Una y otra vez Abyormen giró alrededor de su órbita, que casi era semejante a la de un cometa, y más y más cercano, Theer emanaba sus llamas. Abyormen, muy despacio, se iba calentando. Para sus nativos esto era asunto de poco tiempo; la temperatura no había llegado aún al punto capaz de activar las bacterias cuyo proceso biológico llenaría la atmósfera de nitrógeno. Hasta que eso sucediera a la gente de Dar les importaba poco que los océanos de su planeta se helaran o hirvieran.
La temperatura tampoco importaba a los científicos humanos. La mayoría de ellos habían estado llevando desde el principio unos trajes protectores muy complejos que virtualmente les aislaban del medio. Sin embargo, sabían que pronto sería necesaria más protección. Experimentos con la vida nativa, usando no sólo bacterias, sino también animales y plantas lo suficientemente grandes para ser observados directamente, les habían dicho lo que debían esperar.
Kruger estaba más que satisfecho con la situación. Su amigo había sido completamente absorbido por la fiebre de adquirir conocimientos de los visitantes humanos. Kruger no podía siempre quedarse con él, pero ya no le importaba eso. Si había algo cierto era que Dar Lang Ahn tenía recogida ya información suficiente para poder transmitirla toda a sus Profesores antes del final de la vida normal. No habría más alternativa que él se quedara detrás del cobertizo debajo del casquete de hielo cuando éste fuera cerrado, lo que significaría quedar convertido automáticamente en Profesor.
Una o dos veces la conciencia del chico le remordió un poco; se preguntaba si no habría sido más legal explicarle a Dar lo que significaría necesariamente todo el tiempo que había pasado con sus visitantes humanos. Cada vez que pensaba en ello, sin embargo, conseguía convencerse de que el nativo era lo suficientemente mayor para saber lo que estaba haciendo.
De cualquier forma, no hubiera estado de más que hubiera sacado el tema a colación.
Aunque los científicos humanos pudieran, por supuesto, trabajar en la época caliente, sus acciones serían mucho más pesadas. Por tanto, estaban intentando conseguir la información básica antes de que ocurriera el cambio. Dar contemplaba dentro de lo posible todo lo que pasaba; Kruger perdió mucho entusiasmo después de ver una de las pruebas biológicas.
Esto ocurrió después del descubrimiento de la reacción en cadena que el calor producía en la bacteria. Una muestra de tierra del planeta había sido utilizada para cubrir el suelo de una cámara herméticamente cerrada donde se habían introducido también varios animales del tipo de los que Dar y Kruger encontraron en el cráter. También crecían varias plantas nativas; los biólogos habían tratado de reproducir en miniatura el medio ambiente del planeta. Hecho esto, procedieron a ir elevando la temperatura gradualmente, para minimizar las oportunidades de que un impacto del calor complicara la situación.
La cámara se hallaba lo suficientemente aislada para impedir que el vapor se concentrara en sus paredes, con lo que era posible ver lo que pasaba dentro. Parte del agua, por supuesto, estaba aún en estado líquido, ya que al hervir el resto había aumentado considerablemente la temperatura; y casi de repente, un metro empezó a subir de la posición cero.
Este era simplemente un galvanómetro, pero estaba montado en serie con una resistencia consistente en una pequeña y abierta redoma de agua dentro de la cámara. La resistencia del líquido estaba bajando y ninguno de los presentes dudó del motivo. En unos segundos se hizo evidente, incluso a simple vista, ya que la atmósfera de la cámara adquirió un débil pero inconfundible color marrón rojizo. La bacteria estaba operando; se estaban formando óxidos de nitrógeno, que hacían que se volviera ácida cualquier agua que pudiera estar aún presente en forma líquida, y haciendo algo todavía mucho más drástico a la vida en la cámara.
Los animales dejaron de moverse, excepto por un incómodo girar de sus cabezas. Se habían separado un poco de sus vecinos y dejado de mordisquear las plantas. Durante varios segundos, experimentados y experimentadores se quedaron a la vez quietos mientras aumentaba el suspense.
Entonces la mayor de las pequeñas criaturas se murió de repente y en un período de treinta segundos las otras la siguieron. Kruger lanzó una mirada a Dar, pero éste no lo advirtió. Tenía ambos ojos fijos en la cámara. El chico miró de nuevo a los animales y se sintió súbitamente enfermo. Las pequeñas criaturas estaban perdiendo su forma, convirtiéndose en charcos irreconocibles de protoplasma. Los charcos permanecían separados, incluso aunque dos de las criaturas hubieran muerto bastante juntas. Los montoncillos de gelatina aún con vida se movían conmovedoramente, y al ver esto se le revolvió a Kruger su estómago. Corrió hacia fuera.
