7. De disco en disco

— ¿Sigues empeñada en unirte a la expedición? — le preguntó Luis.

Teela le respondió con la misma mirada de asombro que le había lanzado cuando intentó explicarle qué era la zozobra del corazón.

— Sigues empeñada — confirmó con tristeza Luis.

— Desde luego. No comprendo qué pueden temer los titerotes.

— Comprendo que tengan miedo — dijo Interlocutor-de-Animales —. Los titerotes son cobardes. Pero lo que no entiendo es que insistan en averiguar más de lo que ya saben. Luis, ya han dejado atrás el sol con el anillo y se desplazan a una velocidad casi lumínica. Seguro que quienes construyeron el anillo no poseían medios para desplazarse a velocidades hiperlumínicas. Luego, no pueden hacer ningún daño a los titerotes, ni ahora ni nunca. No comprendo qué pintamos nosotros en todo esto.

— No me extraña.

— ¿Intentas insultarme?

— No, en absoluto. El caso es que volvemos al tema de los problemas de población. ¿Cómo ibas a entenderlo?

— No sé. Explícate, por favor.

Luis escudriñó la selva domesticada en busca de Nessus:

— Seguramente Nessus podría explicártelo mejor. Es una lástima que no esté aquí. En fin, lo intentaré. Imagina un trillón de titerotes en este mundo. ¿Te haces a la idea?

— He podido comprobar cómo huele uno solo. La sola idea de una gran aglomeración me pone los pelos de punta.

— Bien, ahora imagínatelos en el Mundo Anillo. La cosa mejora un poco, ¿no?

— Sí. Dispondrían de un espacio ocho-elevado-a-siete veces superior… Pero aún no logro comprender. ¿Crees que los titerotes se proponen conquistar ese mundo? ¿Y cómo podrían trasladarse luego al anillo? No se fían de las naves espaciales.

— No lo sé. Tampoco les gusta la guerra. Ese no es el problema. El problema es averiguar si el Mundo Anillo es un lugar seguro para vivir.

— Uf…

— ¿Te das cuenta? A lo mejor tienen pensado construir sus propios mundos anillo. Tal vez esperen encontrar uno vacío, en las Nubes de Magallanes. En todo caso, no es lo esencial. No harán nada sin tener la certeza de que es un lugar seguro.

— Ahí viene Nessus. — Teela se levantó y se acercó a la pared invisible —. Parece borracho. ¿Se emborrachan los titerotes?

Nessus no trotaba. Caminaba de puntillas y en esos momentos estaba dando un rodeo para evitar una hoja color amarillo cromo de un metro de altura, con una cautela aparentemente excesiva: iba posando cuidadosamente un casco tras otro en el suelo, al tiempo que sus cabezas planas husmeaban en todas direcciones. Casi había llegado a la cúpula de conferencias cuando algo parecido a una gran mariposa negra se posó en su grupa. Nessus gritó como una mujer y dio un salto hacia delante como si quisiera sortear una valla. Rodó por el suelo, y cuando terminó de rodar se quedó ahí hecho un ovillo, con la espalda doblada, las piernas plegadas y las cabezas y los cuellos escondidos bajo las piernas delanteras.

Luis corrió a su lado y gritó:

— Ciclo depresivo.

Logró encontrar la puerta de la cúpula invisible y salió disparado hacia el parque.

Todas las flores olían a titerote. (Si toda la vida del mundo de los titerotes tenía la misma estructura química, ¿como conseguía alimentarse Nessus a base de zumo de zanahoria caliente?) Luis fue siguiendo la línea quebrada de un bien cortado seto color naranja polvoriento. Consiguió l egar junto al titerote, se arrodilló a su lado y dijo:

— Soy Luis. Estás a salvo.

Tendió con cautela la mano hacia la maraña de crin que recubría el cráneo del titerote y empezó a rascárselo muy suavemente. El titerote se estremeció bajo el contacto; luego pareció calmarse.

