IV. ARQUEOLOGÍA

Hablando con rigor, no era que se viese a alguien, pero resultaba evidente que allí había o había habido gente. Las ciudades no se construyen por sí solas y era evidente que sin importar si se miraba con unos ojos humanos o abyormitas, entre los dos conos se veía una. Ninguno de los edificios parecía ser demasiado alto. Tres o cuatro pisos, juzgando por la situación de las ventanas, era el máximo. Estas parecían ser bastante grandes, aunque claro está que por la distancia sería muy difícil ver las pequeñas, y no había ningún reflejo que indicara que alguna de ellas tuviera cristales. Naturalmente, esto podría ser debido a la casualidad, pero con dos soles alumbrando en el cielo y los miles de ventanas que había, la posibilidad era muy remota.

Kruger advirtió casi inmediatamente que si sus ideas sobre el piloto eran correctas un lugar como éste difícilmente podría haber sido construido por la raza del piloto. Sin embargo, aguardó la respuesta, que tardó varios segundos en venir, pues Dar esperaba también la misma contestación. Fue Kruger el primero en ceder.

— No, este lugar no ha sido construido por mi gente. No lo había visto nunca, ni siquiera algo parecido.

Dar oyó esta afirmación con ciertas reservas, pero él también negó cualquier conocimiento del lugar.

— Los refugios en el casquete polar se hallan bajo tierra — dijo —. Estos están en la superficie. El lugar de donde yo vengo, Kwarr, está también en la superficie, pero la forma y color de sus edificios es muy diferente. Tampoco había visto un lugar como éste — Dar confió que el haber dicho la palabra «tampoco» no fuera una deducción suya propia.

— Me parece que este lugar está desierto. De cualquier modo, investiguémosle.

Fue entonces cuando Dar demostró la amistad que profesaba al ser humano. De haber estado solo hubiera evitado la ciudad lo más posible. No estaba tan contento como debiera con la afirmación de Kruger de que la ciudad se hallaba desierta; los Profesores habían sido bastante misteriosos con algunos aspectos del asunto del fuego. Pese a sus dudas, que estaban muy próximas a ser temores, Dar Lang Ahn no puso ninguna objeción a la propuesta de Kruger y los dos echaron a andar cuesta abajo hacia la ciudad.

Antes de llegar tuvieron que atravesar aún varias millas de selva. Dar notó con curiosidad que incluso los ruidos de animales de la vegetación que les rodeaba estaban desapareciendo. Si Kruger advirtió esto, no lo mencionó. Tal vez no se hubiera dado cuenta, pensó Dar, que sabía desde hacía ya tiempo que su oído era mucho más agudo que el de su amigo. La falta de animales salvajes podía significar que la ciudad no estaba tan desierta como creía Kruger, y Dar preparó su ballesta.

No hubo, aun así, razón alguna para utilizar el arma. De esta manera, los dos se situaron con la selva detrás y unas pocas yardas tan sólo de terreno relativamente claro entre ellos y la ciudad. Se pararon allí para examinarla con detenimiento.

Nada se movía y ni Dar podía oír algo sospechoso. Después de esperar unos minutos, Kruger siguió hacia adelante. No miraba atrás ni preguntaba si Dar le seguía. pero el piloto estaba con él, con pensamientos indescriptibles para un ser humano revolviéndose en su cabeza. Si algo fuera a pasar, si su ilógica confianza en Nils Kruger estaba injustificada, era ahora el momento de saberlo. Aún esgrimía su ballesta, pero en su honor se puede decir que no apuntaba adonde Kruger se encontraba.

El suelo de tierra se convirtió de repente en pavimento firme, sobre el cual las zarpas de Dar resbalaban levemente. Como los edificios, el piso estaba hecho con bloques de lava cuidadosamente cortados en ángulo recto y acoplados. Los edificios no eran, en términos absolutos, tan altos como Kruger había supuesto desde lejos; lo que sí tenían eran los tres o cuatro pisos que la disposición de las ventanas hacía suponer. Cada piso medía unos cinco pies de altura.

Los edificios no podían ser considerados como verdaderas casas, al menos desde el punto de vista de Kruger, pues estaban demasiado abiertos para ello. No sólo era que más de la mitad de las paredes las ocuparan las ventanas sin cristales, sino que el nivel del suelo estaba principalmente compuesto de puertas. Sí que tenían sólidos tejados para protegerles de la lluvia, probablemente, pero ahí terminaba su utilidad como vivienda.

