35

EL SALÓN de conferencias contaba con una enorme mesa de madera de cerezo de fino acabado, suficientemente grande para sentar a las catorce personas presentes con espacio de sobra. Como centro de mesa habían puesto una fabulosa exhibición de frutas tropicales, quesos europeos, carne perfectamente asada y varias clases de pan. Los asistentes sentados en sillas de cuero color vino tinto parecían importantes, y sin duda así se sentían.

Thomas, por otra parte, ni se veía ni se sentía mucho más de lo que en realidad era: Un novelista de veinticinco años común y corriente, a quien sus sueños lo habían tragado.

Sin embargo, él copaba la atención. Y en contraste con los acontecimientos de sus sueños, se sentía bastante bien. Catorce pares de ojos se hallaban fijos en él, sentado a la cabecera de la mesa. Por los pocos minutos siguientes fue tan bueno como erudito para ellos. Luego podrían decidir encerrarlo. Las autoridades tailandesas se habían salido de su camino para clarificar que a pesar de las circunstancias, él, Thomas Hunter, había cometido un delito federal al secuestrar a Monique de Raison. Lo que deberían hacer al respecto no estaba claro, pero sencillamente no podían pasarlo por alto.

Miró a Kara a su inmediata derecha y le devolvió la breve sonrisa. Parpadeó, pero ni cercanamente se sentía tan confiado como intentaba verse. Si había algunas destrezas que necesitaba ahora, eran las de diplomacia. Kara le había sugerido que tratara de encontrar una forma de cultivar algunas en el bosque verde, mientras obtenía sus técnicas de lucha. Claramente, esta ya no era una opción.

Últimamente la realidad del desierto le parecía más real que este mundo aquí. ¿Qué pasaría si muriera por demasiado agotamiento en la noche desértica? ¿Se desplomaría aquí, muerto?

El ministro Merton Gains se hallaba al lado izquierdo de Tom. Muy pocos en Washington estaban enterados que él había salido temprano en la mañana para esta reunión de lo más extraña. Además, muy pocos estaban conscientes que la noticia que se había intercalado en los teletipos durante las últimas cuarenta y ocho horas tenía que ver con algo más que un estadounidense chiflado que secuestrara a la directora de virología en la víspera del muy esperado lanzamiento de la vacuna Raison. Casi todos suponían que a Thomas Hunter lo motivaba una causa o dinero. La pregunta que se estaban haciendo en todos los canales noticiosos era: ¿Quién lo incitó a ello?

La mandíbula angular de Gains necesitaba una afeitada. Un rostro joven traicionado por cabello canoso. Frente a él se hallaba Phil Grant, el más alto de los dos dignatarios de Estados Unidos. Mentón alargado, nariz abultada con anteojos en el extremo. La otra estadounidense era Theresa Sumner de los CDC, una mujer sin complicaciones que ya se había disculpado por el trato que recibiera Tom en Atlanta. Al lado de ella, un británico de Interpol, Tony Gibbons.

A la derecha, un delegado del servicio de inteligencia australiano, dos funcionarios tailandeses de alto rango, y sus asistentes. A la izquierda, Louis Dutétre, un tipo presuntuoso de rostro delgado con cejas caídas, de la inteligencia francesa a quien Phil Grant parecía conocer bastante bien. A su lado, un delegado de España, y luego Jacques de Raison y dos de sus científicos.

Todos aquí, todos por causa de Tom. En el lapso de sólo una semana había pasado de ser expulsado de los CDC en Atlanta a encabezar una cumbre de líderes mundiales en Bangkok.

Gains había explicado su motivo para convocar la reunión y había expresado su confianza en la información de Tom. Este había expuesto su caso de manera tan sucinta y clara como pudo, sin enloquecerlos con detalles de sus sueños. Jacques de Raison había mostrado la simulación y presentado su evidencia sobre la variedad Raison. Una serie de preguntas y comentarios había consumido casi una hora.

– ¿Está usted afirmando que Valborg Svensson, a quien a propósito algunos de nosotros conocemos bastante bien, no es después de todo un magnate farmacéutico de renombre mundial sino un villano? -preguntó el francés-. ¿Algún tipo oculto en lo profundo de las montañas suizas, retorciéndose las manos antes de destruir el mundo con un virus invencible?

Unas ligeras risitas respaldaron varias carcajadas en cada lado de la mesa.

