Encontrándose ausentes Magla y Salima para toda la mañana, Romanda disponía de la parcheada tienda marrón para ella sola, una dichosa oportunidad para leer, aunque las dos lámparas de latón descabaladas que había sobre la mesita soltaban un tufillo a aceite rancio que hacía que encogiera la nariz. En la actualidad había que acostumbrarse a ese tipo de cosas. Habría quienes considerarían inapropiada para alguien de sus conocimientos y su posición la lectura de La llama, la espada y el corazón —de niña en Far Madding le habían prohibido libros semejantes— pero resultaba un cambio agradable de las áridas historias e informes aterradores de los víveres que se estropeaban y se pudrían. Había visto un costillar de vaca conservarse durante meses tan fresco como el día que se había sacrificado al animal, pero ahora los tejidos de Conservación iban fallando uno tras otro. Algunas empezaban a murmurar que debía de haber un fallo en la creación de Egwene, pero eso era un puro disparate. Si un tejido funcionaba una vez, entonces, ejecutado debidamente, funcionaba siempre, salvo si algo desestabilizaba el tejido, y los tejidos nuevos de Egwene siempre funcionaban como se afirmaba que lo harían. Eso al menos había que reconocérselo. Y por mucho que lo intentaran, y lo habían intentado a fondo, no se había detectado interferencia alguna. Era como si el propio saidar estuviera fallando. Era inconcebible. E innegable. ¡Lo peor era que a nadie se le ocurría una solución! A ella, desde luego, no. Un breve interludio con historias de amoríos y aventuras era preferible, con mucho, a reflexionar sobre la total futilidad y el fracaso de lo que era por su propia naturaleza infalible.
La novicia que arreglaba la tienda tuvo el sentido común de no comentar nada sobre lo que leía ni mirar más que de pasada el libro de tapas de madera. Bodewhin Cauthon era muy bonita, pero también era una chica muy inteligente, si bien tenía algo de su hermano en los ojos y bastante más dentro de la cabeza de lo que se mostraba dispuesta a admitir. A buen seguro ya estaba metida de lleno en el camino hacia el Verde o quizás el Azul. La chica quería vivir aventuras, no leerlas sólo, como si la vida de una Aes Sedai no la condujera a más aventuras de las que habría querido sin necesidad de buscarlas. Romanda no lamentaba la elección de la chica. El Amarillo tendría dónde elegir de sobra entre novicias más adecuadas. No había nada que hablar respecto a aceptar a cualquiera de las mujeres mayores, naturalmente, pero aun así quedaba mucho donde elegir. Intentó centrarse en la página. Le encantaba la historia de Birgitte y Gaidal Cain.
La tienda no era precisamente grande y estaba bastante abarrotada de cosas. Había tres catres de lona cuya dureza apenas aliviaba el fino colchón relleno de lana apelmazada, tres sillas con respaldo de listones fabricadas por diferentes manos, un palanganero desvencijado con un espejo roto y un cántaro azul desportillado puesto dentro de una palangana blanca, y, junto a la mesa —que se equilibraba con una cuña de madera debajo de una pata—, arcones reforzados con tiras de latón para guardar ropas, posesiones personales y mudas de cama. Como Asentada podría haber tenido la tienda para ella sola, pero prefería no perder de vista a Magla y a Salima. Sólo porque todas apoyaran al Amarillo no era razón para fiarse demasiado. Se suponía que Magla era su aliada en la Antecámara y sin embargo iba a su aire demasiado a menudo, mientras que Salima rara vez hacía otra cosa. Pero ello acarreaba incomodidades aparte de estar apretujadas. Bodewhin tenía muchísimo trabajo, sobre todo para recoger los vestidos y escarpines que Salima dejaba tirados por las desgastadas alfombras después de decidir que no le apetecía ponérselos. Esa mujer era tan frívola que parecía una Verde. ¡Repasaba todo su guardarropa cada mañana! Seguramente pensaba que Romanda pondría a su criada a ordenar —actuaba como si creyera que Aelmara estaba a su servicio también, además del de Romanda—, pero Aelmara había servido a Romanda durante años antes de retirarse, aparte de ayudarla a escapar de Far Madding después de un pequeño malentendido, poco tiempo después. Ni por lo más remoto pensaba pedirle a Aelmara que cuidara también de otra hermana.
Miró el libro, ceñuda, sin ver realmente una sola palabra. ¿Por qué, en nombre de la Luz, Magla había insistido en Salima, allá en Salidar? En realidad, Magla había barajado varios nombres, a cuál más ridículo que el anterior, pero se había decidido por Salima una vez que hubo llegado a la conclusión de que la regordeta teariana tenía más posibilidades de que se la nombrara para ocupar un asiento en la Antecámara. Romanda había volcado su apoyo en Dagdara, una candidata mucho más adecuada, aparte de que la consideraba fácil de influenciar para que se inclinara a uno u otro lado sin demasiadas dificultades; sin embargo ella misma había buscado alcanzar un asiento, mientras que Magla ya lo ocupaba. Eso tenía peso, sin importar que Romanda hubiera ocupado uno anteriormente durante más tiempo que cualquier otra que se recordara. Bueno, estaba hecho, y no había más que hablar. Lo que no se podía curar, se tenía que aguantar, como rezaba el dicho.
Nisao se agachó y entró en la tienda, envuelta en el brillo del saidar, aunque éste se apagó nada más acceder al interior. En el breve instante que tardó en caer el faldón de la tienda, Sarin, su calvo y cachigordo Guardián, estuvo a la vista, con una mano posada sobre la empuñadura de la espada y la cabeza girando de un lado a otro, en alerta de forma patente.
—¿Puedo hablar contigo a solas? —preguntó la diminuta hermana.
Tan baja que hacía que Sarin pareciera alto, a Romanda siempre le recordaba un gorrión de grandes ojos. Sin embargo, no había nada de pequeño en su capacidad de observación ni en su intelecto. Había sido la elección natural para el consejo de Ajahs creado a fin de no perder de vista a Egwene, y desde luego no era culpa suya que ese consejo hubiera tenido un efecto poco o nada restrictivo sobre la mujer.
—Por supuesto, Nisao. —Romanda cerró el libro con aire despreocupado y se incorporó para meterlo debajo del cojín con borlones amarillos que tenía la silla. No le interesaba que corriera la voz de que estaba leyendo eso—. Debe de ser casi la hora de que empiece tu siguiente clase, Bodewhin. No querrás llegar tarde.
—¡Oh, no, Aes Sedai! A Sharina le molestaría mucho. —Tras extender la blanca falda en una profunda reverencia, la novicia salió corriendo de la tienda.
Romanda apretó los labios. De modo que a Sharina le molestaría. Esa mujer simbolizaba la gran equivocación que era permitir entrar en las filas de novicias a las que sobrepasaban los dieciocho años. Su potencial era realmente increíble, pero eso no venía al caso. Sharina Melloy era una alteración. Pero ¿cómo librarse de ella? De ella y de las otras mujeres demasiado mayores para que se anotaran sus nombres en el libro de novicias, para empezar. Las disposiciones para quitar del libro a una mujer una vez que estaba en él eran muy limitadas. Por desgracia, con el paso de los años se había descubierto que algunas mujeres mentían sobre su edad para conseguir entrar en la Torre. Por pocos años de diferencia, en la mayoría de los casos, pero dejarlas seguir había sentado precedente. Y Egwene al’Vere había sentado otro, y peor. Tenía que haber un modo de anular aquello.
—¿Puedo poner una salvaguarda? —preguntó Nisao.
—Si quieres… ¿Te has enterado de algo sobre las negociaciones?
