VI. INVESTIGACIÓN

Un período de lluvia y sol alternativos y el breve retorno y puesta de Theer dejó a los dos viajeros con la impresión de que los «Profesores» de la tribu que les había capturado podían estar bien dispuestos, pero eran unos seres bastante dogmáticos. Cuando decían algo tenía que ser así. Por desgracia, habían dicho que Nils Kruger y Dar Lang Ahn debían permanecer dispuestos para hablar, y las criaturas del poblado, que les obedecían ciegamente, estaban preparadas para cumplir esta orden.

En realidad, no eran verdaderos prisioneros. Podían pasear por donde quisieran dentro del poblado y sus alrededores inmediatos, excepto dentro de la cabaña en la cual los pobladores iban a hablar con los Profesores. Además, cuando los ocultos seres se enteraron de la existencia del reloj de Kruger, lo que sucedió durante la segunda entrevista, accedieron casi con gusto a que los dos no necesitaran ni quedarse siquiera en los alrededores, asegurándose de su aparición tras ciertos intervalos regulares, que venían determinados por acuerdos mutuos, en aquel lugar. Como Kruger advirtió, había entremedias una buena dosis de psicología; al mismo tiempo que les garantizaban esta libertad, hicieron una media promesa a Dar de que su libros les serían devueltos en breve, pero el momento no fue especificado. «En este instante estaban siendo examinados con gran interés». Kruger notó que no se había hecho ninguna petición a Dar para que diera lecciones de su escritura, pero el hecho más importante era que Dar estaba encadenado a aquella vecindad por la promesa, con tanta seguridad como si hubieran sido utilizados grilletes de metal. Se negó a considerar ni por un instante cualquier sugerencia que trajera consigo desertar de sus preciosos libros.

Más que nada como experimento, Kruger preguntó en una ocasión si la ley del poblado que prohibía la entrada a la ciudad se aplicaba también a los cautivos. Esperaba una corta negativa y fue gratamente sorprendido cuando les permitieron ir allí a condición de que no tocaran ni dañaran nada. No dijo nada sobre el cuchillo que Dar se había apropiado y con alegría hizo lo que había pedido.

Dar tenía. miedo de que los pobladores se resintieran de esto; parecía raro permitir que los cautivos hicieran algo ilegal para los captores. Sin embargo, no apareció ningún síntoma de esto y por fin acabaron por pensar que la palabra de los Profesores debía ser totalmente decisiva para ellos. Utilizaron el permiso varias veces, pero no encontraron nada más curioso que las cosas que habían descubierto durante su primera inspección.

Kruger realizó una cuidadosa y bien planeada búsqueda del generador que suministraba la energía a la red de cables de la ciudad, pero no lo encontró. Se desilusionó; le hubiera gustado mucho haber sabido cuál había sido la fuente de energía de los constructores de la ciudad.

Los Profesores no preguntaban nunca si su condición era cumplida, aunque un día los dos sufrieron un gran susto durante una de las conversaciones.

— Dar — preguntó el Profesor —. ¿De qué sustancia están hechas las hebillas de tus arreos? — el piloto no pareció preocupado por la pregunta, pero Kruger se dio cuenta en seguida de lo que podía llevar implícito, y respondió con prontitud: — Los tenía antes de venir; no provienen de la ciudad.

— Lo sabemos — fue la respuesta — ; pero no es esto de lo que queremos enterarnos.

¿Dar?

— Son de hierro — respondió el piloto, diciendo la verdad.

— Eso creíamos. ¿Te importaría explicarnos cómo una persona a la que está prohibida toda relación con el fuego y cuya gente vive toda bajo la misma ley tiene tales pertenencias?

— Puedo decirlo, pero no explicarlo — respondió Dar con precisión —. Me las encontré.

Gran cantidad de este material se halla cerca y en la ciudad donde vivimos en un principio. Cogimos lo que quisimos, ya que no había ninguna ley que lo prohibiera. No sabía que el hierro tuviera ninguna conexión con el fuego — miró con inquietud las hebillas.

