En el instante en que entró en el campamento de las Aes Sedai, Siuan se detuvo en seco con el cesto de ropa sucia apoyado en la cadera; en esta ocasión la ropa del cesto era suya. Al final se había dado cuenta de que no tenía por qué ocuparse de la suya, además de la Bryne; ¿por qué no dejar que las novicias dedicaran un poco de tiempo a hacerle su colada? En la actualidad había novicias de sobra, dicho fuera de paso.
Y todas atestaban la pasarela que había alrededor del pabellón situado en el centro del campamento. Apoyadas hombro con hombro, y formaban un muro blanco coronado por cabezas de cabellos de todos los colores. Una asamblea ordinaria de la Antecámara no habría despertado tanto interés, así que estaba pasando algo fuera de lo normal.
Siuan soltó el cesto de mimbre encima de un tocón y después lo cubrió con una toalla. No se fiaba de ese cielo, a pesar de que no hubiera llovido a lo largo de toda la semana, aparte de algún calabobos esporádico. «No te fíes del cielo de jefe de puerto». Una regla en la que basar la vida; incluso si la consecuencia se reducía a un cesto de ropa mojada y, además, sucia.
Cruzó a toda prisa el camino de tierra y subió a una de las pasarelas de madera. Los toscos tablones se mecían un poco y crujían bajo las pisadas de Siuan, encaminadas hacia el pabellón. Se hablaba de cambiar las pasarelas por algo más permanente, quizás algo tan caro como la pavimentación.
Llegó a espaldas de las mujeres agrupadas; la última asamblea de la Antecámara que había despertado tanto interés era aquella en la que se había revelado que los Asha’man habían vinculado hermanas y que la infección se había limpiado. ¡Quisiera la Luz que no hubiera esperando más sorpresas de ese calibre! Ya tenía los nervios bastante de punta por el intercambio con el puñetero Gareth Bryne. Mira que sugerir que le permitiera enseñarle cómo empuñar una espada, sólo por si acaso… Nunca había considerado las espadas de mucha utilidad; además, ¿quién había oído hablar de una Aes Sedai combatiendo con un arma como una Aiel enloquecida? En serio, cómo era ese hombre…
Se abrió paso entre las novicias a la fuerza, enfadada por tener que llamar su atención a fin de que la dejaran pasar. Se apartaban tan pronto como veían que una hermana pasaba entre ellas, desde luego, pero estaban tan distraídas que costaba un triunfo conseguir que se quitaran de en medio. Regañó a unas cuantas por no estar ocupándose de sus tareas. ¿Dónde se había metido Tiana? Tendría que ocuparse de que las pequeñas regresaran a sus quehaceres. ¡Aunque el puñetero Rand al’Thor en persona apareciera en el campamento, las novicias deberían seguir con sus lecciones!
Por fin, cerca de los faldones de la entrada al pabellón, vio a la mujer que esperaba encontrar. Sheriam, como Guardiana de Egwene, no podía acceder a la Antecámara sin estar presente la Amyrlin, por lo que tenía que quedarse fuera, esperando. Probablemente le parecía mejor eso que estar en ascuas en su tienda.
La mujer de cabello rojo como el fuego había perdido algo de sus hechuras rollizas durante las últimas semanas. A decir verdad le hacía falta encargar vestidos nuevos, porque los antiguos empezaban a quedarle flojos. Aun así, parecía haber recobrado cierta calma recientemente y actuaba de un modo menos impredecible. Quizá lo que la había tenido angustiada había quedado atrás; de todas formas, siempre insistía en que no le pasaba nada.
—Tripas de peces —rezongó Siuan cuando una novicia le propinó un codazo sin querer, y asestó una mirada furiosa a la muchacha, que se escabulló a toda prisa, amedrentada. Siuan se volvió hacia Sheriam—. ¿Qué pasa aquí? ¿Alguno de los mozos de cuadra ha resultado ser el rey de Tear?
