8 Camisas limpias

«Cielo de jefe de puerto», lo llamaban los marineros cuando lo encapotaban esas nubes grises que ocultaban el sol, inestables y sombrías. Quizá los demás —en el campamento que se levantaba a las puertas de Tar Valon— no habían reparado en esas nubes persistentes, pero Siuan sí. A ningún marinero le pasarían inadvertidas. No eran tan oscuras que presagiaran tormenta ni tan claras que pronosticaran una mar tranquila.

Un cielo como ése era equívoco. Uno salía a faenar, y podía ser que no cayera ni una gota de lluvia ni hubiera el menor indicio de tempestad. O que de un momento a otro, sin previo aviso, uno se encontrara en mitad de una turbonada. Ese manto de nubes era engañoso.

Casi todos los puertos cobraban una tarifa de atraque diaria a los barcos anclados en sus muelles, pero en días de tormenta —cuando ningún pescador conseguiría capturas— la tarifa se reducía a la mitad o no se cobraba nada. En un día como éste, sin embargo, si había nubes plúmbeas pero sin indicios de tormenta, los jefes de puerto cobraban el alquiler del día completo, por lo que el pescador se veía obligado a elegir entre quedarse en puerto y esperar o salir a pescar para resarcirse de la tarifa. En días como éste casi nunca había tormenta, era seguro salir a mar abierto.

Pero si la tormenta llegaba en un día así, solía ser muy mala. Muchas de las tempestades más terribles de la historia habían surgido de repente con un cielo de jefe de puerto. Por eso algunos pescadores tenían otro nombre para nubes como ésas. Las llamaban «velo de pez escorpión». Y hacía días que el cielo no cambiaba. Siuan se estremeció con un escalofrío y se arrebujó en el chal; era una mala señal.

Dudaba que hubiera muchos pescadores que eligieran salir de pesca este día.

—¡Siuan! —llamó Lelaine con un matiz de irritación en la voz—. Date prisa. Y no quiero oír más supersticiones tontas sobre el cielo, lo digo en serio. —La alta Aes Sedai se dio media vuelta y siguió pasarela adelante.

«¿Supersticiones? —pensó Siuan, indignada—. La experiencia adquirida a lo largo de mil generaciones de pescadores no es superstición. ¡Es sentido común!»

Pero no dijo nada y apretó el paso en pos de Lelaine. A su alrededor, el campamento de las Aes Sedai leales a Egwene continuaba con sus actividades diarias, tan regular como el mecanismo de un reloj. Si había algo que a las Aes Sedai se les diera bien era crear orden; las tiendas estaban agrupadas por Ajahs, como queriendo imitar la distribución de la Torre Blanca. Había pocos hombres y la mayoría de los que pasaban por allí —soldados con recados del ejército de Gareth Bryne o caballerizos que cuidaban de las monturas— realizaban sus tareas con rapidez. En el cuerpo de servicio había bastantes más mujeres, muchas de las cuales habían llegado incluso a bordar el símbolo de la Llama de Tar Valon en las faldas o los corpiños.

Una de las peculiaridades sobre el campamento —si se pasaba por alto el hecho de que eran tiendas en lugar de habitaciones, y pasarelas de madera en vez de pasillos de baldosas— era el número de novicias. Las había a cientos; de hecho, ahora debían de superar las mil, muchas más de las que la Torre había albergado en los últimos tiempos. Una vez que las Aes Sedai volvieran a unirse, habría que reabrir los cuartos de novicias que no se utilizaban hacía décadas. Puede que incluso hiciera falta otra cocina.

Esas novicias iban de aquí para allá apresuradamente, en los grupos llamados familias, y la mayoría de las Aes Sedai trataban de hacer como si no las vieran. Algunas por costumbre, porque ¿quién prestaba atención a las novicias? Pero otras lo hacían porque les desagradaba verlas. A su juicio, a mujeres con edad suficiente para ser madres o abuelas —en realidad muchas eran madres y abuelas— no se las debía haber inscrito en el libro de novicias. Mas ¿qué otra cosa podía hacerse? Egwene al’Vere, la Sede Amyrlin, había proclamado que debía ser así.

Siuan todavía notaba la conmoción en algunas de las Aes Sedai con las que se cruzaba. Tendrían que haber controlado a Egwene con más atención. ¿Qué había ido mal? ¿Cuándo se les había ido de las manos la Amyrlin? A Siuan le habrían causado más placer y satisfacción personal esas expresiones de algunas hermanas si ella misma no estuviera preocupada por la cautividad de Egwene en la Torre Blanca. Ese sí que era un velo de pez escorpión. Una situación potencial para un gran éxito, pero también para un gran desastre. Caminó deprisa detrás de Lelaine.

—¿En qué estado se encuentran la negociaciones? —preguntó la otra mujer, sin molestarse en mirar a Siuan.

«Podrías ir tú a alguna sesión y enterarte», pensó Siuan, pero Lelaine quería supervisar las cosas, no tomar parte activa en ellas. También el hecho de hacerle la pregunta en la calle era un movimiento calculado. Se sabía que Siuan era una de las confidentes de Egwene y todavía conservaba cierta notoriedad por haber sido asimismo Amyrlin. Lo que Siuan le contaba a Lelaine carecía de importancia; sin embargo, que se viera que le informaba de esos temas incrementaba la influencia de la mujer en el campamento.

—No van bien, Lelaine. Las emisarias de Elaida no se comprometen nunca a nada y se indignan en cuanto sacamos a relucir temas importantes, como reinstaurar el Ajah Azul. Dudo que tengan autoridad real de Elaida para hacer acuerdos vinculantes.

—Mmmm… —murmuró la otra mujer, pensativa, al tiempo que saludaba con un gesto de la cabeza a un grupo de novicias, las cual le hicieron reverencias. En una maniobra astuta, Lelaine había empezado a hablar de las recientes novicias de forma muy favorable.

Todo el campamento sabía el desagrado que Romanda sentía por ellas; ahora que Egwene no estaba, Romanda había empezado a insinuar que cuando se consiguiera llevar a buen puerto la reconciliación, esa «estupidez» de las novicias mayores tendría que solucionarse de forma rápida. Sin embargo, cada vez eran más las hermanas que se daban cuenta del acierto de Egwene. Había mucho potencial entre las nuevas novicias, y no serían pocas las que ascenderían a Aceptadas en cuanto se recuperara la Torre Blanca. No hacía mucho que Lelaine había establecido otro vínculo con Egwene al dar su aprobación tácita a esas mujeres.

