33

LA NOCHE había sido una agonía total para Tom. Despertó gritando, "empapado en sudor frío, a las dos de la mañana. No pudo volver a dormir, y no podía hablarle a Kara de la pesadilla. Apenas lograba comprender por sí mismo lo que significaba todo. Las imágenes del negro muro de murciélagos extendiéndose por la tierra y luego irrumpiendo en la aldea flotaban sobre él como una pesada capa empapada.

Las primeras horas de la madrugada habían sido una tortura, aliviadas en parte sólo por la aparición de una nueva distracción.

– ¿Tenemos acceso a la Internet? -preguntó a Kara a las seis.

– Sí. ¿Por qué?

– Necesito una distracción. Quién sabe, quizá un pequeño curso intensivo en sobrevivencia pueda ayudar en la tierra de los murciélagos. Ella lo miró desconcertada.

– ¿Qué pasa? -indagó él.

– Creí que estábamos más interesados en cómo esa realidad podría salvar este mundo que en cómo construir armas a fin de liquidar algunos murciélagos negros para Tanis.

Si sólo ella supiera. No podía contárselo, no todavía. Ella no entendería lo totalmente real que se sintió todo.

– Necesito una distracción -explicó él.

– Yo también -afirmó ella.

Pasaron las siguientes tres horas mirando en Yahoo. Temas que Tom creyó que vendrían a la mano. Tal vez Tanis andaba tras algo con esta idea de construir armas. Si tenían razón, las únicas cosas que eran transferibles entre las realidades eran destrezas y conocimiento. Él no podía llevar consigo una pistola, pero podía llevar el conocimiento de cómo construir una, ¿o no?

– ¿Qué buen plan es fabricar una pistola si no tienes metal con qué hacerla? -inquirió Kara-. ¿Aguantará una explosión la madera?

– No sé.

Él dudaba que hubiera quedado algo más de madera a la que pudiera dar nueva forma. O alguien que pudiera hacerlo. Hizo clic en la página de armas y buscó lo básico. Cómo encontrar hierro y cómo darle forma. Espadas. Venenos. Técnicas de sobrevivencia. Estrategia de combate. Tácticas de batalla.

Pero al final llegó a la horrible conclusión de que hiciera lo que hiciera, la situación en el bosque colorido (¿o ahora todo era negro?) definitivamente era desesperada.

Las cosas aquí difícilmente eran mejores. Ellos habían probado que la variedad Raison podía mutar en un virus muy nocivo, y nadie parecía querer asegurarse que no fuera así. Es cierto, en menos de un día él bajó en helicóptero con Muta, halló a Monique, apenas escapó, y finalmente confirmó la realidad de la variedad Raison, pero Tom aún sentía como que nada estuviera ocurriendo. Si Merton Gains cumplía con su magia prometida, lo hacía de forma muy lenta.

Jacques de Raison entró al salón a media mañana, y Tom habló antes de que el francés pudiera explicar su presencia.

– Me siento como un animal encerrado en una jaula -indicó Tom-. Ando alrededor como un idiota bajo este arresto domiciliario mientras ellos se sientan y hablan acerca de qué hacer.

– Levantaron el arresto domiciliario -informó Raison-. A petición mía.

– ¿De veras? -exclamó Tom mirando al demacrado gigante de la farmacéutica-. ¿Cuándo?

– Hace una hora.

– ¿Y ahora me lo hace saber? El hombre no contestó.

– Necesito un teléfono celular -pidió Tom-. Y nuevos números telefónicos. ¿Puede usted hacer eso?

– Creo que eso se puede disponer.

– ¿Está aún allí nuestro auto?

– Sí. En el estacionamiento.

– ¿Puede hacerlo traer? Kara, ¿estás lista para salir?

– No hay nada que alistar. ¿Adónde vamos?

– A cualquier parte que no sea aquí. Sin ofender, Jacques, pero simplemente no puedo quedarme aquí sentado. Estoy libre para irme, ¿verdad?

– Sí, pero aún estamos buscando a mi hija. ¿Y si lo necesitamos a usted? El ministro Gains podría llamar en cualquier momento.

– Por eso necesito un celular.


***

LOS PIES les taconearon en el piso del vestíbulo del Sheraton. Tom presionó pacientemente el teléfono celular a su oído, examinando la habitación. Cientos de personas deambulaban por el magnífico patio central, sin ninguna idea de que el joven estadounidense llamado Thomas Hunter y la hermosa rubia a su lado estaban negociando el destino del mundo. Patricia Smiley volvió a contestar la línea por cuarta vez en la última media hora. Tom la estaba enfureciendo, pero a él no le importaba.

