12

Regresaron de todas formas a la embajada: Galeni decidido a poner en marcha a su personal para que emprendiera una investigación a fondo sobre el oficial correo, ahora altamente sospechoso; Miles para ponerse un uniforme barrayarés y dejar que el médico le atendiera bien la mano. Si quedaba un momento libre en su vida después de que se solucionara aquel lío, reflexionó Miles, quizá sería mejor que se tomara algún tiempo para que sustituyeran por sintéticos los huesos y articulaciones de sus brazos y manos, no sólo los de las piernas. Operarse las piernas había resultado doloroso y tedioso, pero demorar la operación de los brazos no iba a mejorar nada. Y desde luego no podía pretender que todavía iba a seguir creciendo.

Algo alicaído por estos pensamientos, salió de la clínica de la embajada y bajó al subnivel de seguridad. Encontró a Galeni sentado solo ante su comuconsola tras haber cursado un hervidero de órdenes que enviaron a sus subordinados en todas direcciones. Las luces del despacho eran tenues. Galeni tenía los pies apoyados en la mesa, y Miles pensó que habría preferido sostener en la mano una botella de alguna fuerte bebida alcohólica antes que el lápiz óptico al que no paraba de dar vueltas y más vueltas.

Galeni sonrió débilmente, se sentó bien y dio un golpecito con el lápiz sobre la mesa cuando Miles entró.

—He estado reflexionando, Vorkosigan. Me temo que tal vez no podamos evitar llamar a las autoridades locales.

—Ojalá no hiciera eso, señor. —Miles acercó una silla y se sentó a horcajadas, apoyando los brazos en el respaldo—. Implíquelos, y las consecuencias escaparán a nuestro control.

—Ahora hará falta un pequeño ejército para encontrar a esos dos en la Tierra.

—Yo tengo un pequeño ejército —le recordó Miles—, y acaba de demostrar su efectividad para este tipo de cosas, creo.

—Ja. Cierto.

—Dejemos que la embajada contrate a los mercenarios dendarii para encontrar a nuestras… personas desaparecidas.

—¿Contratar? ¡Creía que Barrayar les estaba pagando ya!

Miles sonrió con inocencia.

—Pero señor, parte de la tapadera es que esa relación es desconocida incluso para los propios dendarii. Si la embajada los contrata formalmente… eso tapará la tapadera, como si dijéramos.

Galeni alzó las cejas, sardónico.

—Ya veo. ¿Y cómo se propone explicarles lo de su clon?

—Si es necesario, como un clon… del almirante Naismith.

—¿Tres usted, ahora? —dijo Galeni, dudoso.

—Envíelos simplemente a buscar a su… a buscar a Ser Galen. Donde él esté, estará también el clon. Funcionó una vez.

—Mm —dijo Galeni.

—Una cosa más —añadió Miles. Pasó pensativo un dedo por el respaldo de la silla—. Si conseguimos capturarlos… ¿qué es lo que planeamos hacer con ellos?

Galeni dio un golpecito con el lápiz óptico.

—Solamente hay dos o tres posibilidades. Una, serán arrestados, juzgados y encarcelados por los crímenes cometidos aquí en la Tierra.

—Y durante el proceso —observó Miles seriamente—, la tapadera del almirante Naismith como agente supuestamente independiente se verá comprometida casi con toda certeza, y su verdadera identidad será pública. No es que pretenda que el Imperio barrayarés aguante o caiga por los mercenarios dendarii, pero Seguridad nos ha considerado útiles en el pasado. Espero que el Mando… considere esta acción poco conveniente. Además, ¿ha cometido mi clon algún crimen del que se le pueda hacer responsable? Creo que incluso es menor de edad, según la Euroley.

—Segunda alternativa —recitó Galeni—. Secuestrarlos y devolverlos en secreto a Barrayar para que sean juzgados, eludiendo el estatuto de no extradición terrestre. Si tuviéramos una orden procedente de arriba, supongo que ésa sería la respuesta menos paranoica de Seguridad.

—Serían juzgados o mantenidos indefinidamente a la espera —dijo Miles—. Para mi… hermano, eso quizá no resultara tan malo como pensaba. Tiene un amigo en un puesto muy alto. Si logra antes evitar ser asesinado en secreto por algún… sicario sobreexcitado, claro. —Galeni y Miles intercambiaron una mirada—. Pero nadie va a interceder por su padre. Barrayar siempre ha considerado que las muertes de la Revuelta komarresa eran crímenes civiles, no actos de guerra, y él nunca se sometió al juramento de lealtad y la amnistía. Presentarán cargos capitales contra él. Su ejecución será inevitable.

—Inevitable —Galeni hizo una mueca, se contempló las puntas de las botas—. La tercera posibilidad es… como usted ha dicho, que se les asesine en secreto.

