10. CAPITÁN

Volemak y Rasa convocaron a la comunidad en cuanto Zdorab e Issib les informaron lo que habían aprendido en el índice. Hacía mucho tiempo que no se llamaba a reunión sin que Elemak supiera de antemano de qué se trataba. Eso le preocupó. En cierto modo lo asustó, pero como no podía convivir con la noción de miedo, lo interpretó como furia. Estaba furioso porque llamaban a reunión sin su conocimiento, sin que Padre le hubiera pedido consejo. Eso le sugería que la reunión era una maniobra de Rasa, que las mujeres se habían confabulado para excluirlo. Algún día esa arpía iría demasiado lejos, pensó Elemak, y entonces sabría qué eran realmente el poder y la fuerza, y que ella no los tenía.

Este era el filtro de interpretación por el cual Elemak recibió Ja noticia de la mañana. Chveya y Luet habían soñado. Ah sí, las mujeres tratando de reafirmar su liderazgo espiritual, la vidente y su bien entrenada hija buscando el viejo dominio que Luet poseía en Basílica. Y luego Nafai, Issib y Zdorab habían explorado el índice en busca de información, y Nafai —claro, tenía que ser el esposo de Luet, el niño favorito del Alma Suprema— había encontrado un lugar secreto que ninguno de ellos había visitado en sus cacerías. ¡Pamplinas! Elemak había recorrido cada palmo de esos parajes en sus cacerías y exploraciones. No existía ningún lugar oculto.

Conque Nafai había partido en busca de un lugar inexistente, y sólo esa mañana había franqueado las barreras. Una vez que un ser humano llegaba dentro, la barrera desaparecía, y ahora Nafai caminaba entre las antiguas naves estelares, mientras Issib y Zdorab exploraban el índice buscando cosas que nadie había buscado antes.

—Este es el lugar del desembarco —explicó Padre—. Estamos viviendo en el lugar de la primera ciudad, la colonia humana más antigua de Armonía. Más antigua que las Ciudades de las Estrellas, más antigua que Basílica.

—Aquí no había ninguna ciudad cuando llegamos —dijo Obring.

—Pero este lugar —dijo Padre—. Con nosotros la especie humana ha completado el círculo. En este momento Nafai camina donde nuestros antiguos padres pisaron por primera vez el suelo de Armonía.

Patrañas románticas, pensó Elemak. Era muy posible que Nafai estuviera durmiendo una siesta bajo el sol del mediodía. El índice era sólo un recurso de los débiles de ese grupo para dominar a los fuertes.

—Ya sabéis lo que esto significa, por cierto —dijo Padre.

—Significa —dijo Elemak— que gracias a los presuntos conocimientos que cierta gente que no tiene nada mejor que hacer obtuvo en una esfera de metal, nuestras vidas sufrirán nuevos trastornos.

Padre lo miró sorprendido.

—¿Trastornos? —preguntó—. ¿Para qué crees que vinimos aquí, sino para prepararnos para el viaje a la Tierra? El Alma Suprema estaba atrapada en un bucle de realimentación, eso es todo, y Nyef logró penetrar y liberarla. El trastorno ha terminado, Elya.

—No finjas que no sabes a qué me refiero —dijo Elemak—. Aquí tenemos muchas cosas. Una buena vida. En muchos sentidos, una vida mejor que la que hubiéramos tenido en Basílica, aunque a Obring le cueste creerlo. Ahora tenemos familias, tenemos esposas e hijos, y nuestras vidas son satisfactorias. Trabajamos duramente, pero somos felices, y aquí hay espacio para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos durante mil años y más. No tenemos enemigos, no corremos peligro al margen de los accidentes normales de la vida. Y me dices que éste es el trastorno, mientras que perder el tiempo tratando de subir al espacio es lo normal. Por favor, no insultes nuestra inteligencia.

Elemak pudo intuir fácilmente quiénes lo respaldaban. Mientras pintaba el cuadro de lo que significaría todo esto, vio que Meb, Vas y Obring asentían adustamente, y que sus esposas los apoyarían. Más aún, notó que había sembrado ciertas dudas en algunos de los demás. Zdorab y Shedemei tenían una expresión vacilante, y aun Luet miró a sus hijos cuando Elemak mencionó que sus vidas eran satisfactorias, que no corrían peligro, que podían tener un futuro prometedor en Dostatok.

—No sé qué encontró Nafai, siempre que haya encontrado algo —continuó Elemak—. En verdad no me importa. Nyef es buen cazador y un joven brillante, pero no es el indicado para guiarnos hacia un insidioso peligro utilizando naves estelares de cuarenta millones de años. Mi familia y yo no permitiremos que mi hermanito nos haga perder tiempo en la tonta realización de un proyecto imposible. Cuando mató a Gaballufix, Nyef nos obligó a abandonar Basílica como fugitivos. Le he perdonado eso, pero no perdonaré que trastorne nuevamente nuestra vida.

Elemak mantenía un semblante calmo, pero era lo único que podía hacer para contener su sonrisa mientras Luet intentaba débilmente absolver a su esposo de toda culpa por la muerte de Gaballufix. Sus palabras no importaban. Elemak sabía que había logrado su propósito con el primer golpe. Nafai estaba desacreditado aun antes de regresar. Por su culpa abandonamos la ciudad; lo perdonamos por eso, pero nada que él diga cambiará nuestro actual modo de vida. Elemak había ofrecido una justificación razonable para resistirse a esta última maniobra de las mujeres y su pequeño títere. La prueba de su éxito era el hecho de que ni Padre ni Madre —nadie, salvo Luet— preparaba una defensa, y ella se había desviado en su afán de justificar la muerte de Gaballufix. La idea de las naves estelares y la comarca oculta se había olvidado.

Hasta que Oykib se presentó en el lugar de reunión.

—Qué vergüenza —dijo—. Todos vosotros. Callaron, todos excepto Rasa.

—Querido Okya, ésta es una conversación de adultos.

—También tú deberías avergonzarte. ¿Habéis olvidado que vinimos aquí impulsados por el Alma Suprema? ¿Habéis olvidado que si tenemos un lugar perfecto para vivir es porque el Alma Suprema lo preparó? ¿Habéis olvidado que el único motivo por el cual no había aquí diez ciudades era que el Alma Suprema ahuyentó a toda la gente, salvo a nosotros?

Tú, Elemak, ¿habrías podido encontrar este lugar? ¿Habrías sabido conducir a la familia a través de las aguas y por la isla hasta aquí?

—¿Qué sabes de todo esto, niño? —dijo desdeñosamente Elemak, procurando arrebatar el control a ese mocoso.

—No, no habrías sabido —dijo Oykib—. Ninguno de vosotros sabía nada y ninguno de nosotros tendría nada si el Alma Suprema no nos hubiera escogido y traído aquí. Yo ni siquiera había nacido cuando sucedieron muchas de estas cosas, y era un bebé durante casi todo el resto. ¿Entonces por qué yo recuerdo, cuando los adultos, mis hermanos mayores y más sabios, mis padres, parecen haber olvidado?

Su voz aguda sacaba de quicio a Elemak. ¿Qué sucedía aquí? Sabía neutralizar a todos los adultos, pero no había previsto que también debería habérselas con el nuevo hijo de Padre y Rasa.

—Siéntate, niño —dijo Elemak—. Te has metido en aguas peligrosas.

—Todos nos hemos metido en aguas peligrosas —dijo Luet—. Pero sólo Oykib parece haber recordado cómo se nada.

—Sin duda tú le enseñaste lo que debía decir —dijo Elemak.

—Claro, exactamente —dijo Luet—. Como si alguno de nosotros supiera de antemano lo que dirías tú. Aunque era previsible. Pensé que estas cuestiones se habían zanjado tiempo atrás, pero debimos saber que nunca abandonarías tu ambición.

—¡Yo! —exclamó Elemak, levantándose de un brinco—. No soy yo quien inventó esa visita a una ciudad invisible, sobre la cual sólo tenemos los presuntos informes de una esfera de metal que sólo vosotros podéis interpretar.

—Si apoyaras la mano en el índice —dijo Padre—, él te hablaría con gusto.

—No quiero oír nada de un ordenador —dijo Elemak—. Lo diré de nuevo. No arriesgaré la vida y la felicidad de mi familia por las presuntas instrucciones de un ordenador invisible que estas mujeres insisten en adorar como si fuera un dios.

Padre se puso de pie.

—Veo que estás dispuesto a dudar —dijo—. Tal vez fue un error compartir la buena nueva con todo el mundo. Tal vez debimos esperar el regreso de Nafai, y todos podríamos ir al lugar que él descubrió, y ver lo que ha visto. Pero pensé que no debían existir secretos entre nosotros, así que insistí en contar la historia ahora, para que después nadie dijera que no fue informado.

