10

A cada minuto que pasaba las posibilidades de ser rescatados parecían más remotas. Pasado un tiempo, les entregaron otra comida con aspecto de desayuno, lo cual indicaba, si semejante reloj era digno de confianza, que para Miles era el tercer día de encierro. Al parecer el clon no había cometido ningún error inmediato y obvio que revelara su verdadera naturaleza a Ivan o Elli. Y si era capaz de engañar a Ivan y Elli, podría engañar a cualquiera. Miles se estremeció.

Inhaló profundamente, se levantó del camastro y se puso a realizar una serie de ejercicios con intención de expulsar de su cerebro los residuos de la droga. Galeni, hundido esa mañana en una desagradable mezcla de resaca, depresión y furia impotente, se quedó acostado y lo observó sin hacer ningún comentario.

Resoplando, sudoroso y mareado, Miles recorrió la celda para refrescarse. El lugar empezaba a apestar, y eso lo empeoraba. Sin demasiadas esperanzas, entró en el cuarto de baño y trató de atascar el desagüe. Como sospechaba, el mismo sistema sensor que conectaba el agua al pasar la mano la desconectaba antes de que hubiera una inundación. El inodoro funcionaba de la misma forma. Y aunque por algún milagro consiguiera que sus captores abrieran la puerta, Galeni había demostrado las pocas posibilidades que tenían de luchar contra sus aturdidores.

No. Su único punto de contacto con el enemigo se hallaba en el caudal de información que esperaban sacarle. Después de todo, era la única razón por la que seguía con vida. Tal como estaban las cosas, era algo potencialmente muy poderoso. Sabotaje informativo. Si el clon no iba a cometer errores por su cuenta, quizá necesitara un pequeño empujoncito. ¿Pero cómo lo conseguiría Miles, atiborrado de pentarrápida? Podría plantarse en el centro de la celda y hacer confidencias falsas al plafón de la luz, como si hablara con el capitán Galeni, pero no esperaba que se las tomaran en serio.

Estaba sentado en el camastro mirándose los pies helados (se había quitado los calcetines húmedos para ponerlos a secar) cuando se abrió la puerta. Dos guardias con aturdidores. Uno apuntó a Galeni, que lo miró sin moverse. El dedo del guardia permanecía tenso sobre el gatillo; ninguna vacilación por su parte. Hoy no necesitaban a Galeni consciente. El otro hizo un gesto a Miles. Si el capitán iba a ser aturdido instantáneamente, no tenía mucho sentido que Miles atacara unilateralmente a los guardias; suspiró, obedeció y salió al pasillo.

Miles resopló, sorprendido. El clon le esperaba, mirándolo con ojos devoradores.

El álter Miles iba vestido con su uniforme de almirante dendarii. Le sentaba perfectamente, hasta las botas de combate.

Sin perder ni un segundo, el clon ordenó a los guardias que escoltaran a Miles hasta el estudio. Esta vez lo ataron firmemente a una silla en el centro de la habitación. Interesante, Galen no estaba allí.

—Esperad fuera —dijo el clon a los guardias.

Éstos se miraron, se encogieron de hombros y obedecieron llevándose un par de sillas acolchadas para estar cómodos.

El silencio que se hizo al cerrarse la puerta fue profundo. El duplicado caminó lentamente alrededor de Miles a la distancia segura de un metro, como si Miles fuera una serpiente que pudiera golpear de pronto. Se retiró para encararse a él desde un metro y medio de distancia, apoyado en la comuconsola, agitando un pie. Miles reconoció la postura como propia. Nunca volvería a utilizarla sin ser dolorosamente consciente de ello: un pequeño trocito de sí mismo que el clon le había robado. Uno de muchos trocitos diminutos. Se sintió súbitamente perforado, desgastado, harapiento. Y temeroso.

—¿Cómo, ah…? —empezó a decir Miles, y tuvo que detenerse para aclararse la garganta reseca—. ¿Cómo conseguiste escapar de la embajada?

—Acabo de pasar la mañana atendiendo los deberes del almirante Naismith —le dijo el clon. A regañadientes, Miles hizo un gesto con la cabeza—. Tu guardaespaldas creyó que me entregaba a la seguridad de la embajada barrayaresa. Los barrayareses creerán que mi guardia komarrés es un dendarii. Y yo gano un poco de tiempo sin tener que dar explicaciones. Bonito, ¿no?

