19. En la trampa

Interlocutor, con mayor sentido práctico, hizo sonar la sirena de alarma.

El pitido en múltiple frecuencia sonó y sonó y sonó. Luis comenzaba a preguntarse si el titerote se dignaría responder. Les ocurriría como al pastorcito que gritaba ¡el lobo, el lobo!… Pero Nessus ya estaba gritando:

— ¿Sí? ¿Sí? — con el volumen demasiado alto. Claro, había tenido que bajar primero.

— Nos han atacado — le explicó Interlocutor —. Algún organismo está dirigiendo nuestros vehículos por control remoto. ¿Alguna sugerencia?

Imposible adivinar lo que estaba pensando Nessus. Sus labios, en doble número de lo normal, anchos y colgantes con sus abultamientos que hacían las veces de dedos, comenzaron a moverse a toda prisa, pero sin ningún sentido aparente. ¿Podría prestarles ayuda el titerote? ¿O sería presa del pánico?

— Haced girar los aparatos de intercomunicación para que pueda hacerme una idea de vuestra trayectoria. ¿Estáis heridos?

— No, pero no podemos hacer nada — respondió — Luis. No podemos saltar. Volamos a demasiada altura y demasiado de prisa. Vamos directos al Centro Cívico.

— ¿A dónde?

— El grupo de edificios iluminados. ¿Recuerdas?

— Sí. — El titerote analizaba la situación —. Una onda pirata debe de haberse interferido con las emisiones de vuestros instrumentos. Interlocutor, dame los datos de tus indicadores.

Interlocutor se los fue leyendo, mientras él y Luis se aproximaban cada vez más a las luces del Centro Cívico. En cierto momento Luis le interrumpió:

— Estamos sobrevolando la zona suburbial con las calles iluminadas.

— ¿Son realmente luces urbanas?

— Sí y no. En todas las puertas ovaladas se ve un resplandor anaranjado. Resulta curioso. Yo diría que se trata de verdadera iluminación urbana, pero la energía eléctrica ha ido disminuyendo y con el tiempo ha perdido intensidad.

— Soy de la misma opinión — terció Interlocutor.

— Creo que vamos directos al gran edificio central.

— Ya lo veo. El doble cono que sólo tiene encendidas las luces superiores.

— El mismo.

— Luis, intentaremos cortar la señal pirata. Acopla tu vehículo al mío.

Luis activó el circuito de acoplamiento.

El vehículo se aplastó contra su cuerpo, como si una bota gigante le hubiera dado una patada en el trasero. El motor dejó de funcionar.

Globos antichoque se inflaron delante y detrás suyo. Eran globos de forma fija y se cerraron en torno a él como un par de manos entrelazadas.

Estaba cayendo.

— Estoy cayendo — informó. La mano, comprimida por los globos contra el panel de mandos, seguía apoyada sobre el circuito de acoplamiento. Luis esperó un momento, aún con la esperanza de que éste funcionase. Pero las casas en forma de colmenas parecían cada vez más próximas. Luis volvió a conectar el mando manual.

Nada ocurrió. Seguía cayendo.

Con una serenidad que era mera bravuconería, Luis dijo:

— Interlocutor, no intentes conectar tus mandos al vehículo de Nessus. El circuito no funciona. — Y, consciente de que podían verle la cara, se mantuvo impertérrito, con el rostro inmóvil y los ojos muy abiertos. Y así esperó el golpe mortal contra el Mundo Anillo.

Bruscamente se produjo una desaceleración que empujó con fuerza la aerocicleta hacia arriba. El vehículo dio media vuelta y Luis Wu se encontró cabeza abajo sometido a una tracción de cinco gravedades.

Se desmayó.

Cuando volvió en sí, aún estaba colgando cabeza abajo, y sólo le sostenía la presión de los globos antichoque. Le palpitaban las sienes. Tuvo una borrosa visión del Maestro Titiritero intentando desenredar sus hilos en medio de una sarta de maldiciones, y entre tanto el títere Luis Wu colgaba cabeza abajo en aquel escenario.