—A las órdenes de asesinar se puede uno resistir con bastante éxito —observó Miles—, si tiene un estómago fuerte. El Alto Mando no está tan libre para ordenar ese tipo de cosas como en los tiempos del Emperador Ezar, afortunadamente. Propongo una cuarta posibilidad. Puede que sea mejor no capturar a esos… molestos parientes.

—Francamente, Miles, si no entrego a Ser Galen mi carrera se convertirá en humo. Ya debo de ser sospechoso por no haberlo hecho en estos dos años. Su sugerencia bordea, no la insubordinación, que parece ser su modo normal de comportarse, sino algo peor.

—¿Qué me dice de su predecesor, que no lo descubrió en cinco años? Y si lo entrega usted ahora, ¿mejorará eso su carrera? Será sospechoso de todas formas para todos aquellos cuya obligación es ser recelosos.

—Ojalá —el rostro de Galeni tenía una expresión reflexiva, letalmente calmada, su voz era un murmullo—, ojalá hubiera muerto entonces. Su primera muerte fue mucho mejor, gloriosa, en el calor de la batalla. Él tenía un lugar en la historia y yo estaba solo, superado el dolor, sin padres que me atormentaran. Qué suerte que la técnica no haya descubierto la inmortalidad humana. Es una gran bendición que podamos vivir más que antiguas guerras. Y antiguos guerreros.

Miles reflexionó sobre el tema. Encarcelado en la Tierra, Galen destruía las carreras de Galeni y del almirante Naismith, pero vivía. Enviado a Barrayar, moría; la carrera de Galeni mejoraría un poco, pero el hombre… no quedaría del todo cuerdo. El parricidio no tendría la enraizada serenidad para servir a las complejas necesidades futuras de Komarr, sin duda. «Pero Naismith viviría», susurraron tentadores sus pensamientos. Si los dejaban sueltos, Galen y Mark seguirían siendo una amenaza de proporciones desconocidas y, por tanto, intolerables. Si Miles y Galeni no hacían nada, el alto mando decidiría por ellos, cursando quién-sabía-qué órdenes para sellar el destino de sus enemigos.

Miles repudiaba la idea de sacrificar la prometedora carrera de Galeni por aquel viejo revolucionario malhumorado que se negaba a rendirse. Sin embargo, la destrucción de Galen perjudicaría también, sin ninguna duda, a Galeni. Maldición, ¿por qué no podía el viejo haberse largado a algún paraíso tropical, en vez de dedicarse a crear problemas para la generación más joven con la idea, seguro, de que era bueno para ellos? Retiro obligatorio para los revolucionarios, eso es lo que necesitaban ahora.

¿Qué se elige cuando todas las opciones son malas?

—La elección es mía —dijo Galeni—. Tenemos que ir por ellos.

Se miraron, ambos muy cansados.

—Lleguemos a un compromiso —sugirió Miles—. Envíe a los mercenarios dendarii a localizarlos, seguirlos y espiarlos. No intente detenerlos todavía. Eso le permitirá dedicar todos los recursos de la embajada al caso del correo, un asunto puramente interno de Barrayar se mire como se mire.

Hubo un momento de silencio.

—De acuerdo —dijo Galeni por fin—. Pero pase lo que pase al final… quiero acabarlo rápido.

—De acuerdo —dijo Miles.

Miles encontró a Elli sentada sola en la cafetería de la embajada, contemplando cansada y un poco aturdida los restos de su cena, ignorando las miradas disimuladas y las sonrisas vacilantes de varios trabajadores. Miles cogió un bocadillo y un té y se sentó frente a ella. Sus manos se rozaron brevemente bajo la mesa, luego ella apoyó de nuevo la barbilla sobre las palmas y alzó las cejas.

—¿Y ahora qué? —preguntó.

—¿Cuál es la recompensa tradicional para un trabajo bien hecho en el ejército de este hombre?

Sus ojos oscuros chispearon.

—Otro trabajo.

—Ya lo tienes. Persuadí al capitán Galeni para que dejara que los mercenarios dendarii encontraran a Galen, igual que tú nos encontraste a nosotros. ¿Cómo lo hiciste, por cierto?

—Con un montón de esfuerzo, así lo hice. Empezamos revisando esa montaña de datos sobre los komarreses que nos enviaste desde la embajada. Eliminamos los bien documentados, los niños pequeños, y todo eso. Luego el equipo informático de Inteligencia irrumpió en la red económica para sacar archivos de crédito, y en la red de Euroley, eso sí que fue difícil, para sacar archivos criminales, y empezamos a buscar anomalías. Ahí fue donde encontramos la pista. Hace aproximadamente un año, cuando el hijo nacido en la Tierra de un expatriado komarrés fue detenido por los polis de Euroley a causa de un incidente menor, se descubrió que poseía un aturdidor sin registrar. Al no ser un arma letal, simplemente le costó una multa y, en lo referente a Euroley, eso fue todo. Pero el aturdidor no había sido fabricado en la Tierra. Era un viejo artículo militar de Barrayar.