—Arriesgado —observó Miles—. ¿Qué esperas conseguir que merezca la pena? La pentarrápida no funciona demasiado bien conmigo, ya sabes.

De hecho, Miles advirtió que el hipospray no estaba a la vista. Desaparecido, como Ser Galen. Curioso.

—No importa —el clon hizo un brusco gesto de desdén, otro trocito arrancado de Miles, twang—. No me importa si dices la verdad o mientes. Sólo quería oírte hablar. Verte, sólo una vez. Tú, tú, tú… —la voz del clon se redujo a un susurro, twang—, cómo he llegado a odiarte.

Miles se aclaró de nuevo la garganta.

—Quisiera señalar que, de hecho, nos conocimos por primera vez hace tres noches. Lo que te hayan hecho, no lo he hecho yo.

—Tú —dijo el clon—, me jodiste sólo con existir. Me duele que respires —se cruzó las manos sobre el pecho—. Sin embargo, eso se curará muy pronto. Pero Galen me prometió una entrevista primero. —Se levantó de la mesa y empezó a caminar; Miles se agitó—. Me lo prometió.

—¿Y dónde está Ser Galen esta mañana, por cierto?

—Fuera —el clon le dirigió una sonrisa agria—. Durante un ratito.

Miles alzó las cejas.

—¿Esta conversación no está autorizada?

—Me lo prometió. Pero luego se echó atrás. No quiso decir por qué.

—Ah… mm. ¿Desde ayer?

—Sí —el clon dejó de caminar para mirar a Miles con los ojos entornados—. ¿Por qué?

—Creo que tal vez por algo que yo haya dicho. Pensando en voz alta. Me temo que descubrí demasiadas cosas sobre su plan. Algo que ni siquiera tú puedes saber. Tenía miedo de que lo escupiera bajo los efectos de la pentarrápida. Eso me venía bien. Cuanto menos consiguieras sacar de mí, más probable era que cometieras un error.

Miles esperó, sin apenas respirar, para ver cómo mordía el anzuelo. Un eco de la jubilosa hiperconsciencia del combate resonó en sus nervios.

—Picaré —accedió el clon. Sus ojos brillaron, sardónicos—. Escúpelo, entonces.

Cuando tenía diecisiete años, la edad de este clon, había inventado a los mercenarios dendarii, recordó Miles. Quizá fuese mejor no subestimarlo. ¿Cómo sería ser un clon? ¿Hasta qué punto bajo la piel terminaba su similitud?

—Eres un sacrificio —dijo Miles bruscamente—. No pretende que llegues vivo al Imperio de Barrayar.

—¿Crees que no lo he pensado? —se burló el clon—. Sé que no me cree capaz de conseguirlo. Nadie me considera capaz…

Miles contuvo la respiración, como si le hubieran dado un golpe. Este twang caló hasta el hueso.

—Pero les daré una lección —los ojos del clon chispearon—. Ser Galen se llevará una gran sorpresa cuando vea lo que pasa cuando yo llegue al poder.

—Y tú también —predijo Miles morosamente.

—¿Crees que soy estúpido? —preguntó el clon.

Miles sacudió la cabeza.

—Me temo que sé exactamente lo estúpido que eres.

El clon sonrió, tenso.

—Galen y sus amigos pasaron un mes recorriendo Londres, persiguiéndote, intentando hacer el cambio. Fui yo quien les dijo que tenías que secuestrarte a ti mismo. Te he estudiado más tiempo, más intensamente que todos ellos. Sabía que no podrías resistirlo. Te supero.

Demostrablemente cierto, ay, al menos en ese momento. Miles combatió una oleada de desesperación. El chico era bueno, demasiado bueno… lo tenía todo, hasta la tensión que irradiaba a gritos de cada músculo de su cuerpo. Twang. ¿O era inducido? ¿Producían tensiones distintas los mismos gestos? ¿Cómo sería, tras aquellos ojos…?

Miles observó el uniforme dendarii. Su propia insignia le hizo un guiño malévolo mientras el clon caminaba.

—¿Pero superas al almirante Naismith?

El clon sonrió, orgulloso.

