8

Galeni miró a Miles.

—Demonios del infierno —lo dijo sin entonación.

—Eso mismo digo yo —respondió Miles.

Galeni se enderezó aún más, los ojos entornándose de recelo.

—O… ¿es usted?

—No lo sé —Miles reflexionó—. ¿A cuál estabas esperando?

Fue dando trompicones hasta el camastro de enfrente antes de que las rodillas le cedieran y se sentó, la espalda contra la pared, los pies sin llegar a tocar el suelo. Ambos guardaron silencio un momento, observando con detalle al otro.

—Carecería de sentido arrojarnos a los dos a la misma habitación a menos que estuviera vigilada —dijo Miles por fin.

Como respuesta, Galeni señaló con el índice el plafón de la luz.

—Ah. ¿Visual también?

—Sí.

Miles enseñó los dientes y miró hacia arriba.

Galeni seguía mirándolo con cautelosa inseguridad, casi con dolor.

Miles se aclaró la garganta. En la boca le quedó un regusto amargo.

—¿He de suponer que ha conocido a mi álter ego?

—Ayer. Creo que fue ayer —Galeni miró la luz.

Los secuestradores le habían quitado también a Miles su crono.

—Ahora es aproximadamente la una de la madrugada del principio del quinto día desde su desaparición de la embajada —informó Miles, respondiendo a la silenciosa pregunta de Galeni—. ¿Dejan esa luz encendida todo el tiempo?

—Sí.

—Ah.

Miles combatió una incómoda asociación de ideas. La iluminación continuada era una técnica carcelaria cetagandana para provocar desorientación temporal. El almirante Naismith la conocía bien.

—Lo vi sólo unos segundos —continuó Miles—, cuando hicieron el cambio. —Tocó la ausencia de la daga y se frotó la nuca—. ¿Tengo… tengo realmente ese aspecto?

—Pensé que era usted. Hasta el final. Me dijo que estaba practicando. Examinándose.

—¿Aprobó?

—Estuvo aquí durante cuatro o cinco horas.

Miles dio un respingo.

—Eso es malo. Muy malo.

—Eso pensé.

—Ya veo —un silencio pesado llenó la habitación—. Bien, historiador. ¿Y cómo se distingue a una falsificación de la persona real?

Galeni sacudió la cabeza, luego se llevó la mano a la sien como si deseara no haberlo hecho; sufría un dolor de cabeza cegador, aparentemente. Miles también.

—Creo que ya no lo sé —añadió Galeni, reflexivo—. Él saludó.

Una amarga mueca torció la boca de Miles.

—Naturalmente, podría haber sólo uno y todo esto ser un plan para volverle loco…

—¡Basta! —Galeni estuvo a punto de gritar. Una sonrisa fantasmal le iluminó el rostro fugazmente.

Miles miró hacia la luz.

—Bueno, sea quien sea yo, todavía puede decirme quiénes son ellos. Ah… espero que no sean los cetagandanos. Me resultaría un poco demasiado raro para servirme de consuelo, si tenemos en cuenta a mi… duplicado. Es una creación quirúrgica, espero.

«No un clon, por favor… que no sea mi clon…»

—Dijo que era un clon —explicó Galeni—. Naturalmente, al menos la mitad de las cosas que dijo eran mentira, fuera quien fuese.

—Oh —exclamaciones más fuertes hubiesen estado completamente fuera de lugar.

—Sí. Eso hizo que me preguntara por usted. El usted original, quiero decir.

—Ah… ejem. Sí. Ahora sé por qué se me ocurrió esa… historia cuando la periodista me arrinconó. Lo había visto una vez con anterioridad. En el metro, cuando estaba con la comandante Quinn. Hace ocho, diez días ya. Estarían haciendo una maniobra para efectuar el cambio. Pensé que me veía a mí mismo en el espejo. Pero él llevaba el uniforme equivocado, y debieron de abortar el intento.

Galeni se miró la manga.

—¿No se dio usted cuenta?

—Tenía un montón de cosas en la cabeza.

—¡Nunca me informó de eso!

—Estaba tomando analgésicos. Lo tomé por una pequeña alucinación. Estaba un poco estresado. Cuando regresé a la embajada me había olvidado del tema. Y además —sonrió débilmente—, no creo que nuestra relación de trabajo se hubiera beneficiado de haberle planteado serias dudas sobre mi cordura.

