20. Carne

Nessus había aterrizado en el fondo y estaba explorando las penumbras. Fuera del circuito del intercom, Luis intentó observar lo que hacía el titerote. Por fin, renunció a sus propósitos.

Mucho después oyó como un ruido de pasos. Esta vez sin campanillas.

Hizo una bocina con la mano y gritó hacia abajo:

— ¡Nessus!

El sonido rebotó en las paredes y se concentró con horrible estrépito en el vértice del cono, El titerote se puso en movimiento de un salto, corrió a su aerocicleta y emprendió el vuelo. Lo más probable es que más bien se limitara a desprenderse del suelo. Sin duda había dejado el motor en marcha para mantener el vehículo ahí abajo contra los efectos del campo magnético que les tenía atrapados. Ahora, lo único que tuvo que hacer fue parar el motor.

Se había situado otra vez entre el metal suspendido, cuando los pasos se detuvieron en algún lugar sobre sus cabezas.

— ¿Qué nej estará haciendo? — susurró Luis.

— Ten paciencia. No puedes esperar que ya esté condicionada tras sólo una sesión de tasp a baja intensidad.

— A ver si consigues meterte esto en tus duras cabezotas vacías. ¡No puedo conservar el equilibrio indefinidamente!

— Es preciso. ¿Puedo hacer algo por ti?

— Agua — dijo Luis, con una lengua que le daba la sensación de tener tres metros de franela enrollados en la boca.

— ¿Tienes sed? Pero ¿cómo me las arreglaré para darte de beber? Si vuelves la cabeza podrías perder el equilibrio.

— Lo sé. Déjalo correr. — Luis se encogió de hombros. Era curioso que Luis Wu, el viajero espacial, tuviera tanto vértigo —. ¿Cómo está Interlocutor?

— Me tiene preocupado, Luis. Lleva mucho tiempo sin sentido.

— Nej, nej…

Pasos.

Cambiar de traje debía de ser su obsesión, pensó Luis. Ahora llevaba un conjunto formado por una serie de pliegues verdes y naranja superpuestos. Al igual que las ropas que luciera antes, ocultaba por completo su figura.

Se arrodilló al borde de la plataforma de observación y se les quedó mirando impasible. Luis se agarró a su salvavidas de metal y esperó el curso de los acontecimientos.

Advirtió que su expresión comenzaba a suavizarse. Sus ojos adquirieron un aire soñador, las comisuras de la boca se curvaron ligeramente hacia arriba.

Nessus comenzó a hablar.

La muchacha pareció pensárselo un momento. Luego dijo algo que podría haber sido una respuesta.

Después se marchó.

— ¿Y bien?

— Ya veremos.

— Estoy tan cansado de esperar.

De pronto la aerocicleta comenzó a deslizarse hacia arriba. Hacia arriba y hacia delante. Rebotó contra el borde de la plataforma de vigilancia como un bote de remos al atracar.

Nessus puso grácilmente pie en tierra.


La muchacha acudió a saludarle. Lo que llevaba en la mano izquierda tenía que ser un arma. Tendió la otra mano hacia la cabeza del titerote, titubeó un instante y luego comenzó a acariciarle la espina dorsal secundaria con las uñas.

Nessus emitió un suspiro de placer.

La muchacha dio media vuelta y comenzó a subir. No se volvió ni una vez. Parecía perfectamente segura de que Nessus la seguiría como un perro; y así fue.

«Muy bien — pensó Luis —. Muéstrate sumiso. Haz que confíe en ti.»

El conjunto de celdas quedó silencioso como una enorme tumba, una vez se desvanecieron sus pasos mal acompasados.

Interlocutor estaba a unos diez metros de él, en el otro extremo de ese mar de los Sargazos de metal. Cuatro dedos negros acolchados y un trocito de rostro anaranjado era todo lo que asomaba de su persona entre los verdes globos antichoque. Luis no podía aproximarse a él de ningún modo. Tal vez el kzin ya hubiera muerto.

Entre los huesos blancos dispersos en el fondo se distinguían al menos una docena de calaveras. Huesos y vetustez, y metal aherrumbrado, y silencio. Luis Wu se aferró a su aerocicleta y esperó ver flaquear sus fuerzas de un momento a otro.

No transcurrieron muchos minutos, cuando en medio de su modorra percibió un cambio. Su punto de equilibrio se había desplazado.

La vida de Luis dependía de su habilidad para mantener el equilibrio. El desconcierto momentáneo le dejó rígido de terror. Comenzó a mirar frenéticamente a su alrededor, moviendo Sólo los ojos.

