13

Ivan siguió a Miles cuando éste regresó a sus habitaciones para ponerse por última vez el uniforme de almirante dendarii con el que había llegado, hacía ya una vida y media.

—Creo que no quiero quedarme abajo a mirar —le explicó Ivan—. Destang va lanzado al cuello. Apuesto a que mantendrá a Galeni en vela toda la noche, tratando de romperlo si puede.

—¡Maldición! —Miles hizo un gurruño con la chaquetilla verde barrayaresa y la arrojó contra la pared, pero no tuvo el impulso necesario para ventilar su frustración. Se tumbó en la cama, se quitó una bota, la sopesó, pero luego sacudió la cabeza y la dejó caer, disgustado—. Me fastidia. Galeni se merece una medalla, no una carga de culpa. Bueno… si Ser Galen no logró romperlo, supongo que tampoco podrá Destang. Pero no es justo, no es justo… —rezongó—. Y yo contribuí a que le cayera eso encima. Maldición, maldición, maldición…

Elli le tendió el uniforme gris sin hacer ningún comentario. Ivan no fue tan sabio.

—Sí, muy bonito, Miles. Pensaré en ti, a salvo en la órbita, mientras los hombres de Destang limpian la casa aquí abajo. Recelosos como el infierno… no confiarán ni en sus propias abuelas. Todos seremos responsables. Nos frotarán, enjuagarán y tenderán a secar al frío viento. —Se acercó a su propia cama y la contempló con añoranza—. No tiene sentido entregarme; vendrán a por mí antes de mañana o algo por el estilo —se sentó, cabizbajo.

Miles miró a Ivan, sorprendido.

—Mm. Sí, te encontrarás en medio de todo el fregado durante unos cuantos días, ¿no?

Ivan, apreciando su cambio de tono, lo miró suspicaz.

—Cierto. ¿Y qué?

Miles se quitó los pantalones. Su mitad del enlace comunicador seguro cayó sobre la cama. Se puso el uniforme dendarii.

—Supongamos que me acuerdo de entregar mi enlace comunicador antes de marcharme. Y supongamos que Elli se olvida de entregar el suyo. —Miles alzó un dedo, y Elli dejó de rebuscar en su chaqueta—. Y supongamos que tú te lo guardas en el bolsillo, con la intención de entregárselo al sargento Barth en cuanto recibas la otra mitad.

Le lanzó el enlace comunicador a Ivan, que lo atrapó instintivamente, pero luego lo mantuvo apartado sujetándolo con dos dedos, como si fuera algo que hubiera encontrado rebulléndose bajo una roca.

—Y supongamos que me acuerdo de lo que me sucedió la última vez que te ayudé a salir de uno de tus líos —dijo Ivan truculento—. El truquito que empleé para ayudarte a volver a la embajada la noche en que trataste de incendiar Londres figura ahora en mi historial. Los perros de caza de Destang tendrán espasmos en cuanto lo descubran, a la luz de las actuales circunstancias. Supongamos que te lo meto en el… —sus ojos cayeron sobre Elli— el oído, ¿vale?

Miles se puso la camiseta negra y sonrió un poco. Empezó a introducir los pies en las botas de combate dendarii.

—Sólo es una precaución. Tal vez no lo utilizaremos nunca. Únicamente en el caso de que necesite una línea privada con la embajada en una emergencia.

—No se me ocurre ninguna emergencia que un oficial de rango inferior no pueda confiar a su comandante de seguridad del sector —dijo Ivan. Su voz se volvió más grave—. Ni tampoco lo haría Destang. ¿Qué estás incubando en el fondo de esa mente retorcida tuya, primito?

Miles selló sus botas e hizo una pausa.

—No estoy seguro. Pero todavía puede que haya una oportunidad de salvar… algo, de todo este lío.

Elli, que escuchaba atentamente, observó:

—Creía que habíamos salvado algo. Descubrimos a un traidor, cerramos una grieta en seguridad, chafamos un secuestro y deshicimos un plan de importancia contra el Imperio de Barrayar. Y nos pagaron. ¿Qué más quieres para una semana?

—Bueno, habría estado bien si hubiéramos hecho algo de todo eso a propósito, en vez de por accidente —musitó Miles.

Ivan y Elli se miraron por encima de la cabeza de Miles; sus rostros empezaban a reflejar una intranquilidad similar.

—¿Qué más quieres salvar, Miles? —preguntó Ivan.

Miles frunció el ceño, se miró las botas, reflexionó.

—Algo. Un futuro. Una segunda oportunidad. Una… posibilidad.

—Es el clon, ¿verdad? —dijo Ivan, la boca agria—. Has empezado a obsesionarte con ese maldito clon.

—Carne de mi carne, Ivan —Miles se miró las palmas de las manos—. En algunos planetas, sería considerado mi hermano. En otros, puede que incluso lo consideraran hijo mío, dependiendo de las leyes sobre la clonación.

—¡Una célula! —dijo Ivan—. En Barrayar lo consideran tu enemigo cuando te dispara. ¿Tienes problemas de memoria? ¡Esa gente intentó matarte! Esta ma… ¡ayer por la mañana!

Miles sonrió débilmente a Ivan, sin replicar.