Galeni apretó los labios, exasperado, luego se dejó llevar por algo parecido a la desesperación.

—Tal vez no.

A Miles le alarmó ver la desesperación en el rostro de Galeni. Siguió farfullando.

—De todas formas, me he sentido aliviado al darme cuenta de que no me había vuelto clarividente de pronto. Temo que mi subconsciente sea más listo que el resto de mi cerebro. Simplemente, no pillé su mensaje. —Señaló de nuevo hacia arriba—. ¿No son cetagandanos?

—No —Galeni se apoyó contra la pared, el rostro de piedra—. Komarreses.

—Ah —exclamó Miles—. Un plan komarrés. Qué… apropiado.

Galeni torció la boca.

—Bastante.

—Bueno —dijo Miles débilmente—, no nos han matado todavía. Debe de haber algún motivo para mantenernos con vida.

Los labios de Galeni se curvaron en una mueca letal, los ojos encogidos.

—Ninguno en absoluto.

Las palabras surgieron acompañadas de una risita sibilante que se cortó bruscamente. Un chiste privado entre Galeni y el plafón de la luz, al parecer.

—Él cree que tiene un motivo, pero está muy equivocado.

La amarga carga de esas palabras también estaba dirigida hacia arriba.

—Bueno, pues que no se enteren —dijo Miles entre dientes. Tomó aliento—. Vamos, Galeni, escúpalo. ¿Qué sucedió la mañana en que desapareció usted de la embajada?

Galeni suspiró, y pareció recuperarse.

—Recibí una llamada esa mañana. De un viejo… conocido komarrés. Me pedía que me reuniera con él.

—No había ningún registro de ninguna llamada. Ivan comprobó su comuconsola.

—Lo borré. Eso fue un error, aunque no me di cuenta en ese momento. Pero algo que dijo me hizo pensar que podría ser una pista para resolver el misterio de sus peculiares órdenes.

—Así que le convencí de que mis órdenes habían sido alteradas.

—Oh, sí. Pero estaba claro que si había sido así, la seguridad de la embajada había sido penetrada, comprometida desde dentro. Probablemente fue a través del correo. Pero no me atreví a hacer esa acusación sin aportar pruebas objetivas.

—El correo, sí —dijo Miles—. Ésa era mi segunda opción.

Galeni alzó las cejas.

—¿Cuál era la primera?

—Usted, me temo.

La amarga sonrisa de Galeni lo dijo todo.

Miles se encogió de hombros, cortado.

—Pensé que usted se había quedado con mis dieciocho millones de marcos. Pero si lo había hecho, ¿por qué no se había largado? Y entonces se largó.

—Oh —dijo Galeni a su vez.

—Todos los hechos encajaron entonces —explicó Miles—. Le tenía catalogado: desfalcador, desertor, ladrón e hijo de puta komarrés.

—¿Y qué le impidió presentar acusaciones a ese respecto?

—Nada, desgraciadamente. —Miles se aclaró la garganta—. Lo siento.

La cara de Galeni se puso ligeramente verde. Estaba demasiado angustiado para mirarlo con determinación, aunque lo intentó.

—Cierto —dijo Miles—. Si no salimos de aquí, su nombre acabará en el lodo.

—Todo para nada… —Galeni apretó la espalda contra la pared y apoyó la cabeza, los ojos cerrados como si sintiera un gran dolor.

Miles dedujo las probables consecuencias políticas que se producirían si Galeni y él desaparecían sin dejar huella. Los investigadores encontrarían la teoría del desfalco aún más atractiva que él, aumentada ahora con secuestro, asesinato, evasión, Dios sabía qué. Sin duda el escándalo sacudiría los esfuerzos de integración komarreses hasta los cimientos, quizá los destruiría por completo. Miles contempló al hombre a quien su padre había elegido para darle una oportunidad. «Una especie de redención…»

Ese solo motivo sería más que suficiente para que la resistencia komarresa los asesinara a ambos. Pero la existencia (¡oh, Dios, un clon no!) del álter Miles sugería que aquella mancha sobre la personalidad de Galeni, cortesía de Miles, era simplemente un feliz añadido desde el punto de vista komarrés. Se preguntó si estarían adecuadamente agradecidos.