Dar no parecía afectado; permaneció durante la media hora siguiente, que fue el tiempo que tardó el último de los charcos en organizarse en cincuenta pequeñas cosas con un aspecto gusanoide que no guardaban el menor parecido con el animal a partir de cuyo cuerpo se habían formado. Gateaban por la cámara aparentemente capaces de cuidarse por sí mismos.
Las plantas habían también cambiado, aunque no mediante el mismo proceso. Las hojas de las mayores se cayeron y los troncos se marchitaron ligeramente. Al principio, los observadores supusieron que estaban simplemente siendo matadas por el calor, pero esta hipótesis fue eliminada por la aparición de cientos de pequeñas excrecencias en forma de bultos en los marchitos troncos. Se hincharon despacio, al parecer a expensas de la planta padre, y finalmente se liberaron en una lluvia de esferas que duró varios minutos.
Las plantas más pequeñas parecidas a la hierba se habían limitado a marchitarse, pero otras cosas estaban germinando rápidamente en sus lugares. Menos de una hora fue necesaria para transformar la cámara de una respetable representación del paisaje del exterior del módulo en algo totalmente extraño para todos, incluido Dar Lang Ahn.
— ¡Así que ésta es la historia! — gritó por fin uno de los biólogos. Ni él ni ninguno de sus colegas se habían sentido tan afectados por la visión como Kruger. Desde luego, ninguno tenía los mismos sentimientos personales por Dar —. Supongo que debíamos esperar una descendencia bastante elevada por individuo si es éste su único medio de reproducción.
La población de este planeta debe ser algo tremendamente adecuado después del cambio estacional.
Uno de los otros biólogos meneó la cabeza negativamente.
— Esa parte está bien — dijo —, pero hay algo más que no lo está. En este preciso momento estamos antes de uno de los cambios y hay aún muchos animales por ahí, tanto carnívoros como herbívoros, y la vegetación no parece demasiado apolillada. Me temo no poder aceptar que no haya aquí ningún otro medio de reproducción.
— ¿No dependería la necesidad de esto del tiempo que transcurre entre las estaciones?
Si ésta es la proporción normal, significa que alrededor de uno de cada cincuenta individuos vive a lo largo de la estación.
— De acuerdo, y la estación que ahora comienza dura alrededor de cuarenta años terrestres. Me niego a creer que una proporción tan grande de supervivientes pueda esperarse de cualquier animal salvaje durante un período así. Sabemos que comen tanto en comparación con su paso como sus animales correspondientes en la Tierra. ¿Qué opinas, Dar? ¿No empiezan nuevos animales a vivir durante tu período?
— Ciertamente — replicó el nativo —. Cualquier parte de un animal que sea lo suficientemente grande generará otro nuevo. De cualquier modo, los animales cuya carne comemos lo hacen; siempre dejamos algo de la criatura con ese propósito. ¿No pasa lo mismo con vuestros animales?
— ¡Uf! Hay algunas criaturas en la tierra capaces de ello, pero son formas bastante primitivas. No veo cómo se puede matar nada en este planeta.
— Bueno, algunos animales no dejan lo suficiente de sus víctimas para que ésta pueda volver a crecer, por supuesto. También pueden morirse de hambre o sed, aunque el hambre tarda mucho en arrugar algo lo suficiente para que llegue al punto en que no pueda vivir más.
Uno de los científicos miró pensativamente a una de sus manos, donde en lugar de dos dedos tenía sendos muñones, consecuencia de un accidente de su niñez.
— Supongo, Dar, que sería estúpido preguntarte si tu raza posee también dicha habilidad para la regeneración.
— No veo por qué iba a ser estúpido. Sí la tenemos; aunque en una comunidad civilizada haya, por supuesto, poca necesidad de ella. Ocasionalmente, una víctima de un accidente en planeador o algo por el estilo tiene que reponer un brazo o una pierna.
— ¿O una cabeza?
— Ese es un caso especial. Si la herida es de las que interrumpen los procesos regulares de vida, los tejidos vuelven al «principio» y se reorganizan en uno o varios nuevos individuos. En lo que respecta al individuo original, la muerte le ha sobrevenido.