Seguía rodeado de vehículos de metal, inmóviles. Pero algo se estaba moviendo.

Un coche situado a bastante distancia de él, comenzó a chirriar como metal al desgarrarse, y de pronto subió un poco.

¿Qué?

No. Había aterrizado sobre el anillo superior de celdas. Todo el mar de los Sargazos había comenzado a hundirse uniformemente a través del espacio.

Uno a uno, los coches y las cápsulas volantes fueron aterrizando ruidosamente y quedaron atrás.

La aerocicleta de Luis chocó contra el hormigón con una sacudida, comenzó a girar en medio del torbellino de fuerzas electromagnéticas, y por fin dio la vuelta completa. Luis se soltó y se dejó rodar lejos del vehículo.

En el acto, intentó ponerse en pie. Pero no podía mantener el equilibrio; le era imposible permanecer erguido. Tenía las manos agarrotadas, retorcidas de dolor, inutilizadas. Se quedó ahí tendido de costado, jadeando, mientras reflexionaba que tal vez ya fuera demasiado tarde. Interlocutor ya debía de haber quedado sepultado bajo su aerocicleta.

No le costó localizar el vehículo del kzin, fácilmente identificable. Interlocutor estaba allí… y no había quedado aprisionado debajo de la aerocicleta. Debía de haber quedado debajo, pero luego el vehículo se tumbó de lado; además, hasta cierto punto los globos debían de haberle protegido.

Luis se le acercó a rastras.

El kzin estaba vivo y respiraba, pero seguía inconsciente. El peso de la aerocicleta no le había roto el cuello, posiblemente porque en realidad no tenía un verdadero cuello. Luis agarró la linterna de rayos laser de su cinturón y empleó el afilado rayo verde para desembarazar a Interlocutor de sus globos.

¿Y ahora qué?

Luis se estaba muriendo de sed.

La cabeza ya no parecía darle vueltas. Se levantó, con las piernas temblorosas, y salió en busca de la única fuente de agua potable en funcionamiento que conocía.

El bloque celular era un conjunto de salientes circulares concéntricas, cada uno de los cuales correspondía al techo de un anillo de celdas. Interlocutor había aterrizado en el cuarto círculo contando a partir del centro.

Luis encontró una aerocicleta envuelta en los jirones de un globo antichoques. Un piso más abajo y al otro lado de la fosa central, había otra, equipada con un asiento humano. La tercera…

La aerocicleta de Nessus había ido a parar en el piso inmediatamente inferior al de Interlocutor.

Luis descendió hasta ella. Los pies parecían a punto de hundirse bajo su peso a cada peldaño. Tenía los músculos demasiado fatigados para absorber el impacto.

Meneó la cabeza al ver el panel de mandos. ¡Nadie le robaría la aerocicleta a Nessus! Los mandos eran increíblemente crípticos. Sin embargo, consiguió identificar la espita del agua.

El agua estaba caliente e insípida como si fuese agua destilada, pero le supo a gloria.

Una vez saciada su sed, Luis probó un bloque alimenticio de la ranura de la cocinilla. Tenía un sabor muy extraño. Luis decidió no comérselo de momento. Tal vez contuviera aditivos venenosos para el metabolismo humano. Sería mejor preguntárselo a Nessus.

Le llevó agua a Interlocutor en su zapato, el primer recipiente que encontró a mano. La dejó caer en la boca del kzin, que se le tragó en sueños y sonrió. Luis fue a buscar más y se desplomó sin fuerzas antes de conseguir llegar al vehículo del titerote.

Conque se hizo un ovillo sobre el plástico liso de la construcción y cerró los ojos.

A salvo. Estaba a salvo.

Debía haberse dormido al instante, vistas las circunstancias. Pero algo seguía inquietándole. Los músculos sobrefatigados, calambres en las manos y los muslos, el miedo a caerse que aún no le había abandonado… y algo más…

Se incorporó.

— No es justo — masculló.

¿Interlocutor?

El kzin dormía hecho un ovillo, con las orejas aplastadas sobre la cabeza y el desintegrador apretado contra el vientre, de modo que sólo asomaba la doble boca del cañón. Su respiración era regular, pero muy acelerada. ¿Sería normal?

Nessus lo sabría. Mientras tanto, lo mejor sería dejarle dormir.

— No es justo — repitió Luis, en un susurro.

Estaba solo y se sentía solitario, sin la ventaja de hallarse en uno de sus viajes sabáticos. Era responsable del bienestar de otros. Su propia vida y su salud dependían del éxito de Nessus en engatusar a esa loca medio calva que les tenía prisioneros. No era de extrañar que no pudiera dormir.

