20

ENCONTRAR LA habitación había sido un simple asunto de pasarle al recepcionista un billete de cien dólares y preguntarle qué cuarto le asignaron a la rubia estadounidense unas horas antes. Ella quizá era la única estadounidense que se había registrado en todo el día. Habitación 517, informó la recepcionista.

Carlos entró al pasillo del quinto piso, vio que estuviera despejado, y se dirigió rápidamente a su izquierda. 515. 517. Se paró ante la puerta, examinó la perilla. Cerrada. Era de esperar.

Permaneció en el pasillo vacío por otros tres minutos, el oído presionado a la puerta. Aparte del ruido del aire acondicionado, la habitación estaba en silencio total. Podrían estar durmiendo, aunque lo dudaba. O pudieron haberse ido. Poco probable.

Registró su bolsillo, sacó una ganzúa, y con mucho cuidado hizo girar las muescas en la cerradura. Había frecuencias ruidosas más que suficientes para cubrir su entrada. El estadounidense tenía una pistola, pero no era asesino. Carlos se dio cuenta de eso con sólo mirarle el rostro. Y por la manera que había agarrado la 9-milímetros en el vestíbulo del hotel, el tipo no tenía la más mínima idea de manejar pistolas.

No, lo que había aquí era un estadounidense que enloqueció y era audaz, y quizá un adversario aún más digno, pero no un asesino.

Si tu enemigo es fuerte, debes aniquilar.

Si tu enemigo es sordo, debes gritar.

Si tu enemigo teme a la muerte, debes masacrar.

Doctrina básica de campamento terrorista.

Carlos giró el cuello y lo hizo crujir. Vestía chaqueta negra, camiseta, pantalones, zapatos de cuero. El atuendo de un negociante mediterráneo, pero había acabado la hora de las fachadas. La chaqueta solamente estorbaba sus movimientos. Del bolsillo superior de la chaqueta sacó la pistola con silenciador y la deslizó detrás del cinturón. Se despojó de la chaqueta. La colocó sobre el brazo izquierdo y sujetó la pistola. Hizo girar la perilla con la mano izquierda.

Carlos respiró profundamente y se lanzó con fuerza contra la puerta, suficientemente fuerte para derribar cualquier dispositivo de seguridad.

Saltó una cadena y Carlos se introdujo, la pistola extendida.

Fuerza y velocidad. No sólo en ejecución sino en comprensión y juicio. Vio lo que necesitaba saber antes de dar su primera zancada completa.

La mujer atada al aire acondicionado. Amordazada. Cuerdas hechas de sábanas.

El estadounidense tendido sin camisa en la cama. Dormido.

Carlos había atravesado media habitación antes de que la mujer pudiera reaccionar, y sólo entonces con un grito ahogado. Los ojos le brillaron desorbitados. Impotente.

El estadounidense era aquí la única preocupación de Carlos. Giró bruscamente la pistola a la derecha, listo para meterle una bala en el hombro si se llegaba incluso a estremecer.

Él se movía con rapidez, sin perder movimiento. Pero en su mente sentía todo absurdamente lento. Así había ejecutado de manera impecable cientos de misiones. Descomponga un simple movimiento en muchos fragmentos y usted puede influir en cada uno, y hacer correcciones y cambios. Esta era una suprema ventaja que tenía por sobre todos, incluso los mejores.

Carlos llegó hasta donde la muchacha en cuatro zancadas. Se puso sobre su rodilla derecha y la golpeó con un veloz manotazo a la sien, todo eso mientras mantenía la pistola apuntada al estadounidense.

La mujer gimió y se dobló. Inconsciente.

Carlos sostuvo su posición hasta la cuenta de tres. El pecho del estadounidense se hinchaba y bajaba. La 9-milímetros yacía en sus dedos sobre la cama.

Fácil. Demasiado fácil. Casi desilusionadoramente fácil.

Se levantó, agarró la pistola del estadounidense, corrió a la puerta. La abrió sin hacer ruido. Volvió a la cama y analizó la situación, con la pistola colgando a su lado. Un premio en todo sentido del mundo. Dos por el precio de uno, como dirían los estadounidenses. Una mujer inconsciente y un hombre durmiendo, impotente a sus pies.

