Basta ya, Loial —dijo firmemente Rand mientras llenaba la pipa de boquilla corta con tabaco de una bolsita de piel de cabra. Era tabaco teariano, con un leve sabor untuoso del secado, pero era el único que se podía conseguir. En el cielo retumbaba el trueno, lento y poderoso—. Conseguirás que me quede ronco con todas esas preguntas.
Estaban sentados a una larga mesa, en una de las estancias más grandes de la casa solariega de lord Algarin, con los restos de la comida de mediodía retirados en un extremo. Los criados eran viejos en su mayor parte, y se movían más despacio que nunca desde que Algarin se había marchado hacia la Torre Negra. Fuera llovía a cántaros, aunque parecía que empezaba a amainar, pero fuertes rachas de viento seguían impulsando contra las ventanas las gotas de lluvia con fuerza suficiente para hacer tabletear los cristales de los seis bastidores pintados en amarillo. Muchos de esos cristales tenían burbujas, y algunos distorsionaban las imágenes del exterior hasta el punto de hacerlas casi irreconocibles. La mesa y las sillas estaban talladas con sencillez, sin más adornos que los que podrían verse en muchas granjas, y las molduras amarillas pegadas al techo alto y surcado de vigas tenían poco más. Los dos hogares, a uno y otro extremo de la sala, eran anchos y altos, pero de piedra lisa, con los morillos y los utensilios de chimenea de hierro forjado, resistentes y sencillos. Con título o sin él, lord Algarin distaba mucho de ser rico.
Guardándose la bolsa de tabaco en el bolsillo, Rand se dirigió hacia uno de los hogares y utilizó las tenacillas de latón que había en la repisa de la chimenea para asir una brasa de roble con la que encender la pipa. Confiaba en que a nadie le pareciera raro eso. Evitaba encauzar salvo lo estrictamente necesario, sobre todo en presencia de alguien —el mareo que lo asaltaba cuando lo hacía era difícil de ocultar—, pero hasta el momento nadie lo había mencionado. Una racha de aire trasladó una especie de chirrido, como si las ramas de los árboles hubieran arañado los cristales de la ventana. Imaginaciones. Los árboles más cercanos se encontraban más allá de los campos, a más de media milla.
Loial había bajado una silla con tallas de parras de los aposentos Ogier, lo que le dejaba las rodillas a la altura del tablero de la mesa, de modo que tenía que echarse hacia adelante bastante para escribir en el libro de notas encuadernado en cuero. El volumen era pequeño para él, tanto como para guardarlo cómodamente en uno de los espaciosos bolsillos de su chaqueta, pero aun así tan grande como la mayoría de los libros de humanos que Rand había visto. Un suave vello adornaba el labio superior de Loial, así como una especie de perilla debajo de la barbilla; estaba intentando dejarse barba y bigote, aunque hasta el momento, y tras unas semanas de crecimiento, no parecía haber tenido mucho éxito.
—Pero casi no me has contado nada realmente útil —protestó el Ogier, la desilusión patente en la voz retumbante como un redoble. Las orejas copetudas se inclinaron. Aun así, se puso a limpiar el plumín de acero de la pluma de madera pulida. Más gruesa que el pulgar de Rand y tan larga como para hacerla parecer esbelta, encajaba perfectamente en los gruesos dedos del Ogier—. No has hablado de hazañas, salvo las llevadas a cabo por otras personas. Haces que todo parezca tan normal y corriente, tan rutinario… Oírte contar la caída de Illian es tan excitante como ver a una tejedora reparar su telar. ¿Y la limpieza de la Fuente Verdadera? Nynaeve y tú os coligasteis, entonces tú te sentaste y encauzaste mientras todos los demás andaban luchando contra los Renegados. Hasta Nynaeve ha sido más explícita, y eso que afirma no recordar apenas nada.
Nynaeve, con todas las joyas ter’angreal puestas y el extraño angreal en forma de brazalete y anillos, rebulló en la silla colocada delante del otro hogar, y después continuó observando a Alivia. Cada dos por tres echaba ojeadas hacia las ventanas y se daba un tirón de la gruesa trenza, pero principalmente estaba pendiente de la seanchan de cabello rubio. De pie junto a la puerta como un guardia, Alivia esbozó una leve y divertida sonrisa. La antigua damane sabía que la exhibición de Nynaeve era por ella. Sin embargo, la intensidad de la mirada de los duros ojos azules no decayó un solo instante. Rara vez lo había hecho desde que se le había quitado el collar en Caemlyn. Las dos Doncellas sentadas en cuclillas cerca de ella y que jugaban a las cunitas —Harilin, de los Montaña de Hierro del clan Taardad, y Enaila, de los Jarra del clan Chareen— realizaban su propia exhibición. Con el shoufa envuelto en la cabeza y el negro velo colgando sobre el pecho, cada cual llevaba tres o cuatro lanzas metidas en el correaje que sostenía el estuche del arco a la espalda y una adarga de piel de toro tirada en el suelo. Había cincuenta Doncellas en la casona, varias de ellas Shaido, y todas iban y venían prestas para danzar las lanzas en un soplo. Puede que con él. Parecían debatirse entre el placer de proporcionarle guardia de nuevo y el descontento por el largo tiempo que las había evitado.