—Un poco tarde para aparentar franqueza, Padre —dijo Mebbekew—. Tú mismo dijiste que Nafai, cuando partió anteayer, buscaba ese lugar oculto, suponiendo que podía ser el sitio donde los primeros humanos habían desembarcado de sus naves estelares. En ese momento no pensaste en contárnoslo.

Padre miró de soslayo a Rasa, y Elemak vio confirmadas sus sospechas. El viejo bailaba al son de la melodía de su madre. Ella había querido guardar el secreto antes, y probablemente le hubiera aconsejado que también se callara ahora.

No obstante, era el momento para intervenir. Tenía que capturar un terreno alto, pues Oykib había debilitado su posición.

—No seamos injustos. Sólo hemos oído estas noticias sobre Nafai. Aún no tenemos que decidir ni hacer nada. Esperemos su regreso, y veamos cómo nos sentimos entonces. —Elemak se volvió hacia Oykib, quien permaneció de pie en medio del grupo—. En cuanto a ti, me enorgullece que mi penúltimo hermano demuestre tanto apasionamiento. Serás un verdadero hombre, Oykib, y cuando tengas edad suficiente para entender los problemas, en vez de seguir ciegamente lo que dicen otros, tu voz será escuchada en el consejo, te lo aseguro.

El rostro de Oykib enrojeció, de vergüenza, no de cólera. Era tan joven que sólo había oído la clara alabanza, no el sutil agravio. Así te elimino también, querido hermano Okya, sin que ni siquiera lo adviertas.

—Yo digo que esta reunión ha concluido —dijo Elemak—. Nos reuniremos de nuevo cuando Nafai regrese, salvo por las pequeñas reuniones conspiratorias de la Casa del índice, donde se fraguó toda esta historia. No me cabe duda de que esas reuniones continuarán.

Y con esas palabras echó una sombra de duda sobre toda conversación que entablara el grupo de Rasa.

Esos tontos se creían muy listos, hasta que se topaban con alguien que entendía de veras el funcionamiento del poder. Y al ser él quien disolvía la reunión, y quien anunciaba la siguiente, Elemak había dado un gran paso para despojar a Padre de su liderazgo en Dostatok. Ahora quedaba por verse si la reunión en efecto se disolvía con la partida de Elemak. Si él se marchaba pero los presentes se quedaban, Elemak afrontaría una posición engorrosa. Más aún, habría perdido terreno.

Pero no era preciso preocuparse. Meb se levantó al instante y, acompañado por Dol y sus hijos, lo siguió; Vas, Obring y sus esposas también se levantaron, y luego Zdorab y Shedemei. La reunión había concluido, y había concluido porque Elemak lo había decidido así.

He ganado la primera ronda, pensó Elemak, y me sorprenderá que la pelea no termine aquí. Pobre Nafai. No sé qué estarás haciendo en el bosque, pero cuando regreses encontrarás desbaratados todos tus planes. ¿De veras creías que podías enfrentarte a mí desde lejos y ganar?


No había escritos, ni signos ni instrucciones.

(Aquí nadie necesita instrucciones. Siempre os acompañaré en este lugar, mostrando lo que necesitáis saber.)

—¿Y estaban conformes con esto? —preguntó Nafai—. ¿Todos ellos?

Su voz resonaba en el silencio de ese lugar, mientras avanzaba por los impolutos pasadizos y corredores, internándose en la tierra.

(Me conocían. Ellos me habían fabricado y programado. Sabían lo que yo podía hacer. Me consideraban su biblioteca, su manual de instrucciones, su segunda memoria. En esos días yo sólo sabía lo que ellos me habían enseñado. Ahora poseo cuarenta millones de años de experiencia con los seres humanos, y he llegado a mis propias conclusiones. En esos días dependía mucho más de ellos. Yo les reflejaba su propia imagen del mundo.)

—¿Y esa imagen… era errónea?

(No comprendían que gran parte de su conducta era animal, no intelectual. Pensaban que habían superado la bestia que había en ellos, y con mi ayuda todos sus descendientes expulsarían la bestia en pocas generaciones, o en algunos centenares, al menos. Tenían una visión de gran alcance, pero ningún ser humano puede tener tanto alcance. Con el tiempo las cifras, las dimensiones temporales, pierden sentido.)

—Pero construían bien —dijo Nafai.

(Bien, pero no a la perfección. He sufrido cuarenta millones de años de radiación cósmica y nuclear que ha erosionado mi memoria. Tengo una vasta redundancia, gracias a lo cual no hubo pérdidas significativas en mi almacenamiento de datos. Aun en mi programación, he controlado todos los cambios y los he corregido. Lo que no pude vigilar fue la zona que me estaba oculta. Así, cuando los programas de esa zona se corrompieron, no pude saberlo ni compensarlo. No podía copiar esas zonas perdidas y restaurarlas cuando mi única copia se corrompió.)

—Entonces no lo planearon tan bien —dijo Nafai—, pues esos programas estaban en tu núcleo.

(No debes juzgarlos con dureza. Nunca pensaron que los hijos de sus hijos tardarían millones de años en aprender la paz y ser dignos de entrar en este lugar y adquirir estas tecnologías avanzadas. ¿Cómo podían adivinar que siglo tras siglo, milenio tras milenio, los humanos de Armonía despreciarían la paz, que nunca desistirían del intento de someter a los demás mediante la fuerza o el engaño? Mi propósito no era mantener este lugar cerrado un millón de años, mucho menos cuarenta millones. Así que construyeron bastante bien. A fin de cuentas, los fallos de mi núcleo secreto no fueron fatales. A fin de cuentas, estás aquí.)

Nafai recordó el terror que había sufrido cuando no tenía aire para respirar, y pensó que le había faltado muy poco para fracasar.

—¿Dónde estás? —preguntó.

(Alrededor de ti.)

Nafai miró, pero no vio nada en particular.

(Los sensores están en el techo. Gracias a ellos te veo y te oigo ahora, aparte de mis modos de ver a través de tus ojos, y de oír tus palabras antes que las digas. Detrás de estas paredes hay bancos de memoria estática, y todos ellos forman parte de mí. La maquinaria que bombea aire en estos pasajes subterráneos también forma parte de mí.)

—¿Entonces para qué me necesitabas? —preguntó Nafai.

(Tú eres el que me liberó de mi funcionamiento circular y abrió mi visión para incluir mi propio corazón, ¿y me preguntas eso?)

—¿Para qué me necesitas ahora?

(Te necesito a ti… os necesito a todos vosotros, porque el Guardián os ha enviado sueños. El Guardián os requiere, y os llevaré a él.)

—¿Para qué me necesitas a mí? —preguntó Nafai, aclarando aún más la pregunta.

(Porque mis robots estaban controlados por una zona de mi memoria que se ha vuelto totalmente indigna de confianza. Los desactivé porque me presentaban informes falsos. Ninguna de estas seis naves posee una memoria totalmente incorrupta. Te necesito para juntar y verificar la memoria de cada parte de las naves, y reunir buenos componentes hasta tener una nave perfecta. Yo no puedo hacerlo, pues no tengo manos.)

—Conque estoy aquí para reemplazar máquinas rotas.

(Y te necesito para pilotar la nave estelar.)

—No me digas que tú no puedes hacerlo.

(Tus ancestros no permitían que sus naves estelares quedaran totalmente bajo el control de ordenadores como yo, Nafai. Tiene que haber un capitán en cada nave, para dar órdenes. Yo cumpliré esas órdenes, pero la nave te pertenece. Yo te pertenezco.)

—No yo —dijo Nafai—. Creo que Padre debería ocupar ese puesto.

(Volemak no vino aquí. Volemak no abrió este lugar.)

—Lo habría hecho, si hubiera sabido.

(Él sabía lo que tú sabías. Pero tú actuaste. Estas cosas no son accidentales, Nafai. No es coincidencia que tú estés aquí, y nadie más. Si Volemak hubiera encontrado este lugar y hubiera logrado entrar, arriesgando su vida, entonces él usaría el manto. O Elemak, o Zdorab… quien hubiera venido habría tenido esa responsabilidad. Viniste tú, y es tuya.)

Nafai estuvo por decir que no la quería, pero sería una mentira. La quería de todo corazón. Ser escogido por el Alma Suprema para pilotar una nave estelar, aunque no supiera nada sobre pilotaje, sería maravilloso. Más gloria y honor de los que había soñado en su infancia.

—Entonces lo haré, mientras me muestres cómo se hace.