Como decía, este tipo de accidentes acontecen muy raramente.
Sorprendió algo a los biólogos que se encontrase una explicación del fenómeno. Sin embargo, varias semanas de trabajo con todos los medios que el Alphard podía ofrecer dieron una respuesta razonable. Richter, jefe del departamento de biología, se alegró de podérselo explicar al comandante Burke. Aquel oficial había venido a preguntarle específicamente sobre dichos asuntos.
— Estoy un poco preocupado con esta gente. Richter — dijo Burke para abrir la conversación —. Como sabe, todos los comandantes de nave que salen de la Tierra reciben una larga amonestación sobre los riesgos de introducir especies nuevas en ningún medio. Nos hablan de los conejos en Australia y los escarabajos japoneses en Norteamérica hasta que acabamos hartos de todo lo relacionado con la ecología. Me parece que nos hemos encontrado con lo que puede ser un serio competidor para la humanidad, si lo que me han dicho sobre la gente de Dar Lang Ahn es correcto.
— Supongo que ha leído nuestro informe sobre la regeneración. Admito que esta gente es bastante sorprendente en algunos aspectos, pero no creo que constituyan ningún tipo de peligro.
— ¿Por qué no? ¿No se ajustan a la imagen de una criatura que entra en un nuevo medio donde sus enemigos naturales están ausentes y que se multiplica sin control?
Estos seres barrerían a los hombres en pocos años.
— No lo veo así. La gente de Dar tiene los mismos enemigos naturales que el hombre, que cualquier tipo de animal carnívoro, a la vez que sus usuales enfermedades. Dar confirma que las tienen. Algo así les sucedería.
— Pero el agente primario que mata a esta gente es el calor. ¿Qué sucedería si se estableciesen en la Tierra, o en Thanno, o en Hekla, o en cualquier otro de los muchos mundos que podría citar? Serían virtualmente inmortales.
— Aceptando que necesitaran el calor para morir «normalmente», creo que está olvidando una cosa. También lo necesitan para reproducirse.
— O eso o el desmembramiento. ¿Qué pasó en Chesapeake en los días en que los hombres-ostra pensaron que podían librarse de las estrellas de mar simplemente cortándolas en pedazos y arrojándolos al mar?
— No comprende bien, comandante…, y me temo que el joven Kruger tampoco. El hecho realmente importante es que la gente de Dar Lang Ahn tiene que morir para reproducirse.
¿Lo había pensado así? — hubo un largo silencio antes de que el comandante respondiera.
— No, no puedo decir que lo haya hecho. Eso cambia el cariz de la situación — hizo una nueva pausa a la vez que meditaba —. ¿Tiene alguna idea de por qué ocurre esto? o más bien, ya que es un obvio desarrollo evolutivo para un planeta como éste, ¿cómo ocurre esto?
— La tenemos. Fue difícil de imaginar, principalmente porque hay una gran evidencia de que este drástico cambio climatológico empezó a ocurrir en los últimos diez millones de años, más o menos; pero un organismo de nuestro propio planeta nos dio la pista.
— ¿Cuál? ¿Qué criatura de la Tierra se encuentra sometida a condiciones semejantes a las de aquí?
— Por lo que sabemos, ninguna; no fue ese tipo de pista. Uno de los hombres, Ellerbee, creo recordar, estaba trabajando con un grupo de animales «calientes» que habíamos obtenido, de la forma usual, en una de nuestras cámaras mejor acondicionadas. Trataba de determinar si los carnívoros solían dejar lo suficiente de sus víctimas para permitirles reproducirse y ver de paso el proceso de regeneración del cual nos había hablado Dar, pues no sabíamos si se aplicaba o no a las formas «calientes». Naturalmente, Ellerbee estaba haciendo lo que podía para seguir el rastro de todos los tipos y cantidad de animales presentes, y se sorprendió de encontrar al poco rato algunas criaturas que no había visto antes. Afortunadamente, no anotó el asunto como una distracción en sus anteriores observaciones; lo comprobó cuidadosamente y descubrió que cuando la atmósfera y la temperatura cambian es posible obtener animales de muestras de tierra en las cuales no había ningún «padre».
— ¿Qué significa eso?
— Que algunas de las formas calientes se reproducen por medio de una espora microscópica que sobrevive en el suelo durante la estación desfavorable. No podemos decir si alguna de las «frías» pueden hacer lo mismo; no hemos encontrado ninguna.