A pesar de la captura de Egwene, se seguía hablando en el pabellón situado al pie del puente de Darein. O, más bien, se mantenía un simulacro de conversaciones. Era una farsa, una estúpida muestra de obstinación, pero necesaria para no perder de vista las negociaciones. Varilin se había apropiado de la mayor parte de esa labor alegando prerrogativas del Ajah Gris, pero Magla había encontrado formas de introducirse en los temas siempre que podía, al igual que Saroiya, Takima y Faiselle. Peor que el hecho de que a veces ninguna de ellas pareciera confiar en las demás para llevar las negociaciones —o nada en absoluto, dicho fuera de paso— era que casi daba la impresión de que todas estuvieran negociando por Elaida. Bueno, tal vez eso no fuera tan malo. Se mantenían firmes en cuanto a la absurda proclamación de la mujer de que el Ajah Azul estuviera disuelto y defendían, aunque ni de lejos con la suficiente firmeza, la destitución de Elaida, pero si ella —y Lelaine, no tenía más remedio que admitir— no se ponían bien firmes, podrían muy bien acceder a algunas de las otras condiciones detestables de Elaida. ¡Luz, a veces era como si hubiesen olvidado el verdadero propósito de la marcha a Tar Valon!
—Sírvenos té —continuó mientras señalaba una bandeja de madera pintada que había encima de dos arcones, y en la que se veían una tetera de plata y varias tazas abolladas de peltre—, y cuéntame lo que has oído.
El brillo envolvió fugazmente a Nisao mientras protegía la tienda con la salvaguardia y ataba el tejido.
—No sé nada sobre las negociaciones —empezó mientras llenaba dos tazas—. Quiero pedirte que hables con Lelaine.
Romanda tomó la taza que le tendía y sorbió lentamente para darse tiempo para pensar. Al menos el té no se había estropeado todavía. ¿Lelaine? ¿Qué podía pasar con Lelaine para que hiciera falta la salvaguardia? Con todo, cualquier cosa que le diera ventaja sobre la otra mujer sería útil. Últimamente Lelaine parecía demasiado pagada de sí misma para que no se sintiera incómoda. Rebulló sobre el cojín de la silla.
—¿Respecto a qué? ¿Por qué no hablas tú misma con ella? No hemos caído tan bajo como parece haber ocurrido con la Torre Blanca al mando de Elaida.
—He hablado con ella. O, más bien, ella ha hablado conmigo, y muy enérgicamente. —Nisao se sentó y dejó la taza en la mesa para arreglar los vuelos de la falda con cuchilladas amarillas poniendo un cuidado excesivo. Un ligero ceño se le marcaba en el entrecejo. También ella parecía querer darse tiempo—. Lelaine exigió que dejara de hacer preguntas sobre Anaiya y Kairen —dijo finalmente—. Según ella, esos asesinatos le competen al Ajah Azul.
Romanda resopló con desdén y rebulló de nuevo. Las tapas de madera del libro eran un bulto duro debajo de las posaderas, y las esquinas se le clavaban.
—Eso es un despropósito. Pero ¿por qué estabas haciendo preguntas? No recuerdo que hayas tenido curiosidad por esos asuntos.
La otra mujer se llevó la copa a los labios, pero si bebió sólo fue un mínimo sorbo. Bajó la taza y casi pareció aumentar de estatura por lo recta que se sentó. Un gorrión transformado en halcón.
—Porque la madre me lo ordenó.
Romanda contuvo el gesto de alzar las cejas sólo merced a un gran esfuerzo. Vaya. Al principio había aceptado a Egwene por la misma razón por la que suponía que lo habían hecho todas las Asentadas. Desde luego Lelaine lo había hecho por eso, una vez que comprendió que no obtendría la estola para sí misma. Una jovencita dócil sería una marioneta en manos de la Antecámara, y Romanda se había propuesto ser ella la que moviera las cuerdas. Después había parecido obvio que la verdadera titiritera era Siuan, y no había habido manera de frenarla excepto rebelándose contra una segunda Amyrlin, lo que sin duda habría dado al traste con la rebelión contra Elaida. Confiaba en que a Lelaine le hubieran rechinado los dientes por aquel descubrimiento igual que le había pasado a ella. Ahora Egwene se hallaba en poder de Elaida, si bien en varias reuniones la joven había permanecido dueña de sí misma y con la cabeza fría, resuelta en su curso de acción y en el de las hermanas que se encontraban fuera de las murallas de Tar Valon. Romanda descubrió que sentía respeto por la muchacha, aunque a regañadientes. Muy a regañadientes, aunque no podía negarlo. Tenía que ser la propia Egwene. La Antecámara guardaba con mano de hierro los ter’angreal del sueño, y aunque nadie había conseguido descubrir el que guardaba Leane antes de aquella noche fatídica, ella y Siuan habían estado siempre como el perro y el gato. No había ninguna posibilidad de que Siuan entrara dormida en el Tel’aran’rhiod para instruir a la mujer sobre lo que tenía que decir. ¿Sería posible que Nisao hubiera llegado a la misma conclusión sobre Egwene sin verla en el Mundo Invisible? Las componentes del consejo se habían mantenido pegadas a ella.
—¿Ésa es razón suficiente para ti, Nisao? —Difícilmente podía sacar el libro de debajo del cojín sin que la otra mujer se diera cuenta. Volvió a rebullir, pero no encontraba una postura cómoda encima de ese trasto. Si la cosa continuaba así acabaría con moretones.
Nisao giró la taza de peltre sobre el tablero de la mesa, pero no apartó la vista.
—Es mi razón principal. Al principio creí que ella acabaría siendo tu perrito faldero. O el de Lelaine. Más adelante, cuando fue evidente que os eludía a las dos, pensé que era Siuan la que tenía agarrada la correa, pero enseguida me di cuenta de que me equivocaba. Siuan había actuado como maestra, no me cabe duda, y como consejera. Puede que incluso como amiga, pero he visto cómo Egwene la llamaba al orden. Nadie le tiene puesta correa a Egwene al’Vere. Es inteligente, observadora, rápida en aprender y hábil. Es posible que se convierta en una de las grandes Amyrlin. —La hermana de aspecto de pájaro soltó una repentina y corta risa—. ¿Te das cuenta de que será la Amyrlin que dure más tiempo en la Sede de toda la historia? Ninguna otra vivirá lo suficiente para superarla, a menos que Egwene decida renunciar antes. —La sonrisa se desdibujó y dio paso a una expresión solemne, tal vez preocupada. Pero no porque hubiera rozado el límite de violar las costumbres, sin embargo. Nisao controlaba bien lo que reflejaba su rostro, pero sus ojos eran severos—. Es decir, si es que conseguimos destituir a Elaida.
Resultaba inquietante ver expresadas sus propias ideas, aunque enmendadas. ¿Una gran Amyrlin? ¡Bueno! Tendrían que pasar muchos años para ver si eso acontecía. Pero tanto si Egwene lograba aquella hazaña considerable e improbable como si no, descubriría que la Antecámara era mucho menos dócil una vez que sus poderes de guerra expiraran. Romanda Cassin lo sería, desde luego. El respeto era una cosa, y actuar como un perro faldero era otra muy distinta. Poniéndose de pie con el pretexto de arreglar la falda, de un tono amarillo intenso, sacó el libro de debajo del cojín mientras volvía a sentarse e intentó soltarlo disimuladamente. El volumen cayó a la alfombra con un ruido sordo y las cejas de Nisao se fruncieron. Romanda hizo caso omiso y metió el libro debajo de la mesa empujándolo con el pie.
—Lo conseguiremos. —Lo dijo con más seguridad de la que sentía realmente. Las peculiares negociaciones y el hecho de que Egwene siguiera prisionera le daban que pensar; en cuanto a las pretensiones de la chica de menoscabar a Elaida desde dentro, mejor olvidarse de eso. Aunque parecía que la mitad de su trabajo lo habían hecho otras, si sus informes sobre la situación en la Torre eran correctos. Sin embargo Romanda tenía confianza porque no había que perder la fe. No estaba dispuesta a vivir apartada de su Ajah y acatar el castigo hasta que Elaida la considerase apta para volver a ser Aes Sedai ni estaba dispuesta a aceptar a Elaida a’Roihan como Amyrlin. Antes prefería a Lelaine en ese puesto, y un argumento que la había inclinado a ascender a Egwene había sido que así evitaba que la Vara y la Estola fueran a parar a manos de Lelaine. Sin duda, ésta había pensado lo mismo respecto a ella—. E informaré a Lelaine sin que quede lugar a dudas de que puedes plantear todas las preguntas que desees. Hemos de resolver esos asesinatos, y el asesinato de cualquier hermana nos concierne a todas las demás. ¿Qué has descubierto hasta ahora? —Quizá no era la pregunta más conveniente en ese momento, pero ser Asentada otorgaba ciertos privilegios. Al menos, siempre había creído que era así.