Vaya susto se había llevado. Ni pensar en obligar al titerote a enfrentarse con el mundo en esos momentos. Luis preguntó:

— ¿Era peligroso? ¿Eso que se posó en tu grupa?

— ¿Eso? No. — La voz de contralto sonó ahogada, pero con una hermosa pureza y sin la menor inflexión —. Sólo era… un oledor de flores.

— ¿Cómo te ha ido con los-que-dirigen?

— Nessus se estremeció:

— He ganado.

— Estupendo. ¿Qué has ganado?

— El derecho a procrear y un grupo de partenaires.

— ¿Eso es lo que te tiene tan asustado?

«No sería de extrañar — pensó Luis —. Nessus podría ser la réplica de una mantis religiosa macho, un condenado del amor. O también cabía la posibilidad de que fuese virgen… de uno u otro sexo, o de cualquier sexo…»

— Podría haber fracasado, Luis. Les planté cara. Fingí un falso aplomo.

— Sigue.

Luis advirtió que Teela e Interlocutor-de-Animales se les habían acercado. Continuó rascando dulcemente la crin de Nessus. Este aún no se había movido.

— Los-que-dirigen me han ofrecido el derecho legal a reproducir mi especie si sobrevivo al viaje que debemos hacer. Pero ello no hubiera sido suficiente. Para procrear necesito compañeros. ¿Quién se aparearía voluntariamente con un maníaco de crin desordenada? Era necesario ponerse duro. «Buscadme un compañero» les he dicho «o me retiro del viaje. Si yo me retiro, también se retirará el kzin», he añadido. Estaban furiosos.

— No me extraña. Debías de estar en plena fase maníaca.

— La he ido alcanzando poco a poco. Les he amenazado con arruinar sus planes y al fin han cedido. «Un voluntario altruista debe aceptar aparearse conmigo cuando regrese del anillo», les he dicho.

— Muy bien. Bien hecho. ¿Y hay voluntarios?

— Uno de nuestros sexos es de propiedad… Es irracional; estúpido. Me bastaba con un voluntario. Los-que-dirigen…

Teela le interrumpió:

— ¿Por qué no dices simplemente dirigentes?

— Estaba intentando traducir la idea a vuestros términos — dijo el titerote.

— Una traducción más exacta sería los-que-dirigen-desde-atrás. Hay un presidente egregio o portavoz-general o… la traducción exacta de su título es Ser último.

— El Ser último ha accedido a aparearse conmigo. Ha declarado que jamás osaría pedirle a otro que sacrificara hasta tal punto su dignidad.

Luis silbó:

— Vaya. Ya puedes encogerte, tienes motivo para ello. Suerte que el miedo no te ha entrado hasta ahora, cuando todo ha pasado. — Nessus se movió un poco, algo más relajado. Luis explicó —: El género es algo que me preocupa. O bien debo tratarte a ti en femenino, o bien debo emplear el femenino para el Ser último.

— No seas grosero, Luis. No se habla de sexo con razas extrañas.

Nessus asomó una cabeza entre las piernas y le lanzó una mirada reprobadora.

— Tú y Teela no os aparearíais ante mis ojos, ¿verdad que no?

— Por extraño que parezca, ya se ha planteado la cuestión, y Teela dice…

La cabeza del titerote desapareció de nuevo.

— ¡Sal de ahí! No te haré daño — intervino Teela.

— ¿De verdad?

— De verdad. Quiero decir, en serio. Te encuentro muy gracioso.

El titerote se desenrolló por completo:

— ¿Has dicho que me encuentras mono?

— Sí. — Teela miró la mole anaranjada de Interlocutor-de-Animales — A ti también — añadió generosa.

— No es mi intención ofenderte — dijo el kzin —. Pero no vuelvas a repetir lo que acabas de decir. Jamás.

Teela quedó desconcertada.


Había un polvoriento seto anaranjado, de tres metros de altura y provisto de tentáculos azul cobalto que colgaban fláccidamente. Su aspecto parecía indicar un origen carnívoro. Ahí terminaba el parque y en esa dirección, Nessus condujo su pequeño grupo.