Las puertas, si es que se las podía llamar así, eran un poco extrañas. Después de haber examinado el exterior de media docena de edificios, Kruger se sintió incapaz de decir si los pisos inferiores tenían cada pocos pies una puerta en forma de campana o si era que las paredes exteriores estaban formadas por unos extraños pilares. Esta última posibilidad parecía la mejor, ya que el llamar «puertas» a unas aperturas de cuatro pies de anchura en la parte inferior y de tres pies y medio de altura, y que tenían forma de curva de probabilidad, parecía estirar demasiado el significado de la palabra.

Ambos viajeros se dieron cuenta de una cosa con bastante rapidez: los dos habían dicho la verdad cuando negaron cualquier conexión con la ciudad. Los techos eran demasiado bajos para los seres humanos, y aunque Dar pudiera moverse dentro de cualquier habitación sin dificultad, estaba claro que las puertas tampoco estaban hechas para los de su especie. El advertir esto casi indujo a Dar a descargar su ballesta, pero aún esperó.

Kruger quería investigar los interiores de algunos edificios, pero a sugerencia de Dar decidió hacerse una idea de toda la ciudad primero. Bajaron por la calle que se encontraron al pisar por primera vez el pavimento.

Esto les llevaba hacia el mar, pero no parecían llegar a él. El plano de la ciudad era bastante complicado, ya que ninguna calle parecía cruzarla por completo. Kruger siguió hacia el mar, con la creencia de que los edificios que más información podían proporcionarles estaban situados frente al agua.

En cierto modo tenía razón. La ciudad se iba extendiendo hacia el mar, apareciendo construcciones cada vez más imponentes conforme avanzaban. Sin embargo, las mayores no estaban frente al mar, sino bastante lejos de la bahía.

Kruger tardó un buen rato en digerir este hecho. A Dar le extrañaba aún más; había deseado poder aceptar la evidencia de que Kruger no tenía nada que ver con los constructores de estos edificios, pero estaba seguro que éstos eran amantes del fuego, lo que venía demostrado por la situación de la ciudad y los materiales empleados en ella.

Por otra parte, esta hipótesis no cuadraba demasiado bien con unas edificaciones construidas bajo el agua sin tener para nada en cuenta el cambio de medio. Aunque Dar no supiera mucho sobre el fuego, se daba cuenta del contrasentido. Se acercó un poco a su más grande amigo.

— Supongo que este sitio es más antiguo de lo que había pensado — recalcó con calma Kruger —. Debe haber transcurrido mucho tiempo para que el nivel de la costa bajara o para que el del agua subiera lo suficiente como para sumergir estos edificios. No ha podido ser un movimiento violento, o la ciudad no se mantendría en pie.

— ¿Qué vamos a hacer entonces?

— Bueno, tengo aún ganas de entrar en uno de estos edificios. No se puede decir que lo que vayamos a encontrar nos resulte útil, pero de cualquier modo siento curiosidad.

Dar se dio cuenta de que, pese a la inercia de ocho siglos de tradición, también la tenía, y siguió a Kruger sin objetar nada cuando el chico se encaminó a uno de los edificios cercanos, se puso de rodillas apoyando las manos en el suelo y se arrastró dentro a través de una de las aberturas de la pared. Una vez en el interior, Dar podía ponerse de pie con un cierto margen y se paseaba por allí, mientras que Kruger permaneció un rato de rodillas mirando a su alrededor.

El hecho de que la estructura de la pared exterior estuviera abierta tenía la ventaja de permitir el paso de gran cantidad de luz, pero también permitía ver casi todo lo que mereciera la pena desde afuera, que en este caso era bien poco.

Una habitación o corredor de unos quince pies de ancho se extendía por todo el edificio paralelamente a la calle; carecía de cualquier tipo de mobiliario. La pared interior de este pasadizo tenía puertas de tamaño y forma parecidos a las del exterior, pero en menor número. Kruger escogió una al azar y la cruzó arrastrándose. Dar le siguió.

Esta habitación era también larga y estrecha, aunque su lado mayor fuera perpendicular a la calle en vez de paralelo; la puerta por la que entraron estaba en un extremo y era mucho menor que el vestíbulo exterior. En cuatro sitios, al parecer fortuitos, había unas estructuras en forma de cúpula de unos dos pies de altura y dieciocho pulgadas de diámetro con los lados estriados, lo que les hacía parecer moldes de gelatina invertidos; estaban hechos de un tipo de piedra ligera y coloreada. Al fondo, a un pie de la puerta, había un dado. Kruger apenas podía empujar las cúpulas, apoyando para esto su espalda contra la pared y empujándola con las piernas. Su finalidad no estaba clara. La de otra parte de los muebles lo estaba un poco más; había un artefacto rectangular de metal con cajones deslizantes y una superficie de obsidiana altamente pulida que parecía un espejo adosada a una de las paredes laterales. El espejo, si es que tal era la función que se le quería dar, tenía aproximadamente la misma forma y tamaño que las puertas.

