoy harto de oír que ninguno de nosotros puede regresar a Basílica —intervino Mebbekew—, cuando sólo se trata de aquellos que avergonzaron a Moozh frente a todo el mundo. —Señalaba a Hushidh, Luet y Nafai.
—Cállate, Meb —dijo Elemak con afable desdén—. No quiero prolongar esta charla hasta que salga el sol. Estamos precisamente en la clase de comarca donde a los bandidos les gusta atrincherarse, y si hay algún escondrijo en una caverna cercana, seguramente nos atacarán cuando sea de día.
Luet se preguntó si Elemak había captado alguna información sobre los bandidos que el Alma Suprema estaba controlando. Tal vez Elemak sabía muy bien que esos hombres sólo eran valientes a la luz del sol, y se ocultaban durante la noche. Además, era posible que Elemak estuviera recibiendo los mensajes del Alma Suprema en forma subliminal, sin comprender de dónde procedían las ideas y pensamientos. A fin de cuentas, Elemak era un producto del programa secreto de crianza del Alma Suprema, tanto como los demás, y poco tiempo atrás había recibido un sueño. Si Elemak admitiera que él podía comunicarse con el Alma Suprema y siguiera sus planes de buena gana, todo se simplificaría. Dadas las circunstancias, ella y Hushidh habían pensado en planes para frustrar los propósitos de Elemak.
—Aunque no podemos regresar a Basílica de inmediato —continuó Elemak—, eso no significa que tengamos que reunimos con Padre sin dilación. Hay muchas otras ciudades que aceptarían una caravana de extranjeros, teniendo en cuenta que Shedemei tiene un valioso cargamento de embriones y semillas.
—No están en venta —dijo Shedemei. Su voz fue tan enfática, y su respuesta tan brusca, que todos supieron que no tenía la menor intención de discutir sobre ello.
—¿Ni siquiera para salvarnos la vida? —dijo dulcemente Elemak—. Pero no importa… de todos modos no me propongo venderlos. Sólo son valiosos acompañados por el conocimiento que Shedya lleva en la cabeza. Lo que importa es que nos dejarán entrar si saben que, lejos de ser un hato de vagabundos sin dinero recién expulsados de Basílica por el general Moozh de los gorayni, acompañamos a la famosa genetista Shedemei, quien muda su laboratorio de la turbulenta Basílica a una ciudad apacible que le garantice que podrá trabajar sin perturbaciones.
—Perfecto —dijo Vas—. No hay una sola Ciudad de la Planicie que nos niegue la entrada en esas condiciones.
—Más aún, nos ofrecerían dinero —dijo Obring.
—Querrás decir que me ofrecerían dinero —dijo Shedemei, aunque obviamente se sentía halagada.
No había pensado que su presencia otorgaría cierto prestigio a cualquier ciudad donde ella se instalara. Luet notó que las adulaciones de Elemak surtían efecto.
(Lo someterá a votación), dijo el Alma Suprema en la mente de Luet.
Eso resulta obvio, pensó Luet. ¿Pero cuál es su plan?
(Cuando Nafai se oponga a la decisión de regresar a la ciudad, será motín.)
Entonces no debe oponerse.
(Entonces mis planes podrían frustrarse.)
Pues controla el voto.
(¿Qué votos debo cambiar? ¿En quiénes creería Elemak si de pronto votaran por continuar?)
Pues impide la votación.
(No ejerzo tanta influencia en Elemak.)
¡Entonces dile a Nafai que no se oponga!
(Debe oponerse, pues de lo contrario no habrá viaje a la Tierra.)
—¡No! —exclamó Luet. Todos la miraron.
—¿No qué? —preguntó Elemak.
—No habrá votación —dijo ella.
—Vaya —dijo Elemak—. He aquí a otra amante de la libertad que deja de creer en la democracia cuando teme que la votación le sea desfavorable.
—¿Quién habló de votar? —preguntó Dol, que nunca era muy perspicaz para entender lo que sucedía.
—Yo voto por regresar a la civilización —dijo Obring—. De lo contrario seremos esclavos del matrimonio… y de Elemak.
—Pero yo no hablé de votar —dijo Elemak—. Sólo dije que debemos decidir adonde ir. Un voto podría ser interesante, pero no me someteré a él. Necesito vuestro consejo, no vuestro gobierno.
Así que ofrecieron sus elocuentes consejos, o eso intentaron.
Pero si alguien proponía un argumento que otro ya había expuesto, Elemak lo silenciaba al instante.
—Ya he oído eso. ¿Algo nuevo que añadir? En consecuencia la discusión no duró demasiado, y Elemak no tardó mucho en preguntar:
—¿Algo más?
Nadie respondió.