– Gracias por el colorido, Louis -comentó el director de la CÍA-. Pero no creo que el ministro y yo habríamos hecho el viaje si pensáramos que el asunto fuera tan sencillo. Es cierto, no podemos verificar ninguna de las afirmaciones del Sr. Hunter acerca de Svensson, pero sí tenemos aquí una serie más bien extraña de acontecimientos que considerar; sin que sea el menos importante el hecho de que la variedad Raison parece ser muy real, como todos hemos visto esta noche con nuestros propios ojos.

– No exactamente -objetó Theresa, la representante de los CDC-. Tenemos algunas pruebas que supuestamente muestran mutaciones, de acuerdo. Pero no tenemos verdadera información conductual sobre el virus. Sólo simulaciones. No sabemos exactamente cómo afecta a humanos en ambientes humanos. Que sepamos, el virus no puede sobrevivir en un anfitrión humano complejo y vivo. Sin ofender, pero simulaciones como esta son sólo, ¿qué, setenta por ciento?

– En teoría, setenta y cinco -contestó Peter-. Pero yo le daría más.

– Por supuesto que lo haría. Es su simulación. ¿Ha inyectado ratones en la realidad?

– Ratones y chimpancés.

– Ratones y chimpancés. El virus parece cómodo en estos anfitriones, pero todavía no tenemos ningún síntoma. ¿Tengo razón? Han sobrevivido dos días y han crecido, pero tenemos que recorrer un largo tramo para saber su efecto verdadero.

– Cierto -indicó el empleado de Raison-. Sin embargo…

– Perdóneme, ¿podría usted repetir su nombre? -interrumpió Gains.

– Striet, Peter Striet. Todo lo que vemos acerca de este virus nos deja pasmados. Es verdad, las pruebas sólo tienen un día de duración, pero hemos visto bastantes virus para hacer algunas conjeturas con muy buenas bases, con o sin simulaciones.

– Debemos saber cuánto tiempo vivirá en un anfitrión humano – objetó Theresa.

– ¿Se ofrece usted de voluntaria?

Más risas.

A ella no le pareció gracioso.

– No, estoy recomendando precaución. El estallido inicial de MILTS infectó sólo a cinco mil y a duras penas mató a mil. No precisamente una epidemia de proporciones asombrosas. Pero el temor que propagó tuvo que ver con un durísimo golpe económico para Asia. Se calcula que sólo en la industria turística cinco millones de personas perdieron sus empleos. ¿Tiene usted alguna idea de la clase de pánico que se produciría si llegara al Drudge Report un rumor acerca de un virus capaz de acabar con el planeta? Se detendría la vida como la conocemos. Wall Street cerraría. Nadie se arriesgaría a ir a trabajar. No me diga: ¿Ha comprado usted un cargamento de cinta de conducto?

– ¿Perdón?

– Seis mil millones de personas se encerrarían en sus casas forradas con cinta de conducto. Usted se haría rico. Mientras tanto, millones de ancianos y discapacitados morirían en sus hogares por desatención.

– Exagerado, quizá, pero creo que ella resalta un punto excelente – opinó el francés; varios más hicieron saber su conformidad-. Acepté venir precisamente porque comprendo la naturaleza explosiva de lo que se está insinuando con poca exactitud.

Así sería si se estuviera insinuando con poca exactitud, percibió Tom. La mandíbula de Kara se flexionó. Por un momento él creyó que ella iba a decirle algo al francés. No esta vez. Esto era diferente, ¿verdad? El verdadero asunto. No precisamente un debate universitario.

– Fácilmente esto podría tratarse sólo de un alarmista gritando que el cielo se está cayendo -presionó su punto el francés-. Se debe considerar el asunto de la irresponsabilidad.

– Me molesta ese comentario -expresó Gains-. Tom ha demostrado en más de una ocasión que me equivoqué. Sus predicciones han sido increíbles. Tomar sus declaraciones a la ligera podría ser una terrible equivocación.

– Y también podría serlo tomar en serio sus declaraciones -objetó Theresa-. Supongamos que exista un virus. Bueno. Cuando se presente, tratamos con él. No cuando se convierta en un problema generalizado, claro está, sino cuando asome por primera vez su horrible cabecita. Cuando tengamos un sólo caso. Pero no insinuemos que es un problema hasta que estemos absolutamente seguros de que lo sea. Como dije, el temor y el pánico podrían ser problemas mucho mayores que cualquier virus.