—Así que fue usted a ver a ese hombre —lo instó Miles—. Sin llevarse un busca ni una escolta.

—Sí.

—Y fue secuestrado. ¡Y critica mis técnicas de seguridad!

—Sí —Galeni abrió los ojos—. Bueno, no. Primero almorzamos.

—¿Se sentó a almorzar con ese tipo? ¿O… era bonita? —Miles recordó el género elegido por Galeni cuando se estaba dirigiendo a la luz. No, no era una chica.

—Difícilmente. Pero intentó sobornarme.

—¿Lo consiguió?

Ante la dura mirada de Galeni, Miles se explicó:

—Que toda esta conversación sea una representación en beneficio mío, ¿de acuerdo?

Galeni hizo una mueca, medio irritado, medio conforme. Falsificaciones y originales, verdad y mentiras, ¿cómo iban a probarlas aquí?

—Le dije que se fuera a hacer gárgaras —Galeni dijo esto último tan fuerte que la luz sin duda no pudo ignorarlo—. Tendría que haber advertido, en el curso de nuestra discusión, que me había dicho demasiado de lo que sucedía para atreverse a dejarme marchar. Pero intercambiamos garantías, le di la espalda… dejé que los sentimientos nublaran mi juicio. Él no. Y por eso acabé aquí —Galeni echó una ojeada a la estrecha celda—. Por algún tiempo al menos. Hasta que él supere su arrebato sentimental. Y lo hará, tarde o temprano.

Miró desafiante el plafón de la luz. Miles inspiró, sintiendo el aire frío a través de los dientes.

—Debe de haber sido un viejo conocido muy importante.

—Oh, sí. —Galeni volvió a cerrar los ojos, como si pensara en escapar de Miles, y de todo aquel lío, echándose a dormir.

¿Eran los movimientos envarados y entrecortados de Galeni debidos a la tortura?

—¿Le han estado forzando para que cambie de opinión? ¿Le han interrogado a las duras?

Galeni abrió un poquito los ojos, se tocó el moretón que tenía bajo el izquierdo.

—No, usaron pentarrápida para el interrogatorio. No hubo ninguna necesidad de ponerse duros. Me han tratado tres, cuatro veces. Ahora ya no hay mucho que no sepan de la seguridad de la embajada.

—¿A qué se deben las contusiones, entonces?

—Hice un intento de escapar… ayer, creo. Los tres tipos que me detuvieron tienen peor aspecto, se lo aseguro. Todavía esperan que cambie de opinión.

—¿No podría haber fingido cooperar al menos lo suficiente para escapar? —dijo Miles, exasperado.

Galeni abrió los ojos truculento.

—Nunca —susurró. El espasmo de ira se evaporó con un suspiro de cansancio—. Supongo que debería haberlo hecho. Ya es demasiado tarde.

¿Habían afectado las drogas el cerebro del capitán? Si el viejo y frío Galeni había dejado que la emoción embotara su razón hasta ese punto… tenía que ser una emoción enormemente fuerte. Los sentimientos profundos que ninguna capacidad intelectual explicaba.

—Supongo que no se tragarían una oferta de cooperación por mi parte —dijo Miles, sombrío.

La voz de Galeni volvió a su tono habitual.

—Difícilmente.

—Vaya.

Unos minutos después, Miles observó:

—No puede ser un clon mío, ¿sabe?

—¿Por qué no?

—Cualquier clon mío, desarrollado a partir de las células de mi cuerpo, tendría que parecerse… oh, a Ivan. Metro ochenta o más y no… deforme de cara y espalda. Con buenos huesos, no estos palillos de tiza. A menos… —horrible pensamiento—, que los médicos me hayan estado mintiendo toda la vida respecto a mis genes.

—Debe de haber sido deformado para que se parezca —comentó Galeni, reflexivo—. Por medios químicos, o quirúrgicos o ambos. No es más difícil hacerle eso a un clon que a un ser quirúrgico. Tal vez sea más fácil.

—Pero lo que me sucedió a mí fue un accidente casual… incluso las reparaciones fueron experimentales. Mis propios médicos no sabían lo que saldría hasta el final.