Elemak aguardó, miró en torno. El reflejo del sol que asomaba sobre la cima de las lejanas montañas le brillaba en los ojos y el cabello. Éste es su momento de gloria, pensó Luet. Esto es lo que había planeado: una comunidad, incluida la esposa de su padre, incluido su hermano Nafai, incluidas la vidente y la descifradora de Basílica, incluida su propia mujer, todos aguardando la decisión que cambiaría sus vidas. O les pondría fin.
—Gracias por vuestros sabios consejos —dijo gravemente Elemak—. Me parece que no tenemos que escoger entre una cosa y otra. Los que deseen regresar a la civilización pueden hacerlo, y los que deseen internarse en el desierto para cumplir con el encargo del Alma Suprema, también pueden hacerlo. Podemos considerarlo el rescate de mi padre o el comienzo de un viaje a la Tierra… por ahora eso no tiene importancia. Lo que importa es que todos pueden quedar satisfechos; iremos un trecho hacia el sur, cruzaremos las montañas y descenderemos a las Ciudades de la Planicie. Allí podremos dejar a los que no soportan vivir bajo la ruda ley del desierto, y yo podré llevar conmigo a los más fuertes.
—¡Muchas gracias! —dijo Mebbekew.
—No me importa lo que él diga de mí, mientras tenga mi libertad —dijo Kokor.
—Tontos —dijo Nafai—. ¿No veis que sólo está fingiendo ?
—¿Qué has dicho? —preguntó Elemak.
—Siempre pensó en llevarnos de vuelta a la civilización —dijo Nafai.
—No, Nafai —dijo Luet, pues sabía lo que sucedería a continuación.
—Escucha a tu mujercita, hermano —dijo Elemak, con voz engañosamente serena.
—Escucharé al Alma Suprema —dijo Nafai—. El único motivo por el cual ahora estamos vivos es que el Alma Suprema ha influido sobre una banda de salteadores para que permanezcan escondidos en su caverna, a menos de trescientos metros. El Alma Suprema puede guiarnos en el desierto, con o sin Elemak y su estúpida ley del desierto. El suyo es un juego de adolescentes… ver quién puede hacer las amenazas más atrevidas…
—No son amenazas —dijo Elemak—. Son leyes que todo viajero del desierto conoce.
—Si confiamos en el Alma Suprema, todos estaremos a salvo en este viaje. Si confiamos en Elemak, regresaremos a la Planicie y pereceremos en las guerras que se avecinan.
—Confiar en el Alma Suprema —se mofó Mebbekew—. En realidad se trata de confiar en lo que dices tú.
—Elemak sabe que el Alma Suprema es real. Él tuvo un sueño que nos llevó de vuelta a la ciudad para desposar a nuestras mujeres, ¿o no?
Elemak se echó a reír.
—Sigue parloteando, Nafai.
—Es como dijo Elemak. No es una cuestión de democracia. Es cuestión de que cada cual tome su decisión. Podemos continuar la travesía como ha dicho el Alma Suprema, realizar el viaje más grandioso en cuarenta millones de años y heredar un mundo para nosotros y nuestros hijos. O regresar a la ciudad para traicionar a nuestros cónyuges, como ya están planeando algunos. En cuanto a Luet y yo, nunca regresaremos a la ciudad.
—Suficiente —dijo Elemak—. Una palabra más y eres hombre muerto. —Empuñaba un pulsador. Luet no había visto que lo tenía, pero sabía qué significaba. Esto era precisamente lo que Elemak esperaba. Lo había planeado con mucho cuidado, y ahora podía matar a Nafai sin que nadie se atreviera a condenarlo por ese acto—. Yo conozco el desierto y tú no. No hay bandidos donde tú dices que están, pues de lo contrario ya habríamos perecido. Si eso es lo que tu afiebrado y minúsculo cerebro considera sabiduría, hermano, todos los que vayan contigo están condenados. Pero nadie irá contigo, porque no permitiré que este grupo se divida. Eso significaría una muerte segura para cualquiera que te acompañara.
—Mentira —dijo Nafai.
—Por favor, habla de nuevo para que pueda ejecutarte como el amotinado que eres.
—¡Contén la lengua, Nafai, hazlo por mí! —exclamó Luet.
—Todos le habéis oído, ¿verdad? —dijo Elemak—. Se ha rebelado contra mi autoridad y ha intentado llevar un grupo hacia su destrucción. Eso es motín, que es mucho más grave que el adulterio, y la pena es la muerte. Todos sois testigos. Todos tendríais que confesarlo ante un tribunal, si fuera necesario.
—Por favor —dijo Luet—. Déjalo en paz, y no hablará más.
—¿Es verdad, Nafai? —preguntó Elemak.
—Si continúas tu viaje hacia la ciudad —dijo Nafai—, el Alma Suprema no tendrá motivos para contener a los bandidos, y todos pereceréis.
—¿Veis? —dijo Elemak—. Aun ahora intenta amedrentarnos con fantasías sobre bandidos inexistentes.
