9. PERÍMETRO

A los siete años Chveya comprendía perfectamente cómo funcionaba el mundo. Ahora, a los ocho, ya tenía sus dudas.

Como todos los niños de Dostatok, se había criado entre relaciones familiares puras y sencillas. Por ejemplo, Dalia y sus hermanos menores pertenecían a Hushidh e Issib. Krassya y Nokya y sus hermanos menores pertenecían a Kokor y Obring. Vasaya y sus hermanos pertenecían a Sevet y Vas. Y así sucesivamente. Cada conjunto de niños pertenecía a un padre y una madre.

La única rareza en esta clara imagen del universo, al menos hasta que Chveya cumplió ocho años, eran los abuelos Volemak y Rasa, que no sólo tenían dos hijos propios —los hermanos Okya y Yaya, que bien podían ser mellizos porque, como Vasnya dijo una vez, entre ambos tenían un solo cerebro— sino que eran los padres de los demás padres. Lo sabía porque los adultos no sólo llamaban a la abuela «dama Rasa» o «abuela» sino «Madre», y además su padre, y Elemak, padre de Proya, y Mebbekew, padre de Skiya, llamaban «Padre» al abuelo.

A juicio de Chveya, esto significaba que Volemak y Rasa eran los Padres Primigenios, los que habían dado origen a toda la humanidad. En cierto modo sabía que esto era inexacto, pues Shedemei había explicado en la escuela que había millones de seres humanos viviendo enjugares remotos, y era evidente que los abuelos no habían dado vida a todos ellos. Pero esos lugares eran legendarios. Nunca se veían. El mundo era la bella y segura tierra de Dostatok, y en ese lugar no parecía haber nadie que no viniera del matrimonio de Volemak y Rasa.

Para Chveya, el mundo de los adultos era tan remoto como para satisfacer toda su necesidad de extrañeza; no necesitaba soñar con tierras míticas como Basílica, Potokgavan, Gorayni, la Tierra y Armonía, que eran planetas, ciudades y naciones, aunque Chveya nunca había comprendido las reglas para diferenciar una cosa de otra. No, el mundo de Chveya estaba dominado por la continua lucha de poder que Dalia y Proya libraban para gozar de ascendiente entre los niños.

Dalia era la Niña Mayor, lo cual le confería una enorme autoridad de la cual ella abusaba alegremente, explotando a los menores cuando era posible, exigiendo servicios personales y «favores» que recibía sin gratitud. Si los menores no obedecían, los excluía de todos los juegos con sólo insinuar que ella no intervendría en ninguna actividad donde participara «ese chiquillo». La actitud de Dalia hacia las niñas de su edad era parecida, aunque más sutil. No exigía humillantes servicios personales, pero esperaba que todas las niñas acataran ciertas decisiones, y las que se resistían eran cortésmente exiladas. Como Chveya era la Segunda Niña, y sólo tres días menor, no veía motivos para aceptar un papel de obediencia. El resultado era que tenía mucho tiempo libre, pues Dazya no toleraba iguales, y ninguna de las otras niñas tenía agallas para enfrentarse a ella.

Al tiempo que Dalia forjaba su pequeño reino con los niños menores y las niñas mayores, Proya —hijo mayor de Elemak, y Segundo Niño— se había hecho príncipe entre príncipes. Era la única persona que podía ridiculizar a Dalia y reírse de sus reglas, y los demás niños lo apoyaban. Dalia exilaba de inmediato a los niños mayores, pero esto no los afectaba porque sólo les interesaban la aprobación de Proya y los juegos que él presidía. La peor humillación para Dalia era que su propio hermano Xodhya se asociaba con Proya y usaba el poder de Proya como escudo para independizarse del dominio de su hermana mayor. Zhyat, el hermano menor de Chveya, e incluso Motya, que era un año menor que Zhyat y aún no se contaba entre los niños mayores, se juntaba con Proya, pero a ella no le molestaba, pues eso significaba aún más humillación para Dalia.

En tiempos de conflicto Chveya se sumaba a las niñas mayores para lanzar burlas y reproches contra los niños rebeldes, pero en el fondo ansiaba formar parte del reino de Proya, donde se practicaban juegos rudos y maravillosos relacionados con la cacería y la muerte. Chveya se habría prestado a hacer de venado si la hubieran invitado a jugar, dejándose cazar y disparar con esas flechas de punta roma, con tal de no quedar atrapada en el cortejo de Dalia. Pero cuando insinuó este deseo a su hermano Zhyat, él fingió que vomitaba y ella abandonó la idea.

Su mayor envidia era por Okya y Yaya, los dos hijos de los abuelos. Okya era Primer Niño y Yaya era Cuarto Niño. Podrían haber arrebatado a Proya su posición de predominio entre los varones, sobre todo porque los dos hermanos siempre actuaban juntos y podían haber aporreado a los demás hasta someterlos. Pero no se molestaban, y sólo participaban en los juegos de Proya cuando tenían ganas, sin preocuparse por quién estaba a cargo. Pues se consideraban adultos, no niños.

—Pertenecemos a la misma generación que nuestros padres —declaró Yaya una vez, con altanería. Chveya señaló que Yaya era mucho más bajo que ella y tenía un hooy pequeño como el de una ardilla, lo cual hizo reír a los demás niños a pesar de su respeto por Yaya. Yaya, por su parte, la miró con altivo desdén y se marchó, pero pronto Chveya notó que había dejado de orinar frente a los otros varones.

En sus momentos de mayor franqueza, Chveya admitía que a menudo se aislaba de los demás niños porque no podía mantener la boca cerrada. Si veía que alguien era prepotente, injusto o egoísta, lo decía. No importaba que también hablara cuando alguien era noble, bueno o amable, pues los elogios se olvidaban pronto, mientras que las ofensas se recordaban para siempre. Así, Chveya no tenía verdaderos amigos entre los demás niños. Todos estaban demasiado ocupados congraciándose con Dalia o Proya para entregarle a Chveya una verdadera amistad, excepto Okya y Yaya, que eran aún más engreídos en su presunta adultez.

Entonces Chveya cumplió ocho años y vio que nadie prestaba mayor atención a su cumpleaños, salvo sus padres, después de la gran alharaca que se había hecho por el cumpleaños de Dalia, y desesperó de llegar a ser una persona de peso en el mundo. ¿No era suficiente que Dalia diera órdenes a todo el mundo? ¿Por qué los adultos tenían que hacer de su cumpleaños un festival? Padre le explicó que el festival no era por Dza, sino porque su cumpleaños marcaba el inicio de esa generación de niños, ¿pero qué le importaba si los adultos pensaban de ese modo? Lo cierto era que con ese festival habían afianzada el férreo dominio de Dalia, y le habían otorgado un ascendiente provisional sobre Proya mismo, y Okya y Yaya se habían enfurruñado en la fiesta cuando los reprendieron y los juntaron con los demás niños, cosa que les parecía mal porque no se consideraban parte de esa generación. ¿Por qué los adultos habían intervenido tan desconsiderada y destructivamente en la jerarquía de los niños? Como si la vida de los niños no tuviera realidad propia.

Chveya llegó a la profunda conclusión de que el mundo adulto y el mundo de los niños eran idénticos en su funcionamiento, sólo que los niños estaban condenados a ser sometidos por los adultos. Todo comenzó en una conversación con su madre, mientras ella le peinaba el cabello después del baño.

—Cuanto más pequeños son los varones, más repulsivos son —dio Chveya, pensando en Motya, su segundo hermano, que acababa de descubrir cuánto revuelto podía causar metiéndose el dedo en la nariz y limpiándolo en la ropa de sus hermanas, una práctica que Chveya no pensaba tolerar, aunque se lo hiciera a la pequeña Zuya, que no podía defenderse.

—No es necesariamente así —dijo Madre—. Simplemente encuentran otras maneras de ser repulsivos cuando crecen.

Madre lo había dicho simplemente como una broma, pero para Chveya fue un momento de gran iluminación. Trató de imaginarse al padre de Krassya, Obring, escarbándose la nariz y limpiándose los mocos en Madre, y supo que nunca sucedería. Pero tal vez hubiera otras cosas repulsivas, cosas adultas, que Obring podía hacer. Debo vigilarlo y averiguar, pensó Chveya.

No tenía dudas de que Obring era la persona a quien debía vigilar, pues a menudo notaba que Madre se impacientaba cuando Obring hablaba en las reuniones del consejo. No le tenía respeto, y Padre tampoco, aunque él disimulaba mejor. En consecuencia, si algún varón adulto ejemplificaba una conducta repulsiva, sin duda era Obring.

A partir de entonces, Chveya concentraría su atención en los adultos, hasta ver quién era la Dalia de las madres y el Proya de los padres. Entretanto, comenzó a comprender cosas que antes no comprendía. El mundo no era un lugar tan sencillo y claro como había creído hasta ahora.

La revelación más alarmante llegó el día en que habló del matrimonio con sus padres. Recientemente había caído en la cuenta de que con el tiempo todos los niños crecerían y formarían parejas y tendrían hijos y reiniciarían todo el ciclo. Lo comprendió cuando Toya hizo algún comentario indecente sobre lo que Proya quería hacerle a Dalia. Toya lo había mencionado como una calamidad, pero Chveya comprendió que, lejos de ser una calamidad, tal vez fuera una profecía. ¿Acaso Proya y Dalia no serían la pareja perfecta? Proya sería como Elemak, y Dalia le sonreiría con total devoción, tal como Eiadh hacía con Elemak. ¿O Dalia sería como su madre Hushidh, que era más fuerte que su esposo Issib y lo cargaba en brazos y lo bañaba como un bebé? ¿O Proya y Dalia continuarían luchando por la supremacía toda la vida, tratando de poner a sus hijos uno en contra del otro?

Ese pensamiento le indujo a preguntarse con cual de los niños se casaría ella. ¿Sería uno de los niños del primer año, de su propia edad? Eso significaba Proya u Okya, y la sola idea le repugnaba. ¿Y los niños del segundo año? Xodhya, hermano menor de Dalia, Nadya, hermano menor de Proya, o el «adulto» Yaya. ¡Vaya opciones! Y los niños del tercer año tenían la misma edad que su repulsivo hermano Motya. ¿Cómo podía casarse con alguien tan pequeño?

Abordó el tema con sus padres mientras desayunaban una mañana en que Padre no salió a cazar y pudieron comer todos juntos.

—¿Crees que tendré que casarme con Xodhya? —preguntó, pues había decidido que Xodhya era la posibilidad menos repelente.

—Claro que no —dijo Madre, tras titubear un instante.

—De hecho —dijo Padre—, lo prohibiríamos.

—¿Entonces con quién? ¿Okya? ¿Yaya?

—Casi igualmente malo —dijo Padre—. ¿Qué? ¿Estás pensando en formar una familia?

—Claro que está pensando, Nyef —dijo Madre—. Las niñas piensan en esas cosas a su edad.

—Pues bien, que tenga en cuenta que no se casará con un tío y mucho menos aún con un primo cercano por partida doble.

Estas palabras no significaban nada para Chveya, pero insinuaban oscuros misterios. ¿Qué infamia había cometido Xodhya para convertirse en un «primo cercano por partida doble»? Decidió preguntar.

—No es lo que hizo él —dijo Madre—. Es que su madre, Hushidh, es mi hermana plena. Ambas tenemos el mismo padre y la misma madre. E Issib, el padre de Zaxodh, es pleno hermano de tu padre, pues ambos tuvieron el mismo padre y la misma madre, es decir los abuelos. Eso significa que tenéis todos vuestros antepasados en común. Es la relación de sangre más próxima entre todos los niños, y el matrimonio entre vosotros es impensable.