—¿Sabes? —dijo Elli con cautela—, si decidieras que realmente quieres un clon, podrías hacerte uno. Sin los, ah, problemas del actual. Tienes millones de células…

—No quiero un clon —dijo Miles. «Quiero un hermano.»—. Pero parece que me han… endosado a éste.

—Tenía entendido que Ser Galen lo compró y lo pagó —se quejó Elli—. Lo único que ese komarrés pretendía era matarte. Según la ley de Jackson's Whole, su planeta de origen, el clon pertenece claramente a Galen.

«Jockey de Norfolk, no seas atrevido —susurró la antigua cita en la memoria de Miles—, pues Dickson tu amo fue comprado y vendido…»

—Ni siquiera en Barrayar —dijo suavemente— un ser humano puede poseer a otro. Galen cayó muy bajo, en la búsqueda de su… principio de libertad.

—En cualquier caso, ahora estás fuera de escena —le recordó Ivan—. El alto mando se ha hecho cargo. He oído que te daban la orden de marcharte.

—¿También has oído a Destang decir que pretendía matar a mi… clon, si puede?

—Sí, ¿y qué? —Ivan parecía obstinado, una testarudez casi dominada por el pánico—. No me gustaba de todas formas. Es una pequeña comadreja insidiosa.

—Destang domina también el arte del informe final —dijo Miles—. Aunque abandonara mi puesto ahora mismo, me resultaría físicamente imposible regresar a Barrayar, suplicarle a mi padre por la vida del clon, hacer que recurra a Simon Illyan para dar una contraorden, y que esa orden llegue aquí a la Tierra antes de que se ejecute la acción.

Ivan parecía sorprendido.

—Miles… siempre me pareció embarazoso pedirle un favor al tío Aral, pero pensaba que tú preferías que te despellejaran y cocieran vivo antes de suplicarle nada a tu padre. ¿Y quieres empezar incordiando a un comodoro? ¡Nadie del servicio te querría después de eso!

—Preferiría morir —reconoció Miles—, pero no puedo pedir que otro muera por mí. Pero eso es irrelevante. No tendría éxito.

—Gracias a Dios.

Ivan se lo quedó mirando, completamente inquieto.

«Si no consigo convencer a dos de mis mejores amigos de que tengo razón, tal vez esté equivocado —pensó Miles—. O tal vez tenga que hacer esto solo.»

—Sólo quiero mantener una puerta abierta, Ivan. No te estoy pidiendo que hagas nada…

—Todavía —replicó Ivan taciturno.

—Le entregaría el enlace comunicador al capitán Galeni, pero sin duda a él lo vigilarán de cerca. Se lo quitarían y parecería… ambiguo.

—¿Y a mí me sentaría bien? —se quejó Ivan.

—Hazlo. —Miles terminó de abrocharse la chaqueta, se levantó, y tendió la mano a Ivan para que le devolviera el comunicador—. O no lo hagas.

—Aah —Ivan desvió la mirada y se metió desconsolado el comunicador en el bolsillo—. Me lo pensaré.

Miles ladeó la cabeza, agradecido.

Cogieron una lanzadera dendarii que estaba a punto de salir del espaciopuerto de Londres, con personal que volvía de permiso. En realidad, Elli llamó e hizo que los esperaran. Miles agradeció la sensación de no tener que ir a toda prisa y hasta la habría disfrutado si las presiones de los deberes del almirante Naismith, que ahora hervían en su cabeza, no hubieran avivado automáticamente sus pasos.

Su retraso se convirtió en una ventaja para otros. Un último dendarii con el petate al hombro corrió por la pista cuando los motores se ponían ya en marcha, y llegó por los pelos a la rampa que se contraía. El guardia de la puerta alzó el arma cuando reconoció al recién llegado y le echó una mano mientras la lanzadera empezaba a rodar.

Miles, Elli Quinn y Elena Bothari-Jesek estaban sentados al fondo. El soldado recién llegado, al detenerse para recuperar el aliento, divisó a Miles. Sonrió y saludó.

Miles respondió a ambas acciones.

—Ah, sargento Siembieda. —Ryann Siembieda era un eficaz sargento técnico de Ingeniería, encargado del mantenimiento y reparación de las armaduras de batalla y demás equipo ligero—. Le han descongelado.

—Sí, señor.

—Me dijeron que su diagnóstico era bueno.

—Me descongelaron en el hospital hace dos semanas. He estado de permiso. ¿Usted también, señor? —Siembieda indicó la bolsa de la compra plateada a los pies de Miles, que contenía la piel viva.

Miles la guardó disimuladamente bajo el asiento empujándola con el talón de la bota.

—Sí y no. De hecho, mientras usted estuvo jugando, yo trabajaba. Como resultado, todos tendremos trabajo pronto. Menos mal que disfrutó de su permiso cuando pudo.

—La Tierra es magnífica —suspiró Siembieda—. Fue toda una sorpresa despertar aquí. ¿Ha visto el Parque de Unicornios? Está en esta misma isla. Estuve allí ayer.

—Me temo que no he visto gran cosa —se lamentó Miles.

Siembieda se sacó un holocubo del bolsillo y se lo tendió.

