7

KARA DESPERTÓ a las tres de la mañana con un espantoso dolor de cabeza. Intentó hacer caso omiso del dolor y quiso volver a dormir antes de despertar por completo, pero su mente se resistió desde el mismo momento en que recordó el conflicto que Tom había traído a casa.

Finalmente hizo a un lado las cobijas, entró a su baño, e ingirió dos pastillas de calmante con un trago grande de agua fría. Si el apartamento tenía alguna deficiencia, era la ausencia de aire acondicionado.

Salió a la sala y se detuvo ante el canapé. Tom se hallaba cubierto con el edredón teñido que ella le había puesto encima, su posición prácticamente no había cambiado desde que lo dejara dos horas antes. Fallecido para el mundo.

Enmarañado cabello castaño se le rizaba sobre las cejas. Boca cerrada, respiración firme y profunda. Mandíbula recta, bien afeitada. Cuerpo delgado y fuerte. Mente tan amplia como los océanos.

Kara había sido injusta al cuestionarle su decisión de traer sus problemas a Denver. Él había venido por el bien de ella; ambos lo sabían. Él era el bebé de la familia, pero siempre había sido quien cuidara de todos. La única razón de que él no contestara la aprobación a Harvard como planeó inicialmente fue que mamá lo necesitó después del divorcio; y la única razón de que no hubiera reanudado su educación después de haber instalado a mamá fue porque su hermana mayor lo necesitó. Él había puesto su propia vida en compás de espera por ellas. Kara podría hacerse la dura con él, pero difícilmente podría culparlo por sus hazañas alternativas. Él nunca se había sentado a ver pasar el mundo. Si no iba a ser Harvard, sería algo más igual de extravagante.

Algo tan extravagante como pedir prestados cien mil dólares a un usurero para pagar la deuda de mamá y empezar un negocio nuevo. Con suficiente tiempo, lo pagaría, pero el tiempo no estaba de parte de ellos.

Sí, ahora el problema les pertenecía a los dos, ¿correcto? ¿A dónde diablos irían?

La hermana pensó en despertarlo para asegurarse que él estaba bien. A pesar de que en un principio los rechazó, este asunto de soñar de manera vivida era muy raro en Tom. Él no hacía nada sin cuidadoso estudio. No era dado a fantasear. Sus análisis podrían ser rápidos y creativos, e incluso espontáneos, pero no andaba por ahí hablando de alucinaciones. Era claro que el golpe en la cabeza lo había afectado en su discernimiento.

¿En qué estaría soñando ahora?

Kara recordó la corta transferencia de ellos hacia Estados Unidos cuando ella estaba en décimo grado y él en octavo. En las dos primeras semanas él deambuló por la escuela como una mascota perdida… intentando encajar, y fallando. Él era diferente y todos lo sabían. Una tarde uno de los jugadores de fútbol, un defensa con bíceps más grandes que los muslos de Tom, lo tildó de «chino asiático delicado y debilucho», y Tom perdió finalmente su serenidad. De una sola patada mandó al muchacho al hospital. Después de eso lo dejaron tranquilo, pero nunca hizo muchas amistades.

Tom aparentaba ser muy fuerte durante el día, pero Kara oía a altas horas de la noche sus suaves lloriqueos en el cuarto contiguo. Ella se propuso rescatarlo. En los años siguientes pensaría que tal vez en ese entonces fue cuando empezó su propia desvinculación de los típicos hombres estadounidenses. En cualquier momento haría de su hermano un jugador de fútbol relleno de esferoides.

Kara dio un paso adelante, se inclinó y le besó la frente a Tom.

– No te preocupes, Thomas -susurró-. Saldremos de esto. Siempre lo hemos hecho.


***

TOM SE PARÓ en el claro y miró a las dos criaturas blancas. Sin duda eran extrañas, con sus blancos cuerpos peludos y sus piernas delgadas. Las alas no estaban hechas de plumas, sino de piel, como las de los murciélagos, pero blancas como el resto de sus cuerpos.

Todo conocido, pero de manera muy extraña.

– Los murciélagos negros -enunció-. Soñé que murciélagos negros me perseguían en el bosque.