El hombre tenía varias cicatrices en el pecho. Músculos muy bien desarrollados. Dedos delgados. El cuerpo perfecto para un peleador. Tal vez él lo había subestimado.

¿Qué motivaba a Thomas Hunter? ¿Sueños? Pronto lo sabría, porque los tenía a los dos. El mundo estaría buscando al estadounidense que secuestró a Monique de Raison, sin sospechar que ambos estaban en manos de una tercera parte. Svensson celebraría con gusto.

El aire acondicionado zarandeaba firmemente a su izquierda. Afuera bullía la calle con asuntos nocturnos. La otra mujer podría regresar en cualquier momento.

Carlos fue hasta donde estaba Monique de Raison y le quitó la mordaza. Sacó de su bolsillo una esfera del tamaño de una canica. Era hechura suya. Nueve partes de explosivo, una parte de detonador remoto. La había usado con éxito en tres ocasiones.

Hizo sentar a la mujer, le apretó las mejillas hasta separarle los labios y le metió la esfera en la boca. Con la mano izquierda le oprimió la tráquea con suficiente fuerza repentina para hacer que ella boqueara de manera involuntaria. Al mismo tiempo, mientras ella boqueaba, con el índice él le empujó la bola por la garganta.

Ella exhaló como si fuera a vomitar. Tragó. Él le tapó la boca con la mano, y ella luchó por zafarse, recobrando la conciencia. Cuando él estuvo seguro de que ella tragó completamente la bola le golpeó la sien con el puño.

Ella se desplomó al piso.

Monique de Raison portaba ahora en el estómago suficiente explosivo para destriparla con sólo presionar un botón. Sin detonarla, la bola explosiva pasaría por su sistema como en veinticuatro horas. Pero hasta entonces era prisionera de él hasta una distancia de cincuenta metros. Esta era la única manera de lograr que ella y el estadounidense cooperaran. Ella debía cumplir con sus instrucciones por obvias razones. Y si Carlos juzgaba correctamente al estadounidense, este cumpliría para proteger a la muchacha.

– ¿Qué…? -dijo entre dientes el estadounidense moviendo bruscamente la cabeza en su sueño-. ¿Qué?

Carlos se paró en la base de la cama. Pensó en despertar a Hunter con un balazo en el hombro. Pero aún debía bajar al sótano y caminar hasta el auto. No se podía arriesgar al desorden ni al momento de un hombro sangrante.

– ¿Decirles? -masculló Thomas-. Decirles… 81.92 grados centígrados por dos horas… cortar los genes quinto y nonagésimo tercero y empalmarlos. La puerta trasera también.

¿Qué estaba musitando el idiota?

– Ahora olvida…

Una visión interesante, este estadounidense sobresaltado, hablando en su sueño entre dientes. Sus sueños. Genes quinto y nonagésimo tercero, cortarlos y empalmarlos. Necesitarás la puerta trasera. Sin sentido. Carlos almacenó por hábito la información.

Levantó la pistola y la apuntó en el pecho del estadounidense. Un disparo, y el hombre moriría. En realidad tentador. Pero lo necesita vivo en lo posible. Se acordó de cuando asesinó a otro estadounidense. El propietario de una compañía farmacéutica a quien Svensson quería fuera del camino.

Carlos dejó que se alargara el momento.


***

MICHAL VOLABA debajo de las copas de los árboles y de vez en cuando miraba hacia atrás sin pronunciar palabra. Tom se precipitaba hacia delante, la mente entumecida. Algo muy importante acababa de ocurrir. Se había alejado de la aldea. Se reunió con Teeleh, un pensamiento que le hacía recorrer un frío por la columna vertebral cada vez que veía a la criatura en su imaginación. En realidad había concordado traicionar…

No, no traicionar. Nunca haría eso.

¡Pero lo había hecho!

Y había visto a un pelirrojo llamado Bill, quien era su copiloto, apenas vivo. El horror de todo esto calado en su mente, en una tinta indeleble. Se sintió como un niño andando a tropezones por las calles de Manila.

Tom finalmente se adaptó a una muda desesperanza y se perdió en el pipeteo de sus pies.

