AGRADECIMIENTOS

La primera sugerencia de que la energía del vacío podía utilizarse para la propulsión la realizó, al parecer, Shinichi Seike en 1969 (« Vehículo espacial eléctrico cuántico", 8vo. Simposio sobre Tecnología Espacial y Ciencia, Tokio).

Diez años más tarde, H. D. Froning, de McDonnell Douglas Astronautics, introdujo la idea en la Conferencia de Estudios Interestelares de la Sociedad Interplanetaria Británica, Londres (setiembre 1969), seguido de dos artículos: « Requisitos para la propulsión de un estatorreactor cuántico para viajes interestelares » (AIAA Prepints 81—1534, 1981).

Ignorando los incontables inventores de « propulsiones espaciales" no especificadas, la primera persona en utilizar la idea en la ficción parece haber sido el doctor Charles Sheffield, científico en jefe de Earth Satellite Corporation; él habla de la base teórica de la « propulsión cuántica » (o, tal como él lo denomina, la propulsión por la energía del vacío) en su novela Crónicas de McAndrew (Analog Magazine, 1981, Tor, 1983).

Un cálculo evidentemente ingenuo realizado por Richard Feynman sugiere que cada centímetro cúbico de vacío contiene suficiente energía para hacer hervir todos los océanos de la Tierra. En otra estimación Wheeler da un valor setenta y nueve órdenes de magnitud mayor. Cuando dos de los físicos más importantes discrepan en una cuestión de setenta y nueve ceros, a los demás se nos puede permitir cierto escepticismo. Pero al menos es interesante pensar que el vacío que hay dentro de una bombilla ordinaria contiene suficiente energía para destruir la Galaxia… y quizá, con un pequeño esfuerzo, el Cosmos.

En lo que se puede considerar como un documento histórico (« Extrayendo energía del vacío por la cohesión de conductores foliados cargados », Physical Review, vol. 30B, PP. 1.700—1.702, 15 agosto 1984), el doctor Robert L. Forward, del Laboratorio Hugues, ha demostrado que al menos una fracción de un minuto de esta energía puede explotarse. Si pudiera ser aprovechada para la propulsión por alguien más, aparte de los escritores de ciencia ficción, los problemas puramente de ingeniería del vuelo interestelar, o incluso intergaláctico, estarían resueltos.

Pero quizá no. Le estoy muy agradecido al doctor Alan Bond por sus detallados análisis matemáticos sobre el blindaje necesario para la misión descrita en esta novela, y por señalar que un cono truncado es la forma más ventajosa. Puede suceder que el factor que limita el vuelo interestelar a gran velocidad no sea la energía sino la ablación de la masa protectora por los granos de polvo y la evaporación de los protones.

Pido disculpas a Jim Ballard y J. T. Frazer por robar el título a sus dos volúmenes tan distintos para mi capítulo final.

Mi especial agradecimiento al Diyawadane Nilame y su equipo del Templo de Tooth, Kandy, por invitarme a la Cámara de Reliquias durante una época difícil.

La historia y la teoría del « ascensor espacial » se puede encontrar en mi Conferencia en el 3 Congreso de la Federación Astronáutica Internacional, Munich 1979:

« El ascensor espacial: experimentado ideado » o « Llave al Universo (reeditado en Advances in Earth Orientated Apphcations of Space Technology, vol. 1, n.0 1, 1981, PP—39–48, y Ascent to Orbit: 3ohn Viley 1984). También he desarrollado la idea en la novela The Fountains of Paradise (Del Gollancz, 1979).

Los primeros experimentos en este sentido, que implican cargas lanzadas a la atmósfera en « correas » de cien kilómetros de largo desde el transbordador espacial, comenzarán aproximadamente cuando se publique esta novela.



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