– Eso no fue sueño -contestó Gabil con tono emocionado-. ¡No señor! Tuviste suerte que yo llegara en el momento en que lo hice.

– Lo siento, no… no logro recordar qué está pasando.

Las dos criaturas lo analizaron con miradas en blanco.

– ¿No recuerdas nada? -indagó Michal.

– No, es decir, sí. Recuerdo que me perseguían. Pero anoche me golpeé la cabeza en una roca y perdí el conocimiento -explicó Tom, luego hizo una pausa e intentó pensar en la mejor forma de expresar su desorientación-. No recuerdo nada antes de que me golpeara la cabeza.

– Entonces perdiste la memoria -dijo Michal, y se acercó balanceándose-. ¿Sabes dónde estás?

Tom retrocedió instintivamente, y la criatura se detuvo.

– Bueno… no por completo. En cierto modo, pero no de veras -confesó, y se frotó la cabeza-. En realidad debí haberme golpeado.

– Bien entonces. ¿Qué sabes? -preguntó Michal.

– Sé que mi nombre es Thomas Hunter. De algún modo entré al bosque negro con alguien llamado Bill, pero caí y choqué de cabeza contra una roca. Bill bebió el agua y se alejó…

– ¿Lo viste beber el agua? -inquirió Michal.

– Sí, definitivamente bebió del agua.

– Ummm.

Tom esperó que la criatura explicara su reacción, pero solamente le indicó que continuara.

– Adelante. ¿Qué pasó entonces?

– Entonces te vi -señaló a Gabil-, y corrí.

– ¿Es todo? ¿Nada más?

– No. Excepto mis sueños. Recuerdo mis sueños. Ellos esperaron con expectación.

¿Quieren saber mis sueños?

– Sí -contestó Michal.

Bueno, no tienen sentido. Totalmente distintos de esto. Absurdos.

– Bien entonces. Cuéntanos estos sueños absurdos.

Denver. Su hermana, Kara. Los mañosos. Un mundo totalmente formado con asombrosos detalles. Con largas y continuas frases contó a las criaturas lo esencial de todo, pero se sintió cohibido de contarles sus sueños, por vividos que hubieran parecido. De todos modos, ¿por qué querrían saber sus sueños? Las criaturas lo miraban, sin parpadear, absortos en su breve relato y sin reaccionar.

Tanto ellos como el bosque coloreado a sus espaldas eran perfectamente normales. Sólo que no lograba recordar en absoluto.

– ¿Es todo? -preguntó Michal cuando él terminó.

– En su mayor parte.

– No sabía que alguien aparte de los sabios conociera tan vívidamente las historias -afirmó Gabil.

– ¿Qué historias?

– ¿No sabes qué son las historias? -inquirió Michal-. Estás hablando de ellas como si las conocieras muy bien.

– ¿Te refieres a que mis sueños de Denver son reales?

– Cielos, no -respondió Michal, caminando bamboleándose en la dirección en que se fuera la mujer, luego se volvió-. No que huyeras de hombres que te pisaban los talones. Eso sin duda no es real, al menos. Pero las historias de la antigua Tierra son reales. Sí, desde luego que lo son. Todo el mundo las conoce.

Michal hizo una pausa y miró a Thomas con escepticismo.

– ¿No sabes sinceramente de qué estoy hablando?

Tom parpadeó y miró el colorido bosque. Los troncos de los árboles brillaban. De manera muy extraña, sin embargo muy familiar.

– No -contestó, frotándose las sienes-. Parece que no logro pensar claro.

– Bueno, pareces estar pensando bastante claro cuando de las historias se trata. Ellas son una tradición oral, transmitidas en cada una de las aldeas por los narradores. Denver, Nueva York… todo acerca de lo que soñaste es tomado de las historias.

– ¡Las historias! -exclamó Gabil brincando de lado como un ave.

Michal le lanzó al otro una mirada de reojo, como con impaciencia.

– Mi querido amigo, creo que tienes un caso clásico de amnesia, aunque no logro entender por qué el agua no curó eso también. No sorprende que el bosque negro te pusiera en un estado de conmoción. Ahora estás soñando que vives en un mundo que fabricaste y en que te persiguen hombres con malas intenciones. Tu mente ha creado un sueño detallado usando lo que sabes acerca de las historias. Fascinante.

