28

SUCEDIÓ EN tres segmentos, marcados en la memoria de Tom, aún caliente por la quemadura. Había estado esquivando una lluvia de balas, corriendo a toda velocidad hacia el bosque, a sólo unos cuantos pasos del primer árbol y seguro de haber escapado. Segmento uno.

Entonces una bala le dio en el cráneo. La sintió como si un mazo le hubiera golpeado la parte posterior de la cabeza. Se vio lanzado hacia delante, precipitadamente, paralelo a la tierra. Soltó un grito de dolor y luego todo se puso en blanco. Segmento dos.

Tom no recordaba haber aterrizado. Antes de tocar tierra estaba muerto o inconsciente. Pero sí recordaba estar rodando después de tocar tierra. Se hallaba jadeando tendido en el suelo, mirando el cielo azul.

No estaba muerto. Estuvo inconsciente. Y una rápida revisión de su cabeza confirmó que ni siquiera estaba herido. Sólo se había quedado sin aliento. Segmento tres.

Se levantó con dificultad, se dirigió a la selva, y corrió entre los árboles, perseguido más por pensamientos de lo que acababa de ocurrirle que por las últimas balas.

Le habían disparado a la cabeza. Había perdido el conocimiento antes de morir. Pero en el instante anterior a la muerte había despertado en el bosque colorido, y aunque no lograba recordarlo, sabía que fue sanado por una fruta o por el agua. Que él supiera, todo el viaje sólo había durado un segundo.

Al regresar a la selva tardó dos horas en restablecer el contacto con la base, llegar a la zona de aterrizaje y hacer el viaje de regreso en el helicóptero-Tiempo para pensar. Tiempo para considerar un rápido viaje de vuelta al complejo para sacar a Monique. O rescatar a Muta.

Pero sabía que allí no encontrarían a nadie.

Un helicóptero de la policía revisó el lugar antes de que lo recogieran, y se confirmaron sus sospechas. Ni un alma.

Aunque él aún hubiera estado allí, le era imposible rescatarla. Él quizá podía resistir el golpe mortal, pero ella no. Se sintió indestructible e impotente, una mezcla extraña.

Tal vez no le habían dado. ¿Habría sangre allá atrás sobre la hierba? Su prisa era demasiada como para mirar. Todo era muy confuso. Solamente los tres segmentos.

Vivo, muerto, vivo.


***

– ¿QUE USTED QUÉ?

– Accedí -comunicó Jacques de Raison.

Tom entró a la oficina, estupefacto. Sus overoles estaban cubiertos de barro, su camisa desgarrada por la carrera de cinco kilómetros de vuelta al sitio de la recogida, y sus botas dejaban huellas en el piso de Raison.

– ¿Les dio usted realmente la vacuna?

– Me dieron una hora, Sr. Hunter. La vida de mi hija está en peligro…

– ¡Todo el mundo está en peligro!

– Para mí es una hija.

– Por supuesto, ¿qué pasó sin embargo con la información que le di por radio?

– Se acababa la hora. Tenía que tomar una decisión. Ellos querían que dejáramos en un auto a tres kilómetros del aeropuerto sólo una muestra de la vacuna y un archivo con una copia de nuestros datos de investigación original. Monique estará bajo nuestra custodia en dos días. Tuve que hacerlo.

Tom hurgó en su bolsillo y sacó el anillo. Una banda de oro con un rubí engarzado en cuatro puntas. Se lo pasó a Raison.

– ¿Qué es esto?

– Ese es el anillo que su hija me dio para persuadirlo de que le estoy diciendo la verdad. Si usted calienta la vacuna a 81.92 grados centígrados y Mantiene esa temperatura por dos horas, esta mutará. El hombre que tiene esta información se llama Valborg Svensson. También podría tener el único antivirus.

El rostro de Raison se iluminó un poquitín.

– ¿Por qué no la trajo con usted? -preguntó mientras jugueteaba distraídamente con el anillo.

– ¿Me está oyendo usted? Comprendo que esté angustiado, pero tiene que calmarse. La encontré, exactamente como dije que lo haría. Si usted no cree lo del anillo, entonces bastará el hecho de que Svensson haya cambiado el trato con usted porque los encontré.

El hombre se dejó caer pesadamente en una silla.

– ¡Ahora ellos tienen la vacuna! -exclamó Tom pasándose una mano por el cabello.