—Si podemos evitarlo —añadió Padre.

—Podemos evitar ése, al menos —dijo Madre—. Y pienso lo mismo de Oykib y Yasai, porque también son hijos de Rasa y Volemak.

Chveya reaccionó con gran calma externa, pero por dentro era un torbellino. Hushidh y Madre eran hermanas, pero no hijas de los abuelos. Y Padre e Issib eran hermanos, como Oykib y Yasai, y eran hermanos plenos porque todos eran hijos de los abuelos. Pero el uso de la palabra «plenos» significaba que había otros que no eran hermanos plenos, y en consecuencia no eran hijos de Volemak y Rasa. ¿Cómo era posible?

—¿Qué ocurre? —preguntó Padre.

—Yo sólo… ¿con quién puedo casarme?

—¿No es un poco prematuro…? —empezó Padre.

Madre intervino.

—Los niños que hoy te repugnan te resultarán mucho más interesantes cuando crezcas. Confía en mi palabra, querida Veya, porque no creerás en esa profecía hasta que se cumpla. Pero cuando llegue ese día maravilloso…

—Ese día espantoso, querrás decir —murmuró Padre.

—… sin duda pondrás tus ojos en Padarok, por ejemplo, porque él no está emparentado con nadie, salvo con su hermanita Dabota y sus padres, Zdorab y Shedemei.

Sólo entonces Chveya notó que Zdorab y Shedemei no eran parientes de los demás, pero recordó que Padarok le había resultado antipático porque llamaba a los abuelos Rasa y Volemak, lo cual era irrespetuoso. Claro, no era irrespetuoso, porque ellos no eran sus abuelos. ¿Todos los demás ya lo habrían comprendido ?

—Además —añadió Padre—, como hay un solo Rokya para hacerse cargo de las nubiles jóvenes de Dostatok…

—¡Nyef! —exclamó Madre.

—… No tendrás más opción que (¿cómo dijiste, mi querida vidente?)… ah sí, poner tus ojos en Protchnu o Nadezhny, porque su madre, Eiadh, no es pariente de nadie más aquí, y su padre, Elemak, es sólo mi medio hermano. Lo mismo ocurre con Umene, cuyo padre, Vas, no es pariente nuestro, y cuya madre, Sevet, es sólo mi media hermana.

Ni pensó en Proya, Nadya y Umya.

—¿Cómo puede Sevet ser sólo tu media hermana? —preguntó Chveya—. ¿Es porque tienes tantos hermanos que no puede ser tu hermana plena?

—Oh, qué pesadilla —dijo Madre—. ¿Tenía que ser esta mañana?

Padre, sin embargo, pasó a explicar que Volemak había estado casado con otras dos mujeres de Basílica, que dieron a luz a Elemak y Mebbekew, y luego se había casado con Rasa, que tuvo a Issib, pero después Rasa «no renovó» el matrimonio y se casó con un hombre llamado Gaballufix, quien también era medio hermano de Elemak porque su madre había sido una de las primeras esposas de Volemak, y con Gaballufix la dama Rasa había tenido a Sevet y Kokor, pero luego no renovó el contrato de Gaballufix y volvió a casarse con Volemak y tuvieron a Nafai, y, más recientemente, a Okya y Yaya.

—¿Entendiste?

Chveya asintió desconcertada. Todo su mundo estaba cabeza abajo. No sólo por la confusión de los parentescos, sino por la idea de que algunas personas no permanecían casadas toda la vida, de que los padres terminaran por casarse con otros y tuvieran hijos para quienes una persona era la madre y la otra un desconocido. Era aterrador, y esa noche tuvo un sueño espantoso donde ratas gigantes entraban en su casa, se llevaban a Padre dormido, y cuando Madre despertaba ni siquiera notaba que se había ido y traía al pequeño Proya —aunque ahora crecido, pues era un sueño— y decía: «He aquí a tu nuevo padre, hasta que las ratas se lo lleven a él.» Despertó sollozando.

—¿Qué soñaste? —preguntó Madre, confortándola—. Cuéntame, Veya, ¿por qué lloras?

Chveya se lo contó.

Madre la llevó a su habitación, despertó a Padre y pidió a Chveya que le contara el sueño también a él. El ni siquiera parecía interesado en el detalle más horrible, que era Proya entrando en su casa para reemplazarlo. Sólo le preguntaba sobre las ratas gigantes. Le pidió una y otra vez que las describiera, aunque ella sólo podía decir que eran ratas y que eran muy grandes y que reían entre dientes felicitándose por su astucia mientras se lo llevaban.

—Es la primera vez en la nueva generación —dijo Padre—. Y no es del Alma Suprema, sino del Guardián.

—Tal vez no signifique nada —dijo Madre—. Tal vez ella oyó mencionar los otros sueños.

Pero cuando le preguntaron si había oído mencionar ratas gigantes antes de este sueño, Chveya no entendió de qué le hablaban. Las únicas ratas que había oído mencionar eran las que procuraban robar comida de los graneros. ¿Otras personas también soñaban con ratas gigantes? Los adultos eran tan raros. No les importaba que una familia se dividiera y que los niños tuvieran medios hermanos y medias hermanas y otras monstruosidades semejantes, pero se interesaban muchísimo en una rata gigante. Padre incluso dijo:

—Si alguna vez vuelves a soñar con ratas gigantes u otros animales extraños, debes contárnoslo de inmediato. Puede ser muy importante.

Sólo cuando Luet la arropaba en la cama, Chveya pudo hacerle la pregunta que la inquietaba:

—Madre, si alguna vez no renuevas el contrato de Padre, ¿quién será nuestro nuevo padre?

La comprensión y la compasión iluminaron el rostro de Madre.

—Oh, Veya, mi pequeña costurera, ¿eso te preocupa? Abandonamos esas leyes cuando abandonamos Basílica. Aquí los matrimonios son permanentes. Hasta la muerte. Padre, pues, siempre será el padre de nuestra familia, y yo siempre seré la madre. Puedes contar con ello.

Más tranquila, Chveya se puso a dormir. Pensó en varias cosas mientras se dormía: qué espantoso debía haber sido vivir en Basílica y no saber con quién se casarían los padres año a año; era como vivir en una casa donde el suelo podía ser el techo al día siguiente. Y también: Soy la primera de la nueva generación que sueña con ratas gigantes, y parece que es maravilloso y debo enorgullecerme de ello y si lo hubiera sabido habría soñado antes con las ratas. Y luego: Rokya es el chico que no tiene parentescos con nadie, así que es el mejor candidato, así que me casaré con él y le mostraré a Dalia quién es la mejor.


Nafai y Luet durmieron poco esa noche. Cada cual se había concentrado en un aspecto diferente del sueño de Chveya. Para Luet, lo importante era que uno de los niños al fin demostrara la aptitud por la cual el Alma Suprema los había seleccionado. Sabía que era vanidoso pensarlo, pero le parecía apropiado que la primogénita de la vidente de las aguas fuera la primera en tener un sueño significativo. No veía el momento de llevar a su hija a las aguas del río para ver si podía sumirse en el sueño que traía los sueños verdaderos, tal como Luet había aprendido a hacer.

Para Nafai, en cambio, lo importante era que después de un silencio tan largo alguien hubiera recibido un mensaje. Y el mensaje, por vago que fuera, y por muy entreverado que estuviera con las inquietudes de una niña, venía del Guardián de la Tierra, con lo cual era más importante que si hubiera venido del Alma Suprema.

A fin de cuentas, conversaban continuamente con el Alma Suprema, por intermedio del índice. El índice sólo les daba acceso, sin embargo, a la memoria del ordenador. No les permitía vislumbrar los planes del Alma Suprema, averiguar qué se proponía hacer ese año o el siguiente. Pues eso esperaban, como siempre: que el Alma Suprema iniciara cosas por medio de sueños o una voz en sus mentes. Después de tantos años en Dostatok, el Alma Suprema no les había enviado ningún sueño, ninguna voz, y el único mensaje del índice, aparte de los datos que había en su memoria, era: Esperad aquí.

Pero el Guardián de la Tierra no estaba sometido a ningún plan del Alma Suprema; enviaba sus sueños a través de los años luz desde la Tierra misma. Era imposible adivinar cuál era su propósito. Los sueños que enviaba se entremezclaban con las preocupaciones del soñante, tal como sucedía con el sueño de Chveya acerca de las ratas. Pero había temas recurrentes. Hushidh también había soñado con ratas hostiles que atacaban a su familia. Esto parecía insinuar que esas grandes ratas constituirían un problema en la Tierra, aunque también estaban los sueños que mostraban a las ratas y los ángeles de la Tierra unidos a los humanos como amigos e iguales. Era difícil de interpretar, pero algo era seguro. Los sueños del Guardián de la Tierra no habían cesado, y era posible que pronto sucediera algo, y quizá comenzara la próxima etapa del viaje.

Pues Nafai se estaba impacientando. Como todos los demás, amaba la vida en Dostatok, pero no podía olvidar que éste no era su destino. Los aguardaba una tarea inconclusa, un viaje por el espacio hasta el planeta donde había nacido la humanidad, el retorno de los humanos al cabo de cuarenta millones de años, y Nafai ansiaba ir. La vida en Dostatok era agradable, pero demasiado cerrada y ordenada. Aquí las cosas parecían terminadas, y a Nafai no le gustaba la sensación de que el futuro se había disipado, de que no habría más cambios, salvo los previsibles cambios de la edad.

Alma Suprema, dijo Nafai en silencio, ahora que el Guardián de la Tierra ha despertado, ¿despertarás tú también? ¿Nos conducirás a la próxima etapa de nuestro viaje?

Nafai era muy consciente de la diferencia entre su reacción y la de Luet ante el sueño de Chveya. Sentía desdén y envidia por la actitud de Luet. Desdén, porque ella parecía considerar que Dostatok era todo su mundo. Lo que más le interesaba eran los niños, y el hecho de que también se convirtieran en visionarios, y sobre todo que era maravilloso que su Chveya fuera la primera en soñar sueños verdaderos. ¿Qué importancia tenía esto en comparación con la noticia de que el Guardián de la Tierra estaba despertando? Y sin embargo la envidiaba por esa conexión con su vida actual en Dostatok. Nafai sospechaba que ella era mucho más feliz, porque su mundo giraba en torno de los niños, la familia, la comunidad. Yo vivo en un mundo más amplio, pero tengo poco contacto con él; ella vive en un mundo más pequeño, pero puede cambiarlo y ser cambiada por él.

No puedo ser como es ella, ni ella como yo. Para ella los individuos siempre han sido más importantes que para mí. Es mi debilidad, no tengo la misma percepción de los sentimientos ajenos. Tal vez, si hubiera sido tan observador, tan empático como ella, no habría dicho ni hecho inadvertidamente las cosas por las que mis hermanos mayores me odian tanto, y nuestro camino por la vida habría sido diferente. Elya y yo podríamos haber sido amigos. En cambio, aunque ahora Elemak me respete como cazador y me escuche en el consejo, no hay cercanía entre nosotros, y Elemak me trata con cautela, temiendo que yo intente desplazarlo. Luet, en cambio, no despierta envidia entre las demás mujeres. Como vidente, bien podría temerse que rivalizara por el lugar de Madre, tal como Elemak rivaliza por el liderazgo de Padre, y rivalizo con Elemak, pero no existe tal competencia. Ellas son una. ¿Por qué Elemak y yo no pudimos haber sido uno, y Elemak y Padre?