—He sacado a tus soldados de la cárcel esta mañana. Algo que tú no habías logrado hacer, evidentemente.

—¿Danio? —croó Miles, fascinado. «No, no, di que no es así…»

—Ha vuelto al servicio —asintió incisivamente el clon.

Miles reprimió un gemido.

El clon se detuvo, miró a Miles con intensidad, perdida parte de su determinación.

—Hablando del almirante Naismith… ¿te acuestas con esa mujer?

«¿Qué clase de vida había llevado aquel chico? —se preguntó de nuevo Miles—. Secreta, siempre vigilado, constantemente educado a la fuerza, contacto permitido sólo con unas cuantas personas seleccionadas… casi enclaustrado. ¿Habían pensado los komarreses en incluir eso en su entrenamiento, o era un muchacho virgen de diecisiete años? En ese caso, debía de estar obsesionado por el sexo…»

—Quinn —dijo Miles— es seis años mayor que yo. Enormemente experimentada. Y exigente. Acostumbrada a un alto grado de exquisitez en los compañeros que elige. ¿Estás iniciado en las prácticas de los cultos amorosos Deeva Tau tal como se practican en la Estación Kline? —era una apuesta segura, pensó Miles, ya que se lo acababa de inventar—. ¿Estás familiarizado con los Siete Caminos Secretos del Placer Femenino? Después de haber llegado al clímax cuatro o cinco veces, ella suele dejarte tranquilo…

El clon dio una vuelta a su alrededor, con aspecto claramente inquieto.

—Estás mintiendo. Creo.

—Tal vez —Miles sonrió mostrándole los dientes, deseando que su improvisada fantasía fuera real—. Piensa a qué te arriesgarías para averiguarlo.

El clon lo miró con mala cara. Él le devolvió la mirada.

—¿Se parten tus huesos como los míos? —preguntó Miles de pronto. Horrible idea. Supongamos que, por cada golpe que hubiera sufrido, le hubieran roto los huesos a ese muchacho. Supongamos que por cada error de cálculo de Miles, el clon lo hubiera pagado con creces… razones de sobra para odiar…

—No.

Miles ocultó su suspiro de alivio. Así que las lecturas de los sensores médicos no encajarían exactamente.

—Debe ser un plan a corto plazo, ¿no?

—Tengo que estar en la cima dentro de seis meses.

—Eso había entendido. ¿Y qué flota espacial sembrará el caos en Barrayar, tras su salida del agujero de gusano, cuando Komarr vuelva a levantarse? —Miles habló con ligereza, tratando de parecer sólo casualmente interesado en este fragmento vital de información.

—Íbamos a llamar a los cetagandanos. Eso se ha anulado.

Sus peores temores…

—¿Anulado? Me encanta, ¿pero por qué, en un plan singularmente insensato, habéis recobrado el sentido en esa parte?

—Encontramos algo mejor, más a la mano. —El clon sonrió extrañamente—. Una fuerza militar independiente, altamente experimentada en el bloqueo espacial, sin ningún desafortunado lazo con otros vecinos planetarios que pudieran sentirse tentados de añadir sus fuerzas a la acción. Y parece que personal y ferozmente leales a mi más pequeño capricho. Los mercenarios dendarii.

Miles trató de abalanzarse hacia la garganta del clon. Éste retrocedió. Como estaba firmemente atado, Miles cayó hacia delante con silla y todo, aplastándose dolorosamente la cara contra la alfombra.

—¡No, no, no! —farfulló, pataleando, tratando de soltarse—. ¡Imbécil! ¡Sería una masacre…!

Los dos guardias komarreses entraron corriendo por la puerta.

—¿Qué, qué ha pasado?

—Nada. —El clon, pálido, se asomó desde detrás de la comuconsola donde se había refugiado—. Se cayó. Ponedlo derecho, ¿queréis?

—Se cayó o fue empujado —murmuró uno de los komarreses mientras enderezaban la silla entre los dos. Miles la acompañó a la fuerza. El guardia se quedó mirando su cara con interés. Una cálida humedad, que se enfriaba rápidamente, manaba haciéndole cosquillas en el labio superior y el bigote de tres días. ¿Hemorragia nasal? Miró, bizco, y la lamió. Tranquilo. Tranquilo. El clon nunca llegaría tan lejos con los dendarii. Sin embargo, su futuro fracaso sería de poco consuelo para un Miles muerto.