Este era el peor de todos los mundos. Nada de lo que él hacía tenía ningún impacto verdadero en el drama que se desarrollaba. Quizá no había manera de detener este asunto de las historias.

– ¡Thomas! -gritó Kara entrando-. ¿Estás bien?

– Yo estoy bien. Ellos tienen la vacuna. Tienen a Monique; tienen la vacuna; saben exactamente cómo provocar la mutación; quizá hasta tengan el antivirus.

– Pero el sueño. Fue real.

– Sí.

– Sí, Peter, quiero que cambie los parámetros de prueba. Pruebe la vacuna a 81,92 grados centígrados y mantenga el calor por dos horas.

Jacques de Raison parecía haber salido de su estupor. Estaba hablando por teléfono con el laboratorio.

– Observe si hay mutaciones y avíseme de inmediato.

Depositó el teléfono en su base.

– Perdóneme, Sr. Hunter. Han sido dos días muy difíciles. Le creo – reconoció; ahora muy avergonzado-. En todo caso, los hechos se probarán en dos horas. Mientras tanto, sugiero que contactemos a las autoridades. Conozco a Valborg Svensson.

– ¿Y?

– Y si es verdad, si él es quien…

Los puntos se estaban conectando detrás de esos ojos azules.

– Que Dios nos ayude -concluyó.

– Es él -confirmó Tom-. Monique insistió. Quiero que hable de inmediato con el ministro Gains.

Jacques de Raison asintió.

– Nancy, comuníqueme con el ministro.


***

MERTON GAINS se hallaba sólo en su escritorio y escuchó a Jacques de Raison por varios minutos levemente impresionado. Seis horas antes, al oír a Thomas Hunter preparando la prueba para demostrarse a sí mismo, la idea le había parecido descabellada. Ahora que la había llevado a cabo, Gains se sentía muy nervioso. Había oído el informe de Bob Macklroy de que Hunter le vaticinó el resultado del Derby de Kentucky. Había hablado con Thomas, y explicado en la reunión de gabinete los posibles problemas con la vacuna Raison. Incluso estuvo de acuerdo en probar los sueños de Hunter. Pero hasta el momento su tolerancia le había parecido bastante inofensiva.

Thomas Hunter había ido a dormir, se enteró de la ubicación de Monique de Raison, fue a ese sitio, y regresó con prueba virtual de que el virus ya estaba en acción.

– A él le gustaría hablar con usted.

– Póngalo -pidió Gains-. ¿Thomas? ¿Cómo le va?

– Me va excepcionalmente bien, señor. Espero que ahora usted sea razonable, como acordamos.

– Un momento, hijo. Tiene que tomarse las cosas con calma.

– ¿Por qué? Es obvio que Svensson no está tomando las cosas con calma. Él tenía razón.

– Porque, para empezar, no sabemos exactamente que ya haya un virus. ¿De acuerdo? No hasta que se realicen las pruebas.

– Entonces la variedad Raison existirá exactamente en dos horas. Le estoy dando una ventaja. ¡Tiene que detener a Svensson!

– ¡Ni siquiera sabemos dónde está este Svensson!

– No me diga que nadie puede encontrar a este tipo. No se trata precisamente de alguien desconocido.

– Lo encontraremos. Pero no tenemos una causa probable para…

– ¡Ya le di una causa probable! Monique me dijo que el hombre planea utilizar el virus; ¿qué más necesita?

Dos palabras retumbaron en la mente de Merton Gains. ¿Y si? ¿Y si, y si, y si? ¿Y si Hunter tuviera realmente razón y estuvieran sólo a días de un brote endémico imposible de detener? Todo el mundo sabía que los adelantos tecnológicos se iban a usar finalmente para algo que no era mejorar la condición humana. De pronto sintió muy helado el aire frío que entraba por el conducto encima de su escritorio. Su puerta estaba cerrada, pero él pudo oír las pisadas de alguien que pasaba por el pasillo.

Estados Unidos caía lentamente por la consabida vía como un camión bien engrasado. Los bancos comerciaban miles de millones de dólares; Wall Street cambiaba ruidosamente casi como cambiaban muchas acciones. En dos horas el presidente debía dar un discurso sobre su nuevo plan de impuestos. Y Merton Gains, ministro de estado, tenía un teléfono al oído, oyendo a alguien a ocho mil kilómetros de distancia que le decía que cuatro mil millones de personas morirían en tres semanas.

Surrealista. Imposible.

Pero ¿y si?