— ¿Y qué implica esto?
— Hizo que Ellerbee sospechara de la falsedad de la teoría de que Dar Lang Ahn y esas estrellas de mar con sangre de fuego sean realmente generaciones alternas de la misma especie. Lo comentamos en una de nuestras charlas habituales y descubrimos que había nuevas evidencias. Dan Leclos ha descubierto en un animal cantidad de pequeñas esferoides óseas que la experimentación ha demostrado son la fuente de la generación «caliente» para esa especie en concreto. Si se quitaran antes de exponer la criatura al calor y al dióxido de nitrógeno no aparecería ningún descendiente, aunque la carne se comportaba de la misma manera, mientras que si las esferas se exponían a las condiciones cambiantes producían especimenes embriónicos de vida «caliente».
— No veo qué significa todo esto.
— Parece significar que las formas «caliente» y «fría» son tipos de vida completamente distintos, que originariamente evolucionaron independientemente. Cada cual producía esporas, o algo semejante, capaces de sobrevivir a condiciones inadecuadas.
— Con el desarrollo natural de la evolución aprendieron el truco de adherir o implantar sus esporas en los cuerpos de animales activos del otro tipo, tal vez haciendo que fueran comidos por ellos, como hacen algunos parásitos aún en la Tierra.
— Pero en tal caso se podrían encontrar las semillas, o como quiera llamarlo, en cualquiera de las criaturas examinadas. Dice que sólo estaban presentes en una. ¿Y eso?
— Ahí es donde nos da la Tierra la pista. Puede que sepa que hay cierto tipo de virus cuyas víctimas naturales son las bacterias. El virus entra en contacto con el germen, penetra por la pared de su célula y al poco tiempo unos cien nuevos virus emergen de los deshinchados restos de la bacteria.
— No lo sabía, pero no le encuentro nada raro. — Hasta aquí no lo hay. Sin embargo, a veces acontece que una vez que el virus ha penetrado en el cuerpo de su víctima, ésta sigue viviendo como si nada hubiera pasado.
— Aún lo veo razonable. Siempre hay gente inmune en cualquier población.
— Déjeme acabar. La bacteria vive su vida y se divide de la manera normal; sus descendientes hacen lo mismo durante veinte o quizá cien generaciones. Entonces, debido al estímulo de la radiación o agentes químicos, o por ninguna razón aparente, la mayoría o todos los descendientes de la bacteria original se mueren, ¡y nubes de partículas de virus emergen de los restos!
— ¿Eh?
— Precisamente. El virus original infectó a su primera víctima, de acuerdo, de forma tal que el material reproductivo del virus se dividió al hacer lo propio el de la bacteria y seguido por todos los descendientes de la primera. Finalmente, algún cambio de condiciones les hizo volver a su método usual de reproducción.
— Ya veo — dijo despacio Burke —. Piensa que aquí se ha desarrollado una habilidad semejante, que todas las células de un ser como Dar Lang Ahn tienen en sus núcleos los factores que producirán, bajo las condiciones necesarias, una de esas estrellas de mar.
— Exactamente, y aun así la relación no es más paterno filial que la existente entre Jack Cardigan y su canarito. Se sospecha que los cloroplasmas de las plantas de la Tierra guardan la misma relación.
— En verdad, no sé la diferencia existente.
— En cierto modo justificaría la actitud de las criaturas «calientes» hacia la gente de Dar.
— Tal vez. Sin embargo, nada de lo que ha dicho alivia mi primitiva preocupación, exceptuando lo de que las dos formas tienen que morir para reproducirse. Ha añadido algo que me preocupa más.
— ¿Qué es?
— Lo relacionado con la época en la cual se realizó la adaptación a este clima. Si está en lo cierto, por lo menos una de estas razas ha evolucionado hasta un grado de inteligencia comparable con el nuestro en algo menos de diez millones de años. La Tierra tardó cientos, o tal vez más, de veces en lograr eso. Estas cosas deben encontrarse entre las formas de vida más adaptables del universo, y es eso lo que atañe de momento al hombre.
— Tiene miedo. ¿Cree que si tienen acceso a la tecnología humana empezarán a extenderse por la galaxia y suplantarán al hombre?
— Francamente, sí.
— ¿Dónde esperaría que se asentaran exactamente?