»Empezamos a seguirlo, físicamente y a través de la red informática, y descubrimos quiénes eran sus amigos: gente que no figuraba en el ordenador de la embajada. Al mismo tiempo, estuvimos siguiendo otras pistas que no condujeron a nada. Pero con ésta tuve una corazonada. Uno de los frecuentes contactos de ese muchacho, un hombre llamado Van der Poole, estaba registrado como emigrante del planeta Escarcha IV. Ahora bien, durante esa investigación que hice hace un par de años referida a los genes robados, estuve en Jackson's Whole… —Miles asintió al recordarlo—. Así que sabía que allí se pueden comprar pasados bien documentados, uno de los pequeños servicios con alto margen de beneficios que proporcionan ciertos laboratorios para ir tirando junto con las nuevas caras y voces y huellas retinales y dactilares que ofrecen. Uno de los planetas que suelen utilizar para esto es Escarcha IV, ya que el desastre tectónico destruyó su red de ordenadores… por no mencionar el resto del lugar, hace veintiocho años. Un montón de gente perfectamente legítima que abandonó entonces Escarcha IV tiene documentación imposible de comprobar. Si tienes más de veintiocho años, Jackson's Whole puede proporcionarte una. Así que cada vez que veo a alguien de cierta edad que dice ser de Escarcha IV, desconfío automáticamente. Van der Poole era Galen, por supuesto.

—Por supuesto. Mi clon fue otro lindo producto de Jackson's Whole, por cierto.

—Ah. Todo encaja, qué bonito.

—Mis felicitaciones a ti y a todo el departamento de Inteligencia. Recuérdame que cuando vuelva a la Triumph curse una enhorabuena oficial.

—¿Y eso será cuándo? —Aplastó un trozo de hielo del fondo del vaso e hizo girar el resto, tratando de parecer interesada sólo profesionalmente.

«Su boca sabría fresca, y sabrosa…» Miles parpadeó centrándose también en lo profesional, consciente de los ojos curiosos del personal de la embajada sobre ellos.

—No sé. Desde luego, todavía no hemos acabado. Deberíamos transmitir de vuelta a los archivos de la embajada todos los nuevos datos recopilados por los dendarii. Ivan está trabajando ahora mismo en lo que sacamos de la comuconsola de Galen. Va a ser más difícil esta vez. Galen… Van der Poole, se ocultará. Y tiene un montón de experiencia a la hora de desaparecer. Pero si lo encuentras, ah, infórmame directamente a mí. Yo informaré a la embajada.

—¿Informar de qué a la embajada? —inquirió Elli, alerta a su tono de voz.

Miles sacudió la cabeza.

—Todavía no estoy seguro. Puede que esté demasiado cansado para pensar con claridad, ya veré si tiene más sentido por la mañana.

Elli asintió y se levantó.

—¿Adónde vas? —preguntó Miles, alarmado.

—De vuelta a la Triumph, a poner la masa en movimiento, desde luego.

—Pero puedes transmitir por tensorrayo… ¿Quién está de servicio ahora mismo?

—Bel Thorne.

—Bien, muy bien. Vamos a buscar a Ivan. Transmitiremos el intercambio de datos desde aquí, y las órdenes también. —Estudió los círculos oscuros bajo sus luminosos ojos—. ¿Y cuánto tiempo llevas sin dormir, por cierto?

—Oh, aproximadamente las últimas, um —miró su crono—, treinta horas.

—¿Quién tiene problemas para delegar el trabajo, comandante Quinn? Envía las órdenes, no a ti misma. Y duerme un poco antes de que empieces a cometer errores también. Te encontraré un lugar para que te acuestes, aquí mismo, en la embajada…

Ella lo miró a los ojos, sonriendo de pronto.

—… si quieres —se apresuró a añadir Miles.

—¿Lo harás? —dijo ella en voz baja—. Me gustaría mucho.

Le hicieron una visita a Ivan, asaltaron su comuconsola, y transmitieron los datos seguros a la Triumph. Ivan, advirtió Miles con júbilo, tenía montones y montones de trabajo que hacer. Escoltó a Elli hasta los tubos ascensores y sus habitaciones.

Elli se lanzó hacia el cuarto de baño nada más entrar. Mientras colgaba el uniforme, Miles encontró la manta-gato arrugada en un oscuro rincón del armario, sin duda donde su aterrorizado clon la había arrojado la primera noche. La negra piel emitió un extasiado ronroneo cuando la recogió. La tendió cuidadosamente sobre la cama, con una palmadita.

—Ahí.

