6. Una cinta brillante

— He salido bien burlado — dijo Luis Wu —. Ahora ya sé dónde encontrar el mundo de los titerotes. Gracias, Nessus. Has cumplido tu promesa.

— Ya te advertí que la información sería sorprendente, pero de escasa utilidad.

— Vaya broma — comentó el kzin —. Tu sentido del humor me sorprende, Nessus.

A sus pies se veía una diminuta isla en forma de anguila, rodeada por un negro mar. La isla se fue perfilando como una salamandra de fuego, y Luis creyó distinguir unos elevados edificios de esbelta estructura. Sin duda no permitían el acceso de extranjeros al continente.

— Nosotros no bromeamos — aclaró Nessus —. Mi especie no posee sentido del humor.

— Es curioso. Siempre había creído que el humor era una muestra de inteligencia.

— No. El humor va asociado a un mecanismo de defensa interrumpido.

— Aun así…

— Interlocutor, ningún ser racional interrumpe jamás un mecanismo de defensa.

A medida que la nave iba aproximándose comenzaron a diferenciarse unas luces de otras: paneles solares a la altura de las calles, ventanas en los edificios, fuentes de luz en las zonas de esparcimiento. Por un instante, Luis distinguió unos edificios sumamente esbeltos y de varios kilómetros de altura. Luego fueron absorbidos por la ciudad y, por fin, aterrizaron.

Estaban en medio de un parque de multicolores plantas desconocidas.

Nadie se movió. Los titerotes eran unos de los seres racionales de aspecto más inofensivo del espacio conocido. Su gran timidez, su pequeño tamaño, su extraño aspecto, determinaban que nadie les considerase peligrosos. Simplemente resultaban graciosos.

Pero, de pronto, Nessus se encontraba entre los de su especie; y su especie era más poderosa de lo que imaginaban los hombres. El titerote loco permaneció sentado y movió las cabezas en todos los sentidos, observando a los seres inferiores que había escogido. Nessus no resultaba nada gracioso. Su raza trasladaba mundos, de cinco en cinco.

La risita de Teela quedaba completamente fuera de lugar.

— Estaba pensando — explicó —. La única manera de no tener demasiados titerotitos es abstenerse de todo contacto sexual. ¿Verdad, Nessus?

— Sí.

Teela volvió a reír:

— No me extraña que los titerotes no tengan sentido del humor.

Guiados por una luz azul flotante, atravesaron un parque demasiado regular, demasiado simétrico, demasiado bien cuidado.

El aire estaba impregnado del picante olor químico a titerotes. Ese olor estaba por doquier. Resultaba excesivo y artificial en el habitáculo unicelular de la nave transbordadora. No había disminuido cuando se abrió la cámara de aire. Un trillón de titerotes habían impregnado el aire de ese mundo y el olor a titerote se mantendría por toda la eternidad.

Nessus bailaba; sus pequeños cascos con uñas casi parecían no tocar la flexible superficie del sendero. El kzin se deslizaba, como un gato, balanceando rítmicamente la cola sonrosada. Los pasos del titerote componían una música de baile en compás de tres-cuatro. El kzin no producía el menor rumor al andar.

Teela avanzaba con paso casi igualmente silencioso. Su andar parecía desmañado; pero no lo era. No tropezó ni una vez, no topó con nada. Luis cerraba la comitiva, el menos grácil del grupo.

Y no había razón alguna para que Luis Wu se moviera con gracia. Era sólo un primate transformado, que pese a su evolución nunca se había adaptado por completo a caminar sobre el suelo. Durante millones de años, sus antepasados habían caminado a cuatro patas cuando era necesario y habían viajado por los árboles siempre que era posible.

El pleistoceno puso fin a esa costumbre con sus millones de años de sequía. Los bosques desaparecieron dejando a los antepasados de Luis Wu sedientos y hambrientos. Desesperados, empezaron a comer carne. Las cosas cambiaron un poco cuando descubrieron el secreto del fémur del antílope, cuya articulación dejó señales en tantos cráneos fósiles.

Ahora, con sus pies aún dotados de un vestigio de dedos, Luis Wu y Teela Brown paseaban en compañía de dos seres extraños.