Nisao no mostró resentimiento porque le hubiera preguntado y tampoco dudó en contestar.
—Muy poco, me temo —dijo de mala gana mientras miraba, ceñuda, su taza de té—. Parece ser que ha de haber una conexión entre Anaiya y Kairen, alguna razón por la que se las eligió a ellas, pero lo único que hemos descubierto hasta ahora es que hacía muchos años que eran amigas íntimas. Las Azules las llamaban a ellas dos y a otra hermana Azul, Cabriana Mecandes, «la Tríada» por lo unidas que estaban. Pero también eran reservadas. Nadie recuerda que ninguna de las tres hablara de los asuntos que se traían entre manos excepto entre ellas. En cualquier caso, la amistad parece un motivo fútil para asesinarlas. Confío en encontrar alguna razón por la que alguien hubiera querido asesinarlas, sobre todo un hombre capaz de encauzar, pero confieso que albergo pocas esperanzas.
Romanda frunció el entrecejo. Cabriana Mecandes. Casi no prestaba atención a los otros Ajahs —sólo el Amarillo tenía una función realmente útil; ¿cómo podían comparar cualquiera de las otras inclinaciones con Curar?— pero aun así ese nombre hizo sonar una campanilla en el fondo de su mente. ¿Por qué? Bueno, ya se acordaría; o no. Tampoco podía ser tan importante.
—Las pocas esperanzas a veces dan frutos sorprendentes, Nisao. Ése es un viejo dicho en Far Madding, y es cierto. Prosigue con tus investigaciones. En ausencia de Egwene, puedes informarme a mí de lo que descubras.
Nisao parpadeó y se le tensó levemente la mandíbula, pero tanto si le gustaba informar a Romanda como si no, su única elección al respecto era obedecer. No podía alegar que se inmiscuía en sus asuntos. El asesinato no podía ser un asunto que compitiera exclusivamente a una hermana. Además, Magla se habría salido con la suya respecto a su ridícula elección de la tercera Amarilla, pero Romanda se había asegurado la posición de Tejedora Mayor para sí misma con bastante facilidad. Después de todo había sido cabeza del Amarillo antes de retirarse, y Magla ni siquiera se había mostrado dispuesta a oponérsele. La posición conllevaba mucho menos poder de lo que le habría gustado a ella, pero al menos podía contar con la obediencia en casi todas las cosas. Cuando menos, de las hermanas Amarillas, ya que no de las Asentadas.
Mientras Nisao desataba el tejido de la salvaguardia contra oídos indiscretos y dejaba que se disipara, Theodrin entró en la tienda. Llevaba el chal echado por los hombros y sujeto en el doblez de los brazos para exhibir los flecos del modo que las hermanas recién ascendidas solían hacer. La espigada domani había elegido el Marrón después de que Egwene le había concedido el chal, pero el Marrón no había sabido qué hacer con ella a pesar de que finalmente se la había aceptado. Habían dado la impresión de estar dispuestas a hacer caso omiso de ella en su mayor parte, justo lo peor que podían hacer, de modo que Romanda la había acogido bajo su tutela. Theodrin trataba de comportarse como si fuera realmente una Aes Sedai, pero a pesar de todo era una muchacha brillante, sensata. Extendió los vuelos de la falda de paño marrón con una reverencia. Ligera, pero reverencia al fin y al cabo. Era muy consciente de que no tenía derecho al chal hasta que se hubiera sometido a la prueba. Y la hubiera superado. No hacérselo entender habría sido cruel.
—Lelaine ha convocado a la Antecámara en sesión —dijo, falta de resuello—. No conseguí descubrir para qué. Corrí a decíroslo, pero no quise interrumpir mientras la salvaguardia estuviera puesta.
—Y has hecho lo correcto —dijo Romanda—. Nisao, si me disculpas, he de ocuparme de ver qué se trae entre manos Lelaine.
Recogió el chal de flecos amarillos que tenía encima de uno de los arcones en los que guardaba su ropa, se lo colocó sobre los brazos, y comprobó si tenía arreglado el cabello en el espejo roto antes de conducir a las otras al exterior y verlas partir a sus asuntos. Tampoco es que pensara que Nisao hubiera buscado lo que había hecho ese ruido sordo si la dejaba sola en la tienda, pero más valía prevenir que curar. Aelmara pondría el libro en su sitio, junto a otros cuantos volúmenes similares, dentro del baúl que contenía sus posesiones personales. Ese baúl tenía un candado muy sólido del que sólo había dos llaves, una guardada en su escarcela, y la segunda, en la de Aelmara.
La mañana era fresca, si bien la primavera había llegado de repente. Los oscuros nubarrones que se acumulaban detrás del quebrado pico del Monte del Dragón soltarían agua, más que nieve, si bien con un poco de suerte no lo harían sobre el campamento. Había muchas tiendas que se calaban y las calles del campamento eran ya un cenagal. Los carros de reparto salpicaban barro desde las altas ruedas al tiempo que abrían nuevas rodadas; en su mayoría los conducían mujeres y unos pocos hombres canosos. El acceso de varones al campamento Aes Sedai estaba estrictamente limitado ahora. Aun así, casi todas las hermanas que caminaban por las pasarelas de madera iban envueltas en el brillo del saidar y las acompañaba el Guardián, si lo tenían. Romanda se negaba a abrazar la Fuente cada vez que salía —alguien tenía que dar ejemplo de un comportamiento debido estando todas las hermanas del campamento con el alma en vilo— aunque era muy consciente de ese vacío. Y también de no tener un Guardián. Mantener fuera del campamento a la mayoría de los hombres estaba muy bien, pero no era probable que un asesino hiciera caso de tal prohibición.
Un poco más adelante Gareth Bryne apareció a caballo en un cruce de calles. Era un hombre fornido con casi todo el pelo canoso; llevaba el peto puesto sobre una chaqueta de color beis y el yelmo colgado de la perilla de la silla. Lo acompañaba Siuan, que se mecía sobre una yegua regordeta y peluda; su aspecto de muchachita guapa casi lograba que una olvidara la obstinación y la lengua mordaz de las que había hecho gala siendo Amyrlin. Y era fácil olvidar que seguía siendo una maquinadora consumada. Las Azules siempre lo eran. La yegua andaba con paso pesado, pero Siuan estuvo a punto de caerse antes de que Bryne alargara el brazo y la sujetara. Al borde del sector Azul —el campamento estaba instalado de un modo más o menos aproximado a la posición de los sectores de los Ajahs en la Torre— el hombre desmontó para ayudarla a bajar y después volvió a montar en su zaino y la dejó allí, con las riendas de la yegua en la mano y siguiéndolo con la mirada. Vaya, ¿por qué haría eso? Limpiarle las botas, hacerle la colada. Una relación abominable a la que debería ponerle fin el Azul, y a la Fosa de la Perdición con la costumbre. Por arraigada que estuviera, no se podía hacer un mal uso de ella y que su ejemplo pusiera en ridículo a todas las Aes Sedai.
Dando la espalda a Siuan, se encaminó hacia el pabellón que hacía las veces de Antecámara de la Torre provisional. Por agradable que fuera reunirse en la verdadera Antecámara, y no digamos ya hacerlo en las mismas narices de Elaida, pocas hermanas conseguían dormirse a una hora que no tenían costumbre, de modo que el pabellón tenía que seguir prestando su servicio. Se deslizó por la pasarela sin prisa. No estaba dispuesta a que se la viera correr en respuesta a una convocatoria de Lelaine. ¿Qué querría esa mujer ahora?