Elli salió de la ducha en poquísimos minutos, ahuecándose los cortos rizos oscuros con los dedos, una toalla sujeta atractivamente alrededor de las caderas. Divisó la manta-gato, sonrió, y saltó y hundió los dedos descalzos en ella. La manta se estremeció y ronroneó más fuerte.

—Ah —suspiró Miles contemplándolos a ambos, feliz. Entonces la duda asaltó su jardín del edén. Elli observaba la habitación con interés. Tragó saliva—. ¿Es ésta, ah, la primera vez que estás aquí? —preguntó con lo que esperaba que fuera un tono casual.

—Ajá. No sé por qué, me esperaba algo medieval. Es más parecido a una habitación corriente de hotel de lo que cabría esperar de Barrayar.

—Esto es la Tierra —puntualizó Miles—, y la Era del Aislamiento terminó hace cien años. Tienes unas ideas muy raras respecto a Barrayar. Pero me preguntaba si mi clon había, uh… ¿estás segura de que nunca notaste ninguna diferencia en absoluto durante los cuatro días? ¿Tan bueno era?

Sonrió de lado, esperando su respuesta. ¿Y si ella había advertido algo, qué? ¿Era él realmente tan transparente y simple que cualquiera podía interpretarlo? Peor, ¿y si ella había notado alguna diferencia… y le gustaba más el clon?

Elli pareció cohibida.

—Lo noté, sí. Pero de pensar que te pasaba algo raro, a darme cuenta de que no eras tú… tal vez si hubiéramos pasado más tiempo juntos. Sólo hablamos a través de enlace comunicador, menos durante el viaje de dos horas al centro de la ciudad para rescatar a Danio y sus alegres muchachos de la policía local. En esa ocasión pensé que te habías vuelto majareta. Luego decidí que debías tener algún as en la manga, y que no me lo decías porque yo… —su voz se apagó de pronto— había caído en desgracia, de algún modo.

Miles calculó y respiró aliviado. Así que el clon no había tenido tiempo de… ejem. Sonrió con picardía.

—Verás, cuando me miras —explicó ella—, me siento… bueno, bien. No una sensación cálida y mareante, aunque también está eso…

—Cálida y mareante —suspiró Miles feliz, apoyándose en ella.

—Basta, tonto, hablo en serio.

Pero lo rodeó con sus brazos. Firmemente, como si estuviera preparada para plantar batalla inmediata a quien quisiera arrebatárselo de nuevo.

—Bueno, verás… actúo de manera competente. Tú haces que no tenga miedo. No tengo miedo de intentarlo, no tengo miedo de lo que los demás puedan pensar. Tu… clon, santos dioses qué bueno es saberlo, hacía que empezara a preguntarme qué había de malo en mí. Aunque cuando pienso en lo fácilmente que te cogieron, aquella noche en la casa vacía, yo…

—Ssss —Miles silenció sus labios con un dedo—. No hay nada malo en ti, Elli. Eres mi Quinn, mi reina perfecta.

Su Quinn…

—¿Ves a lo que me refiero? Supongo que te salvó la vida. Yo pretendía mantenerte…, mantenerlo a él, informado sobre la búsqueda de Galeni, aunque fuera sólo un informe de falta de progresos en el ínterin. Y eso habría sido su primera noticia de que había una búsqueda en marcha.

—Y habría ordenado detenerla.

—Precisamente. Pero luego, cuando se produjo el avance en el caso, yo… consideré que sería mejor asegurarme. Guardarlo para luego, sorprenderte con el resultado final todo envuelto con un lazo grande… y recuperar tu aprecio, para ser sincera. En cierto modo, él impidió que lo mantuviera informado.

—Si te sirve de algún consuelo, no era por antipatía. Lo aterrorizabas. Tu cara… por no mencionar el resto de tu persona, produce ese efecto en algunos hombres.

—Sí, la cara… —casi inconscientemente se tocó una mejilla, luego se revolvió el pelo—. Creo que has puesto el dedo en la llaga. Tú me conociste cuando tenía mi antigua cara, y ninguna cara, y la cara nueva, y sólo para ti fueron todas la misma cara.

Él acarició con la mano sin vendar el arco de sus cejas, la nariz perfecta; se detuvo en los labios para recolectar un beso, luego bajó por el ángulo ideal de su barbilla y la piel de terciopelo de su garganta.

—Sí, la cara… yo entonces era joven y tonto. Me pareció una buena idea en su momento. Sólo más tarde me di cuenta de que podría ser un inconveniente para ti.

—Yo también —suspiró Elli—. Durante los seis primeros meses, estuve encantada. Pero la segunda vez que un soldado se me insinuó en vez de acatar una orden, supe que, decididamente, tenía un problema. Tuve que descubrir y aprender todo tipo de trucos para que la gente respondiera a lo que hay dentro de mí, y no a la imagen externa.