—Es lo que tú has hecho continuamente —intervino Shedemei—. Obligarnos a obedecerte por temor a que nos encontraran los bandidos.
Elemak se volvió hacia ella.
—Nunca afirmé que estuvieran a pocos metros de distancia, ocultándose en una cueva, sólo que existía la probabilidad de que nos atacaran. Sólo he dicho la verdad… pero este mocoso piensa que sois tan necios que creeréis sus evidentes mentiras.
—Creed lo que os plazca —dijo Nafai—. Pronto tendréis pruebas.
—Motín —declaró Elemak—, y todos vosotros, aun su propia madre, seréis testigos de que no tuve opción, porque él se negaba a desistir de su rebelión. Si no fuera mi propio hermano, yo no habría esperado tanto tiempo. El ya estaría muerto.
—Y si tú no tuvieras genes que el Alma Suprema considera preciosos —dijo Nafai—, Gaballufix te habría matado cuando no condujiste a Padre hacia su trampa.
—Con acusarme no ganas nada, sino agravar tu delito —dijo Elemak—. Despídete de tu madre y tu esposa… desde donde estás, sin moverte.
—Elemak, no puedes hablar en serio —dijo Rasa.
—Tú misma conviniste conmigo, Rasa, en que nuestra supervivencia dependía de la obediencia a la ley del desierto, y acordamos una pena.
—Veo que tú, maliciosamente…
—Cuidado, Rasa. Haré lo que se debe hacer, aunque también sea preciso abandonarte aquí para que mueras.
—No te preocupes, Madre —dijo Nafai—. El Alma Suprema está con nosotros, y Elemak está indefenso.
Luet comenzó a comprender qué se proponía Nafai. Parecía muy tranquilo, increíblemente tranquilo. Entonces debía estar seguro de que el Alma Suprema podría protegerlo. Debía tener su propio plan, y entonces era preferible que Luet guardara silencio y le dejara hacer, a pesar de sus temores.
Me gustaría que me revelaras el plan, sin embargo, le dijo al Alma Suprema.
(¿Plan?) respondió el Alma Suprema.
A Luet le temblaron las manos.
—Pronto veremos cuan indefenso estás tú —dijo Elemak—. Mebbekew, coge unos metros de la cuerda más liviana y átale las manos. Usa un nudo de cincha, bien fuerte, y no te preocupes si le cortas la circulación en las manos.
—¿Veis? —dijo Nafai—. Tiene que matar a un hombre maniatado.
No lo hagas, exclamó Luet en su corazón. ¡No lo induzcas a dispararte! Si dejas que te ate, puedes tener una oportunidad.
Elemak miró de reojo a Mebbekew, quien caminó hacia los camellos y regresó con una cuerda.
Mientras Mebbekew sujetaba las manos de Nafai a su espalda, ciñéndole las muñecas, Hushidh avanzó un paso.
—Quédate donde estás —advirtió Elemak—. Lo ataré y lo abandonaré por respeto a la dama Rasa, pero no me molestaría dispararle y terminar de una vez.
Hushidh se quedó donde estaba, pues de todos modos había obtenido lo que deseaba, la atención de los demás.
—Elemak planeó esto desde un principio —declaró— porque quería matar a Nafai. Sabía que Nafai no tendría más remedio que oponerse si él decidía regresar. Lo organizó todo para contar con una excusa legal para el homicidio.
Elemak pestañeó.
Luet notó que estaba perdiendo los estribos. ¿Qué haces, Hushidh, hermana mía? ¡No lo induzcas a matar a mi esposo mientras estamos aquí!
—¿Por qué haría Elya una cosa semejante? —intervino Eiadh—. Estás diciendo que mi Elemak es un asesino, y no es así.
—Eiadh, pobre ingenua —dijo Hushidh—. Elemak quiere matar a Nafai porque sabe que si tú pudieras escoger hoy, lo abandonarías para quedarte con Nafai.
—¡Mentira! —exclamó Elemak—. ¡No respondas, Eiadh! ¡No digas nada!
—Porque él no soporta oír la verdad —dijo Hushidh—. La oirá en tu voz.
Ahora Luet comprendía. Hushidh estaba usando el talento que le daba el Alma Suprema, tal como cuando Rashgallivak se encontraba en el vestíbulo de la casa de Rasa, planeando usar sus soldados para secuestrar a las hijas de Rasa. Hushidh decía las palabras que destruirían la lealtad de los seguidores de Elemak, que le quitarían todo respaldo. Los estaba desvinculando, y si lograba pronunciar algunas frases más, lo conseguiría.
Lamentablemente, Luet no era la única que lo comprendía.
—¡Que se calle! —dijo Sevet, con voz áspera y ronca, pues aún no se había recobrado de la herida que le había infligido Kokor. Pero podía hacerse oír, y su voz doliente llamó aún más la atención—. No dejéis que hable Hushidh. Es una descifradora, y es capaz de volvernos a todos contra todos. Vi cómo lo hacía con los hombres de Rashgallivak, y puede lograrlo ahora, si la dejáis.
