31

TOM ESTABA hundido en el sofá, lucía pacífico y triste al mismo tiempo, pensó Kara. Pero detrás de sus ojos cerrados, sólo Dios sabía lo que realmente pasaba. Había estado durmiendo por dos horas, pero si ella tenía razón, dos horas podrían ser dos días en el bosque colorido, suponiendo que no se durmiera allá.

Asombroso. Si sólo hubiera una forma de que trajera con él a Rachelle. O de que Kara pudiera ir con Tom.

Por el momento había cesado el bullicio de seguridad, secretarias y técnicos de laboratorio con batas blancas, dejándolos solos en el enorme salón del que estaban llegando a pensar como su salón de ubicación.

Habían pasado seis horas desde que Raison ordenara las pruebas. Y aún no había respuesta. Ninguna respuesta definitiva, después de todo. Había habido un alboroto exactamente después de que Tom se quedara dormido, cuando Peter irrumpió en el cuarto de ubicación, mascullando de manera incoherente. El técnico giró sobre sus talones y entró corriendo a la oficina de Raison, la bata blanca le volaba por detrás.

Pero cuando Kara entró corriendo, Raison insistió en que los resultados no eran concluyentes. Incluso mezclados. Tenían que asegurarse. Absolutamente positivos. Otra prueba.

Ella miró su reloj. Si no lo despertaba pronto, él no dormiría bien esta noche, cuando muy bien podría necesitarlo. Lo sacudió suavemente.

– ¿Thomas?

– ¡Tanis! -exclamó, irguiéndose.

La mirada de Tom recorrió bruscamente el salón. Gritó el nombre del Primogénito del bosque colorido.

– ¡Tanis!

– Estás en Bangkok, Thomas -informó Kara.

– Vaya. Vaya, ah vaya, eso fue malo -expresó él mirándola, cerrando los ojos, e inclinando la cabeza.

– ¿Qué sucedió?

– No estoy seguro -contestó él moviendo la cabeza de lado a lado-. Entré al bosque negro.

– ¿Y? ¿Supiste algo?

– No hay nave. ¡Él es siniestro! Teeleh es… Se interrumpió, tragando saliva.

– Tranquilo. Está bien -lo consoló Kara, sobándole la espalda-. Ahora estás aquí.

Él rápidamente se reorientó.

– ¿Supiste algo de la variedad Raison?

– No… él no me lo diría. Yo… -titubeó Tom, se agarró la cabeza, y ella vio que le temblaban las manos-. Absurdo. Fue una locura, Kara.

– Estás bien, Thomas. Tranquilo -lo siguió consolando, poniéndole el brazo alrededor y acercándolo.

– ¿Pasó algo? -preguntó él, mirándola.

– Nada positivo. Aún están probando.

Tom suspiró y se volvió a sentar en el sofá. Kara se puso de pie y anduvo de un lado a otro sobre la alfombra, pensando.

– ¿Seguro que estás bien? Nunca te había visto despertar tan alterado.

– Estoy bien -contestó él, pero no lo estaba.

– Tal vez deberíamos traer un psicólogo -opinó Kara-. Quizá haya más que una relación con tus sueños de lo que estamos entendiendo. O es probable que haya una forma de controlarlos más. Darte sugerencias mientras duermes o algo así.

– No. Lo último que deseo es un loquero arrastrándose dentro de mi ilógica mente. El hecho es que por ahora tenemos la variedad Raison, y sé que Teeleh nunca me dirá lo que debo saber. Es imposible.

– ¿Y es también imposible allá?

– ¿Dónde?

– ¿En el bosque colorido?

Él se paró bruscamente, con la mirada perdida. Fue hasta la ventana y miró por ella.

– Está requetecansado.

– No sé -respondió Tom; luego la miró-. Si no regreso… ¡podría ser! Algo está sucediendo con Tanis. Si él cruza…

Titubeó, luego corrió hasta donde su hermana.

– Tengo que volver, Kara. ¡Tienes que ayudarme a volver!

– ¡Acabas de despertar! Te necesitamos aquí. Y ahora estás durmiendo allá, ¿correcto?

– Allá estoy inconsciente -contestó él.

– Despertarás cuando debas hacerlo. No importa cuánto tiempo estés despierto aquí. Los tiempos no se correlacionan, ¿recuerdas? Que sepas, alguien podría estar arrodillado sobre ti despertándote ahora. No puedes controlar eso. Lo que sí puedes controlar es cuánto tiempo permaneces despierto aquí. Ahora te necesitamos despabilado. Necesitamos aquí tu mente. Los resultados de las pruebas llegarán en cualquier momento.

