VII. INGENIERÍA

No necesitaron haberse preocupado. Aquello era el colmo, pero después de buscar por el suelo del cráter durante más de una hora se vieron obligados a admitir que no había en el recinto ningún animal mayor que una ardilla. Esto constituía en cierto modo un alivio, pero dejaba aún más oscura la causa de la trampa del túnel. Comentaron esto mientras descansaban al lado del hoyo y comían carne conseguida con la ballesta de Dar.

— Supongo que es lógico no encontrar nada vivo por aquí, estando la ciudad desierta; pero cabría esperar ver por lo menos algún esqueleto — apuntó Kruger.

Dar rascó con una zarpa el suelo poroso.

— No sé mucho al respecto. Incluso los huesos cuya carne no ha sido completamente comida no duran demasiado tiempo, y si tienen mucha desaparecen de inmediato. Aun así, podíamos esperar encontrar vestigios de ocupación en los huecos de la pared que vimos desde arriba — estas aberturas habían sido inspeccionadas buscando bien a los habitantes del hoyo o algún rastro de ellos, pero sólo eran grutas de cemento.

La opinión de Kruger era que debían sentarse y, teorizar sobre la posible función del cráter en los días en que la ciudad estaba habitada; pero Dar tenía una idea más práctica.

— El que sirviera para guardar mala gente o malos animales significa poco para nosotros ahora — dijo —. El problema es que parece adecuado para tenernos a nosotros también. De acuerdo que no moriremos de hambre, ya que hay agua y comida. Sin embargo, me quedan muy pocos años de vida para pasarlos en este lugar, y además no tengo mis libros. ¿No sería mejor planear una fuga?

— Supongo que sí lo sería — admitió Kruger —. Aun así, si supiéramos lo que aquí se guarda podríamos hacerlo mejor. Si es una jaula para leones y estuviéramos enterados de ello, al menos sabríamos que las restricciones están preparadas para leones. Como…

— Como sucede, conocemos todas las restricciones, como tú las llamas. Si subimos por ese túnel, hace calor. No tengo conocimiento de primera mano de lo que me pasaría si me metiera en el vapor, pero estoy seguro de que mis Profesores tenían sus razones para mantenerme alejado de estas cosas. Me doy cuenta que tú, que no tienes miedo del fuego, no has mostrado tampoco ningún deseo de ponerte delante de esas tuberías de vapor.

— Cierto. No tengo miedo del fuego que controlo, pero esto es muy distinto. Espera un minuto, acabas de decir algo. Si subimos por el túnel apretamos esa especie de gatillo que hay en el suelo, pero éste no está justo enfrente de los chorros. No puede estar muy cerca de ellos, o habríamos quedado escaldados al entrar. Debe ser posible ir por el corredor, pasar la parte del suelo que controla las válvulas, esperar allí hasta que cese de nuevo el vapor, y entonces salir.

Dar tenía sus dudas.

— Parece demasiado sencillo — dijo —. ¿Qué pueden haber tratado de tener ahí, que se hubiera asustado simplemente por el ruido? Es todo lo que le mantenía realmente ahí, si tu idea es correcta.

— Tal vez fuera justo eso — respondió Kruger con rapidez —. De cualquiera forma, intentémoslo.

Ninguno de ellos se sorprendió esta vez cuando un rugido de vapor respondió a su peso en la zona determinada del suelo. Kruger iba delante todo lo cerca que se atrevía al chorro de gas caliente, que salía de unas espitas a un lado del corredor y que desaparecía en su mayor parte en grandes aberturas al otro. Nubes de vapor remolineaban fuera de la zona y se ensortijaban alrededor de ellos en girantes nubecillas de niebla caliente, pero había aire suficiente para respirar, y minuto tras minuto esperaban en el borde del chorro de la muerte.

Tras un buen rato Kruger tuvo que admitir que Dar había tenido razón. Se hallaban mucho más cerca del vapor de lo que habían estado cuando apareció por primera vez al entrar, pero parecía que no iba a parar entonces. Al parecer, la maquinaria era más compleja de lo que Kruger había creído.

Había, por supuesto, otra posible interpretación. Kruger no quería considerarla. No sabía si se le había ocurrido o no a Dar y se abstuvo diplomáticamente de preguntarlo, cuando estuvieron de vuelta al lado de la poza.