Siuan siguió con la vista a la familia de novicias que se alejaba. Habían hecho una reverencia a Lelaine casi con la prontitud y la deferencia debidas a la Amyrlin. Cada vez era más evidente que, tras meses de estancamiento, Lelaine estaba ganando la batalla por la supremacía a Romanda.

Y eso era todo un problema.

A Siuan no le caía mal Lelaine. Era una mujer capaz, decidida y tenaz. Hubo un tiempo en que habían sido amigas, aunque su relación sufrió un drástico vuelco con el cambio de posición de Siuan.

Sí, podría decirse que Lelaine le gustaba, pero no confiaba en ella; sobre todo, no quería verla como Amyrlin. En otra era, Lelaine lo habría hecho bien en ese puesto, pero el mundo necesitaba a Egwene ahora y —por mucha amistad que hubiera— Siuan no podía correr el riesgo de permitir que esa mujer desplazara a la legítima Amyrlin. También tenía que asegurarse de que Lelaine no estuviera tomando medidas para impedir el regreso de Egwene.

—En fin, tendremos que hablar de las negociaciones en la Antecámara. La Amyrlin quiere que se sigan celebrando, así que debemos hacer lo necesario para que no se interrumpan. Con todo, ha de haber una forma de hacerlas fructíferas. Hay que atender los deseos de la Amyrlin, ¿no te parece?

—Sin duda —respondió Siuan con parquedad.

Lelaine la observó, y Siuan se maldijo por dejar ver sus emociones. Era preciso que Lelaine creyera que ella estaba de su parte.

—Lo siento, Lelaine, pero es que esa mujer me irrita. ¿Por qué sostiene Elaida conversaciones si no cede en ningún punto?

—Sí —asintió la otra mujer—. Mas ¿quién sabe las razones de Elaida para hacer lo que hace? Los informes de la Amyrlin indican que el liderazgo de Elaida en la Torre ha sido… imprevisible en el mejor de los casos.

Siuan se limitó a asentir con la cabeza. Por suerte, Lelaine no parecía sospechar que su lealtad fuera para otra. O quizás era que no le daba importancia. Resultaba asombroso lo inofensiva que creían a Siuan esas mujeres, ahora que su fuerza en el Poder había mermado tanto.

Ser débil era una nueva experiencia. Ya desde muy al principio de estar en la Torre, las hermanas habían reparado en su fuerza y su agudeza mental. Los comentarios en voz baja de que tenía madera de Amyrlin habían empezado casi de inmediato; a veces daba la impresión de que el propio Entramado hubiera empujado a Siuan hacia la Sede. A pesar de que su rápido ascenso a Amyrlin —siendo tan joven— sorprendió a muchas, a ella no le chocó. Cuando alguien pescaba con calamar como cebo, no era de sorprender que se capturara un pez colmillo. Si alguien quería pescar anguilas, utilizaría un cebo distinto por completo.

Cuando recibió la Curación, su fuerza reducida en el Poder fue una desilusión, pero eso había cambiado. Sí, no dejaba de ser irritante encontrarse por debajo de tantas, no tener el respeto de quienes la rodeaban. Sin embargo, por causa de su debilitamiento en el Poder muchas daban por hecho que sus mañas políticas estaban asimismo menguadas. ¿De verdad la gente olvidaba las cosas tan pronto? Siuan buscaba ahora un nuevo estatus entre las Aes Sedai desde el que recobrar prestigio.

—Sí, creo que ha llegado el momento de enviar delegadas a los reinos que al’Thor no ha conquistado —siguió Lelaine mientras saludaba a otro grupo de novicias—. Puede que no tengamos la Torre Blanca en sí, pero ésa no es razón suficiente para dejar a un lado nuestra posición política en el mundo.

—Sí, Lelaine, pero ¿estás segura de que Romanda no se opondrá a eso?

—¿Y por qué iba a oponerse? —preguntó a su vez la otra mujer, desdeñosa—. No tendría sentido.

—Pocas cosas de Romanda lo tienen —argumentó Siuan—. Creo que se opone sólo por fastidiarte. Aunque la vi charlando con Maralenda a principios de semana.

Lelaine frunció el entrecejo. Maralenda era una prima lejana en la línea al trono de los Trakand.

Siuan disimuló la sonrisa; era sorprendente lo mucho que una podía conseguir cuando la gente te tenía descartada. ¿A cuántas mujeres había descartado ella por carecer de poder manifiesto? ¿Cuántas veces la habían manipulado como ahora hacía ella con Lelaine?

—Investigaré eso —dijo la otra mujer. Daba igual lo que descubriera; mientras estuviera ocupada en preocuparse por Romanda, no dispondría de tanto tiempo para quitarle poder a Egwene.

Egwene. La Amyrlin tenía que darse prisa y poner fin a su complot en la Torre Blanca. ¿De qué serviría minar la posición de Elaida si las Aes Sedai del campamento se dividían sin ella saberlo? Siuan podía distraer a Romanda y Lelaine sólo hasta cierto punto, sobre todo ahora, que Lelaine tenía una notoria ventaja. ¡Luz! Había días que tenía la impresión de estar haciendo malabarismos con lucios vivos untados de mantequilla.

Siuan comprobó la posición del sol tras aquel cielo de jefe de puerto. La tarde caía.

—Tripas de pez —masculló entre dientes—. Tengo que irme, Lelaine.

—Tienes colada, presumo. —La otra mujer le lanzó una mirada—. Para ese rufián de general tuyo.

—No es un rufián —barbotó Siuan, que acto seguido se maldijo para sus adentros. Perdería mucha de la ventaja ganada si seguía replicando con malos modos a quienes se consideraban superiores a ella.

Lelaine sonrió y los ojos le brillaron como si supiera algo especial. Qué mujer tan insufrible. Por muy amiga que fuera, Siuan estuvo tentada de borrarle la… No, no.

—Lo siento, Lelaine —se obligó a disculparse—. Se me ponen los nervios de punta cuando pienso lo que ese hombre me exige hacer.

—Sí, lo entiendo. —Lelaine borró la sonrisa y torció el gesto—. He pensado en todo eso, Siuan. Puede que la Amyrlin haya consentido que Bryne intimide a una hermana, pero yo no lo permitiré. Ahora eres una de mis auxiliares.

«¿Una de tus auxiliares? Creía que sólo estaba para respaldarte hasta que Egwene regrese», pensó Siuan.

—Sí, creo que es hora de poner fin a tu situación de servidumbre con Bryne —continuó Lelaine, pensativa—. Saldaré tu deuda, Siuan.

—¿Saldar mi deuda? —Siuan pasó por un momento de pánico—. ¿Te parece juicioso? No me importaría librarme de ese hombre, claro, pero mi posición me facilita muchas veces la posibilidad de escuchar los planes que hace.