—Sevet tiene razón —dijo Elemak—. Ni una palabra más, Hushidh, o lo mataré.
Hushidh abrió la boca para hablar de nuevo. Pero algo —tal vez el Alma Suprema— la contuvo. Se volvió y regresó al lugar donde estaba antes, frente a Rasa y Shedemei. Se había desvanecido la última esperanza, por lo que veía Luet. El Alma Suprema podía lograr que la gente de voluntad débil se aturdiera o se atemorizara unos instantes, pero no tenía fuerzas para detener a un hombre empeñado en asesinar. No tenía fuerzas para lograr que los bandidos se volvieran repentinamente amables con Nafai, en caso de que lo hallaran. Y por cierto no podría impedir que los animales del desierto lo encontraran y lo devorasen. El ardid de Hushidh había sido la última posibilidad, y no había resultado.
No, no desesperaré, pensó Luet. Tal vez, si lo dejamos aquí, podamos abandonar la partida y regresar para desatarlo. O tal vez yo pueda matar a Elemak mientras duerme y…
No, no. Ella era incapaz de matar, y lo sabía. Ni siquiera si el Alma Suprema lo ordenaba, como le había ordenado a Nafai que matara a Gaballufix. Ni siquiera entonces podría hacerlo. Y tampoco podría escabullirse para ayudar a Nafai a tiempo. Era el fin. No había esperanzas.
—Ya está atado —dijo Mebbekew.
—Déjame revisar el nudo —dijo Elemak.
—¿Crees que no sé atarlo? —preguntó Mebbekew.
—El ordenador que ellos adoran tiene presuntamente el poder para volver a la gente más estúpida que de costumbre —dijo Elemak—. ¿No es así, Nafai?
Nafai no respondió. Luet se enorgulleció de él, pero aún sentía temor. Pues sabía que el poder del Alma Suprema era muy grande en un largo período de tiempo, pero muy pequeño en un momento dado.
Ahora Elemak estaba detrás de Nafai, apuntándole el pulsador a la espalda.
—Arrodíllate, hermanito.
Nafai no se arrodilló, pero Meb empezó a hacerlo, como por reflejo.
—Tú no, imbécil. Nyef.
—El condenado —dijo Nafai.
—Sí, tú, hermanito. Arrodíllate.
—Si vas a dispararme, prefiero morir de pie.
—No hagas tanta alharaca. Quiero atarte las manos a los tobillos, así que arrodíllate.
Lenta y cuidadosamente, Nafai se arrodilló.
—Siéntate sobre los talones —dijo Elemak—. Así. Ahora, Meb, pasa los extremos del cordel entre los tobillos, subiéndolos delante de las piernas, y átalos frente a las muñecas. Eso es, donde no pueda alcanzarlos con los dedos. Muy bien. ¿Sientes algo en las manos, Nafai?
—Sólo la palpitación de mi sangre, tratando de pasar bajo las sogas que me sujetan las muñecas.
—Cordeles, no sogas, Nafai. Pero es como si fueran de acero.
—No estás cortando mi sangre, Elemak, sino la tuya —dijo Nafai—. Pues tu sangre será desconocida en la Tierra, mientras que la mía vivirá por mil generaciones.
—Suficiente —dijo Elemak.
—Ahora diré lo que se me antoje, pues ya has decidido matarme. ¿Qué más da si digo la verdad? ¿Debo temer que me patees o me escupas, cuando ya miro a la muerte en la cara?
—Si tratas de provocarme para que te dispare, no dará resultado. Le hice una promesa a Rasa, y cumpliré mi palabra.
Pero Luet notó que las palabras de Nafai surtían cierto efecto. El grupo estaba cada vez más tenso, y para todos era evidente que el enfrentamiento aún no se había producido, aunque Elemak pensara que ya había ganado.
—Ahora montaremos nuestros camellos —dijo Elemak—. Y nadie regresará para tratar de salvar a este amotinado, pues de lo contrario compartirá su destino.
Si Euet no hubiera creído que Nafai y el Alma Suprema tenían algún plan, habría insistido en quedarse a morir junto a su esposo. Pero lo conocía bastante, aun al cabo de pocos días, y sabía que Nafai no estaba atemorizado. Y aunque era un joven valiente, al menos ella captaría su miedo si él creía que iba a morir de veras.
Su madre debía sentir lo mismo, comprendió Luet, pues tampoco protestaba. Ambas aguardaban, viendo cómo se desarrollaba el plan.
Elemak y Mebbekew empezaron a alejarse de Nafai. De pronto Mebbekew se volvió, apoyó el pie en el hombro de Nafai y lo empujó para tumbarlo en la arena. Con las manos atadas a los tobillos, Nafai no pudo hacer nada para amortiguar la caída. Pero ahora Luet le veía la espalda, y notó que los cordeles estaban mal anudados.