¿Extraños? Todos eran extraños allí, incluso el loco y exiliado Nessus, con su desordenada crin y sus inquietas cabezas inquisidoras. Interlocutor también se sentía incómodo. Sus ojos, rodeados de negros círculos, escudriñaban la vegetación desconocida en busca de seres con aguijones envenenados o afilados dientes. Instinto, sin duda. Los titerotes nunca permitirían el acceso de fieras peligrosas a sus parques.

Llegaron a una cúpula que refulgía como una inmensa perla semienterrada. Allí la luz ambulante se dividió en dos.

— Debo separarme de vosotros — explicó Nessus. Y Luis advirtió que el titerote estaba aterrorizado.

— Debo presentarme ante los-que-dirigen. — Hablaba en voz baja y apremiante —. Interlocutor, antes de irme, dime una cosa. ¿Si no regreso, me buscarás para matarme por el insulto que proferí en el restaurante Krushenko?

— ¿Es posible que no regreses?

— Es posible. Tal vez lo que tengo que decirles no sea del agrado de los-que-dirigen. Y ahora repito la pregunta, ¿me perseguirás?

— ¿Aquí, en un mundo extraño, entre seres tan poderosos y tan poco inclinados a creer en las pacíficas intenciones de un kzin? — El kzin meneó tajantemente la cola, una sola vez —. No. pero tampoco seguiría adelante con la expedición.

— Con ello me basta.

Nessus salió al trote tras la luz indicadora; temblaba visiblemente.

— ¿Qué puede temer? — se lamentó Teela —. Lo ha cumplido todo tal como le ordenaron. ¿Cómo pueden enfadarse con él?

— Creo que trama algo — dijo Luis —. Algo tortuoso. ¿Pero, qué?

La luz azul siguió avanzando. La siguieron al interior de una semiesfera iridiscente.


La cúpula desapareció. Desde un triángulo de cápsulas-diván, dos humanos y un kzin contemplaban una domesticada selva de plantas desconocidas, a las cuales se aproximaba un extraño titerote. O bien la cúpula misma era invisible desde dentro, o la escena del parque era una proyección. El ambiente olía a multitud de titerotes.

El extraño titerote se abrió paso entre la última fila de brotes escarlata. (Luis recordó que por un tiempo había considerado a Nessus un «animal». ¿Cuándo le había ascendido a la categoría de «persona»? Sin embargo, a Interlocutor, un extraterrestre conocido, le había tratado como «persona» desde el principio.) El titerote se detuvo, justo al borde del supuesto límite de la cúpula perlada. Tenía la crin plateada, a diferencia de Nessus que la tenía de color castaño, y la l evaba cuidadosamente peinada en unos complicados bucles; pero hablaba con la misma voz de contralto que Nessus.

— Debo presentaras mis excusas por no haber acudido a recibimos. Podéis llamarme Chiron.

Luego, era una proyección. Luis y Teela saludaron educadamente. Interlocutor-de-Animales mostró los dientes.

— Aquel al que l amáis Nessus sabe todo lo que ahora voy a contaros. Ha tenido que acudir a otro lugar. Sin embargo, ha mencionado vuestras reacciones al conocer nuestras técnicas de ingeniería. — Luis se estremeció. El titerote continuó —: Puede ser una circunstancia afortunada, os ayudará a comprender nuestras propias reacciones ante una obra de ingeniería aún más ambiciosa.

La mitad de la cúpula quedó a oscuras.

Por desgracia, era el lado opuesto al que aparecía la imagen proyectada del titerote. Luis encontró un botón que le permitió hacer girar su diván; pero de inmediato advirtió que hubiera necesitado dos cabezas giratorias con ojos independientes para contemplar ambos lados de la cúpula a la vez. En el lado oscuro se veía un fragmento de espacio sembrado de estrellas que servía de telón de fondo a un pequeño disco reluciente.

Un disco con un anillo. La escena era una ampliación del grabado instantáneo que Luis Wu tenía en el bolsillo.

