32

TANIS SE hallaba sólo en la colina desde donde se veía la aldea. Los acontecimientos de la mañana aún zumbaban en su mente. Por primera vez en su vida había visto de verdad a la criatura del bosque negro, y la experiencia había sido emocionante. Intrigante. Más sorprendente había sido la melodía. Esta sensacional criatura no era la terrible bestia siniestra de su imaginación vivida y de sus historias. Había salvado a Thomas. Esa era justificación suficiente para visitar el bosque negro. Así que entonces fue bueno que hubiera ido.

Tanis se había quedado con Thomas por poco tiempo antes de irse. Curiosamente, no tenía deseos de estar con el hombre cuando este despertara.

Había regresado y pasado algún tiempo en la aldea. Rachelle le preguntó si había visto a Thomas; le dijo que sí, y que se hallaba durmiendo.

Se había puesto a deambular por la aldea sintiéndose en su debido lugar y en paz. Sin embargo, para el mediodía sintió como si debiera irse a alguna parte a pensar en los acontecimientos que seguían fastidiándole la mente. Por eso había venido aquí, a esta colina desde donde se divisaba todo el valle.

Tanis había ido a buscar la espada que arrojara ayer al bosque y no la encontró. Y no sólo eso, sino que Thomas también se había perdido. No estaba seguro por qué llegó a la conclusión de que Thomas había llevado la espada al cruce, tal vez porque este mismo pensamiento se hallaba en su propia mente, pero después de buscar de arriba abajo al hombre decidió hacer otra espada e ir en su búsqueda al cruce.

Lo que más le interesó fue el hecho de que Thomas hubiera venido del bosque negro y viviera para contarlo. No sólo una vez, sino dos.

La criatura… ahora la criatura se había convertido por completo en algo Í más. Nunca se habría imaginado a Teeleh como apareció. En realidad, no se había imaginado para nada que un ser tan hermoso pudiera haber existido en el bosque negro. Debió admitir que se veía más bien único con esos ojos verdes y ese pelaje dorado. Pero la canción… Ah, ¡qué melodía!

La verdad era que Tanis anhelaba mucho volver a encontrar a esa criatura. No tenía deseos de entrar al bosque negro y beber el agua, por supuesto. Eso significaría morir. Peor aún, estaba prohibido. Pero ir a buscar a la siniestra criatura en el río… eso no estaba prohibido.

Y Thomas lo había hecho.

Tanis miró el sol. Ahora por más de una hora había estado sentado en la colina, dándole vuelta a los acontecimientos en su mente. Si saliera ahora, llegaría al bosque negro y regresaría sin que lo extrañaran de nuevo.

Se puso de pie mientras le temblaban los pies. La ansiedad que sentía era suficientemente extraña para causar una leve confusión. No recordaba haber sentido alguna vez un desconcierto tan extraño. Por un momento pensó que simplemente debía regresar a la aldea y olvidar por completo a la criatura del bosque negro. Pero al instante pensó lo contrario. Después de todo, deseaba mucho entender a este terrible enemigo. Por no mencionar la melodía. Entender al enemigo de uno es tener poder sobre él.

Sí, Tanis quería esto en gran manera, y no había motivo para no hacer lo que deseaba tanto. A menos, desde luego, que fuera contra la voluntad de Elyon. Pero Elyon no había prohibido reunirse con nuevas criaturas, vivieran donde vivieran. Incluso al otro lado del río.

Dando una última mirada al valle, Tanis dio media vuelta y emprendió la marcha hacia el bosque negro.


***

TOM DESPERTÓ con un sobresalto. La dulce fragancia de la hierba le inundó las fosas nasales. Había vuelto a soñar. Bangkok. En Bangkok corrían sobresaltados porque finalmente decidieron creer en el virus. Ahora existía la variedad Raison, aunque sólo en laboratorios. Él debía encontrar a Monique, pero no tenía idea cómo. Y aquí… Se irguió bruscamente. ¿Tanis?

– ¡Tanis! -llamó, poniéndose de pie y buscando alrededor.

El ruido del río venía del oriente. Era media tarde. Tanis lo debió haber dejado cerca del cruce y regresado a la aldea.

Tardó una hora en llegar al valle, quince minutos devolviéndose de su andar hacia el norte después de salirse del camino que llevaba a la aldea. Tenía que alcanzar a Tanis y darle una explicación. Si alguna vez el hombre sería capaz de confundirse, sería ahora. Y el hecho de que Tanis se hubiera hecho otra espada después de que sólo ayer lo discutieran no era buena señal para el hombre.

Tanis fue atraído por la alimaña. Le había vuelto la curiosidad. Su deseo se movía más rápido que su satisfacción. Había ido al cruce porque estaba cansado de no saber.

Bueno, ahora sabía, correcto. La única pregunta era: ¿Cuánto conocimiento bastaba? ¿Y por cuánto tiempo?

Por supuesto, Tom también había ido. Pero él era distinto; ya no podía haber ninguna duda al respecto. No había tomado del agua, pero según Teeleh, había comido la fruta antes de perder la memoria, y se las había arreglado para sobrevivir. Era como una vacuna, quizá.

No, eso no podía estar bien. Sin embargo, Tom estaba muy seguro de que era diferente de Tanis. Quizá las personas de su aldea más allá tenían más libertades. Pero eso tenía aún menos sentido. Tal vez él era de Bangkok. Podría ser de Bangkok cuando estuviera soñando, pero en realidad era de aquí. Este era su hogar, y sus sueños de Bangkok estaban causando estragos aquí.

