Teniendo en cuenta las características generales de un campo de lava, el planeador, a pesar de lo resistente que parecía, no servía de nada. Su armadura de cola estaba intacta; su fuselaje había sufrido sólo la pérdida del material de la superficie inferior; incluso sus estrechas alas aparecían sin daño alguno. De haber habido una plataforma de lanzamiento en tres mil millas, hubiera tenido la tentación de volver a lanzar la nave.
Incluso Dar Lang Ahn habría podido engañarse si sus ojos hubieran sido su única fuente de información.
Sin embargo, él tenía más que ojos. Había sido el desgraciado que condujo hasta allí el aparato. Había visto la superficie agujereada y negra del flujo precipitarse repentinamente hacia él cuando un viento inesperado le arrastró hacia el volcán sin nombre; había sentido el impacto y el rebote parcial cuando la elástica estructura de madera de la nave hizo lo que pudo por absorber el golpe; y, lo más importante, había oído quebrarse los dos mástiles. El primer problema que se planteó no fue el de cómo volver a volar, sino si debía o no inutilizar más claramente el planeador antes de abandonarlo, y eso no era un problema. El problema real surgía por los libros.
No había muchos, claro; Ree Pell Un había sido lo suficientemente previsor como para no confiar una parte demasiado grande del saber de la ciudad a una nave. Aun así, no podían ser pasados por alto; su deber era llevarlos intactos a las Murallas de Hielo, y ochocientos años es tiempo suficiente para desarrollar una profunda devoción al deber.
Ese era el tiempo que había vivido Dar Lang Ahn.
Afortunadamente, no eran pesados. Se puso con decisión a trabajar, haciendo un paquete que pudiera, dentro de lo posible, ser llevado sin causar molestias al andar o llevar las armas. Cuando finalmente se preparó y empezó a alejarse de los restos de la nave, iba cargado con aproximadamente la mitad de su peso en libros, la décima parte en comida y la ballesta y las saetas que habían sido sus compañeras inseparables desde el principio de su vida. Dejaba atrás la mayor parte de los alimentos, pero nada que pudiera ser leído.
Había pensado qué dirección tomar mientras preparaba su carga. La gran ruta circular a su destino previsto medía algo más de dos mil millas, de las cuales la mitad aproximadamente eran de océano. El camino sobre el que había pensado volar era mucho más largo, debido a las islas que Ciclo de fuego hacían posible cruzar el océano en etapas nunca mayores de cincuenta millas. Decidió ajustarse a esa ruta, porque ya la había recorrido algunas veces y la conocía. Naturalmente, los puntos de referencia tendrían un aspecto diferente vistos desde el suelo, pero esto no sería un gran inconveniente para su memoria fotográfica.
No salió, por supuesto, en la dirección que pensaba seguir, porque ello le hubiera llevado casi directamente a la montaña en cuyas laderas se había estrellado. Dar era mejor escalador que cualquier ser humano, debido a condiciones naturales de su físico, pero la cima de la montaña emitía una débil, aunque constante, columna de humo amarillo, y la lava bajo sus pies le parecía más caliente que lo que la luz del sol podía generar. Así, mientras que su meta inmediata en la orilla próxima del océano estaba al nordeste y el borde más cercano de la lava al norte, se volvió hasta que el sol carmesí que llamaba Theer estuviera a su izquierda y detrás de él y el menor Arren azul justo detrás, saliendo a continuación con dirección al noroeste.
No es fácil cruzar a pie un campo de lava, incluso sin una carga pesada. Cargado como iba Dar Lang Ahn, constituía una tortura. Sus pies eran lo suficientemente duros como para resistir los agudos trozos de roca que no podía evitar, pero no había ningún tipo de camino llano. Una y otra vez tenía que revisar el tiempo previsto para el viaje, pero se resistía a considerar la posibilidad de un fracaso. Dos veces comió y bebió, si al trago y bocado simbólicos que tomaba se le podía llamar así. Las dos veces lo hizo andando.
Había menos de cincuenta millas entre el sitio donde el planeador se había estrellado y el borde del manto de lava, mas de caer dormido antes de cruzar esta distancia, casi seguro que moriría de sed. No había nada de agua, que supiera, en la lava, y con el verano acercándose la necesitaba casi tanto como un ser humano en la misma situación.