— ¿Supones que la trampa era para estas pequeñas cosas que hemos comido? — preguntó Dar después de un largo silencio.

— ¿Te unes a mi lógica? — inquirió Kruger —. No lo sé, y no veo qué ventaja nos reportaría que lo fuera.

— Tampoco yo, hasta que hablaste hace un rato. Sin embargo, empiezo a preguntarme cuánto peso era necesario para abrir la válvula. Sabemos que nuestros pesos a la vez bastaban; creo que también el tuyo; pero no sabemos si el mío, y si lo hicieran, qué cantidad sería necesario poner en aquella parte del suelo sin ponerlo en funcionamiento.

— Si el tuyo es demasiado, ¿para qué nos serviría tener más información?

— No es necesario poner todo nuestro peso sobre el mismo sitio, ¿no es verdad? Sería posible colocar ramas y troncos en el suelo de forma que…

— Kruger estaba de nuevo en pie; no hubo necesidad de acabar la frase. Esta vez fue Dar quien iba delante, con Kruger varios pasos detrás de él.

En su momento, el chorro de vapor demostró que el resorte había sido puesto en marcha. Kruger se quedó donde estaba, mientras Dar retrocedió hacia él. El chorro cesó; decididamente, Dar había abierto la válvula. Era difícil estar seguro de la posición precisa del resorte en el casi totalmente oscuro paisaje. Dar se movió hacia adelante y hacia atrás hasta que localizó la última pulgada del borde del área sensible; entonces le dijo a su compañero: Nils, si vuelves arriba y buscas varias rocas de diferentes pesos nos enteraremos del grado de sensibilidad de este ingenio. Yo me quedaré aquí y señalaré la zona.

— De acuerdo — Kruger comprendió que el pequeño tipo estaba pensando y obedeció sin ningún comentario o pregunta. Volvió a los cinco minutos cargado de piedras de lava cuyo peso total aproximado era las cincuenta y cinco libras de Dar, y los dos se dedicaron a hacerlas rodar una a una detrás de la línea fatídica. Unos minutos de emanaciones y silencios alternativos evidenciaron que el gatillo operaba con el peso y que se requerían aproximadamente quince libras para abrir las válvulas. Además, las quince libras podían ser situadas en cualquier lugar a lo ancho del corredor en una distancia de unos diez pies.

Simplemente, el esparcir sus pesos no sería de utilidad; tan pronto como la suma total llegaba al límite de quince libras el vapor se liberaba.

— Aún podemos hacer un puente sobre el corredor — señaló Dar cuando llegaron a esta conclusión.

— Será bastante trabajoso — fue la respuesta pesimista de Kruger —. Vamos a tener que cortar mucha madera sólo con dos cuchillos.

— Si puedes pensar en otra cosa lo intentaré gustoso; si no, sugiero que empecemos a trabajar.

Como solía suceder, las palabras de Dar parecieron demasiado sensatas para ser contradecidas y volvieron a la luz del sol para buscar el material necesario.

Por desgracia, Kruger también había tenido razón. De los dos cuchillos que tenían, ninguno era especialmente pesado. Los árboles de Abyormen diferían entre sí tanto como los de cualquier otro planeta, pero ninguno de ellos era suficientemente blando para ser talado con un cuchillo pequeño en media hora o en medio día. Los viajeros esperaron encontrar algo lo suficientemente grueso para soportarlos sin doblarse demasiado y lo suficientemente delgado para ser cortado y transportado. El trozo de selva del cráter no era muy ancho y tenían que estar satisfechos con mucho menos de lo que querían; ninguno recordaba haber visto un tronco verdadero durante su búsqueda anterior, aunque por supuesto estaban pensando en otras cosas en aquel momento.

Kruger tenía aún sus dudas cuando paseaban por el suelo del cráter. No era más perezoso de lo normal, pero incluso el pensar enfrentarse a un tronco de seis pulgadas con su cuchillo no le apetecía mucho. Aquella situación ha sido probablemente responsable de la mayoría de los descubrimientos e inventos del último medio millón de años, así que no era demasiado sorprendente que su mente estuviera ocupada con otros asuntos mientras cazaban.