Él debería comer la fruta del rambután y librarse de estos sueños tontos. Lo ponían a interferir con un endeble equilibrio. Si no hubiera sido por él, Tanis habría entrado hoy al bosque negro.

– ¡Thomas!

Un roush llegaba majestuosamente por su derecha.

– ¡Michal!

El roush tocó tierra con dificultad, rebotó una vez, y aleteó furiosamente para evitar chocar.

– ¿Michal?

– ¡Oh, amigo, amigo! ¡Oh, Dios mío!

– ¿Qué pasa?

– Se trata de Tanis. Creo que se dirigía al bosque negro.

– ¿Tanis? ¿Al bosque negro?

¡Imposible! ¡El acababa de estar en el bosque negro unas horas antes!

– Se dirigía directo allá cuando salí a buscarte. E iba corriendo. ¿Qué otra cosa podría significar? -informó brincando nerviosamente alrededor, como si hubiera pisado un carbón caliente.

– Por amor de Elyon, ¿por qué no lo detuviste?

– ¿Por qué no ¿'detuve? Esa no es mi obligación; ¡por eso! ¡Él está loco! Ustedes dos están locos, te lo dije. Evidentemente trastornados. A veces me pregunto cuál era el punto. Ustedes los humanos son muy impredecibles.

– Sólo porque él esté corriendo en esa dirección no significa que vaya a entrar al boque negro -objetó Tom intentando pensar con claridad.

– ¡No tenemos tiempo de discutir esto! -exclamó Michal con ojos centelleantes-. Aunque fuéramos ahora, podrías llegar demasiado tarde. Por favor. ¿Sabes lo que podría significar esto?

– ¡Él no puede ser tan estúpido! -gritó Tom, queriendo tranquilizar a Michal, pero no se lo creyó ni él mismo.

Tampoco Michal.

– Por favor, debemos irnos ahora.

El roush corrió a lo largo de la hierba, aleteando como desequilibrado. Poco después estaba en el aire. Tom salió corriendo para alcanzarlo.

Su mente se llenó con una imagen del niño en el lago en lo alto. Eso había sido dos días antes. ¿Qué les había sobrevenido? Súbitamente se sintió sofocado de pánico.

– ¡Elyon! -gritó.

Pero Elyon permaneció en total silencio.

– ¡Michal! -gritó.

El roush estaba preocupado con sus propios pensamientos. Tom aligeró su paso. No había manera de que pudiera dejar que Tanis hiciera algo tan irrazonable como hablar con Teeleh.

No mientras Tom viviera.


***

LA ESCENA que recibió a Tanis al llegar a las orillas del río lo dejó helado. Hasta donde podía ver en cada dirección, los árboles a todo lo largo del borde en el bosque negro estaban abarrotados con una nube densa y movedizo de criaturas negras con ojos rojos. Allí debía haber un millón de ellas. Quizá muchísimas más.

Su primer pensamiento fue que Thomas había tenido razón: Habían demasiados para despacharlos fácilmente con unas cuantas patadas bien colocadas.

Su segundo pensamiento fue huir.

Tanis retrocedió de un salto bajo la cubierta de los árboles. Nunca había oído que tantas criaturas más compartieran el mundo de ellos. Contuvo el aliento y observó alrededor de un árbol el maravilloso espectáculo.

Entonces vio a la hermosa criatura parada en el puente blanco. ¡La que viera al amanecer! La bestia usaba una brillante capa amarilla y una corona moldeada con flores blancas alrededor de la cabeza. Roía una fruta grande, de las que Tanis nunca antes había visto, y lo miraba directamente con ojos verdes centelleantes.

Silencio. A excepción del río, todo estaba en profundo silencio. Era como si lo estuvieran esperando. Qué criatura adorable era Teeleh.

Él mismo se sorprendió. Estos eran los shataikis. Alimañas. Se suponía que se les debía atacar, no mimar. No obstante, como las historias habían registrado de forma tan elocuente, para derrotar a tu enemigo debes conocerlo. Sólo hablaría con ese hermoso enorme. Y fingiría ser amigo. De este modo se burlaría de la criatura enterándose de sus debilidades, entonces un día regresaría para eliminarla.

Y lo haría sosteniendo la madera colorida.

Agarró un pequeño trozo de madera verde del tamaño de su brazo y se dirigió a la orilla.

– ¡Buenas! -saludó-. Soy Tanis. ¿Con qué nombre debo llamarlo?

Tanis lo sabía, por supuesto, pero no quería dejar ver sus intenciones. La bestia arrojó hacia atrás la fruta medio comida y se lamió el jugo de la boca con una vellosa ala azul. Sonrió con curvos dientes amarillos.

– Soy Teeleh -contestó-. Te hemos estado esperando, amigo mío.

Tanis volteó a mirar el bosque colorido. Bien, entonces. Aquí estaba la criatura que había venido a conocer. El primogénito sintió que el corazón le Palpitaba de forma poco común y apretó el paso para llegar hasta donde Teeleh, el líder de los shataikis.

Se detuvo al pie del puente y analizó a la criatura. ¡Desde luego! ¡Estas eran artimañas! ¿Cómo podía el líder de los shataikis ser distinto de sus legiones?

– Usted no es lo que yo esperaba -expresó.

– ¿No? ¿Y qué esperabas?

– Yo había oído decir que usted es muy listo. ¿Cuán listo es fingir ser distinto de lo que se es cuando sabe que será descubierto?

– Te gusta eso, ¿no es verdad? -respondió Teeleh riendo.