– ¡Fascinante! -exclamó Gabil.

Otra mirada de Michal.

– Pero si perdí la memoria, ¿por qué recordaría las historias? -objetó Thomas-. Es casi como si supiera más respecto de mis sueños que de… ustedes.

– Como dije, amnesia -explicó Michal-. La mente es algo asombroso, ¿de acuerdo? Pérdida de memoria selectiva. Parece que sólo recuerdas ciertas cosas, como las historias. Estás alucinando. Sueñas de las historias. Bastante razonable. Estoy seguro que la condición pasará. Como dije, has sufrido una fuerte conmoción, por no mencionar el golpe en tu cabeza.

Tenía sentido.

– Sólo un sueño. Alucinaciones al quedar inconsciente por golpearme la cabeza.

– A mi juicio -concordó Michal.

– ¿Significa eso que hubo una antigua Tierra? ¿Una que ya no existe? ¿De la que estoy soñando? El roush frunció el ceño.

– No completamente, pero bastante cerca. Algunos la llaman antigua Tierra, pero también se le podría llamar otra Tierra. De cualquier modo, esta es la Tierra.

– ¿Y cuál es la diferencia entre esta Tierra y aquella de la que sueño?

– ¿Si la fuera a caracterizar en pocas palabras? En el otro lugar no se podrían ver las fuerzas del bien y el mal. Sólo sus efectos. Pero aquí tanto el bien como el mal son más… profundos. Como experimentaste con los murciélagos negros. Una diferenciación incompleta, pero muy sencilla, ¿no la expresarías así, Gabil?

– Así mismo la expresaría, bastante sencilla.

– Bien entonces, así es.

La explicación no le pareció muy sencilla a Tom, pero le bastó.

¿Y qué le pasó a la antigua Tierra? -preguntó.

– Oh amigo, ahora preguntas demasiado -respondió Michal, dando media vuelta-. Esa historia no es tan sencilla. Tendríamos que empezar con el gran virus a inicios del siglo veintiuno…

– Los franceses -interrumpió Gabil-. La variedad Raison. En el año 2010. ¿O fue en el 2012?

– Diez -declaró Michal-. Y en realidad no los franceses. Un francés, sí, pero no puedes decir que fue… no importa. Ellos creyeron que era algo bueno, una vacuna, pero mutó bajo calor intenso y se convirtió en un virus. Todo el asunto asoló a la población entera en cuestión de tres cortas semanas…

– Menos de tres -corrigió Gabil-. Menos de tres semanas. -…y abrió la puerta al Engaño.

– Al Gran Engaño -resaltó Gabil.

– Sí, al Gran Engaño -expuso Michal, lanzándole a Gabil una mirada de «déjame contar la historia»-. De ahí tendríamos que seguir a la época de tribulaciones y guerras. Necesitaríamos todo un día para contarte cómo la otra Tierra, la antigua Tierra, vio el fin. Es obvio que no conoces todas las historias, ¿o sí?

– Evidentemente no.

– Quizá tu mente se ha insertado en un punto particular y está estancada allí. La mente, algo maravillosamente complicado, ¿sabes? Tom asintió.

– Sin embargo, ¿cómo sé que este no es el sueño? -cuestionó. Las dos criaturas parpadearon.

– Quiero decir, ¿no es posible? En ese lugar, Denver, tengo una hermana y una historia, y las cosas están sucediendo de veras. Aquí no logro recordar nada.

– Es claro que padeces amnesia -enunció Michal-. ¿No crees que mi amigo aquí, muy fácilmente emocionable, y yo seamos reales? ¿Que no es pasto lo que hay debajo de tus pies, o que no corre oxígeno por tus pulmones?

– No estoy sugiriendo que…

– Perdiste la memoria, Thomas Hunter, si ese es realmente tu nombre. Imagino que es el nombre de tus sueños… solían usar nombres dobles en la antigua Tierra. Pero te llamarás así hasta que podamos comprender quién eres de verdad.