—Elaida tiene el Viaje —contestó Sheriam a la par que enarcaba una ceja.
—¿Qué? —exclamó Siuan al tiempo que miraba dentro de la tienda.
Los asientos estaban llenos de Aes Sedai y la desgarbada Ashmanaille, del Gris, se dirigía a ellas. ¿Por qué esa reunión no se había sellado para la Llama?
—Lo descubrimos cuando enviamos a Ashmanaille a recaudar a Kandor —explicó Sheriam.
La recaudación de tributos era una de las principales fuentes de ingresos para las Aes Sedai de Egwene. Durante muchos siglos, cada reino había enviado esas donaciones a Tar Valon. La Torre Blanca ya no dependía de esos ingresos, puesto que se sostenían por medios mucho mejores, medios que no dependían de la generosidad de otros. Con todo, los tributos nunca se rechazaban y muchos de los reinos de las Tierras Fronterizas todavía se atenían a esa antigua costumbre.
Antes de la división de la Torre Blanca, una de las ocupaciones de Ashmanaille era controlar esas donaciones y mandar las gracias mensualmente en nombre de la Amyrlin. La ruptura de la Torre y el descubrimiento del Viaje facilitaron a las Aes Sedai de Egwene enviar una delegación para recaudar los tributos en persona. Al tesorero kandorés no le importaba a cuál de las dos partes de la Torre Blanca ayudaba mientras el tributo se entregara, y se alegró de mandar el dinero directamente a través de Ashmanaille.
El cerco a Tar Valon había hecho posible desviar ese dinero de tributos que de otro modo habrían acabado en manos de Elaida, en vez de usarlo para pagar a los soldados de Bryne. Un golpe de suerte perfecto. Pero ningún mar gozaba de una calma perpetua.
—El tesorero estaba lívido —decía Ashmanaille con su habitual tono práctico—. «Ya entregué el dinero este mes. Se lo di a una mujer que vino hace menos de un día. Traía una carta de la Amyrlin en persona, debidamente sellada, en la que decía que sólo entregara el dinero a una hermana del Ajah Rojo», me explicó.
—Eso no quiere decir con seguridad que Elaida tenga el Viaje —apuntó Romanda, dentro de la tienda—. La hermana Roja pudo llegar a Kandor por otros medios.
—Vieron abrirse el acceso —aclaró Ashmanaille sacudiendo la cabeza—. El tesorero descubrió un error contable y envió a un escribiente en pos de la delegación de Elaida para entregarles unas cuantas monedas más. El hombre describió a la perfección lo que vio. Los caballos pasaban a través de un agujero negro en el aire. La vista de aquello le impresionó tanto que llamó a la guardia, pero para entonces el grupo de Elaida ya se había marchado. Lo interrogué personalmente.
—No me agrada fiarme de la palabra de un único hombre —argumentó Moria, que estaba sentada casi en primera fila.
—El tesorero describió con detalle a la mujer que se llevó el dinero —agregó Ashmanaille—. Estoy convencida de que era Nesita. ¿Podríamos indagar si se encuentra en la Torre? Eso probaría con más certeza que es verdad.
Otras plantearon objeciones, pero Siuan dejó de prestar atención; quizás aquello era una estratagema astuta con el propósito de distraerlas, pero no podían correr ese riesgo. ¡Luz! ¿Es que era la única que usaba la cabeza para pensar?
Asió a la novicia que tenía más cerca, una chica con aspecto de roedor que probablemente era mayor de lo que aparentaba; debía de serlo, ya que no parecía tener más de nueve años.
—Necesito un mensajero —le informó—. Ve a buscar a uno de los que lord Bryne dejó en el campamento para llevarle noticias. ¡Deprisa!
La chica soltó un chillido y después salió a toda carrera.
—¿A cuento de qué viene eso? —se interesó Sheriam.