– ¿Me gusta qué? ¿Exponer lo que usted es? ¿Tiene miedo de mostrarme quién es realmente?

– Te gusta ser listo -indicó Teeleh-. Por eso es que viniste aquí. Para ser inteligente. Para aprender más. Más conocimiento. La verdad.

– Muéstreme entonces la verdad.

– Lo intento.

Los ojos de Teeleh cambiaron de verdes a rojos. Luego las alas y el cuerpo, lentamente a gris y después a negro. Todo el tiempo seguía sonriendo. De sus pies se extendieron garras que se clavaron en la madera. Fue una transformación impresionante, y Tanis agarró más fuerte el palo colorido.

– ¿Es mejor eso? -preguntó el murciélago con voz que había cambiado a un gruñido bajo y gutural.

– No, es mucho peor. Usted es la criatura más horrible que me pude haber imaginado.

– Ah, pero tengo más conocimiento y verdad de lo que también te pudiste haber imaginado. ¿Te gustaría oír?

La invitación parecía sospechosa, pero Tanis no pudo pensar en una forma apropiada de declinar. ¿Cómo podía rechazar la verdad?

De pronto el hocico de Teeleh se abrió por completo, de modo que Tanis logró verle el fondo de la boca, donde la lengua rosada desaparecía dentro de una oscura garganta. Surgió una nota baja y resonante, seguida al instante por otra elevada y penetrante que pareció alcanzarlo y tocarle la columna vertebral. La melodía de Teeleh lo asoló con su extraño coro de terrible belleza. Poderoso, conquistador y embriagador a la vez. Tanis sintió una abrumadora compulsión de subir corriendo el puente, pero permaneció firme.

Teeleh cerró la boca. Las notas resonaron, luego se hizo silencio. Los murciélagos en el bosque lo miraron sin agitarse. Tanis se sintió un poco desorientado por todas estas nuevas sensaciones.

– ¿Es esto nuevo para ti? -inquirió Teeleh.

– Sí -contestó Tanis pasando la improvisada espada a su mano izquierda.

– ¿Y sabes por qué es nuevo?

Esa era una buena pregunta. ¿Un engaño? No, sólo una pregunta.

– ¿Tienes miedo de mí? -quiso saber Teeleh-. Sabes que no puedo cruzar el puente, pero te quedas asustado en la base.

– ¿Por qué debería estar asustado de lo que no me puede hacer daño?

No, eso no es totalmente cierto. Él me puede lastimar. Debo tener mucho cuidado.

– Entonces acércate. Quieres saber más de mí para poder destruirme. Así que acércate y mírame claramente. ¿Cómo sabía esto la bestia?

– Porque sé mucho más que tú, amigo mío. Y puedo decirte cómo saber lo que sé. Acércate. Estás seguro. Tienes la madera en tu mano.

Teeleh pudo haberle adivinado los pensamientos; no eran muy exclusivos. Al menos debía mostrarle a esta bestia que no le temía. ¿Qué clase de guerrero temblaba en la base del puente? Subió por los blancos tablones y se detuvo a tres metros de Teeleh.

– Eres más valiente que la mayoría -comentó el murciélago, mirando la espada colorida.

– Y no soy tan bruto como usted cree que soy -objetó Tanis-. Sé que incluso ahora está intentando sus artimañas.

– Si uso esta… artimaña y te convenzo, ¿no significaría eso que soy más inteligente que tú?

– Quizá -respondió Tanis, considerando la lógica.

– Entonces la artimaña es una forma de conocimiento. Y conocimiento es una forma de verdad. Y deseas más de ella; si no, como dije, no estarías aquí. Así que si estoy usando artimañas y te convenzo a aceptar mi conocimiento, sólo puede ser porque soy más listo que tú. Tengo más verdad.

Esta lógica de él era desconcertante.

– Mi canto es nuevo para ti, Tanis, porque Elyon no quiere que lo oigas. ¿Y por qué? Porque te dará el mismo conocimiento que tengo. Te dará mucho poder. El poder viene con la verdad; ya sabes eso.

– Sí. Pero no le permitiré que hable así respecto de Elyon -dijo Tanis extendiendo la vara al frente-. Debería clavarlo ahora y acabar con esto.

– Adelante. Inténtalo.

– Yo podría, pero no estoy aquí para pelear. Estoy aquí para saber la verdad.

– Bien, entonces. Te la puedo mostrar -declaró Teeleh mientras sacaba una fruta por detrás de su espalda-. En esta fruta hay algo de conocimiento. Poder. Suficiente poder para hacer que se arrastren todas las criaturas detrás de mí. ¿No te gustaría eso? Una palabra tuya, y ellas chillarán de dolor. Porque sabrán que tienes la verdad, y con esa verdad viene gran poder. Toma, pruébala.

– No, no puedo comer tu fruta.

– ¿No quieres entonces la verdad?

– Sí, pero…

– ¿Está prohibido comer esta fruta?

– No.

– Desde luego que no. Si hubiera algún mal en comer esta fruta, ¡Elyon la habría prohibido! Pero no hace ningún mal, por tanto no está prohibida. Sólo hay conocimiento y poder. Tómala.

Tanis volvió a mirar hacia el bosque colorido. Lo que el murciélago decía era cierto. No había ningún mal en comer la fruta. No había maldad en ello. No estaba prohibida.

– Sólo una mordida -tentó Teeleh-. Si descubres que lo que he dicho no es verdad, entonces te vas. Pero al menos deberías intentarlo. ¿Eh? ¿No crees?