El edificio flotante era bajo y ancho y muy rebuscado. La mitad inferior era un cono invertido. Cuando las aerocicletas estuvieron cerca, en su pared se abrió una hendedura horizontal y se los tragó.

Ya estaban casi en el interior cuando la aerocicleta de Interlocutor, cada vez más próxima a la de Luis, dio lentamente la vuelta. Los globos se hincharon en torno al kzin antes de que l egara a caerse. Luis se regocijó con amarga satisfacción. Llevaba mucho rato sufriendo y le resultaba grato no ser el único.

— Vuestra posición invertida indica que os sostiene algún campo de carácter electromagnético — decía en esos momentos el titerote —. Estos campos sólo pueden sostener el metal, pero no el protoplasma, lo cual significa…

Luis se agitó entre los globos que lo aprisionaban, pero no demasiado. Caería al vacío si éstos dejaban de sostenerlo. La puerta corredera se cerró tras él, antes de que sus ojos hubieran tenido tiempo de adaptarse a la oscuridad. No veía nada. Imposible adivinar a qué distancia del suelo debían estar.

— ¿Puedes tocarlo con la mano? — oyó preguntar a Nessus. E Interlocutor:

— Sí, si consigo meter la mano entre… ¡Huy! Tenías razón. La carrocería está caliente.

— Entonces, el motor se ha quemado. Vuestras aerocicletas han quedado inertes, muertas.

— Es una suerte que el asiento esté protegido del calor. — No es de extrañar que los anillícolas fueran adeptos al uso de las fuerzas electromagnéticas. Carecían de tantas otras fuerzas: motores hiperlumínicos, motores de reacción, gravedad inducida…

Luis procuró distinguir algo, cualquier cosa. Logró girar la cabeza, lentamente, mientras su mejilla rozaba la superficie del globo; pero no se veía luz por ninguna parte.

Lentamente consiguió mover los brazos contra la presión que los atenazaba, y fue palpando el tablero hasta encontrar el interruptor del faro. No hubiera sabido decir por qué esperaba que funcionase.

Los rayos de luz salieron blancos y apretados y rebotaron más apagados contra una distante pared curva.

Una docena de vehículos permanecían suspendidos a su alrededor, todos al mismo nivel. Había propulsores portátiles individuales, no mayores que las mochilas a chorro empleadas para carreras, y otros del tamaño de coches volantes. Incluso había una especie de camión volante con un fuselaje transparente.

En medio del laberinto de hierros viejos, divisó una aerocicleta con Interlocutor-de-Animales colgando cabeza abajo. La cabeza pelada y el velludo antifaz anaranjado del kzin, asomaban por debajo del globo antichoques; y había conseguido sacar una garra para tocar la carrocería de la aerocicleta.

— Muy bien — dijo Nessus —. Luz. Es justo lo que lo que iba a sugerimos. ¿Os dais cuenta de la importancia de lo ocurrido? Todos los circuitos eléctricos y electromagnéticos de vuestros vehículos han quedado inutilizados, suponiendo que funcionasen cuando fuisteis atacados. El vehículo de Interlocutor, y seguramente también el tuyo, Luis, fueron atacados por segunda vez cuando entrasteis en el edificio.

— Que según todos los indicios es una cárcel — logró decir Luis. Su cabeza parecía un globo de agua demasiado lleno y le costaba articular las palabras. Pero no podía dejar que los demás se ocupasen de todo, aun cuando las tareas a realizar no fuesen más allá de especular sobre la tecnología de unos seres de otra especie, mientras colgaban cabeza abajo —. Pero, entonces, ¿por qué no hay otro fusil de precisión aquí dentro? Por si estuviéramos armados. Y lo estamos.