La conversación se acabó ahí; de hecho, fue violentamente interrumpida. Uno de los géisers, a apenas treinta yardas de distancia de los prisioneros, eligió aquel momento para soltar parte de su energía y empezaron a aparecer grandes cantidades de vapor de agua. Dar y Kruger no esperaron para despedirse; se fueron directamente del fenómeno y con tanta rapidez como el vapor les permitía.

Kruger tropezó dos veces con irregularidades de la roca; en ambas ocasiones forcejeó para sacar sus pies del agua hirviendo que llegaba a ellos. Durante lo que les pareció a ambos muchas horas, pero que probablemente fue menos de un minuto, no pensaron en nada excepto en la propia conservación; así salieron sanos y salvos del alcance del fenómeno.

En el instante en que se dieron cuenta de esto, pararon ambos inmediatamente; tenían el mismo pensamiento, que nada tenía que ver ya con su seguridad. Durante una hora entera, mucho después de que el vapor hubiera desaparecido, esperaron y miraron con la esperanza de obtener una visión de los Profesores, quienes con toda seguridad habían tenido que marcharse de la misma forma que sus prisioneros. Nada se movió durante todo este tiempo, y cuando el aire se hubo aclarado del todo pudieron ver la cúpula de roca sin ningún cambio aparente, sin presentar ningún signo de que nada ni nadie se hubiera movido en sus alrededores. Volvieron y rodearon la poza alrededor de la cual estaban, para verla desde todos los ángulos, porque éste era el momento, si es que había alguno, en que la entrada sería visible, pero no encontrarían nada.

Ambos se sorprendieron un poco cuando, al volver después del intervalo usual de tiempo, la charla se desarrolló como si nada hubiera sucedido. Kruger deseaba atreverse a preguntar la forma en que los Profesores habían escapado, pero algo le hacía evitar mencionar esta cuestión.

Hasta aquel momento había dicho ya mucho acerca de su gente, lo mismo que Dar. La facilidad de Kruger con el idioma había crecido con mucha mayor rapidez que en un período de tiempo similar con la única compañía de Dar.

Dar ya se había dado cuenta de su error original acerca de Kruger, aunque sus ideas de astronomía fueran indudablemente poco claras. El chico, sin embargo, no estaba en ningún modo convencido de que Dar y los pobladores fueran originarios del planeta; los Profesores evitaron en todo momento cualquier respuesta directa en la materia y no había ninguna evidencia clara que hiciera perder valor a la idea original de que habían sido abandonados como él; ninguna, por lo menos, que Kruger reconociera como tal.

Su estancia en el poblado no se componía solamente de exploración y conversación.

Algunas veces la vida era bastante apasionante. En una ocasión Kruger se cayó en un hoyo tapado que había sido hecho obviamente para cazar animales; fue el hecho de que estuviera al parecer preparado para un animal bastante grande lo que le permitió evitar el afilado palo que tenía abajo. En otra ocasión, cuando salían de un edificio en un extremo de la ciudad cerca de uno de los volcanes, Kruger y Dar fueron casi ensartados por una punta de ceniza volcánica que había sido al parecer puesta en libertad por una lluvia reciente. Lograron escabullirse dentro del edificio justo a tiempo y después tuvieron, con grandes molestias para Kruger, que salir a través de la pared opuesta, ya que las puertas de este lado habían quedado totalmente bloqueadas.

Varias veces, Dar repitió su petición de que le fueran devueltos los libros; se le pasaba el tiempo en más de un sentido. Los Profesores aún tenían interés en los volúmenes y no decían el momento preciso en el cual ese interés pudiera desaparecer.

Varias veces, cuando estaban Dar y él solos, Kruger sugería con más o menos fuerza que lo único que tenían que hacer era no regresar un día al poblado, ir a las Murallas de Hielo y volver con la ayuda suficiente para conseguir que le fuera devuelta a Dar su propiedad; pero el piloto se negaba a irse. Fue necesaria una combinación de circunstancias bastante compleja para que cambiara de idea.