Tampoco era sorprendente que algunos hechos que habían estado disponibles en la caja de clasificación de su mente durante algún tiempo aparecieran de repente todos juntos; ésa parece ser la forma en que normalmente surgen las ideas.

— Dime, Dar — dijo de repente —. ¿Cómo es posible que si esta ciudad está desierta y las plantas de energía al parecer cerradas haya aún todo este vapor? Puedo entender que una válvula de abrir y cerrar dure este tiempo; pero ¿qué me dices de la fuente de energía?

— Hay mucho vapor por la zona — señaló Dar —. No tenían que haber ido demasiado lejos para conseguir el mismo fuego que alimentaba a estos volcanes o el agua caliente en el poblado — la cara de Kruger se apagó un poco cuando se dio cuenta que debía haber pensado él también eso.

— Por eso — dijo — me parece que sólo allí debe poder haber tanto vapor. ¿Por qué no dejamos algunas rocas sobre el resorte y nos limitamos a esperar hasta que se acabe?

— Ha estado fluyendo ya durante un buen rato — dijo Dar con dudas — y no ha mostrado ningún síntoma de acabarse. Aun así, supongo que hay una oportunidad. De cualquier forma, una vez hayamos puesto el peso en su lugar no nos entretendrá más tiempo, pues podemos volver a este trabajo. Vamos a hacerlo.

— No nos entretendrá a los dos. Volveré yo — Kruger regresó al túnel e hizo rodar una de las rocas que había dejado en el suelo hacia la trampa hasta que sus oídos le dijeron que había llegado suficientemente lejos y volvió con Dar en menos de dos minutos.

Por la perversidad de la suerte, el único árbol que parecía utilizable para su propósito estaba situado muy lejos del túnel. El quejarse de ello no serviría de nada, y los dos se pusieron a trabajar con sus finas hojas. Su madera era más blanda que la de un pino, pero aun así el tronco de siete pulgadas tardó algún tiempo en ser cortado, dadas las circunstancias. Descansaron varias veces y pararon una para cazar y comer antes de que la gran planta cayera.

Este árbol tan particular tenía sus ramas en forma de sombrilla de muchos estratos, con una distancia de cuatro o cinco pies entre cada uno. El plan era salvar algunas de las ramas del estrato más cercano a la base y del más cercano a la cresta de forma que pudieran servir de «patas» para sostener el peso del tronco principal y de su carga. Kruger no se hubiera sorprendido demasiado si el trabajo les hubiera llevado un año, pero la decisión y la progresiva habilidad acarreó sus dividendos y pasaron sólo unos días terrestres antes de que la obra estuviera preparada para ser arrastrada al túnel. A lo largo de todo aquel tiempo no cesó nunca el chillido del vapor; no había necesidad de acudir al túnel para saber el comportamiento de los chorros. Si hubo alguna disminución en el sonido, fue demasiado gradual para ser detectada por ninguno de los dos; lo que sí llamó su atención fue su cese repentino. Esto sucedió justo cuando estaban empezando a arrastrar el tronco hacia el túnel. Por un momento, los ecos del silbido se oyeron por todo el hoyo; luego sobrevino el silencio. Dar y Kruger se miraron durante un momento, y entonces, sin parar para discutirlo, empezaron a correr hacia la abertura.

Dar llegó antes, a pesar de tener las piernas más cortas; la maleza que había por el camino era lo suficientemente abierta para dejarle pasar con facilidad mientras que Kruger tenía que abrirse camino. El suelo del túnel estaba mojado con una capa de agua casi hirviendo, evidentemente del vapor que se había condensado en las paredes y techo durante las últimas doce horas. Era sólo la corriente que entraba desde el hoyo lo que hacía que el aire del pasaje no fuera irrespirable; en la remolineante niebla sólo se podían ver unas pocas yardas del corredor. Avanzaron poco a poco a la vez que la corriente quitaba la cortina de rocío y al poco llegaron a las piedras que habían dejado alrededor del resorte. Dar hubiera continuado, pero Kruger le paró con una palabra de aviso.