—¿Necesitas, ah, alguna ayuda? —preguntó al clon el mayor de los dos komarreses—. Hay una especie de técnica de la tortura, ya sabes. Para conseguir el máximo dolor con el mínimo daño. Yo tenía un tío que me contó lo que solían hacer los matones de Seguridad de Barrayar… siempre que la pentarrápida fuera inútil.

—No necesita ayuda —replicó Miles, en el mismo momento en que el clon empezaba a decir:

—No necesito ayuda.

Entonces los dos se detuvieron y se miraron mutuamente. Miles recuperó cierta seguridad junto con su respiración, el clon estaba ligeramente sorprendido.

De no ser por la clara marca de la maldita barba de días, aquél sería el momento ideal para empezar a gritar que Vorkosigan lo había asaltado y se había cambiado de ropa con él, que era el clon ¿o acaso no podían notar la diferencia y desatarlo, cretinos? Una oportunidad perdida, lástima.

El clon se enderezó, tratando de recuperar algo de dignidad.

—Dejadnos, por favor. Cuando os necesite, os llamaré.

—O tal vez lo haga yo —observó alegremente Miles.

El clon se lo quedó mirando. Los dos komarreses salieron sin dejar de mirar atrás, dubitativos.

—Es una idea estúpida —empezó a decir Miles inmediatamente después de que se quedaran solos—. Tienes que comprender que los dendarii son un grupo de elite, grande, pero según los baremos planetarios una fuerza pequeña. «Pequeña», ¿entiendes lo que es «pequeña»? Lo pequeño se utiliza para operaciones encubiertas, golpear y huir, sustraer información. No para enfrentamientos abiertos en un campo espacial determinado con todos los recursos y voluntad de un planeta desarrollado apoyando al enemigo. ¡No tienes ningún sentido de la economía de la guerra! Juro por Dios que no estás pensando más allá de los seis primeros meses. Aunque no es que lo necesites… morirás antes de que acabe el año, espero.

La sonrisa del clon fue fina como una cuchilla.

—Los dendarii, como yo mismo, están previstos como un sacrificio. Después de todo, los mercenarios muertos no tienen que cobrar. —Hizo una pausa y miró dubitativo a Miles—. ¿Hasta dónde piensas tú por adelantado?

—Últimamente, unos veinte años —admitió Miles, sombrío. Y mucho bien que le hacía. Mira al capitán Galeni. En su mente Miles lo veía ya como el mejor virrey que Komarr iba a tener… su muerte no significaría la pérdida de un oficial imperial menor de dudosos orígenes, sino la del primer eslabón de una cadena de millares de vidas que luchaban por un futuro menos atormentado. Un futuro en el que el teniente Miles Vorkosigan se habría convertido en el conde Miles Vorkosigan y necesitaría amigos de pro en puestos de poder. Si lograba que Galeni saliera de todo aquel lío con vida, y cuerdo…

—Admito —añadió Miles— que cuando tenía tu edad no miraba nunca más allá de un cuarto de hora.

El clon hizo una mueca.

—Hace un siglo, ¿no?

—Eso parece. Siempre he pensado que es mejor vivir rápido, si quiero hacerlo todo.

—Muy previsor por tu parte. A ver cuántas cosas consigues hacer en las próximas veinticuatro horas. Tengo orden de embarcar para entonces. Y llegados a ese punto te volverás… redundante.

Tan pronto… No quedaba tiempo para experimentos. No quedaba tiempo más que para acertar, una vez.

Miles tragó saliva.

—La muerte del primer ministro debe entrar en los planes, o la desestabilización del Gobierno barrayarés no se producirá, aunque el emperador Gregor sea asesinado. Así que dime —añadió cuidadosamente—, ¿qué destino habéis planeado Galen y tú para nuestro padre?

El clon echó la cabeza hacia atrás.

—Oh, no, eso sí que no. Tú no eres mi hermano, y el Carnicero de Komarr nunca ha sido un padre para mí.

—¿Qué hay de nuestra madre?

—No tengo ninguna. Salí de un replicador.