Habían inspeccionado ya la parte más grande de la ciudad que caía del lado del poblado, pero no conocían aún nada del otro. En realidad, había pocas razones para suponer que podían encontrar algo que no hubieran ya visto, e incluso Kruger se estaba cansando un poco de serpentear por entre los desiertos edificios, cuando Dar advirtió que una calle parecía dirigirse desde el extremo más lejano de la ciudad alrededor del segundo volcán, al cual no habían nunca llegado. Esta calle no era perceptible desde el nivel del mar; Dar la vio desde un extremo de la ciudad que estaba muy encima de la otra colina, bastante cerca, de hecho, del lugar donde casi habían sido enterrados. Los dos decidieron ponerse a investigar inmediatamente.

Les llevó algún tiempo bajar de un volcán, cruzar la parte llana de la ciudad y trepar al otro hasta el lugar que Dar recordaba como el principio de la calle en cuestión; cuando llegaron a él había pasado tiempo suficiente como para indicar que podían llegar tarde a su próxima conversación con los Profesores. Habían tenido siempre cuidado de no estar fuera demasiado tiempo, con la creencia bastante lógica de que su libertad podía ser reducida si lo hacían, pero esta vez decidieron probar suerte.

La calle subía bastante empinadamente, torciendo al principio hacia el lado del cono que daba al mar. Desde abajo no habían podido decir si subía a la cumbre del volcán en zigzag o en espiral, pero pronto advirtieron que era de la última manera.

Esperaban llegar arriba para poder obtener una idea mejor de la geografía local de lo que sus paseos les habían dado. Dar no veía ningún sentido en construir una calle que llevara a la cima de una montaña, pero evitaba hacer cualquier juicio hasta estar seguro.

— En cualquier caso — señaló el piloto —, si realmente quieres llegar hasta ahí arriba no hay necesidad de ir por la carretera. Ya hemos escalado montañas antes.

— Sí, pero no sé cómo subir por ésta. Recuerda lo que sucedió en el otro lado de la ciudad. Sería bastante desagradable si otro de esos pedazos de tierra se nos echara encima y no tuviéramos ningún edificio en que protegernos.

— No creo que necesitemos preocuparnos. El terreno de este cono parece mucho más firme que el del otro y no he visto ninguna marca que sugiriera recientes derrumbamientos.

— Tampoco veo ninguna al otro lado, y probablemente nadie haya escalado esto. Sin embargo, podía estar esperando nuestra presencia.

Pudieron ahorrarse la discusión, pues nunca llegaron arriba. La carretera dejaba de subir aproximadamente en el momento en que se perdía de vista la última parte de la ciudad, aparte de la que estaba bajo el agua, y sin discutir siquiera el asunto los dos siguieron el camino pavimentado. La panorámica era amplia cuando volvieron la vista atrás, la parte inferior de la bahía mostraba hasta dónde se extendió un día la tierra firme, al poder verse a través del agua clara la infraestructura de calles de la ciudad. Más adelante, la casi recta línea de la costa desaparecía en la distancia. Tierra adentro la selva se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Incluso desde esa altura, que no era por otra parte demasiada, no podían distinguir la distancia que les separaba del campo de lava donde se habían encontrado. No parecía hasta el momento que hubiera razón alguna para construir la carretera; parecía no llevar a ninguna parte. Con creciente curiosidad, marcharon más de prisa.

Un cuarto de milla más allá del punto donde incluso la bahía desapareciera de su vista, llegaron al cráter. No había realmente ningún aviso; hasta aquel momento, la falda de la montaña subía y bajaba por cada lado de la carretera; en el siguiente, desaparecía la zona que bajaba y la carretera discurría peligrosamente por el borde de un acantilado de trescientos metros de altura. Había allí una pesada barandilla de metal y ambos se acercaron y se asomaron.

El cráter, si es eso lo que una vez fue, no estaba encima de la montaña, sino a un lado; la carretera les había llevado a la parte más alta de su borde y el cono subía aún varios cientos de pies más detrás de ellos cuando se pusieron a mirarlo. No se trataba de un cráter demasiado ortodoxo; sus paredes interiores eran escarpados acantilados que en un principio hicieron a Kruger sentirse bastante inseguro. Vio entonces que la parte interior de la fosa no era del mismo material que la montaña en general, y muy despacio fue alumbrando en él la idea de que todo aquello fuera artificial.

