V. CONFISCACIÓN

Era imposible hacer algo; una ballesta no podía nada contra dos veintenas. Por un instante, Dar pensó en hacer una escapada desesperada del grupo que les rodeaba y buscar refugio en el edificio más cercano, pero desechó la idea, ya que vivo podía recobrar los libros.

— Preferiría llevarlos y mostrárselos a los Profesores yo mismo — sugirió.

— No hay ninguna necesidad de llevarte a su presencia a menos que lo ordenen — fue la respuesta — ; pero es seguro que querrán ver tus libros. Iré yo a ellos y se los enseñaré y te diré lo que haremos contigo.

— Pero quiero verlos para explicarles que no sabía que estaba infringiendo su ley.

— Se lo diré. Desde el momento que lo has hecho, lo que quieras no es importante.

— ¿Y no querrán ver a mi compañero? No sabe hablar muy correctamente y yo sé algunas de sus palabras.

— Si los Profesores, además de ver, quieren hablar y creen necesitar tu ayuda, serás llevado a su presencia — el que hablaba extendió la mano y Dar le entregó con disgusto el precioso paquete.

Fueron dadas órdenes de marcha y el grupo se volvió por el camino por donde Dar y Kruger habían venido. Sin embargo, en vez de torcer tierra adentro, cuando llegaron a la avenida que la pareja siguió hacia el mar, la cruzaron y se encaminaron al lado del mar de uno de los volcanes, que era el que quedaba a la izquierda cuando los dos caminantes venían hacia la ciudad.

Por primera vez se lamentó Dar de no haber insistido en aprender más del lenguaje de Kruger. El problema era recuperar los libros y quedar fuera del alcance de esta gente cuanto antes mejor, y si esto fallaba escaparse él e informar en las Murallas de Hielo de su situación. Había que hacer esto en menos de veinte años; no había otra alternativa imaginable. Con suerte, Nils Kruger le ayudaría. En aquel momento no parecía aconsejable discutir este asunto con él, ya que podían ser entendidas muchas de las palabras que utilizaran por la gente que les rodeaba. Era posible que después les dejaran solos, y si no Dar únicamente tendría que utilizar el poco inglés que había aprendido. En relación con esto, acariciaba una idea y habló con Kruger, usando a tope su vocabulario de palabras inglesas.

— Nils, habla mientras caminamos. En tu lengua. Sobre cualquier cosa.

No podía ser más explícito; quería que Kruger fuera hablando de las cosas que veían al pasar, con la esperanza de que alguna palabra aislada pudiera tener un significado lo suficientemente obvio para que el nativo, relacionándolo con el inglés que sabía, pudiera cogerlo. Kruger no entendía esto, pero podía ver que Dan estaba pensando hacer algo en concreto y se empeñó en contentarle. Al ser el tema de conversación más a mano justo el que Dar quería, las cosas no fueron del todo mal.

Era un método que no hubiera resultado demasiado práctico dada la memoria que poseen la mayoría de los seres humanos, pero para la de Dar no resultaba del todo irracional. Aun así, el vocabulario del pequeño piloto se incrementaba, en verdad, muy despacio y tenía con frecuencia que ser corregido.

Mientras esto sucedía, el grupo pasó al lado del volcán, siguiendo la pequeña playa de cenizas pulverizadas que había entre él y el mar. Al otro lado, la selva llegaba prácticamente hasta el mar formando penachos aislados de vegetación separados por montones de escoria volcánica y ocasionales pequeños mantos de lava. Durante un par de horas fueron siguiendo su camino a través de estos trozos de selva, alejándose cada vez más del mar.

El nivel del terreno no subía de nuevo; seguían al nivel del mar y a Kruger no le hubiera sorprendido encontrarse con otro pantano. En vez de esto, se encontraron con una región de niebla.