– Estoy de acuerdo -opinó el representante de España; el cuello del hombre era muy ceñido, y la mitad del cuello le sobresalía sobre la camisa -. Sólo se trata de prudencia. A menos que tengamos una solución, no ganamos nada aterrando al mundo con el problema. Especialmente incluso si hay la más mínima posibilidad de que tal vez no sea un problema.

– Exactamente -continuó el francés-. Tenemos un virus, y estamos buscando la manera de tratar con él. No tenemos un verdadero indicio de que el virus sea usado de modo nocivo. No veo la necesidad de entrar en pánico.

– Él tiene a mi hija -intervino Raison-. ¿O eso ya no le importa?

– Le puedo asegurar que haremos todo lo posible por encontrar a su hija -manifestó Gains, luego miró a Louis Dutétre-. Hemos tenido por varias horas un equipo sobre el terreno de los laboratorios de Svensson.

– Deberíamos recibir un informe en cualquier momento -anunció Phil Grant-. Nos solidarizamos profundamente con usted, Sr. Raison. La hallaremos.

– Sí, por supuesto -añadió Dutétre-. Pero todavía no sabemos que Svensson tenga algo que ver con este incomprensiblemente trágico secuestro. Sólo tenemos rumores del Sr. Hunter. Además, aunque Svensson esté relacionado de algún modo con la desaparición de Monique, no tenemos motivo para creer que el secuestro prediga de algún modo un uso doloso del virus… virus que no hemos demostrado que sea letal, añadiría yo. Ustedes están dando un salto de fe, caballeros. Algo para lo que no estoy preparado.

– La realidad es que tenemos un virus, mortal o no -cuestionó Gains-. La realidad es que Tom me advirtió que habría un virus antes de que saliera a flote cualquier evidencia física. Eso bastó para ponerme en un avión. De acuerdo, no es algo que deseemos que se filtre, pero tampoco podemos hacerle caso omiso. No estoy insinuando que empecemos por trancar las puertas, sino que preveamos cualquier contingencia.

– ¡Desde luego! -exclamó Dutétre-. Pero yo podría sugerir que su muchacho es el verdadero problema aquí. No algún virus. Se me ocurre que Farmacéutica Raison está ahora en dificultades, pase lo que pase en este juego. Me pregunto qué le están pagando a Thomas Hunter por secuestrar fabricar todas estas historias.

Un pesado silencio cayó sobre el salón como si alguien hubiera echado media tonelada de polvo silenciador sobre todos. Gains parecía aturdido. Phil Grant sólo miró al sonriente francés.

– Thomas Hunter está aquí a petición mía -rompió Gains el silencio-. No lo invitamos…

– No -terció Tom, sosteniendo en alto la mano hacia Gains-. Está bien, Sr. Ministro. Permítame tratar con la inquietud de él.

Tom echó la silla hacia atrás y se paró. Se puso el dedo en la barbilla y minó a la derecha, luego volvió a la izquierda. Parecía que habían extraído el aire del salón. Él tenía algo que decir, por supuesto. Algo sarcástico e inteligente.

Pero de pronto le pareció que lo que creía inteligente muy bien podría arecerle una tontería al francés. Y sin embargo, en su silencio, moviéndose ente a ellos en este mismo instante, tenía poder total aunque momentáneo. Comprenderlo hizo que su silencio se extendiera al menos por otros cinco segundos.

Él también podía intercambiar poder.

– ¿Cuánto tiempo ha estado trabajando en la comunidad de inteligencia, Sr. Dutétre? -indagó Tom.

Metió la mano en el bolsillo. Sus pantalones caqui de trabajo no eran exactamente la vestimenta apropiada en este salón, pero sacó el pensamiento e la cabeza.

– Quince años -contestó Dutétre.

– Bien. Quince años y fue invitado a un acto como este. ¿Sabe cuánto tiempo he estado en este juego, Sr. Dutétre?

– Ninguno, por lo que puedo deducir.

– Casi. Su inteligencia está desconectada. Apenas poco más de una mana, Sr. Dutétre. Y sin embargo también fui invitado a este acto. Usted debe preguntarse cómo me las arreglé para que el señor ministro de estado y el director de la CÍA atravesaran el océano para encontrarse conmigo. ¿Qué es lo que he dicho? ¿Qué sé realmente? ¿Por qué están reunidos aquí en Bangkok a petición mía estos hombres y estas mujeres? Ahora el salón estaba más que en silencio. Se sentía vacío.