Él pensó en eso y luego asintió. Se sentaron en el sofá, uno al lado del otro.

– ¿Estás seguro de no poder obtener más información del bosque negro?

– Estoy seguro.

– ¿Y no fue de ayuda Rachelle?

– No.

– ¿Qué nos ha quedado entonces?

– Monique -contestó él frunciendo el ceño-. Creo que hay algo respecto de Monique. Debemos encontrarla. Quizá haya algo más que pueda hacer en el bosque colorido para hallarla.

– Creo que tienes razón; ella es la clave.

– La tuve, Kara. Ella estuvo allí en mis brazos. Pude habérmela puesto en los hombros y traerla. Al menos debí haberme quedado.

– ¿Tuviste a Monique en tus brazos?

– Me besó; esa fue su distracción mientras me hablaba respecto de Svensson y del virus. Pero ese no es el punto.

– Tal vez sí sea el punto -juzgó Kara-. Es obvio que estás obsesionado por ella, y apenas la conoces.

– Eso es ridículo.

– Quizá no. En cualquier otro momento, tal vez. Pero exactamente ahora tiene sentido -objetó ella, parándose del sofá-. Toda esta conversación acerca de rescatar a Rachelle, mientras al mismo tiempo Monique esta exactamente en desesperada necesidad de eso. Y tal vez la relación sea aún más fuerte. Quizá tengas razón. Posiblemente tengas que rescatar a Monique Tal vez no sea asunto de detener a Svensson, sino de rescatar a Monique. Es posible que tus sueños te estén diciendo eso. ¿Por qué más te estás enamorando de ella?

Él empezó a objetar, peto lo pensó mejor.

– Es decir, por todo lo que he oído, de cualquier modo es casi imposible impedir que alguien extienda un virus. Bien, dejemos que las autoridades hagan eso.

– Fabuloso, y Tom va tras Monique. Sin necesidad de profesionales, CÍA, equipos de asalto, SWAT. No teman, aquí está Tom.

– Te las arreglaste muy bien esta mañana -señaló Kara.

– Ya no puedo hacer esto -cuestionó él regresando a la ventana, con las manos en las caderas.

– Sí, sí puedes -animó Kara-. Y por lo que sé, sólo está empezando. Quizá necesites unas cuantas habilidades nuevas.

Él no contestó.

– En serio, Thomas. Mírate. No moriste. No peleas como ningún hombre que haya visto. Tú…

– Créeme, ese tipo podría romperme el cuello con una sola patada. La realidad es que me mató. Dos veces.

– No me parece que estés muy muerto. Al oírte en el teléfono, lo menos que pareces es muerto en estos días. Incluso te estás volviendo un poco romántico. Deja de ser terco acerca de esto. Sencillamente te estoy apoyando.

– Sólo soy Tom, Kara -objetó él aspirando fuertemente-. No pedí esto. No quiero hacer esto. Estoy cansado, y me siento como un trapo empapado.

De pronto pareció estar a punto de llorar.

Kara se le acercó y le puso la mano alrededor de la cintura. Él puso la cabeza sobre el hombro de ella.

– Lo siento, Tom. No sé que más decir. Sólo que te amo. Tienes razón, sólo eres Tom. Pero tengo una sensación de que Tom es un individuo más fabuloso que lo que cualquiera, incluyéndome, pueda llegar a imaginar. Creo que sólo hemos visco el principio.

La puerta se abrió a la derecha de ellos. Entró Jacques de Raison con el rostro pálido.

– ¿Y? -indagó Tom-. ¿Lo tiene?

– Monique tiene razón. Usted tiene razón. La vacuna muta a 81,92 grados centígrados. Hasta donde podemos darnos cuenta, el virus resultante es muy contagioso y probablemente muy mortífero.

– Vaya sorpresa -comentó Tom.


***

VALBORG SVENSSON tenía una suave sonrisita que se negaba a salir de su rostro. En su mano derecha sostenía un diminuto envase cilíndrico de fluido amarillo que difundía el resplandor de un foco en lo alto. Su mano izquierda reposaba en la rodilla, temblando ligeramente. Presionó los dedos.

– ¡Quién lo hubiera imaginado! -exclamó él-. La historia cambió debido a algunas gotas de un líquido amarillo que se veía inocuo y a un hombre que tuvo ganas de usarlo.

