Un instante de luz, blanco-violeta, brillante como un destello. Ciento cuarenta kilómetros de atmósfera, comprimidos en un solo instante hasta constituir un cono de plasma caliente como una estrella golpearon con fuerza la proa del «Embustero». Luis parpadeó.
Un parpadeo y ya estaban abajo.
Oyó el frustrado lamento de Teela:
— ¡Nej! ¡No hemos podido ver nada!
Y la respuesta del titerote:
— Presenciar acontecimientos titánicos resulta siempre peligroso, suele ser penoso y con frecuencia tiene fatales consecuencias. Ya puedes dar gracias al campo estático de diseño esclavista, que no a tu inestable buena suerte.
Luis oyó todas estas cosas, pero las ignoró. Se sentía terriblemente mareado. Intentó encontrar algo en que fijar la vista…
La súbita transición de una terrible caída a tierra firme ya hubiera resultado bastante molesta de por sí, pero la posición del «Embustero» agravaba aún más las cosas. A la nave le faltaban treinta y cinco grados para estar completamente patas arriba. La gravedad de la cabina continuaba funcionando a la perfección, conque el paisaje parecía suspendido sobre la nave cual un sombrero ladeado.
El cielo recordaba el cielo del mediodía en la zona templada de la Tierra. El paisaje era sorprendente: tan liso que parecía brillar, y translúcido, con unas distantes serranías rojizas. Tendrían que salir para poder observarlo más atentamente.
Luis soltó su red de seguridad y se levantó.
Le costaba mantener el equilibrio, pues sus ojos y su oído interno no coincidían en cuanto a la apreciación de lo que era abajo. Se lo tomó con calma. Tranquilo, sin prisas. La emergencia había terminado.
Se volvió y vio a Teela junto a la compuerta. No llevaba su traje de presión. En ese momento se cerraba la puerta interior.
— ¡Teela, no seas estúpida, sal de ahí! — bramó Luis.
Demasiado tarde. No podía oírle a través de la puerta herméticamente cerrada. Luis corrió al armario.
Las probetas de aire del ala del «Embustero» se habían evaporado junto con los demás detectores externos de la nave. Tendría que ponerse el traje de presión y una vez fuera valerse de los detectores que llevaba en el pecho para poder comprobar si el aire del Mundo Anillo era respirable.
A menos que Teela se desplomara antes de que él consiguiera salir. En ese caso, ya sabría a qué atenerse.
La puerta exterior se estaba abriendo.
En la cámara de aire dejó de funcionar automáticamente la gravedad interior. Teela Brown cayó al exterior cabeza abajo, se aferró desesperada a un montante de la puerta, permaneció asida el tiempo suficiente para modificar el ángulo de caída. Y aterrizó sobre el trasero y no sobre el cráneo.
Luis se introdujo en su traje de presión, cerró la cremallera, se colocó el casco y cerró las presillas. Afuera y sobre su cabeza, Teela ya se había levantado y se frotaba las partes que habían amortiguado su caída. Aún respiraba, alabado fuera Finagle por su benevolencia.
Luis entró en la compuerta. No se molestó en verificar el aire del traje. Sólo lo usaría el tiempo necesario para que los instrumentos le indicasen si el aire exterior era respirable.
Recordó la inclinación de la nave justo a tiempo para agarrarse a un montante mientras la cámara de la compuerta daba media vuelta, se quedó un instante colgando cogido por las manos y saltó.
Sus pies se deslizaron bajo su cuerpo en cuanto tocaron el suelo. Aterrizó sobre los músculos glúteos.
El liso material grisáceo translúcido sobre el que había caído la nave era terriblemente resbaladizo. Luis intentó ponerse en pie, luego desistió. Se quedó sentado y examinó los indicado res que l evaba en el pecho.
A través del casco le llegó la voz rasposa de Interlocutor:
— Luis.
— Sí.
— ¿Se puede respirar el aire?
— Sí. Está bastante enrarecido. Aproximadamente el equivalente a unos mil quinientos metros sobre el nivel del mar, en unidades terrestres.
— ¿Podemos salir?