Conque de eso se trataba. El Alma Suprema hacía todo lo posible para influir sobre Mebbekew y Elemak, para que ellos vieran cuerdas bien ceñidas cuando en realidad ni las habían anudado. Normalmente no tenía el poder de estupidizarlos, o al menos de distraer tanto a Elemak. Pero entre Hushidh y Nafai, con su cháchara peligrosa e irritante, habían logrado encolerizar tanto a Elemak que el Alma Suprema tenía más poder para confundirlo. En verdad, debía haber otros que veían que Nafai no estaba bien maniatado, aunque afortunadamente los que podían ver mejor eran los menos propensos a comentarlo: Rasa, Hushidh y Shedemei. En cuanto a los demás, con ayuda del Alma Suprema sin duda veían lo que esperaban ver, lo que Elemak y Mebbekew les habían inducido a ver.
—Sí —dijo la dama Rasa—, vamos a los camellos.
Caminó enérgicamente hacia los animales. Luet y Hushidh la siguieron.
Los demás también dieron media vuelta para marcharse.
Todos menos Eiadh. Permaneció inmóvil, mirando a Nafai. Los demás, de pie junto a los camellos arrodillados, se volvieron y vieron que Elemak se le acercaba y le apoyaba la mano en la espalda.
—Sé que esto lastima tu tierno corazón, Edhya —dijo Elemak—. Pero a veces un jefe tiene que actuar con firmeza, por el bien de todos.
Ella ni siquiera lo miró.
—Nunca pensé que un hombre pudiera enfrentar la muerte con tanta serenidad —dijo.
Maravilloso, le dijo Luet al Alma Suprema. ¿Estás haciendo que ella se enamore aún más de Nafai? Magnífica ayuda. Así garantizas que nunca tengamos paz, aunque Nafai salga de ésta con vida.
(Confía un poco en mí, por favor. No puedo hacer todo al mismo tiempo. ¿Qué prefieres, que Eiadh olvide a tu esposo, o que tu esposo viva y la caravana siga viaje hacia el campamento de Volemak?)
Confío en ti. Sólo preferiría que las cosas no llegaran tan lejos.
—¡Óyeme! —exclamó Nafai.
—No ganarás nada con tus súplicas —dijo Elemak—. ¿O quieres pronunciar un último discurso de amotinado?
—No nos hablaba a nosotros —dijo Eiadh—. Le hablaba al Alma Suprema.
—Alma Suprema, ya que he depositado mi confianza en ti, libérame de las manos asesinas de mis hermanos. Dame fuerzas para romper estos cordeles que me sujetan las manos.
¿Qué pensaron los demás? Luet no podía saberlo. Ella sólo vio que Nafai se liberaba fácilmente de las cuerdas, se levantaba torpemente. Pero los otros sin duda vieron lo que más temían: Nafai destrozando las cuerdas con las manos, irguiéndose con porte majestuoso y amenazador. Sin duda el Alma Suprema concentraba toda su influencia en los demás, sin afectar a los que ya habían aceptado su propósito. Luet, Hushidh y Rasa veían la realidad de lo que ocurría. Los demás veían algo que no era real, aunque estaba lleno de verdad: que Nafai tenía en sí el poder del Alma Suprema, que era el elegido, el verdadero líder.
—¡No llevaréis esos camellos hacia ninguna ciudad conocida para la humanidad! —exclamó Nafai. Su voz tensa y ronca llegó hasta los camellos, donde Vas ayudaba a Sevet a montar—. Tu motín contra el Alma Suprema ha terminado, Elemak. Sólo que el Alma Suprema es más misericordiosa que tú. Te dejará vivir, pero sólo mientras jures que nunca más alzaras tu mano contra mí. Mientras prometas concluir el viaje que iniciamos, reunirte con Padre y luego continuar hacia el mundo que el Alma Suprema ha preparado para nosotros.
—¿Qué truco es éste? —exclamó Elemak.
—El único truco es el que usaste para engañarte a ti mismo —dijo Nafai—. Pensaste que al sujetarme con cuerdas también podías sujetar al Alma Suprema, pero te equivocabas. Podrías haber estado al mando de esta expedición si hubieras sido obediente y sabio, pero estabas enceguecido por el ansia de poder y la envidia, así que ahora no tienes más opción que obedecer al Alma Suprema o morir.
—¡No me amenaces! —exclamó Elemak—. Tengo el pulsador, necio, y te he condenado a muerte.
—¡Mátalo! —dijo Mebbekew—. Mátalo ahora, o lo lamentarás por siempre.
—Vaya valentía, pequeño Meb —dijo Hushidh—, instigar a tu hermano a hacer aquello que tú jamás te atreverías.