—Comprendo.

—Por los dioses, más te vale —ella lo miró un instante como si lo viera por primera vez, luego depositó un beso en su frente—. Acabo de darme cuenta de cuántos de esos trucos he aprendido de ti. ¡Cuánto te amo!

Cuando se separaron en busca de aire tras el beso que siguió, Elli se ofreció:

—¿Un masaje?

—Eres el sueño de un borracho, Quinn.

Miles se tumbó, hundió la cara en la piel y dejó que ella se explayara a sus anchas. Cinco minutos en sus vigorosas manos le hicieron olvidar todas las ambiciones, menos dos. Una vez satisfechas, ambos durmieron como lirones, sin ser molestados por ningún mal sueño que Miles recordara más tarde.

Miles despertó aturdido al oír que llamaban a la puerta.

—Lárgate, Ivan —gimió a la carne y la piel que abrazaba—. Vete a dormir a alguna parte…

La carne lo sacudió con decisión. Elli encendió la luz, saltó de la cama, se puso la camiseta negra y los pantalones grises, y caminó hasta la puerta ignorando las súplicas de Miles.

—No, no, no le dejes entrar…

Los golpes se hicieron más fuertes e insistentes.

—¡Miles! —Ivan entró en tromba por la puerta—. Oh, hola, Elli. ¡Miles! —Ivan lo sacudió por el hombro.

Miles trató de enterrarse bajo la piel.

—Muy bien, puedes quedarte con tu cama —murmuró—. No hace falta que me avasalles…

—¡Levántate, Miles!

Miles asomó la cabeza, cerrando los ojos para protegerse de la luz.

—¿Por qué? ¿Qué hora es?

—Medianoche, más o menos.

—¡Oooh!

Volvió a taparse. Tres horas de sueño apenas contaban, después de lo que había vivido los cuatro últimos días. Demostrando una vena cruel y despiadada que Miles nunca hubiese imaginado, Ivan le arrancó la piel viva de las manos y la arrojó lejos.

—Tienes que levantarte —insistió—. Vestirte. Lavarte los hongos de la cara. Espero que tengas un uniforme limpio por alguna parte… —Ivan rebuscó en su armario—. ¡Aquí está!

Miles agarró adormilado el uniforme verde que le arrojó.

—¿Está ardiendo la embajada? —preguntó.

—Casi. Elena Bothari-Jesek acaba de llegar de Tau Ceti. ¡Ni siquiera sabía que la hubieses enviado allí!

—¡Oh! —Miles se despertó. Quinn estaba ya completamente vestida, incluidas las botas, y comprobaba el aturdidor de su funda—. Sí. Tengo que vestirme, cierto. A ella no le importará la barba.

—A ella no se la frotarás por la cara —murmuró Elli entre dientes, rascándose un muslo, ausente. Miles reprimió una sonrisa; uno de los párpados de ella tembló.

—Tal vez no —dijo Ivan, sombrío—, pero no creo que al comodoro Destang le entusiasme demasiado.

—¿Destang está aquí? —Miles se despertó del todo. Al parecer, todavía le quedaba un poco de adrenalina—. ¿Por qué?

Entonces se acordó de algunas de las sospechas que había incluido en el informe que había enviado con Elena y cayó en la cuenta de por qué el jefe de Seguridad del Sector Dos se había sentido tentado de investigar en persona.

—Oh, Dios… tengo que informarlo de todo antes de que fusile al pobre Galeni nada más verlo.

Se duchó con agua fría de chorro de aguja. Elli le puso una taza de café en la mano mientras salía y le pasó revista cuando se hubo vestido.

—Todo está bien menos la cara —le informó—, y no puedes hacer nada al respecto.

Él se pasó una mano por la barbilla, ahora desnuda.

—¿He pasado por alto una zona con el depilador?

—No, estaba admirando las magulladuras. Y los ojos. He visto ojos más brillantes en un colgado de la juba tres días después de quedarse sin droga.

—Gracias.

—Tú lo has preguntado.

Miles repasó lo que sabía de Destang mientras bajaban por los tubos. Sus contactos previos con el comodoro habían sido breves, oficiales y, por lo que sabía Miles, satisfactorios para ambas partes. El comandante de Seguridad del Sector Dos era un oficial experimentado, acostumbrado a ocuparse de sus diversos deberes (coordinación de recogida de datos, supervisar la seguridad de las embajadas barrayaresas, consulados y VIPS de visita, rescatar al ocasional súbdito barrayarés en problemas) con poca supervisión directa de la lejana Barrayar.

Durante las dos o tres operaciones que los dendarii habían realizado en zonas del Sector Dos, las órdenes y el dinero habían circulado bien, y los informes finales de Miles, sin que hubiera impedimentos por su parte.