– Antes que nada, necesito que tome las cosas con calma. Estoy con usted, ¿de acuerdo? Dije que estaría con usted, y lo estoy. Pero entienda cómo funciona el mundo. Si esperamos que alguien escuche, necesito una prueba absoluta. Estamos tratando con afirmaciones increíbles. ¿Puede usted al menos darme eso?

– Para cuando consiga su prueba será demasiado tarde.

– Necesito que trabaje conmigo, a mi paso. Lo primero que necesitamos son los resultados de esas pruebas.

– Pero al menos localice a Svensson -objetó Tom-. Dígame por favor que puede encontrar a ese individuo. ¿La CÍA o el FBI?

– No en dos horas, imposible. Pondré el asunto en marcha, pero nada ocurre tan rápido. Si tenemos un B2 en el aire circundando a Bagdad, podemos arrojar una bomba en una hora, pero no tenemos ningún B2 en el aire, ni siquiera fuera del hangar. Ni siquiera sabemos dónde es Bagdad en este caso; ¿me hago entender?

– Entonces le daré una mala noticia, Sr. Gains -informó Hunter suspirando-. Estamos acabados. ¿Me oye? Y Monique…

Su voz se apagó.

¿Y si? ¿Y si?

Gains se levantó y se puso a anclar sin rumbo fijo, apretó fuertemente el teléfono a su oído.

– No estoy diciendo que no podamos hacer algo…

– ¡Haga algo entonces!

– Tan pronto como cuelgue llamaré al director de la CÍA, Phil Grant. Estoy seguro de que ya están trabajando. Que sepamos, la policía tailandesa ya tiene en custodia a quien agarró el paquete. Al menos el auto. El caso de secuestro está ahora en pleno desarrollo, pero el virus es un asunto totalmente distinto. Hasta ahora esto parece espionaje empresarial para todo el mundo menos para usted y quizá Raison.

– Usted no sabe lo lentas que se vuelven las ruedas de la justicia en el sudeste asiático. Y el virus es lo que nos morderá por detrás, no espionaje empresarial.

– Haré algunas llamadas. ¡Pero necesito pruebas!

– ¿Y me quedo mientras tanto sin nada qué hacer?

– Haga lo que ha estado haciendo -contestó Gains después de pensar en eso-. Ha hecho algunas cosas asombrosas en los últimos días. ¿Por qué parar ahora?

– ¿Quiere que vaya tras Monique? ¿No está esto justamente un poco más allá de mí ahora?

– Creo que esto está más allá de todo el mundo. Usted es quien tiene los sueños. Así que a soñar.

– Soñar. ¿Simplemente eso? Soñar.

– Soñar.


***

TRES SEGMENTOS: Vivo, muerto, vivo… aún zumbaban de manera incontrolada en el cerebro de Tom. No podía hablar de ellos. Lo aterraban.

– ¿Qué dijo él? -quiso saber Kara.

– Me dijo que espere.

– ¿Sólo que espere? ¿No comprende que no tenemos tiempo para esperar?

– Me dijo además que soñara.

– ¿Así que te cree? -preguntó Kara andando alrededor del sofá.

– No lo sé.

– Al menos está empezando a creer que tus sueños tienen alguna importancia. Y tiene razón… debes soñar. Ahora.

– Simplemente así, ¿eh? -expuso Tom chasqueando los dedos.

– ¿Quieres que te ponga a dormir? El ministro sólo tiene razón en parte. No sólo tienes que soñar, sino también hacer las cosas adecuadas en tus sueños. Lo cual significa hacer lo que sea para conseguir más información sobre la variedad Raison.

– El bosque negro.

– Si eso es lo que se debe hacer.

Tom tenía ahora dos motivos muy convincentes para regresar al bosque negro, uno en cada realidad. La situación aquí se había vuelto crítica… tenía que aceptar más riesgos en descubrir la verdad acerca de las historias. Y en el bosque colorido, si recordaba correctamente, estaba empezando a preguntarse si era verdad que se había estrellado en una nave espacial.

– Quizá pueda volver a hablar con Rachelle. Averiguar dónde quiere volver a ser rescatada. Funcionó una vez, ¿de acuerdo?

– Funcionó. ¿Y qué exactamente significa eso? ¿Es ella de alguna manera Monique? ¿Le estás hablando a Monique en tus sueños?

– No tengo idea -contestó él suspirando-. Está bien. Ponme a dormir.

Kara hurgó en su bolsillo y le pasó tres tabletas.

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