– Soy Thomas Hunter otra vez -informó-. Por favor, dígame que él no está en una reunión o en el teléfono.

– Lo siento, Sr. Hunter, ya le dije antes que él está al teléfono.

– ¿Puedo ser franco? Usted no parece sentirlo, Patricia. ¿Le dijo que yo estaba al teléfono? Él está esperando mi llamada. ¿Le dijo que me encontraba en Bangkok? Comuníqueme con él; ¡me estoy acabando aquí!

– Levantar la voz no…

La voz femenina se silenció. Ella habló con alguien en la oficina.

– Lo comunicaré ahora, Sr. Hunter.

Clic.

– ¿Alo? -inquirió él; ¿se habría atrevido ella a colgarle?-. No se atreva a colgarme, usted…

– ¿Thomas? Merton Gains.

– Oh. Lo siento, señor. Sólo que estaba en el teléfono con… Se interrumpió.

– No importa eso. Lamento no haber podido comunicarme antes, pero he estado despejando mi agenda. ¿Lo espero a las diez esta noche? Tom se detuvo.

– ¿Qué pasa? -quiso saber Kara a su lado.

– ¿Cómo así a las diez?

– Espéreme. Mi vuelo sale en una hora. Llevaré conmigo al director de la CÍA. Aún tenemos que hacer algunas llamadas, pero creemos que podemos conseguir también allí a la Inteligencia Australiana, Scotland Yard y a los españoles. Diez o quince personas. No es exactamente una conferencia cimbre, pero es un principio.

– ¿Para qué? ¿Por qué?

El teléfono silbó.

– Por usted, muchacho. Quiero que tenga todo listo, ¿de acuerdo? Todo. Cuénteles todo el asunto, de principio a fin. Tendré allí a Jacques de Raison para que presente sus hallazgos sobre el virus. Tendré en el avión a un representante de los CDC para que oiga esos hallazgos. El presidente me concedió discreción en esto, así que la estoy ejerciendo. A partir de este momento tratamos esto como una verdadera amenaza. Con un poco de suerte tendremos la atención de algunos otros países antes que termine el día. Créame, los necesitamos. No tengo muchos creyentes aquí en casa.

– ¿Quiere usted que presente esto en la reunión?

– Quiero que les diga lo que me informó. Explicar sueños no es algo que me llega de manera natural.

– Puedo hacer eso -asintió Tom; no estaba seguro de poder hacerlo, pero ellos estaban más allá de consideraciones insignificantes-. Y alguien está localizando a Svensson, ¿correcto? Es necesario detenerlo.

– Estamos trabajando en eso. Pero aquí tratamos con leyes internacionales. Además Svensson es un hombre poderoso. No es sencillo atacarlo sin tener evidencia.

– ¡Tengo evidencia!

– No la tiene según el entendimiento de ellos. El aceptó conceder mañana una entrevista. No se preocupe, tenemos un equipo terrestre visitándolo en algunas horas. Montarán vigilancia. No irá a ninguna parte.

– Eso podría ser demasiado tarde.

– ¡Por el amor de Dios, Thomas! Usted quiere rapidez; ¡esto es rapidez! Tengo que abordar un vuelo. Daré instrucciones a mi secretaria de que conecte sus llamadas. Usted está en el Sheraton, ¿correcto?

– Correcto.

– Diez en punto en el Sheraton. Tendré reservado un salón de conferencias -informó Merton Gains, luego hizo una pausa-. ¿Ha… sabido algo más?

La pesadilla recorrió la mente de Tom. La caída. Una sensación de muerte inminente se le asentó en el estómago como un ladrillo de plomo.

– No.

– Bien.

– Está bien. Colgó.

– ¿Qué pasa? -preguntó Kara-. ¿Viene para acá?

– Está viniendo. Con un séquito. Diez de la noche.

– Dentro de doce horas. ¿Qué sucede en las próximas doce horas? Les vas a dar información, ¿de acuerdo? Así que necesitamos más datos.

De repente Tom sintió desmayarse. Náuseas. Se sentó en una silla en el comedor al aire libre y miró hacia el vestíbulo.

– ¿Thomas? -exclamó Kara arrastrando una silla frente a él-. ¿Qué pasa?

– Tenemos un problema, Kara -señaló él, frotándose las sienes.

– ¿Por qué dices eso? Finalmente ellos están empezando a escuchar.

– No, no es con ellos. Conmigo. Con cualquier cosa que me esté sucediendo.

– ¿Tus sueños?

– El bosque colorido se ha venido abajo -advirtió él.

– ¿Qué… qué quieres decir?