Tal vez haya algo que falta en los hombres, y nunca podemos unirnos para forjar una sola alma a partir de muchas. Si es así, es una pérdida lamentable. Miro a Luet y la veo tan cerca de las demás mujeres, incluso las que no le agradan tanto. Veo cuan cerca están las mujeres de los niños, y luego veo cuan distante estoy de los otros hombres, y me siento muy solo.

Así pensando, Nafai se durmió unas horas, y al levantarse notó que Luet también había dormido poco. Revolvía el potaje en la cocina, medio dormida.

—Y hoy no hay escuela —dijo Luet—, así que tenemos a todos los niños y no podremos dormir siesta.

—Que jueguen fuera —dijo Nafai—, salvo los mellizos, y tal vez podamos dejarlos con Shuya y dormir.

—O podríamos turnarnos, en vez de fastidiarlos con nuestra presencia.

—¿Turnarnos? Qué aburrido.

—Quiero dormir —dijo Luet—. ¿Por qué los hombres, aunque estén cansados, nunca dejan de pensar en eso?

—Los hombres que dejan de pensar en eso, como tan dulcemente lo expresas, son eunucos o están muertos.

—Debemos hablar con tus padres sobre el sueño de Chveya —dijo Luet.

—Debemos hablar con todos.

—No lo creo. Provocaría mucha envidia.

—¿A quién le importará quién fue el primer niño que tuvo sueños verdaderos, salvo a ti? —Pero al decirlo supo que a todos los padres les importaría, y que Luet tenía razón en cuanto a la envidia.

Ella hizo una mueca.

—Estás tan por encima de la envidia, oh noble Nafai, que me das envidia.

—Lo lamento.

—Además, no sería bueno para Chveya que se hiciera mucha alharaca por esto. Mira lo que sucedió con Dza cuando transformamos su cumpleaños en un festival. Es prepotente con los demás niños, y Shuya teme que esa ceremonia pública la haya empeorado.

—Cuando veo cómo obliga a los demás niños a hacer tareas sin sentido, siento ganas de abofetearla —dijo Nafai.

—Pero Rasa dice…

—Que los niños deben ser libres de crear su propia sociedad, y manejar la tiranía a su manera. Lo sé —dijo Nafai—. Pero tengo mis dudas. A fin de cuentas, esa teoría educativa sólo funcionaba en Basílica. ¿No podríamos ver nuestros conflictos del principio del viaje como un resultado de esa actitud?

—No, de ninguna manera. Los que causaron más problemas eran los que pasaron menos tiempo educándose con Rasa. Me refiero a Elemak y Mebbekew, que dejaron la escuela en cuanto tuvieron edad suficiente para decidir por su cuenta, y Vas y Obring, que nunca estudiaron con ella.

—No es tan así, mi querida reduccionista, pues Zdorab es el mejor de nosotros y nunca estudió con ella, mientras que Kokor y Sevet, sus propias hijas, son tan malas como los demás.

—Sólo demuestras que tengo razón, pues ellas fueron a la escuela de Dhelembuvex y no a la de tu madre. Y Zdorab, en todo caso, es una excepción en todo sentido.

En ese momento los mellizos, Serp y Spel, entraron en la cocina, poniendo punto final a la conversación adulta.

Cuando ambos estuvieron libres para descansar, las actividades del día los habían despejado y no querían dormir. Fueron a la casa de Volemak y Rasa para hablar sobre el sueño.

En el camino pasaron junto a un grupo de niños mayores que competían con sus hondas. Se pararon a mirar un rato, para ver cómo se desempeñaban sus hijos mayores, Zhatva y Motiga. Los niños los vieron y trataron de impresionar a sus padres, pero lo que más interesaba a Luet y Nafai no era su destreza con la honda y las piedras, sino cómo se llevaban con los demás. Motiga estaba insufrible como de costumbre. Sabía que era más pequeño y se valía de travesuras y payasadas para ganar acceso al círculo de los escogidos. Zhatva, siendo mayor, estaba allí por derecho propio, y lo que preocupaba a sus padres era que fuera tan dócil. Parecía adorar a Proya, un jactancioso que no merecía tanto respeto.

Un momento típico: Xodhya recibió un golpe en el brazo porque Motya agitó descuidadamente su honda cargada. Se puso a lagrimear, y Proya se burló de él.

—¡Nunca serás un hombre, Xodhya! ¡Sólo estarás cerca de serlo! —Era un ingenioso retruécano con su nombre, pero también era cruel, y sólo acentuó la aflicción de Xodhya. Luego, sin que los demás lo notaran, Xodhya buscó apoyo en Zhyat, quien le puso la mano en el hombro mientras le ladraba a su hermanito Motya:

—¡Ten cuidado con esa honda, cabeza de chorlito!

Era algo instintivo, pero Luet y Nafai se sonrieron al verlo. Zhatva no sólo ofrecía confortación a Xodhya, sin paternalismos, sino que impedía que los demás se burlaran del dolor y las lágrimas de Xodhya y echaba la culpa donde correspondía, en el descuido de Motya. Lo hacía con gracia y soltura, sin poner en entredicho la autoridad de Proya.

—¿Cuándo verá Zhyat que los niños acuden a él y no a otro cuando se encuentran en problemas?

—Tal vez cumple bien ese papel porque no sabe que lo está cumpliendo.

—Lo envidio —dijo Nafai—. Ojalá yo pudiera haber sido así.

—¿Sí? ¿Y por qué no pudiste?

—Ya me conoces, Luet. Le habría gritado a Protchnu que no era justo burlarse de Xodhya porque fue culpa de Motya y si le hubiera pasado a Protchnu él también estaría llorando.

—Es cierto, desde luego.

—Es cierto, pero Protchnu se habría convertido en mi enemigo —dijo Nafai. No necesitaba señalar las consecuencias de eso. ¿Acaso Luet no había vivido tiempo suficiente con él?

—A mí sólo me importa que Zhatva cuenta con el amor de los demás niños, y lo merece —dijo Luet.

—Ojalá Motya aprendiera de él.

—Motya es todavía un bebé —dijo Luet—, y no sabes qué será, salvo que será revoltoso y entrometido. Ojalá Chveya aprendiera de Zhatva.

—Sí. Bien, cada niño es diferente —dijo Nafai. Echaron a andar hacia la casa de Padre. Nafai comprendía el deseo de Luet. La soledad y el aislamiento de Chveya los preocupaba. Era la única inadaptada entre los niños mayores, y no entendían por qué, pues no hacía nada para oponerse a los demás. Simplemente no tenía un lugar en la jerarquía de los niños. O tal vez lo tenía, pero se negaba a ocuparlo. Era irónico. Se preocupaban porque Zhatva era demasiado dócil, y se preocupaban porque Chveya era demasiado díscola. Tal vez sólo queremos que nuestros hijos sean los que dominan. Tal vez trato de ver cumplidas en ellos mis propias ambiciones, y eso estaría mal, así que debo conformarme con lo que son.

Luet debía estar pensando lo mismo, pues comentó:

—Ambos se están abriendo camino en la maleza de la sociedad humana, y lo hacen bien. Nosotros sólo podemos observar, consolar y de cuando en cuando ofrecer una sugerencia.

O coger a la prepotente reina Dza de las piernas y quitarle su arrogancia con una tunda. Pero eso sólo causaría una riña entre las familias, y ellos no querían tener el menor conflicto con la familia de Shuya e Issya.

Volemak y Rasa escucharon con interés la descripción del sueño de Chveya.

—Me he preguntado a menudo cuándo volvería a actuar el Alma Suprema —dijo Padre—, pero confesaré que no hice la pregunta en voz alta, porque aquí me encontraba tan bien que no quería que nada apresurase nuestra partida.

—De cualquier modo, no podríamos hacer nada para apresurarla —dijo Madre—. A fin de cuentas, el Alma Suprema sigue su propio plan, al margen de nosotros. Nunca le importó que pasáramos tantos años en ese mísero valle del desierto, luego en ese lugar más grato entre los ríos Norte y Sur, o aquí, que quizá sea el mejor sitio de Armonía. Sólo le importa que estemos juntos y preparados para cuando ella nos necesite. Por lo que sabemos, tal vez sólo piense llevar a los niños a la Tierra, sin nosotros. Y eso me sentaría muy bien, aunque preferiría que se llevara a nuestros bisnietos, cuando ya estemos muertos, para no tener que despedirlos y sufrir extrañando a los viajeros.

—Así nos sentimos todos a veces —dijo Luet. Nafai guardó silencio, pero su padre comprendió su actitud.

—Todos menos Nafai. Él está preparado para cambiar. En cierto modo eres un tullido, Nyef. No soportas la felicidad por mucho tiempo. Sólo medras en el conflicto y la incertidumbre.

—No me gusta el conflicto, Padre —protestó Nafai.

—Tal vez no te guste, pero te sienta bien —dijo Volemak—. No es un insulto, hijo, sólo una realidad.

—La pregunta —dijo Rasa— es si debemos hacer algo después del sueño de Chveya.

—No —dijo Luet—. Nada. Sólo queríamos que vosotros lo supierais.

—Aun así —dijo Padre—, ¿qué sucederá si los demás niños tienen sueños del Guardián pero no se lo cuentan a nadie? Tal vez debamos avisar a los padres que escuchen los sueños de sus hijos.

—Si lo dices de ese modo —dijo Rasa—, Kokor y Dol instruirán a sus hijas sobre los sueños que deben tener, y se enfadarán con ellas si no sueñan con ratas gigantes.

Todos rieron, pero sabían que era verdad.

—Pues por el momento no haremos nada —dijo Padre—. Sólo esperar. El Alma Suprema actuará cuando llegue el momento oportuno, y hasta entonces trabajaremos duro cuando sea necesario, y trataremos de criar hijos perfectos que nunca riñan.

—¿Conque ésa es la medida del éxito? —se burló Luet—. ¿Los que nunca riñen son los buenos? Rasa se echó a reír.

—En tal caso, los únicos niños buenos son los que no poseen vitalidad.

—Es decir, ninguno de tus descendientes, mi amor —dijo Padre.

La visita terminó. Regresaron a casa y continuaron con las tareas del día. Pero Nafai no se contentaba con esperar. Le preocupaba que hubiera tan pocas visiones, y que la única en recibir un mensaje del Guardián fuera Chveya, la niña más solitaria, y demasiado pequeña para comprender su propio sueño.

¿Por qué el Alma Suprema se demoraba tanto? Nueve años atrás los había urgido a irse de Basílica. Habían renunciado a todas sus expectativas para internarse en el desierto. Sí, todo había resultado bien al final, pero no era el final, ¿o sí? Había más de cien años luz por delante, la parte del viaje que habían concluido no era nada, y no había indicios de que lo reanudarían.

¡Respóndeme!

Pero no hubo respuesta.


Se requirió otro sueño para que Nafai entrara en acción. Esta vez fue Luet; Nafai despertó de un sueño profundo y la encontró gimiendo y sollozando. La despertó, tratando de calmarla.

—Una pesadilla —dijo Nafai—. Tienes una pesadilla.

—El Alma Suprema —dijo Luet—. Está perdida.

—Luet, despierta. Tienes un sueño.

—Ahora ya estoy despierta. Sólo trataba de contarte el sueño.

—¿Soñaste con el Alma Suprema?

—Me vi a mí misma en el sueño. Pero pequeña, con la edad de Chveya. Tal como me veía antes en sueños.

Nafai cayó en la cuenta de que no había pasado tanto tiempo desde que Luet tenía la edad de Chveya. Era una niña cuando se conocieron y se casaron, una adolescente. Si se veía a sí misma como una niña, no se podía ver muy diferente de como era ahora.