— No me cabe la menor duda de que hay uno — le respondió Nessus —. Tus faros demuestran que este tercer fusil no funciona. Es evidente que se trata de armas automáticas, pues de lo contrario alguien estaría vigilando. Interlocutor no debería de tener mayor problema con su propia excavadora-desintegradora.

— Me alegra saberlo — dijo Luis —. Pero hemos echado un vistazo a nuestro alrededor…

Él e Interlocutor estaban flotando cabeza abajo en un mar de los Sargazos suspendido. Uno de los tres arcaicos propulsores portátiles estaba enganchado aún a un usuario. El esqueleto era de pequeñas dimensiones, pero humano. Sobre los blancos huesos no quedaba ya ni un jirón de piel. Las ropas debieron ser de buena calidad, pues todavía se conservaba algún harapo de vivos colores, entre ellos una raída capa amarilla que colgaba de la barbilla del piloto.

Los otros propulsores portátiles flotaban solos. Pero los huesos tenían que estar en alguna parte… Luis giró la cabeza hacia atrás, con gran esfuerzo, la giró aún un poco más…

El sótano del cuartel de policía era una ancha y oscura fosa cónica. En torno a la pared había anillos concéntricos de celdas. Estas se abrían por una trampilla situada en la parte superior. Unas escaleras radiales conducían desde la cúspide al fondo de la fosa. Y el fondo estaba lleno de los huesos que Luis buscaba y cuyo tenue resplandor logró captar ahí abajo.

No le extrañaba que un hombre atrapado en un propulsor portátil destrozado hubiera tenido miedo de dejarse caer. Pero otros, al verse allí encerrados en sus coches y remolques, habían preferido la larga caída a la muerte por deshidratación.

— No sé sobre qué podrá usar Interlocutor su desintegrador — comentó Luis.

— Lo he estado pensando muy seriamente.

— De nada nos servirá que haga un agujero en la pared. Ni en el techo, aparte de que está fuera de su alcance. Si consigue darle al generador del campo magnético que nos tiene aquí suspendidos, caeremos treinta metros hasta el suelo. Y si no lo hace, permaneceremos aquí hasta morir de hambre, o hasta que decidamos soltarnos, ya desesperados.

— Así es.

— ¿No sabes decir más que eso? ¿Así es?

— Necesito más información. ¿Podríais describirme lo que veis a vuestro alrededor? Yo sólo logro divisar un trozo de pared curva.

Se fueron turnando para describir el bloque de celdas cónico, al menos lo que conseguían distinguir bajo el foco de luz. Interlocutor también encendió sus faros, y consiguieron ver algo más.

Pero cuando acabó de enumerar todo lo que veía, Luis seguía ahí atrapado, colgando cabeza abajo, sin agua ni comida, y suspendido a una altura suficiente para hacer mortal la caída.

Luis sintió que en el fondo de su estómago comenzaba a formarse un chillido, como una burbuja, bien escondida y controlada, pero siempre amenazando con salir a flote. Pronto llegaría a la superficie…

Y se preguntó si Nessus les abandonaría.

Las cosas se presentaban mal. El interrogante tenía una clara respuesta. El titerote tenía todos los motivos para largarse y ninguno para permanecer a su lado.

A menos que aún confiara hallar nativos civilizados en el lugar.

— Tanto los vehículos flotantes como la antigüedad de los esqueletos indican que nadie se ocupa del mantenimiento de la maquinaria del bloque de celdas — aventuró Interlocutor — Los campos magnéticos que nos han atrapado debieron de recoger algunos vehículos cuando la ciudad ya había sido abandonada; pero en el Mundo Anillo ya no quedan vehículos. Ello explica que continúen funcionando las máquinas; nada les ha hecho consumir energía en mucho tiempo.

— Es posible — dijo Nessus —. Pero algo está interceptando nuestra conversación.

Luis sintió que se le aguzaban los oídos. Vio abrirse las orejas de Interlocutor como abanicos.