Sonó un gong, amplificado por el Poder a fin de que se propagara claramente por el campamento —otra de las sugerencias de Sharina—, y de repente las pasarelas se encontraron abarrotadas de novicias que iban presurosas a su siguiente clase o a cumplir con sus tareas, todas agrupadas en familias. Esas familias de seis o siete novicias acudían siempre juntas a clase, hacían juntas las tareas, de hecho lo hacían todo juntas. Era una forma eficaz de manejar a tantas novicias —casi cincuenta más habían llegado al campamento sólo durante las últimas dos semanas, lo que había incrementado la cifra total a casi un millar a pesar de las fugitivas, y casi una cuarta parte de la totalidad tenían la edad adecuada para ser novicias como era debido, ¡más de las que la Torre había tenido en siglos!—, pero aun así habría querido que no fuera obra de Sharina. La mujer ni siquiera se lo había sugerido a la Maestra de las Novicias. ¡Lo había organizado por sí misma y se lo había presentado a Tiana hecho y rematado! Las novicias, algunas con hebras grises en el cabello o con arrugas en el rostro de forma que era difícil pensar en ellas como «pequeñas» a pesar de los vestidos blancos, se apretujaban al borde de la pasarela para dejar pasar a las hermanas al tiempo que hacían reverencias, pero ninguna se bajaba al barro de la calle para hacer más hueco. Otra vez Sharina. Sharina había hecho correr la voz de que no quería ver a las chicas ensuciando las bonitas prendas blancas sin necesidad. Eso bastaba para que Romanda rechinara los dientes. Las novicias que le hacían una reverencia se irguieron deprisa y se alejaron prácticamente corriendo.
Más adelante vio a Sharina que hablaba con Tiana, ésta envuelta en el brillo del saidar. La única que hablaba era ella, y Tiana se limitaba a asentir con la cabeza de vez en cuando. No había nada de irrespetuoso en la actitud de Sharina; pero, a despecho del blanco de novicia de su ropa, el semblante arrugado y el cabello canoso sujeto en un prieto moño en la nuca tenía exactamente el aspecto de lo que era, una abuela, en tanto que Tiana, lamentablemente, ofrecía un aspecto juvenil. Algo en su estructura ósea y en los grandes ojos castaños desbordaba el aspecto intemporal Aes Sedai. Con falta de respeto o sin él, la impresión que daba era la de una mujer aleccionando a su nieta; demasiado para que a Romanda le gustara. Mientras se acercaba a ellas, Sharina hizo una correcta reverencia —una muy correcta reverencia, tuvo que admitir Romanda— y se alejó presurosamente en dirección contraria para reunirse con su familia, que la esperaba. ¿Había menos arrugas en su rostro de las que había tenido? Bien, era imposible saber qué podía ocurrir cuando una mujer empezaba con el Poder a su edad. ¡Sesenta y siete años y novicia!
—¿Está dando problemas? —preguntó, y Tiana pegó un brinco como si un carámbano se le hubiese colado por el cuello del vestido. A esta mujer le faltaba la dignidad, la seriedad necesaria para una Maestra de las Novicias. A veces también parecía agobiada por la cantidad de personas de las que era responsable. Por si fuera poco, era excesivamente indulgente y aceptaba disculpas donde no podía haber ninguna.
Sin embargo se recobró enseguida y se puso al paso de Romanda, si bien se alisó la oscura falda gris sin que fuera necesario.
—¿Problemas? Pues claro que no. Sharina es la novicia con mejor comportamiento de las inscritas en el libro. A decir verdad, la mayoría se comportan bien. La mayoría de las que me mandan al estudio son madres que están molestas porque sus hijas aprenden más deprisa que ellas o tienen más potencial, o tías con las mismas quejas sobre sus sobrinas. Parecen creer que es un tema que se puede rectificar de alguna forma. Se pueden mostrar sorprendentemente testarudas al respecto hasta que les dejo claro lo que significa mostrarse testaruda con cualquier hermana. Sin embargo a muchas me las han mandado más de una vez, me temo. Un puñado todavía parecen sorprenderse de que se las pueda azotar.
—No me digas —comentó distraídamente Romanda.
Había avistado a la rubia Delana, que se dirigía presurosa en la misma dirección con el chal de flecos grises echado sobre los brazos y la supuesta secretaria caminando a su lado. Delana vestía en un tono gris muy oscuro, pero la marrana de la Saranov llevaba ropa de seda verde con cuchilladas azules que le dejaban el busto a la vista y demasiado ajustado a las caderas, que contoneaba sin reparo. Últimamente, esas dos parecían haber dejado de lado la historia de que Halima sólo era la criada de Delana. De hecho, la mujer gesticulaba de manera enfática mientras que Delana se limitaba a asentir de la forma más dócil que imaginarse pudiera. ¡Dócil! Siempre era un error elegir una compañera de almohada que no llevara el chal. Sobre todo si se era tan necia como para dejarle que tomara el mando.
—Sharina no sólo se comporta bien —continuó despreocupadamente Tiana—, sino que está demostrando una gran habilidad en la nueva modalidad de Curar de Nynaeve. Al igual que varias novicias de edad. La mayoría eran Mujeres Sabias de un tipo u otro en pueblos, aunque no veo si eso podría tener alguna conexión con lo otro. Una era una noble de Murandy.
Romanda se tropezó con sus propios pies y dio un trompicón al tiempo que agitaba los brazos para recobrar el equilibrio antes de recuperarse y arreglarse el chal. Tiana también le asió el brazo para sujetarla mientras mascullaba algo sobre la irregularidad de las planchas de la pasarela, pero Romanda se soltó de un tirón. ¿Que Sharina tenía facilidad para la nueva Curación? ¿Así como cierto número de las mujeres de más edad? Ella misma había aprendido el nuevo método, pero aunque era lo bastante diferente del antiguo para que no se aplicara la limitación del tejido aprendido de segundas, no poseía mucha destreza para ello. Ni de lejos la que tenía con el viejo método.
—¿Y por qué se permite que las novicias practiquen eso, Tiana?
Tiana enrojeció, y con razón. Esos tejidos eran demasiado complejos para las novicias, aparte de lo peligrosos que podían ser si se usaban mal. Si se realizaba de forma equivocada, la Curación podía matar en lugar de sanar, tanto a la mujer que estuviera encauzando como al paciente.
—No puedo evitar que vean Curar, Romanda —repuso a la defensiva al tiempo que movía los brazos como si se ajustara el chal que no llevaba puesto—. Siempre hay algún hueso roto o algún necio se las apaña para darse un feo corte, y no digamos ya las enfermedades con las que nos tenemos que enfrentar últimamente. La mayoría de las mujeres mayores sólo tienen que ver un tejido una vez para ser capaces de hacerlo. —De repente, durante un fugaz instante, el rubor asomó de nuevo a sus mejillas. Controlando la expresión, se puso erguida y el tono defensivo desapareció de su voz—. En cualquier caso, Romanda, no tendría que recordarte que las novicias y las Aceptadas son de mi competencia. Como Maestra de las Novicias, soy yo quien decide lo que pueden aprender y cuándo hacerlo. Algunas de esas mujeres podrían pasar la prueba para Aceptadas hoy, sólo tras unos pocos meses de aprendizaje. Al menos en lo concerniente al Poder. Si decido que no estén mano sobre mano ociosamente, es cosa mía.
—Quizá deberías correr por si Sharina tiene más instrucciones que darte —dijo fríamente Romanda.
Chapetas rojas se marcaron en las mejillas de Tiana, que giró sobre sus talones y se alejó sin pronunciar palabra. No era exactamente el comportamiento grosero que se prohibía, pero le andaba cerca. Incluso por detrás era la viva imagen de la indignación, tiesa la espalda como una barra de hierro, el paso rápido. Bueno, Romanda estaba dispuesta a admitir que también había actuado de un modo que rayaba en la grosería. Pero con motivo.