— ¡Por el amor de Dios, hombre, pues en cualquier sitio! En la Tierra, o en Marte, o en Mercurio, o en cualquiera de los cincuenta mundos donde podemos vivir, o en alguno de los muchos más donde no podemos! Si no pueden soportarlos ahora, pronto podrán: es esa adaptabilidad lo que me preocupa. Si discutimos con ellos, ¿cómo vamos a pelear?; ¿cómo matas a una criatura que genera nuevos brazos y piernas para suplantar a los perdidos, que produce una cosecha completa de descendientes si lo vuelas con una bomba?
— No lo sé, y no creo que importe.
— ¿Por qué no? — la voz de Burke parecía casi ahogada por la emoción.
— Porque aunque Dar Lang Ahn pudiera vivir en la Tierra y otros muchos mundos, y sus contrarios de sangre de fuego pudieran hacerlo también a una escala de temperaturas mucho mayor, como acabas de señalar, ninguno de los planetas que has mencionado proporciona ambas escalas de temperatura. Si un grupo de gente de Dar decidiera irse a la Tierra, ¿le gustaría esto a los «calientes» cuyos parientes se fueran con ellos? Dar quiere sin duda tener una descendencia con tantas ganas como uno de nosotros. ¿Qué pensaría si la estrella de mar que sale de su cuerpo se mudara a Vega Dos o a Mercurio?
¿Qué les pasaría entonces a sus niños? No, comandante, me doy cuenta de que la mayoría de nosotros decidimos, casi sin discusión, que el Profesor de allí abajo en las fuentes termales es un vejete dogmático, cerrado y dictatorial cuya opinión no merece ni la energía que emplea para expresarla; pero si lo piensa un poco más detenidamente, se dará cuenta de que es más abierto de lo que podamos serlo cualquiera de nosotros.
Burke movió despacio su cabeza, con la mirada fija en el biólogo.
— Había pensado en ello hace mucho, doctor Richter, y supongo que acierta al creer que el Profesor ha hecho lo mismo. Estoy, sin embargo, un poco desilusionado de que no haya llegado más lejos.
— ¿Cómo es eso?
— Su posición está bien clara, ¡si esas razas no tuvieran conocimientos técnicos! A Dar no le importaría que las estructuras genéticas que van a producir su descendencia se pasen un poco más de tiempo en cualquier lugar que la estrella de mar que los lleve quiera, si supiera que con el tiempo la criatura viajaría a un planeta donde se puedan desarrollar o se metiera en una nevera mecánica con el mismo motivo. Recuerde que estas criaturas tendrán los mismos deseos en lo que atañe a la descendencia, y tienen que cooperar con la raza de Dar para satisfacerlos. Si los nativos de este planeta se van de él, basándose en los conocimientos recibidos de nosotros o adquiridos por ellos mismos, va a ser uno de los equipos más cooperativos que jamás en la historia se propagara por las nubes estelares, y el hombre va a estar en muy mala posición al respecto, si es que sobrevive.
— Me parece que esa gran cooperación, si sucediera, sería un buen ejemplo para todos los demás. Estas razas no están de momento muy próximas a una relación tal.
— No, y es en provecho propio por lo que debemos ver que nunca lleguen a conseguirlo.
No me gustaría hacerlo mejor que usted, o que lo que el joven Kruger lo haría, pero me temo que lo único que podemos hacer razonablemente es impedir que Dar Lang Ahn lleve a su gente los conocimientos que ha adquirido. A menos que lo hagamos así, les habremos entregado la galaxia.
— Lleva razón, aunque me pese reconocerlo. ¿Cómo podemos justificar algo así después de haberle instado nosotros mismos a que aprendiera todo lo que pudiese?
— No podemos justificarlo — dijo Burke implacablemente —, pero tenemos que hacerlo. De acuerdo que me odiaré durante el resto de mis días; pero, a mi juicio, es lo mejor para la raza humana que Dar Lang Ahn no vuelva a ver a su propia gente.
— Me temo que tiene usted razón, aunque ello no me haga muy feliz.
— Ni a mí. Bueno, será más honrado que se lo digamos ahora. Convocaré una reunión de todo el grupo y dejaré que cualquier otro que tenga datos que puedan ayudarnos los presente. Eso es más o menos lo más noble que puedo hacer.
— El joven Kruger puede que no tenga datos, pero pondrá objeciones.
— Me doy cuenta. No sabe el favor que le estaré haciendo — el biólogo miró duramente al viejo oficial, pero Burke ya no tenía más que decir.