— Naturalmente, pero coged una cuerda y atadla a la compuerta. De lo contrario, jamás conseguiremos volver a entrar. Mucho ojo cuando saltes. La superficie prácticamente no crea el menor roce.
La resbaladiza superficie no parecía preocupar en absoluto a Teela. Permanecía de pie en una extraña posición, con los brazos cruzados, esperando a que Luis se quitara el casco.
— Quiero decirte un par de cosas — anunció Luis a Teela. Y le soltó un desagradable sermón.
Le habló de la poca fiabilidad del espectroanálisis de una atmósfera realizado a dos años luz de distancia. Le habló de sutiles venenos, de combinaciones de metales y de polvos extraños, residuos orgánicos y catalizadores, que pueden contaminar una atmósfera respirable, y que sólo pueden detectarse analizando una muestra del propio aire. Le habló de negligencia criminal Y de estupidez culpable; le habló de la insensatez de ofrecerse voluntariamente como conejillo de Indias. Todo ello antes de que los extraterrestres tuvieran tiempo de cruzar la compuerta.
Interlocutor se descolgó por la cuerda, aterrizó sobre sus pies y avanzó un par de pasos, con la cautela de un gato y haciendo equilibrios como una bailarina. Nessus bajó agarrándose a la cuerda con los dientes de ambas bocas. Aterrizó en posición de trípode.
Ninguno de los dos dio señales de haber advertido la expresión compungida de Teela. Permanecieron bajo el fuselaje ladeado del «Embustero» y miraron a su alrededor.
Estaban en una hondonada poco profunda. El suelo era de un gris translúcido y perfectamente plano y liso, como una enorme mesa recubierta de vidrio. Más allá, a un centenar de metros de la nave, se alzaba un círculo de suaves pendientes de lava negra. A Luis le pareció que la lava fluía bajo sus ojos. Decidió que aún debía de estar caliente por efecto del impacto del «Embustero».
Luis intentó ponerse en pie. Se levantó poco a poco hasta conseguir una posición de precario equilibrio, incapaz de moverse.
Interlocutor-de-Animales desenfundó su linterna de rayos laser y disparó a un punto próximo a sus pies. Todos observaron el punto de luz verde… en silencio. No se oyó el crujido del material sólido al explotar y vaporizarse. En el lugar del impacto no se formó vapor ni humo. Cuando Interlocutor apartó el dedo del disparador, la luz desapareció de modo instantáneo; el lugar del impacto no quedó incandescente, ni se veía ningún tipo de señal.
Interlocutor emitió su veredicto:
— Estamos en una hondonada excavada por nuestra propia nave al chocar. El material base del anillo debe de haber detenido nuestra caída. ¿Tú qué opinas, Nessus?
— Es un material desconocido — respondió el titerote —. No parece retener el calor. Sin embargo, no es una variante del fuselaje de Productos Generales, ni tampoco un campo estático de diseño esclavista.
— Necesitaremos protección para escalar las paredes — dijo Luis. No le interesaba particularmente el material base del anillo. No en esos momentos —. Más vale que os quedéis aquí, mientras yo intento subir.
A fin de cuentas, era el único que l evaba un traje de presión antitérmico.
— Voy contigo — dijo Teela. Avanzó sin esfuerzo y se colocó junto a Luis. Él se apoyó pesadamente en ella y fue avanzando a trompicones, pero sin caerse, hasta la pendiente de lava negra.
La lava no era difícil de escalar, pese a su inclinación.
— Gracias — dijo Luis, y comenzó a subir. No tardó mucho en advertir que Teela le seguía. No dijo nada. Cuanto antes aprendiera a mirar primero y saltar después, mayores serían sus expectativas de vida.
Habían subido unos diez metros cuando Teela soltó un chillido y comenzó a bailotear. Dio media vuelta al instante y echó a rodar pendiente abajo. En cuanto tocó el suelo del anillo comenzó a deslizarse como sobre patines de hielo. Continuó deslizándose y resbalando, hasta que consiguió dar media vuelta con las manos en las caderas. Entonces ella le miró con ojos l enos de decepción, agravio y rencor.