El Parque de Unicornios y Animales Salvajes (una división de Bioingenierías GalaTech) ocupaba los terrenos del grande e histórico estado de Wooton, Surrey, según le informó el cubo guía. En la pantalla vid, una brillante bestia blanca que parecía un cruce entre un caballo y un ciervo, y que probablemente lo era, saltaba entre el follaje.

—Te dejan dar de comer a los leones mansos —le contó Siembieda.

Miles parpadeó ante la imagen mental de Ivan con toga siendo arrojado por un camión flotante para alimentar a un montón de gatos hambrientos que galopaban excitados tras él. Había estado leyendo demasiada historia terrestre.

—¿Qué comen?

—Cubos de proteínas, igual que nosotros.

—Ah —dijo Miles, tratando de no parecer decepcionado. Devolvió el cubo.

Sin embargo, el sargento no se marchó.

—Señor… —empezó a decir, vacilante.

—¿Sí? —Miles procuró que su tono fuera tranquilizador.

—He revisado mis procedimientos, me han dado el alta para realizar servicios ligeros, pero… no recuerdo nada del día en que me mataron. Y los médicos no quisieron contármelo. Me… incomoda un poco, señor.

Los ojos almendrados de Siembieda eran extraños y cautelosos; Miles opinaba que le incomodaba un montón.

—Ya veo. Bueno, los médicos no podían contarle gran cosa de todas formas. No estuvieron allí.

—Pero usted sí, señor —sugirió Siembieda.

«Por supuesto —pensó Miles—. Y si no hubiera estado, no habrías muerto en mi lugar.»

—¿Recuerda nuestra llegada a Mahata Solaris?

—Sí, señor. Algunas cosas, hasta la noche anterior. Pero todo ese día entero ha desaparecido, no sólo la batalla.

—Ah. Bueno, eso no es ningún misterio. El comodoro Jesek, yo mismo, usted y su equipo técnico hicimos una visita a un almacén para efectuar una comprobación del control de calidad de nuestros suministros… Hubo un problema con el primer envío…

—Recuerdo eso —asintió Siembieda—. Células de energía agrietadas que filtraban radiación.

—Cierto, eso es. Usted localizó el defecto, por cierto, al descargarlas para hacer inventario. Hay gente que simplemente las habría almacenado.

—No en mi equipo —murmuró Siembieda.

—Un escuadrón de asalto cetagandano nos atacó en el almacén. Nunca averiguamos si hubo alguna filtración, aunque sospechamos de alguien en puestos destacados cuando nuestros permisos orbitales fueron revocados y las autoridades nos invitaron a abandonar el espacio local de Mahata Solaris. O tal vez no les gustó la excitación que llevábamos con nosotros. Sea como fuere, una granada gravítica estalló al fondo del almacén. Usted fue alcanzado en el cuello por un fragmento de metal que rebotó por la explosión. Murió desangrado en cuestión de segundos.

Era increíble la cantidad de sangre que tenía un hombre delgado; esparcida durante la refriega… Su olor, y la sensación de quemado volvieron a Miles mientras hablaba, pero mantuvo la voz firme y tranquila.

—Lo llevamos de vuelta a la Triumph y lo congelamos una hora después. La cirujano fue muy optimista, ya que no había daños de importancia en los tejidos.

No como en el caso de uno de los técnicos, que había volado en trocitos casi en el mismo momento.

—Yo… me preguntaba qué había hecho. O dejado de hacer.

—Apenas tuvo tiempo de hacer nada. Fue prácticamente la primera baja.

Siembieda pareció levemente aliviado. «¿Y qué pasa por la cabeza de un muerto ambulante? —se preguntó Miles—. ¿Qué fallo personal podía temer más que la muerte misma?»

—Si le sirve de consuelo —intervino Elli—, esa pérdida de memoria es común en las víctimas de todo tipo de traumas, no sólo en las criorresurreciones. Pregunte y verá que no es el único.

—Será mejor que se ate —dijo Miles, mientras la lanzadera se preparaba para despegar.

Siembieda asintió, un poco más alegre, y se volvió en busca de un asiento.

—¿Recuerdas tu quemadura? —le preguntó Miles a Elli con curiosidad—. ¿O está todo piadosamente en blanco?

Elli se pasó una mano por la mejilla.

—Nunca perdí del todo la consciencia.

La lanzadera se abalanzó hacia delante y despegó. El teniente Ptarmigan está a los mandos, juzgó Miles secamente. Algunos comentarios procaces de los pasajeros de delante confirmaron su suposición. Miles vaciló y terminó por apartar la mano del control situado en el brazo de su asiento que comunicaba con el piloto: no molestaría a Ptarmigan a menos que empezara a volar boca abajo. Afortunadamente para Ptarmigan, la lanzadera se estabilizó.

Miles volvió la cabeza para echar un vistazo por la ventanilla mientras las brillantes luces de la Gran Londres y su isla se perdían bajo ellos. Un momento después vio la desembocadura del río; los grandes diques y los muelles se extendían a lo largo de cuarenta kilómetros, definiendo la costa por diseño humano, derrotando al mar y protegiendo los tesoros históricos y a varios millones de almas del lecho del Támesis inferior. Uno de los grandes puentes que cruzaban el canal brillaba contra las aguas plomizas del amanecer. Y así los hombres se organizaban por bien de su tecnología como nunca lo hacían por sus principios. La política del mar era indiscutible.