—Hacer bien el duplicado habrá sido complicado, pero está claro que no imposible. Quizás el… individuo que vimos es el último de una serie de pruebas.

—En ese caso, ¿qué han hecho con los descartes? —preguntó Miles con rabia. Un desfile de clones pasó ante su imaginación como un gráfico de la evolución en sentido inverso: erectos Cro-Magnon al estilo de Ivan involucionando a través de eslabones perdidos hasta Miles chimpancescos.

—Imagino que fueron eliminados —la voz de Galeni era alta y suave, no tanto negando como desafiando el horror.

El vientre de Miles tiritó.

—Despiadados.

—Oh, sí —coincidió Galeni con el mismo suave tono.

Miles buscó una lógica.

—En ese caso, el… el clon —«mi hermano gemelo», ya está, ya había resuelto el término—, debe ser significativamente más joven que yo.

—Varios años —reconoció Galeni—. Supongo que unos seis.

—¿Por qué seis?

—Aritmética. Tenía usted unos seis años cuando terminó la Revuelta de Komarr. Ése debió de ser el momento en que este grupo se vio forzado a volver su atención hacia otro plan de ataque menos directo a Barrayar. La idea no les habría interesado antes. Pero de haber empezado mucho más tarde, el clon sería demasiado joven para sustituirle, incluso con crecimiento acelerado. Demasiado joven para encargarse de la representación. Parece que debe actuar además de ser igual a usted, durante un tiempo.

—¿Pero por qué un clon? ¿Por qué un clon mío?

—Creo que está previsto un sabotaje que coincida con un levantamiento en Komarr.

—Barrayar nunca dejará ir a Komarr. Nunca. Son ustedes nuestra puerta de entrada.

—Lo sé —dijo Galeni, cansado—. Pero alguna gente prefiere ahogar nuestras cúpulas en sangre antes que aprender de la historia. O que aprender nada —miró involuntariamente hacia la luz.

Miles tragó saliva, hizo acopio de voluntad, y habló en medio del silencio.

—¿Cuánto tiempo hace que sabe que su padre no voló en pedazos con aquella bomba?

Los ojos de Galeni lo miraron rápidamente; su cuerpo se envaró y luego se relajó, si un movimiento tan tenso podía ser considerado relajación. Pero dijo simplemente:

—Cinco días.

Tras un momento, añadió:

—¿Cómo lo sabía?

—Abrimos sus archivos personales. Era su único pariente cercano sin registro en el depósito de cadáveres.

—Creímos que estaba muerto —la voz de Galeni era distante, átona—. Mi hermano desde luego murió. Seguridad Barrayaresa vino y nos llevó a mi madre y a mí para que identificáramos lo que quedaba. No era mucho. No supuso mucho esfuerzo creer que no quedaba literalmente nada de mi padre, que había sido visto muy cerca del centro de la explosión.

El hombre estaba agarrotado, quebrándose ante sus ojos. Miles decidió que no le gustaba la idea de ver cómo lo barrían del mapa. Desde el punto de vista del Imperio, era un desperdicio que algo así le sucediera a un oficial. Algo parecido a un asesinato. O un aborto.

—Mi padre hablaba constantemente de la libertad de Komarr —continuó Galeni suavemente. ¿Para Miles, para la luz, para sí mismo?—. De los sacrificios que todos debemos hacer por la libertad de Komarr. Insistía mucho en los sacrificios. Humanos o de lo que fuera. Pero nunca pareció importarle mucho la libertad de la gente de Komarr. Hasta el día en que murió no me convertí en un hombre libre. El día en que murió. Libre para mirar con mis propios ojos, hacer mis propias valoraciones, elegir mi propia vida. O eso pensaba. La vida está llena de sorpresas —la voz de Galeni era infinitamente sarcástica. Dirigió a la luz una sonrisa lobuna.

Miles cerró los ojos, tratando de pensar. No era fácil, con Galeni sentado a dos metros emanando tensión asesina al límite. Miles tenía la desagradable sensación de que su superior había perdido de vista toda estrategia, enzarzado como estaba en una guerra privada con viejos fantasmas. O viejos no-fantasmas. Dependía todo de Miles.