— Esperemos un momento y veamos si la roca que puse en el resorte está aún allí. Tal vez fue corroída por el vapor; no era demasiado pesada — Dar sintió personalmente que una piedra de quince libras necesitaba algo más poderoso que el pequeño chorro del túnel para hacerla desaparecer, pero, de cualquier modo, se quedó quieto. Fueron necesarios sólo unos momentos para ver que la roca se hallaba todavía en su sitio; el resorte estaba aún presumiblemente bajado, por lo que el vapor dejó de fluir por cualquier otra causa. Un poco inquieto, Kruger dejó caer su peso hacia delante hasta llegar al lado de la roca. Nada sucedió, y durante unos segundos los dos se miraron pensativos.

Pensaban en las mismas posibilidades.

Ninguno conocía los detalles del sistema de válvulas que controlaba el vapor. Podía haber más dispositivos de seguridad que lo cerraran antes de que se acabara por completo su reserva, dispositivos que podían ser accionados por otros resortes si se hacía la intención de pasar a través del corredor. El problema era que los constructores no eran humanos y, en lo que podía saberse, tampoco miembros de la raza de Dar; no había forma de suponer lo que podían considerar como un diseño lógico.

— Supongo que hay una única manera de averiguarlo, Dar. Mejor será que me dejes a mí primero; probablemente puedo aguantar una pequeña dosis de esto, pero a partir de lo que tus Profesores han dicho no hay forma de saber lo que te pasaría a ti.

— Es cierto, pero yo peso menos. Tal vez sería mejor que empezara yo.

— ¿Qué ventaja tendría eso? Si no funciona para ti, no sabemos aún si lo hará conmigo.

Tú limítate a estar listo si yo consigo pasar — Dar no dijo nada más, pero ayudó a que su compañero se cerciorara de que el pequeño equipo que llevaban estaba bien asegurado, ya que ninguno quería volver por algo que se les hubiera caído. Hecho esto, Kruger no perdió más tiempo y echó a correr por el túnel todo lo rápido que pudo.

Dar miró hasta estar seguro de que el chico había pasado los chorros de vapor y entonces le siguió. Se encontró con Kruger en la boca del túnel, pero no pararon hasta haber salido del edificio del que provenía el pasaje. No habían oído ningún sonido detrás de ellos y los jadeos de Kruger fueron disminuyendo gradualmente al pararse y escuchar.

— Supongo que lo conseguimos — dijo por fin —. ¿Qué hacemos ahora? Llevamos algo así como medio año de retraso para nuestra charla con el Profesor del poblado. ¿Crees que podremos convencerle de que nuestro retraso fue accidental y que estará dispuesto a devolverte tus libros?

Dar pensó un poco. Incluso él estaba ya algo harto de que le dieran largas cada vez que pedía su paquete, y lo que decía Kruger no estaba del todo injustificado. Dar tenía la suficiente vista como para darse cuenta de que el retraso no era totalmente accidental; debían de haber salido para el pueblo mucho antes de quedar atrapados en el cráter.

— Me pregunto por qué la gente del poblado no viene a buscarnos — inquirió de repente — Sabían más o menos dónde estamos y la vez anterior fueron capaces de encontrarnos.

— Es una buena pregunta, y no encuentro de momento respuesta alguna. El vapor no debe asustarles, ya que no lo hacen esos géisers.

— ¿Supones que sabían que estábamos atrapados y se hallan satisfechos de dejarnos así? Una expedición de búsqueda podía haber oído el vapor a mucha distancia y sólo con mirar sobre el borde del volcán nos hubieran descubierto.

— Hay una posibilidad distinta, y es que pensaran que es muy sencillo salir de la trampa y no supusieran que estaríamos mucho tiempo atrapados. En tal caso habría aún guardas merodeando posiblemente nos los hubiéramos encontrado al salir.

— Tal vez hubiera un único guardia, que no pensara que el ruido le conduciría a ninguna parte; podían pensar que el chorro era inagotable; estoy seguro que yo lo hubiera creído así. En tal caso podía haber ido a por refuerzos. Estoy armado y quizá pensara también que no es su deber capturarnos solo.

— Una posibilidad que no puede ser comprobada más que esperando aquí a ver si aparecen los soldados. ¿Les esperamos?

— Bueno… supongo que no — Dar no estaba aún muy dispuesto.

— Es posible que tengas razón. Hemos estado perdiendo el tiempo y no me quedan más que dieciséis años. Será mejor que partamos de nuevo para las Murallas de Hielo y confiemos poder volver con la suficiente ayuda para conseguir los libros.