Los cajones del buró, o armario de clasificación, se hallaban sujetos sólo por picaportes. El de arriba estaba vacío. El segundo estaba casi lleno de objetos de metal sin una función obvia la mitad de ellos, mientras que los otros podían muy bien haber sido instrumentos de dibujo. Había dos compases, una especie de regla con marcas para que sirvieran de escala, un semicírculo dividido en dieciocho partes principales por profundos surcos en el metal de que estaba hecho y algunas herramientas que servían al parecer a la vez para cortar y grabar. Le señaló una de ellas a Dar, una especie de escalpelo de doble filo y con un mango de unas tres pulgadas, con la intención de que lo cogiera, ya que éste había estado utilizando el cuchillo de Kruger para la carne desde que descubriera las ventajas de una hoja de metal. El mango no se ajustaba muy bien a su mano, pero tampoco lo hacía el del cuchillo de Kruger, y éste al menos tenía el tamaño correcto.

Examinando más a fondo la habitación, descubrieron una pequeña cañería que salía de una pared con lo que parecía ser una roseta para quemar en su extremo. Kruger dedujo que era un aparato para encender gas, sacando el corolario de que los constructores de la ciudad tenían ojos.

El dado que había al final de la habitación tenía dos agujeros superficiales y en forma de cuenco que podían haber sido tiestos para flores o bañeras, según Kruger podía suponer. Al acercarse a él pareció sentir una subida de la temperatura. Dado que siempre estaba empapado en sudor, no se dio cuenta al principio, pero cuando tocó la pared sacudió la mano con una exclamación de sorpresa; su superficie estaba quemando.

Dar evitaba sus histerismos sólo mediante un gran autodominio. No quería relacionarse para nada con fuentes de calor, fuera éste artificial o no, y se retiró a la puerta mientras Kruger terminó solo sus investigaciones. Esto le llevó algún tiempo, ya que justo cuando había decidido que no había nada más que ver se fijó en un aparato de metal que estaba al mismo nivel que el suelo. Tenía sólo una pulgada de superficie y casi ninguna característica propia, pero un examen profundo descubrió un par de pequeñas perforaciones cerca de cada uno de sus lados.

Kruger volvió al cajón donde estaban los instrumentos de dibujo, cogió un compás, e insertando sus puntas en los agujeros consiguió por fin levantar la chapa. Su metal no recibió ningún daño visible, por lo que presumiblemente era un tratamiento poco ortodoxo.

Sin embargo, esto no llamó la atención de Kruger en aquel momento. Lo que sí la llamó era bastante simple: una mera superficie de color apagado con dos pequeños agujeros.

Después de mirarlos durante varios segundos, Kruger se puso a trabajar de nuevo con sus improvisadas pinzas, y en pocos minutos la chapa salió fuera de su cubierta. Debajo había justamente lo que el chico había esperado ver: dos hilos plateados rodeados y separados por una cubierta negra y flexible y que se incrustaban en cuencos de metal.

Con todo el respeto debido a la posible diferencia cultural, Kruger pudo deducir que había abierto una clavija diseñada para enviar corriente, para lo que el ocupante de la habitación eligiera. Es decir, un enchufe eléctrico.

Miró a los cables y a la cañería, y de nuevo a la pared, y a los cables otra vez, a la vez que silbaba sin entonar. Volvió a poner de nuevo las cubiertas y alivió a Dar saliendo de la habitación.

Kruger no estaba asustado, pero sí profundamente confundido por lo que había visto.

Una ciudad, aun en buen estado, aunque sin habitantes actuales, abandonada posiblemente no hace demasiado tiempo, que se metía en el océano lo suficiente para poder pensar en siglos de hundimiento de la tierra y equipada con gas y cables eléctricos en el mismo edificio. Dar no podía aclarar la cuestión. Reconocía el peso de los argumentos de su amigo en todas las materias menos en la del gas y la electricidad y estaba deseando aceptar para esto una opinión cualificada. Kruger explicó la situación todo lo bien que pudo mientras descansaba a la sombra del vestíbulo del edificio. Theer estaba en su punto más cercano y viajar era imposible. Dar entendió sin dificultad que el gas en una casa era una cierta forma de fuego y llevó la conversación apresuradamente a la cuestión de la electricidad.