—A cuento de salvar la vida de todos los que estamos aquí —contestó Siuan mientras asestaba una mirada abrasadora a las novicias apelotonadas—. ¡Muy bien! ¡Se acabó el holgazanear! —gruñó—. Si vuestras clases se han pospuesto por este fiasco, entonces buscad algo que hacer. ¡Cualquier novicia que siga plantada en esta pasarela dentro de diez segundos, va a tener que cumplir castigos hasta perder la cuenta!
Sus palabras provocaron un éxodo blanco en masa, con las familias de mujeres alejándose a toda prisa. En cuestión de pocos segundos, sólo quedaba un pequeño grupo de Aceptadas, junto con Sheriam y Siuan. Las Aceptadas se encogieron cuando Siuan las miró, pero ésta no les dijo nada. Parte del privilegio de ser Aceptada era una mayor libertad; además, mientras Siuan pudiera moverse sin tropezar a cada momento, se conformaba.
—Para empezar, ¿por qué esta reunión no se convocó sellada para la Llama? —le preguntó a Sheriam.
—Lo ignoro —admitió la otra mujer, sin dejar de mirar dentro de la tienda—. Es una noticia desalentadora, ciertamente.
—Esto tenía que ocurrir antes o después —comentó Siuan, aunque distaba mucho de estar tan tranquila como aparentaba—. La noticia sobre el Viaje tiene que estar extendiéndose.
«¿Qué habrá pasado? No es posible que hayan quebrantado a Egwene. Quiera la Luz que no fuera ella o Leane quienes se hayan visto forzadas a revelar este secreto —pensó—. ¡Beonin! Tiene que ser ella. ¡Maldita sea!» Sacudió la cabeza.
—Quiera la Luz que sepamos mantener en secreto el Viaje para los seanchan. Cuando asalten la Torre Blanca vamos a necesitar hasta la más mínima ventaja —añadió en voz alta.
Sheriam la miró de un modo que hacía patente su escepticismo. Gran parte de las hermanas no creía en el Sueño de Egwene sobre ese ataque. Necias… Querían pescar el pez, pero no destriparlo. No se ascendía a Amyrlin a una mujer para después no hacer caso de sus advertencias.
Siuan esperó con impaciencia dando golpecitos con el pie en los tablones de la pasarela mientras escuchaba lo que se hablaba dentro del pabellón. Justo cuando empezaba a preguntarse si tendría que mandar a otra novicia con el recado, uno de los correos de Bryne llegó al trote en un caballo. El bruto de mal carácter que montaba era negro como la noche y sólo tenía un poco de blanco por encima de los cascos; le resopló a Siuan cuando el jinete lo sofrenó; el correo vestía un uniforme limpio y llevaba el pelo muy recortado. ¿Por qué había tenido que llevar a ese animal con él hasta allí?
—Aes Sedai —llamó el hombre a la par que le hacía una reverencia desde lo alto de la silla—, ¿tenéis un mensaje para lord Bryne?
—Sí. Y ocúpate de llevárselo a toda prisa, ¿me has entendido? La vida de todos puede depender de ello.
El soldado asintió con un brusco cabeceo.
—Dile a lord Bryne… —empezó Siuan—. Dile que vigile los flancos. Nuestro enemigo ha aprendido el método que utilizamos nosotros para llegar aquí.
—Así lo haré.
—Repítemelo —ordenó Siuan.
—Por supuesto, Aes Sedai —contestó el hombre esbelto con una nueva reverencia—. Como sabéis, he sido mensajero a las órdenes del general durante más de una década. Mi memoria es…
—Basta —lo interrumpió Siuan—. No me importa cuánto tiempo llevas haciendo esto. No me importa que tengas una memoria excelente. No me importa si por un capricho del destino ya te han pedido que lleves este mismo mensaje un millar de veces. Repíteme lo que he dicho.
—Eh… Sí, Aes Sedai. He de decirle al general que vigile los flancos. Que nuestro enemigo ha aprendido el método que utilizamos nosotros para llegar aquí.