Era ésta la primera vez en los meses que llevaba en Abyormen que Kruger se encontraba con ese fenómeno y se sorprendió bastante, pues no parecía concordar con la temperatura del aire. Sin embargo, las ondulantes nubecillas de vapor de agua estaban allí, y conforme el grupo iba avanzando se hacían más frecuentes y mayores. El chico tenía unos conocimientos de física lo suficientemente buenos para atribuir todo esto a una de estas dos causas: o algo enfriaba un aire casi saturado o había allí una masa de agua cuya temperatura era más alta que la del aire que había encima. No se sorprendió mucho al materializarse la segunda de esta situaciones. Aparecieron lagunas de agua a ambos lados de su sendero y, al poco rato, el camino llegaba a un claro de dos o trescientas yardas de ancho, en el cual había más pozas de agua que exhalaban grandes penachos de vapor. Algunas burbujeaban violentamente, otras estaban quietas a la luz del sol, pero todas parecían estar calientes. Dar se hallaba visiblemente nervioso: visiblemente, se entiende, para sus captores, ya que Kruger aún no reconocía los síntomas. El ser que llevaba el paquete se decidió a preguntar: — ¿Te ha dicho tu compañero algo que te preocupe?

— No — respondió Dar —, pero me parece que si alguien está traspasando un territorio prohibido es este grupo, ahora mismo.

— ¿Por qué? Nadie ha prohibido esta área; nos dijeron que viviéramos aquí.

— ¿Vuestros Profesores?

— Desde luego.

— ¿Con todo este humo?

— Es vapor de agua y no hace daño a nadie. Mira, a tu amigo no le molesta.

Kruger se había apartado cerca de una de las pozas calientes, mirando con insistencia, aunque sin ser estorbado por sus captores, y estaba examinando detenidamente el agua y la roca que había a su alrededor. Hasta ahora no había visto nada de piedra caliza en este planeta, pero esta poza estaba rodeada de travestina. El borde era un pie aproximadamente más alto que la roca que había a poca distancia.

Kruger volvió a mirar estos factores y asintió con a los demás, habiendo parado sus captores con visible complacencia para permitirle acabar su examen, y preguntó al individuo del paquete: — ¿Con cuánta frecuencia estos…?

No sabía decir el verbo que quería, pero movió sus manos arriba y abajo de una manera que todos menos Dar entendieron. El jefe respondió sin ninguna duda aparente.

— No hay ley. A veces una en dos o tres años, a veces dos o tres docenas de veces al año.

— ¿Hasta qué altura?

— A veces se limita a salir a ras de suelo, otras llega a la altura de un árbol. Mucho ruido, mucho vapor.

No había por supuesto nada de extraño que existieran géisers en una zona volcánica.

Sin embargo, Kruger tenía la impresión de que las razas salvajes y sin civilizar solían evitarlos, y pasó un rato pensando si la respuesta que había recibido le decía algo de estos seres. Decidió tristemente que para propósitos prácticos no le servía de mucho.

Antes de haber llegado a esta conclusión el viaje estaba casi finalizado. Habían cruzado el claro de los géisers y en el lado más lejano de la selva había un conjunto de estructuras que resultó ser la «ciudad» de los captores. Le dijo esto mucho más sobre ellos que sus palabras.

Los edificios eran simples chozas con techo de paja, algo más complicadas que las que Kruger había construido durante la época estival mientras viajaban, pero menos que las que se pueden encontrar en los kraals africanos. El jefe dio una voz cuando se acercaban al pueblecito y lo que resultó ser el resto de los habitantes salió de sus cabañas para verles llegar.

Kruger había leído su buen número de novelas de aventuras y sacado de ellas la mayor parte de sus conocimientos sobre razas primitivas. A consecuencia de esto se sintió ciertamente incómodo con el aspecto que ofrecía la muchedumbre que se había reunido alrededor de los cautivos. Por lo que podía distinguir, eran todos del mismo tamaño. La primera impresión que esto produjo en el chico era que se trataba de una partida de guerra, con las mujeres y los niños rigurosamente en sus casas. Descansó un poco cuando vio que de la gente que había en la partida sólo estaban armados los que les habían capturado a él y a Dar. Lo que sí le afectó después de un rato fue el silencio de los recién llegados. Lógicamente, tenían que haber estado haciendo preguntas sobre los cautivos; en vez de esto, se limitaban a mirar fijamente a Kruger.

Fue Dar quien rompió el silencio, no porque le importara que le ignoraran, dadas las circunstancias, sino porque estaba preocupado por sus libros.

— Bueno, ¿cuándo veremos a vuestros Profesores? — preguntó. Los ojos del ser que llevaba el paquete giraron hacia él.