— Deben de contar con una técnica excelente para captar un circuito cerrado. Me pregunto si el curioso tendrá un traductor.

— ¿Puedes averiguar algo sobre él?

— Sólo la dirección en que se halla situado. La fuente de la interferencia radica más o menos en el lugar donde ahora os encontráis. Es posible que el curioso esté exactamente encima vuestro.

En un gesto reflejo, Luis intentó mirar hacia arriba. Imposible. Estaba cabeza abajo y dos globos antichoque, así como la aerocicleta, se interponían entre él y el techo.

— Hemos encontrado la civilización del Mundo Anillo — dijo en voz alta.

— Es posible; creo que un ser civilizado podría haber reparado el fusil de precisión, como le llamabas. Pero lo principal… aguarda un momento.

Y el titerote comenzó a canturrear Beethoven, o los Beatles, o algo que sonaba a clásico. A Luis incluso le pareció que iba improvisando sobre la marcha.

El canturreo continuó y continuó. Luis empezaba a sentir sed. Y hambre. Y le palpitaban las sienes.

Ya había abandonado toda esperanza más de una vez, cuando el titerote volvió a hablar.

— Hubiera preferido usar el desintegrador, pero no puede ser. Luis, tú tendrás que encargarte de esto; eres descendiente de primates y por tanto puedes trepar mejor que Interlocutor. Coge la…

— ¿Trepar?

— Cuando termine de explicártelo podrás hacer todas las preguntas que quieras, Luis. Coge la linterna de rayos laser, dondequiera que la hayas puesto. Usa el rayo para reventar el globo que tienes delante. Tendrás que agarrarte al material del globo antes de caer. Luego puedes trepar por él hasta situarte encima de la aerocicleta. Entonces…

— Has perdido el juicio.

— Déjame acabar, Luis. Toda esta actividad tiene como finalidad destruir el fusil de precisión, como lo llamabas. Lo más probable es que haya dos, uno debe estar situado encima, o debajo, de la puerta de entrada. El otro puede estar en cualquier parte. El único indicio que puede servirte de guía es que debe ser parecido al primero.

— Claro, y también puede ser distinto. En fin, no tiene importancia. ¿Crees que puedo agarrarme al material de un globo que acaba de reventar con la rapidez suficiente para…? No, no puedo.

— Luis. ¿Cómo puedo acudir en vuestra ayuda con un arma apostada a punto de destrozar mi maquinaria?

— No lo sé.

— ¿Esperas que trepe Interlocutor en lugar tuyo?

— ¿Saben trepar los gatos?

— Mis antepasados eran gatos de pura raza, Luis — dijo Interlocutor —. Aún no tengo curada la mano quemada. Y no sé trepar. De todos modos, lo que sugiere el herbívoro es una locura. En el fondo, todo ello no es más que una excusa para abandonarnos.

Luis lo comprendía. Tal vez dejó traslucir el miedo.

— Aún no tengo intención de abandonamos — dijo Nessus —. Esperaré. Tal vez se os ocurra un plan mejor. Tal vez el curioso se presente. De un modo u otro, esperaré.


Ahí colgado cabeza abajo e inmovilizado entre dos globos rígidos, no era raro que a Luis Wu le costara calcular el tiempo. Nada cambiaba. Nada se movía. Podía oír silbar a Nessus a lo lejos; pero, excepto eso, nada parecía ocurrir.

Por fin, Luis comenzó a contar los latidos de su propio corazón. Setenta y dos por minuto, calculó.

Exactamente diez minutos más tarde se le oyó decir:

— Setenta y dos. Uno. Pero, ¿qué estoy haciendo?

— ¿Hablabas conmigo, Luis?

— ¡Nej! Interlocutor, no lo soporto más. Prefiero morir ahora mismo antes que enloquecer.

— Yo mando aquí, Luis, estamos en situación de combate. Y te ordeno que te serenes y esperes.