Podría haber sido peor, se dijo Luis. Habría podido resbalar y caer, quemándose las manos desnudas… y aun en ese caso no se arrepentiría de su proceder. Siguió escalando, mientras procuraba reprimir desagradables sensaciones de culpa.
El banco de lava debía de tener unos doce metros de altura. Una vez arriba acababa en una arena blanca muy limpia.
Habían caído en un desierto. Luis escudriñó los alrededores y no logró vislumbrar ni una mancha verde de vegetación ni un poco de azul-agua. Desde luego, estaban de suerte. El «Embustero» también hubiera podido caer sobre una ciudad.
¡O sobre varias ciudades! La nave había abierto una gran hondonada…
Se extendía varios kilómetros sobre la blanca arena. A lo lejos, más allá del extremo de la hondonada, comenzaba otra. La nave había rebotado varias veces. La hondonada donde había aterrizado el «Embustero» se prolongaba hasta convertirse en poco más que una línea de puntos, un rastro… Luis siguió ese rastro con la vista y se encontró mirando hacia el infinito.
El Mundo Anillo no tenía horizonte. No había una línea curva que separase la tierra del cielo. Tierra y cielo más bien parecían fundirse en una región en la cual detalles del tamaño de los continentes hubieran quedado reducidos a simples puntos, donde todos los colores se integraban gradualmente en el azul del cielo. Sus ojos parecían pegados al punto de fuga. Al fin consiguió parpadear.
Como la neblina que se perdía en el vacío en el monte Lookitthat hacía varias décadas y a varios siglos luz de ahí… como las profundidades no distorsionadas del espacio, tal como había podido verlas un minero del cinturón de asteroides en una nave individual…, el horizonte del Mundo Anillo podía apoderarse fácilmente del ojo y la mente de un hombre antes de que éste advirtiera el peligro.
Luis se volvió hacia la hondonada:
— ¡El mundo es plano! — gritó. Los demás le miraron —. Hemos dejado un buen rastro en nuestra caída. No veo ningún ser viviente por los alrededores, conque estamos de suerte. La tierra salió despedida en los lugares donde chocamos; puedo distinguir una serie de pequeños cráteres, meteoritos secundarios, a lo largo de nuestro recorrido. — Se volvió —. En las demás direcciones… — y se quedó con la palabra en la boca.
— ¿Luis?
— ¡Nej! Nunca había visto una montaña tan grande.
— ¡Luis!
Había hablado en voz demasiado baja.
— ¡Una montaña! — gritó —. ¡Ya me diréis cuando la veáis! Los ingenieros que construyeron el Mundo Anillo quisieron tener una gran montaña en su mundo, una montaña excesivamente grande para ser útil. Demasiado alta para plantar café o árboles, incluso excesiva para el esquí. ¡Es magnífica!
Era magnífica. Una montaña, más o menos cónica, perfectamente aislada, no integrada en ninguna cordillera. Parecía un volcán, un falso volcán, pues bajo el Mundo Anillo no había magma capaz de formar volcanes. Su base se perdía en la bruma. En las laderas próximas a la cumbre se distinguía claramente lo que debía ser aire enrarecido, y la cumbre misma presentaba el resplandor de la nieve: nieve sucia, no tenía el fuerte brillo de la nieve limpia. Tal vez fuesen nieves eternas.
En los contornos del pico se divisaba una claridad cristalina. ¿Tal vez asomaba fuera de la atmósfera? Una montaña verdadera de esas dimensiones se hundiría bajo su propio peso; pero esta montaña no debía ser más que un molde hueco hecho del material base del anillo.
— Creo que voy a hacer buenas migas con los ingenieros del Mundo Anillo — se dijo Luis Wu. No había ningún motivo lógico para que un mundo construido a medida incluyera una montaña como ésa. Sin embargo, todo mundo debía poseer al menos una montaña imposible de escalar.
Los demás le esperaban bajo la curva del fuselaje. La andanada de preguntas que le lanzaron podían resumirse en una:
— ¿Algún rastro de civilización?
— No.