—Y yo también —observó Miles—, antes de que los médicos acabaran. Que yo sepa, para ella nunca significó ninguna diferencia. Siendo betana, está libre de los prejuicios contra los nacimientos tecnológicos. A ella no le importa cómo llegas, sino sólo lo que haces después de llegar. Me temo que tener una madre es un destino que no puedes evitar, desde el momento en que descubra tu existencia.

El clon espantó el fantasma de la condesa Vorkosigan.

—Un factor nulo. Ella no es nada en la política de Barrayar.

—¿Ah, sí? —murmuró Miles, luego controló su lengua. No había tiempo—. ¿Y sin embargo continúas, sabiendo que Ser Galen pretende traicionarte y matarte?

—Cuando sea emperador de Barrayar… nos encargaremos de Ser Galen.

—Si pretendes traicionarlo de todas formas, ¿por qué esperar?

El clon ladeó la cabeza.

—¿Eh?

—Hay otra alternativa para ti —Miles habló con voz calmada, persuasiva—. Déjame ir ahora. Y ven conmigo. De vuelta a Barrayar. Eres mi hermano… te guste o no. Es un hecho biológico y nunca desaparecerá. De todas formas, nadie elige a sus parientes, sean clones o no. Quiero decir, si tuvieras la oportunidad, ¿escogerías a Ivan Vorpatril por primo?

El clon soltó una risita, pero no interrumpió. Empezaba a parecer levemente fascinado.

—Pero lo es. Y es exactamente tan primo tuyo como mío. ¿Te has dado cuenta de que tienes un nombre? —le preguntó Miles de pronto—. Ésa es otra cosa que no eliges en Barrayar. Hijo segundo… eso es lo que tú eres, mi gemelo retrasado seis años. El hijo segundo recibe los segundos nombres de sus abuelos paternos y maternos, igual que al primer hijo le tocan los primeros. Eso te convierte en Mark Pierre. Lo siento por lo de Pierre. El abuelo siempre lo odió. En Barrayar eres lord Mark Pierre Vorkosigan, por derecho propio.

Habló cada vez más rápido, inspirado por los ojos sorprendidos del clon.

—¿Qué has soñado alguna vez ser? Mamá se encargará de que recibas toda la educación que quieras. Los betanos le dan mucha importancia a la educación. ¿Has soñado con escapar… qué tal ser el piloto estelar Mark Vorkosigan? ¿Comercio? ¿Agricultura? Tenemos un negocio vinícola en la familia, desde las uvas a la exportación… ¿te interesa la ciencia? Podrías ir a vivir con tu abuela Naismith a la Colonia Beta, estudiar en las mejores academias de investigación. También tienes unos tíos, ¿te das cuenta? Dos primos y un primo segundo. Si la atrasada Barrayar no te atrae, hay toda una vida nueva esperando en la Colonia Beta, para la cual Barrayar y todos sus problemas no son más que una arruga en el horizonte de sucesos. Tu origen clónico no será novedad suficiente para que merezca la pena mencionarlo allí. La vida que quieras. La galaxia al alcance de tus dedos. Elección… libertad… pide, y es tuyo.

Tuvo que detenerse para respirar. El clon estaba lívido.

—Mientes —siseó—. La Seguridad de Barrayar nunca me dejaría vivir.

No era, ay, un miedo irracional.

—Pero imagínate por un minuto que es, que pudiera ser real. Sería tuyo. Mi palabra como Vorkosigan. Mi protección como lord Vorkosigan contra todo el que se oponga, incluida Seguridad Imperial —Miles tragó saliva mientras hacía esta promesa—. Galen te ofrece la muerte en bandeja de plata. Yo puedo conseguirte vida. Puedo conseguirla por tu propio bien…

¿Era esto sabotaje informativo? Su idea era preparar la caída del clon, si podía… «¿Qué le has hecho a tu hermano pequeño?»

El clon echó atrás la cabeza y se echó a reír, un brusco ladrido histérico.

—¡Dios mío, mírate! Prisionero, atado a una silla, a horas escasas de la muerte… —hizo ante Miles una amplia, irónica reverencia—. Oh, noble señor, me siento abrumado por tu generosidad. Pero no creo que tu protección valga un pimiento ahora mismo.