La enorme bestia no se esforzó por ocultar sus garras, las cuales repiqueteaban con impaciencia en el puente de madera.

– Bueno, usted sabe que no beberé nada de su agua -aseguró Tanis mirando más allá del inmenso murciélago y titubeando.

– ¡Cielos no! Solamente la fruta. Un regalo de sinceridad de mi parte hacia ti.

Tanis sostuvo con firmeza la vara colorida y dio un paso adelante para agarrar la fruta.

– Haz a un lado la madera, si no te importa -pidió Teeleh-. Es el color del engaño, y no va bien con mi verdad. Tanis se detuvo.

– ¿Ve? Ya tengo el poder. ¿Para qué necesito el suyo?

– Adelante, ondéalo a mis sujetos y mira cuánto poder tienes.

Tanis miró las multitudes detrás de Teeleh. Señaló hacia ellos la espada, pero ninguno ni siquiera se estremeció.

– ¿Ves? ¿Cómo puedes comparar tu poder con el mío, a menos que primero sepas? Conoce a tu enemigo. Conoce su fruta. Prueba lo que el mismo Elyon te ha invitado a probar no prohibiéndolo. Sólo mantén tu vara a tu costado para que no me toque.

Ahora Tanis deseaba muchísimo probar esta misteriosa fruta en la garra de Teeleh. Puso la espada a su costado, lista para usarla en el momento preciso, dio un paso adelante, y agarró la fruta. Se sintió osado, pero era un guerrero, y para derrotar a su enemigo debía emplear su propia artimaña.

Retrocedió, exactamente fuera del alcance de Teeleh, y le dio un mordisco a la fruta. Al instante su mundo dio vueltas en sensacional colorido. Por su sangre surgió poder y sintió que se le entumecía la mente.

– ¿Sientes el poder?

– Es… es bastante fuerte -comentó Tanis; le dio otro mordisco.

– Ahora levanta la mano y ordena a mis legiones.

– ¿Ahora? -preguntó Tanis, mirando los murciélagos negros que se alineaban en los árboles.

– Sí. Usa tu nuevo poder.

Tanis levantó una temblorosa mano. Sin una sola palabra, los shataikis comenzaron a chillar y a alejarse. El sonido le dio pena a Tanis. El terror envolvió las filas de murciélagos. Esto con el sólo brazo extendido.

– ¿Ves? Baja tu brazo antes de que destruyas mi ejército.

Tanis bajó el brazo.

– ¿Puedo llevarme esta fruta?

– No. Devuélvemela, por favor.

Tanis lo hizo, aunque de mala gana. Los shataikis continuaron su conmoción.

– No te preocupes, amigo mío. Tengo otra fruta. Más fruta. Más poder. Esta te abrirá la mente a la verdad prohibida. Esa es la verdad que solamente los sabios poseen. Pero no puedes comandar ejércitos sólo con poder. Debes tener mentalidad de líder. Esta fruta te la mostrará.

Tanis sabía que debía irse, pero no había ley que prohibiera esto.

– Es la misma fruta que comió tu amigo Thomas -declaró Teeleh.

– ¿Comió Thomas tu fruta? -preguntó Tanis levantando la mirada, asombrado.

– Desde luego. Por eso es tan sabio. Y conoce las historias porque bebió mi agua. Thomas tiene el conocimiento.

La revelación dejó mareado a Tanis. Así fue como Thomas conoció las historias. Estiró la mano.

– No, para esta fruta debes poner tu espada sobre la baranda aquí, en mi parte del puente. No puedo tocarla, por supuesto. Pero debes sostener esta fruta con ambas manos.

El razonamiento del murciélago parecía muy extraño, pero para entonces la mente de Tanis no estaba del todo clara. Mientras la espada estuviera exactamente allí donde pudiera agarrarla de ser necesario, ¿qué mal podría haber en dejarla allí? En todo caso, pondría una barrera más grande entre él y el murciélago.

Tanis dio un paso adelante y puso la vara en la barandilla. Luego estiró las dos manos hacia la fruta en la garra extendida de Teeleh.


***

CUANDO ELLOS salieron del bosque, Tanis ya estaba ante la horrible bestia, como un tonto cordero halándole a su carnicero. Tom patinó hasta detenerse. Michal se posó en una rama a su derecha.

– ¡Michal! -gritó Tom en un tono áspero.

– ¡Llegamos demasiado tarde! -exclamó el roush-. ¡Demasiado tarde!

– ¡Él aún está hablando!

– Tanis cederá. -¿Qué?

Tom retrocedió ante la escena que tenía al frente. Por el momento quedó paralizado. Apenas lograba oír la voz de su amigo por sobre los chillidos de los murciélagos.

– ¿Es esta la fruta que comió Thomas? -preguntó Tanis mientras agarraba con las dos manos la fruta de la sonriente bestia negra.

Tom soltó el árbol del que se había aferrado con los nudillos blancos y dio un salto adelante. ¡No, Tanis! No seas tan necio. ¡Devuélvesela!

Quiso gritar, pero la garganta se le paralizó.

– Esa es en realidad, amigo mío -contestó Teeleh-. Thomas es realmente un hombre muy sabio.

La mitad de los shataikis que bordeaban los árboles notaron ahora a Tom. Revolotearon con desesperación total, señalando aterrados y lanzando gritos ensordecedores.

– ¡Tanis! -gritó Tom corriendo por la orilla hacia el puente en forma de arco.

Pero Tanis no volteó a mirar. ¿Había comido ya?