Le habló con tanto desdén que Mebbekew retrocedió como si lo hubieran abofeteado.
Pero Elemak no retrocedió. Al contrario, avanzó, empuñando el pulsador. Luet notó que estaba aterrorizado, absolutamente convencido de que Nafai había obrado un milagro al zafarse tan fácilmente de sus ligaduras. Pero de un modo u otro, estaba decidido a matar a su hermano menor, y el Alma Suprema no podía detenerle.
No tenía el poder para disuadir a Elemak de su propósito.
—¡Elya, no lo hagas! —exclamó Eiadh. Echó a correr, lo aferró, le tiró del brazo que empuñaba el arma—. Hazlo por mí. Si lo tocas, Elya, el Alma Suprema te matará, ¿no lo sabes? Es la ley del desierto… lo que tú mismo dijiste. ¡El motín es muerte! No te rebeles contra el Alma Suprema.
—Ese no es el Alma Suprema —dijo Elemak. Pero la voz le temblaba de miedo e incertidumbre, y sin duda el Alma Suprema estaba aprovechando cada jirón de duda de su corazón, magnificándolo mientras Eiadh le suplicaba—. Ése es mi arrogante hermanito.
—Pudiste haber sido tú —dijo Nafai—. Pudiste haber sido tú quien condujera a los demás, siguiendo el plan del Alma Suprema. El Alma Suprema jamás me habría elegido a mí, si hubieras estado dispuesto a obedecer.
—Escúchame a mí, no a él —dijo Eiadh—. Tú eres el padre del hijo que llevo dentro de mí… ¿cómo sabes que no tengo un hijo dentro de mí? Si lastimas a Nafai, si desobedeces, morirás, y mi hijo no tendrá padre.
Al principio Luet temió que Elemak interpretara los ruegos de Eiadh como otra prueba de que su esposa amaba a Nafai más que a él. Pero no fue así. Ella le suplicaba que no dañara a Nafai para salvar su propia vida. En consecuencia, sólo podía tomarlo como prueba de que lo amaba a él, pues trataba de salvarlo a él.
Vas también había regresado, y le apoyó una mano en el otro hombro.
—Elya, no lo mates. No regresaremos a la ciudad… ninguno de nosotros. —Se volvió hacia los demás—. ¿No es verdad? Todos aceptamos ir a reunir-nos con Volemak, ¿verdad?
—Hemos visto el poder del Alma Suprema —explicó Eiadh—. Ninguno de nosotros habría querido regresar a la ciudad si hubiéramos comprendido. Por favor, todos estamos de acuerdo. Ahora tenemos un solo propósito, y no hay división entre nosotros. Por favor, Elemak. No me conviertas en viuda por esto. Seré tu esposa para siempre, si te abstienes de matarlo. ¿Pero qué seré si te rebelas contra el Alma Suprema y mueres?
—Aún eres jefe de esta caravana —dijo Rasa—. Eso no cambia. Sólo nuestro destino, y tú mismo dijiste que la elección del destino no dependía sólo de ti. Ahora vemos que esa elección no depende de ninguno de nosotros, sino del Alma Suprema.
Eiadh sollozaba, y sus lágrimas eran fervientes y reales.
—Oh, Elya, esposo mío, ¿me odias tanto que deseas morir?
Luet casi podía prever lo que sucedería a continuación. Dol, viendo las conmovedoras lágrimas de Eiadh, no podía permitir que su actuación concentrara la atención de todos, así que se aferró a su esposo y lloró a moco tendido —con lágrimas muy convincentes— para que tampoco él causara daño a Nafai. ¡Como si Meb alguna vez actuara por su cuenta! ¡Y como si esas lágrimas pudieran conmoverlo!
Luet se hubiera echado a reír, pero sabía que la vida de Nafai dependía del modo en que Elemak reaccionara ante esos llantos.
El rostro de Elemak cambió. Su determinación de matar a Nafai, que no había cedido ante la influencia del Alma Suprema, se aflojó ante las súplicas de su esposa. Y a medida que menguaba la voluntad de matar, el Alma Suprema adquiría mayor poder para manipular y magnificar sus miedos. En pocos instantes el peligroso homicida se transformó en un guiñapo tembloroso, espantado de lo que había estado a punto de hacer. Miró el pulsador que empuñaba, se estremeció, lo arrojó al suelo. El arma cayó a los pies de Luet.
—Oh, Nafai, hermano mío, ¿qué estaba haciendo? —exclamó Elemak.
Mebbekew se humilló aún más. Se arrojó de bruces al suelo.
—¡Perdóname, Nafai! ¡Perdóname por amarrarte como un animal! ¡No dejes que el Alma Suprema me mate!
Estás exagerando, le dijo Luet al Alma Suprema. Se sentirán muy humillados cuando recuerden cómo actuaron, aunque deduzcan que fuiste tú quien los acobardó.