— Lo siento. — Luis intentó bajar los brazos, hizo una pausa, luego otro esfuerzo para bajar los brazos, otra pausa. Ya lo tenía: el cinturón. La mano había quedado demasiado adelante. Intentó mover el codo hacia atrás, descansó, otro empujón hacia atrás…

— Lo que sugiere el titerote es un suicidio, Luis.

— Es posible. — Ya la tenía: la linterna de rayos laser. Con dos sacudidas más logró zafarla del cinturón y apuntarla hacia delante; quemaría el panel de mandos, pero al menos no se quemaría él.

Disparó.

El globo comenzó a desinflarse lentamente. Al mismo tiempo, el globo que tenía detrás le aplastó contra los mandos. Al disminuir la presión, le resultó más fácil introducirse otra vez la linterna de rayos laser en el cinturón y agarrar dos puñados del arrugado material colgante.

También había empezado a deslizarse de su asiento. Más y más rápido… se agarró con fuerza obsesiva, y cuando por fin su cuerpo giró y comenzó a caer, sus manos no resbalaron sobre la tela. Se quedó ahí suspendido bajo la aerocicleta, con un foso de treinta metros bajo los pies y…

— ¡Interlocutor!

— Estoy aquí, Luis. He conseguido sacar mi propia arma. ¿Quieres que te reviente el otro globo?

— ¡Sí! — Se interponía justo en su camino, impidiéndole cualquier movimiento.

El globo no se desinfló. De un costado salió un chorro de polvo que duró unos dos segundos, luego todo el globo desapareció en un gran remolino de aire. Interlocutor lo había destrozado con un rayo del desintegrador.

— Sólo Finagle sabe cómo consigues hacer puntería con ese artefacto — exclamó Luis. Luego comenzó a trepar.

No le resultó difícil mientras pudo sostenerse de los jirones del globo. En otras palabras: pese a las horas que había pasado cabeza abajo con la sangre afluyéndole al cerebro, Luis logró no resbalar. Pero la tela acababa cerca de los soportes para los pies; y la aerocicleta casi había dado la vuelta por efecto de su peso, conque seguía colgado debajo.

Se izó hasta el vehículo, se aferró con las rodillas. Comenzó a balancearse.

Interlocutor-de-Animales estaba emitiendo unos curiosos ruidos.

Cada nueva oscilación hacía balancearse más la aerocicleta. Luis pensó, porque no le quedaba más remedio, que la mayor parte del metal debía de estar en el vientre del vehículo. De lo contrario, éste siempre giraría y Luis acabaría colgado debajo, dondequiera que se colocase, en cuyo caso Nessus no hubiera hecho esa sugerencia.

La aerocicleta casi dio toda la vuelta. Luis sintió náuseas y tuvo que hacer un esfuerzo para no vomitar. Si ahora se le obstruían las vías respiratorias, todo habría terminado.

La aerocicleta giró en sentido contrario, dio media vuelta, y quedó exactamente boca arriba. Luis se tendió sobre el vientre del vehículo y agarró el otro extremo del globo desinflado. Por fin lo tenía.

La aerocicleta continuó girando. Luis estaba a horcajadas con el torso apoyado sobre el vientre de la máquina. Esperó, agarrándose con todas sus fuerzas.

El armazón inerte se detuvo un momento, pareció titubear, volvió a girar en sentido contrario. Los canales semicirculares le zumbaban y Luis devolvió —qué— ¿el almuerzo del día anterior? Lo devolvió de un modo explosivo, en grandes suspiros agonizantes, sobre el metal y sobré su manga; pero no se desvió más de unos centímetros de la posición inicial.

El vehículo continuaba balanceándose como si estuviera en alta mar. Pero Luis estaba bien anclado. Por fin levantó la vista.

Una mujer le estaba observando.