Sin embargo…

Sus ojos la localizaron y se quedaron helados. Ahí estaba su aerocicleta.

Su aerocicleta con los globos reventados colgando, y a su lado tenía la aerocicleta de Nessus, y la de Interlocutor había quedado tirada junto a él, y luego ahí estaba la aerocicleta con el asiento adecuado para un humano y sin globos antichoque.

Cuatro aerocicletas.

La primera vez, en su desesperación por conseguir agua, no había advertido las aplicaciones de este hecho. Ahora… la aerocicleta de Teela. Debía de haber estado oculta tras uno de los vehículos mayores. Y no tenía globos antichoque.

Teela debía de haberse caído en cuanto la aerocicleta giró sobre sí.

O también podía haber salido despedida al desgarrársele la envoltura sónica cuando avanzaba a una velocidad de 2 Mach. ¿Qué había dicho Nessus? «Es evidente que su suerte es voluble.» E Interlocutor: «Si la suerte le hubiera fallado una sola vez, estaría muerta».

Estaba muerta. Tenía que estarlo. «Me embarqué contigo, porque te quiero.»

— Mala suerte — dijo Luis Wu —. Tuviste mala suerte al conocerme.

Se acurrucó sobre el cemento y se durmió.

Mucho más tarde, despertó sobresaltado y se encontró con la mirada de Interlocutor-de-Animales justo encima de su rostro. Sus ojos resultaban doblemente saltones en medio del extravagante antifaz anaranjado, y parecían relamerse…

— ¿Puedes comer los alimentos del herbívoro? — preguntó Interlocutor. Y luego añadió —: Creo que soy el único de los tres que no tiene reservas de comida.

Esos ojos que parecían relamerse… a Luis se le erizaron los pelos de la nuca. Procurando que no le temblara la voz dijo:

— Sabes perfectamente que dispones de una reserva de comida. La cuestión es saber si recurrirás a ella.

— Desde luego que no, Luis. Si el honor me obliga a morir de hambre a dos pasos de la carne, moriré de hambre sin rechistar.

— Así me gusta. — Luis dio media vuelta y fingió que volvía a dormirse.

Y cuando se despertó, al cabo de unas horas, comprendió que había dormido. Su subconsciente, decidió, debía confiar plenamente en la palabra del kzin. Si él kzin decía que prefería morir de hambre, ello significaba que se moriría de hambre.

Tenía la vejiga l ena y un ligero hedor le llenaba la nariz, y los músculos continuaban doloridos. La fosa resolvió el primer problema, y luego tomó agua de la aerocicleta del titerote para lavarse los restos de vómito que le habían quedado adheridos a la manga. Luego, Luis bajó cojeando un tramo de escaleras hasta su propia aerocicleta y sacó el botiquín de primeros auxilios.

Pero ese botiquín no era simplemente una caja de medicamentos; los dosificaba según receta y efectuaba sus propios diagnósticos. Un mecanismo complejo, y los fusiles automáticos lo habían destrozado.

La luz comenzó a hacerse más débil.

Las celdas tenían puertas en forma de escotilla en el techo, y pequeños paneles transparentes junto a las puertas. Luis se tendió boca abajo para espiar el interior de una celda. Una cama, un lavabo de curiosa forma, y… la luz del día que entraba por una ventana panorámica.

— ¡Interlocutor! — llamó Luis.

Se abrieron paso con el desintegrador. La ventana panorámica era grande y rectangular, un extraño lujo en una celda de una prisión. El cristal había desaparecido, a excepción de algunos trozos dentados y afilados en los bordes.

¿Ventanas para atormentar al prisionero con la visión de la libertad?

La ventana miraba hacia babor. Sólo la mitad del panorama estaba iluminado por la luz del día; la sombra del terminátor se aproximaba desde giro, como una negra cortina. Ante sus ojos se extendía el puerto: construcciones cúbicas que debían de ser almacenes, muelles en estado de putrefacción, grúas de un diseño elegantemente estilizado, y un enorme barco en un dique seco. Todo reducido a esqueletos rojos de orín.

A izquierda y a derecha se extendía una larguísima y retorcida costa. Un tramo de playa, luego una hilera de muelles, seguida de otro tramo de playa… La costa ya debía de haber sido construida siguiendo ese trazado, un trecho de playa poco profunda como Waikiki, luego aguas profundas que acababan en una costa recta, perfecta para la construcción de un puerto, luego otro trecho de playa poco profunda.