—¿Planes? —preguntó Lelaine, ceñuda.

Siuan se encogió por dentro. Sólo faltaría que hubiera dado a entender un comportamiento indebido por parte de Bryne. Luz, pero si ese hombre era tan estricto que, en comparación, los Guardianes parecían negligentes a la hora de cumplir sus compromisos.

Debería dejar que Lelaine saldara la deuda de su absurda situación de servidumbre, pero la mera idea le revolvía el estómago. Ya había decepcionado a Bryne más que suficiente al romper su juramento con él meses atrás. Bueno, no es que hubiera roto el juramento; sólo había pospuesto el periodo de servicio. Sin embargo, ¡a ver quién convencía a ese estúpido cabezota de que tal cosa era cierta!

Si ahora tomaba el camino fácil para salir del apuro, ¿qué pensaría Bryne de ella? Creería haber ganado y que ella había demostrado ser incapaz de cumplir su palabra. Ni hablar; no iba a permitir que pasara eso.

Además, no pensaba dejar que fuera Lelaine la que la liberara del compromiso. Sólo serviría para traspasarle a ella su deuda con Bryne. La Aes Sedai se la cobraría de forma mucho más sutil, pero acabaría pagando hasta la última moneda de un modo u otro, aunque fuera mediante exigencias de lealtad.

—Lelaine, no albergo ninguna sospecha hacia el buen general. Aun así, controla nuestro ejército y, en consecuencia, ¿se puede confiar en que haga lo que se requiere sin ninguna supervisión?

—Dudo que se pueda confiar en ningún hombre sin la debida guía —fue la respuesta de la otra Azul, que aspiró con fuerza por la nariz.

—Detesto hacerle la colada —dijo Siuan, y era cierto; aunque no renunciaría a cumplir con su parte ni por todo el oro de Tar Valon—. Pero esa tarea me mantiene cerca, atenta a lo que pueda oír…

—Sí, sí, veo que tienes razón —admitió Lelaine al tiempo que asentía con un lento cabeceo—. No olvidaré tu sacrificio, Siuan. De acuerdo, puedes irte.

Dicho esto, Lelaine se dio la vuelta y se miró la mano, como deseosa de ver algo en ella. A buen seguro, ansiosa de que llegara el día en que, como Amyrlin, pudiera ofrecer el anillo de la Gran Serpiente para que lo besaran cuando se separara de otra hermana. Luz, Egwene tenía que regresar pronto. ¡Por todos los lucios untados con mantequilla! ¡Puñeteros lucios resbaladizos!

Siuan se encaminó hacia el límite del campamento Aes Sedai. El ejército de Bryne lo rodeaba en un gran círculo, pero ella se hallaba justo al extremo opuesto de donde se encontraba Bryne. Le llevaría media hora larga ir a pie hasta su puesto de mando; por suerte se topó con un conductor que llevaba una carreta llegada a través de un acceso, con comida para el ejército. El hombre bajo, de pelo canoso, accedió de inmediato a transportarla junto con el cargamento de nabos, aunque le desconcertó que no fuera a pedir un caballo, como correspondía a su condición de Aes Sedai. Bueno, pues, tampoco estaba tan lejos, e ir montada junto a unos vegetales era mucho menos indigno que verse obligada a ir de aquí para allá dando brincos encima de un caballo. Si Gareth Bryne quería protestar por su tardanza, entonces le iba a decir unas cuantas cosas. ¡Vaya que sí!

Se recostó en un saco en el que se marcaban multitud de bultos, con las piernas colgando por la parte trasera de la carreta. A medida que el vehículo ascendía una pequeña cuesta, Siuan divisó el campamento Aes Sedai de tiendas blancas organizado a semejanza de una ciudad y circunvalado por las tiendas más pequeñas del ejército, éstas colocadas en hileras rectas; a su vez, esas tiendas estaban rodeadas por un creciente anillo de seguidores de campamento.

Y más allá del conjunto, acabado el deshielo de las nieves invernales, el color predominante en el paisaje era un marrón pardusco, sin apenas brotes de primavera. El campo aparecía salpicado de agrupamientos de robles; las sombras en los valles y las sinuosas volutas del humo de chimeneas apuntaban la presencia de pueblos distantes. Era sorprendente la sensación familiar y acogedora que transmitían esas praderas. Cuando había pisado Tar Valon por primera vez, estaba convencida de que jamás sentiría cariño por esa campiña sin acceso al mar.

Ahora llevaba viviendo en Tar Valon mucho más tiempo que en Tear; a veces le costaba trabajo recordar a la chica que había remendado redes y había salido de madrugada para pescar al arrastre en el barco de su padre. Se había convertido en una persona distinta, una mujer que mercadeaba con secretos, en vez de hacerlo con pescado.

Secretos; esos secretos poderosos, dominadores… Secretos que eran su vida ahora. Sin amor, excepto algún coqueteo de juventud, sin tiempo para enredos ni apenas hueco para amistades. Se había centrado de manera exclusiva en una cosa: encontrar al Dragón Renacido, ayudarlo, guiarlo y, con suerte, controlarlo.

Moraine había muerto en pos de esa misma misión, pero al menos había salido y había visto mundo. Siuan había envejecido —en espíritu, ya que no en lo físico— encerrada en la Torre, tirando de los hilos y espoleando al mundo. Algo bueno había hecho. El tiempo diría si habían bastado esos esfuerzos.

No lamentaba la vida que había llevado; en ese momento, sin embargo, mientras pasaba entre las tiendas del ejército —zarandeada en la carreta como espinas secas de pescado dentro de una olla por los baches y las rodadas del camino—, envidió a Moraine. ¿Cuántas veces se había molestado ella en asomarse a la ventana para contemplar el maravilloso verdor del paisaje antes de que todo empezara a salir mal? Moraine y ella habían luchado con todas sus fuerzas para salvar al mundo, pero se habían quedado sin nada con lo que disfrutar de él.

Quizás había cometido un error al elegir de nuevo el Azul, a diferencia de Leane, que había aprovechado la oportunidad a raíz de ser neutralizadas y posteriormente Curadas para elegir el Ajah Verde.

«No, no. Aún estoy volcada en salvar a este condenado mundo», pensó, sacudida por los brincos de la carreta y envuelta en el olor de los nabos agrios. No habría cambio al Verde para ella. Con todo, al pensar en Bryne habría querido que el Azul se pareciera un poco al Verde en ciertos aspectos.