– En resumen, Sr. Dutétre, esto es extraordinario -continuó Tom; puso las yemas de los dedos en la mesa y se inclinó hacia delante-. Algo muy extraordinario ha ocurrido para forzar esta reunión. Y ahora usted me parece muy poco intuitivo. Por tanto decidí hacer algo que ya he hecho una cantidad de veces. Algo extraordinario. ¿Le gustaría, Sr. Dutétre?

– ¿Qué es esto, un espectáculo circense? -contraatacó el francés mirando a Phil Grant.

– ¿Le gustaría verme flotar en el aire? ¿Se convencería tal vez si hiciera eso?

Alguien hizo un sonido parecido a una ligera risita.

– Está bien, flotaré para usted. No como usted espera, revoloteando en medio del aire, pero lo que voy a hacer no será menos extraordinario. Sólo porque usted no entienda no cambia ese hecho. ¿Está listo?

No hubo comentarios.

– Permítame establecer esto. La realidad es que yo sabía quién iba a ganar el Derby de Kentucky. Sabía que la vacuna Raison iba a mutar, y sabía exactamente bajo qué circunstancias iba a mutar. Sr. Raison, ¿cuáles son las probabilidades de que usted, por no hablar de mí, pudiera hacer eso?

– Imposible -contestó el hombre.

– Theresa, usted debe tener un buen conocimiento de estos asuntos. ¿Cuáles diría que serían las probabilidades? Ella solamente lo miró.

– Exactamente. No hay probabilidades, porque es imposible. Así que a efectos prácticos, yo ya he flotado para usted. Ahora estoy diciendo que puedo volver a flotar, y usted tiene la audacia de llamarme farsante.

– Así que usted recuerda con exactitud cómo muta el virus -enunció el francés sonriendo, pero con sonrisa poco amigable-. Y cree que podría haberle dado alguna información respecto del antivirus a este personaje Carlos, ¿pero olvidó cómo formularla para usted mismo?

– Sí. Por desgracia.

– Qué conveniente.

– Escúcheme con cuidado -anunció Tom-. Aquí viene mi truco de flotar. La variedad Raison es un virus de transmisión aérea muy contagioso y sumamente mortífero que infectará a la mayoría de la población mundial dentro de tres semanas, a menos que encontremos una manera de detenerlo.

Una demora de un día podría determinar la vida o la muerte para millones. Nos enteraremos de su liberación dentro de siete días, cuando la comunidad de naciones, quizá a través de las Naciones Unidas, reciba el aviso de transferir toda soberanía y todas las armas nucleares a cambio de un antivirus. Este es el curso de la historia ahora en acción.

– Y lo que a usted le gustaría hacer es provocar la Tercera Guerra Mundial antes de que esté aquí -dijo Louis Dutétre inclinándose en su silla y golpeándose los nudillos con un lápiz-. En este mundo los monstruos no se conquistan por medio de héroes en caballos blancos, Sr. Hunter. Su virus podría matarnos a todos, pero creer en su virus nos matará a todos.

– Entonces de cualquier modo todos estamos muertos -objetó Tom-. ¿Puede usted aceptar eso?

– Creo que usted ve el punto de él, Tom -intervino Gains levantando una mano para detener el intercambio de palabras-. Hay complicaciones. Quizá no sea blanco ni negro. No podemos correr por ahí gritando virus. Francamente, aún no tenemos un virus, al menos no uno que sepamos que será utilizado o que incluso se podría utilizar. ¿Qué propone usted?

– Propongo que saquemos del medio a Svensson antes de que pueda liberar el virus -declaró Tom echando la silla hacia atrás y sentándose.

– Eso es imposible -afirmó el director de la CÍA-. Él tiene derechos. Nos estamos moviendo, pero sencillamente no podemos lazarle una bomba sobre la cabeza. No funciona de ese modo.

– Suponiendo que usted tenga razón respecto de Svensson -expuso Gains-, él necesitaría una vacuna o un antivirus para canjear, ¿de acuerdo? Lo cual nos da algo de tiempo.

– Nada asegura que él tenga que esperar hasta tener el antivirus antes de liberar el virus. Mientras tenga confianza en que puede producir un antivirus en dos semanas, podría liberarlo y embaucarnos afirmando tener el antivirus. Ahora mismo la carrera es para detener a Svensson antes de que pueda hacer algún daño. Una vez que lo haga, nuestra única esperanza dependerá de un antivirus o una vacuna.

– ¿Y cuánto tiempo se necesitaría? -quiso saber Gains mirando a Raison.

– ¿Sin Monique? Meses. ¿Con ella? -se encogió de hombros-. Quizá más pronto. Semanas.