Ocho técnicos daban vueltas en el laboratorio abajo, hablando, lanzando miradas furtivas hacia arriba a la ventana detrás de la que él se hallaba. Mathews, Sestanovich, Burton, Myles… etc. Algunos de los virólogos más hábiles del mundo y… mejor pagados. Habían vendido sus almas por la causa de Svensson. Todo en el nombre de la ciencia, por supuesto. Con un poco de instrucción equivocada de parte de él. Simplemente estaban desarrollando virus letales por el bien de los antivirus. A Svensson no le importaba cuántos de ellos creían realmente que lo que hacían era inocuo. El hecho era que todos le recibían su dinero. Más importante, todos entendieron el precio de comprometerse confidencialmente.

– Tráela aquí -ordenó.

Carlos salió sin pronunciar palabra.

¿Cuántos miles de millones había invertido en esta aventura? Demasiados para contar en este momento. Ellos exploraban con meticulosidad la ciencia más avanzada, y sin embargo, al final, era cuestión de una vacuna y un poco de suerte.

– No es cierto -cuestionó Svensson-. Tengo el virus. Y lo utilizaré. De cualquier modo.

– Láncelo entonces al piso ahora -contestó ella sin levantar la voz-. Moriremos juntos.

– No me tientes -expresó él sonriendo-. Pero no lo haré porque sé que nos ayudarás. Al menos, el hecho de que este virus exista ahora no te deja otra salida. Cada día que pasa sin una manera de proteger a la población del mundo contra esta enfermedad es un día más cercano a tu tormento.

– ¿No cree que mi padre ya está trabajando en el antivirus?

– Sin embargo, ¿cuánto tiempo tardará? Meses, en el mejor de los casos. Yo, por otro lado, tengo alguna idea de dónde empezar. Confío en que podamos hacerlo en una semana. Con tu ayuda, por supuesto.

– No.

– ¿No?

– No.

Ella cambiaría de parecer en veinticuatro horas.

– Te daré doce horas para cambiar de opinión por ti misma. Luego la cambiaré por ti.

Ella no reaccionó.

– ¿Ningún otro mensaje, Carlos?

– Ninguno.

La primera llamada de las autoridades había venido dos horas antes. Una llamada de cortesía de su propio gobierno, requiriendo una entrevista de la más alta prioridad. Eso significaba que ya sospechaban de él. Fascinante. Era Thomas Hunter, desde luego. El soñador. Carlos le aseguró que había matado al hombre en la habitación del hotel, pero los medios de comunicación decían otra cosa. O Carlos había mentido deliberadamente o, lo más probable, había sido superado por este tipo. Esto era algo que tendría en mente.

Las autoridades no tenían suficiente para una orden de allanamiento. Él les había concedido la entrevista, pero de ninguna manera antes de dos días. Para entonces no importaría.

– ¿Está todo listo?

– Sí.

– Entonces haré la próxima jugada. Quiero que elimines al estadounidense.

Él observó a Carlos. Ni una alteración, sólo una mirada firme.

– Le di dos veces al estadounidense. ¿Está usted diciendo que no murió?

La mujer miró a Carlos. Ella también sabía algo.

– Está bastante vivo como para salir en las noticias. Él también es fuente del antivirus. Lo quiero muerto, cueste lo que cueste.

– ¿No se da cuenta usted que el tipo que es su mano derecha le está mintiendo? -preguntó Monique a Svensson- Uno de los hombres que acudieron a rescatarme en las afueras de Bangkok era Thomas Hunter. Carlos sabía eso. ¿Por qué se lo está ocultando a usted?

– ¿Thomas Hunter? -exclamó Carlos sorprendido-. No creo que eso sea posible. Quizá no estuviera muerto, pero tiene dos balas en el pecho. Y se trata de un civil, no de un soldado.

Se suponía que la acusación de la mujer sembrara desconfianza. Inteligente. Pero él tenía más motivos para desconfiar de ella que de Carlos.

– Saldré inmediatamente -manifestó el chipriota mirando de frente a Svensson-. Thomas Hunter estará muerto en cuarenta y ocho horas. Tiene mi palabra al respecto.

Svensson volteó a mirar hacia el laboratorio. Los técnicos se apiñaban ahora en tres sitios diferentes, evaluando la información que Carlos había reportado de Thomas Hunter, esta serie de cifras.

Ahora Svensson enfrentaba dos riesgos muy importantes. Uno, que se descubriera su operación. Improbable, considerando su meticulosa planificación, pero no dejaba de ser un riesgo. El tiempo ahora era crítico.