—Conque te viste como una niña —dijo Nafai.

—No, vi a una persona que se parecía a mí, pero pensé: Es la vidente del agua. Y luego pensé: No, es el Alma Suprema, usando el rostro y el cuerpo de la vidente. Que es lo que muchas mujeres creían sobre mí.

—Sí, lo sé.

—Y entonces supe que estaba viendo al Alma Suprema, sólo que ella usaba mi rostro, y estaba buscando, desesperada. Buscando algo, y creía haberlo encontrado, pero se miraba las manos y no lo tenía. Entonces advertí que estaba persiguiendo una rata gigante, y cuando la apresó y la abrazó, la rata se transformó en un ángel y echó a volar. Pero el Alma Suprema no había visto la transformación y pensaba que la rata se había escabullido. Creo que esperamos aquí porque el Alma Suprema está confundida. Está buscando algo.

Pero Nafai se concentraba en las ratas y los ángeles del sueño.

—¿Es un sueño del Guardián? —preguntó—. ¿Pero cómo pudo el Guardián haber sabido hace cien años que el Alma Suprema tendría problemas ahora?

—Nosotros suponemos que los sueños del Guardián viajan a la velocidad de la luz —dijo Luet—. Tal vez ella sepa más de lo que creemos.

A Nafai le exasperaba que las mujeres, aunque hablaran del Guardián, lo considerasen femenino, como el Alma Suprema. Parecía atinado con el Alma Suprema, pero un poco arrogante con el Guardián. Tal vez porque Nafai sabía que el Alma Suprema era un ordenador, pero ignoraba qué era el Guardián de la Tierra. Si en verdad era un dios, o algo parecido, le disgustaba que tuviera que ser femenino.

—Tal vez el Guardián nos esté observando y nos conozca muy bien, y trate de despertarnos… y despertar al Alma Suprema por nuestro intermedio.

—El Alma Suprema no está dormida —dijo Nafai—. Le hablamos continuamente por intermedio del índice.

—Sólo te cuento lo que vi en mi sueño —dijo Luet.

—Hablemos con Issib y Zdorab por la mañana, para ver qué dice el índice al respecto.

—Ahora —dijo Luet—. Vayamos ahora.

—¿Despertarlos en medio de la noche? Tienen hijos, sería irresponsable.

—En medio de la noche no habrá interrupciones —dijo Luet—. Y pronto amanecerá.

Era verdad. Las primeras luces iluminaban el cielo que se veía por la ventana.

Zdorab se despertó de inmediato, y fue a abrir la puerta antes que Nafai y Luet llegaran. Shedemei apareció poco después, y tras susurrar unas palabras fue a llamar a Issib y Hushidh. Se reunieron en la casa donde guardaban el índice. Luet les contó el sueño, y Zdorab e Issib consultaron el índice, buscando respuestas.

Luet se impacientó al principio, mientras todos esperaban en silencio.

—Aquí no sirvo de nada por ahora —dijo—. Y los niños me necesitarán.

—También a mí —dijo Hushidh, y Shedemei las acompañó de mala gana. Cada cual regresó a su casa. Nafai sabía que él tampoco era muy útil cuando se trataba de consultar el índice. Issib y Zdorab exploraban continuamente la memoria del Alma Suprema, y él no podía competir con ellos. Sabía que las mujeres se molestarían por el tácito supuesto de que él podía quedarse y Luet debía marcharse, pero también sabía que era cierto. Las rutinas de los niños giraban en torno de Luet, que siempre estaba allí, mientras que Nafai salía con frecuencia a cazar y su ausencia no pesaba tanto en sus vidas. Lo echaban de menos, por cierto, pero su presencia no alteraba la vida cotidiana.

Nafai se quedó en la Casa del índice mientras Zodya e Issya hacían las preguntas. Nafai oía los murmullos, y de cuando en cuando lo consultaban, pero él no ayudaba en mucho.

Extendió la mano y apoyó los dedos en el índice.

—Tienes un bucle, ¿verdad? —preguntó.

—Sí —dijo el índice—. Lo comprendí en cuanto Luet tuvo su sueño del Guardián. Issib y Zdorab ya están trabajando para encontrar el bucle.

—Debe estar en tus rutinas primitivas —dijo Nafai—, porque si fuera tu auto programación podrías encontrarlo y programarte para eliminarlo.

—Sí. Zdorab supuso eso de inmediato, y es lo que estamos explorando.

—Debe ser un bucle donde crees haber encontrado algo que no has encontrado —dijo Nafai, recordando el sueño.

—Sí —dijo el índice. ¿Había cierta impaciencia en su voz?—. Issib insistió en eso desde un principio, así que procuramos encontrar algo que yo no puedo detectar. Es muy difícil examinar mi memoria para encontrar algo que no he detectado.

Nafai comprendió que Zdorab e Issib ya se habían adelantado a sus sugerencias, así que suspiró, apartó la mano del índice, se inclinó en la silla y esperó. Odiaba ser un espectador en acontecimientos importantes. Es lo que siempre dice Elemak sobre mí, se dijo Nafai, enfadado consigo mismo. Tengo que ser el héroe de cada historia en que participo. ¿Qué me dijo un día? Que si no me detenía, yo me las apañaría para ser el protagonista de su autobiografía. Así creo que soy vital en el proceso de descubrir por qué el Alma Suprema está operando en círculos, perdiendo su tiempo, perdiendo nuestro tiempo…

¿Perdiendo nuestro tiempo? ¿Esto es una pérdida de tiempo, vivir en paz y abundancia con mi esposa y mis hijos? Ojalá pierda así el resto de mi vida.

Como un cazador que gira en círculos, la pobre Alma Suprema vuelve sobre sus pasos, recorriendo el mismo terreno sin darse cuenta.

Al pensar en ello, Nafai recordó el sendero que había cogido en su cacería más reciente, como si lo sobrevolara, mirándolo como un mapa, viendo su trayecto entre los árboles mientras él giraba en círculos que se cruzaban; como nunca pasaba frente al mismo árbol en la misma dirección, nunca lo habría adivinado sin ver el mapa.

Eso necesita el Alma Suprema… ver sus propias huellas.

Tocó el índice y se lo dijo al Alma Suprema.

—Sí —dijo el índice con tono huraño—. Zdorab ya me ha sugerido que examine mi historia reciente para encontrar conductas repetitivas. Pero yo no grabo mi propia conducta. Sólo la conducta humana. No tengo almacenada una autobiografía, salvo cuando mis actos influyen sobre la humanidad. Y al parecer lo que me hace funcionar en forma circular no surte un efecto directo sobre la humanidad, o es tan primitivo que no soy consciente de ello. De cualquier modo, estoy desandando mis pasos.

El desconcertado Nafai no apartó la mano. Podría ser perturbador para los demás que él tocara el índice y apartara la mano a cada instante.

¿Perturbador? No. Sólo que no quería sufrir la vergüenza de que los demás supieran que su aportación era inútil.

Aún tenía sueño. El sueño de Luet lo había despertado temprano, y allí sentado, sin nada que hacer, se adormiló. Apoyó la cabeza en la mesa, descansando sobre el otro brazo; sus dedos aún tocaban el índice.

Evocó nuevamente esa imagen de sí mismo vista desde arriba, un mapa donde él recorría el bosque en círculos. Tal vez hago eso, pensó, al borde del sueño. Tal vez realmente avanzo en círculos.

—No —le dijo el índice—. Salvo cuando el animal que persigues sigue ese camino.

Podría, dijo Nafai en silencio. Podría girar y girar en círculos, buscando las huellas de un animal, sin comprender en realidad que estoy viendo mis propias huellas. Tal vez a veces me persiga a mí mismo. Tal vez encuentre mis propias huellas y piense que es un animal muy grande, que nos alimentará por una semana; me persigo a mí mismo y nunca me alcanzo, hasta que un día encuentro mi cuerpo tendido, exhausto, hambriento, muriendo porque en mi locura me imagino separado de mi cuerpo y…

Me estaba durmiendo, dijo en silencio.

—Aquí está el mapa de todos tus viajes —dijo el índice—. Verás que nunca andas en círculos, salvo cuando persigues un animal.

Nafai vio en su mente un claro mapa de las inmediaciones de Dostatok, incluidas las montañas, mostrando todos sus viajes.

Conque he recorrido todo ese territorio, dijo Nafai.

Pero aun al decirlo, vio que no era cierto. Había una zona adonde no lo habían llevado sus cacerías.

Una especie de cuña entre las montañas, que apuntaba hacia el desierto, y nunca iba allí.

¿Tienes un mapa de las cacerías de los demás?, preguntó Nafai.

Al instante, un mapa de las cacerías de Elemak se superpuso sobre el otro, y luego un mapa de las cacerías de Vas y Obring, y las cacerías en grupo. Se entrelazaban hasta formar una estrecha red en torno de Dostatok.

Salvo por esa cuña en las montañas.

¿ Qué es ese lugar en las montañas donde nadie ha penetrado?

—¿De qué hablas? —preguntó el índice. El blanco en los mapas. El lugar donde nadie ha estado.

—No hay ningún blanco —dijo el índice. Nafai concentró toda su atención en ese lugar. Allí, gritó con la mente.

—Me hablas como si estuvieras señalando algo, y veo que le prestas gran atención a algo, pero en el mapa no hay ningún punto que destaque sobre los demás.

—¿Habrá algo que está oculto aun para ti?

—Nada en Armonía está oculto para mí. ¿Por qué nos trajiste a Dostatok?

—Porque he preparado este lugar para que aguardéis mientras me preparo. ¿Para qué?

—Para que me llevéis en vuestro viaje a la Tierra. ¿Y por qué teníamos que venir aquí para esperar?

—Porque es el lugar más cercano donde podéis sobrevivir mientras me preparo. ¿El lugar más cercano a qué?

—A vosotros. Al lugar donde estáis.

De nuevo operaba en círculos. Nafai adoptó otra táctica. Le preguntó cuándo estaría preparado para llevarlos a la Tierra.

—Cuando os llame —dijo el índice. ¿Cuándo nos llames de dónde, adonde?

—De Dostatok —dijo el índice. ¿Adonde?

—A la Tierra —dijo el índice.

Para Nafai era claro. El lugar vacío del mapa, que el índice no podía ver, era el sitio donde se reunirían para partir rumbo a la Tierra. Un lugar que el índice no podía nombrar.

—Puedo nombrar cualquier lugar de Armonía —dijo el índice—. Puedo informarte sobre cualquier nombre que cualquier humano haya dado a cualquier sitio de este planeta.

Entonces dime el nombre de este lugar, dijo Nafai, concentrándose de nuevo en el sitio que nadie había recorrido en sus cacerías.

—Señala un lugar y te lo diré.

Nafai trazó un círculo mental en torno del blanco.

—Vusadka —dijo el índice.

Vusadka, pensó Nafai. Un nombre antiguo. Pero parecido a la palabra que designaba un solo paso más allá de la puerta. Qué significa Vusadka, preguntó al índice.

—Es el nombre de ese lugar.

¿Cuánto hace que se llama así?, preguntó Nafai.

—Así lo llamó la gente de Raspyatny. ¿Y de dónde sacaron ese nombre?

—Era célebre entre las Ciudades de las Estrellas y las Ciudades de Fuego.

¿Cuál es la referencia más antigua a ese nombre?

—¿Qué nombre? —preguntó el índice. El Alma Suprema no podía haberse olvidado tan pronto. Su memoria debía de haberse bloqueado otra vez. Nafai preguntó: ¿Cuándo aparece la referencia más antigua a este nombre en las Ciudades de Fuego?