(No puedes hacerlo sin herramientas. Yo puedo darte algunas, y enseñarte a fabricar el resto. Y no puedes hacerlo sin ayuda.)

—¿Ayuda?

(Habrá que trasladar miles de placas de memoria de una nave a la otra. Envejecerás y morirás aquí si intentas hacerlo solo. Toda tu aldea tendrá que colaborar, si deseamos tener una nave segura que contenga toda la memoria que necesitaré para ir hacia el Guardián de la Tierra.)

Nafai trató de imaginarse a Elemak realizando una tarea bajo su supervisión, y se echó a reír.

—En tal caso, será mejor que pongas a otro al mando. No me seguirán a mí.

(Lo harán.)

—Entonces no entiendes la naturaleza humana. Si hemos tenido paz en estos últimos años, es porque he permanecido en mi lugar, en lo que a Elya concierne. Si repentinamente regresara para decirles que soy el capitán de la nave y deben ayudarme a armarla…

(Confía en mí.)

—Sí, claro. Siempre lo hice, ¿verdad?

(Abre la puerta.)

Nafai abrió la puerta y entró en una habitación tenuemente iluminada. La puerta se cerró, anulando gran parte de la luz. Pestañeando, Nafai pronto se acostumbró a la penumbra y vio que en medio de la habitación, colgando en el aire sin un soporte visible, había un bloque de… ¿qué era, hielo?

(En gran medida es agua.)

Nafai se acercó, lo tocó. Su dedo se hundió fácilmente.

(Como dije, agua.)

—¿Pero cómo conserva esta forma? —preguntó Nafai—. ¿Cómo flota en el aire?

(¿Para qué explicártelo, cuando dentro de pocos instantes esa memoria te pertenecerá con sólo pensar en ello?)

—¿A qué te refieres?

(Atraviesa el agua y saldrás vestido con el manto de capitán. Cuando esté en su lugar, ligado a ti, todos mis recuerdos serán tuyos, como si te hubieran pertenecido siempre.)

—Una mente humana no podría albergar tanta información. Tu memoria incluye cuarenta millones de años de historia.

(Ya verás.)

—Tener la memoria y la visión de Padre en la mente casi me enloqueció. ¿Ahora no sucederá lo mismo?

(Estaré contigo como nunca antes.)

—¿Pero todavía seré yo mismo? (Serás más tú mismo que nunca.)

—¿Tengo alternativa?

(Sí. Puedes optar por rehusarte. Entonces traeré a otra persona, y ella atravesará el agua, y ella será capitana.)

—¿Capitana? ¿Luet?

(¿Qué importancia tiene? Una vez que hayas escogido no ser capitán, ¿qué derecho tienes a inquirir quién será tu sustituto?)

Nafai, mirando el milagroso bloque de agua que descansaba en el aire, pensó: Esto es menos peligroso que atravesar la barrera, y logré hacer eso. También pensó: ¿Soportaré obedecer a otro capitán, sabiendo que yo pude haberlo sido, y me negué? Además, hasta ahora he confiado en el Alma Suprema. He matado por ella, casi he muerto por ella. ¿Ahora me negaré a aceptar el liderazgo en este viaje?

—¿Qué debo hacer? —preguntó.

(¿No lo sabes? ¿No recuerdas que Luet te describió su visión?)

Sólo ahora, ante las palabras del Alma Suprema, Nafai recordó lo que había dicho Luet, que le había visto hundirse en un bloque de hielo y salir reluciente y chispeante. Había pensado que tendría un sentido metafórico, pero aquí estaba el bloque de hielo.

—Debo hundirme desde arriba —dijo Nafai—. ¿Cómo me pongo encima?

Al instante una bandeja de un metro de anchura se deslizó hacia él por el suelo. Nafai comprendió que debía subirse, pero nada sucedió cuando lo hizo.

(Tu ropa se interpondrá.)

Nafai se desnudó por segunda vez ese día. Al hacerlo recordó todos los rasguños y magulladuras que había sufrido cuando lo azotó el viento. Desnudo, se plantó de nuevo sobre el disco, que de inmediato se elevó en el aire y lo llevó hacia el bloque de hielo.

(Pisa el agua. Te sostendrá como un suelo.)

Como su dedo había penetrado tan fácilmente en el costado del bloque, Nafai tenía sus dudas, pero hizo lo que le decían. Pisó la superficie del hielo. Era lisa, pero no resbaló; como la superficie de la barrera, parecía moverse en todas las direcciones al mismo tiempo.

(Acuéstate de espaldas.)

Nafai se acostó. La superficie que lo sostenía onduló, y él comenzó a hundirse en el agua. Comprendió que pronto le cubriría la cara. No podría respirar. El recuerdo de su reciente sofocación aún estaba fresco. Trató de resistirse.

(Paz. Sueño. No te faltará aire, ni nada más. Sueño. Paz.)

Y Nafai se durmió mientras se hundía en el agua.

Elemak se sorprendió de ver a Shedemei a su puerta. Todo era posible, por cierto, y tal vez ella hubiera ido para unírsele. Pero lo dudaba. Era mucho más probable que estuviera allí para tratar de negociar algún acuerdo en nombre de Rasa. En cuyo caso no era mala elección como emisaria. Elemak no tenía nada contra ella, y Shedemei no tenía incómodos lazos familiares. Además, ella y Zdorab se habían puesto de pie al final de la reunión, acatando la autoridad de Elemak. Valía la pena escucharla.

La hizo entrar y la invitó a sentarse a la mesa, junto con Meb, Obring y Vas.

Elemak se sentó frente a ella y esperó. Que ella hable primero, así sabré a qué atenerme.

—Todos me aconsejaron que no viniera a verte —dijo Shedemei—. Pero creo que te subestiman, Elemak.

—No es la primera vez —dijo Elemak.

Meb rió entre dientes. Eso molestó a Elemak. No sabía si Meb se reía de ellos, por haber subestimado a Elemak, o de Elemak, por lo que acababa de decir. Con Meb nunca se sabía cuándo estaba bromeando. Sólo que estaba bromeando a costa de alguien.

—Hay cosas importantes que aparentemente no entiendes —dijo Shedemei—. Y creo que necesitas saberlo todo para tomar decisiones prudentes.

Ah. Conque Shedemei había venido para mostrarle la «realidad». Bien, valía la pena escuchar. Cuando menos aprendería a dejarla mal parada en la próxima reunión. Le indicó que continuara.

—Esto no es una conspiración para arrebatarte tu autoridad.

Seguro, pensó Elemak. Comienzas por negarlo, y así me confirmas que eso es precisamente lo que pretendes.

—La mayoría de nosotros sabemos que eres el líder natural de este grupo y, con ciertas excepciones, estamos satisfechos con ello.

Oh, sí. «Ciertas» excepciones.

—Y hay más excepciones entre tus seguidores de las que te imaginas. Alrededor de esta mesa hay más odio y envidia por ti de las que jamás hubo entre quienes se reúnen en la Casa del índice.

—Ya basta —dijo Elemak—. Si has venido a sembrar la desconfianza entre los que procuramos proteger a nuestras familias de esos entrometidos, puedes marcharte.

Shedemei se encogió de hombros.

—He hablado, has oído, me importa poco lo que hagas con la información. Pero he aquí los hechos. La única persona con quien peleas ahora es el Alma Suprema.

Meb soltó una risotada. Shedemei no le prestó atención.

—El Alma Suprema ha obtenido acceso a las naves estelares. Se necesitará el esfuerzo de todos nosotros para rescatar componentes de cinco naves y dejar la otra en condiciones de volar. Pero se hará, con o sin tu aprobación. El Alma Suprema no permitirá que frustres sus planes, cuando ha llegado tan lejos.

A Elemak le divertía que Shedemei insistiera en referirse a ese ordenador inanimado como si fuera una persona, una mujer.

—Cuando regrese Nafai, vendrá vestido con el manto de capitán estelar. Es un ingenio que lo conecta casi a la perfección con la memoria del Alma Suprema. Sabrá mucho más sobre ti que tú mismo, ¿me comprendes? Y el manto también le dará otros poderes… un foco de energía, por ejemplo, en comparación con el cual el pulsador es un juguete.

—¿Me amenazas? —preguntó Elemak.

—Sólo te digo la verdad. El Alma Suprema escogió a Nafai porque él posee la inteligencia para pilotar la nave, la lealtad para servir su causa y la fuerza de voluntad que anuló una barrera supuestamente impenetrable y permitió que continuara la expedición. Si alguna vez hubieras mostrado una pizca de lealtad hacia la causa del Alma Suprema, tal vez te hubiera escogido a ti.

—¿Crees que estas patéticas adulaciones me conmoverán?