El comodoro Destang estaba sentado en el centro del despacho de Galeni, con la comuconsola encendida, cuando entraron Miles, Ivan y Elli. El capitán Galeni estaba de pie, aunque había sillas disponibles junto a la pared; tan envarado estaba que parecía que llevara una armadura, con los ojos oscuros y la cara neutra como un visor. Elena Bothari-Jesek esperaba insegura al fondo, con el aspecto preocupado de quien es testigo de una cadena de acontecimientos que han empezado pero ya nadie controla. Los ojos se le iluminaron de alivio al ver a Miles, y saludó… inadecuadamente, ya que él no iba de uniforme dendarii; fue algo parecido a un tácito traspaso de la responsabilidad, como alguien que se deshace de una bolsa de serpientes vivas. «Toma, es todo tuyo.» Él le devolvió el saludo con un gesto de cabeza. «Muy bien.»

—Señor —dijo Miles.

Destang devolvió el saludo militar y se lo quedó mirando; en un leve arrebato de nostalgia, Miles recordó al primer Galeni. Otro comandante apurado. Destang era un hombre de unos sesenta años, delgado, con el pelo gris, más bajo que la mayoría de los barrayareses. Sin duda nacido después del final de la ocupación cetagandana, cuando la malnutrición generalizada privó a muchos de aprovechar su pleno potencial de crecimiento. Habría sido un oficial joven en la época de la Conquista de Komarr, de rango medio durante su última revuelta; tendría experiencia de combate, como todos los que habían vivido ese pasado sacudido por la guerra.

—¿Le ha informado alguien ya, señor? —empezó a decir Miles, ansiosamente—. Mi memorando original está más que desfasado.

—Acabo de leer la versión del capitán Galeni —Destang indicó la comuconsola.

Galeni insistía en escribir informes. Miles suspiró para sus adentros. Era un viejo impulso académico, sin duda. Se esforzó por no ladear la cabeza y tratar de echar un vistazo.

—No parece que usted haya redactado el suyo todavía —observó Destang.

Miles hizo un vago gesto con la mano vendada.

—He estado en la enfermería, señor. ¿Pero ha advertido ya que los komarreses deben de haber tenido algún control sobre el oficial correo de la embajada?

—Arrestamos al correo hace seis días en Tau Ceti.

Miles suspiró aliviado.

—¿Y era…?

—Fue la habitual historia sórdida —Destang frunció el ceño—. Cometió un pequeño pecado; eso les dio el punto de apoyo para hacerle cometer otros cada vez mayores, hasta que no hubo vuelta atrás.

Un curioso judo mental, ese tipo de chantaje, reflexionó Miles. En el análisis final, era el miedo a su propio bando, no a los komarreses, lo que había entregado al correo a manos enemigas. Así que un sistema que pretendía potenciar la lealtad acababa destruyéndola… ahí había un fallo.

—Llevaba en su poder al menos tres años —continuó Destang—. Todo lo que ha entrado o salido de la embajada desde entonces puede haber pasado ante sus ojos.

—Oh.

Miles reprimió una sonrisa, que sustituyó, esperaba, por una expresión de adecuado horror. Así que la subversión del correo era claramente anterior a la llegada de Galeni a la Tierra. Bien.

—Sí —dijo Ivan—. Acabo de encontrar copias de cosas nuestras hace un rato en ese vaciado de datos en masa que sacaste de la comuconsola de Ser Galen, Miles. Ha sido toda una sorpresa.

—Imaginé que estaría allí —dijo Miles—. No había muchas otras posibilidades una vez sabido que nos estaban espiando. Confío en que el interrogatorio del correo haya librado al capitán Galeni de toda sospecha.

—Si estaba implicado con los expatriados komarreses de la Tierra, el correo no lo sabía —dijo Destang, neutral.

No era exactamente una declaración de apasionada confianza.

—Quedó bastante claro que el capitán Galeni era una carta que Ser Galen mantenía en reserva. Pero la carta se negó a jugar —dijo Miles—. A riesgo de su vida. Fue la casualidad, después de todo, lo que trajo al capitán Galeni a la Tierra, ¿no?

Galeni sacudió la cabeza.

—No —dijo, todavía en posición de firmes—. Solicité la Tierra.

—Oh. Bueno, desde luego fue la casualidad lo que me trajo aquí —Miles pasó por alto la metedura de pata—, la casualidad y mis heridos y criocadáveres que necesitaban la atención de un centro médico importante en cuanto fuera posible. Hablando de los mercenarios dendarii, comodoro, ¿se quedó el correo con los dieciocho millones de marcos que les debe Barrayar?