Dependía de Miles hacer… ¿qué? Se levantó y recorrió la habitación con piernas temblorosas. Galeni lo observó, con los ojos entrecerrados, sin hacer ningún comentario. No había más que una salida. Rascó las paredes con las uñas: eran impenetrables. Las grietas del suelo y techo (se aupó en el camastro y estiró los brazos, mareado) no cedieron. Entró en el diminuto cuarto de aseo, orinó, se lavó las manos y la cara y la boca agria en el fregadero (agua fría solamente), y bebió ayudándose de las manos. No había vasos, ni siquiera de plástico. El agua se revolvió nauseabunda en su estómago, las manos se le retorcían por los efectos secundarios del aturdidor. Se preguntó cuál sería el resultado de atascar el desagüe con la camisa y dejar correr el agua. Ése parecía ser el máximo acto de vandalismo posible. Regresó al camastro secándose las manos en los pantalones y se sentó antes de caerse.

—¿Le han dado de comer? —preguntó.

—Dos o tres veces al día —dijo Galeni—. Un poco de lo que demonios cocinen arriba. Al parecer viven varias personas en la casa.

—Entonces ése es el único momento en que se puede intentar la fuga.

—Lo fue —reconoció Galeni.

Lo fue, claro. Después del intento de Galeni, habrían doblado la guardia. No era algo que Miles se atreviera a imitar; una paliza como la que había recibido su compañero lo incapacitaría por completo.

Galeni contemplaba la puerta cerrada.

—Proporciona cierta diversión. Uno nunca sabe, cuando la puerta se abre, si va a ser la cena o la muerte.

Miles tuvo la impresión de que Galeni esperaba morir. Maldito kamikaze. Conocía perfectamente esa sensación. Podías enamorarte de la estrecha opción de la tumba, era la enemiga del pensamiento estratégico creativo. Era el enemigo, punto.

Pero no consiguió materializar su resolución, aunque no dejó de darle vueltas. Sin duda Ivan reconocería inmediatamente al impostor. ¿O achacaría cualquier error que cometiera el clon a que Miles tenía un mal día? Desde luego, existían precedentes. Y si los komarreses se habían pasado cuatro días sonsacando a Galeni los procedimientos de la embajada, era bastante posible que el clon siguiera la rutina de Miles sin cometer fallos. Después de todo, si la criatura era verdaderamente un clon, sería tan lista como Miles.

O tan estúpida… Miles se aferró a ese reconfortante pensamiento. Si él cometía errores, en su desesperado baile a través de la vida, el clon cometería los mismos. El problema era, ¿distinguiría alguien los errores?

¿Pero y los dendarii? Su dendarii, en manos de un… ¿un qué? ¿Cuáles eran los planes de los komarreses? ¿Cuánto sabían de los dendarii? ¿Y cómo demonios iba el clon a dividirse entre lord Vorkosigan y al almirante Naismith cuando el propio Miles tenía que ir improvisando sobre la marcha?

Y Elli… si Elli no había sido capaz de distinguir la diferencia en la casa abandonada, ¿notaría la diferencia en la cama? ¿Se atrevería aquel sucio y diminuto impostor a tirarse a Quinn? ¿Pero qué ser humano de cualquiera de los tres sexos se resistiría a una invitación a retozar entre las sábanas con la brillante y hermosa…? La imaginación de Miles se llenó de detalladas imágenes del clon, allí fuera, haciendo cositas con su Quinn, la mayoría de las cuales él mismo no había tenido tiempo de poner en práctica. Descubrió que sus manos se aferraban al borde del camastro, los nudillos blancos, y que corría peligro de romperse los huesos de los dedos.

Lo dejó correr. Sin duda el clon trataría de evitar situaciones íntimas con gente que conocía bien a Miles, momentos en los que correría más peligro de ser descubierto. A menos que fuera un mierdecilla valeroso con tendencias experimentales compulsivas como el que Miles afeitaba diariamente en su espejo. Miles y Elli acababan de empezar a intimar… ¿no notaría ella la diferencia? Si no… Miles tragó saliva y trató de que su mente volviera al escenario político. El clon no había sido creado simplemente para que se volviera loco; eso no era más que una ventaja añadida. El clon había sido forjado como un arma dirigida contra Barrayar. A través del primer ministro, el conde Aral Vorkosigan, contra Barrayar, como si los dos fueran uno. Miles no se hizo ilusiones; no habían preparado todo esto por él. Se le ocurrían una docena de formas de usar a un falso Miles contra su padre: iban desde lo relativamente benigno hasta lo horriblemente cruel. Miró a Galeni, tendido tan tranquilo al otro lado de la celda, esperando que su propio padre lo matara. O usando esa misma frialdad para forzar a su padre a matarlo y demostrar… ¿qué? Miles borró lo relativamente benigno de su lista de posibilidades.