– Te podemos ver -expresó alegremente Gabil-. ¡No estás soñando, Thomas!

– ¿Así que en realidad no recuerdas nada acerca de este lugar? -inquirió Michal-. El lago, los shataikis? ¿Nosotros?

– No, no recuerdo. Realmente no recuerdo.

– Bien -indicó Michal, suspirando-, entonces supongo que tendremos que ponerte al corriente. Pero ¿dónde empezar?

– Con nosotros -terció Gabil, el más pequeño-. Somos poderosos guerreros con terrible fortaleza.

Gabil se paseó ufano a la derecha de Tom parado en sus cortas y débiles piernas, como un huevo peludo de Pascua con alas. Un enorme pollito blanco. Piolín con esteroides.

– ¡Viste cómo puse a los murciélagos negros a volar para ponerse a cubierto! Tengo mil historias que podría…

– Somos roushes -lo interrumpió Michal.

– Sí, por supuesto -reconoció Gabil-. Poderosos guerreros.

– Evidentemente algunos de nosotros somos guerreros más poderosos que otros -explicó Michal con un guiño.

– Poderosos, poderosos guerreros -repitió Gabil.

– Siervos de Elyon. Y tú, desde luego, eres un hombre. Estamos en la Tierra. ¿No sabes nada de esto? Parece muy elemental.

– ¿Y el hombre que bebió el agua? Bill -averiguó Tom.

– Bill no era un hombre. De haberlo sido, es muy probable que en cuanto bebiera del agua prohibida todos estaríamos muertos ahora. Él fue producto de tu imaginación, creado por los shataikis para atraerte al agua. Sin duda recuerdas el agua prohibida.

– Te lo estoy diciendo. ¡No sé nada! -exclamó Tom andando de arriba abajo y moviendo la cabeza de un lado al otro-. No sé cuál agua está prohibida, o cuál se puede beber, o qué son estos murciélagos shataikis, o quién era la mujer.

Tom se detuvo.

– Ni qué significa que haya afirmado haberme elegido -concluyó. Perdóname. No es que dude de que no recuerdes nada, sólo que es muy extraño hablar con alguien que ha perdido la memoria. Soy lo que ellos aman un sabio… el único sabio en esta parte del bosque. Tengo memoria perfecta. Amigo, amigo. Esto va a ser muy interesante, ¿no es cierto? Rachelle ha elegido a un hombre sin recuerdo alguno.

– ¡Qué romántico! -exclamó Gabil con una amplia sonrisa.

¿Romántico?

– Para Gabil casi todo es romántico. En su fuero interior quiere ser un hombre. O tal vez una mujer, creo. El roush más pequeño no discutió.

– En codo caso, supongo que debemos empezar entonces con lo básico. Sígueme -anunció Michal, y se dirigió hacia el sonido de la corriente de agua-. Ven, ven.

Tom lo siguió. La gruesa capa de hierba acalló sus pisadas. No perdía su espesura debajo de los árboles, sino que seguía tupida y exuberante en todas partes. Esparcidas por todo el suelo del bosque había flores violetas y azules con pétalos del tamaño de su mano, que le llegaban hasta las rodillas. Ningún cascajo ni ramas secas ensuciaban la tierra, haciendo que caminar fuera sorprendentemente fácil para los dos roushes que andaban a brincos delante de él.

Tom levantó la mirada hacia los elevados árboles que resplandecían con suaves colores. La mayor parte parecía brillar con un color predominante, como verde azulado, morado o amarillo, acentuado por los demás colores del arco iris. ¿Cómo podían brillar los árboles? Era como si los activara algún enorme generador bajo tierra que impulsaba químicos fluorescentes en grandes tubos fabricados en forma de árboles. No, esa era tecnología de la antigua Tierra.

El deslizó cuidadosamente la mano por la superficie de un gigantesco árbol rubí con tonos púrpuras, sorprendido de su suavidad, como si no tuviera nada de corteza. Se dio cuenta de la altura total del árbol. Impresionante.

Michal se aclaró la garganta y Tom retiró bruscamente la mano del árbol.

– Sólo un poco más adelante -informó el roush.