En lo que a él se refería, era incapaz de mirar a ninguna de ellas sin que la letanía de nombres de las mujeres que habían muerto por su causa, mujeres que había matado, empezara a resonar en su cabeza. Moraine Damodred. Ella por encima de todas. Su nombre lo tenía escrito a fuego en el cráneo. Liah, de los Cosaida del clan Chareen, Sendara de los Montaña de Hierro del clan Taardad, Lamelle de los Agua Humeante del clan Miagoma, Andhilin de los Sal Roja del clan Goshien, Desora de los Musara del clan Reyn… Tantos nombres. A veces se despertaba en mitad de la noche desgranando esa lista, con Min abrazándolo y murmurándole quedo, como quien tranquiliza a un niño. Siempre le decía que se encontraba bien y que quería volver a dormirse; sin embargo, después de cerrar los ojos no se quedaba dormido hasta haber completado la lista. A veces Lews Therin la entonaba con él.
Min alzó la vista del volumen que tenía abierto sobre la mesa, uno de los libros de Herid Fel. Los devoraba, y usaba como marcador la nota que le había enviado a Rand antes de morir, aquella en la que decía que ella era una distracción para él por ser tan bonita. La chaqueta corta de color azul, bordada con florecillas blancas en las mangas y las solapas, estaba cortada para ajustarse prietamente sobre su busto, donde la blusa de seda de color cremoso dejaba atisbar el inicio de los senos; los grandes ojos oscuros, enmarcados por los oscuros rizos que le llegaban a los hombros, tenían un brillo de complacencia. Rand sentía ese placer a través del vínculo. Le gustaba que él la mirara. A buen seguro que el vínculo le revelaba a Min lo mucho que le gustaba mirarla. Lo raro era que transmitía asimismo que a ella también le gustaba mirarlo. ¿Guapa? Rand empezó a tararear entre dientes mientras se toqueteaba el lóbulo. Era preciosa. Y unida a él más estrechamente que nunca. Ella y Elayne y Aviendha. ¿Cómo iba a mantenerlas a salvo ahora? Se obligó a devolverle la sonrisa en torno a la boquilla de la pipa, inseguro de hasta qué punto funcionaba el engaño. Un atisbo de irritación había aparecido en el vínculo por el extremo de Min, si bien no entendía por qué se irritaba cuando creía que se preocupaba por ella. ¡Luz, es que quería protegerlo a él!
—Rand no es muy hablador, Loial —dijo Min, que había dejado de sonreír. La voz baja y casi musical no tenía dejo alguno de enfado, pero lo que el vínculo le transmitía era otra historia—. De hecho, a veces es tan charlatán como un mejillón. —La mirada que le echó lo hizo suspirar. Al parecer iban a tener una larga charla cuando se quedaran solos—. Yo no puedo contarte gran cosa, pero estoy convencida de que Cadsuane y Verin te explicarán todo lo que quieras saber. También lo harán otros. Pregúntales a ellos si quieres algo más que un «sí» o un «no» además de un par de palabras seguidas.
La baja y regordeta Verin, que tejía punto en una silla al lado de Nynaeve, pareció sobresaltada al oír mencionar su nombre. Parpadeó vagamente, como si se preguntara por qué lo habría hecho. Cadsuane, sentada al otro extremo de la mesa, con el cestillo de costura abierto a su lado, sólo apartó la atención del bastidor de bordar justo el tiempo suficiente para mirar a Loial. Los adornos dorados se mecieron, colgados del moño gris acerado en lo alto de la cabeza. Sólo fue eso, una ojeada, nada de mirada ceñuda, pero aun así las orejas de Loial se sacudieron con nerviosismo. Las Aes Sedai siempre le impresionaban, y Cadsuane más que ninguna otra.
—Oh, lo haré, Min, lo haré —dijo—. Pero Rand es esencial en mi libro. —Sin tener un frasco de arena a mano, se puso a soplar suavemente la página del libro de apuntes para que se secara la tinta, pero siendo como era Loial, no pudo menos que hablar entre soplido y soplido—. Nunca das bastantes detalles, Rand. Haces que te tenga que sacar todo a la fuerza. ¡Vaya, pero si ni siquiera mencionaste que estuviste prisionero en Far Madding hasta que Min lo sacó a colación! ¿Qué dijo el Consejo de los Nueve cuando te ofrecieron la Corona de Laurel? ¿Y cuando le diste un nombre nuevo? No creo que eso les gustara. ¿Cómo fue la ceremonia de coronación? ¿Hubo celebraciones, festejos, desfiles? ¿Cuántos Renegados te atacaron en Shadar Logoth? ¿Cuáles de ellos? ¿Cómo fue al final? ¿Qué sensación daba? Mi libro no será muy bueno sin esos detalles. Confío en que Mat y Perrin me den mejores respuestas. —Frunció el entrecejo de forma que las largas cejas le rozaron las mejillas—. Espero que se encuentren bien.