Le hicieron describir todo lo que había visto. Fijaron cuatro puntos cardinales. Llamaron giro la dirección que marcaba el rastro trazado por el «Embustero» al caer. Y antigiro la dirección contraria, hacia la montaña. Babor y estribor quedarían respectivamente a la izquierda y la derecha de una persona situada mirando en la dirección de giro.
— ¿Pudiste distinguir alguno de los muros exteriores del anillo, a babor o estribor?
— No. Y no logro entenderlo. Debían estar allí.
— Mala suerte — dijo Nessus.
— Imposible. Allí arriba puede verse a miles de kilómetros de distancia.
— No es imposible. Sólo una desafortunada coincidencia.
Y luego otra vez:
— ¿No viste nada más allá del desierto?
— No. Muy a lo lejos, en dirección a babor, vislumbré una tenue franja azul. Tal vez sea un océano. Aunque también podría ser simplemente un efecto óptico debido a la distancia.
— ¿Ninguna edificación?
— Nada.
— ¿Estelas en el cielo? ¿Líneas rectas que pudieran ser carreteras?
— Nada.
— ¿Viste señales de civilización?
— De haberlas encontrado ya lo hubiera comunicado. Diría que los diez trillones de habitantes de este mundo se trasladaron a una verdadera esfera de Dyson hace menos de un mes.
— Luis, tenemos que encontrar una civilización.
— Ya lo sé.
Era evidente. Tenían que salir del Mundo Anillo; y no conseguirían poner en marcha el «Embustero» por sus propios medios. Un pueblo verdaderamente bárbaro no les sería de gran ayuda.
— El asunto tiene su lado bueno — dijo Luis Wu —. No será necesario reparar la nave. Si conseguimos sacar el «Embustero» del anillo, la misma fuerza rotatoria de éste lanzará la nave fuera del pozo de gravedad de la estrella y nosotros saldremos con ella. Hasta alcanzar una zona donde podamos emplear el hiperreactor.
— Pero primero tendremos que conseguir ayuda.
— O exigir ayuda — añadió Interlocutor.
— Pero, ¿por qué os paráis ahí charlando? — explotó Teela. Había permanecido callada, mientras los demás le daban vueltas al asunto —. Tenemos que salir de aquí, ¿no? Pues, ¿por qué no usamos las aerocicletas que tenemos en la nave? ¡En marcha! ¡Luego hablaremos!
— No me gusta la idea de abandonar la nave — declaró el titerote.
— ¡No te gusta! ¿Crees que alguien vendrá a buscarnos aquí? ¿Crees que alguien se interesará por nosotros? ¿Alguien respondió a nuestros mensajes radiados? Luis ha dicho que estamos en medio de un desierto. ¿Cuánto tiempo tendremos que esperar aquí sentados?
No comprendía que Nessus necesitaba armarse de valor y no tenía ni pizca de paciencia, pensó Luis.
— Ya nos iremos — dijo el titerote —. Sólo he dicho que no me gusta la idea. Primero debemos decidir hacia dónde nos dirigiremos. De lo contrario no sabremos qué debemos llevarnos y qué debemos dejar aquí.
— ¡Podemos ir rumbo al muro exterior más próximo!
— Tiene razón — dijo Luis —. Si hay civilización en alguna parte, sin duda será junto al muro exterior. Pero no sabemos dónde está situado. Debiera haberlo visto desde ahí arriba.
— No — dijo el titerote.
— ¡Tú no estabas allí! ¡Nej! ¡Se veía hasta el infinito! ¡Miles de kilómetros! Un minuto.
— El Mundo Anillo tiene casi un mil ón de millas de ancho.
— Acabo de caer en la cuenta de ese detalle — dijo Luis Wu —. Es una cuestión de escala. ¡No consigo visualizar algo de tales dimensiones!
— Ya te irás acostumbrando — le consoló el titerote.
— No sé. Me pregunto si mi cerebro no será demasiado pequeño. No puedo olvidar cuán estrecho parecía el anillo visto desde lo alto del espacio. Como una cinta azul. Una cinta azul — repitió Luis, y se estremeció.