Parecía completamente calva. Su rostro le recordó a Luis la escultura de alambre del salón de banquetes de la torre del Cielo. Las facciones, y también la expresión. Se la veía serena como una diosa o una muerta. Y Luis sintió ganas de ruborizarse, o esconderse, o desaparecer.

Sin embargo, lo que hizo fue decir:

— Interlocutor, nos están observando. Pásale el mensaje a Nessus.

— Un momento, Luis. Estoy mareado. Cometí el error de mirar cómo trepabas.

— De acuerdo. Es…, me pareció que era calva, pero no lo es. Tiene una estrecha franja de cuero cabelludo que le va de oreja a oreja y confluye en la base del cráneo. Lleva el cabello largo, por debajo del hombro. — No añadió que tenía el cabello espeso y oscuro, ni que le caía por encima de un hombro cuando se inclinó ligeramente hacia delante para observar a Luis Wu; ni que tenía un cráneo fino y delicado, ni que sus ojos parecían atravesarlo —. Parece ser un Ingeniero; o bien pertenece a la misma raza o bien sigue las mismas costumbres. ¿Has tomado nota de todo?

— Sí. ¿Cómo te las arreglas para trepar así? Parecías desafiar la gravedad. ¿Qué eres tú, Luis?

Sin dejar de aferrarse a su aerocicleta inutilizada, Luis rió.

El esfuerzo le dejó agotado.

— Eres un kdaptista — dijo —. No lo niegues.

— Me educaron en esas creencias, pero no llegaron a arraigar en mí. ¿Has conseguido comunicarte con Nessus?

— Sí. He tocado la sirena.

— Transmítele lo siguiente. Está a unos seis metros de mí. Me está mirando como una serpiente. No quiero decir que sienta un gran interés por mí, pero es lo único que parece interesarle. Parpadea, pero no aparta los ojos ni un momento. Está sentada en una especie de casilla. Tres de las paredes debían ser de vidrio o algo parecido, pero se han esfumado, y sólo quedan un par de escalones y una plataforma. Está sentada con las piernas colgando sobre el borde. Debió de ser un sistema para observar a los prisioneros. Va vestida con un mono abombado que le cubre hasta las rodillas, y con mangas hasta los codos… En fin, no tiene interés para un extraterrestre. El tejido es sintético, sin duda alguna, y o bien es nuevo o se limpia solo y es muy duradero. Está… — Luis interrumpió su descripción porque la chica había dicho algo.

Esperó. Ella repitió sus palabras; una frase corta.

Luego se levantó con gran donaire y subió las escaleras.

— Se ha ido — dijo Luis —. Seguramente he dejado de interesarle.

— Tal vez haya vuelto junto a sus aparatos de escucha.

— Es muy posible que tengas razón.

Si alguien estaba fisgando en sus conversaciones en ese edificio, no costaba adivinar que debía de ser ella.

— Nessus ha dicho que debes enfocar tu linterna de rayos laser con un rayo ancho y de baja intensidad, y dejar que ella te vea usándolo como foco la próxima vez que se presente. Tampoco debo dejarle ver mi desintegrador. Esa mujer podría matarnos con sólo desconectar un interruptor. No debe saber que tenemos armas.

— Entonces, ¿cómo nos desharemos de los fusiles de precisión?

Interlocutor le transmitió la respuesta al cabo de unos segundos.

— No es necesario. Nessus dice que intentará otra cosa. Viene hacia aquí.

El titerote debía de saber lo que se traía entre manos.

Luis se frotó la mejilla contra el fresco y pulido metal.


Se adormeció.

Durante todo ese rato sólo estuvo marginalmente consciente del lugar en que se hallaba. Cuando su aerocicleta se movía o se desplazaba un poco, se despertaba sobresaltado y se agarraba fuertemente al metal con las rodillas y a la tela del globo con los puños. Todo su sueño fue una constante pesadilla.

Por fin un rayo de luz penetró entre sus párpados y en el acto estuvo despierto.