Los colores se arremolinaron en la cabeza de Rand, arcos iris gemelos girando en agua. Ahora sabía cómo rechazarlos, pero esta vez no lo intentó. Uno cobró forma en una fugaz imagen de Mat que cabalgaba a través de un bosque, a la cabeza de una fila de gente montada. Parecía discutir con una mujercita de tez oscura que cabalgaba a su lado, se quitaba el sombrero, miraba dentro de él y volvía a encasquetárselo en la cabeza. Sólo duró unos instantes, y luego lo reemplazó Perrin sentado en una sala común o una taberna, con copas de vino delante, acompañado por un hombre y una mujer que llevaban sendas chaquetas rojas, idénticas, adornadas con ribetes azul y amarillo. Extrañas ropas. Perrin parecía sombrío como la muerte, y sus compañeros, recelosos. ¿De él?
—Están bien —dijo sosegadamente, sin hacer caso de la mirada penetrante de Cadsuane. La mujer no lo sabía todo y él tenía intención de que siguiera siendo así. De cara al exterior, tranquilo, satisfecho, exhalando anillos de humo. Por dentro era otro cantar. «¿Dónde están?», pensó enfadado, frenando y aplastando otra aparición de los colores. Hacer eso ahora le resultaba tan fácil como respirar. «¡Los necesito, y ellos se van a pasar el día a los Jardines de Ansaline!»
De repente, otra imagen surgió en su mente, la cara de un hombre, y tuvo un sobresalto. Por primera vez no venía acompañada por el vértigo. Por primera vez la vio claramente en los instantes precedentes a su desaparición. Un hombre de ojos azules y barbilla cuadrada, quizás unos años mayor que él. Tal vez debería decir que lo veía claramente por primera vez después de mucho tiempo. Era la cara del extraño que le había salvado la vida en Shadar Logoth, cuando había combatido contra Sammael. Y lo que era peor…
«Me percibió —dijo Lews Therin. Para variar, parecía cuerdo. A veces daba esa impresión, pero la locura volvía siempre, a la larga—. ¿Cómo puede percibirme una cara que aparece en mi mente?»
«Si tú no lo sabes, ¿cómo esperas que lo sepa yo? —pensó Rand—. Pero yo también lo percibí a él. —Había sido una sensación rara, como si estuviera… tocando de algún modo al otro hombre. Y no sólo físicamente. Persistía un residuo. Daba la impresión de que sólo tenía que moverse un milímetro, en cualquier dirección, para volver a tocarlo—. Creo que también me vio la cara».
Hablarle a una voz dentro de su cabeza había dejado de parecerle insólito. A decir verdad, ya hacía mucho que no se lo parecía. ¿Y ahora…? Ahora podía ver a Perrin y a Mat con sólo pensar en ellos o con oír sus nombres, y tenía esa otra cara apareciendo en su mente de forma espontánea. Y por lo visto era más que una cara. Total ¿qué era mantener conversaciones dentro de su cráneo comparado con eso? Pero el hombre había sido consciente de él, y viceversa.
«Cuando los chorros de fuego compacto se tocaron en Shadar Logoth debió de crearse algún tipo de conexión entre nosotros. No se me ocurre otra explicación. Ésa fue la única vez que nos encontramos. Él utilizaba lo que se llama Poder Verdadero. Tuvo que ser eso. No sentí nada, no vi nada excepto su chorro de fuego compacto». Tener atisbos de conocimientos que le parecían suyos cuando sabía que provenían de Lews Therin tampoco le resultaba ya chocante. Recordaba los Jardines de Ansaline, destruidos en la Guerra de la Sombra, tan bien como recordaba la granja de su padre. El conocimiento funcionaba en ambas direcciones. A veces Lews Therin hablaba de Campo de Emond como si hubiese crecido allí. «¿Le encuentras tú algún sentido a eso?»
«¡Oh, Luz! ¿Por qué tengo esta voz en mi cabeza? —gimió Lews Therin—. ¿Por qué no puedo morir? Oh, Ilyena, mi amada Ilyena, quiero reunirme contigo». La voz se apagó, sustituida por el llanto. Le pasaba a menudo cuando hablaba de su esposa, a la que había matado en su locura.
Daba igual. Rand ahogó el sonido de los sollozos del hombre hasta reducirlo a un murmullo apenas audible. Estaba convencido de que tenía razón. Pero ¿quién era aquel tipo? Un Amigo Siniestro, de eso no cabía duda, pero no uno de los Renegados. Lews Therin conocía sus rostros tan bien como el suyo propio y ahora Rand también. Una inesperada idea le hizo torcer el gesto. ¿Hasta qué punto lo percibía a él ese otro hombre? A los ta’veren se los podía localizar por el efecto que causaban en el Entramado, aunque sólo los Renegados sabían cómo. Al menos Lews Therin nunca había mencionado que lo supiera —sus «conversaciones» eran siempre muy breves, aparte de que el hombre rara vez le proporcionaba información de forma voluntaria— y nada había cruzado por su mente al respecto. Pero Lanfear e Ishamael habían sabido cómo hacerlo, si bien ningún otro había dado con él desde que esos dos habían muerto. ¿Podría utilizarse esta conexión del mismo modo? Todos podían estar en peligro. Más de lo que era habitual, como si eso no fuera suficiente.