—Hace veinte millones de años —dijo el índice. ¿Existe una referencia más antigua en las Ciudades de las Estrellas?

—Por cierto, son mucho más antiguas. Hace treinta y nueve millones de años.

¿Vusadka significaba algo en el idioma que hablaban allí?

—Todos los idiomas de Armonía están emparentados —dijo el índice.

De nuevo era elusivo. Nafai intentó otro enfoque para obtener la información que necesitaba. ¿Cuál es, en el idioma de las Ciudades de las Estrellas de hace treinta nueve millones de años, la palabra que más se parece a Vusadka sin ser Vusadka?

—Vuissashivat’h —respondió el índice. ¿Y qué significaba esa palabra para ellos?

—Desembarcar. ¿De dónde?

—De un barco —dijo el índice.

¿Pero por qué ese lugar de las montañas recibió un nombre relacionado con desembarcar de un barco? ¿La costa llegaba hasta aquí?

—Estas montañas son muy antiguas. Antes que la grieta creara el Valle de los Fuegos, estas montañas ya eran antiguas.

¿Y la costa nunca tocó la tierra de Vusadka?

—Nunca —dijo el índice—. No desde que los humanos desembarcaron de sus naves estelares en el mundo de Armonía.

Como el Alma Suprema usó la palabra moderna desembarcar en relación con las naves estelares, Nafai supo de inmediato que el Alma Suprema había hecho lo posible para confirmar lo que él ya sospechaba: que Vusadka era el lugar donde las naves habían aterrizado cuarenta millones de años atrás, y en consecuencia el lugar donde era más probable encontrar una nave estelar, si todavía quedaba alguna. Y otro pensamiento: Tú estás allí, ¿verdad, Alma Suprema? Donde aterrizaron las naves. Todas tus memorias, todos tus procesadores, se encuentran en ese lugar.

—¿Qué lugar? —preguntó el índice. Nafai se levantó, totalmente despejado. El ruido del banco llamó la atención de los demás.

—Iré a buscar el Alma Suprema —les dijo Nafai.

—Sí —dijo Issib—. El Alma Suprema nos mostró su conversación contigo.

—Muy hábil —dijo Zdorab—. Yo nunca habría pensado en comenzar por el mapa de las cacerías.

Nafai pensó en callar que no lo había hecho adrede. Era agradable que lo admirasen por su ingenio. Pero comprendió que eso equivalía a mentir.

—Me estaba durmiendo. La idea de la cacería fue una de esas ocurrencias descabelladas que tienes al borde del sueño. El Alma Suprema sabía que no podía saber lo que sabía, y reconoció que mediante el mapa podía comunicarse conmigo, eso es todo. Tuvo que engañarse para contármelo.

Issib se echó a reír.

—Muy bien, Nyef. Todos convenimos en que no eres muy brillante.

—Es verdad —dijo Nafai—. Sólo oí al Alma Suprema cuando encontró un modo oblicuo de hacerme franquear las barreras de su mente. Decid a los demás que me fui a cazar, si alguien pregunta. Pero decid la verdad a Luet y vuestras esposas, desde luego… iré en busca del Alma Suprema. Ambas cosas son ciertas.

Zdorab asintió aprobatoriamente.

—Hemos tenido paz en todos estos años —dijo— porque es una tierra fecunda y había espacio para todos y bienes en abundancia. Nadie querrá pensar en un nuevo desarraigo. Algunos se sentirán más descontentos que otros. Es aconsejable no decir nada hasta que sepamos algo con certeza.

Issib hizo una mueca.

—Me imagino que esto causará una auténtica batalla. Casi lamento que hayamos tenido tantos años de felicidad en este lugar. Esto dividirá la comunidad, y no sé cuánto daño causará.

Nafai negó con la cabeza.

—No tiene por qué ser así. El Alma Suprema nos guió a todos en este viaje. El Guardián de la Tierra también nos llama a todos.

—Todos son llamados —dijo Zdorab—, ¿pero quién irá?

—En este momento, iré yo —dijo Nafai.

—Acuérdate de llevar arco y flechas —dijo Issib—. Por si encuentras algo para la cena. —No dijo: Para que se crean la historia de que has ido a cazar.

En todo caso era buena idea, así que Nafai fue a su casa a buscar el arco y las flechas.

—Y si no las hubieras necesitado —dijo Luet con fastidio—, no habrías venido a despedirte y explicarme.

—Claro que sí —dijo Nafai.

—No. Probablemente pediste a los demás que me lo contaran cuando te hubieras ido. Nafai se encogió de hombros.

—De cualquier modo, me cercioré de que te enterases.

—Y sin embargo fue mi sueño, y el de Chveya.

—El hecho de haber tenido los sueños no te hace dueña de sus consecuencias —dijo Nafai, igualmente ofuscado.

—No, Nyef —dijo ella, suspirando con impaciencia—. Ya que yo tuve el sueño, debí ser tu compañera en esto. Tu compañera, en pie de igualdad. En cambio me tratas como a una niña.

—No les pedí que se lo dijeran a Chveya, ¿verdad? Entonces no te he tratado como una niña.

—¿No puedes admitir que has actuado como un mandril, Nafai? ¿No puedes decir que me has tratado como si en esta comunidad sólo importaran los hombres, como si las mujeres no fueran nada, y que lamentas haberme tratado así?

—No actué como un mandril. Actué como un hombre. Cuando actúo como un hombre, no soy menos humano, sino menos femenino. Nunca más me digas que, por no actuar como una mujer, soy un animal.

Nafai se sorprendió de su propia ira.

—Conque esto también sucede en nuestra casa —murmuró Luet.

—Sólo porque tú lo has mencionado. Nunca más me llames animal.

—Pues no actúes como tal. Ser civilizado significa trascender tu naturaleza animal. No regodearte en ella. Por eso me has recordado un mandril… porque no puedes ser civilizado mientras trates a las mujeres con ese desprecio. Sólo puedes ser civilizado si nos tratas como amigas.

Nafai se plantó en la puerta, ardiendo por dentro ante la injusticia de esas palabras. No porque ella no dijera la verdad, sino porque se equivocaba al aplicárselas de esa manera.

—Te he tratado como verdadera amiga, y como esposa —dijo—. Pensé que me amabas, que no estábamos compitiendo para ver quién era el dueño de los sueños.

—Yo no me enfadé porque te apropiaras del resultado de mí sueño —dijo Luet.

—¿No?

—Me ofendió que no compartieras conmigo los resultados de tu sueño. Yo no salté de la cama para ir a contar mi sueño a Hushidh y Shedemei, y luego pedirles que te lo contaran.

Sólo cuando ella lo expresó de ese modo Nafai comprendió por qué estaba tan contrariada.

—Oh —dijo—, lo lamento. Ella aún estaba enfadada, y la disculpa había llegado un poco tarde.

—Puedes irte —dijo Luet—. Puedes ir a buscar el Alma Suprema. Puedes ir a buscar las ruinas de las antiguas naves estelares en el antiguo lugar del aterrizaje. Puedes ir y ser el único héroe de nuestra expedición. Cuando me duerma esta noche, te veré protagonizando mis propios sueños. Espero que me dejes algún papel menor. Tal vez sostenerte el abrigo.

Nafai estuvo a punto de marcharse. Luet había repetido el insulto de Elemak sabiendo cuánto le habían dolido esas palabras, pues Nafai se lo había contado tiempo atrás. Era cruel e injusto repetirlas ahora. Ella, además, debía saber que no lo impulsaba el afán de ser un héroe, sino la pasión por saber qué sucedería, por lograr que sucediera algo. Si Luet lo amaba, tenía que entender.

Por eso estuvo a punto de marcharse sin más, dejando que esas palabras amargas lo acompañaran en su trayecto hasta las montañas.

En cambio, entró en la habitación de los niños. Todos estaban dormidos menos Chveya, que quizá se había despertado al oír los agresivos murmullos de sus padres. Nafai los besó a todos, Chveya la última.

—Voy en busca del sitio de donde vienen los mejores sueños —susurró, para no despertar a los otros niños.

—Guarda lugar para mí en todos los sueños ^susurró Chveya.

Nafai la besó de nuevo y regresó a la cocina donde Luet revolvía el potaje.

—Gracias por encontrar lugar para mí en tus sueños —le dijo—. Siempre eres bienvenida en los míos.

La besó, y para su alivio ella también lo besó. No habían resuelto nada, salvo confirmar que aún se amaban, aunque riñeran. Eso bastaba para marcharse contento, y no abatido.

Necesitaría estar en paz consigo mismo, pues era evidente que el Alma Suprema estaba protegiendo un lugar oculto sin siquiera saber que lo protegía. Eso sospechaba, pues algo debía haberlos desviado lejos cuando iban de cacería, impidiéndoles llegar a Vusadka, y sin duda era la capacidad del Alma Suprema para lograr que la gente olvidara ciertas ideas. Sin embargo, el Alma Suprema no había podido ver el lugar, ni siquiera ver que no lo veía. Eso significaba que las rutinas de deflexión del Alma Suprema se habían vuelto contra el Alma Suprema, así que era improbable que pudiera desactivarlas para dejar pasar a Nafai. Al contrario, Nafai tendría que luchar para abrirse camino, tal como él e Issib habían franqueado las barreras del Alma Suprema en Basílica, mucho tiempo atrás, esforzándose para concebir pensamientos que el Alma Suprema había prohibido. Pero ahora no eran sólo ideas. Tendría que luchar para llegar a un sitio que ni siquiera el Alma Suprema podía ver.

—Debo vencerte —le susurró al Alma Suprema mientras atravesaba los prados—. Debo franquear tus barreras.

(¿Qué barreras?)

Esto sería agotador. Nafai se cansaba de sólo pensar en ello. Y no bastaría con valerse de un truco ingenioso. Tendría que recurrir a toda su fuerza de voluntad. Y tal vez eso no fuera suficiente.


Atardecía y Nafai estaba desesperado. Al cabo de un día de viaje para llegar allí, se había pasado el día entero haciendo cosas inútiles, una y otra vez. Se detenía fuera de la zona prohibida, pedía al Alma Suprema que le mostrara el mapa del trayecto que habían seguido todos los cazadores, veía fácilmente qué rumbo debía coger para llegar a Vusadka. Incluso marcaba una flecha o escribía el rumbo en la tierra con un palo. Tras partir animosamente, se encontraba una vez más fuera de la zona «oculta», a cien metros de donde había escrito la dirección. Si había escrito «noreste» se encontraba al oeste del lugar; si la flecha apuntaba hacia el este, se encontraba al sur de ella. No podía franquear esa barrera.

Despotricó contra el Alma Suprema, pero las respuestas que obtenía mostraban que el Alma Suprema ignoraba lo que sucedía.

—Quiero ir al sureste de este lugar —decía Nafai—. Ayúdame.

Y luego se encontraba muy al norte, y el Alma Suprema le decía: No me escuchaste. Te dije que fueras al sudoeste, y no me escuchaste.

Había caído el sol y oscurecía deprisa. Odiaba tener que regresar a Dostatok habiendo fracasado.

(No comprendo qué intentas hacer.)

—Trato de encontrarte —dijo Nafai.

(Pero aquí estoy.)

—Sé dónde estás, pero no puedo llegar.

(Yo no te detengo.)