—Nunca se enviaron —dijo Destang—. Hasta que la capitana Bothari-Jesek llegó a mi despacho, nuestro último contacto con sus mercenarios fue el informe que envió usted desde Mahata Solaris tras el asunto Dagoola. Entonces desaparecieron. Desde el punto de vista del cuartel general del Sector Dos, llevan ustedes desaparecidos más de dos meses. Para nuestra consternación. Sobre todo porque las solicitudes semanales de informes de situación del jefe Illyan se convirtieron en diarias.

—Ya… veo, señor. ¿Entonces no recibieron nunca nuestras urgentes peticiones de fondos? ¡Entonces nunca me destinaron a la embajada!

Un ruidito muy pequeño, como de un dolor profundo y sofocado, escapó del por lo demás impasible Galeni.

—Cosa de los komarreses. Al parecer fue una argucia para mantenerlo inmovilizado hasta conseguir el cambio que pretendían.

—Eso pensaba yo. Ah… no habrá traído usted por casualidad mis dieciocho millones de marcos, ¿verdad? Esa parte no ha cambiado. Lo mencionaba en mi memorando.

—Varias veces —dijo Destang secamente—. Sí, teniente, pagaremos a sus irregulares. Como de costumbre.

—Ah —Miles se derritió por dentro y sonrió cegadoramente—. Gracias, señor. Es un gran alivio.

Destang ladeó la cabeza con curiosidad.

—¿De qué han estado viviendo este último mes?

—Ha sido… un poco complicado, señor.

Destang abrió la boca para preguntar algo más, pero al parecer se lo pensó mejor.

—Ya veo. Bien, teniente, puede usted regresar a su puesto. Su participación aquí ha terminado. En realidad, no tendría que haber aparecido en la Tierra como lord Vorkosigan.

—¿A qué puesto se refiere, señor? ¿A los mercenarios dendarii?

—Dudo que Simon Illyan los buscara urgentemente porque se sentía solo. No es aventurado suponer que se cursarán nuevas órdenes en cuanto el cuartel general esté al corriente de su localización. Deben estar preparados para ponerse en marcha.

Elli y Elena, que habían estado hablando en voz baja al fondo, se alegraron de la noticia. Ivan pareció más agobiado.

—Sí, señor —dijo Miles—. ¿Qué va a pasar aquí?

—Ya que, gracias a Dios, no han implicado ustedes a las autoridades terrestres, resolveremos nosotros mismos este intento abortado de traición. He traído un equipo de Tau Ceti…

Miles supuso que el equipo era un grupo de limpieza: comandos de Inteligencia dispuestos, a la orden de Destang, a restaurar el orden en una embajada llena de traidores con la fuerza o las estratagemas que hicieran falta.

—Ser Galen habría figurado antes en nuestra lista de los más buscados si no lo hubiéramos creído muerto. ¡Galen! —Destang sacudió la cabeza como si no pudiera creerlo—. Aquí en la Tierra, todo el tiempo. ¿Sabe?, serví durante la Revuelta de Komarr… ahí es donde empecé en Seguridad. Estaba en el equipo que excavó en los escombros de los barracones de Halomar después de que los hijos de puta lo volaran en plena noche… buscando supervivientes y pruebas, encontrando cadáveres y poquísimas pistas… Quedaron un montón de plazas vacantes en Seguridad esa mañana. Maldición. Cómo vuelve todo. Si encontramos a Galen otra vez, después de que se les escapara de las manos —los ojos de Destang cayeron fríamente sobre Galeni—, accidentalmente o de otro modo, lo llevaremos a Barrayar para que responda por esa sangrienta mañana por lo menos. Ojalá se le pudiera hacer responder por todo, pero no hay suficiente para repartir. Como con el loco emperador Yuri.

—Un plan loable, señor —dijo Miles cuidadosamente. Galeni tenía la mandíbula apretada; no recibiría ninguna ayuda por esa parte—. Pero hay una docena de ex rebeldes komarreses en la Tierra con pasados tan sangrientos como el de Ser Galen. Ahora que ha sido descubierto, no supondrá más amenaza para nosotros que ellos.

—Llevan años inactivos —dijo Destang—. Galen, claramente, es el caso contrario.

—Si está usted pensando en un secuestro ilegal, eso podría dañar nuestras relaciones diplomáticas con la Tierra. ¿Merece la pena?

—La justicia permanente bien merece una protesta temporal, se lo aseguro, teniente.

Para Destang, Galen era carne muerta. Muy bien.

—¿En base a qué secuestrará entonces a mi… clon, señor? No ha cometido ningún crimen en Barrayar. Ni siquiera ha estado allí nunca.

«¡Cállate, Miles! —silabeó en silencio Ivan desde detrás de Destang, con una expresión de alarma cada vez mayor en el rostro—. ¡No se discute con un comodoro!» Miles lo ignoró.

—El destino de mi clon me concierne de cerca, señor.