—¿Te encuentras bien, Rand? —preguntó Loial, preocupado, mientras enroscaba el tapón de plata con motivos de hojas cincelados en el frasco de tinta. El cristal del frasco era tan grueso que habría resistido cualquier golpe salvo ser arrojado contra la piedra, pero Loial lo manejaba como si fuera muy frágil. En sus manos enormes lo parecía—. Me pareció que el queso sabía mal, pero tú te comiste un buen trozo.
—Estoy bien —contestó Rand, pero, cómo no, Nynaeve no hizo caso. Se levantó de la silla y se deslizó velozmente a través de la sala en medio del remolino de la falda azul. Notó que se le ponía carne de gallina cuando ella abrazó el saidar y alargó las manos para sostenerle la cabeza. Al cabo de un instante un escalofrío le recorría el cuerpo. ¡Esa mujer nunca preguntaba! A veces actuaba como si todavía fuera la Zahorí de Campo de Emond y él se dispusiera a ponerse de camino a la granja cuando se hiciera de día.
—No estás enfermo —dijo con tono de alivio. La comida echada a perder estaba ocasionando todo tipo de enfermedades entre la servidumbre, algunas serias. La gente habría muerto de no ser por la presencia de Asha’man y Aes Sedai que proporcionaban la Curación. Reacios a que su señor desembolsara más de su ya escaso dinero y a despecho de todas las advertencias hechas por Cadsuane y Nynaeve y las otras Aes Sedai, se alimentaban con cosas que deberían haberse tirado a un montón de basura. Un cosquilleo distinto se centró brevemente en la herida doble del costado izquierdo.
—Esa herida no mejora —dijo ella, ceñuda. Había intentado Curarla con tan poco éxito como Flinn. Eso era algo que no le sentaba bien. Nynaeve se tomaba el fracaso como un insulto personal—. ¿Cómo puedes mantenerte en pie? Debes de estar sufriendo mucho.
—Hace caso omiso —intervino Min, impasible. Oh, sí, y tanto que tendrían unas palabras luego.
—Duele igual estando de pie que sentado —le dijo a Nynaeve mientras le retiraba suavemente las manos de la cabeza. Era la pura verdad. Como lo era lo que había dicho Min. No podía permitirse el lujo de dejar que el dolor hiciera de él su prisionero.
Una de las puertas gemelas se abrió con un chirrido y dejó paso a un hombre de pelo blanco y una chaqueta de color amarillo desvaído con adornos en rojo y azul que le colgaba flojamente sobre el cuerpo huesudo. La reverencia que hizo fue vacilante, pero por culpa de las articulaciones, no por descortesía.
—Milord Dragón —dijo con una voz casi tan chirriante como los goznes de la puerta—, lord Logain ha regresado.
Logain no esperó a ser invitado y entró prácticamente pisándole los talones al criado. Alto, de cabello oscuro que caía en ondas hasta los hombros, y de tez oscura para ser ghealdano, seguramente las mujeres lo encontraban apuesto, aunque también él tenía una vena de oscuridad. Llevaba la chaqueta negra con la Espada y el Dragón en el cuello alto, y una espada de empuñadura larga colgada a la cadera, pero había añadido algo, un broche redondo, esmaltado, que mostraba tres coronas doradas sobre campo azul, prendido en el hombro. ¿Había adoptado un emblema? Las cejas espesas del viejo criado se dispararon hacia arriba por la sorpresa, y miró a Rand como preguntando si quería que echara a Logain.
—Las noticias de Andor son aceptablemente buenas, supongo —empezó Logain mientras metía los guantes negros por el cinturón. Le dirigió a Rand una mínima reverencia, una ínfima inclinación de espalda—. Elayne sigue conservando Caemlyn, y Arymilla mantiene el cerco, pero Elayne tiene ventaja ya que Arymilla ni siquiera puede impedir la entrada de vituallas, cuanto menos refuerzos. No frunzáis el entrecejo, que no he estado en la ciudad. De todos modos, las chaquetas negras no se ven con buenos ojos allí. Los fronterizos siguen en el mismo sitio. Al parecer hicisteis bien en manteneros lejos de ellos. Corre el rumor de que hay trece Aes Sedai con ellos. Y corre el rumor de que os buscan. ¿Ha regresado ya Bashere?
Nynaeve le asestó una mirada hosca y se apartó de Rand asiéndose la trenza con fuerza. A su entender, que las Aes Sedai vincularan Asha’man estaba bien, pero no a la inversa.