(¿Qué, crees que controlo todos los matices de esta situación? Puedo gritarles que sientan miedo y no oyen nada, pero de pronto me oyen y se derrumban. Creo que lo estoy haciendo bastante bien, considerando que es la primera vez.)
Sólo sugiero que los dejes un poco. El trabajo está hecho.
—Elemak, Mebbekew, claro que os perdono —dijo Nafai—. ¿Pero qué importa eso? Lo que importa es el perdón del Alma Suprema, no el mío.
—Arrodíllate ante el Alma Suprema —le dijo Eiadh, obligando a Elemak a agacharse—. Arrodíllate y suplica su perdón, por favor. ¿No ves que tu vida corre peligro?
Elemak la miró con calma, a pesar del miedo que lo carcomía.
—¿Y qué te importa si yo vivo o muero?
—Tú eres mi vida —dijo Eiadh—. ¿Acaso todos no hemos prestado el juramento de permanecer juntos para siempre?
En realidad, pensó Luet, no habían prestado ningún juramento. Sólo habían escuchado el edicto de Elemak y habían alzado las manos para dar a entender que lo comprendían. Pero tuvo la prudencia de callarse.
Elemak se arrodilló.
—Alma Suprema —dijo con voz trémula—, iré adonde quieras que vaya.
—Yo también —dijo Mebbekew sin levantar la cabeza de la arena—. Cuenta conmigo.
—Mientras Eiadh sea mía —dijo Elemak—, no me importará estar en el desierto o en la ciudad, en Armonía o en la Tierra.
—¡Oh, Elya! —exclamó Eiadh. Lo rodeó con los brazos y le lloró en el hombro.
Luet se agachó a recoger el pulsador que había caído a sus pies. Más valía no perder una valiosa arma. No sabían cuándo podían necesitarla para cazar.
Nafai se le acercó. Para Luet significó muchísimo que él fuera primero hacia ella, su esposa de hacía pocos días, en vez de ir hacia su madre. Nafai la abrazó, y ella sintió su temblor. Nafai había tenido miedo, a pesar de su confianza en el Alma Suprema. Y se había salvado por poco.
—¿Sabías cómo resultaría todo? —preguntó.
—El Alma Suprema no sabía si podría engañarlos con las cuerdas —murmuró Nafai—. Y menos cuando Elemak se acercó para inspeccionar el nudo.
—Era preciso que lo hiciera, si luego iba a creer que tu liberación era un milagro.
—¿Sabes qué pensaba cuando estaba de rodillas, con el pulsador en la cabeza, diciendo esas cosas que lo instigaban a matarme? Nunca sabré qué cara tiene nuestro bebé.
—Ahora lo sabrás.
Nafai se apartó de ella, le quitó el pulsador de la mano.
Hushidh se le acercó y apoyó la mano en el arma.
—Nyef —dijo—, si retienes el pulsador, no habrá esperanzas de curación.
—¿Y si se lo devuelvo a Elemak? Hushidh asintió.
—Es lo mejor —dijo.
Nadie comprendía mejor que Hushidh la descifradora los vínculos que unían a la gente.
Nafai caminó hacia Elemak y le entregó el pulsador.
—Por favor —dijo—, ni siquiera sé usarlo. Necesitamos que nos conduzcas hasta el campamento de Padre.
Elemak vaciló un instante. Odiaba recibir el arma de manos de Nafai. Pero al mismo tiempo sabía que Nafai no tenía por qué devolvérsela, que Nafai no tenía por qué devolverle su liderazgo. Y necesitaba ese liderazgo, lo necesitaba tanto que estaba dispuesto a aceptarlo aun de Nafai.
—Con gusto —dijo Elemak, cogiendo el arma.
—Gracias, Nafai —dijo Eiadh.
Luet sintió una punzada de temor en el corazón. ¿Elemak lo oye en la voz de Eiadh, lo ve en su rostro? ¿La reverencia que ella siente por Nafai? Es una mujer que sólo ama la fuerza, el valor y el poder, que se siente atraída por el macho alfa de la tribu. Y a sus ojos, Nafai es el más deseable de los hombres. Hoy fue una actriz insuperable, pensó Luet. Fue capaz de convencer a Elemak de su amor por él, para salvar al hombre que realmente ama. No puedo sino admirarla por ello, pensó Luet. Es realmente excepcional.
Pero estos pensamientos de admiración eran falsos, y Luet no pudo engañarse mucho tiempo. La bella Eiadh todavía está enamorada de mi esposo, y aunque él me ama intensamente, llegará un día en que el primate macho que hay en él se imponga sobre el hombre civilizado, y Nafai mirará a Eiadh con deseo, y en ese momento ella entenderá y sin duda lo perderé.
Apartó esos celos y caminó con Rasa, quien temblaba de alivio, para ayudarla a subir al camello.