— Cuando lo digan. Pensamos comer primero, pero mientras se prepara la comida iré a informarles de nuestro regreso.

Uno de ellos, que no había ido con el grupo que capturó a los viajeros, habló: — Ya han sido informados; os oímos llegar y supimos por la voz del extranjero que habíais tenido éxito.

Kruger entendió lo suficiente de esta frase para comprender por qué los nativos se habían sorprendido de su llegada menos de lo esperado. La banda debió ser enviada para capturar a los caminantes; Dar y él debían de haber sido vistos cruzando el claro delante de la ciudad. Aquello era posible si medíamos el tiempo transcurrido.

— El Profesor que ha respondido ha dicho que la banda y los cautivos pueden comer y que éstos deben ser llevados a su presencia — ni Kruger ni Dar hicieron ninguna objeción a esto, aunque el chico tuviera sus dudas de siempre sobre la comida.

Parte de ésta, que fue servida al principio, eran vegetales servidos en grandes cestos que fueron depositados en el suelo. Cada cual cogía su propia comida de los cestos, así que Kruger no tuvo dificultad en seleccionar lo que sabía era bueno para él. Mientras esto sucedía, algunos de los habitantes del pueblo se habían ido a los géisers llevando trozos de carne. Volvieron y rellenaron los vacíos cestos de vegetales con ellos, viendo Kruger, para su consternación, que la carne estaba demasiado caliente para ser cogida con comodidad. Al parecer había sido cocinada en uno de los surtidores.

Dar y él estaban aún hambrientos, pero ninguno probó la carne después de la experiencia anterior de Kruger. Miraron con pesimismo cómo la engullían los nativos cuando una idea asaltó al chico.

— Dar, esta gente es como tú. El hecho de calentarla no les estropea la carne. ¿Por qué no comes tú por lo menos? Uno de los dos debe mantener sus fuerzas — Dar tenía sus dudas sobre su semejanza con los habitantes del poblado, pero los otros argumentos tocaron su sentido del deber y después de luchar concienzudamente durante breves momentos dio la razón a su amigo. Su inquietud al comer fue advertida por la gente que le rodeaba y pareció causar más sorpresa que la llegada de Kruger.

Dar fue inevitablemente preguntado sobre el porqué de esta inquietud, y unos ojos sorprendidos se volvieron hacia Kruger, mientras Dar contaba su desafortunada experiencia con la carne asada.

— No entiendo cómo ha podido suceder eso — dijo uno de los del poblado —. Siempre hemos asado nuestra carne; es la regla. Tal vez tu amigo usó un surtidor que tenía el agua envenenada.

— No usó ningún surtidor. Estaba sólo el río, cuya agua se encontraba fría y no teníamos nada para recoger el agua, al menos algo lo suficientemente grande.

— Entonces, ¿cómo pudo asar la carne?

— Sobre un fuego.

El ponerse a comentar esta palabra de Dar le pareció a Kruger la primera reacción lógica que había obtenido de esta gente, aunque pronto se dio cuenta de que le entendieron bien.

— ¿Estaba el fuego cerca de aquí? — fue la siguiente pregunta —. Tenemos que informar a los Profesores cuando un volcán distinto de los que hay cerca de la Gran Ciudad entra en actividad.

— No era un volcán. Hizo el fuego él mismo — todos los ojos giraron hacia Nils Kruger y se produjo un silencio de muerte. Nadie pidió a Dar que repitiera sus palabras, ya que el abyormita medio tenía demasiada confianza en su oído y en su memoria para suponer haber entendido mal una frase tan sencilla. Sin embargo, había una clara atmósfera de incredulidad. Dar hubiera casi apostado sus libros sobre la pregunta que siguió. Hubiera ganado.

— ¿Cómo se hace? Parece extraño, pero no poderoso — la última palabra no se refería sólo al poder físico, sino que era un concepto general que abarcaba todo tipo de habilidades.

— Tiene un artefacto que produce un fuego muy pequeño cuando es correctamente tocado. Con él enciende pequeños trozos de madera que luego utiliza para encender otros mayores.

La criatura tenía sus dudas, al igual que la mayoría de los demás. Hubo un murmullo general de aprobación cuando dijo: — Tengo que verlo.