La luz del día se filtraba a través de la hendedura que les había servido de puerta de acceso. En medio del resplandor, vio la aerocicleta de Nessus, boca arriba, al igual que el titerote, el cual se mantenía sujeto a su asiento gracias a una red, en vez de globos antichoque.

La hendedura volvió a cerrarse tras él.

— Bienvenido — dijo Interlocutor, arrastrando las palabras —. ¿Podrías ponerme cabeza arriba?

— Aún no. ¿Ha reaparecido la muchacha?

— No.

— Ya volverá. Los humanos son curiosos, Interlocutor. No creo que haya visto nunca a un miembro de nuestra especie.

— ¿Y qué? Yo lo que quiero es estar cabeza arriba — gimoteó Interlocutor.

El titerote apretó unos cuantos botones en su panel de mandos. Y se produjo un milagro: su aerocicleta dio la vuelta.

Luis sólo pronunció una palabra.

— ¿Cómo?

— Desconecté todo el mecanismo en cuanto advertí que la onda pirata se había apoderado de mis mandos. Si el campo elevador no me hubiera atrapado, aún me ¿Quedaba tiempo para poner en marcha los motores antes de estrellarme contra el asfalto. En fin — dijo animosamente el titerote —, el próximo paso no será muy difícil. Cuando aparezca la chica, mostraos amistosos. Luis, puedes intentar tener relaciones sexuales con ella si crees que la cosa puede salir bien. Interlocutor, Luis será nuestro amo; nosotros seremos sus servidores. La mujer podría ser xenófoba; la tranquilizará pensar que un ser humano domina a estos seres de otras especies.

Luis incluso logró reír. De un modo u otro, el ligero sueño plagado de pesadillas había logrado relajarlo.

— Dudo mucho que su disposición sea amistosa, y mucho menos seductora. Tú no la has visto. Es tan fría como las cavernas negras de Plutón, al menos por lo que a mí respecta, y la verdad es que no se lo reprocho.

Le había visto vomitar sobre su manga, un espectáculo más bien poco romántico.

— Se sentirá feliz cada vez que nos vea — les aseguró el titerote —. Y dejará de sentirse feliz cuando intente abandonarnos. Si permite que uno de nosotros se aproxime más a ella, su alegría aumentará…

— ¡Claro, nej!

— ¿Te das cuenta? Estupendo. Además, he estado practicando la lengua del Mundo Anillo. Creo que mi pronunciación es correcta, y también mi gramática. Sólo quisiera comprender el significado de un mayor número de palabras…


Ya hacía rato que Interlocutor había dejado de quejarse. Allí suspendido cabeza abajo sobre una caída mortal, todo l eno de l agas y con una mano quemada hasta el hueso, había estado despotricando contra Luis y Nessus por su impotencia para ayudarle. Pero l evaba varias horas sin decir nada.

Luis dormitaba en la silenciosa penumbra.

En sueños, oyó un cascabeleo y se despertó.

La chica bajaba las escaleras tintineando. Llevaba cascabeles en las zapatillas. También había cambiado de traje; lucía un vestido de cuello alto, ajustado en el busto y guarnecido con media docena de grandes y abultados bolsillos. Su largo cabello negro le colgaba sobre el pecho por encima de un hombro.

La serena dignidad de su rostro no había cambiado.

Se sentó con los pies colgando sobre el borde de la plataforma y se quedó mirando a Luis Wu. No cambió de posición; ni Luis tampoco. Permanecieron varios minutos mirándose fijamente a los ojos.

Luego, ella metió la mano en uno de sus grandes bolsillos y sacó un objeto del tamaño de un puño y de color naranja. Lo lanzó en dirección a Luis, apuntando de modo que pasase muy cerca de él, a sólo escasos centímetros del alcance de su mano.

Luis logró identificarlo al pasar. Era un abultado y jugoso fruto que había encontrado en unos matorrales hacía un par de días. Había introducido varios de ellos en la ranura de alimentación de su cocinilla, sin probarlos.