Siuan la Amyrlin no había tenido tiempo para enredos amorosos, pero ¿y Siuan la ayudante? Guiar a la gente manipulándola de forma solapada requería mucha más habilidad que intimidarla con el poder de la Sede Amyrlin, y le estaba resultando mucho más gratificante. Además, también la libraba del peso aplastante de la responsabilidad que había tenido durante los años pasados al frente de la Torre Blanca. ¿Habría sitio en su vida para unos cuantos cambios más?

La carreta llegó a la otra punta del campamento del ejército y Siuan, sacudiendo la cabeza en un gesto de reproche por su estupidez, se bajó de un salto y le dio las gracias al carretero. ¿Acaso era una muchachita raspando la edad para pasar su primer día a jornada completa pescando pez negro con redes de arrastre? No tenía sentido pensar en Bryne así; al menos, de momento. Había mucho que hacer.

Caminó a lo largo del perímetro del campamento, con las tiendas del ejército a su izquierda. Empezaba a oscurecer, y las lámparas que quemaban el valioso combustible alumbraban grupos desorganizados de chabolas y tiendas a su derecha. Al frente había una empalizada circular, no muy alta pero lo bastante amplia para acoger varias docenas de tiendas para oficiales y algunas tiendas de mando más grandes. Se suponía que haría las veces de una fortificación en caso de emergencia, pero era un centro de operaciones en todo momento; a Bryne le agradaba tener una barrera física que separara el campamento grande del lugar en que conferenciaba con sus oficiales. De otro modo, con la confusión reinante en un campamento civil y con una linde tan grande que patrullar, sería fácil para los espías acercarse a esas tiendas.

Sólo estaban hechas tres cuartas partes de la empalizada, pero el trabajo avanzaba con rapidez. A lo mejor Bryne decidía al final rodear todo el ejército si el sitio se prolongaba bastante tiempo. De momento, la pequeña fortificación del puesto de mando serviría para dar seguridad a los soldados, además de transmitir la idea de autoridad.

Los postes de ocho pies de altura se alzaban un poco más adelante cual una línea de centinelas, con las puntas enfilando al cielo. Teniendo puesto un asedio, por lo general había que disponer de un montón de mano de obra para trabajar así. Los guardias de la empalizada —que conocían a Siuan— la dejaron pasar, y ella se dirigió con rapidez a la tienda de Bryne. Tenía que lavar ropa, pero era probable que no hiciera gran parte de la colada hasta el día siguiente por la mañana. Se suponía que debía reunirse con Egwene en el Tel’aran’rhiod tan pronto como oscureciera, y la luz del ocaso empezaba a menguar.

Como era habitual, la tienda de Bryne sólo estaba alumbrada por una débil luz. Mientras que la gente del cerco exterior derrochaba el combustible, él lo escatimaba. Muchos de sus hombres vivían mejor que él. Pedazo de tonto. Siuan se abrió paso al interior de la tienda, sin llamar. Si ese hombre era tan idiota de cambiarse sin meterse detrás del biombo, entonces es que merecía que vieran lo tonto que era.

Él se encontraba sentado ante el escritorio trabajando a la luz de una única vela. Parecía enfrascado en la lectura de los informes de exploradores.

Siuan resopló y dejó que los paños de la entrada de la tienda se cerraran tras ella. ¡Ni siquiera una lámpara! ¡Qué hombre!

—Os estropearéis la vista leyendo con tan poca luz, Gareth Bryne.

—Llevo casi toda la vida leyendo a la luz de una vela, Siuan —repuso él y, sin alzar la vista, pasó la página—. Y, si queréis saberlo, mi vista sigue siendo igual que cuando era un muchacho.

—¿De veras? ¿Queréis decir, pues, que nunca habéis tenido buena vista?

Bryne esbozó una sonrisa, pero no dejó de leer, y Siuan volvió a resoplar, esta vez con más fuerza para asegurarse de que él la oyera. Después tejió una esfera de luz y la dirigió flotando por el aire hasta el escritorio. Pedazo de tonto. No quería que se quedara tan ciego que cayera en combate por un ataque que no viera venir. Después de situar la esfera luminosa cerca de la cabeza del hombre —quizá demasiado para que se sintiera cómodo con ella sin apartarse un poco— se dirigió hacia la cuerda que había extendida en el centro de la tienda para recoger la ropa tendida que estuviera seca. Bryne no había protestado porque Siuan utilizara el interior de su tienda para tender ropa a secar ni había quitado la cuerda, por lo que Siuan se llevó un buen chasco, ya que esperaba poder echarle una bronca por quejicoso.

—Una mujer del campamento exterior se me acercó hoy y se ofreció para hacerme la colada —dijo Bryne mientras corría la silla hacia un extremo del escritorio, tras lo cual recogió otro montón de páginas—. Al parecer está organizando un grupo de lavanderas en el campamento, y asegura que me tendría hecha la colada más deprisa y mejor que una única criada distraída.

Siuan se quedó paralizada y miró de soslayo a Bryne, que repasaba sus papeles. La fuerte mandíbula quedaba iluminada a la izquierda por la blanca luz inmóvil de su esfera y a la derecha por la titilante luz anaranjada de la vela. Algunos hombres se debilitaban con la edad; a otros los hacía parecer cansados o astrosos. A Bryne la edad simplemente lo había vuelto distinguido, como una columna trabajada por un maestro albañil para después dejarla al azote de los elementos. Los años no habían mermado su eficacia ni su fuerza; sólo le habían otorgado carácter al cubrirle las sienes con plata y marcarle el firme semblante con arrugas de sabiduría.

—¿Y qué le dijisteis a esa mujer? —le preguntó.

Bryne pasó una página antes de responder:

—Le dije que estaba satisfecho con el lavado de mi ropa. —Entonces alzó la vista hacia ella—. He de admitir, Siuan, que estoy sorprendido. Di por sentado que una Aes Sedai no sabría mucho de un trabajo como éste, pero rara vez mis uniformes han conocido tan perfecta combinación de rigidez y comodidad. Sois digna de elogio.

Siuan le dio la espalda para ocultar el rubor. ¡Pedazo de tonto! ¡Había hecho que reyes se arrodillaran ante ella! ¡Manipulaba a las Aes Sedai y hacía planes para la salvación de la humanidad! ¿Y él la felicitaba por su habilidad para lavar la ropa?

El asunto era que, viniendo de Bryne, era una felicitación sincera y significativa. No miraba con superioridad a las lavanderas ni a los recaderos. Trataba a todo el mundo con equidad. Una persona no ganaba categoría a los ojos de Gareth Bryne porque fuera un rey o una reina; la ganaba cumpliendo sus promesas y sus obligaciones. Para él, una felicitación por lavar bien la ropa era tan significativa como una medalla entregada a un soldado que ha aguantado firme en su puesto ante el ataque del enemigo.