Avanzó hacia Miles, situándose más cerca de lo que se había aventurado hasta entonces.

—Megalómano engreído. Ni siquiera eres capaz de protegerte a ti mismo —impulsivamente, abofeteó a Miles sobre las magulladuras del día anterior—, ¿puedes?

Dio un paso atrás, sorprendido por la fuerza de su propio experimento, e inconscientemente se llevó la mano a la boca. Los labios sangrantes de Miles revelaron una sonrisa, y el clon bajó rápidamente la mano dolorida.

«Bien. Nunca habías golpeado de verdad a un hombre. Ni matado tampoco, seguro. Oh, pequeño virgen, sí que te espera una desfloración sangrienta.»

—¿Eres capaz? —insistió el clon.

«¡Bah! Toma mi verdad por mentiras, cuando pretendía que tomara mis mentiras por verdad… vaya saboteador estoy hecho. ¿Por qué me siento obligado a decirle la verdad?

»Porque es mi hermano y le hemos fallado. No fuimos capaces de descubrirlo antes, no fuimos capaces de preparar un rescate…»

—¿Soñaste alguna vez con ser rescatado? —preguntó Miles de pronto—. ¿Después de descubrir quién eras… o incluso antes? ¿Qué tipo de infancia tuviste, por cierto? Se piensa que los huérfanos sueñan con padres principescos, cabalgando al rescate… en tu caso, podría haber sido cierto.

El clon hizo una mueca de amargo desdén.

—Difícilmente. Siempre conocí la situación. Supe lo que era desde el principio. Verás, los clones de Jackson's Whole son entregados a padres adoptivos pagados para que los críen hasta la madurez. Los clones criados en depósitos tienden a tener desagradables problemas de salud: son propensos a infecciones, a un mal funcionamiento cardiovascular… la gente que paga para que le trasplanten el cerebro espera despertar en un cuerpo sano.

»Tuve una especie de hermano adoptivo una vez… un poco mayor que yo —el clon hizo una pausa, inspiró profundamente—. Se crió conmigo. Pero no se educó a mi lado. Le enseñé a leer, un poco… Poco antes de que los komarreses vinieran por mí, la gente del laboratorio se lo llevó.

»Por pura casualidad, lo vi después. Me habían enviado a recoger un encargo en el espaciopuerto, aunque se suponía que no iría a la ciudad. Lo vi al otro lado de la pista, entrando en el vestíbulo de pasajeros de primera clase. Corrí hacia él. Sólo que ya no era él. Era un horrible viejo rico sentado en su cabeza. Su guardaespaldas me empujó…

El clon se volvió y miró a Miles con odio.

—Oh, conocía la situación. Pero una vez, una vez, sólo esta vez, un clon de Jackson's Whole le va a dar la vuelta. En vez de que tú canibalices mi vida, yo tendré la tuya.

—¿Entonces dónde estará tu vida? —preguntó Miles, a la desesperada—. Enterrado en una imitación de Miles, ¿dónde estará entonces Mark? ¿Estás seguro de que en mi tumba estaré sólo yo?

El clon dio un respingo.

—Cuando sea emperador de Barrayar —dijo entre dientes—, nadie podrá alcanzarme. El poder es seguridad.

—Déjame que te diga una cosa. No hay ninguna seguridad. Sólo estados diversos de riesgo. Y fracaso.

¿Y por qué dejaba que su antigua soledad de hijo único lo traicionara, a estas alturas? ¿Había algo tras aquellos familiares ojos grises que le miraban con tanta fiereza? ¿Qué trampa lo atraparía? Comienzos, el clon comprendía claramente los comienzos. Era en los finales donde carecía de experiencia…

—Siempre supe —dijo Miles en voz baja; el clon se acercó— por qué mis padres nunca tuvieron otro hijo. Aparte del daño a los tejidos producido por el gas soltoxin. Pero podrían haber tenido otro hijo, con la tecnología entonces disponible en la Colonia Beta. Mi padre siempre puso la excusa de que no se atrevía a dejar Barrayar, pero mi madre podría haber tomado su muestra genética y marchado sola.