—Muy bien. Ve.
El hombre asintió con la cabeza.
—¡Vamos! —apremió Siuan.
El mensajero hizo que aquel horrible caballo se empinara y salió a galope del campamento, con la capa ondeando tras él.
—¿A qué venía todo eso? —preguntó de nuevo Sheriam, que apartó la vista de la marcha de la asamblea en la Antecámara.
—Quería asegurarme de que no nos despertamos con el ejército de Elaida rodeándonos. Apostaría a que soy la única que ha pensado en advertir a nuestro general que el enemigo podría haber anulado nuestra principal ventaja táctica. Se acabó el cerco.
Sheriam frunció el entrecejo como si no se le hubiese ocurrido la idea. No sería la única. Oh, sí, algunas pensarían en Bryne, y planearían enviar aviso al general; con el tiempo. Pero para muchas la catástrofe allí no era el hecho de que Elaida ahora pudiera desplazar a su ejército para flanquearlos ni que el cerco de Bryne fuera ya un acto inútil. Para ellas la catástrofe sería algo más personal: el conocimiento que habían procurado mantener en secreto ya estaba en manos de otras. ¡Viajar era de ellas, y ahora Elaida lo tenía también! Muy Aes Sedai. La indignación lo primero, y después, las consecuencias.
O quizás era que Siuan estaba resentida. Dentro de la tienda, por fin alguien pensó limitar la reunión a sellada para la Llama y, en consecuencia, Siuan se apartó y bajó de la pasarela al camino de tierra endurecida. Las novicias iban afanosas de aquí para allá, con la cabeza gacha para evitar los ojos de Siuan, si bien le hacían una reverencia con premura.
«Hoy no he hecho una buena actuación de pusilánime», pensó con una mueca.
La Torre Blanca se desmoronaba. Los Ajahs se debilitaban unos a otros con mezquinas luchas internas. Incluso allí, en el campamento de Egwene, casi todo el tiempo se empleaba en politiqueos, en vez de prepararse para la tormenta que se avecinaba.
Y Siuan era en parte responsable de esos fracasos.
Elaida y su Ajah cargaban con la mayor parte de la culpa, por supuesto; pero, para empezar, ¿se habría dividido la Torre si ella hubiera fomentado la cooperación entre los Ajahs? Elaida no había dispuesto de tanto tiempo para trabajar en eso. A cada hendidura que aparecía en la Torre seguramente se le podría seguir el rastro hasta minúsculas fisuras surgidas durante su mandato como Amyrlin. Si hubiese hecho un papel de mediadora entre las facciones de la torre Blanca, ¿habría sido capaz de dar fuerza y sensatez a esas mujeres? ¿Habría logrado impedir que se volvieran unas contra otra como peces galán en un sangriento frenesí?
El Dragón Renacido era importante, pero sólo era una figura en el tejido de estos días, al final de los tiempos. Era demasiado fácil olvidar eso, demasiado fácil mirar la dramática figura de leyenda y olvidarse de todos los demás.
Siuan suspiró, recogió el cesto de colada y —por costumbre— comprobó si todo seguía allí. Mientras lo hacía, una figura de blanco se acercó desde uno de los caminos laterales.
—Siuan Sedai…
Siuan alzó la vista, ceñuda. La novicia que tenía ante sí era una de las más raras del campamento. Con casi setenta años, Sharina tenía el rostro arrugado y ajado de una abuela; llevaba el cabello cano recogido en un moño, y aunque caminaba muy derecha se notaba una clara pesadez en ella. Había visto muchas cosas, había hecho muchas cosas, había vivido muchos años. Y, a diferencia de una Aes Sedai, Sharina los había vivido todos ellos, trabajando, creando una familia, incluso enterrando hijos.