Procurando quitarse de la cabeza a la Maestra de las Novicias, echó a andar de nuevo hacia el pabellón, pero tuvo que contenerse para no caminar tan deprisa como Tiana. Sharina. Y varias de las mujeres mayores. ¿Debería replantearse su postura? No. Por supuesto que no. Jamás habría debido permitirse que sus nombres se inscribieran en el libro de novicias, para empezar. Sin embargo, allí estaban sus nombres, y parecía que habían dominado esa nueva y maravillosa Curación. Oh, que endiablado enredo era todo. No quería pensar en eso. Ahora no.
El pabellón se alzaba en el centro del campamento; era una construcción de pesada lona con infinidad de parches, y la rodeaba una pasarela tres veces más ancha que cualquiera de las otras. Remangándose bien la falda para que no rozara en el barro, cruzó hacia allí a buen paso. No le importaba darse prisa cuando hacerlo significaba salir del barro cuanto antes. Aun así, Aelmara se pasaría un buen rato limpiándole los zapatos. Y las enaguas, comprendió mientras dejaba caer los vuelos de la falda para tapar de nuevo los tobillos como era debido.
El rumor de una sesión de la Antecámara siempre atraía hermanas que confiaban en descubrir algo sobre las negociaciones o sobre Egwene, y había cincuenta o más reunidas alrededor del pabellón junto con sus Guardianes o de pie en el interior, detrás de donde las Asentadas tomaban asiento. Incluso allí la mayoría brillaba con la luz del Poder. Como si corrieran algún peligro estando rodeadas de otras hermanas. Se sorprendió asaltada por las ganas de ponerse a repartir bofetadas por todo el pabellón. Pero eso no podía ser, naturalmente. Aun en el caso de dejar a un lado la costumbre, cosa que no tenía el menor deseo de hacer, un asiento en la Antecámara no daba autoridad para hacer algo semejante.
Sheriam, con la estrecha estola de color azul intenso de Guardiana sobre los hombros, se destacaba entre la multitud, en parte porque había un vacío evidente a su alrededor. Otras hermanas evitaban mirarla, así que menos aún iban a acercarse a ella. La mujer de cabello pelirrojo causaba embarazo a muchas hermanas por aparecer cada vez que se convocaba a la Antecámara para una sesión. La ley era muy clara. Cualquier hermana podía asistir a una sesión de la Antecámara a menos que fuera a puerta cerrada, pero la Amyrlin no podía entrar en la Antecámara de la Torre sin ser anunciada por la Guardiana, y a ésta no se le permitía entrar sin la Amyrlin. Los verdes ojos de Sheriam denotaban tensión, como era habitual, y rebullía de manera muy impropia, como una novicia que supiera que le aguardaba otra visita a la Maestra de las Novicias. Al menos no abrazaba la Fuente, y a su Guardián no se lo veía por ninguna parte.
Antes de entrar en el pabellón, Romanda echó una ojeada hacia atrás y suspiró. La masa de nubarrones negros situada detrás del Monte del Dragón había desaparecido. No es que se hubiera fragmentado y desperdigado a la deriva. Se había esfumado completamente. A buen seguro tendrían otra oleada de pánico entre braceros y mozos, así como entre las criadas. Sorprendentemente, las novicias parecían tomarse esos extraños acontecimientos con más calma. Quizá se debía a que intentaban seguir el ejemplo de las hermanas, pero sospechaba que en eso también estaba la mano de Sharina. ¿Qué iba a hacer con esa mujer?
Dentro, dieciocho cajas cubiertas con tela de los colores de los seis Ajahs representados en el campamento formaban plataformas para los bancos abrillantados, situadas en dos filas al sesgo sobre las alfombras apiladas en el suelo, el extremo más amplio en dirección a una caja cubierta con tiras de tela de los siete colores. Egwene había insistido, muy sabiamente, en incluir el rojo a pesar de la fuerte oposición. Allí donde Elaida parecía decidida a separar a los Ajahs entre sí, Egwene mostraba determinación en mantenerlos unidos, incluido el Rojo. El banco de madera colocado sobre esa plataforma tenía la estola de siete colores de la Amyrlin echada por encima. Nadie se había hecho responsable de ponerla allí, pero tampoco nadie la había quitado. Romanda no estaba segura de si el propósito era recordar a Egwene al’Vere, la Sede Amyrlin, como un eco de su presencia o un recordatorio de que se hallaba ausente y prisionera. Sin duda la interpretación dependería de la hermana que la mirara.
No era la única Asentada que no había corrido a la convocatoria de Lelaine, aparentemente. Delana ya estaba allí, por supuesto, hundida en su banco y frotándose un lado de la nariz, pensativos los ojos azules claros. Hubo un tiempo en el que Romanda la había considerado sensata. Inapropiada para un asiento, pero sensata. Al menos no había permitido que Halima la siguiera al interior de la Antecámara para continuar con su perorata. O, más bien, al menos Halima había decidido no entrar. Nadie que la hubiera oído gritarle a Delana albergaba dudas sobre quién daba las órdenes allí. La propia Lelaine ya se encontraba en su banco, justo debajo del de la Amyrlin. Esbelta, de mirada dura, vestida de seda con cuchilladas azules, era una mujer que racionaba las sonrisas con gran mesura, lo cual hacía el doble de raro que de vez en cuando echara una ojeada hacia la estola de siete colores y esbozara una. Esa sonrisa inquietaba a Romanda, y eran contadas las cosas que lo conseguían. Moria, con vestido de paño azul y bordados de plata, caminaba de un extremo a otro delante de las plataformas cubiertas de tela azul. ¿Su ceño se debía a conocer el motivo de que Lelaine hubiera convocado la sesión de la Antecámara o porque le preocupaba no saberlo?
—Vi a Myrelle caminando con Llyw y no creo haber visto nunca a una hermana que pareciera tan agobiada —decía Malind mientras se subía el chal de flecos verdes cuando Romanda entró en el pabellón. A despecho del tono compasivo, los ojos le brillaban y la boca carnosa se le curvaba en una mueca divertida—. ¿Cómo conseguiste convencerla para que lo vinculara? Me encontraba presente cuando alguien se lo sugirió y juro que se puso pálida. Ese hombre casi podría pasar por un Ogier.
—Me expresé de forma contundente respecto al deber. —Faiselle, fornida y de cara cuadrada, era contundente en todo; a decir verdad, era tan contundente como un martillo. Toda ella hacía mofa de las historias sobre las seductoras domani—. Le hice notar que Llyw se estaba volviendo más y más peligroso para sí mismo y para los demás desde la muerte de Kairen, y le dije que no se podía permitir que las cosas siguieran así. Le hice ver que era la única hermana que había conseguido salvar a otros dos Guardianes en las mismas circunstancias, que era la única posibilidad de intentar que se hiciera otra vez. He de admitir que tuve que apretarle un poco las tuercas, pero finalmente comprendió que era lo más adecuado.
—¿Y cómo, en nombre de la Luz, le apretaste las tuercas? —se interesó Malind con actitud anhelante.
Romanda las dejó atrás. ¿Cómo podía nadie apretarle las tuercas a Myrelle? No. Nada de chismorreos.
Janya se encontraba en su banco para las Marrones, pensativa, con los ojos entrecerrados. Por lo menos los tenía entrecerrados, porque esa mujer siempre parecía estar pensando en otra cosa mientras te hablaba. Quizá tenía algo de estrabismo. Sin embargo, el resto de los bancos estaban vacíos aún. Romanda habría querido ir paseando más despacio. Habría preferido ser la última en llegar en vez de ser una de las primeras. Tras unos instantes de vacilación, se acercó a Lelaine.
—¿Te importaría dar una idea de por qué has convocado esta sesión?
Lelaine le sonrió con gesto divertido aunque resultaba desagradable al mismo tiempo.
—Supongo que puedes esperar hasta que haya suficientes Asentadas para que se proceda con la sesión, porque no me apetece repetirme. Pero te diré una cosa: será espectacular. —Desvió la vista hacia la estola de rayas y Romanda sintió frío.