Cuando por fin pasaron la cima del valle, Michal no giró hacia la iluminada aldea como Tom esperaba. En vez de eso subió al valle donde el amplio camino desaparecía sobre la colina. Tom se detuvo resollando y Se inclinó, con las manos en las rodillas, aspirando el aire nocturno. El siguió volando como cien metros antes de darse cuenta de que Thomas Se había detenido. Agitando rápidamente las alas regresó y planeó en la colina.

– ¿Sería mejor que camináramos ahora? -le preguntó.

– ¿Adónde vamos? -inquirió Tom a su vez, señalando la aldea.

– Esta noche te reunirás con Elyon -respondió Michal.

– ¿Elyon? -exclamó Tom enderezándose, inquieto.

El roush dio media vuelta y empezó a dirigirse al sendero.

– ¡Michal! Por favor. Por favor, tengo que saber algo.

– Ah, lo sabrás, Thomas. Lo sabrás.

– Bill. ¿Lo viste? El shataiki dijo que él fue mi copiloto. Aterrizamos de emergencia…

– ¿Es esto lo que te dijo el impostor? -interrumpió Michal volviéndose y analizándolo.

– Sí. Y lo vi, Michal. ¡ Tú lo viste!

– Te diré lo que vi, y no debes olvidarlo. ¿Me entiendes? ¡Nunca!

– ¡Por supuesto! -exclamó Tom.

El pecho se le llenó de emoción. Se puso las manos en las sienes, desesperado por tener claridad.

– Por favor, sólo dime algo que tenga sentido -rogó Tom.

– No vi nada más que mentiras. Teeleh es un engañador. Te dirá lo que sea para hacerte caer en su trampa. ¡Lo que sea! Sabiendo muy bien que ibas a dudar rápidamente de lo que te decía, te mostró a ese pelirrojo que llamas Bill.

– Pero si Bill es real…

– ¡Bill no es real! ¡Lo que viste es producto de tu imaginación! ¡Una creación de ese monstruo! Desde el principio fue plantado para engañarte.

– Pero… ¡Bill me advirtió! ¡Salió del bosque y me gritó!

– ¿Qué mejor manera para Teeleh de convencerte que él era real? Él sabía que casi con seguridad romperías tu acuerdo con él para traicionar a los otros -advirtió Michal, estremeciéndose con la última palabra-. Pero ahora que te ha gastado esta broma, y que estás tentado a creer que Bill es real, lo más probable es que regreses. Eso te rondará hasta que finalmente regreses.

El roush le lanzó una mirada que produjo en Tom deseos de llorar.

– ¡Nunca! -exclamó él-. ¡Nunca regresaría si eso es verdad!

Michal no contestó en ese momento. Se volvió y caminó bamboleándose por la colina.

– Incluso ahora dudas -afirmó.

Tom dejó que Michal siguiera, seguro que el roush tenía razón y se equivocaba al mismo tiempo. Razón en cuanto al engaño del shataiki, equivocado en cuanto a que él volvería. ¿Cómo podría hacerlo? Él no era de las historias; no era de ningún planeta lejano llamado Tierra. Era de aquí, y aquí era la Tierra.

A menos que Teeleh tuviera razón.

Siguió al roush a distancia respetable. Pasaron la colina y llegaron a otro valle. Aquí un nuevo paisaje se abrió ante sus ojos. La suave ondulación de las colinas dio paso a escabrosas cuestas cubiertas de árboles más elevados que los que quedaron atrás.

Tom observó extasiado el paisaje. Las escabrosas cuestas se convirtieron en precipicios, y los árboles eran gigantescos, tanto que la luz que irradiaban iluminaba el cañón casi como si fuera luz del día. Cada rama parecía llevar fruto. Debió haber sido de este bosque donde recogieron las enormes columnas del Thrall. Pilares perfectos que brillaban en tonos rubí, zafiro, esmeralda y oro, iluminando el sendero con un aura que Tom casi sentía.

Este era su hogar. Él había perdido la memoria, pero este lugar increíble era su hogar. Aligeró levemente el paso.

Flores rojas y azules con largos pétalos cubrían una espesa alfombra de Pasto esmeralda. Los precipicios parecían cortados de una perla blanca, los cuales reflejaban la luz de los árboles de tal modo que todo el valle resplandecía en los tonos del arco iris. Tom podía oír la corriente de un río que de Vez en cuando se acercaba tanto al sendero que él lograba ver el agua verde fluorescente mientras pasaba veloz.

