XXV

Rand había dicho «Le veré más tarde», cuando se había despedido de Blaine y entrado en el transo. Sus palabras tenían el sonido cordial y amistoso de una persona contenta y confiada y realmente había tenido razón para conducirse de aquella forma, si como parecía evidente había planeado todo aquello calculada y fríamente. Había sabido exactamente qué debería ocurrir y había dispuesto la forma más diabólica de atrapar a un hombre que ya le había proporcionado bastantes preocupaciones.

Blaine continuaba por el suelo, agarrotado, incapacitado de moverse y prisionero de la bella y endiablada piel, como por la más fuerte camisa de fuerza, excepto el hecho de que no era tal. Era más bien una de aquellas fantásticas conquistas y descubrimientos misteriosos del Anzuelo, para tal propósito. Blaine rebuscó en su memoria y no encontró nada parecido, nada que pudiese comparar a aquella cosa en forma de vida parásita que por tiempo indefinido pudiese actuar en semejante forma, parecido a una camisa de fuerza y que despertase a la vida, en cuanto entraba en contacto con un cuerpo cálido y viviente. Aquello podía tener también después un ulterior y trágico desenlace, seguramente, al cambiar de acción. Era inútil, comprendió Blaine, luchar para desasirse de la garra tremenda de la hermosa piel, ya que a cada movimiento que hacía en tal sentido, la sentía más y más fuertemente ligada a su cuerpo. Se rebuscó en su mente una pista o una clave de aquel misterio, y en el acto, con su poderosa mente paranormal, la creyó hallar: era un planeta brumoso y extraño, con una vegetación enmarañada y residentes fantásticos que en él pululaban, se movían y luchaban. Era un lugar de horror, visto a través de las brumas de su memoria; pero la cosa más espantosa acerca de aquel mundo lejano del espacio, fue la de no tener la suficiente memoria del mismo. No había estado nunca allá, y nunca había hablado tampoco a quien hubiera estado, aunque tenía algunas nociones recogidas del dimensino. En una sesión pasada hacía tiempo, en unas horas aburridas de asueto, y que se hallaban enterradas dentro de lo más profundo de su mente, y que no había sospechado hasta aquel preciso instante.

La imagen creció más clara y más brillante, como si en algún lugar de su mente alguien dispusiera un juego de lentes que le permitiera reconocer mejor todo aquello, y apreciase en mejores detalles lo concerniente a la caótica vida de aquella jungla hirviente, en tan misterioso y alejado planeta. Era algo horrendo y repulsivo, habiendo por todas partes una estudiada ferocidad en todas las formas de vida allí existentes, la crueldad de lo desconocido e insospechado, impulsado todo ello por los primitivos instintos del hambre y del odio. Blaine se quedó paralizado por la visión de horror de aquel mundo, ya que le parecía estar viviéndolo en aquel momento presente, como si parte de él estuviese allí precisamente junto a él en la chimenea, mientras la otra parte permaneciese en toda su realidad, dentro de la temible jungla original de su mundo de partida.

Le pareció oír un ruido, o su otra parte mental pareció haberlo oído, y aquella otra parte de él mismo miró hacia arriba en lo que parecía ser un gran árbol, aunque parecía demasiado enmarañado, demasiado retorcido para ser un árbol, y allí estaba aquella piel, colgando de una rama brillando con el resplandeciente fulgor del polvo de diamantes, lanzando destellos en su piel y a punto de lanzarse sobre él.

Gritó horrorizado o creyó hacerlo y el planeta y sus horribles criaturas se desvanecieron de su mente, como si una mano dentro de su cerebro hubiese girado las lentes fuera del foco adecuado. Y se encontró nuevamente sobre el suelo en que yacía inmóvil, en aquella factoría del Puesto Comercial, junto al fuego y con el transo en la esquina. La puerta que daba al exterior se movió lentamente y momentos después apareció ante su vista la corpulenta y siniestra figura de Grant, que le miraba desde arriba satisfecho y maligno.

—Señor Blaine, señor Blaine — dijo suavemente —. ¿Está usted despierto?