—No te estoy adulando. Ya lo he dicho… sé que eres el líder nato de este grupo. Pero has elegido no ser el líder de la expedición del Alma Suprema. Fue tu propia elección, tomada con toda libertad. En definitiva, cuando comprendas que has perdido el liderazgo de este grupo para siempre, sólo podrás culparte a ti mismo.

Elemak sintió un hervor de furia en su interior.

—Ni siquiera habrías sido la segunda opción —continuó Shedemei—. Existía la duda de que Nafai aceptara el manto, precisamente porque sabía que tú rechazarías su liderazgo. En ese punto el Alma Suprema escogió su segunda opción. Me preguntó si yo aceptaría el peso del liderazgo. Me dio más explicaciones que a Nafai acerca del funcionamiento y el poder del manto, aunque a estas alturas Nafai sin duda lo conoce todo. Acepté el ofrecimiento. Si no hubiera sido Nafai, habría sido yo. No tú, Elemak. No has perdido este noble puesto por poco. Ni siquiera competías, porque rechazaste al Alma Suprema desde el principio.

—Será mejor que te marches —murmuró Elemak.

—Pero eso no significa que no puedas desempeñar un papel valioso e importante en la comunidad —continuó Shedemei, como si no hubiera oído, como si no notara que Elemak hervía de rabia—. No fuerces la situación, no obligues a Nafai a humillarte frente a los demás. Colabora con él, y con gusto él te cederá todo el liderazgo que el Alma Suprema le permita compartir contigo. Creo que nunca has entendido que Nafai te adora, que siempre ha deseado emularte, que siempre ha anhelado tu amor y respeto más que el de ninguna otra persona.

—Lárgate de mi casa —dijo Elemak.

—Muy bien —dijo Shedemei—. Veo que eres una persona que se niega a modificar su visión del mundo. Sólo soportas vivir en un mundo donde las cosas malas que te acontecen son culpa de los demás, donde todos han conspirado contra ti para despojarte de lo que te corresponde. —Shedemei se levantó y caminó hacia la puerta—. Lamentablemente, ese mundo no es el mundo real. Vosotros cuatro podéis conspirar para tomar el poder en Dostatok, pero no lograréis nada, y seréis humillados, y no habrá sido culpa de nadie salvo de vosotros mismos. Pero aun así, Elemak, cuentas con nuestro profundo respeto y honra por tus notables aptitudes. Buenas noches.

Shedemei se marchó.

Elemak apenas podía dominarse. Ansiaba saltar sobre ella, zurrarla, arrancarle a golpes esa insoportable arrogancia. Pero eso habría sido una muestra de debilidad: para mantener su control sobre los demás, tenía que demostrar que esas tonterías no lo afectaban. Les sonrió a todos.

—Como veis, quieren enfurecernos para estupidizarnos —dijo Elemak.

—No me digas que no estás furioso —dijo Meb.

—Claro que sí. Pero me niego a dejarme estupidizar por mi furia. Y además Shedemei nos dio información valiosa. Al parecer Nafai regresará con una especie de capa mágica o algo por el estilo. Tal vez no sea nada más que una ilusión, como esas máscaras que Gaballufix hacía usar a sus soldados en Basílica, para que todos lucieran iguales. O tal vez tenga algún poder verdadero. Pero lejos de hacernos retroceder, eso nos obligará a actuar en forma más drástica y contundente.

—¿Es decir? —preguntó Vas.

—Es decir que no permitiremos que nadie salga de aquí para reunirse con Nafai, dondequiera que esté. Haremos que él venga a nosotros. Y entonces, a menos que se someta de inmediato a nuestras decisiones, eliminaremos su capacidad para causarnos más problemas.

—¿Es decir? —repitió Vas.

—Es decir que lo que debemos hacer es matarle, imbécil —dijo Obring—. ¿Hasta dónde llega tu idiotez?

—Sé a qué se refiere —murmuró Vas—. Pero quería oírlo de sus propios labios, para que luego no afirme que nunca quiso decir tal cosa.

—Oh, entiendo —dijo Elemak—. Te preocupa la responsabilidad. —Elemak no pudo evitar comparar a Vas con Nafai. Pues Nyef, pese a sus defectos, nunca había rehuido su responsabilidad por la muerte de Gaballufix—. Bien, la responsabilidad es mía. Sólo mía, si insistes en ello. Pero eso también significa que, tras la victoria, la autoridad es mía.

—Estoy contigo —dijo Meb—. Sin reservas. ¿Eso significa que cuando todo haya terminado, compartiré esa autoridad contigo?

—En efecto —dijo Elemak. Si alguna vez entiendes qué es la autoridad, cerebro de mandril—. Es así de simple. Pero si no tienes las agallas para hundir el cuchillo junto con nosotros, eso no significa que seas nuestro enemigo. Sólo guarda silencio sobre nuestro plan, colabora para impedir que otros se reúnan con Nafai, y apártate del camino cuando lo matemos… si llegamos a eso.

—Estoy de acuerdo —dijo Obring. Vas también asintió.

—Entonces está hecho.


Nafai despertó en el suelo de la habitación. Sobre él colgaba el bloque de agua. No se sentía distinto.

Pero sintió un cambio cuando se puso a pensar en las cosas. Corno cuando trató de sentir desde dentro si algo había cambiado en su cuerpo. De repente un borbotón de información le invadió la mente. Por un instante fue consciente de todas sus funciones corporales, y recibió un informe detallado sobre todas ellas. Secreciones glandulares, palpitaciones cardíacas, cantidad de materia fecal acumulada en el recto, deficiencia de combustible para sus células, compensación de esta deficiencia mediante sus células de grasa. También se había acelerado el ritmo de curación de sus magulladuras y rasguños, y se sentía mucho mejor.

¿Esto es lo que el Alma Suprema siempre ha sabido sobre mí?

De inmediato llegó la respuesta, y ahora era una voz clara, aún más que cuando el Alma Suprema hablaba por intermedio del índice.

(Nunca supe tanto sobre ti. El manto se ha conectado con cada nervio de tu cuerpo, y presenta un informe continuo sobre tu estado. También toma y analiza muestras de sangre en diversos lugares y actúa varias veces por segundo para mejorar tu estado.)

¿Manto?

De inmediato una imagen relampagueó en su mente. Se vio desde fuera, como el Alma Suprema lo veía por medio de sus sensores. Vio su cuerpo mientras rodaba para alejarse del bloque y se incorporaba. Su piel irradiaba luz. Comprendió que la mayor parte de la iluminación de la sala surgía de él. Se vio pasándose las manos por la piel tratando de palpar el manto. Pero no sintió nada que se diferenciara de su piel normal.

Se preguntó si siempre brillaría de ese modo, si su casa siempre se iluminaría así cuando él estuviera dentro.

En cuanto lo pensó, llegó la respuesta del Alma Suprema.

(El manto responde a tu voluntad. Si deseas que se oscurezca, lo hará. Si deseas que acumule una potente carga eléctrica, lo hará, y puedes señalar con el dedo y enviar un arco de energía en la dirección que escojas. Nada puede dañarte mientras la uses, y puedes ser muy peligroso para los demás, pero si no deseas dañar a nadie, el manto será pasivo. Tus hijos pueden dormir en la oscuridad, y puedes abrazar a tu esposa como de costumbre. En verdad, cuanto más contacto físico tengas con los demás, más se extenderá el manto para incluirlos e incluso responder, en cierta medida, a tu voluntad.)

¿Conque Luet también usará este manto?

(Por tu intermedio, sí. La protegerá, le dará mejor acceso a mi memoria. ¿Pero por qué me preguntas estas cosas? En vez de pensar preguntas, ¿por qué no proyectas la mente hacia atrás y tratas de recordar, como si siempre hubieras sabido acerca del manto? Los recuerdos acudirán fácil y claramente a tu mente. Sabrás todo lo que es preciso saber.)

Nafai lo intentó, y de pronto no tuvo más preguntas sobre el manto. Comprendió qué significaba ser el capitán de la nave. Incluso entendió exactamente qué necesitaba hacer para preparar la nave para la partida.

—No tenemos vidas suficientes entre todos nosotros, aun con nuestros hijos, para hacer todo esto —dijo Nafai.

(Te dije que te daría herramientas. Algunos aspectos de los robots son irrecuperables, pero otros elementos pueden utilizarse. Las máquinas mismas están en buenas condiciones, es sólo mi programa de control el que se ha deteriorado. Algunas partes pueden reactivarse, y entonces tú y los demás podréis poner a los robots a hacer las tareas repetitivas bajo vuestra dirección. Ya verás.)