Hogar. Este era el hogar, y Tom apenas podía soportar el hecho de que una vez lo dudara. Rachelle debería estar aquí con él, caminando por este mismo sendero.

No habían andado más de diez minutos cuando Tom oyó por primera vez un lejano trueno. Al principio creyó que debió ser el sonido del río. No, más que un río.

Un cosquilleo le recorrió la piel. El trueno se hizo más fuerte. Tom volvió a aligerar el paso. Michal también se movió más rápido, brincando a lo largo del terreno y extendiendo las alas para mantener el equilibrio. Fuera lo que sea que atrajo a Tom también atraía a Michal.

De repente el follaje a su izquierda susurró, y Tom se detuvo. Una bestia blanca del tamaño de un caballo pequeño pero semejante a un león entró al camino, mirándolo con curiosidad. Tom dio un paso atrás. Pero el león siguió adelante, ronroneando fuertemente. Tom corrió para alcanzar a Michal, quien no se había detenido.

Ahora Tom vio otras criaturas. Muchas como la primera, otras como caballos. Observó una enorme águila blanca sobre el lomo de un león que fijaba la mirada en Tom mientras este andaba a tropezones por el sendero.

El trueno se hacía más fuerte, un estruendo grave, profundo y suficientemente poderoso para provocar un temblor apenas perceptible a través del terreno. Michal había dejado de brincar y saltar, y volaba de nuevo.

Tom salió corriendo detrás del roush. La tierra vibraba. Él giró en una amplia curva en el camino, el corazón le palpitaba con fuerza.

Entonces el sendero terminó bruscamente.

Tom se detuvo.

Ante él se extendía un gran lago circular, con el mismo brillo fluorescente del agua color verde esmeralda que contenía el bosque negro. Alineados a lo largo del lago había enormes árboles brillantes uniformemente espaciados, apartados cuarenta pasos de una orilla de arena blanca. Alrededor del lago había animales durmiendo o bebiendo.

En el extremo opuesto un altísimo acantilado de nácar resplandecía con tonos rubí y topacio. Sobre el acantilado salía una enorme cascada, la cual bullía con luz verde y dorada, y caía con estruendo en el agua cien metros debajo. La neblina que se alzaba captaba la luz de los árboles, dando la apariencia que del lago mismo surgían colores. Aquí apenas podía haber una diferencia entre el día y la noche. A su derecha fluía del lago el río que viera a lo largo del sendero. Michal había descendido hasta la orilla del lago y bebía a lengüetazos al borde del agua.

Tom se dio cuenta de todo esto antes de su primer parpadeo.

Dio unos indecisos pasos hacia la orilla, luego se detuvo, con los pies plantados en la arena. Deseó correr hacia el borde del agua y beber como hacía Michal, pero de repente no estaba seguro de poder moverse. Abajo, Michal seguía bebiendo.

Un frío le bajó a Tom por la columna, desde la nuca hasta las plantas de los pies- Un inexplicable temor se apoderó de él. Brotó sudor de sus poros a pesar del viento frío que soplaba a través del lago.

Algo estaba mal. Todo mal. El retrocedió, su mente anhelaba una hebra de razón. En vez de eso, el miedo dio paso al terror. Giró y subió corriendo la ribera.

En el momento en que llegó a lo alto se le desprendió el miedo como grilletes sueltos. Dio media vuelta. Michal bebía. Insaciablemente.

En ese instante Tom supo que debía beber el agua.

Allí en la playa, sus pies se extendieron y se plantaron firmemente en la suave arena blanca, con las manos apretadas a los costados, la mente de Tom reaccionó.

Él estaba vagamente consciente del suave gemido que salió de sus labios, apenas audible por sobre la caída de agua. Los animales holgazaneaban. Michal bebía profundamente debajo de él. Los árboles se elevaban con majestuosidad. La cascada chorreaba a borbotones. La escena estaba congelada en el tiempo, con Tom erróneamente atrapado en sus pliegues.