La fuente de luz era pequeña y de un blanco reluciente, muy parecida a la imagen de Sol vista desde los alrededores de Júpiter. El anillo era de gran diámetro y lo suficientemente ancho para abarcar la mitad del lado en sombras de la cúpula; pero era delgado, poco más grueso que la fuente de luz de su eje. El lado más próximo era negro y tenía agudos rebordes en el punto de contacto con la luz. El lado más alejado era una cinta azul celeste suspendida en el espacio.

Aunque comenzaba a acostumbrarse a los milagros, Luis no tenía aún la flema de soltar estúpidas especulaciones. Conque se limitó a decir:

— Parece una estrella rodeada de un anillo. ¿Qué es?

La respuesta de Chiron no fue muy espectacular:

— Es una estrella rodeada de un anillo. Un anillo de materia sólida. Un artefacto.

Teela Brown aplaudió y soltó una risita. Al cabo de unos instantes logró reprimir la risita y adoptar un magnífico aire de circunstancias; pero sus ojos seguían echando chispas. Luis lo comprendía perfectamente. El sol con su anillo se había convertido en su juguete particular: algo nuevo en un universo mundano.

El kzin agitaba nervioso la cola. Chiron continuó:

— Ya sabéis que comenzarnos a viajar hacia el norte en dirección al eje galáctico hace doscientos cuatro años terrestres. En años kzin son…

— Doscientos diecisiete.

— Correcto. Como es lógico, todos estos años hemos estado observando el espacio que se extendía ante nosotros, en busca de señales de peligro o de algo inesperado. Ya sabíamos que la estrella EC-1752 estaba rodeada de una banda de materia oscura anormalmente densa y estrecha. Suponíamos que sería un anillo de polvo y de rocas. Pero su regularidad resultaba sorprendente. Hace unos noventa años nuestra flotilla de mundos alcanzó una posición desde la cual el anillo tapaba la estrella en sí. Pudimos ver que el anillo tenía bordes afilados. Posteriores investigaciones revelaron que no era un anillo gaseoso ni de polvo, ni siquiera de rocas asteroidales, sino una banda sólida muy resistente. Como es lógico, sentimos pánico.

Interlocutor-de-Animales preguntó:

— ¿Cómo lograsteis calcular su tensión?

— El espectroanálisis y las variaciones de frecuencia nos permitieron deducir una diferencia en las velocidades relativas. No cabe duda de que el anillo gira en torno a su primaria a una velocidad de mil doscientos kilómetros por segundo, suficiente para compensar la atracción de la fuerza de gravedad de la primaria y para prestarle una aceleración centrípeta adicional de 9,94 metros por segundo. ¡Imaginad la tensión que se requerirá para impedir que la estructura se desintegre bajo semejante aceleración!

— Una tensión igual a la fuerza de gravedad — dijo Luis.

— Eso parece.

— Una gravedad ligeramente inferior a la de la Tierra. Alguien vive allí, en la superficie interna.

— Vaya — dijo Luis Wu, que sólo entonces había comenzado a comprender todo el alcance del asunto, mientras un estremecimiento recorría su espina dorsal: había oído el chasquido de la cola del kzin al cortar el aire.

El hombre ya había tenido otros encuentros con seres superiores. Hasta entonces los hombres habían tenido suerte.

Luis se levantó bruscamente y se acercó a la pared de la cúpula. Fue inútil. El anillo y la estrella fueron retrocediendo, y por fin se encontró frente a la lisa superficie. Sin embargo, logró distinguir algo que no había advertido antes.

El anillo estaba segmentado, Unas sombras rectangulares distribuidas de forma regular surcaban la parte posterior, de color azul.

— ¿No tenéis una instantánea mejor?

— Podemos ampliar ésta — dijo la voz de contralto.

La estrella G2 se proyectó hacia delante, luego salió disparada hacia la derecha y Luis se encontró contemplando la cara interior iluminada del anillo. La imagen era muy borrosa y Luis sólo pudo imaginar que las zonas más blancas y brillantes debían de ser nubes, que las regiones de un azul ligeramente más intenso debían de corresponder a la tierra, mientras que las zonas azul claro debían de ser el mar.

Las zonas sombreadas se distinguían claramente. El anillo parecía dividido en rectángulos: una larga franja de brillante azul cielo, seguida de una franja más corta de intenso azul oscuro, tras la cual venía otra larga franja azul claro. Puntos y rayas.