La lanzadera viró, ganando altitud rápidamente, proporcionando a Miles un último atisbo del resplandeciente laberinto de Londres. En alguna parte de aquella monstruosa ciudad se escondían Galen y Mark, o corrían, o planeaban, mientras el equipo de espías de Destang revisaba y volvía a revisar la antigua morada de Galen y la red de comuconsolas buscando pistas, en un mortal juego del escondite. Sin duda Galen tendría el suficiente sentido para evitar a sus amigos y mantenerse alejado de la red a toda costa. Si reducía sus pérdidas y huía ahora, tendría la oportunidad de eludir la venganza de Barrayar durante otra media vida.

Pero si Galen estaba huyendo, ¿por qué había vuelto para recoger a Mark? ¿De qué le servía ya el clon? ¿Tenía Galen algún oscuro sentido de responsabilidad paterna hacia su creación? De algún modo, Miles dudaba que fuera el amor lo que unía a aquellos dos. ¿Podría el clon ser utilizado… como criado, como esclavo, como soldado? ¿Podía el clon ser vendido… a los cetagandanos, a un laboratorio médico, a un circo?

¿Podía el clon ser vendido al propio Miles?

Vaya, ésa era una propuesta que incluso el hiperreceloso Galen se tragaría. Que creyera que Miles quería un cuerpo nuevo, sin las anormalidades óseas que le habían mortificado desde el nacimiento… que creyera que Miles pagaría un alto precio por conseguir el clon para aquel vil propósito… y Miles conseguiría a Mark y fondos y cobertura suficientes para que Galen pudiera escapar sin darse cuenta de que era objeto de caridad por el bien de su hijo. La idea sólo tenía dos fallos: uno, hasta que entablara contacto con Galen no tendría la posibilidad de hacer ningún trato; dos, si Galen estaba dispuesto a colaborar en un plan tan diabólico Miles no estaba tan seguro de que le importara verle eludir la venganza de Barrayar. Un curioso dilema.

Subir de nuevo a bordo de la Triumph fue como regresar a casa. Nudos de los que Miles no había sido consciente se deshicieron en su cuello mientras inhalaba el familiar aire reciclado y absorbía los pequeños sonidos y vibraciones subliminales del adecuado funcionamiento de la nave. Las cosas tenían el aspecto de haber sido reparadas bastante bien desde lo de Dagoola, y Miles anotó mentalmente averiguar a qué agresivos sargentos de ingenieros tenía que dar las gracias. Sería agradable volver a ser Naismith, sin ningún problema más complejo que los que planteaba el cuartel general en sencillo lenguaje militar, definido y sin ambigüedades.

Cursó órdenes. Canceló nuevos contratos de trabajo para dendarii individuales o sus grupos. Todo el personal repartido por el planeta por motivos de trabajo o descanso debía presentarse al cabo de seis horas. Todas las naves iniciarían sus comprobaciones de veinticuatro horas previas a la partida. Mandó llamar a la teniente Bone. Eso le produjo la agradable sensación megalomaníaca de atraer todas las cosas hacia un centro, él mismo, aunque ese buen humor se enfrió cuando contempló el problema no resuelto que le esperaba en su división de Inteligencia.

Seguido por Quinn, Miles les hizo una visita. Encontró a Bel Thorne manejando la comuconsola de seguridad. Thorne pertenecía a la minoría hermafrodita de la Colonia Beta; los desventurados herederos de un proyecto genético de dudoso mérito. En opinión de Miles, aquello había sido uno de los experimentos más descabellados de todos los tiempos. La mayoría de los hombres/mujeres se quedaban en su propia y cómoda subcultura, en la tolerante Colonia Beta; el que Thorne se hubiera aventurado en el ancho mundo galáctico indicaba valentía, aburrimiento mortal, o más probablemente, si conocías a Thorne, mala uva de incomodar a la gente. El capitán Thorne llevaba el suave pelo castaño cortado en un estilo deliberadamente ambiguo, pero lucía su uniforme y rango dendarii, tan duramente ganados, con clara definición.

—Hola, Bel —Miles acercó una silla y la enganchó a sus abrazaderas. Thorne le respondió con un amistoso saludo a medias—. Pon todo lo que el equipo de vigilancia encontró en casa de Galen después de que Quinn y yo rescatáramos al agregado militar barrayarés y lo devolviéramos a su embajada.

Quinn se mantuvo impasible ante esta dosis de revisionismo histórico.

Thorne pasó la grabación obedientemente durante media hora de silencio hasta detenerse en la conversación deslabazada de dos de los infelices guardias komarreses que despertaban de su aturdimiento.

Luego el trino de la comuconsola; una imagen algo degradada, resintetizada a partir del rayo vid; la lenta voz átona y la cara del propio Galen, solicitando un informe sobre la misión asesina de los guardias; la brusca subida del tono cuando se enteró en cambio del dramático rescate.

—¡Idiotas! —Una pausa—. No intentéis contactar conmigo de nuevo.

Corte.