De pronto la cascada pareció golpear con más fuerza y una oleada de rocío surgió del lago. La neblina se movió hacia Tom. La vio venir. Se extendía por la orilla. Le llegó al rostro, no más que un tenue vaho de humedad, pero pudo haber sido la onda expansiva de una pequeña arma nuclear.

Tom lanzó un grito ahogado. Sus manos cayeron a la arena. Los ojos desorbitados. El terror desapareció.

Sólo persistía el deseo. Deseo violento y desesperado, que le halaba el dolorido corazón con el poder del vacío absoluto.

Nadie que observara se pudo haber preparado para lo que él hizo a conciliación. En ese momento, sabiendo lo que debía hacer, lo que anhelaba con más desesperación, Tom desarraigó a la fuerza los pies de la arena y salió corriendo hacia el borde del agua. No se detuvo en la orilla ni se encorvó Para beber como hacían los otros. En vez de eso saltó por sobre el cuerpo echado de Michal y se zambulló en las brillantes aguas.

El cuerpo de Tom recibió una violenta sacudida en el instante en que tocó el agua. Un estroboscopio azul explotó en sus ojos, y él supo que iba morir. Que había entrado a un charco prohibido, atraído por el deseo equivocado, y que ahora pagaría con su vida. El agua tibia lo envolvió. Aleteos le ondularon por el cuerpo y estallaron en un ardiente calor que le sacó el aire de los pulmones. El sólo impacto pudo haberlo matado.

Pero no murió. Es más, fue placer lo que le sacudió el cuerpo, no muerte. ¡Placer! Las sensaciones le recorrían los huesos en olas fabulosas \ constantes.

Elyon.

No lo sabía con seguridad. Pero lo sabía. Elyon estaba en este lago con él.

Tom abrió los ojos y descubrió que no le ardían. Luz dorada se movía sin rumbo fijo. Ninguna parte del agua parecía más oscura que otra. Perdió todo sentido de orientación. ¿Dónde era arriba?

El agua presionaba en cada centímetro de su cuerpo, tan intensa como cualquier ácido, pero uno que quemaba con placer en vez de dolor. Su vio lenta sacudida dio paso a un suave temblor mientras se hundía en el agua Abrió la boca y rió. Quería más, mucho más. Quería succionar y beber agua.

Sin pensar, hizo eso. Tomó un gran trago y luego inhaló de manera intencional. El líquido le golpeó los pulmones.

Tom se detuvo de repente, lleno de pánico. Trató de despejar los pulmones, de boquear. Pero en vez de eso inhaló más agua. Manoteó y arañó en una dirección que pensó que podría ser la superficie. ¿Se estaba ahogando; No. No sintió que se le cortara la respiración.

Con cuidado succionó más agua y la respiró lentamente. Luego otra vez profundo y fuerte. Salía en un suave chorro.

¡Estaba respirando el agua! En grandes suspiros respiraba la hipnótica agua del lago.

Tom rió histéricamente. Jugueteó en el agua, recogiendo los pies para revolcarse, y después estirándolos para tenderse hacia delante, profundizándose en los colores que lo rodeaban. Nadó en el lago, cada vez más profundo, girando y rodando mientras se zambullía hacia el fondo. El poder contenido en este lago era mucho más grandioso que cualquier cosa que había imaginado alguna vez. Apenas lograba contenerse.

Es más, no se pudo contener; lloró de placer y nadó más profundo.

Entonces las oyó. Tres palabras.


Yo hice esto.


Tom subió, paralizado. No, no eran palabras. Era música hablada. Notas puras que le traspasaban el corazón y la mente con tanto significado como un libro entero. Giró su cuerpo, buscando el origen.

Una risita onduló el agua. Ahora como un niño.

Tom rió tontamente y giró.

– ¿Elyon?

Su voz fue acallada, para nada era una voz.


Yo hice esto.


Las palabras resonaron en los huesos de Tom, y comenzó a temblar de nuevo. No estaba seguro si se trataba de una voz real, o si de algún modo era imaginaria.

– ¿Qué eres? ¿Dónde estás?

Flotó luz. Olas de placer siguieron arrastrándolo.

– ¿Quién eres?


Soy Elyon. Y yo te hice.


Las palabras empezaron en su mente y ardieron por todo su cuerpo como un fuego propagándose.