– Sólo un momento más -añadió Gabil con voz chillona.

Salieron del bosque como a cuarenta metros de la pradera, en las orillas del río. El puente blanco por el que él atravesara a tropezones se extendía sobre las crecidas aguas. En el extremo opuesto, el bosque negro. Elevados árboles se alineaban en la orilla hasta donde se podía ver en cada dirección. Detrás de los árboles, sombras oscuras y profundas. El recuerdo de todo eso envió una ola de náuseas a los intestinos de Tom. Ningún murciélago negro a la vista.

Michal se detuvo y lo miró. Quizá no fuera el más emocionable de los dos roushes, pero en ese momento estaba bastante ávido de asumir el papel de maestro. Estiró un ala hacia el bosque negro y habló con autoridad.

– Ese es el bosque negro. ¿Lo recuerdas?

– Por supuesto. Estuve en él, ¿te acuerdas?

– Sí, me acuerdo que estuviste allí. No soy yo quien tiene el problema de la memoria. Sólo hacía una doble verificación que nos diera un punto común de referencia.

– ¡El bosque negro es el lugar donde viven los shataikis! -exclamó Gabil con su voz chillona.

– Si no te importa, yo soy quien cuenta aquí la historia-lo reprendió Michal.

– Por supuesto que no me importa.

– Bueno. Este río que ves recorre todo el planeta. Separa el bosque verde del negro -siguió informando Michal, señalando distraídamente con el ala hacia la orilla opuesta-. Ese es el bosque negro. La única manera de entrar en él desde este lado es por uno de tres cruces.

Señaló el puente blanco.

– El río es demasiado caudaloso para nadar en él, ¿ves? Nadie se atrevería a cruzar, a no ser por uno de los puentes. ¿Comprendes?

– Sí.

– Muy bien. Y recuerdas lo que te acabo de decir, ¿correcto?

– Sí.

Bien. Tu memoria fue borrada, pero parece que funciona con toda nueva información. Ahora -continuó diciendo Michal, andando de aquí Para allá y acariciándose la barbilla con delicados dedos en la parte inferior de su ala derecha-, hay muchos más hombres, mujeres y niños en muchas aldeas en todo el bosque verde. Más de un millón vive ahora en la Tierra.

Tal vez entraste al bosque negro sobre uno de los otros dos cruces en el extremo lejano y luego fuiste perseguido aquí por los shataikis. ¿Cómo sabes que no vengo de cerca?

– Porque como el sabio encargado de esta sección del bosque te conocería. Y no es así.

– Y yo soy el poderoso guerrero que te guió desde el bosque negro – añadió Gabil.

– Sí, y Gabil es el poderoso guerrero que tontea con Tanis en toda clase de batallas imaginarias.

– ¿Tanis? ¿Quién es Tanis? -preguntó Tom.

– Tanis es el primogénito de todos los hombres -explicó Michal después de lanzar un suspiro-. Lo conocerás. Vive en la aldea. Pues bien, Elyon, quien creó todo lo que ves y todas las criaturas, ha tocado toda el agua. ¿Ves el color verde del río? Ese es el color de Elyon. Por eso tus ojos son verdes. También por eso tu cuerpo fue sanado en el instante que lo tocó el agua.

– ¿Echaste agua sobre mí?

– No, no, yo…

– ¡Fue Rachelle! -soltó Gabil.

– Rachelle derramó el agua sobre ti. Créeme, no es la primera vez que has tocado el agua de Elyon -manifestó Michal mientras sus mejillas se agrupaban en una suave sonrisa-. Pero tendremos…

– Rachelle te ha elegido…

– ¡Gabil! ¡Por favor!

– Sí, desde luego.

El roush más pequeño no pareció disuadirse en absoluto por el regaño de Michal.

Este siguió hablando.

– Como venía diciendo, hablaremos del Gran Romance más tarde. Pues bien, el bosque negro es donde está confinado el mal -explicó, y entonces señaló el bosque verde-. Mira, el bien…

Luego señaló hacia el bosque negro.

– …y el mal. A nadie se le permite tomar el agua en el bosque negro.

Si lo hace, los shataikis podrían entrar libremente al bosque colorido. Habría una carnicería.