Dar se abstuvo cuidadosamente de darle su equivalente de una sonrisa.

— ¿Querrá tu Profesor esperar hasta que te lo haya enseñado a ti, o debemos mostrárselo a él también? — esta pregunta hizo que los habitantes se pusieran a discutir durante breves instantes, terminando en un rápido viaje de uno de ellos a una cabaña que se levantaba en un lado del racimo de habitáculos. Dar miró con interés cómo el tipo desaparecía dentro y se esforzó por descifrar los breves murmullos que salían. No lo consiguió y tuvo que esperar el regreso del mensajero.

— El Profesor dice que llevemos madera como la que necesita este extraño y que le dejemos ver cómo hace fuego.

Los nativos se dispersaron a sus cabañas mientras que Dar le rellenaba a Kruger los numerosos huecos que tenía sobre la conversación. Antes de terminar con esto empezaron a traer madera por todos lados.

No traían ninguna de la selva; era evidente que había sido cortada hacía ya tiempo y que se estaba secando en las cabañas. No había razón aparente para deducir por la forma de los trozos que había sido cortada en un principio para hacer fuego, y su trasfondo cultural tampoco lo indicaba, pero allí estaba. Kruger seleccionó unas cuantas piezas y rebanó unas astillas con su cuchillo; después hizo un pequeño montón de trozos mayores y se puso de pie, dando a entender que estaba dispuesto. Dar se dirigió hacia la cabaña donde había ido el mensajero, pero fue detenido inmediatamente.

— ¡Por ahí no, extranjero!

— ¿Pero no es ahí donde están tus profesores?

— ¿En un lugar como ése? Claro que no. Hablan ahí, es cierto, pero quieren veros a ti y a tu fabricante de fuego. Venid por aquí — el que hablaba empezó a recorrer de nuevo el camino que habían seguido para venir al poblado y los prisioneros le siguieron. El resto de la gente siguió sus pasos.

Un sendero bien marcado discurría entre los surtidores termales. Los cautivos lo siguieron hacia una poza especialmente grande que había al borde del claro, lejos ya del mar. Al parecer, éste afloraba a la superficie con mayor frecuencia que los demás, o al menos tenía mayor cantidad de mineral en la fuente subterránea de la que salía, ya que su borde medía unos tres pies de altura. Dentro de él, el agua se agitaba y borboteaba con furia.

La zona alrededor de la poza parecía estar vacía, excepto por un sitio donde se proyectaba desde el borde un objeto que parecía un trozo desprendido de travertina.

Tenía forma de cúpula si quitamos su parte superior, que aproximadamente tenía la misma altura del borde y unos cinco pies de diámetro. Su superficie era lisa, pero había un buen número de profundos agujeros por sus lados.

Kruger no lo hubiera mirado dos veces a no ser por el hecho de que se pararon delante de él y todos los habitantes del poblado se reunieron alrededor. Esto hizo que el chico se pusiese a examinarlo con mayor detenimiento y que concluyese por deducir que era una experta obra de albañilería. Tal vez los Profesores estaban en su interior; los agujeritos debían servir de puntos de mira y de ventiladores. No se distinguía ninguna entrada, que por otra parte podía estar en el borde de la poza donde no podía verla o incluso fuera en otro lugar y conectada por un túnel. No le sorprendió oír una voz proveniente del montón de piedras.

— ¿Quién eres? — la pregunta no era nada ambigua; la estructura gramatical del idioma no dejaba lugar a dudas de que se dirigía a Kruger. Por un instante, el chico no estaba muy seguro de cómo responder, pero luego se limitó a decir la verdad.

— Soy Nils Kruger, piloto — cadete del crucero Alphard.

Tenía que cambiar los nombres por sonrisas en el idioma abyormita, pero se sintió satisfecho en conjunto. Sin embargo, la siguiente pregunta le hizo pensar si estaba haciendo lo correcto.

— ¿Cuándo morirás?

Kruger se quedó perplejo con la pregunta. Parecía limitarse a ser una pregunta directa sobre cuánto iba a vivir, pero se encontró incapaz de responder.

