Tuve una carta de Holger Carlsen poco después de la guerra, en la que me informaba de que estaba vivo. No volví a saber nada de él hasta dos años más tarde, cuando entró en mi despacho.
Pensé que había cambiado mucho, que se había vuelto más tranquilo, y mucho más viejo, pero no me sorprendí pensando las experiencias que debía haber tenido como guerrillero. Me dijo que había vuelto a encontrar trabajo en Estados Unidos.
—Sólo para ganar dinero —dijo—. Lo que realmente quiero hacer es buscar en vuestras bibliotecas. Ya he encontrado bastantes materiales en Londres, París y Roma, pero no los suficientes.
—¿Cómo diablos? —pregunté yo—. ¿Tú te has convertido en un bibliófilo?
Soltó una risotada bastante aguda.
—No del todo. Ya te lo explicaré en otro momento.
Luego me preguntó por los amigos mutuos de otros tiempos. Con su estancia en Londres, su inglés había mejorado.
Pero el otro momento no tardó en llegar. Imagino que necesitaba desesperadamente un oyente que sintiera simpa— tía. Había sido bautizado en la iglesia católica, dato éste que conociéndolo me parece una prueba importante de su historia, pero evidentemente el confesionario no servía igual. Necesitaba contar toda la histora, tal como le había sucedido.
—No es que espere que creas una sola palabra de esto —me dijo una noche en mi apartamento, sobre una cerveza y unos bocadillos—. Sólo te pido que me escuches, ¿lo harás?
Terminó la historia momentos antes de amanecer, cuando bajo nosotros las calles estaban vacías y las luces de la ciudad apagadas nos permitían ver algunas estrellas. Se sirvió un poco más de cerveza y se quedó mirándola un largo rato antes de bebería.
—¿Y cómo regresaste? —le pregunté con toda tranquilidad para no molestarle. Parecía un insomne.
—De pronto estaba de vuelta —contestó—. Salí cabalgando y acabé con las fuerzas de Caos, haciéndolas retroceder ante mí. Y de alguna manera me empezó a parecer como si estuviera luchando también en aquella playa, en otra noche y otro mundo. Y así fue. Ataqué desnudo. Mis ropas no habían hecho la transición conmigo y yacían en un montón a mis pies. Una o dos balas me rozaron, pero nada grave. Me movía con una rapidez endiablada. Con mayor rapidez de la que tiene derecho a moverse la carne humana. Los doctores dicen que puede suceder así bajo condiciones de estrés extremo. Por la adrenalina, o algo parecido. El caso es que llegué a donde estaban los alemanes, le quité la ametralladora a uno de ellos, la cogí como si fuera un mazo y me puse manos a la obra. Terminé con aquello rápidamente.
Hizo una mueca ante aquel recuerdo desagradable, pero siguió hablando obstinadamente.
—Esos dos mundos, y por lo que sé muchos más, son en cierta manera el mismo. Se estaba librando la misma guerra, aquí con los nazis y allí con el Mundo Medio. Pero en ambos lugares, Caos contra la Ley, algo viejo, salvaje y ciego en guerra con el hombre y las obras del hombre. En ambos mundos eran épocas de necesidad para Dinamarca y Francia. Por eso Ogier apareció en ambos, tal como debía hacer.
Aquí, en este universo, el escenario exterior es menos pintoresco, o eso imagino. Un hombre que va en un barco y escapa para ayudar a los aliados. Pero su fuga era necesaria. Y a la luz de lo que ha sucedido desde entonces, es fácil conjeturar el motivo. Por eso Holger el Danés se levantó para asegurarse de que escapara. Estuve… ¿cuánto tiempo, semanas?… en el mundo carolingio, y en el mismo minuto regresé a éste. El tiempo es algo divertido.
—¿Y qué fue de ti después? —pregunté.
Sofocó una risa.
Lo pasé bastante mal explicando por qué y cómo me quedé desnudo antes de cargar contra el enemigo. Pero teníamos prisa y cogimos caminos separados antes de que la tensión de mi cerebro fuera demasiado grande. Desde entonces he sido Holger Carlsen, sencillamente. ¿Qué otra cosa podía hacer? —se encogió de hombros—. Cuando me reconocí a mí mismo como el Defensor, ataqué a las huestes de Caos en ese mundo. Después, por causa del hechizo, volví aquí para terminar mi tarea en este lado. Una vez que la crisis hubo pasado en ambos mundos, que el trabajo estuvo hecho… bueno, se restableció el equilibrio. Ya no había una fuerza desequilibrada que me enviara a través del espacio—tiempo. Así que me quedé.
Se quedó mirándome, con aspecto fatigado.
—Desde luego, sé lo que estás pensando. Engaños y todo eso. No te culpo. Pero gracias por prestarme tu oído.
—No estoy seguro de mis pensamientos —respondí—. Pero dime, ¿por qué estás buscando libros?
—Libros antiguos —dijo—. Grímoires. Tratados de magia. Morgana me envió aquí una vez —dejó caer el puño sobre la mesa—. ¡Y yo mismo encontraré el camino de regreso!
No lo he visto ni he sabido nada de él durante años. Ni nadie lo ha hecho. Bueno, la gente desaparece. Quizá desapareciera en el lugar del que hablaba… eso suponiendo que la historia sea cierta, asunto sobre el que no emito juicio alguno. Pero espero que lo hiciera.
Entretanto, nuevas tormentas se alzan. Puede ser que necesitemos de nuevo a Holger el Danés.