Suponiendo que cada uno de los muros circundantes tuviera mil kilómetros de altura, ¿a qué distancia tendrían que estar cuando Luis no lograba distinguirlos en absoluto?
Suponiendo que Luis Wu pudiera ver a través de mil quinientos kilómetros de aire impregnado de polvo y de vapor de agua, semejante al terrestre. Si ese aire daba paso al vacío absoluto a los sesenta kilómetros…
Ello significaba que el muro exterior más próximo debía hallarse al menos a cuarenta y cinco mil kilómetros de allí.
Si uno volara toda esa distancia sobre la Tierra, ya habría vuelto al punto de partida. Y cabía la posibilidad de que el muro exterior más próximo estuviera aún más lejos.
— No podemos remolcar el «Embustero» con nuestras aerocicletas — decía en esos momentos Interlocutor —. Si nos atacasen tendríamos que deshacernos de la nave. Será mejor dejarla aquí, junto a un accidente bien visible.
— ¿Quién habló de remolcar la nave?
— Un buen guerrero debe pensar en todo. Es posible que al final tengamos que remolcarla de todos modos, suponiendo que no podamos conseguir ayuda en el muro exterior.
— Conseguiremos ayuda — le aseguró Nessus.
— Probablemente tenga razón — dijo Luis —. Los espaciopuertos están sobre ese muro. Si todo el anillo ha retornado a la edad de piedra y ha habido un rebrote de civilización, ésta debe de haberse reanudado a partir de naves dragadoras de regreso de alguna expedición. No puede haber sido de otro modo.
— Es mucho especular — sentenció Interlocutor. — Puede que tengas razón.
— Pero estoy de acuerdo contigo. Y añadiría que si el anillo ha perdido todos sus grandes secretos, tal vez aún encontremos restos de maquinaria en el espaciopuerto. Maquinaria en buen estado, maquinaria que podríamos reparar.
¿Pero qué lado quedaría más próximo?
— Teela tiene razón — dijo de pronto Luis —. Hagamos algo. Por la noche podremos ver mejor.
Estuvieron trabajando duro durante varias horas. Trasladaron maquinaria, la ordenaron, bajaron los objetos pesados por la compuerta valiéndose de un cable. Los repentinos cambios de gravedad constituían un problema, pero el equipo no era particularmente frágil.
Luis logró atrapar un instante a Teela en el interior de la nave, mientras los extraterrestres estaban ocupados fuera:
— Tienes la cara más larga que si te hubieran roto tu juguete favorito. ¿Te importa que hablemos un poco de eso? — Ella movió negativamente la cabeza, mientras procuraba evitar su mirada. Luis advirtió que tenía unos labios perfectos para hacer pucheros. Era una de esas pocas y afortunadas mujeres a quienes las lágrimas las favorecen —. En ese caso me explicaré. Cuando saliste por la compuerta sin ponerte tu traje de presión, te lancé una buena parrafada. Un cuarto de hora después ya intentabas escalar una ladera de lava a medio cuajar calzada sólo con las zapatillas.
— ¡Querías que me quemara los pies!
— Así es. No me mires tan extrañada. Te necesitamos. No queremos que te mates. Quiero que aprendas a tener cuidado. No has tenido ocasión de aprenderlo antes, conque te tocará descubrirlo ahora. Recordarás el dolor que sientes en los pies mucho después de haber olvidado todos mis sermones.
— ¡Me necesitáis! ¡Estás de broma! Sabes muy bien por qué me trajo Nessus. Soy un amuleto de la buena suerte que no ha servido de nada.
— Ahí sí que nos defraudaste. Puedes considerarte despedida como amuleto. Vamos, sonríe un poco. Te necesitamos de todos modos. Te necesitamos para que me tengas contento y no acabe violando a Nessus. Te necesitamos para que te ocupes de las tareas pesadas mientras nosotros tomamos el sol. Necesitamos tus inteligentes sugerencias.
Teela intentó sonreír. La sonrisa se hizo trizas y la muchacha rompió a llorar. Hundió la cabeza en el hombro de Luis comenzó a sollozar de un modo desgarrador, mientras le clavaba las uñas en el cuello.