¿Que había trece y que lo buscaban? Si no se había acercado al campamento de la gente de las Tierras Fronterizas había sido porque Elayne no quería que la ayudara —que interfiriera, como decía ella, y él empezaba a entender que tenía razón; el Trono del León tenía que ganarlo ella, no le pertenecía a él para dárselo— pero quizás había sido un acierto el haberlos evitado. Todos los dirigentes de las Tierras Fronterizas tenían lazos con la Torre Blanca, y sin duda Elaida seguía con ganas de echarle mano. Ella y esa absurda proclamación de que nadie salvo ella podía abordarlo. Si pensaba que con eso iba a obligarlo a presentarse ante ella es que era una necia.
—Gracias, eso es todo, Ethin, puedes retirarte. ¿Lord Logain? —preguntó dando énfasis al título mientras el criado hacía una reverencia y lanzaba una última mirada contrariada. Rand creía que el viejo criado habría intentado echar fuera a Logain si se lo hubiera dicho.
—El título le pertenece por derecho de nacimiento —intervino Cadsuane sin levantar la vista del bordado. Ella debía de saberlo, ya que había ayudado a capturarlo cuando se hacía llamar el Dragón Renacido; a él y a Taim, los dos. Los adornos del pelo se mecieron cuando asintió con la cabeza—. ¡Bah! Un noblecillo de poca monta con un pedazo de tierra en las montañas, la mayor parte cuesta arriba y cuesta abajo. Pero el rey Johanin y la Cámara Alta de la Corona lo despojaron de sus tierras y de su título cuando se convirtió en un falso Dragón.
Unas pequeñas chapetas tiñeron las mejillas de Logain, pero la voz le sonó fría y controlada.
—Pudieron arrebatarme mi predio, pero no quién soy.
Todavía enfrascada aparentemente en el bordado, Cadsuane soltó una suave risita. Las agujas de tejer de Verin se habían parado y la mujer estudiaba a Logain; un gorrión regordete observando a un insecto. Alivia también había desplazado la intensa mirada hacia el hombre, en tanto que Harilin y Enaila parecían repasar los movimientos de la partida. Min daba la impresión de seguir leyendo, pero cada mano descansaba cerca del puño contrario de las mangas de la chaqueta. Allí era donde guardaba algunos de sus cuchillos. Ninguno de ellos confiaba en Logain.
—¿Está hecho? —preguntó Rand, fruncido el entrecejo. Logain podía darse el título que quisiera siempre y cuando hiciera lo que se suponía que debía hacer, pero Cadsuane lo pinchaba (a él y a cualquiera que llevara chaqueta negra) casi tanto como a él mismo. Tampoco estaba seguro de hasta qué punto podía confiar en Logain, pero tenía que trabajar con las herramientas de que disponía.
Al llegar Logain, Loial había desenroscado de nuevo el tapón del tintero.
—Más de la mitad de la Torre Negra se encuentra en Arad Doman e Illian. Envié a todos los hombres con Aes Sedai vinculadas excepto los que están aquí, como ordenasteis. —Logain se había ido acercando a la mesa mientras hablaba; entre platos y sobras encontró una jarra vidriada en azul que todavía contenía vino y se llenó una copa vidriada en verde. En la casa casi no había plata—. Debisteis permitirme traer más hombres aquí. Las cifras se inclinan demasiado del lado de las Aes Sedai para mi gusto.
—Puesto que en parte es obra tuya —gruñó Rand—, tendrás que aguantarlo. Lo mismo que tendrán que aguantarlo otros. Continúa.
—Dobraine y Rhuarc enviarán a un soldado con un mensaje tan pronto como encuentren a alguien al mando de más de un pueblo. El Consejo de Mercaderes sigue afirmando que Alsalam todavía reina, pero no quisieron o no pudieron demostrarlo ni decir dónde se encuentra. Parece que andan a la gresca entre ellos, y Bandar Eban se halla medio desierta, en manos de la turba. —Logain miró la copa de vino con gesto de asco—. Partidas de matones imponen el poco orden que hay en la ciudad, y obtienen con amenazas comida y dinero de la gente que según ellos protegen, y se llevan cualquier otra cosa que quieran, incluso mujeres. —El vínculo le transmitió de repente una ira abrasadora, y Nynaeve emitió un gruñido gutural—. Rhuarc ha acometido la tarea de poner freno a esa situación, pero empezaba a cobrar visos de batalla cuando me marché —acabó Logain.
—Unos matones no aguantarán mucho contra los Aiel. Si Dobraine no encuentra a nadie que esté al mando, entonces tendrá que ser él quien lo haga de momento. —Si Alsalam había muerto, como parecía probable, tendría que nombrar un Administrador del Dragón Renacido para Arad Doman. Pero ¿quién? Tendría que ser alguien que aceptaran los domani.
Logain echó un buen trago de vino.