Luis esperaba encontrar una abertura en el seto y le cogió por sorpresa que Nessus se fuera derecho hacia las plantas. Pero el seto se abrió para dejar paso al titerote y luego volvió a cerrarse tras él.

Los demás le siguieron.

Habían atravesado el parque bajo un cielo azul celeste; pero cuando el seto se cerró tras ellos, éste era blanco y negro. Las nubes relucían blancas contra el cielo negro de la noche perpetua; en su vientre se reflejaban las luces de kilómetros de ciudad: en efecto, estaban en plena ciudad y los edificios se cernían amenazadores sobre sus cabezas.

A primera vista, sólo se distinguían de las ciudades de la Tierra por una cuestión de magnitud. Los edificios eran más gruesos, más macizos, más uniformes; y también más altos, terriblemente altos, de tal modo que todo el cielo aparecía cubierto por un conjunto de ventanas y balcones iluminados con estrechas fisuras rectilíneas de oscuridad que indicaban el cenit.

Pero, ¿cómo se explicaba que no hubieran visto la ciudad también desde el parque? En la Tierra había pocos edificios de más de un kilómetro de altura. Allí, no había ninguno que fuera más bajo. Luis supuso que el parque debía estar rodeado de campos de refracción de la luz. No tuvo tiempo de confirmar sus sospechas. Ese era el menos sorprendente de los milagros del mundo de los titerotes.

— Nuestro vehículo está en el otro extremo de la isla — dijo Nessus —. Saltando de disco en disco, llegaremos en menos de un minuto. Ya veréis.

— ¿Te encuentras mejor?

— Sí, Teela. Como dice Luis, ya ha pasado lo peor. — El titerote iba dando saltos delante del grupo —. El Ser último será mi amor. Ahora sólo me falta regresar del Mundo Anillo.

Las calles eran blandas. A simple vista parecían de cemento con incrustaciones de partículas iridiscentes, pero caminar por ellas era como pisar un terreno húmedo y esponjoso. Después de recorrer una manzana muy larga, llegaron a un cruce.

— Nos dirigimos hacia allí — dijo Nessus, y señaló hacia delante con la cabeza —. No piséis el primer disco. Seguidme.

En el centro del cruce había un gran rectángulo azul. Cuatro discos azules rodeaban el rectángulo, uno frente a cada calle de acceso.

— Podéis pisar el rectángulo si queréis — explicó Nessus —, pero nunca pongáis el pie en un disco que no corresponda. Seguidme. — Circundó el disco más próximo, cruzó al otro lado, posó los cascos sobre el disco allí situado, y desapareció.

Por un instante, los tres permanecieron inmóviles, estupefactos. Luego Teela lanzó un aullido de guerra y saltó sobre el disco. Y también se esfumó.

Interlocutor-de-Animales bufó y dio un brinco. Un tigre no hubiera calculado mejor el salto. Luis se quedó solo.

— Por todos los demonios de las tinieblas — dijo maravillado. — Tienen cabinas teletransportadoras abiertas.

Y dio un paso adelante.

Se encontró de pie sobre un cuadrado situado en el centro del cruce siguiente, entre Nessus e Interlocutor.

— Tu compañera ha seguido adelante — explicó Nessus —. Parecía tener mucha prisa. Nos espera más adelante.

El titerote dio un paso al frente fuera del rectángulo. En tres pasos se colocó sobre un disco. Y se hizo humo.

— ¡Vaya sistema! — exclamó Luis. Había quedado solo otra vez, pues el kzin ya había seguido los pasos de Nessus —. Con sólo caminar, en tres pasos se recorre una manzana. Casi parece magia. ¡Y no importa cuán largas sean las manzanas!

Dio un paso al frente. Avanzaba como sobre botas de siete leguas. Corría apoyando sólo la punta de los pies y cada tres pasos cambiaba de escenario. Las señales circulares de las esquinas de los edificios debían ser indicadores, para que el peatón supiera cuándo había llegado a su destino. Entonces tendría que caminar alrededor de los discos y situarse en el centro de la calle.