Y Nafai «recordó» lo que el Alma Suprema había determinado como posible. Se requeriría un intenso trabajo de varias horas para poner los robots en funcionamiento, pero era posible. Recordaba cómo.

—Pondré manos a la obra —dijo—. ¿Hay algo de comer aquí?

En cuanto lo preguntó, recordó que allí no había comida. Le fastidiaba profundamente tener que marcharse de ese lugar para ir a cazar.

—¿No puedes traer a los demás? Que traigan comida y… no veo por qué debemos viajar un día entero cada vez que alguien venga aquí. Podemos reconstruir nuestra aldea aquí. Hay agua en abundancia en las colinas del sur, y mucha madera. Podemos pasar una semana haciendo eso y ahorrarnos muchos días de viaje por año, hasta que las naves estén preparadas.

(Pasaré la voz. O tú mismo puedes decírselo.)

—¿Yo mismo? —Y entonces recordó. Como la memoria del Alma Suprema ahora era «su» memoria, podía hablar con los demás por intermedio del índice. Eso hizo.

—No iréis —dijo Elemak.

Zdorab y Volemak lo miraron desconcertados.

—¿A qué te refieres? —dijo Volemak—. Nafai necesita comida, y debemos preparar la nueva aldea. Pensé que querrías venir.

—Y yo digo que no iréis. Nadie irá. No mudaremos la aldea, y nadie se irá de aquí para reunirse con Nafai. Su intento de adueñarse del poder ha fracasado. Desiste, Padre. Cuando Nyef esté hambriento, regresará.

—Soy tu padre, Elya, no tu hijo. Puedes decidir que no irás, pero no tienes autoridad para detenerme.

Elemak tamborileó con un dedo sobre la mesa.

—A menos que estés amenazando con usar violencia contra tu padre —dijo Volemak.

—He anunciado la ley de este lugar —dijo Elemak—. Nadie sale de la ciudad sin mi permiso. Y no tenéis mi permiso.

—¿Y si desobedezco esa orden presuntuosa e ilegítima? —dijo Volemak.

—Entonces ya no perteneces a Dostatok —dijo Elemak—. Si te sorprenden merodeando por aquí, serás tratado como un ladrón.

—¿Crees que los demás aceptarán esto? —preguntó Volemak—. Si alzas tu mano contra mí, sólo te ganarás el rechazo de los demás.

—Me ganaré su obediencia —dijo Elemak—. Te advierto, no fuerces la situación. Nadie le llevará comida a Nafai. Él vendrá a casa, y esta farsa de las naves estelares terminará.

Tanto Volemak como Zdorab guardaron silencio. Sus rostros eran inescrutables.

—De acuerdo —dijo Volemak. Elemak se sorprendió. ¿Acaso Padre cedía tan fácilmente?

—Nafai dice que regresará. Tiene sus primeros robots en funcionamiento. Regresará dentro de una hora.

—¿Una hora? —exclamó Meb—. Vaya, pero se suponía que Vusadka estaba a un día de viaje.

—Nafai ha puesto en funcionamiento las paritkas. Si funcionan bien, no tendremos que mudar la aldea.

—¿Qué es una paritka? —preguntó Meb.

No preguntes, tonto, pensó Elemak. Sólo le haces el juego.

—Un vehículo volante —dijo Volemak.

—Y supongo que hablas con Nafai en este mismo instante.

—Cuando no tenemos el índice con nosotros —dijo Volemak— su voz es difícil de distinguir de nuestros pensamientos normales, como ocurre con la voz del Alma Suprema. Pero nos está hablando, sí. Tú mismo podrías oír, si tan sólo escucharas.

Elemak no pudo contener una carcajada.

—Sí, seguro. Me sentaré a escuchar la voz de mi hermanito menor, hablándome en la mente.

—¿Por qué no? —preguntó Zdorab—. Él ya ve todo lo que ve el Alma Suprema. Y eso incluye lo que pasa por tu mente. Por ejemplo, sabe que tú y Meb pensáis matarle en cuanto regrese aquí.

Elemak se levantó de un brinco.

—¡Mentira! —exclamó. Por el rabillo del ojo, vio que Meb ponía cara de pánico. No digas una palabra, Meb. ¿No sabes reconocer una mera sospecha? No hagas nada para confirmarla—. Ahora regresa a tu casa, Padre. Y tú también Zdorab. Nafai sólo correrá peligro si nos ataca o intenta amotinarse.

—Ya no estamos en el desierto —dijo Volemak—, y tú no estás al mando.

—Al contrario —dijo Elemak—. Todavía se aplica la ley del desierto, y yo soy el líder de esta expedición. Siempre lo he sido. He sido respetuoso contigo, anciano, por mera cortesía.

—Vámonos —dijo Zdorab, arrastrando a Volemak fuera de la casa de Elemak.

—¿Y privar a Elemak de la oportunidad de demostrar hasta dónde llega su maldad?

—No es maldad, Padre. Sólo hartazgo. Fuisteis tú y Nyef, Rasa y Luet y tu grupo los que empezaron esto. Nadie os pidió que iniciarais este estúpido proyecto de viajar a las estrellas. Todo andaba bien… hasta que decidisteis cambiar las reglas. Bien, las reglas han cambiado, en efecto, pero esta vez no os favorecen. Ahora trágate tu medicina como un hombre.

—Lo lamento por ti —dijo Volemak. Zdorab lo guió hacia la puerta y se marcharon.

—Sabían —dijo Mebbekew—. Sabían lo que planeábamos.

—Oh, cállate —dijo Elemak—. Lo sospecharon, y faltó poco para que tú confirmaras esa sospecha.

—No lo hice. Yo no dije nada.

—Trae tu arco y tus flechas. Eres bastante buen tirador para esto.

—¿Quieres decir que no vamos a esperar y hablarle primero?

—Creo que Nafai será más razonable si tiene una flecha en el cuerpo.

Meb se marchó de la casa. Elemak se levantó y fue a buscar su arco.

—No lo hagas.

Dio media vuelta y vio a Eiadh en la puerta del dormitorio, con el bebé apoyado en la cabeza.

—¿Te oí bien, Edhya? —preguntó Elemak—. ¿Me estás diciendo qué hacer?

—Una vez trataste de matarle —dijo Eiadh—. El Alma Suprema no lo consentirá. ¿No lo comprendes? Y esta vez puedes salir lastimado.

—Agradezco tu preocupación, Edhya, pero sé lo que hago.

—Yo también sé lo que haces. Te he observado en todos estos años, y pensaba que al fin habías aprendido a tratar a Nafai con el debido respeto, que habías dejado de sentir celos por tu hermano menor. Ahora veo que sólo aguardabas el momento oportuno.

Elemak la habría abofeteado, pero la cabeza del bebé se interponía, y jamás dañaría a su propio hijo.

—Ya has dicho suficiente —advirtió.

—Te suplicaría que no lo hagas por amor a mí, pero sé que no serviría de nada. Así que te lo suplico en nombre de tus hijos.

—¿De mis hijos? Es por mis hijos que lo hago. No quiero que se les arruine la vida porque Rasa conspira para dominar Dostatok y transformarla en una ciudad de mujeres, como Basílica.

—Por tus hijos —insistió Eiadh—. No permitas que vean a su padre humillado frente a todos. O algo peor.

—Ya veo cuánto me amas. Parece que apuestas por el bando contrario.

—No los avergüences haciéndoles ver que en tu corazón hay un homicida.

—¿Crees que no entiendo esto? Le has echado el ojo a Nafai desde Basílica. Pensé que te olvidarías de él, pero me equivoqué.

—Tonto —dijo Eiadh—. Yo admiraba su fuerza, y también admiraba la tuya. Pero su fuerza jamás ha flaqueado, y nunca la ha usado para atropellar a los demás. El modo en que trataste a tu padre fue vergonzoso. Tus hijos estaban en la habitación contigua, escuchando tus palabras. ¿No sabes que un día, cuando seas viejo y frágil, tal vez te traten con la misma irreverencia? Adelante, pégame. Dejaré al niño en el suelo. Que tus hijos vean cuan fuerte eres, que puedes zurrar a una mujer por el solo delito de decirte la verdad.

Meb entró en ese momento. Traía el arco y las flechas.

—¿Y bien? —dijo—. ¿Vienes o no?

—Sí, vengo —dijo Elemak, y se volvió hacia Eiadh—. Nunca te perdonaré por esto. Ella sonrió con desprecio.

—Dentro de una hora serás tú quien pida mi perdón.


Nafai sabía exactamente qué esperar. Tenía los recuerdos del Alma Suprema. Había oído las conversaciones entre Elemak y sus cómplices. Había escuchado mientras Elemak ordenaba a todos que mantuvieran a los niños en sus casas. Había sentido el miedo que había en el corazón de todos. Conocía el daño que Elemak haría a su propia familia. Conocía el temor y la rabia que le colmaban el corazón.