Las paredes eran de cemento, o algo equivalente, y habían sido cortadas con herramientas. La parte de abajo no era el fino cono de un cráter normal, pero tampoco estaba totalmente plana. Había un pequeño lago y la vegetación cubría casi el resto de la zona. Alrededor del borde de la pared de cemento parecía que se extendía por una corta distancia un trozo de tela, sobre la cual no había ninguna vegetación. Los dos observadores podían ver las bocas de grutas o túneles que se abrían en la pared por esta rampa, y pensando en una decidieron buscar un camino para bajar.

No había nada que se pareciera a una escalera en la pared interior, así que lo más lógico que podían hacer era seguir la carretera que debía haber sido construida en relación con este hoyo. Rápidamente, les dio la impresión de estar siguiendo la ruta adecuada, ya que el sendero en vez de seguir alrededor de la montaña, como había hecho hasta entonces, empezó a curvarse hacia abajo para seguir la forma de la sima. En la parte más escarpada de la bajada la suave superficie se convirtió durante unas doscientas yardas en algo que podían ser escalones de estrechos y bajos peldaños, o simplemente un acanalamiento del suelo para permitir la tracción.

Poco tiempo después llegaron a un lugar donde los árboles crecían al borde de la carretera, cubriendo ésta y el hoyo. Esto impidió que vieran el camino desde arriba. Como luego supieron, también impedía que vieran un buen número de edificios que se encontraban separados por intervalos regulares en la cuesta. Parecían ser del mismo estilo que los de la ciudad, exceptuando que tenían un solo piso. Dar y Kruger dudaron entre examinarlos con detenimiento ahora o averiguar adónde conducía la carretera y volver después si tenían tiempo. Optaron por la segunda alternativa.

Sin embargo, no tardaron mucho tiempo en averiguar adónde llevaba la carretera.

Otras doscientas yardas más abajo se abría en una plazoleta pavimentada a la que Kruger, sin pensarlo dos veces, llamó «aparcamiento». Varios minutos de investigación y pensamiento no dieron un nombre mejor, con lo que los exploradores volvieron a los edificios. Una vez dentro del primero al que entraron hizo que Kruger no pensara más en el hecho de que ya se habían retrasado para su entrevista con los «Profesores».

Su primera suposición fue que ésta debía ser la planta suministradora de energía de la ciudad. Un generador eléctrico no varía mucho de aspecto, sea quien sea quien lo construya, y cualquiera sea la causa que lo haga moverse, y los objetos que había en el primer edificio eran simples generadores eléctricos. Eran grandes, aunque Kruger no tenía la experiencia suficiente para saber si bastaban para la ciudad entera. Sus grandes armaduras estaban montadas sobre ejes verticales, y aparentemente la fuente productora de la energía mecánica estaba bajo tierra. Pensando en esto, hicieron una rápida investigación que fue recompensada por el descubrimiento de la parte superior de una rampa que, como esperaban, conducía abajo.

La única dificultad estribaba en que la rampa era estrecha y baja a la vez. Kruger hubiera tenido que ponerse a gatas y su pendiente era resbaladiza. Incluso si conseguía llegar abajo, volver a subir resultaría dificultoso, ya que el suelo de la rampa era de metal liso y resultaba difícil no resbalar. El caso de Dar era aún peor; la cuestión del tamaño le preocupaba menos, pero, por primera vez desde su encuentro, sus zarpas resultaban para algo menos adecuadas que los pies de Kruger. Este decidió por fin que la prudencia era la parte más importante del valor y pospuso la exploración hasta haber examinado los demás edificios.

Esto les llevó algún tiempo, ya que el lugar era fascinante. Se podían encontrar todo tipo de equipos técnicos, que resultaron en su totalidad, para desilusión de Kruger, demasiado grandes para ser transportados, pero que no dejaban lugar a dudas de que la raza que había construido la ciudad estaba altamente civilizada. Los generadores y motores, los hornos y herramientas decían todo lo que era importante sobre ellos, excepto qué era lo que les había hecho marcharse dejando su ciudad y sus equipos. Una guerra los habría destruido; una plaga hubiera dejado rastro de sus cuerpos, a menos que fueran de cuerpo blando, como los moluscos. Kruger, un hombre que había crecido en la Tierra durante la primera década de la exploración interplanetaria, estaba preparado para aceptar esta segunda posibilidad, pero aun así no la dio como segura.