— Eso me agrada. Siempre me agradó. Este baño de vapor se hace más desagradable con el tiempo; de hecho juraría que se calienta un poco más cada año. Vamos, y rápido — a la palabra unieron la acción y dejaron la montaña y la ciudad atrás sin pensarlo más.

Viajar era un poco más fácil a lo largo de la costa. La playa solía ser de arena compacta, aunque bastante estrecha; Abyormen no tiene una Luna con la suficiente masa para producir mareas advertibles, y tan cerca del polo ni las producidas por Theer se podían medir. Kruger sentía recelo ante el hecho de viajar sobre una superficie donde se pudieran advertir con tanta claridad sus huellas, pero Dar señaló que desde que fueron capturados habían dicho lo suficiente a sus potenciales perseguidores para que éstos supieran la dirección que habían tomado. La velocidad, y sólo la velocidad, era lo que podía favorecerles en aquel momento.

Había muchos animales en la selva que salían a la playa, ninguno de los cuales demostraba un temor particular por los viajeros. Una y otra vez la ballesta de Dar les proporcionaba el almuerzo, que era diseccionado en el sitio y comido mientras viajaban o durante las paradas ocasionales que eran necesarias para dormir.

Una o dos veces pudieron ver las partes superiores de los conos volcánicos muy tierra adentro, pero sólo una vez les molestó uno de ellos. Tuvieron que pasar algún tiempo abriéndose paso a través de un pequeño campo de lava que había fluido al mar en algún momento del pasado.

Normalmente, podían ver bastantes millas de costa a sus espaldas, con tanta frecuencia que ni siquiera uno de los ojos de Dar giraba en dicha dirección, pero los únicos objetos con movimiento que se podían ver eran animales salvajes poco afectados por la presencia de los viajeros.

El viaje se convirtió en un monótono caminar bajo un calor vaporoso o una molesta lluvia tropical. De vez en cuando, Kruger paraba el viaje para bañarse en el mar; aunque el agua estuviera caliente, el frescor que le proporcionaba nadar un poco hacía que mereciese la pena afrontar el riesgo. Sólo hacía esto cuando Dar paraba para descansar, ya que el abyormita no tenía la costumbre del baño y parecía no pensar en nada más que en la cantidad de tiempo que estaban empleando en el viaje.

No tenían ningún medio preciso de medir la distancia que recorrían, de forma que ni Dar podía suponerse cuándo aparecían las islas que buscaban; sin embargo, aparecieron. Dar emitió un gruñido de alivio cuando la primera pequeña joroba apareció a lo lejos en el horizonte.

— Tenemos quince años de tiempo; aún lo conseguiremos — su confianza podía parecer un poco fuera de lugar, pero la ignorancia de Kruger sobre la escala en que habían sido trazados los mapas impidió que se diese cuenta del hecho de que la cadena de islas que Dar quería utilizar se extendía a través de ochocientas millas de océano y que había casi una distancia igual entre su final y el punto del casquete polar al que se dirigían. Le pareció que el juicio del nativo era razonable y casi se relajó.

— ¿Cómo vamos a cruzar el mar? — se limitó a preguntar.

— Flotando — y Dar Lang Ahn quería decir eso mismo.

Esto preocupó a Kruger, y su preocupación no disminuía conforme pasaba el tiempo.

Cada vez estaba más claro que Dar pretendía hacer su viaje en una balsa, que era la única embarcación posible de hacer con las herramientas de que disponían; e incluso su ignorancia de la distancia que tenían que recorrer no hizo al chico mucho más feliz al respecto. No poseían ningún tipo de vela, y cuando el chico por fin logró explicar al piloto lo que eran, éste explicó que, de cualquier forma, el viento siempre soplaba en su contra.

Tendrían que remar.

— ¿Nunca cambia la dirección del viento? — preguntó Kruger consternado mientras empezaba a considerar la tarea de utilizar la energía muscular como un supuesto inimaginable que empezaba a tomar forma en la playa.

— No lo suficiente para ser tenido en cuenta.

— Pero ¿cómo lo sabes?

— He estado volando por esta ruta durante toda mi vida, y para llevar un planeador hace falta saber lo que hacen las corrientes.

— ¿No has dicho antes que esta cadena de islas señalaba la ruta aérea que vuestros planeadores siguen siempre para llegar a las Murallas de Hielo? — preguntó Kruger de repente.