»El motivo era yo. Estas deformidades. Si hubiera existido un hijo completo, habría habido una horrible presión social para que me desheredaran y lo pusieran en mi lugar como heredero. ¿Crees que exagero el horror que sienten en Barrayar por las mutaciones? Mi propio abuelo trató de zanjar el asunto eliminándome en la cuna, cuando era niño, después de haber perdido la discusión sobre el aborto. El sargento Bothari… tuve un guardaespaldas desde que nací, que medía unos dos metros, no se atrevió a apuntar con su arma al gran general. Así que el sargento lo agarró y lo alzó sobre su cabeza, pidiéndole disculpas… estaban en el balcón de un segundo piso, hasta que el general Piotr pidió, con la misma educación, que lo soltara. Después de eso, llegaron a un acuerdo. Mi abuelo me contó esta historia, mucho más tarde; el sargento no hablaba mucho.

»Más tarde, mi abuelo me enseñó a cabalgar. Y me dio esa daga que llevas prendida en la camisa. Y me legó la mitad de sus tierras, la mayoría de las cuales aún brillan en la oscuridad por culpa de las armas nucleares cetagandanas. Y se colocó detrás de mí en un centenar de situaciones sociales tormentosas, peculiarmente barrayaresas, y no me dejó escapar, hasta que me vi forzado a aprender a manejarme en ellas o morir. Lo consideraba la muerte.

»Mis padres, por otro lado, fueron tan amables y cuidadosos… su absoluta falta de sugerencias hablaba más fuerte que los gritos. Me sobreprotegían incluso cuando me dejaban que arriesgara los huesos en cada deporte, en la carrera militar… porque me dejaron superar a mis hermanos antes de que nacieran. No fuera a ser que pensara, por un momento, que no era lo bastante bueno para complacerlos…

Miles guardó bruscamente silencio. Luego, añadió:

—Tal vez eres afortunado por no tener una familia. Después de todo, sólo te vuelven loco.

«¿Y cómo voy a rescatar a este hermano que nunca he tenido? Por no mencionar sobrevivir, escapar, desbaratar el plan komarrés, rescatar al capitán Galeni de su padre, salvar al Emperador y a mi padre de ser asesinados e impedir que los mercenarios dendarii sean metidos en una máquina de picar carne…

»No. Si puedo salvar a mi hermano, todo lo demás vendrá detrás. Eso es. Aquí, ahora, es el lugar donde empujar, donde luchar, antes de que se desenfunde la primera arma. Rompe el primer eslabón y toda la cadena se suelta.»

—Sé exactamente lo que soy —dijo el clon—. No me tomes por tonto.

—Eres lo que haces. Elige otra vez y cambia.

El clon vaciló, mirando directamente a Miles a los ojos casi por primera vez.

—¿Qué garantía ibas a darme en la que yo pudiera confiar?

—¿Mi palabra como Vorkosigan?

—¡Bah!

Miles consideró seriamente aquel problema desde el punto de vista del clon… de Mark.

—Toda tu vida hasta ahora ha estado centrada en la traición, a un nivel u otro. Como no has tenido ninguna experiencia con la confianza, naturalmente, no puedes juzgar con ella. Supongamos que tú me dices en qué garantía estarías dispuesto a creer.

El clon abrió la boca, la cerró, y permaneció en silencio, ruborizándose levemente.

Miles casi sonrió.

—Ves el pequeño dilema, ¿eh? —dijo suavemente—. ¿El fallo lógico? El hombre que asume que todo es mentira está al menos tan equivocado como el que asume que todo es verdad. Si no te complace ninguna garantía, tal vez el fallo no esté en la garantía, sino en ti. Y tú eres el único que puede hacer algo al respecto.

—¿Qué puedo hacer? —murmuró el clon.

Por un instante, la angustia aleteó en sus ojos.

—Inténtalo —jadeó Miles.

El clon permaneció inmóvil. Miles tembló. Estaba tan cerca, tan cerca… casi lo tenía.

La puerta se abrió de golpe. Galen, hecho una furia, entró flanqueado por los sorprendidos guardias komarreses.

—¡Maldición, el momento…! —susurró el clon. Se enderezó, culpable, elevando la barbilla.

«¡Maldito momento!», gritó Miles mentalmente. De haber tenido unos minutos más…

—¿Qué demonios te crees que estás haciendo? —exigió saber Galen, la voz pastosa por la furia, como un trineo sobre grava.