—¿No puedes lograr que él olvide todo esto? —preguntó Nafai.

(No. Eso no está entre los poderes que me han dado. Además, Elemak es muy fuerte. Mi influencia sobre él es mínima.)

—Si él hubiera optado por seguirte, habría sido mejor que yo para tus propósitos, ¿verdad?

(Sí.) El Alma Suprema prefería hablar sin rodeos, pues no podía ocultarle secretos a Nafai.

—Entonces soy una segunda opción —dijo Nafai.

(Primera opción. Porque Elemak es incapaz de reconocer un propósito más alto que su propia ambición. Es mucho más inválido que Issib.)

Nafai volaba hacia el sur. La paritka flotaba a poca distancia del suelo, encontrando automáticamente una ruta sin obstáculos con una celeridad que para Nafai era inconcebible. Pero no le interesaba esa máquina milagrosa, y sólo buscaba una distracción para contener el llanto. Pues ahora, al concentrarse en la gente de Dostatok y no en la tarea de restaurar una nave estelar, «recordaba» cosas que jamás había sospechado. Las luchas y sacrificios que Zdorab y Shedemei habían afrontado por amor. Él odio glacial que Vas sentía por Obring y Sevet y, desde Shazer, por Elemak. El profundo autodesprecio de Sevet. La aflicción de Luet y Hushidh al ver que sus esposos los trataban cada vez más como Elemak trataba a su mujer, y menos como amigas.

Issib, que en todo depende de Hushidh; es vergonzoso que considere que su esposa no es su compañera y su igual en todas las tareas. Y es aún más vergonzoso, cuando mi esposa es la más grande de las mujeres, al menos tan sabia como yo, que yo la haya hecho sentir de ese modo cuando me marché.

Pues había visto sus corazones por dentro, y esa visión no dejaba margen para el odio. Sí, sabía que Vas llevaba la muerte en el corazón, pero también «recordaba» el sufrimiento que había padecido cuando lo humillaron Sevet y Obring. Aunque la humillación no justificara el homicidio, Nafai podía ver el mundo desde los ojos de Vas, y después de eso era imposible odiarlo. Impediría que él obtuviera su venganza, sí, pero aun entonces comprendería.

Tal como comprendía a Elemak. Comprendía cómo era él mismo visto a través de los ojos de Elemak. Si hubiera sabido, pensó Nafai. Si hubiera visto las cosas que hice para ganarme su odio.

(No seas tonto. Él odiaba tu inteligencia. Odiaba que te gustara ser inteligente. Odiaba tu voluntaria obediencia a tu padre y tu madre. Odiaba hasta tu admiración por él. Te odiaba por ser tú mismo, porque eras tan parecido a él, pero tan diferente. Sólo muriendo joven habrías podido evitar que te odiara.)

Nafai comprendía esto, pero eso no cambiaba nada. Saber lo que sabía no cambiaba el hecho de que hubiera querido que las cosas fueran diferentes. Ansiaba que Elemak lo mirase y dijese: «Bien hecho, hermano. Estoy orgulloso de ti.» Más que de Padre, Nafai necesitaba oír estas palabras de labios de Elemak. Y nunca lo conseguiría. Hoy, a lo sumo, obtendría una adusta obediencia. Lo peor sería la muerte de Elya.

—No quiero matarle —susurró Nafai, una y otra vez.

(Si no quieres hacerlo, no lo harás.)

Y luego, una y otra vez, los pensamientos de Nafai volaron hacia Luet. Ah, Luet, ¿por qué necesité este manto para comprender lo que te estaba haciendo? Tú trataste de advertirme. Cariñosamente, al principio, y luego con furia, pero el mensaje era el mismo: Me estás lastimando. Estás perdiendo mi confianza. Por favor no lo hagas. Pero no supe oír. Sólo me interesaba ser el mejor cazador, vivir una vida viril entre hombres, y olvidé que antes de ser un hombre, tú me cogiste la mano y me condujiste al Lago de las Mujeres; no sólo me salvaste la vida, sino que me diste un lugar ante el Alma Suprema. Todo lo que soy, todo lo que tengo, mi yo, mis hijos, lo recibí de tus manos, Luet, y te recompensé en forma vergonzosa.

(Estás por llegar. Domínate.)

Nafai recobró la compostura. Sentía la actividad del manto en su interior, sanando la irritación que le habían causado las lágrimas en la piel que le rodeaba los ojos. Pronto no hubo rastros de llanto en su rostro.

¿Así ha de ser? ¿Mi rostro será una máscara, porque uso este manto?

(Sólo si quieres que así sea.)

Nafai «recordó» adonde habían ido Elemak y Mebbekew, para tenderle una emboscada. Vas y Obring estaban de vuelta en la aldea, asegurándose de que todos permanecieran en sus casas. Elya y Meb aguardaban, arco en mano, para matar a Nafai.

Al principio Nafai había pensado en sortearlos y evitar que le vieran.

Luego pensó en pasar a tal velocidad que no pudieran dispararle. Pero ninguna de ambas decisiones sería útil. Tenían que ponerse en evidencia. Tenían que dispararle las flechas sin provocación.

—Que me disparen —dijo Nafai—. Ayuda a Meb con su puntería, pues nunca lo conseguirá sin tu ayuda. Cálmalo, ayúdalo a concentrarse. Que ambas flechas me acierten.

(El manto no detiene el dolor.)

—Pero me sanará, una vez que me arranque las flechas, ¿verdad?

(En efecto. Pero no esperes milagros.)

—Todo esto es un milagro —dijo Nafai—. Ayuda a que Elemak le yerre a mi corazón, si esto te preocupa.

Elemak le erró a su corazón, pero no por mucho. Nafai aminoró la velocidad para que pudieran apuntarle. Vio, sólo un instante después que el Alma Suprema, que la paritka los asustaba, que Meb perdía el temple y casi soltaba el arco para darse a la fuga. Pero Elemak no vaciló, y ordenó a Meb que permaneciera en su puesto, y ambos apuntaron y dispararon.

Nafai sintió que las flechas le perforaban el cuerpo. La de Elemak le atravesó el pecho, la de Meb el cuello.

La segunda flecha fue más dolorosa, la primera más peligrosa. El dolor era desgarrador, y Nafai estuvo a punto de desmayarse.

(Despierta. Tienes mucho que hacer para dormirte en este momento.)

Duele, duele, gritó Nafai en silencio.

(Fue tu plan, no el mío.)

Pero era el plan atinado, y Nafai no se arrancó las flechas hasta que la paritka lo llevó al centro de la aldea. Como había esperado, Vas y Obring se aterraron cuando la paritka descendió para flotar sobre la hierba del lugar de reunión. Nafai estaba echado en el asiento, una flecha en el pecho, otra en la garganta.

Luet, llamó Nafai en silencio. Ven a sacarme las flechas. Que todos vean que fui víctima de una emboscada. Que no llevaba armas. Debes hacer tu parte.

Era como ver por los ojos de Luet. La intimidad que casi lo había enloquecido, cuando tiempo atrás había recibido la visión de su padre, ahora era más fácil de sobrellevar, pues el manto lo protegía de los aspectos más confusos de los recuerdos grabados del Alma Suprema. Veía claramente lo que veían los ojos de ella, pero sólo recibía indicios de sus sentimientos, y casi nada de ese fluir de la conciencia que antes lo había enloquecido.

Luet se emocionó al verle, y se consternó al verlo atravesado por las flechas. Cuánto me ama, pensó Nafai. ¿Alguna vez sabrá cuánto la amo a ella?

Luet gritó.

—¡Salid todos, y mirad!

Casi de inmediato se oyó la voz de Elemak a lo lejos.

—¡Quedaos en vuestra casa!

—¡Todos! —exclamó Luet—. ¡Ved como han tratado de asesinar a mi esposo!

Adultos y niños salían de las casas en tropel. Muchos gritaron al ver a Nafai atravesado por las flechas.

—Mirad… ni siquiera llevaba su arco —les dijo Luet—. ¡Le han disparado sin provocación!

—¡Mentira! —gritó Elemak, entrando en la aldea—. ¡Me imaginé que intentarían algo como esto! Nafai mismo se clavó las flechas, para que pareciera un ataque.

Zdorab y Volemak la acompañaban ahora, y fueron ellos quienes extrajeron las flechas. Tuvieron que partir la del cuello, y sacarla por la punta. La flecha de Elemak le desgarró el pecho al salir. Nafai sentía la sangre que manaba de ambas heridas, y todavía le resultaba imposible hablar, pero también sentía la actividad curativa del manto en su interior, impidiendo que las heridas lo mataran.