No era exactamente la primera vez que una mujer l oraba en el hombro de Luis Wu; pero probablemente Teela tenía más motivos para hacerlo que la mayoría. Luis la estrechó, le pasó los dedos por la espalda en un intento de darle un masaje y esperó a que concluyera la crisis.
Con la boca aplastada contra su traje de presión, ella le dijo:
— ¡Cómo podía adivinar que la roca iba a quemarme!
— Recuerda las leves de Finagle. La perversidad del universo tiende a ser máxima. El universo es hostil.
— ¡Pero me hizo daño!
— La roca se volvió contra ti. Te atacó. Ahora escucha — dijo Luis en tono de súplica —. Tienes que acostumbrarte a pensar como una paranoica. A pensar como Nessus.
— No puedo. No sé cómo piensa él. No lo entiendo en absoluto. — Levantó el rostro manchado de lágrimas —. Tampoco te entiendo a ti.
Luis le hundió los pulgares bajo los omoplatos y luego comenzó a reseguir sus vértebras:
— Si te dijera que el universo es mi enemigo, ¿creerías que estoy loco?
Ella asintió con gesto enérgico.
— El universo está contra mí. El universo me odia. El universo no se preocupa de un hombre de doscientos años de edad. ¿Cómo surge una especie? A través de la evolución, ¿verdad? La evolución ha proporcionado a Interlocutor su visión nocturna y su sentido del equilibrio. La evolución ha proporcionado a Nessus el reflejo que le hace retroceder ante el peligro. La evolución desconecta el sexo de un hombre a los cincuenta o los sesenta años. Luego la evolución deja de ocuparse de él. Porque la evolución no tiene nada que hacer con un organismo que se ha hecho demasiado viejo para poder reproducirse. ¿Me sigues?
— Naturalmente. Eres demasiado viejo para reproducirte — dijo ella con amargo sarcasmo.
— Así es. Hace un par de siglos unos técnicos en biología extrajeron los genes de la ambrosía y produjeron extracto regenerador. Como consecuencia directa de ello, tengo doscientos años y aún me conservo en buena forma. Pero, desde luego, ello no es obra de un universo amable. El universo me odia. Ya intentado matarme más de una vez. Me gustaría que pudieras ver las cicatrices. Y no cejará en sus empeños — dijo Luis Wu.
— Porque eres demasiado viejo para reproducirte.
— ¡Vaya mujer! ¡Tú eres la que no sabes cuidarte! Estamos en territorio desconocido; no conocemos las normas de este lugar y no sabemos qué puede ocurrir en cualquier momento. Si sigues empeñándote en caminar sobre lava ardiente, es muy posible que la próxima vez salgas mal parada. Tienes que permanecer alerta. ¿Comprendes?
— No — dijo Teela —. No.
Luego, cuando ella se hubo lavado la cara, transportaron la cuarta aerocicleta hasta la compuerta. Los extraterrestres les habían dejado a solas durante media hora. ¿Habían decidido no inmiscuirse con dos humanos ocupados en problemas estrictamente humanos? Tal vez.
Entre dos altas paredes de lava negra se extendía una franja infinita de material base del anillo, tan liso como una mesa bien pulida. En primer plano se veía un enorme tubo catódico. Bajo la pared convexa del cilindro transparente había un montón de aparatos y cuatro extrañas figuras con aire un tanto desorientado.
— ¿Y qué haremos con el agua? — preguntaba Luis en ese momento —. No he visto ningún lago. ¿Tendremos que llevarnos nuestra propia reserva de agua?
— No. — Nessus abrió la sección posterior de su propia aerocicleta para mostrarles el depósito de agua y el extractor-refrigerador paria condensar agua del aire.
Las aerocicletas eran un milagro de diseño compacto. A excepción de los asientos, muy individualizados, las cuatro eran iguales: un par de esferas con cuatro patas, unidas por una zona más estrecha sobre la cual iba montado el asiento. La sección posterior estaba destinada a portaequipajes y había unas correas para sujetar piezas adicionales de equipo. Las cuatro patas planas, ahora extendidas como para un aterrizaje, se plegaban dentro de las dos esferas durante el vuelo.