—Localizamos la fuente de la llamada, espero —dijo Miles.

—Una comuconsola pública en una estación tubo —respondió Thorne—. Para cuando enviamos a alguien allí, el radio potencial se había ampliado a unos cien kilómetros. Buen sistema tubo, ése.

—Cierto. ¿Y nunca regresó a la casa después?

—Parece que lo abandonó todo. Supongo que tiene experiencia previa a la hora de evadir la seguridad.

—Era ya experto antes de que yo naciera —suspiró Miles—. ¿Qué hay de los dos guardias?

—Todavía estaban en la casa cuando los tipos de vigilancia de la embajada barrayaresa llegaron y se hicieron cargo. Recogimos nuestras cosas y volvimos a casa. Por cierto, ¿nos han pagado ya los barrayareses este trabajito?

—Espléndidamente.

—Oh, bien. Temía que lo retuvieran hasta que les entregáramos también a Van der Poole.

—Sobre Van der Poole… Galen —dijo Miles—. Ah… ya no trabajamos para los barrayareses en ese caso. Han traído su propio equipo desde el cuartel general del Sector en Tau Ceti.

Thorne frunció el ceño, aturdido.

—¿Y todavía estamos trabajando?

—Por el momento. Pero será mejor que corras la voz a nuestra gente de abajo. A partir de este momento, hay que evitar todo contacto con los barrayareses.

Thorne alzó las cejas.

—¿Para quién trabajamos, entonces?

—Para mí.

Thorne hizo una pausa.

—¿No se está tomando esto muy a pecho, señor?

—Demasiado a pecho, si mi gente de Inteligencia tiene que continuar siendo efectiva —suspiró Miles—. Muy bien. Un extraño e inesperado contratiempo personal ha aparecido en mitad de este caso. ¿Te has preguntado alguna vez por qué nunca hablo de mi entorno familiar, o de mi pasado?

—Bueno… hay un montón de dendarii que no lo hacen, señor.

—Cierto. Yo nací siendo un clon, Bel.

Thorne sólo pareció ligeramente compasivo.

—Algunos de mis mejores amigos son clones.

—Tal vez debería decir que fui creado como clon. En el laboratorio militar de una potencia galáctica de cuyo nombre no quiero acordarme. Fui creado para sustituir en un plan secreto al hijo de cierto hombre importante, clave de otra potencia galáctica… ya puedes imaginar a quién con un poco de investigación, estoy seguro… pero hace unos siete años decliné el honor. Escapé, huí y me establecí por mi cuenta, creando a los mercenarios dendarii a partir de, er, lo que encontré a mano.

Thorne sonrió.

—Un acontecimiento memorable.

—Aquí es donde entra Galen. La potencia galáctica abandonó su plan y me creí libre de mi desgraciado pasado. Pero varios clones habían sido eliminados, como si dijéramos, en el intento de generar un duplicado físico exacto, con ciertos refinamientos mentales, antes de que el laboratorio diera finalmente conmigo. Pensé que habían muerto hacía tiempo, vilmente asesinados, aniquilados. Pero al parecer uno de los primeros prototipos fue puesto en criosuspensión. Y, de algún modo, ha caído en manos de Ser Galen. Mi único hermano-clon superviviente. —Miles cerró el puño—. Esclavizado por un fanático. Quiero rescatarlo —abrió la mano, suplicante—. ¿Comprendes por qué?

Thorne parpadeó.

—Conociéndolo… supongo que sí. ¿Es muy importante para usted, señor?

—Mucho.

Thorne se enderezó un poco.

—Entonces se hará.

—Gracias —Miles vaciló—. Mejor que se suministre a todos los líderes de patrulla que están abajo un pequeño escáner médico. Que lo lleven en todo momento. Como sabes, me reemplazaron los huesos de las piernas por otros sintéticos hace un año. Los suyos son normales. Es la forma más fácil de detectar la diferencia entre nosotros.

—¿Tan similar es su apariencia? —dijo Thorne.

—Nuestras apariencias son idénticas.

—Lo son —confirmó Quinn—. Yo lo he visto.

—Ya… veo. Interesantes posibilidades de confusión por esa parte, señor. —Thorne miró a Quinn, que asintió triste.

—Cierto. Confío en que la distribución de escáneres médicos ayude a resolver las cosas. Adelante… llámame de inmediato si consigues algún avance en el caso.

—Bien, señor.

En el pasillo, Quinn observó:

—Buen movimiento, señor.

Miles suspiró.

—Tenía que encontrar algún modo de advertir a los dendarii sobre Mark. No puedo dejar que vaya otra vez por ahí tan campante haciendo de almirante Naismith.

—¿Mark? —dijo Elli—. ¿Quién es Mark, o me atrevo a imaginarlo? ¿Miles Mark Dos?

—Lord Mark Pierre Vorkosigan —dijo Miles tranquilamente. Al menos, eso esperaba parecer—. Mi hermano.

Elli, consciente de los significados de los juramentos de los clanes de Barrayar, frunció el ceño.

—¿Entonces Ivan tiene razón? ¿Te ha hipnotizado el pequeño cabroncete?

—No lo sé —dijo Miles despacio—. Si soy el único que lo ve así, entonces tal vez, tal vez…

Elli hizo un ruido tranquilizador.