Tanis retrocedió un paso, y Tom tuvo la certeza de que el primogénito estaba a punto de devolverle la fruta a la bestia parada en lo alto del puente. El hombre hizo una pausa y dijo algo en voz demasiado baja para que Tom pudiera oír por sobre el jolgorio de murciélagos. Miró fijamente la fruta en sus manos.

– ¡Tanis! -volvió a gritar Tom corriendo puente arriba.

Tanis se llevó tranquilamente la fruta a la boca y le dio un gran mordisco.

La multitud de murciélagos en los árboles detrás de Teeleh se quedó de pronto en silencio. El viento silbó apaciblemente y el río abajo susurró, pero aparte de eso una terrible calma envolvió al puente.

– ¡Tanis!

Tanis giró. Un chorrito de jugo le brillaba en la barbilla. En la boca jadeante tenía alojada la pulpa amarilla.

– Thomas. ¡Viniste!

Tanis cerró los labios sobre el trozo que tenía en los dientes y estiró la fruta mordida hacia Tom.

– ¿Es esta la misma fruta que comiste, Thomas? Debo decir que realmente es muy buena.

Tom se deslizó hasta la mitad del camino del arco.

– ¡No seas tonto, Tanis! No es demasiado tarde. Suéltala y regresa – ordenó, temblando-. ¡Ahora! ¡Suéltala ahora!

– Ah, eres tú -expresó despectivamente la bestia detrás de Tanis-.

Creí oír una voz. No te preocupes, Tanis, amigo mío. A él le gustaría ser el único en comer mi fruta, pero ya sabes demasiado, ¿verdad? ¿Te habló él de su nave espacial?

Tanis cambió la mirada desde Tom hacia la bestia y de nuevo a Tom, como inseguro de lo que se esperaba que hiciera.

– Tanis, no lo escuches. ¡Contrólate!

Los ojos de Tanis parecían flotar en sus cuencas. La fruta estaba afectando al hombre.

– ¿Thomas? ¿Qué nave espacial? -preguntó Tanis.

– Teme decirte la verdad -gruñó Teeleh-. ¡Él bebió del agua!

– ¡Mentira! -exclamó Tom-. No cruces el puente. Suelta la fruta.

Tanis no estaba escuchando. Jugo amarillo de la fruta le corrió por el mentón, manchándole la túnica. Se volvió hacia la bestia y dio otro mordisco.

– Muy poderosa -anunció-. Con esta clase de poder hasta lo derrotaré a usted.

– Sííííí -concordó la espantosa bestia, riendo-. Y tenemos algo que posiblemente ni imaginas. Sacó una bolsa de cuero.

– Aquí, bebe esto. Te abrirá los ojos a nuevos mundos. Tanis miró al murciélago, luego a la bolsa. Entonces alargó una mano para agarrarla.

Teeleh giró y al hacerlo chocó con algo que Tom no había visto antes. Una vara descansaba sobre la baranda. Una vara negra que había perdido su color. La madera se deslizó de la barandilla y cayó al río.

Tom giró sobre sí. Michal observaba en silencio.

– ¡Elyon! -gritó Tom; sin duda él haría algo; él amaba desesperadamente a Tanis-. ¡Elyon! Nada.

Giró otra vez hacia el puente. Lo que ocurría era a causa de él. A pesar de él. Se sintió tan impotente y tan aterrado como no recordaba haberse sentido.

Teeleh caminó lentamente, incluso demasiado lento, apoyando más su pierna derecha. Bajó el puente hacia la orilla opuesta.

– Más conocimiento del que puedes manejar -comentó, y luego se dirigió a las multitudes alineadas en el bosque-. ¿No es así, mis amigos?

– Síííí… síííí -exclamó una multitud de voces en tono áspero.

– Entonces pídanle a nuestro amigo que beba -gritó, entrando a la orilla opuesta-. ¡Pídanle que beba!

– Bebe, bebe, bebe, bebe -canturrearon lentamente los shataikis, en tono vibrante y seductor; una melodía.

Tom sintió que se le ponían de punta los pelos de la nuca. Tanis lo volvió a mirar, con ojos vidriosos, y una sonrisa contraída en el rostro. Soltó una risotada nerviosa.

La mente de Tom comenzó a llenarse de pánico. ¡Tanis estaba hechizado!

En desesperación final Tom subió corriendo el arco hacia el intoxicado ser.

– No, Tanis. ¡No lo hagas! -gritó por sobre el embrujado cántico-. ¡No tienes idea de lo que estás haciendo!

Tanis se volvió otra vez hacia la cantante multitud y dio un paso hacia la orilla opuesta.

Imágenes de Rachelle y del pequeño Johan centellearon ante los ojos de Tom. Esto no iba a ocurrir, no si él podía ayudar.

Saltó al frente, agarró la barandilla con el brazo izquierdo y echó el otro alrededor de la cintura del hombre. Plantando con firmeza los pies, lanzó bruscamente a Tanis hacia atrás, casi arrancándolo de raíz.

Tanis giró gruñendo y le asentó a Tom una patada en el pecho. Tom voló hacia atrás y se golpeó de lleno en la madera.

– ¡No, Thomas! ¡No eres el único que puede tener este conocimiento! ¿Quién eres tú para decirme lo que debo hacer?

– ¡Es mentira, Tanis! ¡No bebas!

– ¡Tú estás mintiendo! Estás soñando con las historias. Nadie ha soñado alguna vez con las historias.

– ¡Porque tropecé!

Una breve mirada de confusión cruzó la cara del primogénito. Se alejó con una lágrima en los ojos, se llevó la bolsa a los labios y vertió el agua en la boca.