Era verdad, y Nafai lo sabía. Tal vez el Alma Suprema ni siquiera fuera responsable de esto. Si poseía el poder para bloquear la mente humana, para disuadir a los humanos de los actos que planeaban, era posible que los primeros humanos de Armonía hubieran preparado otro conjunto de defensa para proteger ese lugar. Defensas que no estuvieran controladas por el Alma Suprema, sino que rechazaran también al Alma Suprema.

Muéstrame todos los caminos que he seguido hoy, dijo Nafai. Permíteme verlos aquí, en tierra.

Los vio: estelas brillantes que formaban hebras en el suelo. Vio cómo empezaban, una y otra vez, dirigiéndose hacia el centro del círculo que rodeaba Vusadka. Luego se interrumpían y comenzaban de nuevo a poca distancia, al norte o al sur, bordeando oblicuamente el límite.

Le asombró que el límite fuera tan preciso. En cuanto él penetraba un metro, era expulsado. Podía trazar una línea en el suelo, marcando la frontera exacta de la visión del Alma Suprema. Eso hizo. Usó la última media hora de luz para marcar el límite con un palo, trazando una línea o cavando un pequeño pozo cada varios cientos de metros.

Mientras marcaba la frontera de sus fútiles esfuerzos, oyó la llamada de los mandriles que se dirigían hacia el promontorio donde dormían. Sólo cuando hubo concluido, cuando hubo anochecido y los mandriles callaron, comprendió que algunas llamadas habían comenzado fuera del límite, pero ahora todas terminaban en su interior.

Desde luego. El límite cierra el paso a los humanos, pero otros animales no han sido modificados para ser susceptibles a esa influencia. Conque los mandriles cruzan el límite con impunidad.

Ojalá fuera un mandril.

Casi podía oír el comentario socarrón de Issib: «¿Y estás seguro de que no lo eres?»

Encontró un lugar herboso en un terreno alto y se dispuso a dormir. Era una noche clara, con pocas probabilidades de lluvia, y aunque aquí refrescaba más que en Dostatok —estaba cerca del desierto, y el aire era mucho más seco— esta noche estaría cómodo.

Cómodo, pero le costaría dormirse.

Soñó, pero no supo si el sueño significaba algo o era sólo que había dormido con sobresaltos y entonces recordaba mejor los sueños más normales de esa noche. Pero en uno de esos sueños estaba con Yobár. El mandril lo guiaba por un laberinto de roca. Cuando llegaban a un agujero en las rocas, Yobar se agachaba y entraba. Pero Nafai se quedaba mirando el agujero, pensando: Soy demasiado grande para pasar. Claro que no era verdad. En el sueño Nafai veía que el agujero no era tan estrecho. Pero no podía pensar en agacharse para atravesarlo. Se empeñaba en buscar un modo de pasar de pie.

Yobar regresó y lo tocó. Nafai se encogió y se convirtió en mandril. Entonces no tuvo problemas en atravesar el agujero. Una vez que estuvo del otro lado, recobró el tamaño humano. Y cuando se volvió para mirar el diminuto agujero, había cambiado. Ahora era tan alto como un humano adulto, y podía atravesarlo de pie.

Por la mañana, ese sueño era el más prometedor. Tiritando en la brisa del alba, procuró encontrar un modo de aprovechar las ideas que sugería el sueño.

Evidentemente el sueño reflejaba su conocimiento de que los mandriles podían atravesar la barrera, aunque un humano no. Si se convertía en mandril, podría atravesarla. Pero eso era lo que él había deseado la noche anterior, y no había bastado con desearlo.

En el sueño, pensó Nafai, el agujero parecía demasiado pequeño, pero podía haberlo atravesado en cualquier momento, porque en realidad tenía la altura de un hombre. La barrera estaba sólo en mi mente, lo cual sucede también con esta barrera. Cuanto más me empeño en cruzarla, con mayor firmeza me rechaza. Tal vez lo que me frena es la intención de cruzar el límite.

No, eso es tonto. La barrera fue diseñada para expulsar incluso a personas que ignoraban su existencia. Cazadores, exploradores, colonos, mercaderes… todos los que se dirigían inadvertidamente hacia Vusadka.

Pero una pequeña sugestión bastaba para expulsar a los que no tenían la firme intención de ir a Vusadka. Ni siquiera notarían que los desviaban. A fin de cuentas, ninguno de nosotros notó que evitábamos esta zona en nuestras cacerías, durante tantos años en Dostatok. De modo que esas sendas originales no definían una frontera clara, tal como la estoy definiendo ahora. Y nuestras sendas no se desviaban tan bruscamente… sólo perdíamos el rastro de la presa, o por alguna otra razón nos alejábamos gradualmente. La fuerza de la barrera, pues, debe aumentar con mi firme intención de cruzarla. Y si pudiera errar por aquí casualmente, la fuerza de la barrera sería menor.

¿Pero cómo puedo penetrar casualmente si sé perfectamente adonde debo ir?

Con este pensamiento comprendió plenamente su plan, aunque no se atrevía a pensarlo con claridad, por temor a activar la barrera y fracasar antes de intentarlo. En cambio, decidió concentrarse en una nueva intención. Debía cazar ahora, y llevar carne para alimentar a los niños. El mismo tenía hambre, y si él tenía hambre los pequeños debían de estar famélicos. Pero los pequeños en que pensaba eran los pequeños mandriles. Recordó a los mandriles del Valle de Mebbekew y se sintió responsable de llevarles carne, tal como Yobar cuando quería robar comida para agradar a las hembras y fortalecer a los jóvenes.

Esa mañana partió en esa dirección, sin dirigirse hacia Vusadka, y buscó hasta encontrar las huellas de una liebre. Siguió a su presa y al cabo de una hora pudo atravesarla con una flecha.

No estaba muerta. Las flechas rara vez mataban de inmediato, y habitualmente él despachaba al animal con el cuchillo. Pero esta vez la dejó con vida, aterrada y gemebunda; le extrajo la flecha de las ancas y la cogió por las orejas. Los gemidos de la liebre eran precisamente lo que necesitaba. Los mandriles estarían más interesados en un animal vivo pero herido. Tenía que encontrar a los mandriles.

No fue difícil. Los mandriles temen a pocos animales, y se defienden permaneciendo alerta y poniéndose sobre aviso, así que no procuraban guardar silencio. Nafai los encontró recorriendo un largo valle que iba del oeste al este, con un arroyo en el medio. Irguieron la cabeza, al verlo. No hubo pánico —Nafai todavía estaba a gran distancia— y miraron la liebre con curiosidad.

Nafai se aproximó. Ahora se pusieron alerta. Los machos se apoyaron sobre los nudillos y protestaron. Y Nafai sintió gran renuencia a acercarse.

Pero debo acercarme, para darles carne.

Avanzó unos pasos más, mostrando la liebre. No sabía cómo tomarían ese ofrecimiento. Podían tomarlo como prueba de que era capaz de matar, o como una sugerencia de que ya tenía su presa y ellos estaban a salvo. Pero algunos pensarían en la liebre como carne comestible. Los mandriles no eran los mejores cazadores del mundo, pero adoraban la carne, y esa liebre gemebunda tenía que resultar apetitosa para ellos.

Se aproximó despacio, sintiendo mayor renuencia a cada paso. Pero también veía que los más jóvenes miraban la liebre. Les ayudó a pensar más en la carne, eludiendo su mirada. Sabía que el contacto visual sería como un reto y los asustaría.

Los mandriles retrocedieron, pero no mucho. Como él había esperado, tendían a replegarse hacia los peñascos. Los siguió. Pensaba: Esta no es buena idea, no necesitan esta carne. Pero acalló sus pensamientos, tratando de concentrarse en una cosa: Estas madres necesitan proteínas, sus bebés deben recibirlas de la leche. Tengo que llevarles esta carne.

No puedes, esto es una estupidez, debes soltar la liebre y marcharte.

Pero si lo hago, la liebre quedará para los machos más fuertes y no para las hembras. Tengo que llevar la carne a las hembras, para que la aprovechen los pequeños. Es mi trabajo, como cazador de esta tribu, llevarles comida. Tengo que alimentarlas. No puedo permitir que nada me impida llegar a ellos.

¿Cuánto tiempo le llevó? Le costaba concentrarse en lo que hacía. En varias ocasiones tuvo la sensación de que acababa de despertarse, aunque sabía que no estaba durmiendo, y entonces sacudía la cabeza y continuaba, dirigiéndose hacia las hembras, que retrocedían hacia los peñascos.

Tengo que llegar detrás de ellas, más cerca de los peñascos donde duermen. Tengo que llegar al lugar donde están las hembras.

Comenzó a desviarse hacia el norte, pero no permitió que su atención se desviara de las hembras. Hacia el mediodía se encontró donde deseaba estar, entre los mandriles y los peñascos donde dormían. La liebre se había callado al fin, pero a los mandriles no les molestaría que hubiera muerto, pues estaba viva cuando llegó, y además no eran tan pretenciosos si la carne estaba tibia. Nafai les arrojó la liebre, apuntando al centro del grupo de hembras.

Estalló un pandemonio, pero las cosas salieron como Nafai había planeado. Algunos machos jóvenes trataron de apoderarse de la liebre, pero los más viejos se plantaron ante Nafai, pues por el momento parecía una amenaza. Así la liebre cayó entre las hembras, que echaron fácilmente a los mandriles jóvenes. La liebre no estaba muerta, a pesar de todo. Chilló cuando las hembras dominantes le hincaron los dientes. Cuando vivía cerca de los mandriles en el desierto, a Nafai le había disgustado que no se molestaran en matar la presa antes de comerla, pero ahora estaba acostumbrado, y le agradó que su plan hubiera funcionado y las hembras hubieran conseguido la carne.

Los machos se alborotaron al comprender que se estaban perdiendo el festín, y Nafai empezó a retroceder, dirigiéndose a los peñascos; cuando él se hubo alejado, los machos acometieron contra el grupo, dispersando a las hembras y asestándose golpes en su lucha por obtener trozos de liebre. Algunos consiguieron trozos grandes, pero Nafai supo que las hembras habían obtenido más carne que de costumbre. Eso le hizo sentir bien.

Ahora, sin embargo, era conveniente alejarse de los mandriles. Ir valle arriba. Más aún, sería bueno encontrar más presas para traerles.

Gradualmente, sin embargo, mientras se alejaba de los mandriles, notó que su renuencia era más fácil de combatir. Con gran esfuerzo, procuró recordar para qué había ido allí. Su renuencia regresó de inmediato —casi un pánico— pero no perdió el control de sí mismo. Como había esperado, la barrera era más fuerte en el límite. El podía vencer este nivel de interferencia. Se parecía más a lo que había sentido en Basílica, cuando él e Issib procuraban franquear las barreras del Alma Suprema para pensar cosas prohibidas.

O tal vez me siento mejor porque la barrera ya me ha desviado. Tal vez me ha derrotado sin que yo me enterase.

—¿Estoy dentro o fuera? —le susurró al Alma Suprema.

No recibió ninguna respuesta.

Sintió un aguijonazo de miedo. El Alma Suprema no podía ver esta zona. ¿Y si detrás del límite el Alma Suprema lo perdía de vista?

Entonces pensó que tal vez por eso la fuerza de la resistencia se había debilitado. Tal vez, sin que el Alma Suprema lo advirtiera, esta barrera había combinado su propio poder con el poder del Alma Suprema, en la frontera. Pero aquí, donde el Alma Suprema no podía penetrar, la barrera sólo contaba con su propio poder, y por eso era posible derrotarla.

Tenía sentido, así que Nafai continuó yendo hacia el este, hacia el centro de Vusadka.

¿O se dirigía hacia el norte? Pues de pronto, al cruzar una colina, vio una paisaje totalmente yermo.