—No permitiré que nos culpen por esto —dijo Elemak—. Nafai es un experto en hacerse la víctima.

Pero Nafai notó que nadie se creía las mentiras de Elemak, salvo Kokor y Dol, que no tenían muchas luces y eran fáciles de engañar.

—Nadie te cree —dijo Padre—. Nafai sabía que tú planeabas esto.

—¿De veras? —preguntó Elemak—. Bien, si es tan sabio, ¿por qué fue directamente hacia esa presunta emboscada?

Nafai puso la respuesta en la mente de su padre.

—Porque quería que todos le vieran atravesado por vuestras flechas —dijo Padre—. Quería que todos vieran claramente lo que eres, para que nunca más existan dudas al respecto.

—La mayoría temíamos algo como esto —dijo Rasa—. No necesitábamos que Nafai sufriera semejantes heridas.

—No importa —dijo Luet—. Nafai viste el manto del Alma Suprema. Ahora es el capitán estelar. El manto lo está sanando. Elemak y Mebbekew no pueden causarle más daño.

¿Ya estoy preparado?, preguntó Nafai. El dolor se había aplacado bastante.

(Casi.)

Elemak comprendía que ya nadie lo respaldaba, salvo Meb, que no tenía elección. Aun Vas y Obring miraban hacia otro lado. No recibiría el menor apoyo de ellos, pero tampoco lo había esperado.

—Si algo hicimos —dijo Elemak—, fue por nuestros hijos y esposas, y también por vuestros hijos y esposas. ¿De veras queréis iros de aquí? ¿Hay entre vosotros alguno que desee abandonar este lugar?

—Nadie quiere irse —dijo Luet—. Pero todos sabíamos que así era el plan desde el principio… llevarnos a la Tierra. Nunca fue un secreto. Nadie te mintió.

Y entonces —máximo insulto— Eiadh sumó su voz a la de Luet.

—Yo no quiero irme de Dostatok. Pero preferiría errar eternamente por el desierto a permitir que un hombre decente sea asesinado por esa causa.

Hablaba con fuego, y Elemak lo sintió arder en su interior. Mi propia esposa, y me maldice con sus acusaciones.

—¡Ah, todos sois valientes ahora! —exclamó—. Pero ayer estabais de acuerdo conmigo. ¿Acaso pensabais que nuestra paz y felicidad se conservarían sin derramamiento de sangre? Todos sabíamos desde el principio que mientras Nafai estuviera en libertad de causar problemas habría motín y disenso entre nosotros. Nuestra única esperanza de paz es lo que yo intenté hacer hace más de ocho años.

(Ahora.)

Nafai se puso de pie. Para su sorpresa, estaba débil, mareado. De inmediato «recordó» por qué. El manto se alimentaba con la luz del sol, pero extraía energías de su propio cuerpo en una emergencia, y el proceso de curación acelerada estaba agotando esas energías. Pero esa debilidad provisional no le impediría hacer lo que era necesario.

—Elemak —dijo—, mientras venía hacia aquí no he cesado de llorar. Lo que has intentado me colma de angustia. Si tan sólo te resignaras a aceptar el plan del Alma Suprema, yo te seguiría con gusto. Pero continuamente tú y tu ambición de poder nos han dividido. Si tú no hubieras conspirado con ellos, si no los hubieras inducido, ¿crees que los más débiles se habrían resistido al Alma Suprema? Elemak, ¿no ves que te has puesto al borde de la muerte? El Alma Suprema busca el bien de la humanidad, y no podrás detenerla. ¿Tienes que morir para creerlo?

—Creo que cada vez que mencionan al Alma Suprema, tu llorona esposa, tu madre la reina o tú codician el poder.

—Ninguno de nosotros ha intentado prevalecer sobre ti o los demás. El hecho de que tú vivas cada momento de vigilia soñando con dominar a los otros no significa que los demás hagamos lo mismo. ¿Crees que fue mi ambición la que creó esta paritka? ¿Crees que las conspiraciones de Madre la mantienen flotando sobre el suelo? ¿Crees que el llanto de Luet me trajo aquí, permitiéndome hacer un día de viaje en una hora?

—Es una máquina antigua, nada más —dijo Elemak—. Una máquina antigua, igual que el Alma Suprema. ¿Hemos de recibir órdenes de esas máquinas?

Miró en torno buscando apoyo, pero la sangre que manchaba la garganta y el manto de Nafai era demasiado fresca, y nadie lo secundó salvo Mebbekew.

—Mudaremos la aldea al norte, cerca de Vusadka —dijo Nafai—. Y todos nosotros, los niños mayores incluidos, trabajaremos con las máquinas del Alma Suprema para restaurar una nave estelar. Y cuando esté preparada, todos entraremos en la nave y subiremos al espacio. Tardaremos cien años en llegar a la Tierra, pero para la mayoría será como una sola noche, porque dormirá durante el viaje, mientras que para los demás serán como varios meses. Y cuando finalice el viaje, saldremos de la nave y pisaremos el suelo de la Tierra, los primeros humanos en cuarenta millones de años. ¿Acaso deseas privarnos de esa aventura?

Elemak calló, y también Mebbekew. Pero Nafai sabía en qué pensaban. La adusta resolución de retroceder ahora, pero en la primera oportunidad dejarlo inconsciente de un golpe, degollarlo, arrojar su cuerpo al mar.

No había caso. Era preciso convencerlos de la futilidad de la resistencia. Tenían que dejar de conspirar para concentrar sus esfuerzos en la restauración de la nave espacial.

—¿No ves que no puedes matarme, Elemak, aunque en este preciso instante estés pensando en degollarme y arrojar mi cuerpo al mar?

La furia de Elemak se redobló. Nafai sintió sus oleadas.

—¿No ves que el Alma Suprema ya está sanando las heridas de mi garganta y mi pecho?

—¡Siempre que fueran heridas verdaderas! —exclamó Meb. El pobre Meb aún pensaba que la mentira de Elemak podía revivirse.

En respuesta, Nafai se hundió el dedo en la herida de la garganta. Como el tejido cicatricial ya se estaba formando, tuvo que hacer fuerza, pero nadie pasó por alto que el dedo de Nafai entraba en el orificio hasta el tercer nudillo. Los presentes reaccionaron con náuseas, jadeos, gemidos y ayes de dolor. Y en verdad el dolor era considerable, peor al sacar el dedo que al meterlo. Debo aprender a evitar estos gestos teatrales, pensó Nafai.

Alzó el dedo ensangrentado.

—Te perdono por esto, Elemak —dijo Nafai—. Te perdono, Mebbekew. Si juráis solemnemente ayudar al Alma Suprema en la construcción de una buena nave.

Era demasiado para Elemak. La humillación era mucho peor que en el desierto, ocho años atrás. Era incontenible. Sólo albergaba furia en su corazón. No le importaba lo que pensaran los demás, pues sabía que ya había perdido su respeto. Sabía que había perdido a su esposa y sus hijos. ¿Qué le quedaba? Lo único que podía sanar parte del dolor que sentía por dentro era matar a Nafai, arrastrarlo al mar y sumergirlo hasta que dejara de patalear y forcejear. Que luego hicieran con él lo que quisieran. Elemak quedaría satisfecho, mientras Nafai estuviera muerto.

Elemak avanzó un paso hacia Nafai. Otro.

—Detenedle —dijo Luet. Pero nadie se interpuso. Nadie se atrevía, pues el semblante de Elemak era temible.

Mebbekew sonrió y acompañó a Elemak.

—No me toquéis —dijo Nafai—. El poder del Alma Suprema es como fuego dentro de mí. Ahora estoy débil por las heridas que me habéis infligido… quizá no tenga fuerzas para controlar mi poder. Si me tocáis, creo que moriréis.

Habló con tanta sencillez que sus palabras tuvieron la mera fuerza de la verdad. Notó que algo se desmoronaba dentro de Elemak. No porque la furia hubiera muerto; lo que se quebraba era esa parte de él que no soportaba tener miedo. Y cuando se esfumó ese barrera, la furia se convirtió en lo que siempre había sido: miedo. Miedo de que su hermano menor le arrebatara su lugar. Miedo de que la gente lo mirase y viera debilidad en vez de fuerza. Miedo de que la gente no lo amara. Sobre todo, miedo de no ejercer control sobre nada ni sobre nadie en el mundo. Y ahora, todos esos miedos que Elemak había escondido tanto tiempo en su interior quedaron sueltos, y todos se habían cumplido. Pues había perdido su lugar. Se le veía débil ante todos, aun ante sus hijos. Nadie lo amaría aquí. Y no ejercía el menor control, ni siquiera para matar a ese niño que lo había suplantado.