Le echó otra ojeada y se encontró con que él seguía mirándola. ¡Pedazo de tonto! Siuan se apresuró a recoger otra de sus camisas y después se puso a doblarla.

—Nunca me disteis una explicación satisfactoria de por qué rompisteis el juramento —dijo él.

Siuan se quedó paralizada y con la mirada prendida en el fondo de la tienda donde se proyectaban sombras de las prendas que seguían tendidas.

—Creía que lo habíais entendido —contestó mientras reanudaba la tarea de doblar la camisa—. Tenía información importante para las Aes Sedai de Salidar. Además, tampoco podía permitir que Logain anduviera libre por ahí, ¿verdad? Tenía que dar con él y llevarlo a Salidar.

—Ésas son excusas —dijo Bryne—. Oh, sé que lo que decís es cierto, pero sois Aes Sedai. Podéis citar cuatro datos ciertos y utilizarlos para ocultar la auténtica verdad con la misma eficacia con que otra persona se valdría de mentiras.

—¿Así que decís que soy una mentirosa? —demandó Siuan.

—No. Sólo una transgresora de juramentos.

Se quedó mirándolo con los ojos abiertos como platos. Vaya, le iba a enseñar lo que…

Vaciló. La estaba observando, bañada en el brillo de las dos luces, con gesto pensativo. Reservado, pero no acusador.

—Ese interrogante es lo que me condujo aquí, ¿sabéis? —continuó Bryne—. Es por lo que os perseguí hasta alcanzaros. Es por lo que al final me comprometí con las Aes Sedai rebeldes, aunque no me apetecía nada verme arrastrado a otra guerra en Tar Valon. Todo lo hice porque necesitaba comprender. Tenía que saber. ¿Por qué? ¿Por qué la mujer con esos ojos… apasionados, esos ojos atormentados, había roto su promesa?

—Os dije que volvería para cumplir mi juramento —repuso Siuan, que se dio la vuelta y sacudió con fuerza una camisa para desarrugarla.

—Otra excusa —apuntó él con suavidad—. Otra respuesta de Aes Sedai. ¿Tendré alguna vez toda la verdad sobre vos, Siuan Sanche? ¿Hay alguien que la haya sabido nunca?

Suspiró, y Siuan oyó el ruido de papeles y la luz de la vela titiló con los movimientos del hombre, que reanudó el examen de los informes.

—Siendo todavía una Aceptada en la Torre Blanca fui una de las cuatro personas que estaban presentes cuando se produjo la Predicción que anunciaba el nacimiento del Dragón Renacido en la ladera del Monte del Dragón.

El ruido de papeles cesó.

—Una de las otras tres personas presentes murió en el acto. Otra murió poco después. Estoy convencida de que ella, la mismísima Sede Amyrlin, fue asesinada por el Ajah Negro. Si le decís a alguien que he admitido tal hecho, os arrancaré la lengua.

»Bien, pues, antes de morir, la Amyrlin envió Aes Sedai en busca del Dragón. Una por una esas mujeres desaparecieron. Las Negras debieron de torturar a Tamra para sacarle los nombres antes de asesinarla. No debió de serles fácil conseguir que se los revelara. A veces aún me estremezco al pensar por lo que habría pasado.

»Poco después sólo quedaban dos que sabían lo ocurrido: Moraine y yo. No tendríamos que haber oído la Predicción, sólo éramos Aceptadas que nos encontrábamos allí por pura casualidad. Creo que Tamra logró, de algún modo, no revelar nuestros nombres a las Negras, porque de haberlo hecho no cabe duda que nos habrían matado como a las demás.

»Así pues, sólo quedábamos dos, las únicas en todo el mundo que sabíamos lo que se avecinaba. O, mejor dicho, las únicas dos personas enteradas de ello que servíamos a la Luz. Y así hice lo que tenía que hacer, Gareth Bryne. Dediqué mi vida a preparar las cosas para la llegada del Dragón. Juré que nos prepararíamos para la Última Batalla, que haría lo que fuera preciso, todo lo que fuera necesario, para llevar la carga que se me había entregado. Sólo había una persona en la que sabía que podía confiar, y ahora ha muerto.

Siuan se volvió de nuevo hacia él y le sostuvo la mirada desde el fondo de la tienda. Una brisa movió las paredes de lona e hizo vacilar la llama de la vela, pero Bryne permaneció inmóvil, en silencio, atento a sus palabras.

—Veréis, Gareth Bryne, tenía que retrasar el cumplimiento del juramento que os hice a vos para no romper otros juramentos. Juré que me ocuparía de todo esto hasta el final, y el Dragón aún no ha afrontado su destino en Shayol Ghul. Los juramentos de una persona deben seguir un orden de importancia. Cuando os hice el juramento, no prometí serviros de inmediato. Tuve mucho cuidado con ese punto. Vos lo llamaréis un juego de palabras Aes Sedai, pero yo le doy otro nombre.

—¿Y es? —preguntó él.

—Hacer lo que sea para proteger a su propio pueblo, su tierra y a sí mismo, Gareth Bryne. Me culpáis por la pérdida de un establo y unas cuantas vacas. Bien, pues, sugiero que consideréis el coste para vuestra gente si el Dragón Renacido fracasara. A veces hay que pagar un precio para prestar un servicio de más importancia. Imaginaba que un soldado sabría entenderlo.

—Debisteis decírmelo. Debisteis explicarme quién erais.

—¿Para qué? ¿Me habríais creído?

Él pareció vacilar.

—Además —prosiguió Siuan con franqueza—, no confiaba en vos. Nuestros encuentros previos no habían sido muy… amistosos, que yo recuerde. ¿Cómo iba a correr ese riesgo, Gareth Bryne, con un hombre al que no conocía? ¿Cómo iba a confiarle secretos que sólo yo conocía, secretos que había que transmitir a la nueva Sede Amyrlin? ¿Cómo iba a perder un solo instante cuando el mundo entero tenía puesto al cuello el nudo corredizo del verdugo?

Siuan sostuvo la mirada del hombre, exigiéndole una respuesta.

—No podíais —reconoció él por fin—. Así me abrase, Siuan, no podíais perder tiempo. ¡Ni siquiera deberíais haber prestado ese juramento, para empezar!

—Y vos deberíais haber escuchado con más atención —replicó Siuan mientras apartaba los ojos y soltaba un resoplido—. Sugiero que si en el futuro volvéis a pedir a alguien que os dé su palabra para hacer algo, tengáis cuidado y estipuléis un margen de tiempo para ese servicio.