Era muy fuerte con el Poder; muchísimo. Con toda seguridad vestiría el chal algún día y, tan pronto como ocurriera tal cosa, se encontraría muy por encima de Siuan. De momento, sin embargo, Sharina le hizo una profunda reverencia, y casi hizo una perfecta representación de deferencia. De todas las novicias, se la conocía por ser la que menos protestaba, la que menos problemas daba y la que estudiaba con más ahínco. Como novicia, ya entendía cosas que gran parte de las Aes Sedai nunca habían aprendido o habían olvidado en el momento en que se habían puesto el chal. Por ejemplo, a ser humilde cuando era preciso, a aceptar el castigo, a saber cuándo una debía aprender en vez de disimular que ya lo sabía.
«Ojalá tuviéramos unas cuantas veintenas más como ella, y unas pocas veintenas menos de Elaidas y Romandas», pensó Siuan.
—¿Sí, pequeña? ¿Qué ocurre?
—Os vi recoger ese cesto de ropa, Siuan Sedai, y pensé que quizás os lo podría llevar yo —se ofreció Sharina.
—No querría que te cansaras —contestó Siuan, vacilante.
Sharina enarcó una ceja con una expresión que no era común en una novicia.
—Estos viejos brazos han llevado cargas el doble de pesadas, ida y vuelta al río, y eso fue hasta el año pasado, Siuan Sedai, y al mismo tiempo haciendo juegos malabares con tres nietos. Creo que lo aguantaré bien. —Había algo en los ojos de la mujer que apuntaba que el ofrecimiento era algo más de lo que aparentaba. Por lo visto, esa mujer era experta en algo más que tejidos de Curación.
Siuan sintió curiosidad, así que dejó que Sharina cargara con el cesto y las dos echaron a andar camino abajo, en dirección a las tiendas de novicias.
—Es curioso que se organizara semejante alboroto por lo que a primera vista parece una simple revelación, ¿no os parece, Siuan Sedai? —dijo la mujer mayor.
—Que Elaida haya conseguido el tejido de Viajar es una revelación importante.
—Y, sin embargo, no es ni de lejos tan importante como las que surgieron durante la reunión de hace unos pocos meses, cuando ese encauzador visitó el campamento. Es raro que esto provocara semejante escena.
—La reacción de la multitud a menudo parece rara en una primera apreciación, Sharina. Todas siguen hablando de la visita de ese Asha’man y tienen ganas de saber algo más, así que reaccionan con vehemencia al presentárseles la ocasión de enterarse de otra cosa. Siendo así, las grandes revelaciones pueden presentarse sin hacer ruido, pero dan pie a que otras menos importantes se reciban con un estallido de ansiedad.
—Pues a mí me parece que cualquiera podría aprovecharse de esa reacción. —Sharina saludó con un cabeceo a un grupo de novicias que se cruzó con ellas—. Pongamos que hay alguien con ganas de causar zozobra.
—¿A qué te refieres? —preguntó Siuan, que entrecerró los ojos.
—Ashmanaille informó primero a Lelaine Sedai —contestó en voz queda Sharina—. Me contaron que fue Lelaine la que hizo correr la noticia porque habló de ella en voz alta, al alcance del oído de una familia de novicias, mientras se convocaba la reunión de la Antecámara. También soslayó varios requerimientos previos a que la reunión se celebrara sellada para la Llama.
—¡Ah, de modo que es por eso! —comentó Siuan.
—Me limito a relatar rumores, desde luego —añadió Sharina, que hizo un alto a la sombra de un nogal negro—. Probablemente sólo sean hablillas. Vaya, una Aes Sedai de la talla de Lelaine sabría que, si se le escapaba información donde podrían escucharla las novicias, enseguida se correría la voz y llegaría a todos los oídos deseosos de saber cosas.
—Y en la Torre, todos los oídos están bien dispuestos.
—Exactamente, Siuan Sedai —dijo Sharina con una sonrisa.
Lelaine había buscado hacer de la reunión un espectáculo… Buscó que las novicias oyeran lo que decía y que todas las hermanas del campamento se sumaran a la discusión. ¿Por qué? ¿Y por qué Sharina la hacía partícipe de sus conjeturas, impropias de una novicia?