Blaine no respondió.

—Tiene usted los ojos abiertos, señor Blaine. ¿Le ocurre algo fuera de lo normal?

—Nada. Estaba pensando, sencillamente.

—¿Buenos pensamientos, señor?

—Muy buenos, ciertamente.

Grant se adelantó lentamente con pasos de tigre, acolchados, y se aproximó a la mesa, de la que tomó la botella. Se tomó un trago largo tranquilamente. Después la dejó a un lado.

—Señor Blaine, ¿por qué no intenta usted levantarse? Podríamos sentarnos aquí tranquilamente, tomarnos un trago y charlar amistosamente. Tengo pocas oportunidades de hablar con la gente. Vienen por aquí y compran, desde luego, pero apenas me hablan sino lo indispensable.

—No, gracias — repuso Blaine — Me encuentro realmente muy bien así.

Grant se sentó en una de las sillas que había junto al fuego de la chimenea.

—Ha sido una vergüenza que no haya querido usted volver al Anzuelo — comentó Grant, como la cosa más natural —. Podría usted haber vuelto con el señor Rand, el Anzuelo es uno de los lugares más hermosos del mundo.

—Oh, sí, tiene usted mucha razón — contestó Blaine, respondiéndole automáticamente, sin prestarle atención.

Porque en aquel momento Blaine había adquirido el pleno conocimiento del lugar en que debía situar la imagen atisbada momentos antes del planeta extraño en que había visto una piel idéntica a la de la fantástica criatura que le tenía prisionero. La información la había tomado del Color de Rosa que llevaba íntimamente anidada en su mente, formando una parte de él. Entonces lo vio claro, él no había visitado nunca aquel planeta, pero el Color de Rosa sí. Y entonces ya no funcionó la memoria, sino la mágica fotografía verdadera del lugar exacto de aquel mundo lejano. Y apareció en su mente un archivo completo de datos relativos acerca del planeta y de sus formas de vida. No obstante, se hallaban un tanto desordenados, sin clasificar, como si aún le costara trabajo poner en justo orden.

Grant se echó hacia atrás en la silla, con aire burlón. Se aproximó a la fantástica piel y tamborileó los dedos contra ella.

—Y bien, señor Blaine, ¿qué tal le va en este momento? —Podré decírselo cuando me deje las manos libres.

Grant se aproximó a la mesa haciendo un exagerado gesto al aproximarse al cuerpo caído de Blaine tomando la botella y otro trago.

—No querrá usted poner las manos sobre mí — dijo —, porque dentro de un minuto voy a enviarle tal y como está al Anzuelo a través del transo.

Se volvió a echar otro trago al cuerpo con la misma botella que dejó sobre la mesa.

—No sé lo que habrá usted hecho — continuó Grant — ni sé para qué le quieren, lo único que sé es que tengo que cumplir las órdenes que me han dado.

Levantó la botella; pero a medio camino lo pensó mejor. La volvió a dejar y se dirigió resueltamente sobre Blaine.

Y entonces se produjo otra vivida imagen de otro planeta, donde había una cosa que caminaba a lo largo de un camino. Aquella cosa era algo que Blaine no había visto jamás. Aquello era algo parecido a un cáctus viviente que se movía como una criatura dotada de movimiento propio; pero no era un cáctus exactamente y resultaba dudoso también que se tratara de un vegetal. Pero ni la criatura ni el camino eran demasiado significativos. Lo que sí lo era aparecía tras los talones mismos de la criatura que se movía a lo largo de aquella especie de camino, y eran precisamente una media docena de aquellas pieles brillantes y llenas de vida «Perros cazadores» — pensó Blaine —. Aquella criatura debería ser una especie de cazador y las pieles que le seguían fielmente, sus perros acompañantes. O bien debería ser un trampeador y las pieles sus trampas o señuelos. Pieles animadas, domesticadas, para hacer tal servicio y quizá procedentes de otro planeta, quizá recogidas por un viajero del espacio y que hubieran sobrevivido a las radiaciones estelares y traídas a aquel planeta con algún propósito de interés determinado. «Quizá, Blaine pensó a marcha rápida con su fantástica mente, habría sido de aquel planeta de donde había sido traída la piel que le apretaba como una camisa de fuerza, por haber sido encontrada por los del Anzuelo». Había algo más martilleándole el cerebro, una especie de frase, quizá una expresión hablada propia del lenguaje del cáctus viviente. Eran unas palabras difíciles de articular en un lenguaje bárbaro en el que era preciso retorcer materialmente la lengua para su pronunciación y que, desde luego, no tenía el menor sentido; pero mientras Grant se disponía a ponerle las manos encima para levantarle, Blaine disparó repentinamente la extrahumana expresión con toda su fuerza.