La aerocicleta del titerote tenía un asiento inclinado y una depresión para el vientre con tres hendeduras para las piernas. Nessus permanecería tendido inmóvil sobre el vientre y controlaría el vehículo con las bocas.
Las aerocicletas destinadas a Luis y Teela iban equipadas con sillones acolchados con soportes para apoyar el cuello y una palanca que permitía variar la posición. Al igual que los de Nessus e Interlocutor, estos asientos estaban montado sobre la parte más estrecha de la estructura en forma de pesa de gimnasio de la aerocicleta, y también tenían soportes para las piernas. El asiento de Interlocutor era mucho más grande y ancho y carecía de soporte para la nuca. A ambos lados había unas correas para poner herramientas. ¿Estarían destinadas a sostener armas?
— Debemos llevarnos todo lo que pueda servirnos de arma — dijo Interlocutor mientras hurgaba infatigable en la maquinaria dispersa.
— No hemos traído armas — dijo Nessus —. La intención era presentarnos en son de paz, por eso no las trajimos.
— ¿Y qué es todo esto? — Interlocutor ya había conseguido reunir una pequeña colección de artefactos ligeros.
— Sólo herramientas — respondió Nessus. Se las fue señalando —: Esto son linternas laser con rayos variables. Por la noche permiten ver a gran distancia, pues es posible obtener un rayo de luz infinitamente delgado a base de hacer girar este anillo. Pero es preciso tener cuidado para no perforar ningún objeto o una persona que pudieran interponerse, pues el rayo puede graduarse hasta hacerlo de suma intensidad. Y estas pistolas de duelo nos sirven para resolver cualquier discusión que pueda surgir entre nosotros. Disparan una carga de diez segundos. Hay que tener cuidado de no tocar nunca este botón de seguridad porque…
— Porque entonces disparan una carga de una hora. Son un modelo jinciano, ¿verdad?
— Sí, Luis. Y este artefacto es un instrumento excavador modificado. Tal vez hayas oído hablar del instrumento excavador que encontraron en una caja estática esclavista…
Estaba hablando de un desintegrador de diseño esclavista, decidió Luis. El desintegrador era un instrumento para cavar.
Cuando su fino rayo de luz tocaba un punto, se suprimía temporalmente la carga de los electrones. La materia sólida, convertida súbita y violentamente en un campo positivo, tendía a desintegrarse en una nube de polvo monoatómico.
— No puede utilizarse como arma — gruñó el kzin —. La hemos estudiado. Es demasiado lenta para ser útil contra un enemigo.
— Exactamente. Un inocente juguete. Este objeto… — el objeto que el titerote tenía en la boca parecía una escopeta de dos cañones, con la salvedad de que la empuñadura era de un diseño característicamente titerote, como mercurio atrapado en el momento de transición de una forma a otra —. Este objeto es exactamente igual a la excavadora desintegradora de diseño esclavista, con la salvedad de que un rayo suprime la carga positiva del protón. Jamás deben utilizarse ambos rayos a la vez, pues son paralelos e independientes.
— Comprendo — dijo el kzin —. Si se proyectara el par de rayos, muy próximos el uno del otro, se crearla una corriente.
— Exactamente.
— ¿Crees que estos sucedáneos servirán? Imposible adivinar ante qué nos enfrentamos.
— Eso no es del todo cierto — intervino Luis Wu —. A fin de cuentas, no estamos en un planeta. Si los anillícolas detestaban algún animal, lo más seguro es que no lo trajeran consigo. No encontraremos tigres. Ni mosquitos.
— ¿Y si a los anillícolas les gustaban los tigres? — quiso saber Teela.
Una pregunta justificada, pese al tono de mofa con que fue hecha. ¿Qué sabían de la fisiología de los anillícolas? Sólo que procedían de un mundo acuático que recibía luz más o menos equivalente a la de una estrella K9. Con estos datos podían tener aspecto humano, de titerote, de kzin, de groa, de delfín, de ballena asesina o de ballena espermática, aunque probablemente no se parecerían a ninguno.