A cincuenta metros, era como si alguien hubiera construido un muro invisible. De un lado estaba el verdor de la tierra de Dostatok, y del otro el desierto más seco y árido que Nafai había visto jamás. Ni un pájaro, ni un lagarto, ni un arbusto, no había nada vivo detrás de esa línea.

Era demasiado artificial. Tenía que ser otra barrera, otro límite, un límite que excluía a todos los seres vivientes. Quizá fuera una barrera que mataba todo aquello que la cruzaba. ¿Nafai no debía atravesarla?

—¿Hay algún portal en alguna parte? —preguntó al Alma Suprema.

No recibió ninguna respuesta.

Se aproximó cautelosamente a la barrera, estiró la mano.

Sería invisible, pero era tangible. Apoyó la mano y sintió que la pared se deslizaba, como si fuera un poco viscosa y estuviera constantemente en movimiento. En cierto modo, esa tangibilidad era tranquilizadora. Si cerraba el paso a las criaturas vivientes, tal vez no tuviera ningún mecanismo para matarlas.

¿Puedo cruzar? Si los humanos no pueden trasponer este límite, ¿para qué instalar una barrera mental a tanta distancia? Quizá para impedir que los humanos vean este límite evidente y elaboren una famosa leyenda, atrayendo la atención sobre este lugar. Pero también era posible que la barrera mental estuviera destinada a ahuyentar a los humanos porque un humano resuelto podía cruzar esta barrera física. Una barrera para los humanos, a lo lejos; y otra barrera para los animales. Tenía sentido.

Claro que eso no garantizaba que fuera así. Nafai pensó en regresar a Dostatok y anunciar su descubrimiento, para que pudieran explorar el Alma Suprema y averiguar si había un modo de burlar esa barrera.

Pero era posible que la sola idea de regresar a Dostatok fuera una influencia mental de la barrera, induciéndolo a encontrar excusas para marcharse. Y tal vez la barrera tuviera cierta capacidad de aprendizaje, en cuyo caso nunca más se dejaría engañar por el truco de concentrarse en la urgente necesidad de alimentar a los mandriles. No, solo como estaba, él debía tomar la decisión.

Te matará.

¿Qué era eso, la voz del Alma Suprema? ¿O la barrera? ¿O sólo su temor? De un modo u otro, sabía que el miedo no era irracional. Más allá de esa barrera no había nada vivo. Tenía que existir un motivo para ello. ¿Por qué él sería la excepción, la única criatura viva que podía cruzar? Cuando se construyó la barrera, debía de haber plantas en ambos lados de la barrera, y aunque fuera imposible de cruzar, la vida habría continuado en ambos lados. Cuarenta millones de años de evolución habrían diferenciado la flora y la fauna de ambos lados, pero la vida debería haber florecido. El mero aislamiento no podía exterminar todas las formas vivientes.

Te matará.

Tal vez, pensó Nafai en tono desafiante. Tal vez muera. Pero el Alma Suprema nos trajo aquí con un propósito, llevarnos a la Tierra. Aunque el Alma Suprema no pudiera pensar directamente en Vusadka, o no pudiera hablar de ello con los humanos, Vusadka tenía que ser el motivo por el cual los había llevado allí. De un modo u otro, debemos atravesar esta barrera.

Pero aquí sólo estoy yo. Y quizá nadie regrese aquí, si yo no tengo éxito. Si fracaso, bien, buscaremos otra entrada. Y si logro cruzar la barrera y algo me mata, los otros sabrán, al no verme regresar, que deben ser más cautelosos.

Al no verme regresar.

Pensó en sus hijos. La callada y brillante Chveya, Zhatva, sabio y compasivo; el travieso Motiga; el animoso Izuchaya; y los mellizos, Serp y Spel. ¿Puedo dejarlos huérfanos?

Puedo si debo. Puedo porque tendrán por madre a Luet, y contarán con la ayuda de Shuya, Issya, Padre y Madre. Puedo abandonarlos, si debo, porque eso sería mejor que regresar sin haber cumplido el propósito de nuestra vida por temor a morir.

Se apoyó en la barrera. No cedía bajo su mano. Cuanto más la apretaba, más parecía deslizarse. Pero a pesar de esa ilusión de deslizamiento, su mano no resbalaba a la derecha ni a la izquierda, ni arriba ni abajo. La fricción parecía casi perfecta. Cuando apretaba hacia dentro él no podía deslizar la mano sobre la superficie, aunque parecía que la superficie se deslizaba hacia todas partes.

Retrocedió, cogió una piedra y la arrojó hacia la barrera. Chocó contra la pared invisible, se adhirió un instante, se deslizó lentamente hacia abajo.

Esto no es una pared, comprendió Nafai, pues puede coger la piedra y permitir que se deslice hacia abajo. ¿Sabrá detectar qué la golpeó, y reaccionar de distinta manera ante una piedra o un ave?

Nafai cogió un terrón. Vio con satisfacción que contenía varias larvas y lombrices. Lo arrojó contra la barrera.

De nuevo se adhirió un instante y comenzó a deslizarse hacia abajo. Pero no a la misma velocidad. La tierra bajó primero, limpiamente separada de las raíces de hierba. Luego se deslizó la materia vegetal, dejando las larvas y la lombriz, que bajaron en último lugar.

Esta barrera es selectiva, pensó Nafai. Sabe distinguir entre lo vivo y lo muerto, entre lo animal y lo vegetal. ¿Por qué no entre lo humano y lo no humano?

Nafai se miró la ropa. ¿Cómo la interpretaría la barrera? Ignoraba cómo la barrera detectaba la naturaleza de las cosas que la golpeaban. Tal vez pudiera detectar que era humano antes que él la tocara. Pero también era posible que la vestimenta lo ocultara un poco. Por supuesto, no sabía si eso era bueno o malo.

Cogió otra piedra, pero esta vez no se limitó a tirarla, sino que la arrojó con todas sus fuerzas. De nuevo se adhirió a la barrera.

No, esta vez se clavó en la barrera. Apretando las manos contra los costados de la piedra, mientras ésta se deslizaba, Nafai notó que la piedra se había insertado en la pared.

Nafai descolgó su honda del cinturón, calzó una piedra, la agitó vigorosamente y la arrojó contra la barrera.

Se quedó adherida un instante. Nafai pensó que se comportaría como los otros objetos.

En cambio, la piedra se adhirió un instante y cayó del otro lado de la barrera.

¡Había cruzado! Había tenido el ímpetu necesario para atravesarla. La barrera le había quitado impulso, pero igual había penetrado. El único problema era que Nafai ignoraba cómo arrojarse contra la barrera con ese mismo ímpetu. Aunque pudiera, la fuerza, del impacto podía matarlo.

Tal vez la barrera tenga otras reglas para los humanos. Tal vez, si golpeo con fuerza, me permita pasar.

Seguro, tonto. Instalaron el sistema para excluir a los humanos, ¿recuerdas?

Nafai se apoyó en la barrera para pensar. Para su asombro, al cabo de un instante la barrera comenzó a descender. Mejor dicho, deslizó su vestimenta hacia el suelo, arrastrándolo consigo. No había hecho lo mismo con sus manos. Al tocar la barrera con la piel desnuda, no se había movido.

Se apartó con dificultad de la pared invisible. Se adhería a la ropa tal como se había adherido a las piedras, la tierra, la hierba, las larvas y la lombriz. Tiene otras reglas para los humanos, comprendió. Esta pared conoce la diferencia entre mi ropa y yo.

Impulsivamente se quitó la túnica, desnudando los brazos. Luego metió el brazo con fuerza, hundiendo el puño en la barrera. Le dolió como si golpeara una pared de ladrillo, pero la atravesó.

¡La atravesó! Su puño estaba del otro lado de la barrera, al igual que la piedra que había arrojado antes. Y del otro lado no sentía nada raro. Podía flexionar el puño y mover los dedos, y aunque el aire de dentro estaba más fresco, no había dolor, ni distorsión, ningún problema obvio.

¿Podré seguir mi mano por la pared?

Empujó, y pudo meter el brazo. Pero cuando quiso meter el pecho, se atascó. Cuando se volteó buscando un ángulo más favorable, su cabeza también chocó contra la barrera y se detuvo.

¿Y si me quedo aquí para siempre, mitad dentro y mitad fuera?

Se retiró alarmado, y el brazo salió fácilmente. Sintió cierta resistencia, pero ningún dolor, y nada quiso retenerlo. En pocos instantes quedó libre.

Se tocó el brazo y la mano que habían estado del otro lado y no encontró ningún problema. Aquello que impedía que la vida medrara del otro lado no lo había matado aún. Si era un veneno, no era inmediato, y por cierto no era la barrera misma.

Reseñó las reglas que había aprendido. Tenía que ser piel desnuda. Tenía que golpear con cierta fuerza. Y si quería que pasara todo su cuerpo, tendría que golpear con todo el cuerpo al mismo tiempo.

Se quitó la ropa, la plegó y la puso sobre el arco y las flechas. Luego apiló algunas piedras encima para que no se volara. Esperaba necesitar de nuevo esa ropa.

Pensó en brincar de cabeza contra la barrera, pero no le gustaba la idea. Al golpearla con el puño había sido como pegarle a una pared, y no le gustaba hacer lo mismo con la cara o la entrepierna. Tampoco sería maravilloso hacerlo de espaldas, pero era el menor de dos males.

Caminó unos pasos a lo largo de la barrera hasta llegar a un sitio donde había un declive. Subió, respiró profundamente, susurró un adiós a su familia, corrió cuesta abajo. Pronto corría sin poder frenar, pero cuando se aproximó a la pared clavó un pie y giró para chocar de plano contra la barrera.

No fue lo que consiguió. Sus nalgas pasaron primero, y luego los muslos y el cuerpo, hasta los hombros. Los brazos y la cabeza quedaron fuera de la barrera, mientras sus pies caían y chocaban con el suelo pedregoso del otro lado. Le dolían los talones, pero no le importaba, porque ahí estaba, el cuerpo dentro, los brazos y la cabeza fuera.

Tengo que regresar fuera, pensó, e intentarlo de nuevo.

Demasiado tarde. En pocos momentos sus hombros quedaron dentro. Estaba atascado como antes, sin lograr que el cuerpo siguiera a los brazos. La principal diferencia era que esta vez tenía la cabeza fuera de la pared, y la barbilla y los oídos parecían reacios a seguirlo adentro, porque necesitaba todo el peso de su cuerpo para zafarse, y no podía lograrlo con la barbilla atascada en la pared.

Debe ser el modo más estúpido de morir que se ha descubierto, pensó Nafai.

Recuerda tus clases de geometría, se dijo. Y de anatomía. Mi barbilla puede estar en ángulo demasiado agudo respecto de mi cuello par salir, pero encima de mi cabeza hay una curva continua. Si puedo empujar la barbilla hacia delante y la cabeza hacia atrás… siempre que no me arranque las orejas… pero pueden flexionarse, ¿o no?

Lenta y laboriosamente, echó la cabeza hacia atrás y notó que se movía. Puedo lograrlo, pensó. Y luego será fácil con los brazos.

La cabeza salió de inmediato, y su cara quedó del lado de dentro. Sólo le faltaba sacar los brazos.

Pensaba hacerlo enseguida, después de un breve descanso, pero mientras descansaba, jadeando por el esfuerzo, advirtió que su necesidad de respirar aumentaba. Se estaba sofocando, incluso mientras aspiraba ese aire de olor extraño.