La calle estaba flanqueada de escaparates que a Luis le hubiera gustado explorar. ¿O a lo mejor eran algo completamente distinto? Pero los otros le llevaban varias manzanas de ventaja. Luis localizó sus diminutas siluetas en el fondo de ese cañón de edificios. Aceleró el paso.

De pronto se topó con los dos extraterrestres que le bloqueaban el paso.

— Tenemos que girar aquí — dijo Nessus. Y avanzó hacia la izquierda.

— Un momento…

Pero el kzin también había desaparecido. ¿Dónde demonios estaría Teela?

Debía de haberse adelantado. Luis dio media vuelta a la izquierda y comenzó a caminar…

Botas de siete leguas. La ciudad iba quedando atrás como un sueño. Luis corría con la cabeza llena de fantasías. Vías rápidas a través de las ciudades, discos pintados de un color diferente, situados a un intervalo de diez manzanas. Discos de larga distancia situados a cien kilómetros uno de otro, cada uno en el centro de una ciudad y los rectángulos de recepción una manzana más abajo. Vías para cruzar los océanos: ¡un paso por isla! ¡Se podrían atravesar los mares saltando de isla en isla, como se cruza un río de piedra en piedra!

Cabinas teletransportadoras abiertas. Los titerotes estaban espantosamente avanzados. El disco quedaba a menos de un metro de distancia y comenzaba a operar ya antes de que uno apoyara todo su peso en él. Un paso y al dar el próximo apoyaba el pie sobre el siguiente rectángulo de recepción. ¡Nej! ¡Las aceras móviles quedaban pálidas al lado de eso!

Mientras corría, Luis comenzó a imaginar la figura de un titerote fantasma de cientos de kilómetros de altura, trotando delicadamente por un cordón de islas; pisaba con cuidado para evitar dar un traspié y mojarse las pantorrillas. Luego el titerote fantasma se hizo aún más grande y ahora caminaba de mundo en mundo… los titerotes estaban espantosamente adelantados…

Se habían terminado los discos y Luis se encontró al borde de un tranquilo mar negro. Sobre el horizonte del mundo, se alzaban en vertical cuatro gordas lunas llenas que destacaban contra el fondo de estrellas. A medio camino de la línea del horizonte había una isla más pequeña, muy iluminada. Los extraterrestres le estaban esperando.

— ¿Dónde está Teela?

— No lo sé — respondió Nessus.

— ¡Demonios de las Tinieblas! Nessus, ¿qué podemos hacer?

— Acabará por encontrarnos. No debes preocuparse, Luis. Cuando…

— ¡Se ha perdido en un mundo desconocido! ¡Puede ocurrirle cualquier cosa!

— No en este mundo, Luis. No existe mundo más seguro que el nuestro. Cuando Teela l egue al borde de la isla, descubrirá que no puede hacer funcionar los discos que conducen a la siguiente. Irá caminando de disco en disco a lo largo de la costa hasta dar con uno que funcione.

— No estamos hablando de una computadora perdida. ¡Teela es sólo una chica de veinte años!

Teela apareció junto a él.

— Hola. Me he perdido un poco. ¿A qué vi ene tanto alboroto? Interlocutor-de-Animales le lanzó una sonrisa burlona con sus dientes como puñales. Luis intentó evitar la mirada entre sorprendida e inquisidora de Teela y sintió que se le encendían las mejillas.

— Seguidme — ordenó Nessus.

Siguieron al titerote hasta un lugar donde los discos formaban una línea a lo largo de la costa. Llegaron junto a un pentagrama. Lo pisaron y seguidamente se encontraron sobre una roca fuertemente iluminada con tubos solares. Una isla rocosa del tamaño de un espaciopuerto. En el centro había un edificio muy alto y una sola nave espacial.