Kruger no esperaba poder transmitir este concepto y fue gratamente sorprendido al descubrir que Dar le seguía al parecer bastante bien. La explicación fue larga, claro, pero antes de que Theer se hubiera puesto de nuevo detrás de las colinas el chico estaba más seguro que nunca de haber sido entendido.

La cuestión que surgió entonces fue qué debían hacer. Kruger pensó que lo mejor para ellos sería examinar uno o dos edificios más por lo menos para asegurarse de lo que habían visto, así tendrían una información más o menos sistemática que Dar pudiera transmitir a su gente. La posibilidad de que Kruger pudiera informar de ello a su gente parecía bastante más remota, pero tal vez pudiera utilizar él mismo este conocimiento.

Dar tenía un problema mas serio. Se había despertado su interés, claro; en cierto modo, le gustaría traer un grupo de los suyos y quizá algunos Profesores a este sitio para que pudieran aprender más sobre la electricidad que Kruger había descrito. Al mismo tiempo, estaba el hecho de haber violado instrucciones firmes y de larga duración, no simples órdenes de los Profesores, sino material escrito en libros de la época de antes de que su gente hubiera nacido, referentes a no relacionarse para nada con el fuego. No había duda de que quienquiera que hubiera construido este lugar no había oído nunca estas leyes. Si Dar hiciera un informe completo en las Murallas de Hielo, ¿traería esto consigo una expedición o una censura? Era su problema, por supuesto; no podía pedir consejo a Kruger. El ser humano era obvio que tampoco había oído nunca hablar de la ley, pero no podía ser culpado por ello, ya que su cultura era diferente.

Aun así, lo que fuera a hacer con la información importaba poco para decidir si debía adquirir más o no. Siguió a Kruger y pasaron varias horas visitando algunas estructuras.

No eran más parecidas entre sí que lo que lo hubieran sido los edificios de una ciudad terrestre, pero ninguna de sus diferencias era particularmente grande. Las cañerías de gas y los hilos de electricidad parecían estar en todas partes; Dar señaló que las cañerías estaban sólo en habitaciones interiores mientras que las tomas de corriente eléctricas aparecían con frecuencia en los vestíbulos e incluso en paredes exteriores. Parecía que los habitantes de la ciudad tenían prejuicios contra el uso de la electricidad para el alumbrado. Kruger no dio crédito a la sugerencia de Dar de que no hubieran inventado las luces eléctricas. Su opinión era que alguien que fuera capaz de construir una fuente de corriente lo suficiente para una ciudad, le era posible al menos iluminar un filamento con ella. Podía haber tenido razón.

Aunque Theer no se había puesto hacía mucho rato, varios chaparrones cayeron sobre la ciudad mientras estaban investigando. Cuando decidieron que ya habían visto suficiente y que debían reemprender su viaje, se encontraron con que otra tormenta iba justo a estallar. No hubiera sido imposible viajar bajo la lluvia, pues Kruger estaba normalmente empapado siempre, pero no era demasiado recomendable y decidieron esperar.

Como la mayoría de los otros, el chaparrón no duró demasiado y pronto empezó a aclararse el cielo. Dar se volvió a poner el paquete sobre los hombros y salieron mientras aún silbaba la lluvia en sus oídos. Golpeaba el pavimento con la suficiente fuerza para hacer difícil la conversación, y arroyos de agua gorgoteaban por la calle sin cunetas hacia el mar. Probablemente era esto lo que impidió que el oído de Dar les alertara. De cualquier forma, fue lo que alegó después.

Cualquiera que fuera la razón, ninguno de ellos supo que no estaban solos hasta que su compañía se mostró deliberadamente. La interrupción del viaje trajo consigo palabra y acción; la palabra fue «¡alto!» y la acción revistió la forma de un disparo de ballesta que se astilló contra la calle que tenían delante. Dar y Kruger, advirtiendo que el proyectil debía haber venido de arriba, inspeccionaron rápidamente los bordes de los tejados de la vecindad, pero nada se movía.

La palabra había sido dicha en el idioma de Dar, así que fue el piloto quien respondió.

Se abstuvo cuidadosamente de levantar su propia ballesta.

— ¿Qué queréis?

— Debéis venir con nosotros.

— ¿Por qué? — Kruger había entendido lo suficiente de la conversación para poder hacer esta pregunta.