Una ligera sonrisa asomó a la boca de Miles.

—Puede que todo el mundo esté equivocado menos yo.

Elli hizo una mueca.

Miles volvió a ponerse serio.

—La verdad es que no lo sé. En siete años, nunca he abusado de los poderes del almirante Naismith por motivos personales. No es un récord que tenga muchas ganas de malograr. Bueno, quizá no consigamos encontrarlos, y la cuestión dejará de tener importancia.

—Mala cosa —le reprochó Elli—. Si no quieres encontrarlos, tal vez será mejor que no los busques.

—Lógica aplastante.

—¿Entonces por qué no la sigues? ¿Y qué planeas hacer con ellos si los capturas?

—No es demasiado complicado. Quiero encontrar a Galen y a mi clon antes que Destang, y separarlos. Y luego asegurarme de que Destang no los encuentra hasta que yo pueda enviar a casa un informe privado. Al final, si intercedo por él, creo que llegará una contraorden que impida el asesinato de mi clon sin que yo aparezca directamente conectado con ella.

—¿Y qué hay de Galen? —preguntó Elli, escéptica—. De ningún modo lograrás una contraorden para él.

—Probablemente no. Galen es… un problema que no he resuelto.

Miles regresó a su camarote, donde la contable de la flota se reunió con él.

La teniente Bone cayó sobre la orden de crédito de dieciocho millones de marcos con apasionamiento y alegría muy poco comerciales.

—¡Salvados!

—Inviértalos como haga falta —dijo Miles—. Y saque a la Triumph de la casa de empeños. Necesitamos poder marcharnos en cualquier momento sin tener que discutir con la Armada Solar si se trata o no de un robo. Ejem… ¿sería capaz de crear una orden de crédito, en dinero contante o como sea, en fondos galácticos, que no pueda ser relacionada en modo alguno con nosotros?

Los ojos de ella se iluminaron.

—Un desafío interesante, señor. ¿Tiene algo que ver con nuestro inminente contrato?

—Seguridad, teniente —respondió Miles suavemente—. No puedo discutirlo ni siquiera con usted.

—Seguridad —ella hizo una mueca— no oculta tanto a Contabilidad como cree.

—Quizá debería unir ambos departamentos. ¿No? —sonrió ante su aterrorizada mirada—. Bueno, tal vez no.

—¿A nombre de quién debe ir la orden?

—Al portador.

Ella alzó las cejas.

—Muy bien, señor. ¿Cuánto?

Miles vaciló.

—Medio millón de marcos. Sea cuanto fuere eso en créditos locales.

—Medio millón de marcos —advirtió ella cortante— no es poca cosa.

—Siempre que sea en efectivo.

—Haré lo que pueda, señor.

Permaneció a solas en su camarote cuando ella se marchó, con el ceño profundamente fruncido. La situación estaba clara. No cabía esperar que Galen iniciara el contacto a menos que tuviera alguna forma, por no mencionar algún motivo, para controlar la situación o darles una sorpresa. Dejar que Galen planificara sus movimientos parecía fatal, y a Miles no le molestaba la idea de esperar hasta que escogiera el momento de sorprenderlo. Con todo, lanzar una finta para crear una figura quizá fuese mejor que no hacer ningún movimiento en absoluto, a la vista del poco tiempo disponible. Líbrate de la maldita desventaja defensiva, actúa en lugar de reaccionar… Una gran decisión, pero con el pequeño defecto de que, hasta que localizaran a Galen, Miles no tenía ningún objeto sobre el que actuar. Gruñó lleno de frustración y se fue agotado a la cama.

Despertó por su cuenta en la oscuridad del camarote unas doce horas más tarde, según comprobó por los brillantes dígitos del reloj de pared, y permaneció acostado un rato regocijándose en la notable sensación de haber conseguido dormir por fin lo suficiente. El cuerpo le sugería, con la pesada lentitud de sus miembros, que dormir más no habría estado mal, cuando sonó la comuconsola de la cabina. Salvado del pecado de la pereza, se levantó de la cama y la atendió.

Apareció la cara de uno de los oficiales de comunicaciones de la Triumph.

—Señor. Una llamada por tensorrayo de la embajada de Barrayar, allá en Londres. Preguntan personalmente por usted, codificado.

Miles confió en que aquello no fuera literalmente cierto. No podía ser Ivan. Habría llamado por el comunicador privado. Tenía que ser un comunicado oficial.

—Descodifíquelo y páselo aquí, entonces.

—¿Debo grabarlo?

—Ah… no.

¿Habrían llegado ya las nuevas órdenes del cuartel general para los dendarii? Miles maldijo en silencio. Si se veían forzados a salir de la órbita antes de que su gente encontrara a Galen y Mark…

Sobre la placa vid apareció el rostro de Destang.

—«Almirante Naismith.» —Miles captó las comillas alrededor de su nombre—. ¿Estamos solos?

—Por completo, señor.

La cara de Destang se relajó un poco.

—Muy bien. Tengo una orden para usted… teniente Vorkosigan. Debe permanecer a bordo de su nave en órbita hasta que yo, personalmente, le llame de nuevo y le notifique lo contrario.