El fruto fue a estrellarse contra el techo de una celda donde quedó convertido en una gran mancha roja. De pronto, a Luis empezó a hacérsele agua la boca y fue presa de una terrible sed.

Ella le tiró otro fruto. Esta vez pasó más cerca. Podría haberlo tocado si lo hubiera intentado, pero con ese gesto también hubiera hecho girar la aerocicleta. Y ella lo sabía.

El tercer fruto le dio en el hombro. Luis se agarró al globo con los puños y comenzó a maldecirla por lo bajo.

Entonces apareció la aerocicleta de Nessus.

Y ella sonrió.

El titerote se había escondido detrás del artefacto que parecía un camión. Volvía a estar cabeza abajo y se deslizó oblicuamente hasta la plataforma de vigilancia, como atraído por una corriente inducida fuera de control. Al pasar junto a Luis, le preguntó:

— ¿Crees que podrás seducirla?

Luis soltó un bufido. Luego advirtió que el titerote realmente no tenía intención de burlarse de él, conque respondió:

— Me parece que me considera un animal. Más vale que lo olvides.

— Entonces tendremos que emplear una táctica distinta.

Luis se frotó la frente contra el frío metal. Pocas veces se había sentido tan desgraciado.

— Tú mandas — dijo —. No parece dispuesta a aceptarme como un igual, pero tal vez tú tengas más suerte. No te verá como un competidor; eres demasiado distinto.

El titerote ya le había sobrepasado. De pronto comenzó a decir algo en una lengua que a Luis le recordó la del sacerdote que dirigía el coro: la lengua sagrada de los Ingenieros.

La muchacha no respondió. Pero… aunque no podía decirse que estuviera exactamente sonriendo, las comisuras de la boca parecían haberse curvado ligeramente hacia arriba y sus ojos revelaban mayor animación.

Nessus debía de haber utilizado el tasp a baja intensidad. Muy baja.

Volvió a hablar, y esta vez ella le respondió. Tenía una voz fresca y musical, y aunque a Luis Wu le pareció imperiosa, estaba predispuesto a descubrir esa cualidad en ella.

El titerote comenzó a hablar en un tono idéntico al de la muchacha.

A continuación se desarrolló una especie de clase de idiomas.

A Luis Wu, en incómodo equilibrio sobre un mortal precipicio, no podía dejar de resultarle aburrida. De vez en cuando lograba entender una que otra palabra. Y, llegados a cierto punto, ella le tiró a Nessus una de esas frutas del tamaño de un puño y color naranja y determinaron que era un trumb. Luego, Nessus se la guardó.

De pronto, ella se levantó y se marchó sin decir palabra.

— ¿Y bien? — dijo Luis.

— Debe de haberse cansado — dijo Nessus —. Se ha ido de pronto, sin explicaciones.

— Me estoy muriendo de sed. ¿Podrías darme ese trumb?

— Trumb es el color de la piel, Luis. — Acercó su aerocicleta a la de Luis y le tendió la fruta.

Luis no soltó más que una mano. Ello significaba que tendría que morder la gruesa piel y arrancarla con los dientes. Por fin logró llegar al verdadero fruto y le dio un mordisco. Era lo mejor que había probado en doscientos años.

Cuando casi había terminado de comer la fruta, preguntó:

— ¿Regresará?

— Confío que sí. Le apliqué el tasp a baja intensidad de modo que se vea afectada a nivel subconsciente. No lo percibirá. El atractivo aumentará cada vez que me vea. Luis, ¿no sería mejor que la hiciéramos enamorarse de ti?

— Olvídate de eso. Cree que soy un nativo, un salvaje. Lo cual nos lleva a la próxima pregunta: ¿qué es ella?

— No sabría decírtelo. No intentó ocultarlo, pero tampoco me lo reveló. No conozco suficientemente su lengua.

Загрузка...