– ¿Es mala el agua en el bosque negro? -preguntó Thomas-. Yo la toqué…

– Mala no. No es más mala de lo que los árboles coloridos son buenos-

El mal y el bien residen en el corazón, no en árboles y agua. Pero por costumbre, el agua se ofrece como una invitación. Elyon invita con su agua. Los shataikis negros invitan con la de ellos.

– Y Rachelle te invitó con agua -se volvió a inmiscuir Gabil.

– Sí. En un momento, Gabil -indicó Michal sin poder ocultar una leve sonrisa-. Por muchos años las personas han acordado no atravesar el río como medida de precaución. Muy prudente, si me preguntas.

El más majestuoso de los roushes hizo una pausa.

– Ese es el centro de todo. Existen otros mil detalles, pero espero que los recuerdes en orden.

– Si no fuera por el Gran Romance -notificó Gabil-. Y Rachelle.

– Si no fuera por el Gran Romance, del cual dejaré que Gabil te hable, ya que está tan ansioso.

– Ella te ha elegido, ¡Thomas! -exclamó el roush más pequeño sin perder un instante-. Rachelle lo hizo. Esa es su decisión, y ahora es la tuya. La perseguirás, la cortejarás y la ganarás como sólo tú puedes hacerlo.

Gabil sonrió con gran placer.

Tom esperó a que el pequeño roush continuara. La criatura sólo se quedó sonriendo.

– Lo siento -profirió Tom-. No veo la trascendencia. Ni siquiera sé quién es la mujer.

– ¡Aun más encantador! ¡Qué giro más maravilloso! Lo importante es que no llevas la marca en tu frente, así que eres elegible para cualquier mujer. ¡Te enamorarás locamente y te unirás!

– ¡Esto es una locura! Apenas sé quién soy… un romance es lo más alejado de mi mente. Que yo sepa, estoy enamorado de otra mujer en mi propia aldea.

– No, ese no sería el caso. Llevarías otra marca.

Seguramente ellos no esperaban que él fuera tras esta mujer por obligación.

– Aún tengo que escogerla, ¿no es así? Pero no puedo. No en esta condición. Ni siquiera sé si le gustaré.

Los dos roushes se miraron estupefactos.

– Temo que no entiendas -expresó Michal-. No es asunto de gusto. Por supuesto que le gustarás. Es tu decisión, de otro modo no sería elección.

Sin embargo, y debes creerme en esto, tu especie abunda en amor. Elyon los hizo de este modo. Como él mismo. Te enamorarías de cualquier mujer que te elija. Y cualquier mujer que elijas te elegiría. Así es como es.

– ¿Y si no lo siento de ese modo?

– ¡Ella es perfecta! -exclamó Gabil-. Todas lo son. Te sentirás de ese modo, Thomas. ¡Lo harás!

– Somos de aldeas diferentes. ¿Se irá ella así nomás conmigo?

– Detalles menores -explicó Michal-. Puedo ver que esta pérdida de memoria podría ser un problema. Ahora en realidad deberíamos irnos. Será un viaje lento a pie, y tenemos bastante camino por delante.

Se volvió a su amigo.

– Gabil, tú podrías volar, y yo me quedaré con Thomas Hunter.

– Debemos irnos -manifestó Gabil; desplegó las alas y de un brinco salió volando.

Tom observó asombrado cuando el peludo cuerpo blanco se levantaba con garbo de la tierra. Una ráfaga de aire de las delgadas alas del roush le levantó el cabello de la frente.

Él miró el magnífico bosque y titubeó. Michal regresó a mirarlo pacientemente desde la línea de árboles.

– ¿Nos vamos? -apuró, dio media vuelta y se metió en el bosque.

Tom respiró profundamente y se fue tras el roush sin pronunciar palabra.


***

AVANZARON POR el colorido bosque en silencio durante diez minutos. El resumen era que él vivía aquí, en alguna parte, quizá muy lejos, pero en este maravilloso y surrealista lugar. Sin duda cuando viera a sus amigos, su aldea, su… cualquier cosa más que fuera suya, le brillaría la memoria.