La primera de sus comidas la hizo lo suficientemente lejos de la montaña como para dirigirse hacia el norte, poniendo a Theer totalmente detrás de él. Arren estaba alcanzando el sol rojo, pero las sombras eran todavía cortas. A pesar de estar acostumbrado a dos fuentes de luz, la presencia de ambos soles hacía un poco más difícil evaluar el terreno a más de unas pocas docenas de yardas de distancia, y por lo tanto, con frecuencia no hallaba los posibles atajos.
Aun así, avanzaba. La segunda «comida» la hizo fuera de la vista del volcán, y unas pocas horas después estaba seguro de poder ver una línea verde en el horizonte. Aquello podía naturalmente ser un espejismo, con los que Dar Lang Ahn no estaba nada familiarizado. También podía ser un agrupamiento más denso de plantas espinosas, bulbosas y con forma de barril que crecían aquí y allá sobre la misma lava.
El viajero, sin embargo, se sentía seguro de que aquello era un verdadero bosque, plantas cuya presencia significaría una abundante provisión de agua, que empezaba a necesitar imperiosamente.
Hizo el equivalente a una sonrisa de alivio, cambió la posición del paquete de libros sobre sus hombros, se bebió el agua que le quedaba y volvió a ponerse en marcha hacia el horizonte. Se dio cuenta de su error algo antes de volver a tener sed.
Si hubiera viajado en línea recta, podía haber cubierto el camino hasta el bosque con facilidad. Incluso con los rodeos que había tenido que dar en el campo de lava, podía recorrerlo antes de que la sed le hiciera sufrir demasiado. Sucedía que no había contado con rodeos extraordinarios, ya que no recordaba haber visto desde el aire algo distinto del conjunto general de grietas y aristas en el flujo de lava. Su memoria no le traicionaba, como luego se vio, pero el terreno sí.
Theer había casi acabado de recorrer su trayectoria hacia el oeste y estaba remontándose bastante, preparándose para su anual acercamiento a Arren, cuando Dar Lang Ahn se encontró con la barrera. No era un simple muro, que en ningún caso hubiera considerado infranqueable; era una grieta, que debía de haberse formado al endurecerse casi por completo toda la masa de lava, ya que resultaba demasiado profunda y larga para haber sido causada por la mera fractura de un trozo de corteza endurecida por la presión del fluido interior.
Nunca se había apercibido de su presencia desde arriba, ya que no era recta, sino que serpenteaba entre los accidentes geográficos más comunes de la región, de forma que había viajado a lo largo de ella durante una hora antes de darse cuenta de la situación, lo que se produjo cuando la grieta empezó a curvarse hacia el ahora lejano volcán.
Cuando se apercibió de lo que sucedía, Dar Lang Ahn se detuvo inmediatamente y buscó la sombra proyectada por una plancha de roca antes incluso de ponerse a pensar.
No paró para lamentarse de su propia torpeza, aunque la reconociera claramente; lo hizo para concentrarse en el problema con que se enfrentaba.
Era imposible escalar las paredes de la gran grieta. La lava, al endurecerse, normalmente presenta una superficie lo suficientemente rugosa como para permitir a su gente clavar sus zarpas en ella, pero en este caso se había quebrado la masa entera.
Efectivamente, la roca tenía cantidad de burbujas de gas, muchas de las cuales se habían roto en el momento en que se produjo la quiebra, y eran lo suficientemente grandes para permitirle apoyarse en ellas; pero esto ocurría sólo cerca del borde. Las burbujas de la pared de enfrente iban disminuyendo de tamaño hasta prácticamente desaparecer a unas pocas yardas del borde superior. Además, la pared no era completamente vertical, pues se curvaba de forma que, no importa por qué punto o lado hubiera podido elegir, al empezar a descender se encontraría colgado en el vacío muy pronto. Estaba claro que escalar era imposible.
La sima era demasiado ancha para saltarla, incluso para alguien sin carga. Y Dar Lang Ahn no había pensado nunca en abandonar la suya.
No tenía cuerda alguna y tampoco llevaba sobre su cuerpo o carga la cantidad suficiente de arreos para improvisar una que llegara hasta donde podía saltar. Nada crecía en la lava con lo que se pudiera hacer ni una cuerda ni un puente. Las plantas eran de una textura pulposa, casi sin capas de madera, y sus cortezas no podían siquiera resistir sus zarpas.