Él no mencionó la posible inversión de la firma genética de Monique, como Peter le había explicado ayer a Tom.

– Lo cual es otra razón de por qué debemos ir tras Svensson y determinar si tiene a Monique -opinó Tom-. El mundo simplemente podría depender de Monique en las semanas venideras.

– ¿Y qué sugerencia tiene usted para sacar del medio a Svensson? -le preguntó Gains a Tom.

– ¿En este momento? Ninguna. Debimos haberlo sacado del medio hace veinticuatro horas. Si lo hubiéramos hecho, ahora habría acabado todo. Pero ¿qué hacer entonces? Sólo soy un novelista común y corriente en ropa de trabajo.

– Así es, Sr. Hunter, eso es usted -objetó el francés-. Mantenga eso en mente. Usted está disparando balas vivas. No voy a permitir que ande galopando por el mundo y disparando su revólver de seis cámaras. Me gustaría de una vez por todas echar un poco de agua sobre sus cañones.

El teléfono de Grant chirrió, y él se volvió para contestarlo rápidamente.

– Me gustaría considerar alguna planificación de contingencia en caso de que terminemos teniendo un problema -opinó Gains-. ¿Qué opinión tiene usted sobre la contención, Sr. Raison?

– Depende de cómo se haga emerger un virus. Pero si Svensson está detrás de algo de esto, sabrá cómo eliminar cualquier posibilidad de contención. Esa es la diferencia principal entre incidencias naturales de un virus e incidencias obligadas como en armas biológicas. Él podría introducir el virus en cien ciudades importantes en el transcurso de una semana.

– Sí, pero si…

– Discúlpeme, Merton -interrumpió Grant cerrando su celular-. Todo esto se podría someter a discusión. Nuestra gente acaba de terminar un rastreo a las instalaciones de Svensson en los Alpes suizos. No encontraron nada.

– ¿Qué quiere decir con «nada»? -cuestionó Tom poniéndose en pie-. Eso no es…

– Quiero decir: ningún indicio de algo extraño.

– ¿Estaba Svensson allí?

– No. Pero hablamos detenidamente con sus empleados. Él debe volver en dos días para una entrevista con la inteligencia suiza, a la cual también asistiremos. Ha estado en una reunión con proveedores de América del Sur. Confirmamos la reunión. No hay evidencia de que tenga algo que ver con algún secuestro o alguna conspiración masiva para liberar un virus. El silencio los envolvió.

– Bueno, yo diría que esa es una buena noticia -anunció Gains.

– Eso para nada es una noticia -objetó Tom-. Porque él no está en su laboratorio principal. Podría estar en cualquier parte. Dondequiera que esté, tiene tanto a Monique como a la variedad Raison. Se los estoy proponiendo, ¡tienen que encontrarlo ahora!

– Lo haremos, Tom -expuso Gains estirando la mano-. Un paso a la vez. Esto es alentador; sólo que todavía no le echemos agua encima.

Tom sabía que con esas palabras los había perdido a todos. Menos a Kara. Merton Gains fue tan defensor como él podía esperar. Si ahora expresaba precaución, el juego había acabado.

– En realidad no creo que ustedes me necesiten para analizar contingencias -declaró Tom poniéndose de pie-. Les he manifestado lo que sé. Lo repetiré una vez más para aquellos de ustedes que estén conscientes esta noche. La historia está a punto de tomar en picada un curso desagradable. Todos ustedes sabrán eso pronto, cuando lleguen impensables exigencias de un hombre llamado Valborg Svensson, aunque dudo que esté trabajando solo. Que yo sepa, uno de ustedes trabaja para él.

Eso los dejó en estado de leve conmoción.

– Buenas noches. Si por alguna razón inexplicable me necesitan, estaré en mi habitación 913, espero que durmiendo. El cielo sabe que alguien tiene que hacer algo.

Kara se puso de pie y levantó la barbilla. Salieron uno al lado del otro, hermano y hermana.


***

EL CANSANCIO inundó a Tom en el momento en que la puerta del salón de conferencias se cerró de golpe detrás de él. Se detuvo y miró el vacío pasillo, aturdido. Por más de una semana había estado viviendo esta locura sin descansar, y empezaba a sentir el cuerpo como si lo tuviera lleno de plomo.

– Bueno, creo que les advertiste -comentó Kara tranquilamente.

– Tengo que descansar un poco. Siento que me voy a desmoronar.