—¿Por qué, señor? —dijo Miles, aunque lo suponía demasiado bien.

—Para mi tranquilidad. Cuando una sencilla precaución puede impedir la más leve posibilidad de accidente, es una tontería no tomarla. ¿Comprende?

—Por completo, señor.

—Muy bien. Eso es todo. Destang fuera.

La cara del comodoro se disolvió en el aire.

Miles maldijo en voz alta, con sentimiento. La «precaución» de Destang sólo podía significar que sus matones habían localizado ya a Mark, antes que los dendarii… y se disponían a matarlo. ¿Con qué rapidez? ¿Quedaba aún alguna oportunidad?

Miles se puso los pantalones grises, colgados cerca, y sacó del bolsillo el comunicador. Lo pulsó.

—¿Ivan? —dijo en voz baja—. ¿Estás ahí?

—¿Miles? —no era la voz de Ivan, sino de Galeni.

—¿Capitán Galeni? Encontré la otra mitad del comunicador… ah, ¿está usted solo?

—De momento —la voz de Galeni era seca; daba a entender con el tono su opinión sobre la historia del comunicador perdido y quienes la inventaron—. ¿Por qué?

—¿Cómo ha encontrado el comunicador?

—Su primo me lo entregó justo antes de marcharse a cumplir con sus deberes.

—¿Se marchó adónde? ¿Qué deberes?

¿Habían reclutado a Ivan para la caza del hombre? Si así era, Miles le retorcería el cuello por no informarle sobre los procedimientos justo cuando le habría venido mejor. ¡Idiota fanfarrón! Si al menos…

—Está escoltando a la señora del embajador en la Exposición Botánica Mundial y Muestra de Flores Ornamentales del Salón Horticultor de la Universidad de Londres. Va todos los años, para contentar a la jet-set local. Hay que admitir que también le interesa el tema.

Miles alzó un poco la voz.

—¿En mitad de una crisis de seguridad envió usted a Ivan a un espectáculo floral?

—Yo no. El comodoro Destang. Creo que… consideró que Ivan era el más prescindible. No le cae bien Ivan.

—¿Y usted?

—Yo tampoco le caigo bien.

—No, quiero decir que qué va a hacer usted. ¿Está relacionado directamente con… la actual operación?

—Lo dudo.

—Ah. Me alegro. Tenía un poco de miedo de que a alguien se le hubieran cruzado los cables y le hubiera requerido a usted como prueba de lealtad o alguna tontería por el estilo.

—El comodoro Destang no es un sádico ni un loco. —Galeni hizo una pausa—. Sin embargo, es cuidadoso. Estoy confinado en mis habitaciones.

—No tiene acceso directo a la operación, entonces. No sabe dónde están, ni a qué distancia, ni cuándo planean… actuar.

La voz de Galeni fue cuidadosamente neutral, no ofrecía ni negaba ayuda.

—Más bien no.

—Mm. Acaba de confinarme también en mis habitaciones. Creo que ha conseguido algún avance y las cosas están en marcha.

Hubo un breve silencio. Las palabras de Galeni surgieron en un suspiro.

—Lamento oír eso… —su voz se quebró—. ¡Es tan condenadamente inútil! La mano muerta del pasado sigue sacudiendo los hilos galvanizados y nosotros, pobres marionetas, bailamos… Nadie sale beneficiado: ni nosotros, ni él, ni Komarr…

—Si contactara con su padre… —empezó a decir Miles.

—Sería inútil. Luchará, y seguirá luchando.

—Pero ahora no tiene nada. Destruirá su última oportunidad. Es un viejo, está cansado… quizás esté dispuesto a cambiar, a rendirse por fin —argumentó Miles.

—Ojalá… no. No va a renunciar. Por encima de su propia vida debe demostrar que tiene razón. Tener razón lo redime de todos sus crímenes. Haber hecho todo lo que él ha hecho y estar equivocado… ¡insoportable!

—Ya veo. Bien, me pondré en contacto de nuevo con usted si… tengo algo útil que decir. No tiene sentido entregar el enlace comunicador hasta que reúna las dos mitades, ¿eh?

—Como desee —el tono de voz de Galeni no estaba precisamente cargado de esperanza.

Miles cortó la comunicación.

Llamó a Thorne, que no informó de ningún progreso visible.

—Mientras tanto —dijo Miles—, aquí tienes otra indicación. Es una lástima. El equipo de Barrayar, evidentemente, ha localizado a nuestro objetivo hace una hora o cosa así.

—¡Ja! Tal vez si los seguimos nos guíen hasta Galen.

—Me temo que no. Tenemos que adelantarlos, no pisarles los talones. Su caza es letal.

—Armados y peligrosos, ¿eh? Transmitiré la noticia. —Thorne silbó, pensativo—. Su compañero de cuna es bastante popular.

Miles se lavó, se vistió, comió, se preparó: el cuchillo en la bota, escáneres, aturdidores en la canana y ocultos, enlaces de comunicación, una amplia gama de herramientas y juguetes que pasaban por los puestos de seguridad del espaciopuerto de Londres. Distaba mucho de ser equipo de combate, ay, aunque su chaqueta casi tintineaba cuando caminaba. Llamó al oficial de guardia, se aseguró de que cargaran combustible en una lanzadera personal con el piloto preparado. Esperó impaciente.