Aun así no lo dejó traslucir y se limitó a tomar asiento en el banco, enfrente de Lelaine. No pudo evitar echar una ojeada inquieta hacia la estola. ¿Era esto un intento de derrocar a Egwene? No parecía probable que la otra mujer dijera algo que la convenciera para que apoyara el consenso plenario. Ni a muchas de las otras Asentadas, ya que eso las conduciría de nuevo a la lucha entre Lelaine y ella por el control y debilitaría la posición contra Elaida. No obstante, el aire de seguridad de Lelaine resultaba inquietante. Domeñó el gesto para ofrecer una expresión de sosiego y esperó. No se podía hacer nada más.
Kwamesa entró casi corriendo en el pabellón y la cara de nariz larga manifestó disgusto por no haber sido la primera en llegar; se situó junto a Delana. La siguiente en aparecer fue Salima —piel atezada, mirada fría, atuendo verde con cuchilladas amarillas y bordados del mismo color sobre el busto— y tras ella el ajetreo aumentó. Lyrelle se deslizó al interior del pabellón, grácil y elegante con su vestido azul de seda brocada, para tomar asiento con las Azules, y a continuación entraron Saroiya y Aledrin, juntas las cabezas; la corpulenta domani casi parecía esbelta al lado de la fornida tarabonesa. Mientras tomaban asiento en los bancos Blancos, Samalin, con su rostro zorruno, se unió a Faiselle y a Malind, y la diminuta Escaralde entró corriendo a toda prisa. ¡Corriendo! También era oriunda de Far Madding. Debería saber mejor cómo comportarse.
—Varilin está en Darein, creo —dijo Romanda mientras Escaralde se sentaba junto a Janya—, pero aunque todavía pueden llegar otras ya somos más de once. ¿Te basta para empezar, Lelaine, o prefieres esperar?
—Me basta para empezar.
—¿Deseas una sesión protocolaria?
Lelaine sonrió de nuevo. Esta mañana estaba muy generosa con las sonrisas. No obstante, no otorgaban calidez a su semblante.
—No será necesario, Romanda. —Se arregló levemente la falda—. Pero pido que lo que se diga aquí sea sellado para la Antecámara a partir de este momento.
Se alzó un murmullo en la creciente multitud de hermanas que se apiñaban detrás de los bancos y de las que se encontraban fuera del pabellón. Incluso algunas Asentadas denotaron sorpresa. Si la sesión no era protocolaria, ¿qué necesidad había de restringir a tal punto el conocimiento de lo que se iba a hablar? Romanda asintió con la cabeza como si aquélla fuera la petición más razonable que haber pudiera.
—Que todas aquellas que no tienen asiento salgan. Aledrin, aíslanos con una salvaguardia, por favor.
A despecho del sedoso cabello rubio oscuro y de los grandes y brillantes ojos castaños, la Blanca tarabonesa no era guapa, pero tenía una buena cabeza sobre los hombros, lo que era mucho más importante. Se puso de pie y pareció dudar sobre si debía pronunciar la fórmula protocolaria, aunque finalmente se contentó con tejer la salvaguardia contra oídos indiscretos alrededor del pabellón y la mantuvo. El murmullo se fue apagando a medida que hermanas y Guardianes pasaban a través de la salvaguardia, hasta que finalmente salieron todos y se hizo el silencio. Sin embargo se quedaron a la puerta, hombro con hombro en la pasarela, atentas, en tanto que los Guardianes se amontonaban detrás a fin de poder ver todos. Lelaine se levantó y se ajustó el chal.
—Trajeron a mi presencia a una hermana Verde que había pedido ver a Egwene —empezó. Las Asentadas Verdes rebulleron e intercambiaron miradas, sin duda preguntándose por qué en vez de conducir a la hermana ante Lelaine no lo habían hecho ante ellas. Lelaine fingió no darse cuenta—. No pidió ver a la Sede Amyrlin, sino a Egwene al’Vere. Trae una propuesta que satisface algunas de nuestras demandas, aunque se mostró reacia a explicármelo con detalle. Moria, ¿quieres hacer el favor de traerla para que así presente su propuesta a la Antecámara? —Dicho esto, ocupó de nuevo su asiento.
Moria salió del pabellón, todavía fruncido el entrecejo, y la multitud apiñada fuera se apartó para dejarla pasar. Romanda alcanzó a ver hermanas que intentaban hacerle preguntas, pero ella hizo caso omiso y desapareció a través de la calle en dirección al sector del Ajah Azul. Romanda tenía una docena de preguntas que le habría gustado plantear en el intervalo, pero tanto si era una sesión protocolaria como si no, las preguntas en ese momento serían improcedentes. No obstante, las Asentadas no esperaron en silencio. En todos los Ajahs, salvo en el Azul, las mujeres bajaron de las plataformas a fin de agruparse en corrillos y hablar en voz baja. Excepto el Azul y el Amarillo. Salima bajó de la plataforma y se acercó a la que ocupaba Romanda, pero ésta levantó la mano ligeramente tan pronto como abrió la boca.
—¿Para qué hablar del tema hasta que no conozcamos la propuesta, Salima?
La cara redonda de la hermana teariana era tan indescifrable como un trozo de piedra, pero al cabo de un momento asintió con la cabeza y volvió a su asiento. No es que fuera poco inteligente, en absoluto. Sólo no era idónea.
Por fin Moira regresó conduciendo a una mujer alta vestida de verde oscuro, con el cabello oscuro retirado severamente hacia atrás del semblante marfileño y adusto y sujeto con una peineta de plata; todas volvieron a sus asientos. Tres hombres con espada a la cadera que venían detrás de ella pasaron entre las hermanas que observaban y la siguieron al interior del pabellón. Eso era inusual. Mucho, cuando la sesión se había sellado para la Antecámara. Al principio Romanda apenas les prestó atención, sin embargo. No sentía ningún interés en los Guardianes desde que el suyo había muerto, de eso hacía ya muchos años. Pero alguien entre las Verdes dio un respingo y Aledrin soltó un chillido. ¡Realmente chilló! Y miraba a los Guardianes de hito en hito. Eso era lo que debían ser, y no sólo porque fueran pisándole los talones a la Verde. No cabía duda en la mortífera gracilidad de un Guardián.
Romanda los observó con más detenimiento y a punto estuvo de dar un respingo. Eran hombres dispares, sólo parecidos en lo que se asemeja un leopardo a un león, pero uno de ellos, un muchacho guapo, tostado por el sol, con el cabello trenzado y adornado con campanillas y vestido completamente de negro, lucía un par de alfileres en el alto cuello de la chaqueta: una espada de plata y una criatura sinuosa, con crines, en rojo y dorado. Había oído suficientes descripciones para saber que estaba mirando a un Asha’man. Un Asha’man al que, aparentemente, habían vinculado. Recogiéndose la falda, Malind bajó de un salto y salió corriendo hacia donde estaban aglomeradas las hermanas. No se habría asustado, ¿verdad? Para ser sincera, Romanda admitió, aunque sólo para sus adentros, que sentía cierto atisbo de inquietud.
—No eres una de nosotras —dijo Janya, que habló cuando no debía, como siempre. Se echó hacia adelante y observó a la hermana recién llegada con los ojos entrecerrados—. ¿He de suponer que no has venido para unirte a nosotras?
La boca de la Verde se torció en un gesto obvio de desagrado.
—Supones bien —contestó con un fuerte acento tarabonés—. Me llamo Merise Haindehl y, en lo que a mí respecta, no me uniré a ninguna hermana que desea luchar contra otras hermanas mientras que el mundo pende de un hilo. Nuestro enemigo es la Sombra, no mujeres que llevan el chal igual que nosotras.
Los murmullos se alzaron en el pabellón, algunos furiosos, otros, le pareció a Romanda, avergonzados.
—Si desapruebas lo que hacemos —prosiguió Janya, como si tuviera derecho a hablar antes que Romanda—, ¿por qué nos traes una propuesta, sea cual sea?