Bryne asintió con un gruñido, y Siuan descolgó de un tirón la última camisa que quedaba colgada en la cuerda; ésta se sacudió y proyectó una sombra borrosa en la parte trasera de la tienda.

—Bien, pues, me dije que sólo os retendría en este trabajo mientras no obtuviera esa respuesta. Ahora ya sé la razón, de modo que…

—¡Callad! —espetó Siuan mientras giraba sobre sí misma con rapidez y lo señalaba con el índice.

—Pero…

—No lo digáis —amenazó—. Os amordazaré y os dejaré colgado en el aire hasta mañana al anochecer. No penséis que no lo haré.

Bryne siguió sentado, sin decir palabra.

—Aún no he terminado con vos, Gareth Bryne. —Sacudió la camisa con brío y después la dobló—. Os avisaré cuando llegue el momento.

—Luz, mujer —masculló él, casi entre dientes—. Si hubiera sabido que erais Aes Sedai antes de perseguiros hasta Salidar… Si hubiese sabido en lo que me estaba metiendo…

—¿Qué? —demandó Siuan—. ¿No me habríais perseguido?

—Por supuesto que sí —exclamó el hombre, indignado—. Pero habría tenido más cuidado y, tal vez, habría ido mejor preparado. ¡Salí a cazar jabalíes con un cuchillo para conejos, en lugar de una lanza!

Siuan dejó la camisa doblada encima de las otras y después recogió todo el montón. Dirigió a Bryne una mirada dolida.

—Haré todo lo posible para fingir que no acabáis de compararme con un jabalí, Bryne. Sed tan amable de tener más cuidado con lo que decís o, de otro modo, vais a encontraros sin criada y tendréis que dejar que esas damas del campamento se ocupen de vuestra colada.

Él la miró con estupefacción, pero después se echó a reír. Por su parte, Siuan no logró disimular la sonrisa. En fin, después de ese último intercambio, Bryne sabría quién tenía el control de la asociación existente entre los dos.

Pero… ¡Luz! ¿Por qué tuvo que contarle lo de la Predicción? ¡Era algo que rara vez compartía con alguien! Mientras guardaba las camisas en el baúl, echó una ojeada a Bryne, que seguía moviendo la cabeza y riéndose.

«Cuando deje de estar sujeta a otros juramentos, cuando esté convencida de que el Dragón Renacido está haciendo lo que se supone que debe hacer, quizás habrá tiempo. Por primera vez empiezo a tener ganas de acabar de una vez con esta misión», pensó. Realmente asombroso.

—Deberíais acostaros, Siuan —dijo Bryne.

—Todavía es pronto.

—Sí, pero el ocaso llega a su fin, y cada tres días os acostáis inusualmente temprano y con ese extraño anillo puesto, ese que tenéis escondido debajo de la almohada de vuestro catre. —Pasó una de las páginas que tenía en el escritorio—. Sed tan amable de transmitirle mis respetuosos saludos a la Amyrlin.

Siuan se giró bruscamente hacia él, boquiabierta. No podía saber nada del Tel’aran’rhiod, ¿verdad? Lo pilló sonriendo con satisfacción. Bien, quizá no supiera nada sobre el Mundo de los Sueños, pero era evidente que había deducido que el anillo y su horario de acostarse tenía algo que ver con comunicarse con Egwene. Qué zorro. La miró por encima de los papeles mientras pasaba delante de él y Siuan captó un brillo malicioso en los ojos de Bryne.

—Qué hombre tan insufrible —masculló mientras se sentaba en el catre y apagaba la esfera de luz.

Luego, con cortedad, sacó el anillo ter’angreal y se lo colgó al cuello; seguidamente se giró para darle la espalda a Bryne y se tumbó procurando dormirse. Cada tres días se aseguraba de levantarse muy pronto para estar cansada por la noche; ojalá le resultara tan fácil pillar el sueño como a Egwene.

¡Que hombre tan, tan insufrible! Tendría que hacer algo para desquitarse. Ratones entre las sábanas, quizá. Sí, ésa sería una buena forma de devolvérsela.

Permaneció despierta largo rato, pero por fin logró conciliar el sueño, todavía sonriendo para sí ante la perspectiva de una revancha apropiada. Despertó en el Tel’aran’rhiod sin llevar puesto encima más que una enagua escandalosa que apenas la cubría. Soltó un chillido y reemplazó de inmediato la prenda —recurriendo a la concentración— por un vestido verde. ¿Verde? ¿Por qué de ese color? Lo cambió a un tono azul. ¡Luz! ¿Cómo conseguía Egwene dominar tan bien las cosas en el Mundo de los Sueños, siempre, mientras que ella sólo lograba a duras penas que la ropa que llevaba puesta no cambiara cada vez que le pasaba alguna idea peregrina por la cabeza? Debía de ser porque ella tenía que utilizar esa copia inferior del ter’angreal que no funcionaba igual de bien que el original. La hacía parecer insustancial a quienes la veían.

Se encontraba en el centro del campamento Aes Sedai, rodeada de tiendas; los paños de entrada de cualquiera de ellas estaban abiertos en un momento y cerrados al siguiente. El cielo aparecía agitado por una tormenta violenta, aunque extrañamente silenciosa. Curioso, pero a menudo las cosas en el Mundo de los Sueños eran raras. Siuan cerró los ojos con el deseo de aparecer en el estudio de la Maestra de las Novicias, en la Torre Blanca. Abrió los ojos y se encontró allí, en un cuarto pequeño revestido con paneles de madera en el que había un escritorio macizo y una mesa para recibir los azotes.

Le habría gustado disponer del anillo original, pero ése se lo había llevado Elayne. Como solía decir su padre, debería estar agradecida por tener una captura, aunque fuera pequeña. Podría haberse quedado sin ninguno de los anillos; las Asentadas creían que el que estaba ahora en su poder lo llevaba Leane consigo cuando la habían capturado.

¿Se encontraría bien Leane? En cualquier momento la falsa Amyrlin podría optar por dictar su ejecución. Siuan sabía de sobra lo rencorosa que Elaida podía llegar a ser; todavía sentía una punzada de dolor cuando pensaba en el pobre Alric. ¿Se habría sentido culpable Elaida, aunque fuera sólo durante un segundo, por ordenar el asesinato de un Guardián a sangre fría antes de que la mujer a la que estaba derrocando hubiera sido destituida?

—¿Una espada, Siuan? —preguntó de repente la voz de Egwene—. Eso es algo nuevo.