El segundo riesgo importante era que ni su gente ni Monique lograran desarrollar un antivirus a tiempo. Él estaba deseando aceptar ese riesgo. Ya se conocía su participación; tarde o temprano se sabría la verdad. Si no triunfaba ahora pasaría el resto de su vida en una cárcel, o moriría. Lo último era más interesante.

– Estaré contactando a los demás en pocas horas. Encuéntranos en nuestra instalación de control tan pronto hayas eliminado a Hunter. Llévala.


***

TOM MIRÓ el monitor en que se veía lo que había revelado la muestra en el microscopio de electrones: La variedad Raison. Trató de imaginar cómo una cantidad de estos virus podría herir una pulga, mucho menos exterminar unos cuantos miles de millones de personas. Parecían módulos lunares en miniatura sobre patas que habían aterrizado en su célula anfitriona.

– ¿Es esa la variedad Raison?

– Esa es la variedad Raison -confirmó Peter-. Parece inofensiva, ¿verdad?

– Parece una maquinita. ¿Se mantuvo entonces la mutación incluso al bajar la temperatura?

– Por desgracia sí. Es terriblemente extraordinario, ¿sabe? Ninguna regulación o protocolo ni siquiera sugiere examinar vacunas a temperaturas tan elevadas. Nadie se pudo haber imaginado incluso que pudiera haber una mutación a tal temperatura.

Tom se enderezó. Jacques de Raison estaba parado junto a Kara y media docena más de técnicos en batas blancas.

– ¿Y puede usted darse cuenta de lo que hará el virus?

– Muéstrale -ordenó Raison en respuesta a la mirada de Peter.

Este los llevó al monitor de otra computadora.

– Estamos basando las conclusiones en una simulación. Hace dos años esto habría tardado un mes, pero gracias a nuevos modelos que hemos desarrollado en conjunción con DARPA lo hemos reducido a unas horas.

Peter pulsó varias teclas y la pantalla cobró vida.

– Introducimos la genética del virus en el modelo, en este caso humano, y dejamos que la computadora simule los efectos de infección. Podemos reducir dos meses a dos horas.

– Ponlo en la pantalla gigante -ordenó Raison.

La imagen emergió en una pantalla en lo alto.

– Un momento… allí.

Apareció una sola célula.

– Esa es una célula normal tomada de un hígado humano. Alojada en su membrana exterior se puede ver la variedad Raison, introducida en la corriente sanguínea por…

– No la veo.

– Es muy pequeña, esa es una de las razones de que aparezca también como agente de transmisión aérea -informó Peter levantándose y señalando con un puntero el lado izquierdo de la célula-. Este pequeño abultamiento aquí. Esa es la variedad Raison.

– ¿Es esa la bestia mortal? -se sorprendió Tom-. Difícil de creer.

– Eso es en un día, antes de que los ciclos lisogénicos…

– ¿Me podría explicar en términos laicos? Suponga que estoy en quinto grado.

Peter sonrió delicadamente.

– Está bien. Los virus no son células. No crecen ni se multiplican como lo hacen las células. Constan básicamente de un caparazón que aloja un poco de ADN. Usted sabe lo que es el ADN, ¿o no?

– El plano genético de la vida y todo eso.

– Suficiente. Bueno, esa armadura que llamamos virus puede atacar la pared de una célula y rociar en su interior su ADN vírico. Véalo como una pequeña alimaña inmunda. El ADN rociado se abre paso en el interior del ADN de la célula anfitriona, en este caso la célula del hígado, de tal modo que se obliga a esta célula a hacer más armaduras víricas además de ADN viral idéntico. ¿Me explico?

– ¿Puede esta pequeña alimaña hacer eso? Se podría creer que tiene mente propia.

– Eso y más. Los virus son ensamblados; no crecen. Se apoderan de la célula anfitriona y la convierten en una fábrica de más caparazones víricos, lo cual repite el proceso.

– Como el colectivo Borg en Viaje a las estrellas -opinó Thomas.

– En muchas maneras, sí. Como los Borg. La forma en que matan la célula es haciendo tantas armaduras que la célula literalmente explota. A esto se le llama ciclo lisogénico.

– De algún modo me perdí todo esto en biología.

– Algunos virus se desarrollan y esperan hasta que la célula esté bajo presión antes de armarse por sí mismos. A eso se le llama latencia. En este caso nuestro virus es un participante muy lento, pero después de dos semanas se volverá muy agresivo, y su crecimiento exponencial se apodera del cuerpo en cuestión de días. Observe.