—Porque el Dragón Renacido se lo pidió a Cadsuane y Cadsuane me lo pidió a mí —repuso Merise. ¿El Dragón Renacido? La tensión en la Antecámara se hizo palpable de repente, pero la mujer continuó como si no lo hubiera notado—. En consecuencia, no es una propuesta mía. Jahar, explícaselo.
El joven tostado por el sol se adelantó al frente y, al pasar junto a ella, Merise alzó la mano para darle unas palmaditas de ánimo en el hombro. El respeto de Romanda hacia la mujer creció. Vincular un Asha’man ya era toda una hazaña. Darle palmaditas como se haría con un perro de caza requería un nivel de valor y seguridad en sí misma que ella no creía poseer.
El chico caminó hasta el centro del pabellón sin apartar la vista del banco donde reposaba la estola de la Amyrlin, y después giró lentamente sobre sí mismo y su mirada pasó sobre las Asentadas con un aire de desafío. A Romanda se le ocurrió que tampoco estaba asustado. Una Aes Sedai lo tenía vinculado, se hallaba solo y rodeado de hermanas, pero no había ni asomo de miedo en él, estaba totalmente controlado.
—¿Dónde está Egwene al’Vere? —demandó—. Me dieron orden de hacerle la propuesta a ella.
—Modales, Jahar —murmuró Merise, y el rostro del chico enrojeció levemente.
—De momento no se puede hablar con la madre —respondió suavemente Romanda—. Nos la puedes decir a nosotras y se la transmitiremos lo antes posible. ¿Esa propuesta viene del Dragón Renacido? —Y de Cadsuane. Pero descubrir qué hacía esa mujer en compañía del Dragón Renacido era secundario.
En lugar de contestar el joven emitió un quedo gruñido y se giró para mirar a Merise.
—Un hombre acaba de intentar escuchar a escondidas lo que se dice aquí —avisó—. O tal vez haya sido esa Renegada que mató a Eben.
—Tiene razón. —La voz de Aledrin sonaba temblorosa—. Al menos, algo tocó mi salvaguardia, y no era saidar.
—¿Está encauzando ese hombre? —inquirió alguien en tono de incredulidad.
Se produjo una gran agitación entre las Asentadas, que rebulleron en los bancos, y la luz del Poder envolvió a varias.
Delana se puso de pie bruscamente.
—Necesito respirar aire fresco —dijo mientras asestaba una mirada fulminante a Jahar, como si quisiera rajarle el cuello.
—No hay razón para alarmarse —dijo Romanda, aunque ella misma no estaba muy segura, pero Delana, envuelta en el chal, salió precipitadamente del pabellón.
Malind se cruzó con ella al entrar, al igual que Nacelle, una esbelta y alta malkieri, una de las contadas que habían seguido en la Torre. Muchas habían muerto en los años posteriores a la caída de Malkier a manos de la Sombra, dejándose enredar en planes para vengar a su tierra natal, y los reemplazos habían sido pocos y muy espaciados. Nacelle no era demasiado inteligente, si bien las Verdes no necesitaban la inteligencia, sólo valor.
—Esta sesión se ha declarado sellada para la Antecámara, Malind —instó Romanda en tono seco.
—Nacelle sólo necesitará unos instantes —contestó Malind mientras se frotaba las manos. Lo más irritante fue que ni siquiera se molestó en mirar a Romanda, y mantuvo clavados los ojos en la otra Verde—. Ésta es la primera oportunidad que hay de probar un nuevo tejido. Adelante, Nacelle. Inténtalo.
El brillo del saidar apareció alrededor de la delgada Verde. ¡Escandaloso! La mujer ni siquiera pidió permiso ni les dijo qué tejido se proponía hacer a pesar de las estrictas restricciones establecidas en cuanto a los usos del Poder que se permitían en la Antecámara. Encauzando los Cinco Poderes, tejió en torno al Asha’man algo que se asemejaba al tejido para detectar residuos, uno para el que Romanda tenía escasa habilidad. Los ojos azules de Nacelle se abrieron de par en par.
—Está encauzando —exclamó—. O, al menos, está asiendo el saidin.
Las cejas de Romanda se arquearon exageradamente. Incluso Lelaine dio un respingo. Para encontrar un hombre capaz de encauzar siempre era necesario detectar residuos de lo que había hecho, y después ir reduciendo arduamente los sospechosos hasta dar con el verdadero culpable. O, más bien, había sido así. Aquello era realmente maravilloso. O lo habría sido antes de que hombres capaces de encauzar empezaran a llevar chaquetas negras y a ir de aquí para allí pavoneándose abiertamente. Con todo, eso acababa con una de las ventajas que tales hombres habían tenido siempre sobre las Aes Sedai. Al Asha’man no pareció importarle. Los labios se le curvaron en lo que podría ser una sonrisa desdeñosa.
—¿Sabes qué está encauzando? —preguntó, pero para su decepción, Nacelle sacudió la cabeza.
—Pensé que podría saberlo, pero no. Por otro lado… Tú, Asha’man, extiende un flujo sobre una de las Asentadas. Nada peligroso, ojo, y no la toques.
Merise, puesta en jarras, asestó a la Verde una mirada fulminante. Quizá Nacelle no se había percatado de que era uno de sus Guardianes. Desde luego, se dirigió a él gesticulando de un modo perentorio.
Jahar, con una sombra de obstinación en la mirada, abrió la boca.
—Hazlo, Jahar —dijo Merise—. Es mío, Nacelle, pero te permitiré que le des una orden. Por esta vez.
Nacelle parecía conmocionada. Por lo visto no se había dado cuenta de lo del vínculo.
Por su parte, el Asha’man, sin perder aquella expresión obstinada, debió de obedecer porque Nacelle dio palmas de contento y rió.
—Saroiya —dijo, alborozada—. Extendiste un flujo hacia Saroiya. La domani Blanca. ¿Estoy en lo cierto?
La tez broncínea de Saroiya palideció, y se ajustó el chal de flecos blancos y se echó hacia atrás en el banco todo lo que pudo, precipitadamente. A decir verdad, Aledrin se apartó de ella en su propio banco.
—Díselo —ordenó Merise—. Jahar es testarudo, pero a pesar de todo es un buen chico.
—La domani Blanca —ratificó Jahar de mala gana. Saroiya se balanceó como si fuera a desplomarse y él la miró desdeñosamente—. Sólo era Energía, y ya ha desaparecido.
El semblante de Saroiya se ensombreció, aunque era imposible discernir si se debía a la ira o a la turbación.
—Un extraordinario descubrimiento —dijo Lelaine—, y estoy convencida de que Merise te permitirá hacer más pruebas, Nacelle, pero la Antecámara tiene asuntos que tratar. No me cabe duda de que opinas igual, Romanda.
Faltó poco para que Romanda no le asestara una mirada fulminante antes de poder controlarse. Lelaine se extralimitaba con demasiada frecuencia.
—Si has acabado la demostración, puedes retirarte, Nacelle —dijo. La Verde malkieri era reacia a marcharse, tal vez porque la expresión de Merise le dejaba claro que no habría más pruebas; a decir verdad, cualquiera pensaría que especialmente una Verde llevaría mucho cuidado con cualquier hombre que pudiera ser el Guardián de otra hermana, pero no le quedaba más remedio que aceptar la situación—. ¿Qué propuesta tiene el Dragón Renacido para nosotras, chico? —preguntó una vez que Nacelle se encontró al otro lado de la salvaguardia.
—Ésta —respondió él, que la miró con aire orgulloso—. Cualquier hermana leal a Egwene al’Vere puede vincular un Asha’man hasta un total de cuarenta y siete. No se puede vincular al Dragón Renacido ni a cualquier hombre que lleve el dragón, pero cualquier soldado o Dedicado al que se lo pidáis no podrá negarse.
Romanda tuvo la impresión de que la habían dejado sin aire en los pulmones.
—Convendrás conmigo en que esto satisface nuestras demandas —dijo sosegadamente Lelaine. Esa mujer debía de saber lo esencial del asunto desde el principio, así se abrasara.