¿Te gusta esto?

¡Sí!-exclamó Tom.

Pudo haberlo expresado, pudo haberlo exclamado, no lo sabía. Sólo la que todo su cuerpo lo gritó.

– ¿Elyon? -preguntó Tom mirando alrededor. La voz era diferente ahora. Hablada. La música desapareció. Una pregunta sencilla e inocente.


¿Dudas de mí?


En ese sencillo momento lo golpeó el peso total de su terrible insensatez como un mazo. ¿Cómo pudo haber dudado de esto?

Tom se acurrucó en una posición fetal dentro de los intestinos del lag0 y comenzó a gemir.


Te veo, Thomas. Te hice. Te amo.


Las palabras lo envolvieron, penetrando hasta los más profundos tuétanos de sus huesos, acariciando cada sinapsis oculta, fluyendo por cada vena, como si le hubieran hecho una transfusión.


¿Por qué dudaste entonces?


Era el Tom de sus sueños, de su subconsciente, que le comprimía ahora la mente. Había hecho más que sólo dudar. Ese era él, ¿o no?

– Lo siento. Lo siento mucho. Pensó que después de todo podría morir.

– Lo siento. Lo siento muchísimo -gimió-. Por favor…


¿Lo siento? ¿Por qué lo sientes?


– Por todo. Por… dudar. Por no hacer caso…

Tom se interrumpió, sin estar exactamente seguro cómo más hab1 ofendido, sabiendo sólo que lo había hecho.


¿Por no amar? Te amo, Thomas.


Las palabras llenaron todo el lago, como si el agua misma se hubiera convertido en esas palabras. Tom sollozó sin consuelo.

De pronto el agua alrededor de sus pies empezó a hervir, y sintió que el lago lo succionaba más hacia su profundidad. Él lanzó un grito ahogado, halado por una poderosa corriente. Y después fue aventado y empujado de cabeza por la misma corriente. Abrió los ojos, resignado a cualquier cosa que lo esperara.

Un túnel oscuro se abrió directamente delante de él, como el ojo de un remolino. Entró a prisa allí y la luz desapareció.

El dolor lo golpeó como un carnero embistiendo, y él boqueó tratando de respirar. Por instinto arqueó la espalda en pánico ciego y retrocedió hacia la entrada del túnel, forzando la vista, pero ya se había cerrado.

Comenzó a gritar, agitando los brazos en el agua, metiéndose cada vez más profundo dentro del túnel oscuro. Le recorrió el dolor por todo el cuerpo. Sintió como si le hubieran rebanado la carne con sumo cuidado y la hubieran empacado con sal; cada órgano rodeado con carbones ardiendo; sus huesos taladrados y rellenados con plomo fundido.

Por primera vez en su vida, Tom deseó desesperadamente morir.

Entonces vio brotar las imágenes, y reconoció de dónde debían ser. Imágenes del cruce, de sus sueños, desplegadas aquí para que las viera.

Imágenes de él escupiéndole el rostro a su padre. Su padre el capellán.

– ¡Déjame morir!-se oyó gritar dentro de sí-. ¡Déjame moriiiiirrrr!

El agua le obligó a abrir los ojos y nuevas imágenes le inundaron la mente. Su madre, llorando. Las imágenes venían ahora más veloces. Representaciones de su vida. Una naturaleza sombría y terrible. Un hombre de rostro rojo estaba expeliendo obscenidades con una lengua larga que se la Pasaba azotando desde su boca abierta como la de una serpiente. Cada vez que la lengua tocaba a alguien, esta persona caía amontonada en el piso como una pila de huesos. El rostro que Tom veía era el suyo. Recuerdos de vidas muertas e idas, pero aquí y ahora aún morían.

Y supo entonces que había entrado a su propia alma.

La espalda se le arqueó de tal modo que la cabeza le llegó a los talones.

La columna vertebral se le tensó hasta estar a punto de partirse. No podía de)arde gritar.

Le repente el túnel se abrió por debajo y lo vomitó dentro de agua roja con una consistencia de sopa. Sangre roja. Él succionó el agua roja, llenándose sus agotados pulmones.

