8. Recuerdos de un amor perdido


Qué contento estoy, pensó Moses Kaldor, por no haber sucumbido nunca a esta tentación, a ese seductor señuelo que el arte y la tecnología habían dado a la Humanidad hace más de mil años. Si hubiese querido, hubiese podido traer conmigo al exilio al fantasma electrónico de Evelyn, metido en algunas cintas de programación. Podía haber aparecido ante mí, en alguno de los escenarios que amábamos, y mantener una conversación tan convincente que un desconocido no hubiera nunca adivinado que nadie, nada estaba realmente allí.

Pero yo lo hubiera sabido al cabo de cinco o diez minutos, a no ser que me engañase a mí mismo mediante un acto deliberado de voluntad. Y yo sería incapaz de hacerlo. Aunque sigo sin saber por qué mis instintos se rebelan contra ello, siempre me niego a aceptar el falso alivio de un diálogo con los muertos. Ni tan siquiera poseo, ahora, una simple grabación de su voz.

Es mejor así, verla moverse en silencio en el pequeño jardín de nuestro último hogar, sabiendo que no es una ilusión de los creadores de imágenes, sino que ocurrió de verdad, hace doscientos años, en la Tierra.

Y la única voz que se oirá será la mía, aquí y ahora, hablando a la memoria que todavía existe en mi propio cerebro vivo y humano.

Grabación privada. Número Uno. Aparato Alpha. Programa autodestructible.

Tenias razón, Evelyn, y yo no. Aunque sea el más viejo de esta nave, parece que todavía puedo ser útil.

Cuando me desperté, el capitán Bey estaba a mi lado. Me sentí halagado… en cuanto pude sentir algo.

— Vaya, capitán — dijo—. Esto sí que es una sorpresa. Esperaba que me arrojara al espacio como algo inservible.

Se echó a reír y respondió:

— No esté muy seguro todavía; el viaje no ha acabado. Pero le necesitamos ahora. Los que planearon la misión fueron más listos de lo que usted pensaba.

— Me inscribieron en el manifiesto de la nave como Embajador—Consejero, y ¿en calidad de qué se me requiere?

— Probablemente en ambas. Y quizás en calidad de…

— No dude en decir cruzado, aunque nunca me gustó la palabra y nunca me consideré líder de ningún movimiento. Sólo intenté que la gente pensara por sí misma. Nunca quise que nadie me siguiera ciegamente. La historia ha visto ya demasiados líderes.

— Sí, pero no todos han sido malos. Fíjese en su tocayo.

— Se le ha sobrevalorado, aunque puedo comprender su admiración. Después de todo, usted también dirige las tribus sin hogar a una tierra prometida. Me imagino que ya habrá surgido algún pequeño problema.

El capitán sonrió y respondió:

— Me alegro de ver que ya está totalmente despierto. Hasta ahora, no ha surgido ni un problema, y no hay razones para pensar que surja. Pero se ha presentado una situación inesperada, y usted es oficial diplomado. Tiene unas cualidades que nunca pensamos que íbamos a necesitar.

Te aseguro, Evelyn, que me quedé atónito. El capitán Bey debió de leer mi mente cuando vio mi expresión.

—¡Oh! — exclamó rápidamente—. No hemos encontrado a ningún extraterrestre. Parece ser que la colonia humana de Thalassa no se destruyó como imaginábamos. De hecho está funcionando muy bien.

Esto fue, por supuesto, otra sorpresa, aunque bastante agradable. Thalassa, ¡el mar, el mar! fue una palabra que nunca esperaba volver a repetir. Siempre había pensado que cuando me despertara, esta palabra habría quedado siglos y años luz atrás.

—¿Cómo es esa gente? ¿Han establecido ya algún contacto con ellos?

— Todavía no, éste es su trabajo. Usted sabe mejor que nadie los errores que cometimos en el pasado. No queremos repetirlos. Ahora, si está preparado para subir al puente, le dejaré echar un vistazo a nuestros primos perdidos.

Eso fue hace una semana, Evelyn; qué agradable es no tener prisas después de décadas de inquebrantables fechas límites. Sabemos todo lo que se puede saber sobre los thalassanos sin haberlos visto cara a cara. Y esto es lo que haremos esta noche.

Hemos elegido un terreno común para mostrar que reconocemos nuestro parentesco. El lugar del primer aterrizaje es muy visible y ha sido celosamente guardado, como un parque o como una reliquia. Esto es buena señal; sólo espero que nuestro aterrizaje allí no se considere un sacrilegio. Quizá nos hará aparecer como dioses, lo cual haría las cosas más fáciles para nosotros. Esto es, si los thalassanos han inventado dioses. Ésta es una de las cosas que quiero averiguar.

Estoy empezando a vivir otra vez, querida. Sí, sí, ¡eras más inteligente que yo, el llamado filósofo! Ningún hombre tiene derecho a morir mientras pueda ayudar a los demás. Fue egoísta por mi parte haber deseado lo contrario. Haber deseado yacer siempre a tu lado, en el punto que escogimos hace tiempo, tan lejos… Ahora incluso puedo aceptar el hecho de que estás diseminada por el Sistema Solar con todos los seres que amé sobre la Tierra.

Pero ahora hay que ponerse a trabajar; y mientras hablo a tu memoria, sigues viva.


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