Al final el cansancio pudo con él y se quedó dormido en el duro camastro.

Durmió mal. Revivió repetidas veces un sueño desagradable sólo para encontrarse de nuevo al despertar con la realidad, aún más desagradable: el frío camastro, los músculos doloridos, Galeni tendido al otro lado retorciéndose con igual incomodidad, los ojos brillando a través del parapeto de sus pestañas sin revelar si estaba dormido o despierto. Volvía al país de los sueños como autodefensa. Miles perdió totalmente la noción del tiempo, aunque, cuando finalmente se sentó, los músculos agarrotados y el reloj líquido de su vejiga le indicaron que había dormido mucho. Después de un viaje al cuartito de baño, echarse agua fría en la cara ahora sucia de barba y beber, su mente se puso de nuevo en marcha y ya no consiguió volver a dormir. Deseó tener su manta-gato.

La puerta chasqueó. Galeni salió de su aparente modorra y se incorporó, los pies bajo su centro de gravedad, la cara inescrutable. Pero, por esta vez, era la cena. O el desayuno, a juzgar por los ingredientes: huevos revueltos tibios, pan dulce de pasas, bendito café en una taza blanda, una cuchara cada uno. Lo sirvió uno de los jóvenes con cara de póquer que Miles había visto la noche anterior. Otro esperaba en la puerta, con el aturdidor preparado. Sin quitarle ojo a Galeni, el hombre depositó la comida en el extremo de uno de los camastros y salió rápidamente.

Miles observó la comida, cauto. Pero Galeni recogió los dos platos y comió sin vacilación. ¿Sabía que no estaba drogada ni envenenada, o simplemente ya no le importaba un pimiento? Miles se encogió de hombros y comió también.

Apuró las últimas preciosas gotas de café y preguntó:

—¿Tiene alguna idea de cuál es el propósito de toda esta mascarada? Deben haberse esforzado muchísimo para producir a este… duplicado mío. No puede ser un plan de poca monta.

Galeni, que parecía un poco menos pálido gracias a la comida decente, hizo rodar cuidadosamente la taza entre sus manos.

—Sé lo que me han dicho. No sé si lo que me han dicho es la verdad.

—Bien, continúe.

—Tiene que comprender que el grupo de mi padre es una facción radical de la resistencia komarresa. Esos grupos no han hablado entre sí desde hace años, y ésa es una de las razones por las que nosotros… Seguridad de Barrayar —una sonrisita irónica asomó a sus labios— los pasamos por alto. El grupo principal ha estado perdiendo impulso a lo largo de la última década. Los hijos de los expatriados, sin ningún recuerdo de Komarr, han crecido como ciudadanos de otros planetas. Y los más viejos han… bueno, han envejecido. Han muerto. Y como las cosas no están tan mal en casa, no consiguen nuevos conversos. Su base de poder se reduce drásticamente.

—Comprendo que los radicales se mueran por hacer algún movimiento. Mientras aún haya una posibilidad —observó Miles.

—Sí. Están en un aprieto. —Galeni aplastó lentamente la taza con la mano—. Obligados a movimientos desesperados.

—Este parece bastante exótico. Esperar… ¿dieciséis, dieciocho años? ¿Cómo demonios consiguieron los recursos médicos? ¿Su padre era médico?

Galeni hizo una mueca.

—Ni hablar. La parte médica fue sencilla, aparentemente, una vez que se apoderaron de las muestras de tejidos robadas en Barrayar. Aunque cómo lo lograron…

—Me pasé los primeros seis años de mi vida siendo sondado, examinado, cortado en trocitos, escaneado y convertido en pasto de biopsias para los médicos. Debe de haber kilos de mí flotando en diversos laboratorios médicos para elegir, un banquete de tejidos. Eso era sencillo. Pero la clonación real…

—Fue contratada. A algún oscuro laboratorio médico de Jackson's Whole, según tengo entendido, dispuesto a hacer cualquier cosa por un precio.