– El bosque colorido. Ya no es colorido. Los murciélagos han atravesado el río y han atacado… Tom se quebrantó.

Ella lo miró como si él se hubiera desquiciado.

– ¿Es eso… posible?

– Sucedió.

– ¿Qué quiere decir eso?

– ¡No lo sé! -gritó él golpeando la mesa con la mano. Los platos sonaron. Una pareja sentada dos mesas más allá volteó a mirar.

– No lo sé -repitió, esta vez en voz más baja-. Ese es el problema.

plasta donde sé, ni siquiera regresaré. Y si regreso, no tengo idea de cómo será la tierra.

– ¿Es malo eso?

– No te puedes imaginar.

– Esto explica tu repentino interés en armas.

– Supongo.

– ¡Entonces tienes que dormir! No puedes reunirte aquí con esas personas sin saber lo que está ocurriendo allá. Todo nuestro caso depende de este… de estos sueños tuyos. ¿Estás diciendo que se acabó? ¡Tenemos que hacerte dormir!

– ¡No voy a decirles lo que está ocurriendo allá! -afirmó él-. Eso es entre nosotros, Kara. Ya es bastante nocivo hablar de lo que descubrí en mis sueños, pero no hay manera de que pueda darles nada específico. ¡Me encerrarán!

– Pero aún tienes que saber. Por tu bien.

Se quedaron en silencio por un momento. Ella tenía razón… él debía averiguar si podía regresar. Tenían doce horas.

– Cuéntame lo que pasó -pidió Kara tranquilamente-. Quiero saberlo todo.

Tom asintió. Ya hacía tiempo que le contaba todo.

– Me llevará un buen rato.

– Tenemos tiempo.


***

DOCE HORAS vinieron y se fueron, y Svensson no había obligado a Monique a cambiar de opinión como prometió. Pero una mirada al rostro de él cuando abrió la puerta de la celda de paredes blancas en que ella se encontraba, y Monique sospechó que eso estaba a punto de cambiar. La habían trasladado durante la noche. Ella no tenía idea por qué o dónde. Lo que sí sabía era que el plan se desenvolvía alrededor de que ella había sido el objeto de inmensa planificación y previsión. Monique había captado suficiente entre líneas para concluir todo eso.

Los virólogos habían especulado por muchos años que un día un arma biológica cambiaría la historia. En previsión de ese día, Valborg Svensson había desarrollado planes exhaustivos. Tropezar con el virus Raison pudo haber sido una casualidad, pero no lo era para nada lo que ahora iba a hacer con él. Había invertido en una enorme red de informantes para que al primer indicio del virus correcto él pudiera abalanzársele encima. Es más, tenía muchos cientos de científicos trabajando para él.

Monique pensó que este tipo parado en la puerta del cuarto blanco de ella era un hombre brillante. Y tal vez loco de remate.

– Hola, Monique. Confío en que te hayamos tratado bien. Mis disculpas por cualquier incomodidad, pero eso cambiará ahora. Lo peor ya pasó, lo prometo. A menos, por supuesto, que te niegues a cooperar, pero eso está fuera de mi control.

– No tengo intención de cooperar -objetó ella.

– Sí, bueno, eso se debe a que aún no sabes.

Ella no le dio gusto al hacerle la obvia pregunta.

– ¿Te gustaría saber?

Aún no tuvo respuesta. Él sonrió.

– Tienes mucha firmeza de carácter; me gusta eso. Lo que no sabes es que exactamente en catorce horas nosotros… sí, nosotros, pues desde luego que no estoy sólo en esto, para nada, aunque me gustaría creer que represento un papel importante… vamos a liberar la variedad Raison en doce naciones principales.

La visión de Monique se nubló. ¿Qué estaba diciendo este tipo? Seguramente no estaba planeando…

– Sí, exactamente. Con o sin antivirus, el reloj empieza la cuenta regresiva dentro de catorce horas -anunció con una amplia sonrisa-. Asombroso, ¿no es cierto?

– Usted no puede hacer eso…

– Eso es lo que manifestaron algunos de los otros. Pero prevalecimos. Es la única manera. El destino del mundo está ahora en mis manos, querida Monique. Y en las tuyas, por supuesto.

– ¡El virus podría exterminar con la población del planeta!

– Ese es el punto. La amenaza tiene que ser verdadera. Sólo un antivirus puede salvar a la humanidad. Confío en que te gustaría ayudarnos a crear ese antivirus. Ya tenemos un buen inicio, debo decir. Quizá ni siquiera te necesitemos. Pero tu nombre está en el virus. Parece apropiado que también esté en la cura, ¿no crees?

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