— He aquí nuestro vehículo — anunció Nessus.

Teela e Interlocutor parecieron decepcionados: las orejas del kzin se plegaron y desaparecieron en sus fundas, mientras Teela miraba desconsolada la isla que acababan de dejar atrás, con la barrera luminosa que formaba la compacta sucesión de edificios de varios kilómetros de altura sobre el fondo de la noche interestelar. Luis, en cambio, experimentó una sensación de alivio y todos sus músculos se relajaron al ver la nave. Ya estaba saturado de milagros. Los discos, la inmensa ciudad, los cuatro mundos tributarios ahí suspendidos sobre el horizonte, cual enormes calabazas… tanta maravilla le tenía acoquinado. La nave era otra cosa. Era un fuselaje #2 de Productos Generales acoplado a un ala deltoide sobre la cual habían montado toda una serie de unidades propulsoras y motores de fusión. Aparatos todos conocidos, conque era innecesario hacer preguntas.

El kzin demostró que se equivocaba.

— Un diseño curioso desde el punto de vista de un ingeniero titerote. Nessus, ¿no te sentirías más seguro con la totalidad de la nave dentro del fuselaje?

— No. El diseño de esta nave representa una importante innovación. Venid, os lo explicaré.

Nessus trotó hacia la nave.

Buena pregunta la del kzin.

Productos Generales, la compañía comercial propiedad de los titerotes, había vendido toda clase de artefactos en el espacio conocido; pero había hecho fortuna gracias al fuselaje de Productos Generales. Este se ofrecía en cuatro variedades, desde un globo del tamaño de una pelota de baloncesto hasta otro globo de más de trescientos metros de diámetro: el fuselaje #4, el del «Tiro Largo». El fuselaje #3, un cilindro redondeado en los extremos, con el vientre aplastado, resultaba muy adecuado para una nave de pasajeros con un equipo de pilotaje. La nave que les había trasladado hasta el mundo de los titerotes unas horas atrás era de ese tipo. El fuselaje #2 era un cilindro con un estrechamiento en el centro, muy alargado y de extremos afilados. Por lo general sólo permitía acomodar un piloto.

El fuselaje de Productos Generales era transparente a la luz visible, e impermeable a cualquier otra forma de energía electromagnética, así como a la materia, en cualquier forma que se presentase. Características respaldadas por el buen nombre de la compañía, cuya garantía no había fallado en varios siglos y para millones de naves. Un fuselaje de Productos Generales constituía realmente la última palabra en materia de seguridad.

El vehículo que tenían ante los ojos había sido diseñado en base a un fuselaje #2 de Productos Generales.

Pero… hasta donde se le alcanzaba a Luis, sólo el sistema de supervivencia y el motor hiperlumínico de emergencia estaban situados en el interior del fuselaje. Todo lo demás —un par de unidades impulsoras planas orientadas hacia abajo, dos pequeños motores de fusión orientados hacia delante, varios motores de fusión situados en los extremos colgantes de las alas y un par de gigantescas cápsulas acopladas a la punta de las alas y que debían de contener material de detección y comunicaciones, pues Luis no lo pudo localizar en ninguna otra parte— ¡todo ello estaba montado sobre la gran ala deltoide!

La mitad de la nave se encontraba en el ala, expuesta a todo tipo de peligros susceptibles de preocupar a un titerote. ¿Por que no habían utilizado un fuselaje #3 que permitiría meterlo todo dentro)

El titerote les hizo pasar por debajo del ala deltoide y le condujo hasta la afilada cola del fuselaje.

— Deseábamos que el fuselaje tuviera el mínimo de aberturas — explicó Nessus —. ¿Veis esto?

A través del fuselaje transparente, Luis pudo distinguir un conducto aproximadamente del grosor de su muslo que unía el fuselaje con el ala. Todo se aclaró, cuando Luis por fin logró comprender que el conducto podía retraerse al interior del fuselaje. Luego consiguió identificar el motor que accionaba ese mecanismo Y la compuerta metálica que debía sellar la abertura.