Luego caminó sobre el puente y se paró en la tierra reseca más allá.

Lo que sucedió a continuación fue una escena que Tom nunca olvidaría mientras viviera. En el momento en que Tanis pisó la tierra al lado del gigante murciélago negro, una docena de pequeños shataikis se le acercaron para recibirlo. Tom se puso de pie justo cuando Tanis extendía una mano para saludar al shataiki más cercano. Pero en vez de tomarle la mano, de repente el murciélago saltó de la tierra y tajó furiosamente la mano extendida con sus garras.

Por un instante pareció cesar el tiempo.

La bolsa cayó de la mano de Tanis. Su fruta medio comida fue a parar pesadamente al suelo. Tanis bajó la mirada a su mano en el mismo instante en que las paredes blancas de un profundo tajo comenzaban a llenársele de sangre.

Y entonces los primeros efectos de su nuevo mundo cayeron sobre el mayor de los hombres como una bestia viciosa, sedienta de sangre. Tanis gritó de dolor.

Teeleh enfrentó al bosque negro, parado erguido y majestuoso.

– ¡Agárrenlo! -ordenó.

Los grupos de shataikis que habían recibido a Tanis se le fueron encima. Tanis levantó las manos para defenderse, pero era inútil en su estado de conmoción. Colmillos le perforaron la nuca y la columna vertebral; una malvada garra le atacó con furia la cara, sajándola de modo terrible. Luego Tanis desapareció entre un amasijo de negro pelaje que se agitaba.

Teeleh levantó las alas en victoria e hizo señas a las multitudes en espera que aún colgaban de los árboles.

– ¡Ahora! -gritó por sobre los sonidos del ataque contra Tanis-. ¡Ahora! ¿No se los dije?

Levantó el mentón y aulló en una voz tan fuerte y tan aterradora que pareció rasgar el cielo mismo hasta abrirlo.

– ¡Nuestro tiempo ha llegado!

Un rugido que estremeció la tierra brotó de la horda de bestias. Tom oyó por sobre la ovación el alarido gutural y destemplado del líder.

– ¡Destruyan la tierra! ¡Tomen lo que es nuestro! -exclamó Teeleh extendiendo sus alas hacia el bosque colorido.


***

TOM OBSERVÓ, paralizado por el horror, cómo levantaba vuelo un enorme muro negro de murciélagos. El muro se extendía hasta donde él lograba ver en cada dirección y parecía moverse en cámara lenta por su mera magnitud. Una negra sombra se arrastró por la tierra. Se movió sobre el bosque negro, luego subió por el puente hacia Thomas. La blanca madera crujió y se volvió gris a lo largo del borde delantero de la sombra. Lo inundó el acre olor del azufre.

Tom giró y corrió por delante de la sombra. Bajó el puente de un brinco y tocó la hierba a toda velocidad. ¡Michal había desaparecido!

– ¡Michal! -gritó.

Se atrevió a lanzar una rápida mirada hacia atrás a los árboles que marcaban el borde del bosque colorido. El pasto detrás de él se convertía en una ceniza negra a lo largo del borde delantero de la sombra, como si una larga línea de fuego hubiera estado ardiendo debajo de la tierra y estuviera incinerando la vida verde por encima.

Pero él sabía que la muerte no venía de abajo. Venía de los murciélagos negros por arriba. ¿Y qué le sucedería a su carne cuando lo pasara la sombra?

– ¡Elyon! -gritó y movió los pies con fuerza en un pánico ciego, sabiendo muy bien que el pánico solamente lo haría más lento. Elyon no estaba respondiendo.

La sombra de la pared de murciélagos negros en lo alto lo alcanzó cuando llegó al claro que había más allá de la orilla del río. Se puso tenso en anticipación del punzante dolor de la carne ardiendo.

Debajo de sus pies chisporroteaba la hierba quemada. La luz colorida de los árboles en cada lado titiló, y el follaje verde comenzó a desmoronarse en montones de ceniza negra. El aire se hizo espeso y difícil de respirar. Pero la carne no se le quemó.

La sombra siguió adelante, exactamente por encima de Tom. Las fuerzas empezaron a flaquearle.

El muro de murciélagos se movía ahora hacia la aldea. ¡No! Llegarían antes de que Tom pudiera hacer sonar alguna alarma.

Los animales y las aves bramaban y chillaban sin rumbo en círculos de confusión.

Aquí en la sombra estaba la muerte. Adelante, frente a la sombra, aún había vida. La vida del bosque colorido. La vida que le permitió a Tanis ejecutar increíbles maniobras en el aire con fuerzas sobrehumanas. La vida que había alimentado las propias fuerzas de Tom en los días precedentes.

Un último vestigio de esperanza se alojó obstinadamente en la mente de Tom. Si tan sólo pudiera alcanzar la sombra. Volver a entrar a la vida por delante de ella. Si tan sólo pudiera reunir sus últimas reservas de energía de alguna fruta de los árboles, de algo de vida en la tierra. Si sólo pudiera adelantarse a los murciélagos.

La fruta caía de los árboles carbonizados y golpeaba la tierra en una lenta lluvia. Tom giró a su izquierda, se agachó y agarró un pedazo de fruta, un trozo de un fragmento de pulpa. Tragó sin masticar.

Al instante volvieron las fuerzas.

Apretando las manos alrededor de la fruta, partió a toda velocidad. Le corrió jugo por los nudillos. Se metió otro mordisco en la boca, tragó y corrió.