Y al terminar de hacerlo, la piel se relajó totalmente, dejándole en libertad. Ya no le oprimía en absoluto. Blaine rodó, con un poderoso retorcimiento del cuerpo, por el suelo y dirigió sus piernas en un golpe potente contra el hombre que estaba agachado contra él. Grant se tambaleó y salió despedido y acabó cayendo de cara contra el suelo, con un rugido de rabia. Blaine, con las manos y los pies libres, se arrastró unos metros yendo a incorporarse más allá de la mesa. Grant se levantó y acometió a Blaine; pero éste le disparó un puñetazo salvaje que le reventó la nariz, que empezó a gotearle sangre. Se tambaleó nuevamente; pero se rehizo y atacó nuevamente con los brazos abiertos como un oso enfurecido y con el rostro contraído con una expresión de rabia y de miedo, el miedo de un hombre que se había sabido liberar del abrazo fatídico de la piel extrahumana y el de perder su empleo, habiendo fracasado en su cometido con el Anzuelo. Se lanzó sobre Blaine con su enorme estatura y sus poderosos brazos, acosado por la desesperación que le hacía doblemente peligroso.

Blaine le esquivó de lado; pero una de las manos de Grant, como una garra, le sujetó por el hombro, cogiéndole por la camisa El zarpazo hizo que Blaine perdiera momentáneamente el equilibrio y en seguida el tejido se rajó de arriba a abajo, quedando en manos de Grant una larga tira de la camisa. Grant volvió nuevamente a la carga como un toro furioso, surgiendo un alarido salvaje de su garganta. Blaine, con los pies bien sujetos al suelo, le lanzó los puños con rápida precisión, alcanzándole de lleno en el pecho y en la cabeza y haciendo que el factor cayera tumbado como un fardo sobre el duro suelo. Blaine se tiró sobre él, lanzándole un puñetazo tras otro, en un duro castigo, y una de las veces le asestó un terrible puñetazo que alcanzó a Grant en el antebrazo, que le dejó fuera de combate. Grant acabó cayendo definitivamente de espaldas rugiendo y barbotando maldiciones, medio inconsciente.

No era la cólera lo que hacía a Blaine actuar así, aunque se hallaba rabioso por la lucha y por la maldad inicua de aquel individuo al servicio del odioso Anzuelo, y no sentía miedo, ni confianza, sino la llana y simple lógica de que aquel camino emprendido era su única oportunidad, y que tenía o que acabar con aquel individuo que tenía frente a sí o sería acabado por su enemigo. Una vez conseguido aquel golpe afortunado, Blaine no le permitió rehacerse más. Le descargó un mazazo tras otro, mientras que tras la primera inconsciencia del hombretón del Puesto Comercial, comenzó nuevamente a defenderse con uñas y dientes como una fiera acorralada. Deliberadamente y sin misericordia alguna,Blaine le apuntó a la barbilla. El puñetazo fue algo monstruoso y la cabeza de Grant rebotó en el suelo con un ruido sordo. Aquello le dejó definitivamente fuera de combate. Rodó sobre sí mismo como un gigante desarticulado. Blaine dejó caer los brazos sintiendo el dolor de los nudillos y el punzante malestar de sus fatigados músculos.