Cuando Elemak se detuvo, Meb también se detuvo, un eterno oportunista que no parecía tener voluntad propia. Pero Nafai sabía que por dentro Meb estaba menos abatido que Elemak. Seguiría conspirando, y sin Elemak nada lo frenaría.

Era evidente, pues, que aún no había vencido. Tenía que demostrar en forma clara y memorable, para Meb y Elemak y todos los demás, que esto no era una mera riña entre hermanos, que era el Alma Suprema quien había vencido a Elemak y Meb, no Nafai. Y en el fondo, Nafai se aferraba a esta esperanza: si Elya y Meb podían entender que el Alma Suprema los había vencido ese día, tal vez llegaran a perdonarle, y ser nuevamente sus auténticos hermanos.

Potencia suficiente para aturdirlos, dijo Nafai en silencio. No para matar.

(El manto actuará según tus intenciones.)

Nafai extendió la mano. Vio las chispas, pero resultaron más imponentes cuando las vio por los ojos de los demás; su contacto con el Alma Suprema le permitía ver muchas imágenes de sí mismo al mismo tiempo, su rostro aureolado de luz danzarina, cada vez más brillante. Y su mano, irradiando luz como si mil luciérnagas revolotearan en torno. Apuntó la mano hacia Elemak, y un arco de fuego brincó desde el dedo, acertándole a Elemak en la cabeza.

Con un espasmo brutal, Elya se desplomó.

¿Está muerto?, preguntó Nafai con silenciosa angustia.

(Sólo aturdido. Tenme un poco de confianza, por favor.)

En efecto, Elemak se contorsionaba en el suelo. Nafai extendió la mano hacia Meb.

—¡No! —exclamó Mebbekew. Tras ver lo que había sucedido con Elemak, no quería saber nada de ello. Pero Nafai notó que aún conspiraba en su corazón—. ¡Te prometo que haré lo que quieras! Nunca quise ayudar a Elemak, pero él no dejaba de acosarme.

—Meb, eres un tonto. ¿Crees que no sé que fue Elemak quien impidió que me mataras en el desierto, cuando yo impedí que mataras a un mandril?

El rostro de Meb se convirtió en una máscara de temor culpable. Por primera vez en su vida, Mebbekew se las veía cara a cara con uno de sus propios secretos, un secreto que creía celosamente guardado. Ahora no podría huir de las consecuencias.

—Tengo hijos —exclamó—. ¡No me mates!

El arco de luz surcó el aire, acertó en la cabeza de Meb y lo arrojó al suelo. Nafai estaba exhausto. Apenas podía tenerse en pie. Luet, ayúdame, suplicó en silencio.

Sintió las manos de Luet en el brazo, sosteniéndolo. Debía haberse trepado a la paritka.

Ah, Luet, así debería ser siempre. No puedo tenerme en pie si no estás junto a mí. Si no formas parte de esto, no puedo lograrlo.

En respuesta, sólo sintió el amor de Luet por él, su vasto alivio de que el peligro hubiera pasado, su orgullo ante la fuerza que él había demostrado.

¿Cómo puedes perdonarme?, le preguntó en silencio.

Y el único mensaje que pudo hallar en el corazón de Luet fue: «Te amo».

Nafai decidió que la paritka se posara en el suelo, y el vehículo descendió. Luet le ayudó a bajar, y lo condujo a la casa, en compañía de sus hijos. Poco después los demás fueron a la casa para ver si podían ayudar. Pero Nafai sólo necesitaba dormir.

—Cuidad de los demás —susurró—. Temo que el daño sea permanente.

Cuando despertó, atardecía. Zdorab estaba en la cocina, preparando la comida; Issib, Hushidh, Shedemei y Luet estaba reunidos en torno de la cama. No lo miraban a él, sino que hablaban entre sí. Nafai escuchó. Comentaban que sentían pena por Eiadh y Dol, y por sus hijos. Sobre todo Proya, que vivía por el orgullo que sentía por su padre Elemak.

—Fue como si hubiera visto morir a su padre —dijo Luet.

—Y eso vio —dijo Hushidh—. Al menos, fue la muerte del padre que él conoció.

—El daño que se causó este día tardará mucho en repararse —dijo Shedemei.

—¿Fue daño? —dijo Luet—. ¿O el comienzo del proceso de curación que habíamos ignorado durante los últimos ocho años?

Hushidh chasqueó la lengua.

—Nafai sería el primero en deciros que lo de hoy no fue curación, sino guerra. El Alma Suprema obtuvo su victoria. La nave estelar será reparada, y Elemak y Mebbekew trabajarán con más empeño que nadie, cuando se recobren. Pero el daño será permanente. Elemak y Mebbekew siempre considerarán a Nafai un enemigo. Y a todos los que sirvan a Nafai.

—Nafai sirve a Nafai —dijo Luet—. Sólo servimos al Alma Suprema, como hace Nafai.

—Sí —convino Shedemei—. Todos lo entendemos así, Luet. Ésta no fue la batalla de Nafai, sino la batalla del Alma Suprema. Cualquiera de nosotros podría haber usado ese manto.

Nafai notó que Shedemei, aunque pensaba en ello, no revelaba que ella habría usado el manto si Nafai lo hubiera rechazado. Ese conocimiento sería un secreto entre ella y Zdorab. En cuanto a Elemak y Mebbekew, Vas y Obring, era improbable que se lo contaran a nadie, si siquiera habían comprendido lo que ella les había dicho esa noche. Shedemei siempre sabría que ella era la segunda opción del Alma Suprema para asumir el liderazgo de la colonia, y con eso se daba por satisfecha.

—Está despierto —dijo Luet.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Issib.

—Su respiración ha cambiado.

—Estoy despierto —dijo Nafai.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó Luet.

—Todavía cansado, pero mejor. Me siento bien. Más aún, ni siquiera cansado. —Se apoyó en un codo, y sintió un leve mareo—. Pensándolo bien, sí, todavía estoy cansado. —Se recostó.

Los demás rieron.

—¿Cómo están Elya y Meb?

—Durmiendo, al igual que tú —dijo Shedemei.

—¿Y quien tiene a vuestros hijos? —preguntó Nafai.

—Madre —dijo Issib.

—La dama Rasa —dijo Shedemei—. Zdorab pensó que querrías comida verdadera cuando despertaras, así que vino a cocinar.

—Pamplinas —dijo Luet—. Sabía que yo estaría muy preocupada y no quiso que me molestara en cocinar. Y no has preguntado por nuestros hijos.

—En verdad, no tengo que preguntar por los hijos de nadie —dijo Nafai—. Sé dónde están.

No tenían réplica para esas palabras. Pronto le llevaron comida, y todos comieron juntos, reunidos en torno de la cama. Nafai les explicó qué clase de reparaciones requería la nave estelar, y empezaron a planear la división del trabajo. Pero no hablaron mucho tiempo, pues Nafai estaba exhausto, tanto física como mentalmente. Al cabo de un rato todos se marcharon, incluso Luet; pero Luet pronto regresó con los niños, que entraron y abrazaron a su padre. Chveya se aferró a él.

—Papá —dijo—, oí tu voz en mi corazón.

—Sí —dijo Nafai—, pero en realidad es la voz del Alma Suprema.

—Era tu voz, cuando creíste que morirías —dijo ella—. Estabas de pie en una colina, dispuesto a correr para arrojarte contra una pared invisible. Y me gritaste: Veya, te amo.

—Sí, era mi voz, en efecto.

—Yo también te amo, papá —dijo Chveya. Nafai se durmió de nuevo.

Y despertó en medio de la noche, al oír el susurro de la brisa marina en el techo de paja. Se sentía fuerte de nuevo, tan fuerte como para remontarse en el viento y volar.

En cambio, tendió los brazos hacia Luet y la estrechó. Ella despertó, somnolienta, pero no protestó. Se acurrucó contra él. Estaba dispuesta a hacer el amor, si él hubiera querido. Pero Nafai sólo quería tocarla, abrazarla, compartir la luz danzarina del manto, para que también Luet compartiera los recuerdos procedentes de la mente del Alma Suprema. Así podría ver en el corazón de Nafai tal como él veía en el de Luet, y conocer su amor tal como él conocía el amor de ella.

La luz del manto creció y resplandeció. Nafai le besó la frente, y cuando apartó los labios vio que también Luet estaba aureolada por una luz tenue. Supo que crecería. Crecerá, pensó, hasta que no haya diferencia entre nosotros. Que no haya barreras entre nosotros, Luet, mi amor. Nunca más quiero estar solo.

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