Y a lo lejos, el océano. Parecía extenderse eternamente, hasta desaparecer en el horizonte-infinito. No ocurría lo mismo si uno intentaba mirar la superficie del Atlántico…

El anochecer llegó como un telón, que iba avanzando de derecha a izquierda. Las luces que aún se conservaban en el Centro Cívico parecieron brillar con mayor intensidad, mientras la ciudad, el muelle y el océano quedaban sumergidos en la penumbra. Hacia antigiro seguía luciendo la dorada luz del día.

E Interlocutor se había apoderado del lecho ovalado de la celda.

Luis sonrió. El guerrero kzin tenía un aspecto sumamente plácido. Debía de estar recuperándose de sus heridas. Las quemaduras debían de haberle debilitado. ¿O sería más bien una forma de olvidar el hambre que le atenazaba?

Luis le dejó solo.

En la semioscuridad de la cárcel logró localizar la aerocicleta de Nessus. Estaba tan hambriento que se zampó un bloque alimenticio destinado a las tripas de un titerote, sin prestar mayor atención al curioso sabor. La oscuridad comenzaba a molestarle, conque encendió los faros de la aerocicleta del titerote y luego salió en busca de las demás para encender también los faros. Cuando terminó esta operación, el lugar quedó bastante iluminado y lleno de complicadas e inquietantes sombras.

¿Por qué tardaría tanto Nessus?

La vieja cárcel flotante no era un lugar demasiado divertido. Las horas que uno podía pasar dormido tenían un límite y Luis ya había cubierto su cupo, y las horas que uno podía pasar preguntándose qué nej estaría haciendo el titerote ahí arriba también tenían su límite, después uno ya empezaba a pensar que tal vez le estaría haciendo una mala jugada.

Al fin y al cabo, Nessus no era simplemente un extraterrestre. Era un titerote de Pierson con un largo historial en la manipulación de seres humanos para servir a sus propios fines.

Si conseguía llegar a un acuerdo con un (supuesto) Ingeniero del Mundo Anillo, sería perfectamente capaz de abandonar a Luis e Interlocutor en el acto, sin pensárselo dos veces. A un titerote nada le impediría proceder así.

Y había dos buenas razones que podían aconsejar ese comportamiento.

Casi con toda certeza, Interlocutor-de-Animales haría aún un último intento desesperado de arrebatarle el «Tiro Largo» a Luis Wu, a fin de garantizar a los kzinti la exclusiva del hiperreactor de quantum 11. El titerote podría resultar herido en la consiguiente batalla. Luego, sería más seguro abandonar a Interlocutor ya… y también a Luis Wu, pues probablemente se opondría a semejante traición.

Además, ambos sabían demasiado. Una vez muerta Teela, sólo Interlocutor y Luis conocían los experimentos de los titerotes en el campo de la evolución controlada. El señuelo para atraer vástagos de las estrellas, las Leyes de Procreación… si Nessus tenía órdenes de revelar esa información, a fin de observar las reacciones de sus compañeros de equipo, seguramente también tenía órdenes de abandonarlos al l egar a cierto punto del viaje.

La idea ni siquiera era nueva. En este sentido, Luis se había mantenido al acecho de cualquier acción desde que Nessus admitió haber atraído una nave Forastera hasta Procyon gracias al señuelo de vástagos de las estrellas. Y su paranoia estaba justificada en cierto sentido. Pero, ¿qué nej podía hacer para evitarlo?

Para no volverse loco, Luis se introdujo en otra celda. Desgajó lo que imaginaba eran cerrojos aplicándoles su linterna de rayos laser con el haz muy concentrado y a gran intensidad, y a la cuarta tentativa logró abrir la puerta.

Un terrible hedor comenzó a llenarle las narices. Luis contuvo la respiración e introdujo la cabeza y la linterna de rayos laser en la celda el tiempo suficiente para descubrir la causa de ese olor. Alguien había muerto allí dentro, cuando ya se había desconectado la ventilación. El cadáver estaba apoyado contra la ventana panorámica con un pesado jarrón en la mano. El jarrón estaba roto. Y la ventana seguía intacta.

La celda contigua estaba vacía. Luis tomó posesión de ella.

Había cruzado al otro lado de la fosa en busca de una celda que diera a estribor. Enfrente podía ver el huracán horizontal. Tenía unas dimensiones respetables, teniendo en cuenta que quedaba a unos cuarenta mil kilómetros de allí. Un gran ojo azul Pensativo.