Lo que más le hizo retrasarse en encontrar una solución fue, por supuesto, su decisión de no separarse de los libros. Le costó un tiempo increíble darse cuenta de que la separación no tenía que ser permanente; podía lanzar los libros al otro lado de la sima y luego saltar.
Esto acabó con casi todas las dificultades, pues recordaba varios sitios por los que estaba seguro poder saltar si no estaba cargado con ningún estorbo. Sólo tenía que encontrar una zona llana en el otro lado de la gran grieta a la cual llegara al lanzar los libros.
Finalmente la encontró. En aquel momento no pensó en las horas que habían pasado; simplemente puso su carga en la superficie negra, verificó que los libros estaban bien atados, ya que no quería que se cayera ninguno mientras volaban, calculó su peso con uno de sus poderosos brazos y lanzó el paquete que contenía los libros girando completamente sobre sí mismo igual que un lanzador de martillo. No hubo nunca ninguna duda de que el paquete llegaría hasta allí; incluso fue un poco más lejos de lo que Dar Lang Ahn había calculado, y por un instante temió que fuera a caer en la superficie rugosa que había justo detrás de su zona de tiro; por fin acabó de rodar, y pudo comprobar que estaba aparentemente intacto, y con esa seguridad planeó su salto y lo llevó a cabo.
De haber estado preparando un informe del incidente no habría dado ningún detalle más. La mayoría de los hombres no hubieran podido evitar decir cuáles eran sus pensamientos cuando corrían hacia el borde; ponían toda su fuerza en el salto, miraban durante un instante la temible profundidad de la sima y por fin caían en la rugosa, cortante y dura lava del otro lado. Un hombre tendría mucho que contar después. Dar Lang Ahn sintió todas estas emociones, pero una vez hecho el salto, sólo pensó en los libros. Siguió su camino.
Theer estaba bastante más alto cuando halló otra grieta en su camino hacia el bosque.
Tardó menos tiempo en cruzarla, pero le hizo retrasarse; desde allí le pareció dos veces mayor que desde el planeador y tuvo que reconocer que iba a tener que pasar el verano en el río de lava, no siendo ésta la mejor estación para estar alejado de una fuente.
De esta forma moriría antes de lo previsto, con lo que tenía que solucionar el problema de los libros. Con seguridad le buscarían cuando se dieran cuenta que tardaba demasiado en volver, estando lo suficientemente cerca de la ruta aérea normal entre Kwarr y las Murallas de Hielo para poder ser localizado sin demasiado esfuerzo. Lo que hacía falta era poder señalar su posición de forma que resultara visible desde el aire. Pensó en volver al planeador, pero se dio cuenta que nunca lo lograría, ya que estaría demasiado débil para poder saltar las grietas cuando llegara a ellas. Por supuesto que de haberse dado cuenta de lo limitado de sus posibilidades de cruzar el campo de lava no habría en ningún caso cogido los libros de la nave; simplemente no se le ocurrió pensar que no era capaz de hacer el viaje. Ahora tenía que rectificar su error, o al menos hacer lo posible para que alguien lo hiciera por él.
Al no haber dejado ningún rastro visible en la roca, no servía para nada que sus buscadores encontraran el planeador. Sabrían la dirección general que había tomado, claro, pero al ignorar el momento exacto del choque, no podrían averiguar hasta dónde había viajado. No supondrían, lo mismo que hizo él, que no había llegado al borde del flujo de lava, ya que es muy difícil saber sus condiciones tan cerca de un volcán.
Desde una cierta altura no se podría distinguir su cuerpo entre la lava, pues ni su tamaño ni su color le hacían resaltar. Al ser todas las rocas casi del mismo color, no podía colocarlas de forma que fueran visibles desde el aire. No llevaba nada en su paquete con lo que poder hacer ni siquiera una bandera de señalización de un tamaño visible ni algo con lo que poder pintar en las rocas para que se vieran diferentes. Lo único que Dar Lang Ahn veía que podía ayudarle a solucionar su problema eran las hebillas de sus arreos, que estaban hechas de hierro plano y pulido; podían servir de espejos, aunque eran bastante pequeñas. Aun así, como no disponía de ninguna otra cosa, tendría que valerse de ellas. Tomó esta decisión cuando aún se encaminaba pesadamente hacia el norte.