Lenta, muy lentamente, le ganó terreno a la sombra. No sabía por qué los murciélagos no descendían y se lo masticaban en pedazos. Quizá en su ansiedad por llegar a la aldea hacían caso omiso de este humano abajo.

Tom chupó dos trozos más de la fruta y persiguió a la sombra por diez minutos a toda velocidad antes de alcanzarla. Pero ahora ya no tenía pánico. En el momento en que pasó frente a la sombrilla de murciélagos, resurgieron sus fuerzas.

Arrancó un pedazo de fruta que conservaba su belleza natural y le dio un enorme mordisco.

Dulce, dulce liberación. Tom se estremeció y sollozó. Corrió.

Con una fortaleza más allá de sí mismo, corrió, adelantándose a la sombra, con la multitud de chillidos que se movía por encima. Primero cincuenta metros, después cien, luego doscientos. Pronto era una enorme nube negra muy por detrás de él.

Desde una colina pudo ver con asombrosa claridad cómo se acercaban. Desde su posición estratégica vio lo que ocurría a una nueva luz. El bosque negro estaba invadiendo al verde en una larga e interminable línea que obstaculizaba el sol y achicharraba la tierra.

Siguió corriendo, con la vista borrosa por las lágrimas, gritando de ira.


***

EL CIELO por encima del valle estaba vacío cuando Tom salió del bosque. En realidad era la única señal de que pasaba algo malo. En cualquier otro tiempo al menos una docena de roushes estaría flotando en lentos círculos por sobre la aldea, o retozando en el pasto con los niños. Ahora no se veía uno solo. Ninguna señal de Michal, ni de Gabil.

Abajo los aldeanos laboraban pacíficamente, ignorantes del desastre. Niños correteaban entre las cabañas, riendo alegres; madres abrazaban a sus pequeñuelos mientras les cantaban y danzaban despreocupadamente; padres volvían a contar historias de sus grandes hazañas… todos inconscientes de \z masa que se avecinaba, y que pronto los destrozaría.

Tom bajó por la colina.

– Oh, Elyon -suplicó-. Por favor, te ruego, dame una salida. Entró corriendo a la aldea, gritando a todo pulmón.

– ¡Shataikis! ¡Están viniendo! ¡Todos agarren algo con qué defenderse! Johan y Rachelle salieron hacia él brincando con sonrisas en sus rostros, saludando con entusiasmo.

– ¡Thomas! -exclamó Rachelle-. Estás aquí.

– ¡Rachelle! -gritó Tom corriendo hacia ella-. Rápido, tienes que protegerte.

Tom miró hacia la colina arriba y vio la línea de murciélagos por encima de la cumbre. De repente miles de las criaturas negras rompieron filas y se precipitaron dentro del valle.

Era demasiado tarde. No había manera de defenderse. Estos no eran los fantasmas con garras imaginarias a los que habían aprendido a combatir con fantásticas patadas aéreas. Igual que Tanis, serían vapuleados por las bestias sanguinarias.

Tom dio media vuelta y les agarró las manos a los dos.

– ¡Vengan conmigo! -exclamó, corriendo a toda velocidad por el sendero-. ¡Rápido!

– ¡Miren! -gritó Johan.

Había visto los shataikis que venían. Tom volteó a mirar y vio los ojos desorbitados del chico enfocados en las bestias que ahora descendían en picada sobre la aldea.

– ¡Al Thrall! -gritó-. ¡Al Thrall! ¡Corran!

– ¡Elyon! -exclamó Rachelle corriendo a su lado, pálida-. ¡Elyon, sálvanos!

– ¡Corran! -gritó Tom.

Johan seguía queriendo mirar hacia atrás, obligando a Tom a devolverse una y otra vez en el sendero.

– ¡Más rápido! ¡Tenemos que llegar al Thrall!

Tom los instó a subir las gradas, dos a la vez. Detrás de ellos la aldea se llenó de gritos.

– ¡No regresen a ver! ¡Corran, corran, corran! -siguió gritando Tom al tiempo que los empujaba rudamente por los portones y miraba hacia atrás.

No menos de cien mil de las bestias bajaban en picada a la aldea, con las garras extendidas. Los gritos de los aldeanos eran sofocados por los chillidos agudos de miles de gargantas abiertas de los shataikis. Garras intentaban golpear como hoces; colmillos rechinaban hambrientos en expectativa de carne.

A la derecha de Tom, un shataiki descendió sobre un niño que huía calle abajo. Cayó a tierra, ahogado por una docena de murciélagos, que hundieron sus garras en la carne fresca. Los gritos del muchacho se confundieron con los chillidos de los shataikis.

A no menos de diez pasos del niño una mujer agitaba salvajemente las manos hacia dos bestias que se le habían adherido de la cabeza y le roían el cráneo. La mujer daba vueltas, gritando, y a pesar de la sangre que le cubría el rostro, Tom la reconoció. Karyl.

Tom gimió conmocionado. En toda la aldea los indefensos caían presa fácil ante los sanguinarios shataikis.

Y seguían llegando. Ahora el cielo estaba negro con cientos de miles de las criaturas, que entraban al valle por las colinas. Él sabía que lo mismo estaba ocurriendo en cada aldea.

Tom cerró de golpe los gigantescos portones. Corrió el enorme pasador y se volvió a Rachelle y Johan, quienes estaban sobre el piso verde, agarrándose inocentemente las manos.

– ¿Qué está sucediendo? -inquirió Rachelle con voz temblorosa, sus bien abiertos ojos fijos en Tom-. ¡Tenemos que luchar!