Miles se quedó con la boca abierta.

—Oh. Ellos.

—¿Conoce usted Jackson's Whole?

—He… tenido contacto con su trabajo en otro contexto. Que me aspen si no puedo nombrar el laboratorio más indicado para hacer algo así. Son expertos en clonación. Entre otras cosas, realizan intervenciones ilegales de transplante de cerebro… ilegales en todas partes menos en Jackson's Whole, claro, donde el joven clon es cultivado en una tina y el viejo cerebro transferido… el viejo cerebro rico, no hace falta decirlo. Además, um, han hecho algún trabajito de bioingeniería del que no puedo hablar… sí. Y todo el tiempo tenían una copia mía en el cuarto trasero. ¡Hijos de puta, esta vez van a descubrir que no son tan intocables como se creen!

Miles controló su incipiente hiperventilación. La venganza personal contra Jackson's Whole debía esperar una ocasión mejor.

—Bien. La resistencia komarresa no invirtió más que dinero en el proyecto durante los primeros diez o quince años. No me extraña que nunca fuera localizado.

—Sí —dijo Galeni—. Y hace unos años tomaron la decisión de sacar ese as de la manga. Sacaron de Jackson's Whole al clon terminado, ahora un joven adolescente, y empezaron a entrenarlo para que fuera usted.

—¿Por qué?

—Parece que quieren hacerse con el Imperio.

—¡¿Qué?! —exclamó Miles—. ¡No! ¡No conmigo!

—Ese… individuo… se plantó aquí mismo —Galeni señaló un punto cerca de la puerta— hace dos días, y me dijo que estaba mirando al próximo emperador de Barrayar.

—Tendrían que matar al emperador Gregor y a mi padre para conseguir una cosa de ese calibre… —empezó a decir Miles frenético.

—Me imagino que es justo lo que van a hacer —contestó Galeni secamente. Se sentó en su camastro, los ojos brillantes, las manos tras el cuello para hacer de almohada, y susurró—: Por encima de mi cadáver, por supuesto.

—De nuestros cadáveres. No se atreverán a dejarnos con vida…

—Creo que mencioné eso ayer.

—Con todo, si algo sale mal —la mirada de Miles se dirigió a la luz—, les sería de utilidad tener rehenes.

Enunció esta idea con claridad, poniendo énfasis en el plural. Aunque temía que desde el punto de vista komarrés sólo uno de ellos tuviera valor como rehén. Galeni no era tonto; también él sabía quién era el chivo expiatorio.

Maldición, maldición, maldición. Miles se había metido en aquella trampa, sabiendo que lo era, con la esperanza de conseguir la clase de información que ahora poseía. Pero no pretendía quedar atrapado. Se frotó la nuca, completamente frustrado… Qué bueno sería poder llamar a una fuerza de choque dendarii para que cayera sobre ese… ese nido de rebeldes ahora mismo.

La puerta chasqueó. Era demasiado pronto para almorzar. Miles se dio la vuelta, esperando durante un descabellado instante encontrarse a la comandante Quinn que dirigía una patrulla de rescate… no. Eran sólo los dos payasos otra vez, y había un tercero en la puerta, con un aturdidor.

Uno señaló a Miles.

—Tú. Ven.

—¿Adónde? —preguntó Miles, receloso. ¿Sería ya el fin? ¿Lo llevarían al subnivel del aparcamiento y le pegarían un tiro o le romperían el cuello? No estaba dispuesto a caminar voluntariamente hacia su propia ejecución.

Algo así debió de pensar también Galeni, pues mientras la pareja agarraba sin miramientos a Miles por los brazos, el capitán saltó hacia ellos. El del aturdidor lo derribó antes de que hubiera dado dos pasos. Galeni se revolvió, mostrando los dientes en desesperada resistencia, y luego se quedó quieto.

Aturdido, Miles dejó que lo sacaran por la puerta. Si le sobrevenía la muerte, quería al menos estar consciente para escupirle en el ojo una última vez mientras se cernía sobre él.

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