En la dirección de giro se divisaba un edificio flotante, alto y estrecho, del tamaño de una nave especial de pasajeros. Luis soñó por un momento que era una nave especial, ahí escondida con gran disimulo, y que para salir del Mundo Anillo les bastaba…

El pasatiempo duró poco. Luis se entrenó a memorizar el plano de la ciudad. Podría ser importante. Era el primer lugar que habían encontrado donde aún quedaba algún rastro de una civilización todavía activa.

Aproximadamente una hora más tarde decidió tomarse un descanso. Se sentó en el sucio camastro ovalado y se quedó mirando el Ojo, y… más allá del Ojo, bastante desplazado hacia un lado, divisó un minúsculo triángulo de un intenso pardo-grisáceo.

El triángulo apenas tenía el tamaño suficiente para que resultara visible su forma de tal. Se apoyaba directamente sobre el caos blanco-grisáceo del horizonte-infinito. Lo cual significaba que allí era aún de día… a pesar de que su ventana miraba casi directamente a estribor…

Luis salió en busca de sus prismáticos.

A través de ellos pudo distinguir cada detalle con la misma claridad y nitidez que los cráteres de la Luna. Un triángulo irregular, pardo-rojizo cerca de la base, con el brillo de la nieve sucia en las proximidades de la cúspide… El Puño-de-Dios. Debía ser muchísimo más grande de lo que había supuesto. Para resultar visible desde tan lejos, la mayor parte de la montaña debía sobresalir por encima de la atmósfera.

La flotilla de aerocicletas debía de haber volado unos doscientos cincuenta mil kilómetros desde el lugar del accidente. El Puño-de-Dios tenía que tener al menos unos mil quinientos kilómetros de altura.

Luis soltó un silbido. Volvió a enfocar los prismáticos.


Mientras permanecía ahí sentado en la oscuridad, Luis comenzó a advertir poco a poco algún ruido sobre su cabeza.

Asomó la cabeza por la trampilla de la celda.

— ¡Hola, Luis! — rugió Interlocutor-de-Animales, que agitaba los rojos despojos crudos y semidevorados de algo que debía tener aproximadamente el tamaño de una cabra. El kzin arrancó un trozo del tamaño de un buen bistec, y luego otro, y otro. Sus dientes estaban diseñados para desgarrar, no para masticar.

Se agachó para coger una pierna ensangrentada aún con el casco y la piel.

— ¡Te hemos guardado un poco, Luis! Lleva varias horas muerto, pero no tiene importancia. Debemos darnos prisa. Al herbívoro le molesta vernos comer. Ahora está gozando del panorama que se divisa desde mi celda.

— Espera a que vea el de mi ventana — dijo Luis —. Nos habíamos equivocado respecto al Puño-de-Dios, Interlocutor. Tiene al menos mil quinientos kilómetros de altura. La cumbre no está cubierta de nieve, es…

— ¡Luis! ¡Come!

Luis descubrió que se le estaba haciendo agua la boca.

— Tiene que haber alguna manera de asar esta cosa…

No se equivocaba. Le pidió a Interlocutor que le arrancara la piel, luego insertó el casco de la bestia en un peldaño roto, se apartó un poco y asó la carne con el rayo laser a elevada intensidad y con el foco muy abierto.

— La carne no está fresca — comentó Interlocutor algo escéptico —, pero no creo que la cremación solucione el problema.

— ¿Cómo le ha ido a Nessus? ¿Sigue siendo un prisionero, o controla la situación?

— La controla a medias, diría yo. Mira ahí arriba.

La navegante espacial parecía una pequeña figurita de juguete sentada en la plataforma de observación, con los pies colgando sobre el vacío, y el rostro y el cráneo blancos que se hicieron visibles cuando se inclinó a mirarles.

— ¿Te das cuenta? No le pierde de vista ni un momento.

Luis decidió que la carne ya debía estar lista. Advirtió la impaciencia de Interlocutor ante su forma de comer, ante la manera que tenía Luis Wu de masticar lentamente cada trocito. Sin embargo, a Luis le parecía estar devorando como una fiera. Tenía hambre.

En atención al titerote, arrojaron los huesos sobre la ciudad, por la ventana rota. Luego, todos se reunieron en torno a la aerocicleta del titerote.

— Está parcialmente condicionada — dijo Nessus. Le costaba respirar, tal vez a causa del olor a carne cruda y chamuscada —. He logrado sonsacarle bastante información sobre su persona.

— ¿Sabes por qué nos ha metido en esta ratonera?

— Sí, y muchas cosas más. Estamos de suerte. Es una exploradora espacial, tripulante de una nave dragadora.

— ¡Caramba! — exclamó Luis Wu.

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