— Los anillícolas serán más temibles que sus animales domésticos — vaticinó Interlocutor —. Tenemos que l evar todas las armas posibles. Sugeriría que me confiarais el mando de esta expedición hasta que podamos abandonar el Anillo.
— Tengo el tasp.
— No lo he olvidado, Nessus. Tal vez creas que el tasp te concede un poder de veto absoluto. Te sugeriría que lo pensaras bien antes de usarlo. ¡Pensadlo bien todos! — El kzin se irguió amenazador: más de doscientos kilos de dientes y uñas y pelo anaranjado —. Se supone que somos seres racionales. ¡Pensad en nuestra situación! Nos han atacado. Nuestra nave ha quedado prácticamente destruida. Debemos recorrer una distancia desconocida a través de un territorio desconocido. En su tiempo, los anillícolas fueron enormemente poderosos. ¿Conservarán aún el mismo poder? Podrían estar dotados de instrumentos de transmutación, rayos de conversión total, todos los elementos necesarios para construir este… — el kzin miró a su alrededor, contempló el suelo translúcido y las paredes de lava negra y es posible que se encogiera de hombros —, este increíble artefacto.
— Tengo el tasp — dijo Nessus —. La expedición es mía.
— ¿Estás satisfecho de su éxito? No es un insulto, ni un desafío. Tienes que cederme el mando. Soy el único de los cuatro que ha recibido instrucción militar.
— Tal vez no encontremos nada contra lo cual luchar — sugirió Teela.
— Estoy de acuerdo — dijo Luis. No le hacía demasiada gracia estar bajo las órdenes de un kzin.
— Está bien. Pero debemos llevar armas.
Comenzaron a cargar las aerocicletas.
Además de las armas, tenían que l evar otro equipo. Material de campaña, instrumentos para analizar y recomponer alimentos, ampollas de aditivos alimentarlos, filtros de aire ligeros, etc.
Había discos de comunicación diseñados para ser sujetados a una muñeca humana o kzinti o al cuello de un titerote. Eran grandes y más bien incómodos.
— ¿Para qué los queremos? — preguntó Luis. El titerote ya les había mostrado el sistema de intercomunicación incorporado a las aerocicletas.
— Inicialmente debían servir para comunicarnos con el piloto automático del «Embustero», y mandar la nave hacia nosotros en caso necesario.
— ¿Y ahora para qué nos servirán?
— Como traductores, Luis. Si nos topamos con seres racionales, lo cual es muy probable, necesitaremos que el autopiloto nos haga de intérprete.
— Ya.
Habían terminado. Aún quedaba mucho material bajo el fuselaje del «Embustero», pero no podía servirles de nada en las presentes circunstancias. Había equipo de caída libre para usar espacio adentro, los trajes de presión, piezas de recambio para la maquinaria que había sido desintegrada por el sistema defensivo del Mundo Anillo, Se habían llevado hasta los filtros de aire, sobre todo porque abultaban menos que un pañuelo, pues en el fondo no creían que pudieran llegar a necesitarles.
Luis estaba sumamente cansado. Se montó en su aerocicleta y miró a su alrededor, preguntándose si habría olvidado algo. Vio a Teela que oteaba el cielo y, pese a que el agotamiento le nublaba los ojos, le pareció percibir una expresión de horror en su rostro.
— No puede ser — masculló la muchacha —. ¡Todavía es mediodía!
— No te alteres. El…
— ¡Luis! ¡Llevamos más de seis horas trabajando, estoy segura! ¿Cómo es posible que aún sea mediodía?
— No te preocupes. El sol no se pone, ¿lo habías olvidado?
— ¿No se pone? — su histerismo acabó tan repentinamente como había comenzado —: Oh. Claro, no se pone.
— Tendremos que acostumbrarnos. Echa otro vistazo; eso que se recorta contra el sol, ¿no es el borde de una pantalla cuadrada?
Algo había ocultado un pequeño segmento del disco del sol. El sol iba disminuyendo ante sus ojos.
— Más vale que emprendamos el vuelo — declaró Interlocutor —. Tendríamos que despegar antes de que oscurezca.