De lo profundo en el hoyo del lago un gemido comenzó a inundarle l0s oídos, reemplazando sus propios gritos. Tom giró, buscando el sonido, pero sólo encontró sangre roja espesa. Aumentó el volumen del gemido hasta convertirse en un lamento y después en un grito.

¡Elyon gritaba! De dolor.

Tom presionó las manos en los oídos y comenzó a gritar al unísono pensando ahora que esto era peor que el tenebroso túnel. Su cuerpo avanzó muy lentamente entre llamas, como si todas las células se revolcaran ante el sonido. Y así deberían estar ellos -le susurró una voz en el cráneo-. Su Hacedor está gritando de dolor!

Entonces Tom pasó. Salió del rojo, entró al verde del lago, las manos aún presionadas firmemente contra los oídos. Oyó las palabras como si vinieran de dentro de su propia mente.


Te amo, Thomas.


Al instante desapareció el dolor. Tom quitó las manos de la cabeza y se enderezó levemente en el agua. Flotó, demasiado aturdido para responder. Entonces el lago se llenó con un cántico. Un cántico más maravilloso que cualquier otro que podría sonar, cien mil melodías entretejidas en una.


Te amo.


Te escojo. Te rescato. Te acaricio.


– ¡Yo también te amo! -gritó Tom con desesperación-. Te escojo; acaricio.

Él sollozó, pero de amor. La sensación era más intensa que el dolor que había padecido.

De pronto la corriente lo volvió a halar, arrastrándolo a través de los colores. Su cuerpo volvió a temblar de placer, y flotaba relajado mientras atravesaba el agua. Quería hablar, gritar y exclamar para contarle a todo el mundo que era el hombre más afortunado en el universo. Que era amado por Elyon, el mismísimo Elyon, con su propia voz en un lago hecho por él. Pero las palabras no llegaron.

Cuánto tiempo nadó en las corrientes del lago, no podía saberlo. Se zambulló en tonos azules y halló un charco profundo de paz que le entumeció el cuerpo como novocaína. Con un giro de la muñeca alteró su curso dentro de un arroyo dorado y tembló con olas de absoluta confianza que venían con gran poder y abundancia. Luego con un giro de la cabeza entró a prisa en agua roja que bullía con placer tan enorme que se volvió a sentir relajado. Elyon reía. Y Tom rió y se zambulló más hondo, girando y volviéndose.

Cuando Elyon habló de nuevo, su voz era suave y profunda, como un león ronroneando.


Nunca me dejes, Thomas.


Asegúrame que nunca me dejarás.


– ¡Nunca! ¡Nunca, nunca, nunca! Siempre estaré contigo.

Otra corriente lo agarró por detrás y lo empujó a través del agua. El reía mientras se precipitaba por el agua en lo que pareció un tiempo muy prolongado antes de salir a la superficie ni a diez metros de la orilla.

Permaneció parado en el fondo arenoso y exhaló un litro de agua de sus pulmones frente a un asombrado Michal. Tosió dos veces y salió del agua.

– ¡Vaya, ah, vaya! -exclamó Tom, sin poder pensar en las palabras que describirían la experiencia-. ¡Cielos!

– Elyon -explicó Michal, con el corto hocico abierto en tremenda sonrisa-. Bien, bien. Fue muy poco ortodoxo, zambullirse de ese modo.

– ¿Cuánto tiempo estuve abajo?

– Un minuto -contestó Michal encogiéndose de hombros-. No más.

– Increíble -confesó Tom, cayendo de rodillas en la arena.

– ¿Recuerdas? El volvió a mirar la cascada. ¿Recordaba?

– ¿Recordar qué?

– De qué aldea viniste. Quién eres -contestó Michal.

¿Recordaba?

– No -reconoció Thomas-. Recuerdo todo desde la caída en el b0s. que negro. Y recuerdo mis sueños.

En que se hallaba durmiendo, pensó. Esperando que lo despertaran. Pero sabía que no iba a despertar hasta que se quedara dormido aquí. Podrían pasar dos días aquí y un segundo allá. Así es como funcionaba.

Suponiendo que volviera a soñar alguna vez. Seguramente no quería hacerlo. El lago lo había revivido por completo. Se sentía como si hubiera dormido una semana.

Se dejó caer de espaldas y quedó acostado sobre la arena de la playa, mirando la luna.

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