— No lo sé — fue lo único que pudo decir. Esto produjo un silencio de la roca, tan largo por lo menos como el provocado por su anterior titubeo. Con sus siguientes palabras, el oculto orador dio la impresión de haber diferido indefinidamente una cuestión enigmática.

— Se supone que eres capaz de hacer fuego. ¡Hazlo! — Kruger, sin saber para nada su situación respecto al invisible interrogador, obedeció. No tuvo problemas para ello; la madera estaba seca y Arren proporcionaba a su batería toda la radiación que necesitaba.

El chasquido de las chispas de alta tensión hizo retirarse a los pobladores, repentinamente alarmados, aunque Kruger reparó en ello tan poco como en la ballesta de Dar. Las cortezas prendieron inmediatamente y sesenta segundos después un fuego respetable ardía en la piedra situada a unas pocas yardas del pétreo refugio de los Profesores. Todo el rato se fueron sucediendo preguntas sobre el desarrollo de la operación, que Kruger iba respondiendo: por qué la madera tenía que ser pequeña al principio, por qué había elegido madera seca, y qué era lo que producía las chispas.

Responder resultaba extremadamente difícil. Kruger se encaró con aproximadamente los mismos problemas que hubiera tenido un estudiante de bachillerato al que se hubiera pedido diese una conferencia al mismo nivel sobre física o química en francés después de haber estudiado dicho idioma durante un año. Consecuencia de esto fue que aún estaba tratando de improvisar signos cuando el fuego se apagó.

La criatura de dentro del pétreo refugio pareció por fin satisfecha con los fuegos, o al menos con lo que Kruger sabía de ellos, y pasó a otro tema que parecía interesarle más.

— ¿Eres de otro mundo que se mueve a la vez que Theer o de alguno que gire en torno a Arren?

Dar no entendió, pero Kruger lo hizo demasiado bien. Dar fue golpeado como por un trueno, de la misma manera que los seres humanos cuando se dan cuenta de que sus teorías favoritas no tienen ya ninguna validez.

— ¡Buen ojo de lince! — murmuró para sí, pero por el momento fue incapaz de encontrar ninguna respuesta coherente.

— ¿Qué ha sido eso? — Kruger había olvidado por un instante que los oídos superagudos parecían de lo más corriente en este planeta.

— Una expresión de sorpresa en mi propio idioma — respondió con prontitud —. No creo haber entendido bien la pregunta.

— Para mí que sí lo has hecho — aunque los acentos no fueran humanos, Kruger tuvo de repente la impresión de que un director de colegio se encontraba al otro lado de la barrera, y decidió que bien podía continuar su política de franqueza.

— No, no vengo de Arren; no sé ni siquiera si tiene algún planeta, o si los tiene Theer — el que le escuchaba aceptó esta respuesta sin hacer ningún comentario, ya que su significado se podía sacar fácilmente del contexto —. Mi mundo gira alrededor de un sol mucho más débil que Arren, pero más potente que Theer, y que está a una distancia de este sistema que no puedo expresar en vuestro idioma.

— ¿Entonces hay otros soles?

— Sí.

— ¿Por qué viniste aquí?

— Estamos explorando, aprendiendo cómo son los otros mundos y soles.

— ¿Por qué estás solo?

Kruger contó con detalle el accidente de su caída en el pozo de barro, la lógica deducción de sus amigos de que había perecido y su supervivencia gracias a una fortuita raíz de árbol.

— ¿Cuándo volverá tu gente?

— No espero que lo hagan. No tienen motivos para suponer que este mundo esté habitado; las ciudades de la gente de Dar, de las que me ha hablado, no se podían ver, y el poblado de esta gente de aquí no es posible detectarlo. En cualquier caso, la nave iba en un viaje de reconocimiento que iba a durar bastantes de vuestros años y puede estar ya llena al regresar a casa sin que este sistema sea siquiera examinado. Aun así, no hay ninguna razón en particular para que regrese; hay mucho que hacer más cerca de casa.

— Entonces estás ya muerto para tu gente.

— Me temo que sí.

— ¿Sabes cómo funcionan tus naves voladoras? — Kruger titubeó un poco ante esta pregunta y luego recordó haberse presentado como un piloto-cadete.

— Conozco las fuerzas y la técnica relacionadas con ellas; sí.