– ¿Cuánto tiempo tardaré para volver a mi gente? -inquirió Tom.

– Estas son toda tu gente. En qué aldea vivas no es de mucha importancia.

– Bueno, ¿pero cuánto tiempo pasará antes de encontrar a mi familia?

– Depende -contestó Michal-. Las noticias son un poco lentas y las distancias son grandes. Podrían pasar algunos días. Tal vez incluso una semana.

– ¡Una semana! ¿Y qué haré?

El roush se detuvo.

– ¿Qué harás? ¿No están funcionando bien tus oídos? ¡Has sido elegido! -reprendió Michal, moviendo la cabeza de lado a lado; luego continuó-. Amigo, amigo. Veo que esta pérdida de memoria es totalmente absurda. Déjame darte un consejo, Thomas Hunter. Hasta que regrese tu memoria, sigue a los demás. Esta confusión tuya es desconcertante.

– No puedo fingir. No sé qué está sucediendo aquí, no puedo…

– Si sigues a los otros, quizá te vuelva todo. Al menos, sigue a Rachelle.

– ¿Quieres que finja estar enamorado de ella?

– ¡Estarás enamorado de ella! Sólo que no recuerdas cómo funciona todo. Si encontraras a tu madre pero no la recordaras, ¿dejarías de quererla? ¡No! Supondrías que la amabas, y por tanto la amarías.

El roush tenía razón.

De repente Gabil bajó de las copas de los árboles y llegó junto a Tom, sonriendo con su cara regordeta.

– ¿Tienes hambre, Thomas Hunter?

Con el ala estirada le pasó una fruta azul. Tom se detuvo y miró la fruta.

– No debes tener miedo, no señor. Esta es una fruta muy buena. Un durazno azul. Mira.

Gabil le dio un pequeño mordisco a la fruta y se la mostró a Tom. El brillante jugo en la marca de la mordida tenía el mismo matiz verde aceitoso que reconoció del río.

– Ah, sí -manifestó Michal, regresando a ver-, otro pequeño detalle, en caso de que no recuerdes. Este es el alimento que comes. Se llama fruta y también, junto con el agua, ha sido tocada por Elyon.

Tom agarró la fruta cautelosamente en sus manos y miró a Michal.

– Adelante, come. Cómetela.

Dio un pequeño mordisco y sintió en su boca el helado y dulce jugo. Un temblor le bajó hasta el estómago, y un calor se extendió por su cuerpo. Le sonrió a Gabil.

Está deliciosa -opinó, y dio otro mordisco-. Muy buena. ¡Comida de guerreros! -exclamó Gabil. Con eso la corta criatura trotó balanceándose unos metros, saltó y volvió a volar.

Michal le sonrió a su compañero y se puso a caminar de nuevo.

– Vamos. Vamos. No debemos esperar.

Tom acababa de terminar el durazno azul cuando Gabil le trajo otro, esta vez uno rojo. Con un descenso en picada y una risa chillona, dejó la fruta en manos de Tom y despegó de nuevo. La tercera vez la fruta era verde y debió pelarla, pero su pulpa era quizá la más sabrosa.

La cuarta aparición de Gabil consistió en un espectáculo de acrobacia aérea. El roush gritó desde lo alto, serpenteando con la espalda arqueada y luego girando en un descenso en picada, en el cual se las arregló para pasar exactamente sobre la cabeza del hombre. Tom levantó los brazos y retrocedió, creyendo que el roush había calculado mal. Gabil le zumbó en la cabeza con una vibración de alas y un grito.

– ¡Gabil! -gritó Michal tras él-. ¡Muestra allí algún cuidado!

Gabil se alejó volando sin mirar hacia atrás.

– Poderoso guerrero de verdad -expresó Michal, volviendo a caminar a lo largo del sendero.

Menos de kilómetro y medio después, el roush se detuvo sobre una cima. Tom se acercó a la criatura peluda y miró hacia abajo, un gran valle verde cubierto con flores como margaritas, pero de colores turquesa y naranja, una rica alfombra que invitaba a acostarse. Tom estaba tan sorprendido del súbito cambio en el paisaje que al principio no notó la aldea.