Tom corrió por el piso y cerró los portones traseros que llevaban a una entrada exterior.

– ¿Son estas las únicas dos entradas? -exigió saber él.

– ¿Qué es…?

– ¡Dime!

– ¡Sí!

Ningún shataiki podría entrar al Thrall sin derribar los portones. Se devolvió.

– Óiganme -pidió, e hizo una pausa para recobrar energía-. Sé que esto les va a parecer extraño, y quizá no sepan de qué estoy hablando, pero hemos sido atacados.

– ¿Atacados? -preguntó Johan en tono de broma-. ¿Atacados de verdad?

– Sí, atacados de verdad -contestó él-. Los shataikis han salido del bosque negro.

– Eso no… ¡eso no es posible! -exclamó Rachelle.

– Sí, sí lo es. Posible y real.

Tom fue hasta los portones frontales y las examinó. Apenas podía oír los sonidos del ataque más allá de las paredes del Thrall. Rachelle y Johan se quedaron quietos, agarrados de la mano, en el centro del piso color verde jade donde habían realizado miles de danzas. No tenían manera de entender realmente lo que estaba ocurriendo afuera. No tenían idea de cuan dramáticamente había cambiado para siempre en tan sólo unos instantes el mundo colorido que habían conocido.

Tom caminó hacia ellos y les puso los brazos sobre los hombros. Luego se evaporó la adrenalina que lo hizo correr por el bosque y entrar a este enorme salón. La plena comprensión de la catástrofe que sacudía la tierra más allá de las pesadas puertas del Thrall cayó sobre él como diez toneladas de cemento. Inclinó la cabeza y trató de mantenerse fuerte.

Rachelle le puso una mano en el cabello y lo acarició lentamente.

– Tranquilo, Thomas -lo consoló-. No llores. Todo saldrá bien. La Concurrencia será dentro de poco tiempo.

La desesperación recorrió el pecho de Tom como una inundación. Estaban perdidos. Se obligó a mantener una apariencia de control. ¿Cómo pudo Tanis haber sido engañado tan fácilmente? ¡Qué necio había sido aún de escuchar a la tenebrosa bestia! Aun de acercarse al bosque negro.

– No llores, por favor -suplicó Johan-. No llores, por favor, Thomas. Rachelle está bien. Todo saldrá bien.


***

PASÓ UNA angustiosa media hora. Rachelle y Johan intentaron hacerle preguntas acerca de la situación.

– ¿Dónde están los demás? ¿Qué haremos ahora? ¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí? ¿Dónde viven esas criaturas negras?

Cada vez, Tom encogía los hombros mientras caminaba por el inmenso espacio. El salón verde se convertiría en su ataúd. Si contestaba a Rachelle o a Johan, era con una sosa expresión de desaliento. ¿Cómo podía explicarles esta traición? No podía. Tendrían que descubrirla por sí mismos. Por ahora su único objetivo era sobrevivir.

Al principio los ataques de los shataikis llegaron en oleadas, y en cierto momento pareció como si hasta la última de las inmundas bestias hubiera descendido sobre la cúpula, golpeando y arañando furiosamente para tratar de entrar. Pero no pudieron.

Debió haber pasado una hora antes de que Tom notara el cambio. Estuvieron sentados en silencio por más de diez minutos sin un ataque.

Tom se paró temblando y atravesó el suelo hacia los portones del frente. Silencio. O los murciélagos se habían ido o esperaban callados afuera sobre el techo, listos a atacar en el momento en que se abrieran los portones.

Tom enfrentó a Rachelle y Johan, quienes aún después de todo este tiempo permanecían en el centro del piso verde. Era hora de decirles.

– Tanis bebió el agua -anunció escuetamente.

Se pusieron tensos y lanzaron gritos de angustia. Bajaron juntos las cabezas, obviamente sin haber experimentado antes las nuevas emociones de tristeza que los recorrían. Ellos sabían lo que esto significaba, por supuesto. No de manera específica, pero en general sabían que algo muy malo había sucedido. Era la primera vez que algo malo les había ocurrido a cualquiera de ellos.

En silencio les comenzaron a temblar los hombros, suavemente al principio, pero luego con mayor fuerza hasta que ya no pudieron estar de pie, luego se abrazaron y sollozaron.

El ardor de las lágrimas regresó a los ojos de Tom. ¿Cómo pudo de alguna manera haber sucedido tal tragedia? Permanecieron abrazados y llorando por mucho tiempo.

– ¿Qué haremos? ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Rachelle varias veces-. ¿No podemos ir al lago?

– No sé -respondió Tom suavemente-. Creo que todo ha cambiado, Rachelle.

– ¿Por qué hizo Tanis eso cuando Elyon nos ordenó que no lo hiciéramos? -cuestionó Johan con el rostro surcado por lágrimas, mirando a Tom.

– No lo sé, Johan -contestó Tom, agarrando la mano del muchacho-. No te preocupes. El planeta pudo haber cambiado, pero Elyon nunca cambia. Sólo tenemos que encontrarlo.

– ¡Elyon! -clamó Rachelle inclinando la cabeza y levantando las manos, con las palmas hacia arriba-. Elyon, ¿puedes oírnos?

Tom miró sin esperanzas.

– Elyon, ¿dónde estás? -volvió a clamar Rachelle; bajó las manos y miró descorazonada a Tom y a Johan-. Es diferente.

– Todo es diferente ahora -asintió él, y miró el techo verde redondo; menos el Thrall-. Esperaremos hasta la mañana y luego, si parece seguro, intentaremos hallar a Elyon.

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