— Estáis… la ciudad — la primera y última parte de la frase fue todo lo que el chico pudo entender.

— ¿Cuál es su problema? — preguntó Kruger.

— El problema es nuestro. Estamos; vinimos a la ciudad; fue malo.

— ¿Por qué?

— No lo dicen — Dar no mencionó que creía saber la razón; no era momento para explicaciones demasiado prolongadas.

— ¿Tienes alguna idea de quiénes son?

— Ideas, pero no lo sé.

— ¿Qué crees que debemos hacer?

— Lo que digan — Dar, situado en medio de una calle desierta, no estaba dispuesto a una pelea a ballesta contra un número desconocido de antagonistas, todos perfectamente a cubierto. Sin embargo, pensaba una cosa.

— ¿Qué nos haréis por haber entrado en vuestra ciudad?

— Lo que los Profesores digan. No somos nosotros quienes debemos decidir.

— ¿Qué sucedió en el pasado?

— Nadie ha desobedecido a un Profesor durante muchos años. Al principio, cuando la gente era joven, algunos lo hicieron; sufrieron y no volvieron a infringir la ley de nuevo.

— Pero supón que nosotros no sabíamos que estábamos infringiendo la ley.

— Debías haberlo sabido; eres una persona. Tu asunto puede ser perdonado. Los Profesores decidirán.

— Pero no había oído nunca hablar de este lugar; mis Profesores nunca me lo mencionaron y no está en los libros. ¿Cómo podía saberlo?

— Debes tener unos Profesores muy estúpidos. Tal vez no seas culpado por ello.

Dar estaba lo suficientemente indignado para haber hecho una réplica dura, lo que Kruger hubiera desaconsejado de haber podido seguir la conversación de cerca.

— ¿Soy de vuestra ciudad?

— No.

— ¿Os hablaron vuestros Profesores de mi ciudad?

— No.

— Entonces debe haber dos equipos de Profesores estúpidos en Abyormen.

Si Kruger hubiera entendido eso, habría esperado con seguridad como respuesta una andanada de saetas de ballesta, pero no sucedió nada por el estilo. El invisible orador se limitó a volver a la cuestión original.

— ¿Vendréis con nosotros sin oponer resistencia?

— Iremos — Dar respondió sin consultar con Kruger. Después de todo, el chico le preguntaba a Dar lo que había que hacer y presumiblemente no tenía opinión propia.

Al pronunciar Dar Lang Ahn esta palabra, las aberturas de los edificios de los alrededores dejaron paso a unos cincuenta seres. Kruger pudo aceptar esto sin demasiada sorpresa, pero Dar se extrañó grandemente al comprobar que eran idénticos físicamente a él. Había viajado mucho, encontrándose en sus viajes oficiales a las Murallas de Hielo o a otros lugares con tipos de su raza provenientes de ciudades dispersas por el globo de Abyormen y nunca había oído que hubiera más, aparte de los salvajes que se mantenían fuera del alcance de las ciudades gobernadas por los Profesores. Aun así, no había duda; los seres que le rodeaban podían venir directamente de cualquiera de las ciudades que había visitado. Incluso los arneses para la carga que llevaban eran virtualmente idénticos a los suyos y las ballestas que portaba la mayoría podían haber sido hechas por Merr Kra Lar en la ciudad de Kwarr.

El que parecía llevar la voz cantante les dijo al llegar a ellos: — Habéis usado una palabra hace un momento que no había oído nunca. ¿Qué es un libro?

Kruger no entendió esta pregunta; Dar no le había hablado nunca del contenido del paquete que siempre mantenía con tanto cuidado a su lado. Dar podía no haberse sorprendido de la ignorancia de su compañero sobre estos temas, pero que uno de su raza no hubiera nunca oído hablar de los libros era increíble. ¡La vida no podía continuar sin el registro de lo que había sucedido con anterioridad!

Cuando se recobró del asombro que la pregunta le había producido, trató de explicarlo, pero el que le escuchaba parecía incapaz de coger el concepto de escritura. En un esfuerzo para poner en claro el asunto, Dar sacó uno de los libros del paquete y se lo mostró abierto, a la vez que trataba de explicar el significado de las marcas, pero esto produjo un resultado que no había previsto.

— No sé para qué necesitas algo así, cuando puedes preguntarles a los Profesores lo que necesites saber, pero tal vez nuestros Profesores puedan decir por qué lo hacéis. Les enseñaremos tus libros; dámelos.

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