Peter volvió al teclado y pulsó una orden. La imagen en la pantalla comenzó a cambiar lentamente. El virus inyectó a la célula anfitriona como un escorpión. La célula de hígado empezó a cambiar y luego a sufrir hemorragia.

– Ciclo lisogénico -comentó Thomas.

– Exactamente.

La vista se expandió, y miles de células similares pasaron por el mismo proceso.

– Un cuerpo humano infectado por este virus se consumirá literalmente de dentro hacia fuera.

Pulsó otra tecla. Observaron en silencio a medida que se mostrara la misma simulación en un corazón humano. El órgano comenzó a partirse a medida que sus innumerables células sufrían hemorragia.

– Totalmente mortífero -explicó Peter.

– ¿Cuánto tiempo? -inquirió Tom.

– Basados en esta simulación, el virus requerirá menos de tres semanas en adquirir suficiente velocidad para afectar la manera de funcionar del órgano -anunció y encogió los hombros-. Luego es asunto de días, dependiendo del sujeto.

– Supongo que tenemos un acuerdo -enunció Tom mirando a Raison.

– Sí. Es evidente.

– ¿E informó usted a los CDC?

– Ahora estamos en el proceso. Pero usted debe entender, Sr. Hunter: Este es un escenario, no una crisis. Fuera de este laboratorio, la variedad Raison ni siquiera existe. No sucedería en la naturaleza.

– Comprendo eso. Pero sé de muy buena fuente que alguien irá más allá de lo natural en dos semanas.

– Eso es imposible -objetó Raison.

– Es lo que se sigue diciendo -murmuró Tom; luego se volvió a Peter-. ¿No pueden ustedes crear un antivirus con todo este poder computarizado?

– Temo que ese sea un asunto totalmente distinto. Dos meses, en el mejor de los casos, pero no tres semanas.

Tom captó una mirada de Kara. Ella tenía esa mirada. Esto dependería de él. Pero no quería que dependiera de él.

– Si tuviéramos a Monique -anunció Peter-, podríamos tener una posibilidad. Ella diseña ciertos detalles en todas sus vacunas para protegerlas contra robo o juego sucio. En esencia es un interruptor «puerta trasera» que se ha provocado al introducir otro virus creado de manera única, el cual hace que la vacuna quede imposibilitada. Si su creación sobrevivió a la mutación, su virus único también podría acabar con la variedad mortal de Svensson.

– ¿Podría por tanto ella tener la clave?

– Quizá. Suponiendo que la mutación no acabara con la «puerta trasera» de ella.

El salón se quedó en silencio.

– ¿No tiene usted este interruptor de Monique? ¿Dónde lo mantiene ella, en su cabeza? Eso parece ridículo.

– Ella mantiene la clave para sí hasta que una vacuna sea aprobada por la comunidad internacional. Es su manera de asegurarse que nadie, incluso algún empleado, sustraiga la tecnología o la interfiera.

– Y no conserva registros.

– No es un asunto complicado si se supiera qué genes manipular – informó Peter-. Si hay registro, nadie aquí sabe dónde estarían. De cualquier modo, es una leve posibilidad. El interruptor pudo haber mutado junto con la vacuna.

– Naturalmente, investigaremos -terció Jacques de Raison-. Pero como usted puede ver, primero debemos encontrar a mi hija.

– Estoy de acuerdo -asintió Tom-. También deberíamos despertar al mundo.

Tom salió agotado de la reunión y, peor, con una sensación de impotencia. Aún se hallaba bajo arresto domiciliario por secuestro. Hizo una docena de llamadas telefónicas, pero estas rápidamente le recordaron por qué vino en primer lugar a Bangkok. Esta clase de noticias no eran muy bien recibidas de una fuente tan improbable como él. En especial ahora que era famoso por secuestrar a Monique.

Por suerte Farmacéutica Raison exigía mucho más respeto.

Los informes de la mutación potencial de la vacuna Raison llegaron a todos los adecuados teletipos y pantallas de computadora a través de una enorme burocracia de servicios de salud.

No provocó en el mundo una rebatiña de respuestas.

No se trataba de una crisis.

Incluso apenas sólo era un problema.

Sólo era un posible escenario en uno de los modelos que sostenía Farmacéutica Raison.

Tom cayó en cama a las nueve esa noche, agotado hasta la médula pero con los nervios crispados por saber que la posibilidad de este escenario posible era de cien por ciento.

Tardó una hora completa en quedarse dormido.

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