— Para los que vienen de Kwarr, sí.

— Entonces, ¿por qué no hemos visto ninguno? — No has estado mirando hacia arriba.

Yo he visto tres desde que llegamos a este lugar. Si tuvieras los ojos más lateralmente situados y abarcaras hasta más arriba…

— No te preocupes por mis deficiencias ópticas! ¿Por qué no hiciste señales?

— ¿Cómo?

— Ibas a reflejar la luz del sol con las hebillas de tus arreos cuando te encontré; o podíamos encender fuego.

— Tu encendedor está en poder de los amigos que hemos dejado atrás, e incluso si pudiéramos encender alguno debías ya saber que ninguno de los míos se aproximaría a un fuego. Si el piloto viera el humo lo evitaría y lo reportaría con toda probabilidad como un nuevo centro de actividad volcánica.

— Pero ¿qué pasa con los reflejos? ¡Tus hebillas brillan aún!

— ¿Como se dirige un rayo de luz desde un espejo? Utilizaba ese método cuando me encontraste porque era el único posible; me encontraría tan muerto si tú no hubieras aparecido como lo estaré en menos de quince años.

— ¿No puedes ver el rayo de luz reflejado por las hebillas?

— No. Una vez vi un espejo tan plano que se podía ver el rayo de luz solar que reflejaba con tal de que hubiera un poco de bruma en el aire, pero mis hebillas no son de ese tipo.

— Entonces si esparcen el rayo debe de ser más sencillo que puedan ser vistas por alguien. ¿Por qué no lo intentas al menos?

— Creo que sería una pérdida de tiempo; pero si eres capaz de sugerir alguna forma de dirigir el rayo lo suficientemente cerca puedes intentarlo la próxima vez que aparezca un planeador a la vista.

— Déjame ver las hebillas, por favor.

Dar accedió con el aire de alguien que estaba dando gusto a un niño un poco tonto.

Kruger examinó las chapas de metal con detenimiento. Eran más planas de lo que las palabras de Dar habían hecho suponer, de forma rectangular, de unas dos pulgadas de anchura y cuatro de longitud. Había dos agujeros de una pulgada cuadrada en cada una, y en medio otro menor que cuando estaba siendo utilizado sostenía una clavija para asegurar las correas de cuero que se ataban en los dos primeros. Kruger sonrió al acabar su examen, pero se las pasó a su compañero, con el siguiente comentario: — Acepto la oferta. Avísame en seguida cuando aparezca el próximo planeador, si es que no lo veo yo mismo.

Dar volvió al trabajo, poco interesado en la idea de Kruger, pero mantuvo obedientemente un ojo vagando por el horizonte. Estaba un poco molesto de que Kruger estuviera constantemente levantando su cabeza para hacer lo propio, pero era lo suficientemente abierto para admitir que la pobre criatura no lo pudiera evitar. Se molestó aún más cuando fue Kruger quien divisó primero una nave aérea que se aproximaba, pero miró con interés cómo el chico se preparaba para usar las hebillas para señalar su posición.

Todo lo que vio, sin embargo, fue que una hebilla estaba siendo sostenida delante de uno de los pequeños ojos, que al parecer se dirigía a través del agujero central al planeador que se aproximaba. Dar no vio la razón de que esto pudiera ayudar a dirigir el rayo reflejado. Veía el haz de luz brillando en el mismo orificio central en la cara de Kruger, pero no podía decir por qué el reflejo de sus facciones en su parte posterior hubiera tomado una posición en concreto, una tal que llevaba la luz reflejada en su cara directamente al agujero por el cual estaba mirando al planeador. Permaneciendo todo lo quieto posible, dijo: — ¿Tenéis alguna señal especial que pueda ser hecha con destellos de luz, algo que el piloto pueda reconocer sin error?

— No.

— Entonces sólo nos queda esperar que se interese por un constante relampagueo — Kruger empezó a sacudir el espejo arriba y abajo.

Dar Lang Ahn se mostró atónito cuando el movimiento del planeador demostró con claridad que su ocupante había visto los destellos y no ocultó su asombro. Kruger no le dio importancia a su acción, como si se le ocurrieran cosas así todos los días. Después de todo, aún era joven.

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