— En una nave corriente — explicó el titerote —, es preciso abrir gran número de boquetes en el fuselaje: para los detectores insensibles a la luz visible, para los motores de reacción suponiendo que los haya, para los conductos que comunican con los depósitos de combustible. Aquí sólo tenemos dos aberturas: el conducto y la compuerta de acceso. Una para los pasajeros y otra para la información. Ambas pueden sellarse. Nuestros ingenieros han recubierto la superficie interna del fuselaje con un conductor transparente. Cuando la compuerta está cerrada y el conducto de los cables sellado, el interior se convierte en una superficie conductora continua.

— Un campo estático — aventuró Luis.

— Exactamente. En caso de peligro, todo el sistema de supervivencia se convierte en un campo estático de diseño esclavista por un período de varios segundos. El tiempo no existe en situación de estasis; luego, los pasajeros no pueden sufrir daño alguno. No cometeríamos la imprudencia de confiar sólo en el fuselaje. Lasers de luz visible podrían atravesar el fuselaje de Productos Generales y matar a los pasajeros sin dañar la nave. La antimateria puede desintegrar completamente el fuselaje de Productos Generales.

— No lo sabía.

— No lo propagamos a los cuatro vientos.

Luis se arrastró por debajo del ala deltoide hasta l egar al extremo donde Interlocutor-de-Animales estaba inspeccionando los motores.

— ¿Para qué querrán tantos motores?

El kzin respondió con un bufido:

— ¿Será posible que un humano haya olvidado el axioma kzinti?

— Oh.

Naturalmente, cualquier titerote que hubiera estudiado historia kzinti o humana debía conocer el axioma kzinti. Un motor de reacción es un arma cuya capacidad destructora es directamente proporcional a su eficiencia impulsora. Llevamos impulsores inertes para uso pacífico y motores de fusión como armamento.

— Ahora sé cómo aprendiste a manejar aparatos accionados por motores de fusión.

— No debe sorprenderte que haya recibido instrucción militar.

— Por si estallara otra guerra contra los hombres.

— No me obligues a demostrar mis dotes marciales.

— Tendrás ocasión de hacerlo — les interrumpió el titerote —. Nuestros ingenieros han previsto que esta nave sea pilotada por un kzin. Por favor, Interlocutor, ¿quieres inspeccionar los controles?

— En seguida. También necesitaré las características, la descripción de las pruebas realizadas y todo eso. ¿El motor hiperlumínico de emergencia es de tipo corriente?

— Sí. Y no hemos realizado pruebas de vuelo.

«No podía fallar — pensó Luis camino ya de la compuerta —. Se limitaron a construir el artefacto y esperaron a que viniéramos nosotros. ¿Cómo hubieran podido proceder de otro modo? Ningún titerote se habría prestado a realizar los vuelos de prueba por su propia voluntad.»

¿Dónde se había metido Teela?

Estaba a punto de l amaría cuando reapareció sobre la placa receptora. Se había ido a jugar un poco con los discos, sin prestar la menor atención a la nave. Les siguió a bordo, mientras lanzaba una última mirada decepcionada a la ciudad de los titerotes, inaccesible ya, al otro lado de las negras aguas.

Luis la esperó junto al portillo interior de la compuerta. Gustoso le habría dado una bofetada por su inconsciencia. ¡Ya se había perdido una vez, y aún volvía a las andadas!

La puerta se abrió y Teela apareció radiante:

— Oh, Luis, me alegro tanto de haber venido! ¡Es una ciudad tan… divertida! — Le estrechó las manos con fuerza, al mismo tiempo que emitía una serie de sonidos inarticulados. Su rostro era todo sonrisa.

Luis se sintió incapaz de darle el proyectado bofetón.

— Lo hemos pasado bien — le dijo, besándola con fuerza. Luego la condujo a la cabina de control con un brazo en torno a su cintura y la mano apoyada en su cadera.