—Mejorando mis posibilidades de sobrevivir más allá de los cinco primeros minutos después de que ponga los pies en Barrayar, confío —dijo el clon fríamente—. Necesitas que sobreviva un poco, incluso para servir a tus propósitos, ¿no?

—¡Te dije que era demasiado peligroso! —Galen estaba casi gritando, pero sólo casi—. Tengo la experiencia de toda una vida combatiendo a los Vorkosigan. Son los propagandistas más insidiosos que puedas imaginar, capaces de recubrir su egoísta codicia con pseudopatriotismo. Y éste está sacado del mismo molde. Sus mentiras te engañarán, te atraparán… es un bastardo sutil y nunca aparta los ojos del objetivo principal.

—Pero su elección de mentiras ha sido muy interesante. —El clon se movió como un caballo nervioso, pateando la alfombra, medio desafiante, medio conciliador—. Me has hecho estudiar cómo se mueve, cómo habla, cómo escribe. Pero nunca he tenido realmente claro cómo piensa.

—¿Y ahora? —rezongó Galen peligrosamente.

El clon se encogió de hombros.

—Está chiflado. Me parece que se cree de verdad su propia propaganda.

—La pregunta es, ¿te la crees tú?

«¿Te la crees, te la crees?», pensó Miles frenético.

—Por supuesto que no —el clon hizo una mueca, alzó la barbilla, twang.

Galen volvió la cabeza hacia Miles y dirigió una mirada a los guardias.

—Cogedlo y encerradlo.

Los siguió con cautela mientras desataban a Miles y lo llevaban fuera. Miles vio que su clon, detrás de Galen, miraba al suelo, todavía rozando con el pie la alfombra.

—¡Te llamas Mark! —le gritó mientras la puerta se cerraba—. ¡Mark!

Galen apretó los dientes y descargó sobre Miles un sincero, devastador y anticientífico puñetazo. Miles, sujeto por los guardias, no logró esquivarlo, pero sí apartarse lo suficiente para que el puño de Galen no le destrozara la mandíbula. Por fortuna, Galen retiró la mano, recuperando una fina corteza de control, y no volvió a golpearlo.

—¿Era para mí, o para él? —inquirió Miles con dulzura a través de una creciente burbuja de dolor.

—Encerradlo —gruñó Galen a los guardias—, y no lo dejéis salir hasta que yo, personalmente, os lo ordene.

Se dio la vuelta y regresó a su estudio.

«Dos a dos —pensó Miles mientras los guardias lo llevaban por el tubo elevador hasta el siguiente nivel—. O al menos dos a uno y medio. Las probabilidades nunca serán mejores, y el margen de tiempo sólo va a empeorar.»

Cuando la puerta de la celda se abrió, Miles vio a Galeni dormido en su camastro: el único desesperado plan de un hombre para eludir el dolor. Se había pasado casi toda la noche recorriendo en silencio la celda, inquieto hasta el frenesí… el sueño que se le había escapado había sido capturado ahora. Maravilloso. Ahora, justo cuando Miles lo necesitaba de pie y a punto de saltar como un resorte.

«Inténtalo de todas formas.»

—¡Galeni! —aulló Miles—. ¡Ahora, Galeni! ¡Vamos!

Simultáneamente, se abalanzó contra el guardia más cercano y aplicó una tenaza capaz de paralizar los nervios sobre la mano que sujetaba el aturdidor. La articulación de uno de los dedos de Miles chasqueó, pero hizo caer el aturdidor y lo alejó de una patada hacia Galeni, que saltaba desconcertado de su camastro como un cerdo de la charca. A pesar de estar semiconsciente, actuó de manera rápida y precisa; se abalanzó hacia el aturdidor, lo cogió y, rodando por el suelo, se apartó de la línea de fuego de la puerta.

Un guardia pasó un brazo por el cuello de Miles, lo levantó del suelo y le dio la vuelta para encararlo al otro. El pequeño rectángulo gris de la boca del arma del segundo guardia estaba tan cerca que Miles casi tuvo que ponerse bizco para enfocarlo. Cuando el dedo del komarrés se tensó sobre el gatillo, el zumbido del aturdidor se fragmentó y la cabeza de Miles pareció explotar en una cascada de dolor y luces de colores.

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