– Te llevaré a la cama -indicó ella deslizándole el brazo por el de él y guiándolo por el pasillo-. Y no voy a permitir que nadie te despierte hasta que hayas dormido suficiente. Eso es definitivo.

Él no discutió. De todos modos no había nada que pudiera hacer por el momento. Tal vez allí no había nada más que él pudiera hacer. Nunca.

– No te preocupes, Thomas. Creo que dijiste lo que debías decir. Muy pronto cambiarán de actitud. ¿Correcto?

– Quizá. Espero que no.

Ella entendió. Lo único que les cambiaría la actitud sería un estallido real de la variedad Raison, y nadie podría esperar eso.

– Estoy orgullosa de ti -afirmó ella.

– Y yo estoy orgulloso de ti -convino él.

– ¿Por qué? ¡Yo no estoy haciendo nada! Tú aquí eres el héroe.

– ¿Héroe? -se burló Tom-. Probablemente sin ti yo estaría en algún cuadrilátero en el centro de alguna ciudad, intentando demostrar mi valía.

– Tienes mérito -objetó ella.

Entraron al ascensor y subieron solos.

– Puesto que pareces aceptar mis sugerencias, ¿te importa si hago otra? -inquirió Kara.

– ¡Claro! Aunque no estoy seguro de que mi agotada mente esté dispuesta a entender algo más por el momento.

– Se trata de algo en que he estado pensando -comentó Kara e hizo una pausa-. Si el virus se libera, no sé cómo alguien lo podría detener físicamente. Al menos no en veintiún días.

– ¿Y? -investigó él, asintiendo.

– Especialmente si el asunto ya es historia, como lo averiguaste en el bosque verde, de donde viene todo esto, ¿de acuerdo?

– De acuerdo.

– Sin embargo, ¿por qué tú? ¿Por qué se te dio a ti esta información? ¿Por qué estás brincando entre estas realidades?

– Porque estoy relacionado de alguna manera.

– Porque eres el único que finalmente podría influir en el resultado. Tú lo empezaste. El virus existe debido a ti. Quizá sólo tú lo puedas detener.

El ascensor se detuvo en el noveno piso, y ellos se encaminaron a la suite.

– Si eso es verdad -comentó él-, entonces que Dios nos ayude a todos, créeme, porque no tengo idea de qué hacer. Sólo dormir. Aun así, hemos sido abandonados. Hace tres días mi total comprensión de Dios fue desafiado al máximo, al menos en mis sueños. Ahora está siendo desafiado otra vez.

– Entonces duerme.

– Duermo, y sueño.

– Sueña -declaró ella-. Pero no sólo sueñes. Quiero decir que sueñes realmente.

– Te olvidas de algo -sugirió él entrándola a la habitación.

– ¿De qué?

– El bosque verde desapareció. El mundo ha cambiado -recordó él suspirando y dejándose caer en una silla junto a la mesa-. Estoy en el desierto, medio muerto. Sin agua, fruta ni roushes. Me matan ahora, y me muero realmente. Si algo sucede, la información tendrá que fluir de otro modo para mantenerme vivo allá.

Inclinó la cabeza.

– Ahora hay que entender eso.

– No sabes eso -objetó Kara-. No estoy diciendo que debas salir a que te maten y ver qué sucede, por favor. Pero hay una razón de que estés allá. En ese mundo. Y hay una razón de que estés aquí.

– ¿Qué exactamente estás insinuando entonces?

– Que emprendas en esa realidad una búsqueda minuciosa que nos ayude aquí. Toma tu tiempo. No hay correlación entre el tiempo de allá y el de acá, ¿correcto? -manifestó ella tirando su bolso en la cama y mirándolo a los ojos.

– Tan pronto como me quedo dormido allá, estoy aquí.

– Entonces encuentra una manera de no estar aquí cada vez que duermes. Pasa en esa realidad unos días, una semana, un mes, todo el tiempo que necesites. Halla algo. Aprende nuevas habilidades. Quienquiera que llegues a ser allá, lo serás aquí, ¿no es así? Así que llega a ser alguien.

– Soy alguien.

– Lo eres, y te amo por cómo eres. Pero por el bien de este mundo, llega a ser alguien más. Alguien que pueda salvar este mundo. Vete a dormir, sueña, y regresa como un hombre renovado.

El miró a su hermana. Repleta de optimismo. Pero ella no entendía el grado de devastación en la otra realidad.

– Tengo que dormir -declaró él dirigiéndose a su habitación.

– Sueña, Thomas. Sueños prolongados. Grandes sueños.

– Lo haré.

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