Ya no le cabía la menor duda. Teela Brown no había sufrido el menor contratiempo en toda su vida; jamás había sabido qué era la cautela; el miedo era una palabra sin sentido para ella. El primer golpe constituiría una horrible sorpresa. Era posible que incluso l egara a producir su total desmoronamiento.

Y sólo lo recibiría sobre el cadáver de Luis Wu.

Los dioses no protegen a los insensatos, estos reciben protección de otros insensatos mejor dotados.

Un fuselaje Productos Generales #2 tiene seis metros de ancho y noventa de largo, acabando en punta por delante y por detrás.

La mayor parte de la nave quedaba fuera del fuselaje, en la delgada y desmesurada ala. El sistema de supervivencia era espacioso e incluía tres salones-dormitorio, una larga y estrecha sala de estar, una cabina de control, armarios, cocina, equipos médicos automáticos, regeneradores, baterías, etc. El panel de mandos seguía la costumbre kzinti y estaba rotulado en kzinti. Luis pensó que sería capaz de pilotar la nave en caso de emergencia, pero la emergencia tendría que ser muy grave para impulsarle a intentarlo.

En los armarios había una enorme variedad de equipo de exploración. Luis no hubiera podido señalar ninguno de los múltiples objetos e identificarlo, tajantemente como un arma. Sin embargo, muchos podían servir como tales. También había cuatro aerocicletas, cuatro mochilas de vuelo (cinturón salvavidas y tubo de propulsión catalítico), analizadores de alimentos, ampollas de aditivos alimentarlos, botiquines, analizadores de aire y filtros. Desde luego, alguien abrigaba la absoluta convicción de que esa nave aterrizaría en algún lugar.

Y, ¿por qué no? Una especie tan poderosa como la de los anillícolas y tan aislada a causa de su supuesta carencia de naves hiperlumínicas, podría muy bien invitarles a aterrizar. Tal vez eso esperaban los titerotes.

En la nave viajaban tres especies; cuatro, si se consideraba al macho y la hembra humanos como pertenecientes a especies distintas, idea nada descabellada desde el punto de vista de un kzin o un titerote. (¿Y si Nessus y el Ser último fuesen del mismo sexo? También cabía la posibilidad de que se precisasen dos machos y una hembra irracional para engendrar un nuevo titerote.) Los anillícolas podrían comprender en el acto la viabilidad de la coexistencia pacífica entre distintos tipos de vida racional.

Sin embargo, demasiados de esos objetos —las linternas de rayos laser, los aturdidores empleados en los duelos— podían emplearse como armas.

Despegaron con los impulsores inertes, a fin de no causar daños en la isla. Al cabo de media hora salían del débil campo de gravedad de la roseta de los titerotes. De pronto, Luis advirtió que, a excepción de Nessus, que había llegado con ellos, y de la imagen proyectada del titerote Chiron, no habían visto ni un solo titerote en el mundo de los titerotes.


Una vez superada la velocidad de la luz, Luis comenzó a inspeccionar el contenido de los armarios y pasó hora y media entregado a esta tarea. Más valía prevenir que curar, se dijo. Sin embargo, el armamento y el resto del equipo le dejó un desagradable regusto, algo así como un presentimiento.

Demasiadas armas y todas ellas podían tener también otros usos. Linternas de rayos laser. Motores de fusión. Cuando decidieron bautizar el hiperreactor en su primer día de vuelo, Luis sugirió que le l amasen «Embustero». Teela e Interlocutor aceptaron la sugerencia, cada uno por sus propios motivos particulares. Nessus no puso objeciones, también por razones que él sabía.

Estuvieron viajando a hipervelocidades durante toda una semana, en el curso de la cual cubrieron un poco más de dos años luz. Cuando volvieron a entrar en el espacio einsteiniano ya estaban dentro del sistema de la G2 del anillo; y Luis Wu seguía abrigando el mismo inquietante presentimiento.

Alguien estaba absolutamente convencido de que aterrizarían en el Mundo Anillo, ¡nej!

Загрузка...