Cuando lo hizo, la escena le dejó sin aliento.

La aldea circular que se asentaba en el valle abajo centelleaba con colores. Tom pensó por un momento que debió tropezar con Dulcelandia, o que tal vez Hansel y Gretel vivían aquí. Pero sabía que esas eran narraciones perdidas de las historias. Esta aldea, por otra parte, era muy, muy real.

Varias cabañas cuadradas, cada una brillando con un color distinto, yacían como bloques de juegos infantiles en círculos concéntricos alrededor de una estructura grande en forma de cumbre que se elevaba por sobre las demás en el centro de la aldea. El cielo encima de las moradas estaba lleno de roushes, que flotaban, se zambullían y se retorcían en el sol de la tarde.

Mientras los ojos de Tom se ajustaban a la increíble escena vio abajo que se abría la puerta de una morada. Observó una forma diminuta atravesar la puerta. Y luego vio docenas de personas esparcidas por la aldea.

– ¿Se te refrescan algunos recuerdos? -quiso saber Michal.

– En realidad, creo que sí.

– ¿Qué recuerdas?

– Bueno, nada en particular. Sólo que todo es vagamente conocido.

– ¿Sabes? He estado pensando -expresó Michal, suspirando-, podría haber algo bueno que resulte de tu pequeña aventura en el bosque negro. Se ha estado hablando de una expedición, una idea absurda a la que Tanis se ha aferrado de algún modo. El parece pensar que es hora de pelear contra los shataikis. Él siempre ha sido ingenioso, un narrador de historias. Pero esta última charla me tiene muriéndome de risa. Quizá podrías hablarle de eso.

– ¿Sabe Tanis siquiera cómo pelear?

– Como ningún otro hombre que conozco. Ha desarrollado un método muy espectacular. Más volteretas, patadas y saltos mortales de los que yo podría manejar. Se basa en ciertas leyendas de las historias. Tanis está fascinado con ellas… en particular con las narraciones de conquistas. Está decidido a eliminar a los shataikis.

– ¿Y por qué no debería hacerlo?

– Los shataikis quizá no sean grandes guerreros, pero pueden engañar. Su agua es muy tentadora. Te consta. Tal vez podrías hablarle al hombre para hacerlo entrar en razón.

Thomas asintió. De repente sintió deseos de conocer a este Tanis.

– Muy bien, quédate aquí -ordenó Michal, suspirando-. Debes esperar mi regreso. ¿Entiendes?

– Claro, pero…

– No. Sólo espera. Si ves que salen hacia la Concurrencia, puedes ir con ellos, pero si no, quédate aquí por favor.

– ¿Qué es la Concurrencia?

– Hacia el lago. No te preocupes; no puedes perdértela. La salida será exactamente antes del anochecer. ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

Michal extendió las alas por primera vez en dos horas y ascendió. Tom 1° vio desaparecer a través del valle, y se sintió abandonado e inseguro.

Ahora observó que las viviendas debieron haber sido hechas de los árboles coloridos del bosque. Esta era su gente… un pensamiento extraño. Quizá no su propia gente, como papá, mamá, hermano y hermana, sino simplemente personas como él. Se hallaba perdido, pero después de todo tal vez no tan perdido.

¿Estaba allá abajo la mujer llamada Rachelle?

Se sentó con las piernas cruzadas, se recostó contra un árbol, y suspiró. Las casas eran pequeñas y curiosas… más como cabañas que como casas. Senderos de pasto las separaban unas de otras, dando al pueblo la apariencia de una rueda gigante con rayos que convergían en un enorme edificio circular en el centro. La estructura era al menos tres veces más alta y muchas veces más ancha que cualquiera de las otras moradas. Un lugar de reunión, quizá.

A su derecha, un amplio sendero salía de la aldea hacia el bosque, donde desaparecía. El lago.

Los pensamientos le revoloteaban en la mente. Se le ocurrió que Michal se había ido por bastante tiempo. Él debía esperar un éxodo de gente o a Michal, pero ni lo uno ni el otro venía rápido. Volvió a recostar la cabeza contra el árbol y cerró los ojos.

Muy extraño.

Muy cansado.

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