—A Taim no le gustó que le pidiera tantos hombres y los sacara de la Torre sin decirle dónde iban. Pensé que iba a romper vuestra orden. Utilizó todos los trucos para descubrir dónde estabais. Oh, ardía en deseos de saberlo. Tanto que los ojos le echaban fuego prácticamente. No me habría extrañado que me hubiera sometido a interrogatorio si yo hubiera sido tan necio de entrevistarme con él sin compañía. Sin embargo hubo algo que le gustó: que no me llevara a ninguno de sus compinches. Eso era patente en su cara. —Sonrió, pero fue un gesto desganado, no divertido—. Ya hay cuarenta y uno de ésos ahora, dicho sea de paso. Ha dado el alfiler del Dragón a más de una docena de hombres en los últimos días, y tiene más de cincuenta en sus clases «especiales», en su mayoría gente reclutada últimamente. Planea algo, y dudo que os guste.
«Te dije que lo mataras cuando tenías la posibilidad de hacerlo —rió estridentemente Lews Therin con un regocijo demencial—. Te lo dije. Ahora ya es tarde. Demasiado tarde».
Rand expulsó una bocanada de humo gris azulado, furioso, dirigido tanto a Logain como a Lews Therin.
—Taim construyó la Torre Negra hasta casi igualar a la Torre Blanca en número, y aumenta a diario. Si es un Amigo Siniestro como afirmas, ¿por qué iba a hacer tal cosa?
Logain le sostuvo la mirada sin amilanarse.
—Porque no pudo frenarlo. Por lo que he oído, incluso al principio había hombres capaces de Viajar y que no eran de sus lameculos, y no tenía ninguna excusa para llevar a cabo todo el reclutamiento personalmente. Pero ha hecho una Torre propia oculta dentro de la Torre Negra, y los hombres que viven en ella le son leales a él, no a vos. Corrigió la lista de desertores y manda sus disculpas por un «error sin mala fe», pero podéis apostar todo lo que poseéis a que no era ningún error.
¿Y hasta qué punto era leal Logain? Si a un falso Dragón le escocía seguir al Dragón Renacido ¿por qué no al otro? Podía pensar que tenía motivo. Había sido mucho más famoso como falso Dragón que Taim, con más éxito, al conseguir agrupar un ejército que barrió Ghealdan y que casi llegó a Lugard en su camino a Tear. La mitad del mundo conocido había temblado con el nombre de Logain. Sin embargo, Mazrim Taim dirigía la Torre Negra mientras que Logain Ablar era sólo un Asha’man más. Min seguía viendo un halo de gloria a su alrededor. Sin embargo, cómo alcanzaría esa gloria escapaba a su visión.
Se quitó la pipa de la boca; sintió la cazoleta caliente contra la garza marcada de la palma. Debía de haber estado chupando la pipa ferozmente sin ser consciente de ello. El problema era que Taim y Logain eran problemas secundarios. Tenían que esperar. Las herramientas a mano. Realizó un esfuerzo para mantener la voz ecuánime.
—Taim quitó los nombres de la lista, y eso es lo que importa. Si está actuando con favoritismo, tomaré medidas cuando tenga tiempo. Pero los seanchan están antes. Y puede que también el Tarmon Gai’don.
—¿Que «si» actúa con favoritismo? —gruñó Logain, que soltó la copa en la mesa con tanta fuerza que se rompió. El vino se desparramó por el tablero y goteó por un borde. Ceñudo, se limpió la mano mojada en la chaqueta—. ¿Pensáis que son imaginaciones mías? —El tono iba cobrando acaloramiento con cada palabra—. ¿O que me lo estoy inventando? ¿Creéis que son celos, al’Thor? ¿Es eso lo que creéis?
—Escúchame —empezó Rand, que alzó la voz para hacerse oír sobre el retumbo de un trueno.
—Te dije que esperaba de ti y de tus amigos chaquetas negras un comportamiento civilizado para conmigo, mis amigos y mis anfitriones —dijo severamente Cadsuane—, pero he decidido que eso se amplíe al trato entre vosotros dos. —Seguía con la cabeza inclinada sobre el bastidor del bordado, pero hablaba como si estuviera sacudiendo el índice delante de sus narices—. Al menos cuando yo esté presente. Eso significa que si seguís riñendo voy a tener que daros de azotes a los dos.
Harilin y Enaila empezaron a reír con tantas ganas que la cuerda del juego se hizo un enredo. Nynaeve reía también, aunque intentaba disimularlo tapándose con la mano. ¡Luz, pero si hasta Min sonreía!
Logain se encrespó y apretó las mandíbulas hasta el punto de que Rand pensó que le oiría rechinar los dientes. Por su parte, procuraba con todas sus fuerzas no encresparse también. Cadsuane tenía sus propias y jodidas reglas. Sus «condiciones» por acceder a ser su consejera. La mujer fingía que había sido él quien se lo había pedido, y cada dos por tres añadía otra más a la lista. Las reglas no eran realmente onerosas, aunque sí el hecho de que las hubiera, pero su forma de plantearlas era siempre como el aguijonazo de un palo afilado. Abrió la boca para decirle que había acabado con sus reglas, y también con ella, si hacía falta.