El único problema que le quedaba era si debía dedicar el tiempo que le restaba de vida a colocar las hebillas de forma que pudieran ser vistas desde el aire o continuar hasta estar ya muy próximo al fin. Esta última alternativa le ofrecía la ventaja de permitirle la oportunidad de llegar a algún lugar especialmente ventajoso, tal vez alguna cima de roca o formación de planchas de lava que le hicieran más visible. El que esto incluyera además la posibilidad de encontrar agua con la que salvar su vida era algo en lo que no pensaba, pues se daba ya por muerto. La única ventaja de parar ahora era que podía pasar el resto de su vida en la sombra, lo que resultaba más cómodo que viajar más lejos bajo la radiación de dos soles. Como era lógico, siguió caminando.
Anduvo, trepó o escaló, según lo exigieran las circunstancias, mientras el sol rojo seguía subiendo y creciendo. Estaba empezando a dirigirse también hacia el este, pero el constante movimiento de Arren hacia el oeste le servía por lo menos de útil guía. Quizá las correcciones de rumbo de Dar eran un poco ambiguas; tal vez su camino hacia el final no era una verdadera ruta, ya que conforme pasaba el tiempo y subía la temperatura su mente se iba ocupando más en los torturantes mensajes de sed que su cuerpo le enviaba.
Un ser humano hubiera muerto y se habría secado mucho antes. Sin embargo, Dar Lang Ahn no tenía glándulas sudoríparas y su tejido nervioso podía soportar temperaturas casi tan altas como el Punto de ebullición del agua, no perdiendo en consecuencia el precioso líquido con la rapidez de los hombres. De cualquier manera, se perdía un poco de agua cada vez que respiraba, con lo que esto se le fue haciendo progresivamente más doloroso. Ya no estaba seguro de si la ondulación del paisaje que tenía enfrente se debía al calor o a sus propios ojos; con frecuencia tenía que fijar sus dos ojos en el mismo objeto para cerciorarse de estarlo viendo con exactitud. Durante breves instantes le parecía que tomaban forma de seres con vida los pequeños salientes de las rocas; hasta en una ocasión fue capaz de abandonar el camino elegido para investigar una plancha de lava. Tardó largos segundos en darse cuenta de que nada se escondía detrás de aquello.
Nada vivía allí; nada «podía» moverse. Los ruidos que podía escuchar los causaban trozos de lava al romperse debido al calor del sol. Los había oído antes.
Aun así, había sido un movimiento bastante convincente. Tal vez debía regresar para ver. Volver. Aquello era lo que no tenía que hacer, pues de todas las acciones posibles probablemente fuera la más inútil. Debía estar más cerca del final de lo que había pensado si las ilusiones le asaltaban de esa manera. Había llegado el momento de parar y encender su reflector mientras aún tuviera dominio de sus músculos.
No perdió tiempo en lamentaciones Y se paró donde estaba, mirando alrededor cuidadosamente. A unas pocas yardas de distancia una plancha de lava endurecida se había separado de la corteza y se erguía casi perpendicularmente debido a la presión de la roca líquida inferior. Su extremo superior estaba diez pies más alto que el de la roca más próxima, lo cual representaba más de dos veces la altura de Dar Lang Ahn. La pared de la roca, sin embargo, era lo suficientemente rugosa como para permitirle clavar sus zarpas, no vio nada que le hiciera esperar dificultades para colocar sus hebillas arriba.
Descolgó el paquete de libros y lo colocó en la roca saliente, asegurándose de que estuviera bien cerrado, y lo apretó con una de las correas; seguramente llovería, incluso allí, al terminarse el verano y no podía permitir que los libros se estropearan o que se los llevara la corriente. Así quitó los arreos, y mientras con un ojo inspeccionaba sus correas, con el otro examinaba la cima donde planeaba colocar las hebillas. Dejó dos o tres trozos de cuero que no parecían tener ninguna utilidad al lado del paquete, y el resto, con las hebillas incluidas, se lo puso alrededor del cuerpo para dejar las manos libres para escalar.