— ¿Entonces por qué no has intentado construir una para volver a tu mundo?

— Saber y poder son dos cosas diferentes. Sé cómo se formó este mundo, pero no podría haberlo hecho por mí mismo.

— ¿Por qué estás con ése, al que llaman Dar?

— Me lo encontré. Dos se mueven mejor que uno solo. Además, estaba buscando un sitio en este mundo lo suficientemente fresco para un ser humano, y Dar dijo algo relacionado con un casquete polar al que se estaba dirigiendo. Aquello fue suficiente para mí.

— ¿Qué harías con los demás de su especie al encontrártelos en el casquete polar?

— Supongo que trataría de congeniar con ellos. En cierto sentido, es la única compañía que tengo; los trataría como si fueran de los míos, si me lo permitieran — hubo una pausa después de esta respuesta, como si los ocultos Profesores estuvieran conferenciando o meditando. Entonces las preguntas volvieron, pero estaba vez dirigidas a Dar Lang Ahn.

Este respondió que era un piloto al que se le había asignado la ruta entre Kwarr y las Murallas de Hielo. Los interrogadores preguntaron por la situación de la ciudad, a lo que Dar tuvo que responder minuciosamente. El y Kruger se preguntaron si los Profesores no lo sabían en serio o estaban sólo probando la veracidad de Dar.

No se hizo ninguna sugerencia en el sentido de que Dar no fuera nativo de este planeta, y al plantearse Kruger la cuestión, estaba cada vez más sorprendido. Le tomó algún tiempo deducir que al ser Dar de la misma raza que esta gente, también ellos debían provenir de otro mundo. El porqué vivían como semisalvajes era un misterio, pero tal vez sucediera que habían sido abandonados allí al estropearse su nave. Aquello hubiera justificado las preguntas relativas a su poder para construir una nave espacial. De hecho, parecía tener respuestas para todo menos para explicar por qué los Profesores permanecían ocultos.

— ¿Qué son esos «libros» que llevabas y por los cuales te inquietabas tanto? — esta cuestión atrajo de nuevo la distraída atención de Kruger, pues llevaba bastante tiempo queriendo preguntar lo mismo.

— Son registros de lo que nuestra gente ha hecho y aprendido durante sus vidas. Los registros que recibimos de aquellos que se fueron ya se encuentran en la seguridad de las Murallas hace mucho tiempo, después de que nos hubiéramos aprendido su contenido, pero por ley todo el mundo debe hacer sus propios libros también, que luego deberán ser preservados como los hechos antes.

— Ya veo. Una idea interesante; tendremos que considerarla más adelante. Ahora, otro asunto: has dado a alguna de nuestra gente la impresión de que consideras contra la ley el tratar con fuego. ¿Es esto cierto?

— Sí.

— ¿Por qué?

— Nuestros Profesores nos lo han dicho y nuestros libros de tiempos pasados también.

— ¿Decían que os podía matar?

— No nos pasaría sólo eso. Ser muerto es una cosa, ya que a fin de cuentas todos nos morimos con el tiempo, pero esto parecía ser algo peor. Supongo que será que estás más muerto si te mueres de calor, o algo así. Ni los Profesores ni los libros lo han aclarado nunca demasiado.

— Y sin embargo acompañas a este ser que es capaz de hacer fuego cuando quiere.

— Al principio me preocupó eso, pero luego decidí que como no es realmente una persona, tiene que tener unas leyes diferentes. Creí que informar sobre él en las Murallas de Hielo pesaría más que las posibles infracciones que pudiera cometer. Además, me mantuve lo más alejado posible de los fuegos que hizo.

Hubo otro silencio bastante largo antes de que el Profesor hablara de nuevo. Cuando lo hizo, su entonación y palabras resultaron al principio alentadoras.

— Los dos habéis prestado vuestra información, cooperación y ayuda — dijo el oculto ser —. Lo apreciamos, y por tanto os damos las gracias.

— Seguiréis por el momento con nuestra gente. Ellos se ocuparán de que estéis cómodos y bien alimentados; me temo que no podamos hacer nada para proporcionarle al ser humano el frescor que quiere, pero incluso eso puede ser arreglado. Dejad los libros y el aparato para encender fuego sobre la piedra y que se vaya todo el mundo.

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