—Seguramente Taim tendrá que esperar a la Última Batalla, sea lo que sea lo que se traiga entre manos —intervino de repente Verin. La labor de punto, un bulto informe que podría ser cualquier cosa, reposaba sobre su regazo—. Será pronto. Según todo lo que he leído sobre el tema, las señales son muy claras. La mitad de la servidumbre ha visto personas muertas rondando por la casa, gente a la que conocieron viva. Se ha repetido tan a menudo que ya ha dejado de asustarlos. Y una docena de hombres que conducían el ganado a los pastos de primavera contemplaron cómo una ciudad de considerable tamaño se disipó como niebla a sólo unas pocas millas al norte.
Cadsuane había alzado la cabeza y miraba fijamente a la corpulenta hermana Marrón.
—Gracias por repetir lo que nos contaste ayer, Verin —dijo con sequedad. Verin parpadeó y después recogió la labor de punto y la observó con el entrecejo arrugado como si ella no estuviera tampoco segura de lo que iba a ser.
Min mantuvo la mirada fija en los ojos de Rand y sacudió lentamente la cabeza; Rand suspiró. El vínculo le hablaba de irritación y cautela, esta última una advertencia intencionada para él, sospechaba. A veces, tenía la impresión de que Min le leía el pensamiento. Bien, si necesitaba a Cadsuane, y Min decía que la necesitaba, entonces no había más que hablar. Pero ojalá supiera qué se suponía que esa mujer tenía que enseñarle, aparte de rechinar los dientes.
—Aconsejadme, Cadsuane. ¿Qué os parece mi plan?
—Por fin pregunta el chico —murmuró ella mientras dejaba el bordado junto al cesto de costura—. Todos sus planes en marcha, algunos de los cuales ni siquiera se me han confiado, y ahora pregunta. De acuerdo. Tu paz con los seanchan será impopular.
—Es una tregua —la interrumpió—. Y una tregua con el Dragón Renacido durará sólo lo que el Dragón Renacido. Cuando muera, todos serán libres de emprender de nuevo la guerra contra los seanchan si quieren.
Min cerró el libro de golpe y se cruzó de brazos.
—¡No hables así! —espetó, roja la cara por la rabia. El vínculo también transmitía miedo.
—Las Profecías, Min —le recordó tristemente. Triste no por él, sino por ella. Deseaba protegerla, a ella y a Elayne y a Aviendha, pero al final les causaría dolor.
—¡Te he dicho que no hables así! —Asestó una mirada fulminante a Alivia quien, según su visión, ayudaría a Rand a morir, y las manos se deslizaron por los brazos hacia los puños de las mangas.
—Compórtate, Min —le dijo.
Ella apartó velozmente las manos de los puños, pero apretó los dientes y, de pronto, el vínculo rebosó testarudez. Luz, ¿es que ahora iba a tener que preocuparse por si Min intentaba matar a Alivia? No es que fuera a tener éxito en su empeño —tanto daría que arrojara una daga a una Aes Sedai como a la seanchan— pero ella sí podía acabar herida. No sabía si Alivia conocía algún tejido que no fuera para luchar.
—Impopular, como he dicho —repitió firmemente Cadsuane, que alzó la voz. Le lanzó a Min una breve ojeada ceñuda antes de volver la atención a Rand de nuevo. Tenía el semblante tranquilo, compuesto; el rostro de una Aes Sedai. Los oscuros ojos eran duros, como piedras negras pulidas—. Sobre todo en Tarabon, Amadicia y Altara, pero también en cualquier otro país. Si accedes a dejar que los seanchan conserven lo que ya han tomado, ¿qué tierras cederás a continuación? Así será como verán las cosas la mayoría de los dirigentes.
Rand se sentó pesadamente en su silla y estiró las piernas, que cruzó por los tobillos.
—No importa lo impopular que sea. Crucé aquel marco ter’angreal en Tear, Cadsuane. ¿Lo sabíais? —Los adornos de oro se mecieron cuando la mujer negó impacientemente con la cabeza—. Una de mis preguntas a los alfinios fue: «¿Cómo puedo ganar la Última Batalla?»
—Difícil pregunta para plantearla teniendo, como tiene que ver, con la Sombra —susurró ella—. Teóricamente, las conclusiones pueden ser muy desagradables. ¿Cuál fue la respuesta?
—«El norte y el este han de ser como uno. El oeste y el sur han de ser como uno. Los dos han de ser como uno». —Exhaló un anillo de humo y colocó otro en el centro mientras se ensanchaba. Y eso no había sido todo. Había preguntado cómo ganar y sobrevivir. El final de la respuesta había sido: «Para vivir, debes morir». Y eso no era algo que quisiera sacar a colación delante de Min en un futuro inmediato. Ni delante de nadie excepto de Alivia, dicho fuera de paso. Ahora sólo le quedaba discurrir cómo vivir muriendo—. Al principio creí que se referían a que debía conquistar todos los países, pero no era eso lo que dijeron. ¿Y si significa que los seanchan conserven el oeste y el sur, como puede decirse que ya hacen, y surge una alianza para dirimir la Última Batalla entre los seanchan y todos los demás?