Siuan miró hacia abajo y se quedó pasmada al verse empuñando una espada, a buen seguro con la idea de hundirla en el corazón de Elaida. La hizo desaparecer y después miró a Egwene. La joven era la viva imagen de una Amyrlin con aquel magnífico atuendo dorado y el cabello castaño recogido en un complejo peinado que sujetaban unas perlas. El semblante de la joven aún no había adquirido el aspecto intemporal de una hermana, pero Egwene estaba haciendo un gran trabajo en cuanto a mostrar la tranquila serenidad de una Aes Sedai. De hecho, parecía haber mejorado muchísimo en eso desde su captura.

—Tenéis buen aspecto, madre —dijo Siuan.

—Gracias —dijo Egwene con una débil sonrisa.

Con Siuan era más ella misma que con las demás; ambas sabían lo mucho que Egwene había dependido de sus enseñanzas para llegar donde estaba.

«Es muy probable que hubiera llegado igual, aunque no tan deprisa», admitió Siuan para sus adentros.

Egwene echó un vistazo a su alrededor y torció un poco el gesto.

—Sé que sugerí quedar aquí la última vez, pero últimamente vengo a este cuarto con demasiada frecuencia. Nos vemos en el comedor de las novicias —dijo. Y desapareció.

Una elección extraña, pero era un buen sitio para hablar porque allí no era fácil ocultarse para escuchar a escondidas y ellas dos no eran las únicas que utilizaban el Tel’aran’rhiod para reuniones clandestinas. Siuan cerró los ojos —no le hacía falta, pero así le era más fácil— e imaginó el comedor de las novicias con las filas de bancos y las paredes desnudas. Cuando abrió los ojos estaba allí, igual que Egwene. La Amyrlin se echó hacia atrás, y un majestuoso y mullido sillón apareció a su espalda, recogiéndola grácilmente mientras se sentaba. Siuan no confiaba en ser capaz de hacer algo tan complicado, por lo que se limitó a sentarse en uno de los bancos.

—Creo que deberíamos empezar a reunirnos con más frecuencia, madre —dijo Siuan, que tamborileó con los dedos en la mesa mientras ordenaba las ideas.

—¿En serio? —Egwene se sentó más erguida—. ¿Ha ocurrido algo?

—Varias cosas, y me temo que algunas huelen tan mal como la pesca de hace una semana.

—Cuéntame.

—Uno de los Renegados estuvo en el campamento —informó Siuan, a la que no le gustaba pensar en ese asunto con frecuencia porque le ponía la carne de gallina.

—¿Ha muerto alguien? —quiso saber Egwene; a pesar de hablar con calma los ojos parecían cuentas de acero.

—No, gracias a la Luz. Nadie más aparte de las que ya sabéis. Romanda fue la que supo relacionar unas cosas con otras. Egwene, ese ser ha estado entre nosotros desde hacía cierto tiempo, oculto.

—¿Quién?

—Delana Mosalaine o su sirvienta, Halima, aunque parece más probable que fuera esta última.

Egwene abrió los ojos por la sorpresa aunque sólo un poco más de lo normal. Halima la había atendido, la había tocado, la había servido… Una Renegada. Asumió bien la noticia, como una Amyrlin.

—Pero a Anaiya la mató un hombre —argumentó la joven—. ¿Esas otras muertes fueron diferentes?

—No. A Anaiya no la mató un hombre, sino una mujer que esgrimía saidin. Tuvo que ser así… Es lo único que tiene sentido.

Egwene asintió despacio con la cabeza. En cualquier cosa relacionada con el Oscuro, todo era posible. Siuan sonrió con satisfacción y orgullo. Esta chica estaba aprendiendo a ser Amyrlin. ¡Luz, era ya Amyrlin!

—¿Algo más?

—Sobre ese asunto, no mucho más —contestó Siuan—. Se nos escaparon, por desgracia. Desaparecieron el mismo día que las descubrimos.

—Me pregunto qué las pondría sobre aviso.

—Bueno, eso está relacionado con otra de las cosas que he de contaros. —Siuan respiró hondo. Lo peor ya estaba dicho, pero lo que venía a continuación no resultaría más fácil de aguantar—. Ese mismo día se celebró una sesión en la Antecámara a la que asistió Delana. En plena sesión un Asha’man anunció que percibía a un hombre encauzando en el campamento. Creemos que fue eso lo que la alertó. Hasta que descubrimos que Delana había huido no establecimos la conexión entre una cosa y otra. Fue ese mismo Asha’man quien nos dijo que su compañero se había topado con una mujer que podía encauzar saidin.

—¿Y por qué había un Asha’man en el campamento? —inquirió con frialdad Egwene.

—Era un emisario enviado por el Dragón Renacido —explicó Siuan—. Madre, al parecer algunos de los hombres que siguen a al’Thor han vinculado Aes Sedai.

La única reacción en Egwene fue parpadear una vez.

—Sí, había oído rumores sobre eso, aunque esperaba que fueran exageraciones. ¿Ese Asha’man dijo quién dio permiso a Rand para cometer semejante atrocidad?

—Es el Dragón Renacido —repuso Siuan con una mueca—. No creo que piense que necesita que nadie le dé permiso. Pero, en su defensa, parecer ser que no sabía que estuviera ocurriendo algo así. Las mujeres vinculadas por sus hombres fueron enviadas por Elaida para destruir la Torre Negra.

—Sí. —Por fin Egwene dejó traslucir algo de emoción—. De modo que los rumores eran atinados. Demasiado. —El hermoso vestido mantuvo la hechura pero adoptó el color marrón pardusco de las ropas Aiel sin que al parecer Egwene fuera consciente del cambio—. ¿Es que nunca va a acabar el mandato plagado de desastres de Elaida?

Siuan se limitó a sacudir la cabeza.

—Nos ofrecieron cuarenta y siete Asha’man para que los vinculáramos, como una especie de compensación por las mujeres que vincularon los hombres de al’Thor. No es un intercambio equitativo ni muchísimo menos, pero la Antecámara decidió aceptar la oferta, a pesar de todo.

—E hicieron bien —dijo Egwene—. Tendremos que ocuparnos de los desatinos del Dragón más adelante. Puede que sus hombres actuaran sin tener órdenes de él, pero Rand ha de asumir la responsabilidad de lo que hagan. Hombres. ¡Vinculando mujeres!

—Afirman que el saidin está limpio —comentó Siuan.

Egwene enarcó una ceja, pero no hizo objeciones.

—Sí, bien, supongo que es una posibilidad razonable, aunque necesitaremos algo más que lo confirme, por supuesto. Pero la infección apareció cuando todo parecía ganado, así pues ¿por qué no iba a desaparecer cuando todo parece abocado a la pura locura?

—No lo había considerado desde ese enfoque —contestó Siuan—. En fin, ¿qué hemos de hacer, madre?

—Que la Antecámara se encargue de eso. Parece que tiene las cosas bajo control.