Una sorpresa recorrió su mente, al comprender que hubiera sido capaz de realizar algo que le hubiera parecido imposible y de que él, con sus dos puños, hubiera podido abatir a aquel terrible bruto convirtiéndole en un enorme monigote ensangrentado. Comprendió que aquello no podía deberse a ninguna suerte, sino a la maravillosa y secreta información oculta en su cerebro que le había suministrado aquella criatura que vivía en su brillante estancia azul a cinco mil años-luz de distancia, al Color de Rosa, su medio otro yo. La frase había sido una orden que tenía el poder inmediato de hacer cesar a la piel soltar sus garras sobre lo que tuviera aprisionado. Sin duda, en alguna ocasión, en sus interminables vagabundeos por el espacio cósmico, el Color de Rosa había debido obtener toda la información concerniente al pueblo cactoide, y en el momento de máxima urgencia tales conocimientos habían pasado a formar parte de su propia mente, salvándole de una situación mortal de necesidad. Blaine se incorporó definitivamente comprendiendo que Grant no se movía y permanecía totalmente abatido.

«¿Qué haría entonces?» — se preguntó Blaine. Marcharse de allí, por supuesto, y tan rápidamente como le fuera posible. De no hacerlo así, muy rápidamente alguien del Anzuelo vendría en su busca a través del transo, al sospechar algo anormal por la falta de la llegada del prisionero. «Por tanto, tendría que huir nuevamente», pensó Blaine con amargura renovada. Correr y huir era la cosa que sabía hacer realmente bien hasta entonces. Estaba ya huyendo desde haría semanas y parecía que tal huida no iba nunca a tener fin.

Algún día debería detenerse en tal fuga. Tendría necesariamente que hacerlo en alguna parte, rehacer su vida y recobrar su propia estimación. Pero aquella ocasión no había llegado todavía para él. Aquella noche volvería a huir de nuevo; pero entonces huiría con un propósito definido. Entonces ya tenía algo por qué correr. Se dirigió hacia la botella que había sobre la mesa y la roció sobre la piel, que continuaba extendida sobre el suelo. Y después, de un puntapié furioso, la lanzó sobre los restos del fuego que aún ardía en la chimenea. Con el resto del licor en la mano, se dirigió hacia los géneros apilados en el almacén. Encontró unas balas de artículos fibrosos secos y muy combustibles. Acabó de rociar el contenido alcohólico de la botella sobre ellos y tiró la botella vacía a un rincón de la estancia.

Se volvió a la chimenea, levantó la rejilla y con una pala que encontró próxima al hogar sacó unos cuantos trozos encendidos de madera del fuego. Dejó caer los trozos ardientes de madera sobre aquellos géneros secos empapados en el licor y tirando la pala se dirigió al exterior. Las llamas surgieron inmediatamente envolviendo aquellas balas de fibras. Se extendieron rápidamente y comenzaron a cobrar fuerza. En cinco minutos más, aquello ardería en llamas por los cuatro costados. Todo el almacén sería un infierno y nada podría detenerlo El transo se reduciría a cenizas con todo ello y el rastro para el Anzuelo quedaría cerrado y perdido Se inclinó y agarró a Grant por el cuello de la camisa, arrastrándolo hacia la puerta, que abrió, tirándolo en el patio a unos treinta pies de distancia del edificio. Grant comenzó nuevamente a gruñir y a tratar da incorporarse sobre manos y pies; pero cayó sin sentido sobre el suelo nuevamente. Blaine se inclinó de nuevo y le arrastró a otros diez pies de distancia y comprendió que no tendría que golpearle más, ya estaba bien batido.

Blaine se encaminó por la larga avenida del pueblo y se detuvo un minuto esperando. Las ventanas del Puesto ya se hallaban llenas con el rugiente fuego de las llamas. Blaine le volvió la espalda y continuó andando avenida adelante.

«Y entonces, se dijo Blaine para si mismo, era una espléndida ocasión para enfrentarse personalmente con Finn». Dentro de pocos minutos la población estaría revuelta con el incendio del Puesto Comercial y la policía demasiado ocupada para molestar a un hombre que estuviera en la calle por la violación del toque de queda.

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