La respuesta era obvia: cuanto más amenazadas se sintieran las mujeres en el campamento, cuanto más peligrosa vieran a Elaida, más fácil sería que una mano firme se hiciera con el control. Aunque las hermanas se sentían indignadas ahora por la simple pérdida de un secreto celosamente guardado, enseguida caerían en la cuenta del peligro que Siuan ya había visto. Pronto surgiría el miedo. La preocupación. La ansiedad. El cerco ya no funcionaría, ahora que las Aes Sedai de dentro podían Viajar dondequiera y cuando quiera que desearan. El ejército de Bryne en los puentes no servía de nada.
A menos que Siuan se equivocara en su suposición, Lelaine se estaría asegurando de que todas fueran conscientes de las implicaciones.
—Quiere que nos asustemos —susurró Siuan—. Busca una crisis.
Qué buena jugada. Siuan tendría que haberlo visto venir. Que no se hubiera dado cuenta antes y que no hubiera tenido la menor sospecha sobre los planes de Lelaine también era indicio de un hecho importante: esa mujer no confiaba en ella tanto como daba a entender. ¡Maldición!
Se centró de nuevo en Sharina. La mujer de cabello gris esperaba con paciencia a que Siuan digiriera lo que le había revelado.
—¿Por qué me cuentas esto? —preguntó Siuan—. Que tú sepas, soy lacaya de Lelaine.
—Por favor, Siuan Sedai —protestó Sharina, que enarcó las cejas—.
No estoy ciega, y veo a una mujer que trabaja con ahínco para mantener ocupadas a las enemigas de la Amyrlin.
—Estupendo, pero te expones mucho para recibir una recompensa muy pequeña.
—¿Pequeña? —repitió Sharina—. Con el debido respeto, Siuan Sedai, ¿qué suerte creéis que correré si la Amyrlin no regresa? Da igual lo que ella diga ahora, pero capto lo que de verdad piensa Lelaine Sedai.
Siuan vaciló. Aunque Lelaine interpretaba ahora el papel de devota defensora de Egwene, no hacía mucho tiempo que había mostrado su desagrado, como todas las demás, por las novicias demasiado mayores. A muy pocas les agradaba que cambiaran las tradiciones.
Ahora que las novicias nuevas habían entrado en el libro de novicias, sería muy difícil expulsarlas de la Torre, pero eso no significaba que las Aes Sedai dejaran entrar a más mujeres mayores. Lo que es más, casi con toda probabilidad —ya fuera Lelaine o quienquiera que acabara en la Sede— la nueva Amyrlin encontraría un modo de obstaculizar o interrumpir el progreso de las mujeres que habían sido aceptadas en contra de la tradición. Y eso, sin duda, incluía a Sharina.
—Haré saber a la Amyrlin tu proceder en este asunto. Serás recompensada —dijo Siuan.
—Mi recompensa será el regreso de Egwene Sedai, Siuan Sedai. Ruego que sea pronto. Enlazó nuestra suerte con la suya en el momento en que nos admitió. Después de lo que he visto y de lo que he sentido, no tengo intención de interrumpir mi entrenamiento. —La mujer levantó el cesto—. Supongo que queréis que esta ropa se lave y os sea entregada después, ¿verdad?
—Sí, gracias.
—Soy una novicia, Siuan Sedai. Es mi deber y lo hago con gusto.
La mujer mayor hizo una reverencia y siguió camino abajo con unos andares más jóvenes de lo que cabría haber esperado de sus años.
Siuan la siguió con la mirada y después paró a otra novicia. Otro mensajero para Bryne. Por si acaso. «Apresúrate, muchacha —apuró para sus adentros a Egwene al tiempo que echaba un vistazo a la Torre Blanca—. Sharina no es la única cuya suerte está enlazada a ti. Nos tienes a todas envueltas en esa red tuya».