La parte superior de la plancha se hallaba tan dentada como le había parecido desde abajo, por lo que no tuvo demasiados problemas en colocar las correas alrededor de los salientes. Puso una hebilla de forma que reflejara hacia el sur, saliendo sus rayos con un ángulo pequeño respecto al suelo; la otra la colocó para que llamara la atención de un observador situado justo encima. Era realmente bastante difícil que nadie pudiera hacerlo, ya que dependían sólo de la luz de Arren, pues el sol rojo estaría sobre el horizonte un poco de tiempo antes y después del verano, y los caminos del aire estarían vacíos durante la estación caliente. Aun así, eso era lo más que podía hacer, y una vez colocados a su gusto los pedacitos de metal lanzó una última mirada a su alrededor antes de descender.
El paisaje parecía vibrar más que nunca. De nuevo se sintió casi seguro de haber visto desaparecer algo detrás de una plancha de roca en la dirección en que venía; pero desechó la ilusión y empezó a bajar poniendo mucho cuidado en donde ponía sus manos y pies, ya que no quería pasar las pocas horas que le quedaban de vida con la tortura de un hueso roto. Por el contrario, trató de hacerlas lo más agradables posibles.
Llegó abajo sin novedad, y después de parar unos instantes arrastró su paquete de libros a la sombra de la roca. Se tumbó reposadamente, plegó los brazos alrededor del pecho, cerró los ojos y se relajó utilizando el paquete como almohada. No había nada más que hacer: tal vez su sentido del deber, desarrollado durante siglos, no estaba del todo satisfecho, pero aun así no podía encontrar ninguna tarea específica que realizar.
Sería casi imposible describir sus pensamientos. Sin duda sentía tener que morir antes compañeros. Posiblemente contemplaría el paisaje que se extendía delante suyo y se preguntaría ociosamente hasta dónde hubiera tenido que llegar para haber podido sobrevivir. De toda forma, Dar Lang Ahn no era humano y las imágenes que constituían la mayoría de sus pensamientos, al estar contempladas desde un punto de vista y un trasfondo cultural totalmente diferentes a los de los seres humanos, nunca podrían ser correctamente trasladadas a una persona de la Tierra. Hasta Nils Kruger, un joven tan abierto como el que más, y que luego congenió con Dar Lang Ahn como cualquier otro, se niega a suponer lo que pasó por su cabeza desde que se tumbó para morir hasta el momento de su llegada.
Pese a lo sensible que normalmente tenía el oído, Dar no oyó llegar al chico. No estaba totalmente inconsciente, ya que el olor del agua le hizo no sólo abrir los ojos, sino también ponerse de pie. Durante un instante sus ojos miraron en todas direcciones, hasta que se fijaron en una figura que se movía cansinamente sobre la roca que se encontraba a una docena de yardas de distancia.
Dar Lang Ahn no había tenido nunca motivo para desconfiar ni de su memoria ni de su cordura, pero esta vez creyó que algo ocurría con una u otra. Aquel ser viviente tenía una forma aproximadamente correcta, pero su tamaño era increíble, pues sobrepasaba en más de un pie sus cuatro y medio de altura, y aquello simplemente tenía que estar mal.
Sus otras rarezas, tales como los ojos en la parte frontal del rostro, una especie de saliente por encima de la boca, color rosado en vez de negro púrpura, no eran nada comparadas con su tamaño, que hacía que Dar no pudiera clasificarle en ningún grupo que recordara. La gente, exceptuando a las víctimas del accidente, que habían tenido que ponerlo todo en marcha, medía exactamente cuatro pies y medio de altura; los Profesores, un poco menos de ocho. No había nada entre aquellos dos extremos que caminara sobre dos piernas.
Otra cuestión le hizo olvidar el asunto de la talla. El olor a agua que le llegaba provenía de la criatura; debía estar literalmente empapado de ella. Dar Lang Ahn empezó a dirigirse al recién llegado cuando se dio cuenta de esto, pero se paró después de dar el primer paso. Estaba demasiado débil. Se volvió a gatas hacia atrás, buscando el cobijo de la plancha de roca a cuya sombra había estado descansando. Con su ayuda se levantó cuando aquella cosa increíble se le acercó; y entonces, con el olor del agua quemándole las fosas nasales, todo pareció desaparecer al mismo tiempo. Cayó una cortina delante de sus ojos y la piedra rugosa dejó de hacerle daño. Sintió ceder sus rodillas, pero no el golpe contra la lava.