—Me lo imagino. Espero que eliminemos pronto el peligro de nuevas confusiones entre ustedes.

Miles esperó que eso no significara lo que imaginaba. Si tenía que torear a Destang…

—No hay ningún peligro de confusión, señor. Un simple escáner médico revela la diferencia entre nosotros. Sus huesos son normales, los míos no. ¿Con qué acusación o reclamación seguimos estando interesados en él?

—Traición, por supuesto. Conspiración contra el Imperio.

Como la segunda parte era demostrablemente cierta, Miles se concentró en la primera.

—¿Traición? Nació en Jackson's Whole. No es súbdito imperial por conquista ni lugar de nacimiento. Para acusarlo de traición —Miles tomó aire— hay que permitir que sea súbdito imperial por sangre. Y si lo es, lo es del todo, un lord de los Vor con todos los derechos de su rango… incluyendo el de ser juzgado por sus pares, el Consejo de Condes, en sesión plenaria.

Destang alzó las cejas.

—¿Se le ocurriría a él intentar una defensa tan forzada?

«Si no lo hiciera, yo se lo señalaría.»

—¿Por qué no?

—Gracias, teniente. Es una complicación que no había considerado —Destang parecía en efecto pensativo, y cada vez más decidido.

El plan de Miles para convencer a Destang de que dejar marchar al clon era idea suya parecía volverse peligrosamente retrógrado. Tenía que saber…

—¿Se plantea el asesinato como una opción, señor?

—Y apremiante —Destang enderezó resuelto la espalda.

—Ahí podría haber problemas legales, señor. O bien no es un súbdito imperial, y no tendríamos de entrada ninguna autoridad sobre él, o lo es, y entonces tendría derecho a toda la protección de la ley imperial. En cualquier caso, su asesinato sería…

Miles se humedeció los labios. Galeni, el único que sabía adónde quería ir a parar, cerró los ojos como el hombre que ve un accidente a punto de ocurrir.

—… una orden criminal, señor.

Destang parecía impaciente.

—No había planeado darle a usted la orden, teniente.

«Piensa que no quiero mancharme las manos…» Si Miles empujaba la confrontación con Destang hasta su conclusión lógica, habiendo dos oficiales imperiales como testigos, existía la posibilidad de que el comodoro se echara atrás; había al menos la misma posibilidad de que Miles se encontrara en profundidades muy… profundas. Si la confrontación los llevaba a un consejo de guerra, ninguno de ellos saldría ileso. Aunque Miles ganara, Barrayar no quedaría bien parada, y los cuarenta años de servicio imperial de Destang no merecían un final tan innoble. Y si lo confinaban en sus habitaciones, todos los cursos alternativos de acción (¿y en qué estaba pensando, por el amor de Dios?) estarían bloqueados para él. No quería verse encerrado en otra habitación. Mientras tanto, el equipo de Destang ejecutaría sin vacilación cualquier orden que se le diera…

Mostró los dientes con algo parecido a una sonrisa y dijo solamente:

—Gracias, señor.

Ivan pareció aliviado.

Destang hizo una pausa.

—Los legalismos son una preocupación poco habitual para un especialista en operaciones encubiertas, ¿no?

—Todos tenemos nuestros momentos ilógicos.

La atención de Quinn estaba ahora fija en él; con un leve movimiento de ceja preguntó: «¿Qué demonios…?»

—Intente no tener demasiados, teniente Vorkosigan —dijo Destang secamente—. Mi ayuda de cámara tiene la orden de crédito de sus dieciocho millones de marcos de origen ilocalizable. Véalo al salir. Llévese a estas mujeres —señaló a las dos dendarii uniformadas.

Ivan, al recordarlas, les sonrió. «Son mis oficiales, maldición, no mi harén», se rebeló Miles en silencio. Pero ningún oficial barrayarés de la edad de Destang lo vería de esa forma. Algunas actitudes no cambiaban nunca; había que superarlas con la propia vida.

Las palabras de Destang eran una clara despedida. Miles corrió el riesgo de ignorarlas, sin embargo. Destang no había mencionado…

—Sí, teniente, adelante —la voz del capitán Galeni era absolutamente neutra—. No he terminado de escribir mi informe. Le daré un Mark-o, contra los dieciocho millones del comodoro, si se lleva con usted a los dendarii.

Los ojos de Miles se ensancharon levemente al oír al capitán. «Galeni no le ha dicho todavía a Destang que los dendarii están en el caso. Por tanto, no puede despedirlos, ¿no?» Una cabeza de ventaja… si encontraba a Galen y Mark antes que el equipo de Destang.

—Trato hecho, capitán —oyó Miles decir a su propia voz—. Es sorprendente lo mucho que pesa un Mark-o.

Galeni asintió una vez y se volvió hacia Destang.

Miles huyó.

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