—Las tendrían mejor controladas si volvieseis, madre.

—Lo haré. A su tiempo. —Egwene se reclinó en el sillón y entrelazó los dedos sobre el regazo, lo que la hizo parecer mucho mayor de lo que la cara sugería—. De momento tengo trabajo que hacer aquí. Deberás encargarte de que la Antecámara actúe como debería. Tengo mucha fe en ti.

—Y os lo agradezco, madre —contestó Siuan, que disimuló la frustración—. Pero las cosas se me están yendo de las manos. Lelaine ha empezado a comportarse como una segunda Amyrlin y lo hace simulando que os apoya. Se ha percatado de que aparentar que actúa en vuestro nombre redunda en su favor.

—Habría pensado que sería Romanda quien se aprovecharía, si se tiene en cuenta que fue ella la que descubrió a la Renegada —contestó Egwene con los labios fruncidos.

—Creo que piensa que mantiene la ventaja, pero pierde mucho tiempo recreándose en la victoria. No sin esfuerzo, Lelaine se ha convertido en la más devota servidora de la Amyrlin que haya existido. ¡Cualquiera diría al oírla hablar que vos y ella sois amigas íntimas! Se ha apropiado de mí como su ayudante, y cada vez que la Antecámara se reúne empieza con «Egwene quería tal cosa» o «Acordaos de lo que dijo Egwene cuando hicimos esto otro».

—Muy inteligente.

—Brillante —convino Siuan con un suspiro—. Pero sabíamos que una de ellas acabaría adelantándose a la otra como fuera. Sigo desviando su interés hacia Romanda, pero no sé cuánto tiempo más podré distraerla con eso.

—Haz todo lo que puedas —la animó Egwene—. Sin embargo, no te preocupes si Lelaine se resiste a que se la distraiga de su empeño.

—¡Pero está usurpando vuestro puesto! —protestó Siuan, ceñuda.

—Reforzándolo, mientras tanto —razonó Egwene con una sonrisa. Por fin reparó en que el vestido era marrón ahora, ya que le cambió el color en un visto y no visto, sin interrumpir la conversación—. La estrategia de Lelaine sólo tendrá éxito si no regreso. Me está utilizando como fuente de autoridad. Cuando vuelva, no tendrá más remedio que aceptar mi liderazgo, y todos sus esfuerzos habían servido para reforzar mi posición.

—¿Y si no volvéis, madre? —preguntó Siuan en voz queda.

—Entonces será mejor para las Aes Sedai contar con una cabecilla fuerte —respondió—. Si Lelaine ha sido la encargada de consolidar esa fuerza, que así sea, pues.

—Tiene buenas razones para asegurarse de que no volváis, ¿os dais cuenta? Como mínimo, apuesta contra vos.

—Bueno, tampoco se le puede reprochar que lo haga. —Egwene bajó la guardia lo suficiente para torcer un poco el gesto—. Si yo estuviera fuera, me sentiría tentada de apostar contra mí misma. Tú limítate a tenerla vigilada, Siuan. No puedo dejar que me distraigan otras cosas ahora, cuando veo tantas posibilidades de alcanzar el éxito aquí y que el precio que se pagaría por el fracaso sería mayor aún.

Siuan conocía ese gesto de tozudez en la mandíbula prieta de Egwene; no habría forma de persuadirla esa noche, así que tendría que volver a intentarlo en el siguiente encuentro.

Todo en conjunto —la limpieza del saidin, los Asha’man, el desmoronamiento de la Torre— le provocó un incómodo estremecimiento. A pesar de haberse preparado para la llegada de esos acontecimientos durante gran parte de su vida, todavía le resultaba inquietante ver que por fin llegaba el momento.

—La Última Batalla se aproxima —dijo Siuan, más para sí misma.

—En efecto —convino Egwene en voz solemne.

—Y voy a afrontarla con apenas una pizca de mi anterior capacidad en el Poder —comentó Siuan con una mueca.

—Bueno, tal vez podamos conseguir un angreal para ti una vez que la Torre esté reunificada. Utilizaremos todo cuanto tenemos cuando cabalguemos contra la Sombra.

—Eso sería estupendo, pero no imprescindible —sonrió Siuan—. Sólo rezongo por costumbre, supongo. De hecho, estoy aprendiendo a vérmelas con mi… nueva situación. No es difícil soportarlo ahora que veo que tiene ciertas ventajas.

Egwene frunció el entrecejo como si intentara imaginar qué ventajas podría haber en tener reducida la capacidad en el Poder, y acabó meneando la cabeza antes de comentar:

—Elayne me habló una vez de un cuarto de la Torre repleto de objetos de poder. Doy por sentado que existe, ¿verdad?

—Desde luego —confirmó Siuan—. El almacén del sótano, en el lado nordeste. Un cuarto pequeño, con una sencilla puerta de madera; pero no pasa inadvertida porque es la única del pasillo que está cerrada con llave.

—Ajá —asintió para sí misma la Amyrlin—. En fin, no puedo derrotar a Elaida por la fuerza bruta. Con todo, es bueno saber eso. ¿Alguna otra cosa importante de la que tengas que informarme?

—De momento no, madre.

—En tal caso, vuelve y duerme un poco. —Egwene vaciló—. Y el próximo encuentro será dentro de dos días. Aquí, en el comedor de las novicias, aunque podríamos empezar a reunirnos en la ciudad. No me fío de este sitio. Si había un Renegado en nuestro campamento, apostaría la mitad de la posada de mi padre que también hay otro espiando en la Torre Blanca.

—De acuerdo —asintió Siuan, que cerró los ojos y no tardó en encontrarse de vuelta en la tienda de Bryne, parpadeando.

La vela estaba apagada y se oía la tranquila respiración de Bryne en el catre que había al otro lado de la tienda. Se sentó y miró hacia allí, aunque la oscuridad era demasiado densa para ver algo aparte de las sombras. Cosa curiosa, después de hablar de Renegados y Asha’man la presencia del esforzado general en la tienda la reconfortaba.

«¿Que si hay algo más que contarte que sea digno de mención, Egwene?» —pensó Siuan, distraída, mientras se incorporaba para quitarse el vestido detrás del biombo y ponerse el camisón—. Creo que es posible que esté enamorada. «¿Es eso bastante digno de mención?» Para ella, era más chocante que el hecho de que estuviera limpia la infección del saidin o que una mujer lo encauzara.

Moviendo la cabeza con incredulidad, guardó el ter’angreal del sueño en el escondite habitual y después se metió debajo de las mantas, acurrucada.

Renunciaría a la jugarreta de los ratones; sólo por esta vez.

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