Sí, aire de olor extraño, seco fresco, y no obtenía oxígeno. Mientras sentía el pánico de la sofocación, su mente racional advirtió lo que tendría que haber comprendido desde un principio. El motivo por el cual no había ninguna criatura viviente dentro de la barrera era la ausencia de oxígeno. Era un lugar diseñado para evitar todo deterioro, y el deterioro más rápido siempre se asociaba con la presencia del oxígeno, o el oxígeno unido al hidrógeno para tomar agua. No podía haber vida, y en consecuencia ni siquiera microbios que carcomieran las superficies; ni agua que se condensara, se congelara o circulara, ni oxidación de los metales. Y si la atmósfera no soportaba formas de vida anaeróbica, habría pocos elementos dentro de la barrera que causaran deterioro, salvo la luz solar, la radiación cósmica y la desintegración atómica. La barrera estaba destinada a preservar todo lo que hubiera en su interior, para que durase cuarenta millones de años.

La súbita comprensión del propósito de la barrera no fue un consuelo, pues su mente racional ya no estaba al mando. En cuanto notó que no podía respirar, sus manos, que todavía asomaban por la barrera, intentaron aferrar el aire en un desesperado esfuerzo por liberarlo de su atasco. Pero estaba en la misma situación que antes, fuera, cuando sólo un brazo había atravesado la pared. Podía hundir los brazos en la barrera, pero cuando su rostro y su pecho llegaban a la pared, no podía seguir avanzando. Sus manos podían tocar el aire respirable del otro lado, pero nada más.

Impulsado por el miedo, golpeó la cabeza contra la barrera, pero no tenía suficiente apoyo —a pesar del pánico— para atravesarla y llegar al aire respirable. Estaba a punto de morir. Nuevamente golpeó la pared con la cabeza, con más fuerza.

Tal vez con el último golpe se aturdió, o tal vez se estaba debilitando por falta de oxígeno, o perdiendo el equilibrio. De un modo u otro, cayó hacia atrás, y la resistencia de la barrera amortiguó la caída mientras los brazos se deslizaban por la pared invisible.

Esto está bien, pensó Nafai. Si logro llegar adonde la cuesta va hacia el otro lado, puedo correr hacia la barrera y atravesarla otra vez, aunque esta vez con la cara hacia delante. Pero aun mientras elaboraba este plan optimista, sabía que no funcionaría. Había pasado demasiado tiempo tratando de atravesar la barrera, y había agotado demasiado oxígeno de su cuerpo, y no podría trepar otra colina y correr cuesta abajo antes de desmayarse.

Sus manos se liberaron y cayó hacia delante en el suelo pedregoso. Debió de ser un golpe muy fuerte, pues le sonó como un trueno. Y luego el viento le abofeteó el cuerpo, levantándolo, haciéndolo rodar, retorciéndolo.

Mientras jadeaba en el viento, notó que milagrosamente volvía a respirar. Estaba aspirando oxígeno. También se estaba magullando mientras el viento lo arrastraba de aquí para allá. Sobre las piedras. Sobre la hierba.

La hierba.

El viento se había reducido a una brisa. Nafai abrió los ojos. Se había desplazado sin ton ni son, unos cincuenta metros. Tardó un rato en orientarse. Pero, tendido en la hierba, supo que estaba fuera de la barrera. ¿El viento era otro mecanismo de defensa para expulsar a los intrusos? Sus rasguños y magulladuras respaldaban esa interpretación. Aún veía fantasmas de polvo girando a lo lejos, sobre la tierra muerta.

Se levantó y caminó hacia la barrera. Trató de tocarla, pero no estaba. Había desaparecido.

Esa era la causa del viento. Atmósferas que no se habían mezclado en cuarenta millones de años se habían combinado repentinamente, y la presión no había sido igual en ambos lados de la barrera. Fue como el reventón de un globo, y Nafai había volado de aquí para allá como un trozo de globo.

¿Por qué había desaparecido la barrera?

Porque un humano la había atravesado por completo. Porque si la barrera no hubiera bajado, él habría muerto.

Nafai creyó oír la voz del Alma Suprema.

(Sí, estoy aquí, tú me conoces.)

—¿Yo destruí la barrera?

(No, yo lo hice. En cuanto la atravesaste totalmente, el sistema perimétrico me informó que un ser humano lo había penetrado. De inmediato fui consciente de partes de mí que me habían estado ocultas durante cuarenta millones de años. Podía ver todas las barreras, supe de inmediato su historia y comprendí su propósito y cómo controlarlas. Si hubieras sido un intruso muy obcecado que no debía estar allí, yo habría ordenado a los sistemas perimétricos que te dejaran morir, e inmediatamente me habrían sido ocultados una vez más. Eso sucedió en dos ocasiones, en todos estos años. Pero tú eras el que yo deseaba traer aquí, y la barrera ya no tenía propósito. Ordené derribarla, para que este lugar tuviera oxígeno.)

—Agradezco esa decisión —dijo Nafai.

(Ello significa que el deterioro ha vuelto a entrar en este lugar. Claro que no estaba del todo ausente. La barrera excluía la radiación más nociva, pero no toda. Hubo daños. Aquí nada estaba destinado a durar tanto tiempo. Pero ahora puedo investigarlo en vez de tropezar con los bloques de sistema del perímetro, y quizá pueda descubrir por qué funcionaba en círculos.

(O Issib y Zdorab pueden deducirlo. En este momento trabajan con el índice, y en cuanto atravesaste el perímetro, los bloqueos desaparecieron también para ellos. Les he mostrado todo lo que hiciste, y ahora están explorando las nuevas zonas de memoria abiertas para todos nosotros.)

—Entonces lo he conseguido —dijo Nafai—. Lo hice. He terminado.

(No seas tonto. Atravesaste la barrera, pero el trabajo apenas comienza. Ven a mí, Nafai.)

—¿A ti?

(Adonde yo estoy. Al fin me he encontrado, aunque hasta ahora nunca había pensado en buscarme. Ven a mí. Cruza esas colinas.)

Nafai buscó sus ropas y las encontró desparramadas. Ese viento que lo había echado a volar había arrancado fácilmente la ropa de abajo de las piedras. Lo que más necesitaba eran sus zapatos, para recorrer ese terreno pedregoso. Pero también quería el resto de la ropa, pues tarde o temprano regresaría a casa.

(Allá tengo ropas. Ven a mí.)

—De acuerdo, ya voy —dijo Nafai—. Pero déjame ponerme los zapatos, aunque creas que no los necesito.

Se puso los pantalones y se echó la túnica sobre la cabeza mientras caminaba. El arco. Buscó el arco y no desistió hasta que encontró un fragmento y comprendió que el viento lo había destrozado. Tenía suerte de que no hubiera hecho lo mismo con sus huesos. Al fin enfiló hacia la dirección que el Alma Suprema le indicaba en la mente. Caminó una media hora, despacio, pues tenía el cuerpo dolorido. Al final cruzó la última colina y vio una concavidad de dos kilómetros de diámetro. En el centro, seis torres inmensas asomaban sobre el suelo.

Reconoció de inmediato las naves estelares.

Supo que la información venía del Alma Suprema, junto con muchos datos sobre las naves. Lo que veía eran corazas protectoras sobre la punta de las naves, y aun así, sólo un cuarto de cada nave asomaba encima del suelo. El resto estaba bajo tierra, protegido y conectado con los sistemas de Vusadka. Supo, sin tener que pensar en ello, que el resto de Vusadka también era subterráneo, una vasta ciudad electrónica consagrada a mantener al Alma Suprema. Del Alma Suprema sólo se veían los platos cóncavos que apuntaban al cielo, comunicándose con los satélites que eran sus ojos y oídos, sus manos y dedos en el mundo.

(Durante todos estos años, he olvidado cómo verme, he olvidado qué aspecto tenía. Sólo recordaba lo suficiente para activar ciertas tareas, y para traerte a Dostatok. Cuando las tareas fallaban, comenzaba a operar en círculos. No podía ayudarme porque no sabía dónde buscar la causa. Ahora Zdorab, Issib y yo hemos visto el lugar. Mi memoria se ha deteriorado. Cuarenta millones de años de desintegración atómica y radiación cósmica han dejado sus cicatrices. La redundancia de mis sistemas ha compensado prácticamente todos los fallos, pero no el daño sufrido por sistemas primitivos que yo no podía examinar porque estaban ocultos. He perdido la capacidad de controlar mis robots. No estaban destinados a durar tanto tiempo, ni siquiera en un lugar sin oxígeno. Mis robots me estaban comunicando que habían concluido sus chequeos de seguridad en los sistemas del interior de la barrera pero, cuando intenté abrir el perímetro, el sistema se rehusó porque los chequeos de rutina no estaban terminados. Así que inicié nuevamente los chequeos de seguridad, y los robots de nuevo me informaron que estaban concluidos, y así sucesivamente, y yo no podía descubrir el bucle porque todo ello estaba para mí en un nivel reflejo, como los latidos del corazón para. ti. No, aún menos obvio. Se parece más a la producción de hormonas en las glándulas que hay dentro de tu cuerpo.)

—¿Qué habría pasado si hubieras podido salir del bucle? —preguntó Nafai.

(Si hubiera podido encontrarme, habría reconocido el problema y te habría traído aquí de inmediato.)

—¿Es decir que habrías podido eliminar la barrera?

(No habría sido necesario. Eliminarla estaba dentro de tu poder. Para eso era el índice.)

—¡El índice!

(Si hubieras traído el índice contigo, no habrías encontrado resistencia en ningún punto, ni aversión mental. Y al tocar la barrera física con el índice, se habría disuelto poco a poco, evitando esa ventolera que sólo sirvió para llenar el aire de polvo.)

—Pero nunca nos dijiste que el índice era capaz de eso.

(No lo sabía. No podía saberlo. Sólo sabía que quien viniera a las naves estelares debía traer el índice. Entonces, al completarse los chequeos de segundad, el sistema perimétrico habría abierto todo y yo habría comprendido qué se necesitaba y te podría haber dicho lo que necesitabas tú.)

—Entonces mi sofocación y mis porrazos no fueron un estúpido desperdicio de perfecto pánico.

(Tu intrusión fue lo único que me permitió salir del bucle. He leído la memoria del sistema perimétrico y me encanta el modo en que usaste a los mandriles para llegar.)

—¿Pero no me mostraste eso en mi sueño? ¿Que yo necesitaba seguir un mandril para atravesar la barrera?

(¿Sueño? Oh, ahora recuerdo que soñaste. No, yo no te envié ese sueño.)

—¿Entonces fue el Guardián?

(¿Por qué buscar una fuente externa? ¿No crees que tu propio inconsciente es capaz de ofrecerte un sueño verdadero de cuando en cuando? ¿No estás dispuesto a admitir que tu propia mente resolvió el problema?)

Nafai no pudo contener una risa de satisfacción.

—¿Entonces fui yo?

(Fuiste tú. Pero no has terminado. Ven a mí, Nafai. Tengo trabajo para ti, y herramientas para ello.)

Nafai bajó por la colina hacia el valle de Vusadka. El lugar del desembarco. El lugar donde los humanos habían hollado por primera vez el suelo de Armonía, y donde los primeros colonos habían instalado el ordenador que protegería a sus hijos de la autodestrucción durante tantos años que ellos creerían que la protección era eterna.

Pero no sería eterna. Ya estaba desapareciendo. Y ahora Nafai caminaba entre las torres de las naves estelares, el primer ser humano que seguía esos pasos desde que habían construido ese lugar. No sabía qué le pediría ahora el Alma Suprema, pero él obedecería y, cuando hubiera concluido, los seres humanos retornarían a la Tierra.

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