—Sí —contestó. Con cuarenta y siete varones encauzadores podrían ampliar los círculos hasta donde era posible. Quizás incluso un círculo que los incluyera a todos. Si existían límites haría falta calcularlos.
—Esto ha de debatirse. —Faiselle se puso de pie como si estuvieran realmente en una sesión protocolaria—. Convoco una asamblea solemne.
—No veo la necesidad —le respondió Romanda sin levantarse—. Esto es mucho mejor que… lo que habíamos acordado previamente. —No tenía sentido hablar demasiado delante del chico. O de Merise. ¿Qué relación tenía con el Dragón Renacido? ¿Sería una de las hermanas de las que se decía que le habían hecho juramentos?
Saroiya se había levantado antes de que la última palabra hubiera salido de la boca de Romanda.
—Todavía está la cuestión de los pactos para tener la seguridad de que el control lo tenemos nosotras. Aún hay que acordar eso.
—Yo diría que el vínculo de Guardián hará discutible cualquier otro pacto —argumentó secamente Lyrelle.
Faiselle se incorporó rápidamente, y Saroiya y ella hablaron al unísono.
—La infección… —Callaron y se miraron una a la otra con desconfianza.
—El saidin está limpio —intervino Jahar aunque nadie le había preguntado. Merise debería enseñar mejor al chico cómo comportarse si iba a llevarlo ante la Antecámara.
—¿Limpio? —inquirió con desdén Saroiya.
—Ha estado contaminado durante tres mil años —manifestó cáusticamente Faiselle—. ¿Cómo va a estar limpio?
—¡Orden! —espetó Romanda en un intento de recuperar el control de la situación—. ¡Orden! —Miró fijamente a Saroiya y a Faiselle hasta que ambas se sentaron de nuevo, y luego volvió la atención a Merise—. ¿He de suponer que te has coligado con él? —La Verde se limitó a asentir con la cabeza. Realmente no le gustaba la compañía ni quería decir una palabra más de las estrictamente necesarias—. ¿Estás pues en condición de afirmar que el saidin está limpio de la infección?
—Lo estoy. —Ni una vacilación en la mujer—. Me llevó tiempo convencerme. La parte masculina del Poder es más extraña de lo que podáis imaginar. En absoluto parecida al inexorable pero al tiempo apacible poder del saidar, sino más bien un mar embravecido de fuego y hielo sacudido por la tempestad. Con todo, no me cabe duda. Está limpio.
Romanda soltó un largo suspiro. Una maravilla para compensar los horrores.
—No celebramos una asamblea solemne, pero aun así haré la pregunta. ¿Quién está a favor de aceptar esta oferta? —Se puso de pie tan pronto como planteó la cuestión, pero no antes que Lelaine, y Janya las superó a las dos en rapidez. En cuestión de segundos, todas estaban de pie salvo Saroiya y Faiselle. Al otro lado de la salvaguardia las cabezas se giraron y las hermanas empezaron a discutir qué sería lo que acababa de votarse—. Por consenso simple queda aprobada la oferta de vincular a cuarenta y siete Asha’man.
Los hombros de Saroiya se hundieron, y Faiselle exhaló con pesadez. Romanda pidió que hubiera consenso plenario en nombre de la unidad, pero no se sorprendió cuando las dos mujeres se mantuvieron firmes en sus bancos, sin levantarse. Después de todo, se habían opuesto a entrar en contacto con los Asha’man cada dos por tres y habían luchado para impedirlo a despecho de ley y costumbre incluso después de que se hubo decidido a favor. En cualquier caso, estaba hecho, y sin necesidad siquiera de una alianza provisional. La vinculación duraría de por vida, por supuesto, pero eso era mejor que cualquier otro tipo de alianza, lo que implicaba demasiada igualdad.
—Un número peculiar, cuarenta y siete —reflexionó Janya—. ¿Puedo hacerle una pregunta a tu Guardián, Merise? Gracias. ¿Cómo llegó el Dragón Renacido a esa cifra, Jahar?
«Buena pregunta», pensó Romanda. Con la impresión de haber logrado lo que necesitaban sin exigencias de asociación, se le había pasado por alto.
Jahar se irguió como si hubiera esperado aquello de antemano y temiera responder. No obstante, el semblante permaneció frío y severo.
—Cincuenta y una hermanas han sido vinculadas ya por Asha’man y hay cuatro de nosotros vinculados a Aes Sedai. Éramos cinco, pero uno murió defendiendo a su Aes Sedai. Recordad su nombre. Eben Hopwil. ¡Recordadlo!
Se produjo un silencio atónito en los bancos. Romanda sintió una bola de hielo en el estómago. ¿Cincuenta y una hermanas? ¿Vinculadas a Asha’man? ¡Eso era una abominación!
—¡Esos modales, Jahar! —espetó Merise—. ¡No me hagas repetírtelo!
Increíblemente, el joven se volvió hacia ella.
—Tienen que saberlo, Merise. ¡Tienen que saberlo! —De nuevo se giró hacia los bancos. Los ojos parecían echar fuego. No temía nada. Había estado furioso y todavía lo estaba—. Eben estaba coligado con su Daigian y con Beldeine. Era Daigian la que controlaba la coligación, de modo que cuando se encontraron ante una de las Renegadas lo único que pudo hacer fue gritar que la Renegada estaba encauzando saidin y atacarla con la espada. Y a pesar de lo que ella le hizo, destrozado como estaba, consiguió aferrarse a la vida, aferrarse al saidin el tiempo suficiente para que Daigian consiguiera rechazarla. ¡Así que recordad su nombre! Eben Hopwil. ¡Luchó por su Aes Sedai mucho después de tener que estar muerto!
Cuando calló nadie habló hasta que Escaralde lo hizo finalmente en voz muy queda.
—Lo recordaremos, Jahar. Pero ¿cómo es que cincuenta y una hermanas acabaron… vinculadas a Asha’man? —Se echó hacia adelante como si la respuesta fuera a llegar en tono bajo.
El chico se encogió de hombros, todavía enfadado. No era asunto suyo que unos Asha’man vincularan Aes Sedai.
—Elaida las envió a destruirnos. El Dragón Renacido tiene la orden permanente de que no se haga daño a ninguna Aes Sedai a menos que ella intente dañarnos primero, de modo que Taim decidió capturarlas y vincularlas antes de que tuvieran ocasión de hacer nada.
Vaya. Eran partidarias de Elaida. ¿Acaso eso cambiaba las cosas? En cierto modo sí, un poco. Pero cualesquiera hermanas que estuvieran retenidas por Asha’man ponían de nuevo sobre la mesa la cuestión de igualdad, y eso era intolerable.
—Tengo otra pregunta para él, Merise —dijo Moria, que esperó hasta que la Verde asintió con la cabeza—. En dos ocasiones ya has hablado como si una mujer encauzara saidin. ¿Por qué? Eso es imposible. —Los murmullos de conformidad se extendieron por el pabellón.
—Pues será imposible, pero esa mujer lo hizo —contestó fríamente el chico—. Daigian nos lo dijo a Eban y a mí, y no pudo detectar nada en absoluto mientras esa mujer encauzaba. Tenía que ser saidin.
De repente, otro campanilleo resonó en el fondo de la mente de Romanda y entonces supo dónde había oído el nombre de Cabriana Mecandes.
—Hay que ordenar de inmediato el arresto de Delana y Halima —dijo.
Tuvo que explicarlo, por supuesto. Ni siquiera la Sede Amyrlin estaba capacitada para ordenar el arresto de una Asentada sin dar explicaciones. Romanda alegó los asesinatos con saidin de dos hermanas que habían sido amigas de Cabriana, una mujer con la que Halima afirmaba tener amistad también, unido al hecho de una Renegada que encauzaba la mitad masculina del Poder. No parecían muy convencidas, sobre todo Lelaine; no hasta que una búsqueda exhaustiva por el campamento acabó sin hallar rastro de ninguna de las dos mujeres. Se las había visto de camino a una de las zonas de Viaje; Delana y su criada cargaban grandes fardos e iban corriendo detrás de Halima, pero habían desaparecido.