Esta novela está basada en una idea desarrollada hace casi treinta años en un relato corto que lleva el mismo título (ahora recogido en mi colección El otro lado del cielo). Sin embargo esta nueva versión ha estado directa, y negativamente, inspirada por la reciente invasión de series espaciales en televisión y en el cine. (Pregunta: ¿Qué es lo contrario de inspiración: expiración?)
No me interpreten mal: he disfrutado mucho con La Guerra de la galaxias y las producciones de Lucas y Spielberg, para citar sólo los más famosos ejemplos de este género. Pero estas creaciones son pura fantasía, no ciencia ficción en el sentido estricto del término. Actualmente parece casi seguro que la velocidad de la luz no puede ser superada en el universo real. Incluso la más cercana de las galaxias estará siempre a décadas o siglos de distancia; ningún Warp Seis les llevará de un episodio a otro en el período de una semana. El gran Productor en el Cielo no planeó su programa de este modo.
En la última década ha habido, además, un notable, y bastante sorprendente, cambio en la actitud de los científicos sobre el problema de la inteligencia extraterrestre. Este tema no adquirió credibilidad (excepto entre personajes dudosos, como los escritores de ciencia ficción) hasta los años sesenta: la publicación de La vida inteligente en el universo (1966), de Shklovskii y Sagan, marcó el hito.
Sin embargo, se ha producido un retroceso. El fracaso en el intento de encontrar indicios de vida en el sistema Solar, o de registrar señales interestelares que nuestras potentes antenas podrían captar fácilmente, ha llevado a algunos científicos a sostener que « quizás estamos solos en el Universo… » Frank Tipler, el más conocido exponente de esta teoría, ha ultrajado deliberadamente a los seguidores de Sagan dando a uno de sus artículos el provocativo título de « No existe vida inteligente extraterrestre ». Carl Sagan y otros estudiosos sostienen (y yo con ellos) que es demasiado pronto para llegar a conclusiones tan tajantes.
Mientras tanto, esta controversia hace furor; como bien se ha dicho, cualquiera de las dos respuestas será aterradora. La cuestión sólo puede ser zanjada por la evidencia, y no por la lógica, aunque sea plausible. Me gustaría que se dejara reposar esta polémica durante una o dos décadas, mientras los radioastrónomos rastrean, cual mineros en busca de oro, a través de los torrentes de ruidos procedentes del espacio.
Esta novela es, entre otras cosas, mi intento de crear una ficción interestelar completamente real, del mismo modo que en Preludio al espacio (1951) utilicé tecnología existente, o con rasgos de veracidad, para describir el primer viaje del hombre más allá de los confines de la Tierra.
No hay nada en este libro que desafíe o niegue los principios conocidos, la única extrapolación científica es la propulsión cuántica, e incluso procede de una teoría bastante respetable. (Véase los agradecimientos.)
Si eso resultara ser castillos en el aire, hay varias alternativas posibles, y si nosotros, hombres del siglo XX, podemos imaginarlas, la ciencia del futuro descubrirá, sin duda, algo mucho mejor.
ARTHUR C. CLARKE
Colombo, Sri Lanka,
3 de julio de 1985