—Creí que era hombre muerto —murmuró Rasa, asiendo la mano de Luet—. Creí que lo había perdido.
—También yo, por momentos —dijo Luet.
—Pero te aseguro una cosa —dijo Rasa—. Si Elemak hubiera consumado esto, habría muerto antes del anochecer.
—Yo también tramaba su muerte en mi corazón —dijo Luet.
—Somos más animales de lo que creemos. ¿Alguna vez soñaste semejante cosa? ¿Que de pronto estaríamos dispuestas a matar?
—Como mandriles, protegiendo la tribu —dijo Luet.
—Todo un descubrimiento, ¿verdad? Luet sonrió y le estrujó la mano.
—No lo revelemos a nadie —dijo—. Los hombres se pondrían nerviosos si supieran que somos tan peligrosas.
—Ahora no importa —dijo Rasa—. El Alma Suprema fue más fuerte de lo que yo creía. Ahora todo ha terminado.
Luet regresó a su camello, pensando que no había terminado. Llegaría el día en que habría otra lucha por el poder. Y la próxima vez no habría garantías de que el Alma Suprema pudiera salirse con la suya. Si Elemak hubiera decidido disparar el pulsador una sola vez, todo habría concluido; la próxima vez podría comprenderlo y no se dejaría distraer por una tontería como la súplica de Rasa de que sólo atara y abandonara a Nafai. Había faltado muy poco. Y al final, Luet sabía que el odio de Elemak por Nafai era más fuerte que nunca, aunque por un tiempo él lo negaría, fingiría aun ante sí mismo que su odio se había disipado. Puedes engañar a los demás, Elemak, pero yo te estaré vigilando. Y si algo le sucede a mi esposo, te lo aseguro, será mejor que me mates a mí también. Será mejor que me dejes bien muerta, y aun así, si puedo encontrar un modo, regresaré de la tumba para vengarme.
—Estás temblando, Lutya —dijo Hushidh.
—¿Sí? —Tal vez por eso le costaba tanto ceñir la cincha de la silla del camello.
—Como un ala de libélula.
—Fue realmente estremecedor —dijo Luet—. Todavía estoy alterada.
—Todavía estás celosa de Eiadh, eso es lo que pasa —dijo Hushidh.
—En absoluto. Nafai me ama total y absolutamente.
—Sí, así es. Pero todavía veo en ti mucha furia hacia Eiadh.
Luet sabía que era cierto, sí, sentía celos de Eiadh. Pero Hushidh lo había llamado furia, y ella no había comprendido que el sentimiento era tan fuerte.
—No me enfurece que ame a Nafai, de veras que no.
—Oh, lo sé —dijo Hushidh—. Mejor dicho, ahora lo veo. No, creo que estás furiosa con ella, y celosa de ella, porque ella pudo salvar la vida de tu esposo, y tú no.
Sí, pensó Luet. De eso se trataba. Y ahora que Hushidh lo había dicho, sintió el dolor de la frustración, y derramó ardientes lágrimas de cólera y vergüenza.
—Eso es —dijo Hushidh—. Es bueno exteriorizarlo. Es bueno.
—Me alegra. Ya que de un modo u otro voy a llorar como una tonta, es mejor que sea bueno.
Todavía estaba llorando cuando Nafai se acercó a ayudarla con el camello.
—Eres la última —dijo Nafai.
—Creo que sólo necesitaba que me tocaras una vez más —dijo—. Para asegurarme de que estás vivo.
—Todavía respiro. ¿Piensas seguir llorando así mucho tiempo? Porque atraerás moscas con tanta humedad en la cara.
—¿Qué pasó con esos bandidos? —preguntó ella, enjugándose la cara con la manga.
—El Alma Suprema se las ingenió para dormirlos antes de concentrar su influencia sobre los demás. Despertarán dentro de un par de horas. ¿Por qué pensaste en ellos?
—Pensaba que nos hubiéramos sentido muy tontos si hubieran aparecido al galope para hacernos trizas mientras discutíamos si había que matarte o no.
—Sí, te entiendo. Enfrentar la muerte no es gran cosa. Pero sentirse estúpido al morir, bien, eso sería insufrible.
Ella se echó a reír y le cogió la mano un instante. Sólo otro instante, y luego un poco más.
—Nos están esperando —dijo Nafai—. Y los bandidos despertarán al fin.
Ella lo soltó, y en cuanto él se dirigió hacia su camello, el de Luet se incorporó y ella se elevó sobre el suelo del desierto.
Era como estar en una torre inestable durante un terremoto, y habitualmente le disgustaba. Pero hoy le resultaba tan encantador como estar sentada en un trono. Pues en el camello de delante iba Nafai, su esposo. Aunque no hubiera sido Luet quien lo había salvado, ¿qué más daba? Bastaba con que estuviera vivo, y con que todavía estuviera enamorado de ella.