Los hechos eran contradictorios: una ciudad parcialmente sumergida que debía llevar siglos abandonada y unas máquinas que sólo estaban cubiertas por una fina capa de polvo, unos caminos que aún no habían sido cubiertos por la vegetación, unas paredes en pie y sin grietas con un mortero resistente y una fuerte albañilería que debían de haber sido cuidadas hasta hacía relativamente poco tiempo. Parecía que las máquinas volverían a funcionar si se les quitaba el polvo y se les suministraba energía.

De haberle dado a un arqueólogo competente el tiempo suficiente, habría podido aprovechar el grupo de edificios como una escuela donde aprenderlo todo sobre sus constructores; de hecho uno de ellos parecía haber sido destinado a colegio. Tenía en su interior un bonito modelo en relieve de los dos volcanes, la ciudad entremedias, la bahía, aunque no señalara el nivel del agua, y el gran agujero donde se encontraba dicho edificio. Además, muchas de las máquinas que estaban en tamaño real en los demás edificios se representaban aquí en forma de maquetas; los dos investigadores hubieran pasado aquí varias horas de no haber sido por un hecho.

Había otra rampa que descendía a la parte inferior desde el piso bajo de aquella construcción, y esta vez era lo suficientemente grande para que Dar pudiera andar derecho por ella sin dificultad. Además, la cuesta era mucho menos empinada que en el caso anterior y el suelo tenía una composición rugosa que permitía que fácilmente las zarpas de Dar hicieran presa. Por último, descendía por el agujero, y sin pensarlo más los dos empezaron a bajar su suave cuesta.

La luz no era buena, pero sin embargo venía la suficiente del edificio del que salieron para permitirles distinguir algunas ramificaciones del túnel. Durante un rato no vieron ninguna, pero después aparecieron varias puertas a ambos lados. A juzgar por los ecos, llevaban a habitaciones vacías; estaba entonces demasiado oscuro como para poder comprobarlo con la vista. Poco después, sin embargo, una débil luz apareció delante de ellos.

No le prestaron atención de momento, pues una nueva circunstancia les distrajo. Casi en el mismo instante en que Dar se dio cuenta de la luz que tenía delante, sonó detrás de ellos un gigantesco silbido y sintieron una repentina ola de calor.

Como un solo hombre saltaron los dos hacia adelante, pero siguieron sintiendo el calor y el ruido. Una débil corriente de aire proveniente del edificio del que habían salido les trajo una nube de vapor de agua que les envolvió y siguió hasta el fin del túnel.

— ¿Qué pléyades es eso? — preguntó Kruger a nadie en particular.

— ¿Otro géiser? — la respuesta de Dar era a la vez una pregunta.

— Demasiado breve — Kruger empezó a dirigirse con cuidado al origen del fenómeno, listo para saltar de nuevo al hoyo si fuera necesario.

Lo fue. Sucedió de nuevo. Después de experimentar durante varios minutos, pareció evidente que las corrientes de vapor que fluían por el corredor eran provocadas por el peso de alguien que anduviera o estuviera de pie sobre el suelo del corredor a unas diez yardas de distancia aproximadamente de las rosetas que liberaban el vapor.

— Lo cual es interesante — afirmó Kruger —. Supongo que debemos agradecerles que hayan dispuesto este invento para avisarnos. Les hubiera resultado igual de sencillo poner un resorte delante de sus humeantes tuberías.

— Parece que querían guardar dentro lo que hubiera aquí — fue la contribución de Dar —, pero sin importarles si algo o alguien viniera desde fuera. Estoy bastante interesado en lo que pueda haber al final de este túnel. ¿Llevas tu cuchillo, Nils?

— Sí. Estoy detrás de ti, Robin Hood.

Con su ballesta cargada y apuntando hacia delante, el pequeño abyormita empezó a descender la cuesta en dirección a la luz encendida. Kruger le seguía. Se les ocurrió pensar a ambos que con los ruidos precedentes habían perdido toda oportunidad de coger por sorpresa a lo que tuvieran delante, pero ninguno de los dos lo mencionó en voz alta.

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