¿Qué pretendía Galen? Si no estaba huyendo… El hecho de que el equipo de seguridad barrayarés casi lo hubiera localizado sugería que aún estaba cerca por algún motivo. ¿Por qué? ¿Mera venganza? ¿Algo más arcano? ¿Era el análisis que Miles había hecho de él demasiado simple, demasiado sutil? ¿Qué se le había pasado por alto? ¿Qué quedaba en la vida para el hombre que tenía que tener razón?

La comuconsola trinó.

Miles recitó una pequeña plegaria silenciosa: «Que sea algún avance, alguna pista, algo…»

Apareció la cara del oficial de comunicaciones.

—Señor, tengo una llamada desde la red comercial de comuconsolas de abajo. Un hombre que se niega a identificarse dice que quiere usted hablar con él.

Miles se enderezó de un salto.

—Localice la llamada y pase una copia al capitán Thorne de Inteligencia. Pásemela.

—¿Quiere visual o sólo audio?

—Ambas cosas.

La cara del oficial se desvaneció y apareció la de otro hombre, lo que produjo una inquietante ilusión de transmutación.

—¿Vorkosigan? —dijo Galen.

—¿Sí?

—No me repetiré —Galen hablaba bajo y rápido—. Me importa un comino si están grabando o localizando la llamada. Es irrelevante. Se reunirá usted conmigo dentro de setenta minutos exactamente. Vendrá a la Barrera del Támesis, entre la Torre Seis y la Siete. Caminará por el paseo hasta el farallón más bajo. Solo. Entonces hablaremos. Si incumple alguna condición, simplemente no estaremos allí cuando llegue. E Ivan Vorpatril morirá a las 02.07.

—Ustedes son dos. Debo ir acompañado —empezó a decir Miles. «¿Ivan?»

—¿Su bonita guardaespaldas? Muy bien. Dos.

El vid se quedó en blanco.

—No…

Silencio.

Miles llamó a Thorne.

—¿Lo has localizado, Bel?

—Claro que sí. Qué amenazador. ¿Quién es Ivan?

—Una persona muy importante. ¿Desde dónde se efectuó la llamada?

—Desde un nexo-tubo, comuconsola pública. Tengo a un hombre de camino, tardará sólo seis minutos en llegar allí. Desgraciadamente…

—Lo sé. Seis minutos producen un radio de búsqueda de varios millones de personas. Creo que le seguiremos el juego. Hasta cierto punto. Pon una patrulla aérea sobre la Barrera, suministra un plan de vuelo para mi lanzadera, que un coche aéreo y un conductor dendarii y un guardia la esperen. Dile a Bone que quiero ahora ese crédito. Dile a Quinn que se reúna conmigo ante la compuerta de la lanzadera, y que traiga un par de escáneres médicos. Y permanece a la espera. Quiero comprobar algo.

Inspiró profundamente y abrió el enlace comunicador.

—¿Galeni?

Una pausa.

—¿Sí?

—¿Sigue aún confinado en sus habitaciones?

—Sí.

—Necesito una información urgente. ¿Dónde está de verdad Ivan?

—Por lo que sé, sigue aún en…

—Compruébelo. Compruébelo rápido.

Hubo una larga, larguísima pausa, que Miles aprovechó para comprobar meramente el armamento, encontrar a la teniente Bone y dirigirse hacia la lanzadera. Quinn estaba ya esperando, muerta de curiosidad.

—¿Qué pasa ahora?

—Hemos descubierto algo. Más o menos. Galen quiere una reunión, pero…

—¿Miles? —dijo por fin la voz de Galeni. Sonaba bastante forzada.

—Hola.

—El soldado que enviamos como conductor y guardia ha llamado hace unos diez minutos. Sustituyó a Ivan, que escoltaba a milady, mientras éste iba a hacer un pis. Cuando transcurrieron veinte minutos sin que volviera, el conductor fue a buscarlo. Se pasó treinta minutos… el Salón de Horticultura es enorme, y esta noche estaba repleto de gente… Luego nos informó. ¿Cómo lo sabía usted?

—Creo que lo pillé por el otro extremo. ¿Reconoce el estilo de alguien?

Galeni maldijo.

—Cierto. Mire. No me importa cómo lo haga, pero quiero que se reúna conmigo dentro de cincuenta minutos en la Barrera del Támesis, Sección Seis. Lleve al menos un aturdidor, y lárguese preferiblemente sin alertar a Destang. Tenemos una cita con su padre y mi hermano.

—Si Ivan está en su poder…

—Si no tuviera alguna carta, no vendría a jugar. Nos queda una última oportunidad de que salga bien. No es gran cosa, pero es lo que nos queda. ¿Está conmigo?

Una leve pausa.

—Sí —el tono era decidido.

—Nos veremos allí.

Tras guardarse el comunicador en el bolsillo, Miles se volvió hacia Elli.

—Ahora, en marcha.

Entraron en la lanzadera. Por una vez, Miles no puso ninguna pega a la costumbre de Ptarmigan de hacer todos los descensos a velocidad de combate.

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