—Es posible —cedió ella—. Pero si vas a acordar esa… tregua, ¿por qué desplazas lo que parece un gran ejército hacia Arad Doman y refuerzas el que ya se encuentra en Illian?
—Porque el Tarmon Gai’don se acerca, Cadsuane, y no puedo luchar contra los seanchan y contra la Sombra al mismo tiempo. Conseguiré esa tregua o los aplastaré, cueste lo que cueste. Las Profecías dicen que he de hacer que las nueve lunas se me unan. Hasta hace unos días no supe lo que significaba eso. Tan pronto como Bashere vuelva, sabré cuándo y dónde voy a reunirme con la Hija de las Nueve Lunas. Ahora la cuestión es cómo la uno a mí, y es ella quien tendrá que responder.
Habló de forma pragmática y de vez en cuando exhalaba un anillo de humo a modo de puntuación. Las reacciones fueron diversas. Loial se limitó a escribir muy deprisa para que no se le escapara una sola palabra, en tanto que Harilin y Enaila reanudaron su juego. Si había que danzar las lanzas, estaban preparadas. Alivia asintió ferozmente, sin duda esperando que la cosa se resolviera aplastando a quienes la habían hecho llevar un a’dam durante quinientos años. Logain había encontrado otra copa y escanció el vino que quedaba en la jarra, pero se limitó a sostener la copa en vez de beber; su expresión era indescifrable. Ahora era a Rand al que Verin estudiaba intensamente. Claro que siempre había mostrado mucha curiosidad por él. Sin embargo, ¿por qué, en nombre de la Luz, Min sentía una profunda tristeza? Y Cadsuane…
—La piedra se fractura con un golpe lo bastante fuerte —dijo, el rostro una máscara de calma Aes Sedai—. El acero se quiebra. El roble se opone al viento y se parte. El sauce se doblega cuando ha de hacerlo y sobrevive.
—Un sauce no ganará el Tarmon Gai’don —le respondió Rand.
La puerta chirrió al volver a abrirse y Ethin entró, renqueante.
—Mi señor Dragón, han llegado tres Ogier. Se mostraron muy complacidos cuando supieron que maese Loial se encontraba aquí. Una es su madre.
—¿Mi madre? —exclamó Loial con una nota aguda en la voz, y aun así sonó como una ráfaga de viento cavernoso resoplando en unas cuevas profundas. Se incorporó con tal rapidez que derribó la silla hacia atrás mientras se retorcía las manos y abatía las orejas. Giró la cabeza a uno y otro lado como si buscara una salida que no fuera la puerta—. ¿Qué voy a hacer, Rand? Los otros dos deben de ser el Mayor Haman y Erith. ¿Qué voy a hacer?
—La señora Covril dijo que estaba deseando hablar con vos, maese Loial —anunció Ethin con su voz chirriante—. Muy deseosa. Todos están empapados por la lluvia, pero dijo que os esperan en la sala de estar Ogier del piso de arriba.
—¿Qué voy a hacer, Rand?
—Dijiste que querías casarte con Erith —respondió Rand con la mayor suavidad posible. La delicadeza no era fácil, salvo con Min.
—Pero ¡y mi libro! No tengo las notas completas, y nunca sabré qué ocurre a continuación. Erith me llevará de vuelta con ella al stedding Tsofu.
—¡Bah! —Cadsuane recogió la labor y se puso a coser delicadamente. Estaba bordando un antiguo símbolo Aes Sedai, el Colmillo del Dragón y la Llama de Tar Valon fundidos en un disco, negro y blanco separado por una línea sinuosa—. Ve con tu madre, Loial. Si es Covril, hija de Ela, nieta de Soong, más vale que no la tengas esperando. Lo que supongo sabes muy bien.
Loial pareció tomar las palabras de Cadsuane como una orden. Empezó a limpiar la pluma de nuevo y cerró el tintero, pero todo lo hizo muy despacio, gachas las orejas.
—¡Mi libro! —era el triste y apagado gemido que soltaba cada dos por tres.
—Bien —dijo Verin mientras alzaba la labor de punto para examinarla—. Me parece que he hecho todo lo que podía aquí. Creo que voy a ir a buscar a Tomás. La rodilla le duele con la lluvia, aunque él lo niega incluso a mí. —Echó un vistazo a las ventanas—. Parece que empieza a amainar.
—Y yo creo que iré a buscar a Lan —manifestó Nynaeve a la par que recogía el vuelo de la falda—. La compañía es mejor donde está él. —Lo dijo mientras se daba un tirón de la trenza y echaba una mirada fulminante a Alivia y a Logain—. El viento me anuncia que se aproxima una tormenta, Rand. Y ya sabes que no me refiero a la lluvia.
—¿La Última Batalla? —inquirió Rand—. ¿Cuánto tardará? —En lo referente al tiempo, a veces escuchar al viento le indicaba puntualmente en qué momento iba a llover.
—Es posible, pero no lo sé. Sólo recuerda esto: se acerca una tormenta. Una tormenta terrible.
En el cielo retumbó el trueno.