— Algo crea esas sombras — dijo —. ¿Algo situado en órbita? — Exactamente. Veinte formas rectangulares giran en órbita organizadas en una roseta de Kemplerer, mucho más próxima a la primaria. No sabemos para qué sirven.

— Es natural. Hace demasiado tiempo que vivís sin sol. Esos rectángulos en órbita deben servir para separar el día de la noche. De lo contrario siempre sería mediodía en el anillo.

— Ahora podéis comprender por qué hemos solicitado vuestra ayuda. Vuestro punto de vista de extranjeros puede sernos muy útil.

— ¿Cuánto mide el anillo? ¿Lo habéis estudiado bien? ¿Habéis hecho sondeos?

— Hemos estudiado el anillo lo mejor que hemos podido sin reducir nuestra velocidad ni l amar la atención de ningún otro modo. Como es lógico, no hemos efectuado sondeos. Sería preciso controlarlos a distancia por medio de hiperondas, lo cual podría delatar nuestra presencia.

— No se puede detectar el origen de una señal de hiperonda. Es teóricamente imposible.

— Tal vez los que construyeron el anillo hayan desarrollado teorías distintas. No obstante hemos estudiado el anillo con otros instrumentos. — Mientras Chiron seguía hablando, la escena proyectada en la pantalla cambió a tonalidades negras y blancas y grises. Los contornos comenzaron a moverse y a ondular —. Hemos obtenido fotografías y holografías en todas las frecuencias electromagnéticas. Si os interesa…

— No son muy detalladas.

— No. Los campos gravitatorios y el viento solar, así como las interferencias de polvo y gases retractan demasiado la luz. Nuestros telescopios no pueden captar mayores detalles.

— Luego no habéis descubierto gran cosa.

— Yo diría que hemos descubierto muchas cosas. Un detalle sorprendente. Todo parece indicar que el anillo frena alrededor de un orden del cuarenta por ciento de los neutrinos.

Teela se limitó a mirarle desconcertada; pero Interlocutor emitió un gruñido de asombro y Luis silbó por lo bajo.

Ello eliminaba cualquier posible explicación.

La materia normal, incluso la materia terriblemente comprimida del centro de una estrella, no frenaba prácticamente ningún neutrino. Cualquier neutrino cogido al azar tenía un 50 por 100 de probabilidades de atravesar una masa de acero de varios años luz de espesor.

Los objetos situados en un campo estático de diseño esclavista reflejaban todos los neutrinos. Otro tanto ocurría con los fuselajes que fabricaba Productos Generales.

Pero no existía ninguna materia conocida que frenara un 40 por 100 de los neutrinos y dejara penetrar el resto.

— Debe ser algo nuevo — decidió Luis —. Chiron, ¿qué dimensiones tiene ese anillo? ¿Es muy denso?

— La masa del anillo en gramos es igual a dos veces diez elevado a la decimotercera potencia, mide 0,95 veces diez elevado a la octava potencia kilómetros de radio y un poco menos de diez elevado a la sexta potencia kilómetros de ancho.

A Luis le costaba un poco pensar en términos de potencias abstractas de diez. Intentó traducir los números en imágenes.

El anillo tenía más de ciento cincuenta millones de kilómetros de radio (una longitud aproximada de mil millones de kilómetros, según sus cálculos), pero menos de un millón y medio de kilómetros de ancho. Su masa era ligeramente inferior a la del planeta Júpiter…

— La masa parece demasiado pequeña — comentó —. Algo tan grande debería pesar casi lo mismo que un sol de gran tamaño.

El kzin asintió:

— Resulta curioso imaginar a billones de seres intentando vivir en un artefacto tan delgado como el celuloide de las películas.

— Tu imaginación te engaña — dijo el titerote de los rizos plateados —. Ten en cuenta las dimensiones. Si el anillo fuese una cinta de metal de fuselaje, por ejemplo, tendría unos quince metros de espesor.

¿Quince metros? Costaba creerlo.

Sin embargo, Teela se había quedado mirando el techo y comenzó a mover rápidamente los labios sin emitir sonido alguno.

— Tiene razón — dijo al fin —. Los cálculos son correctos. Pero, ¿para qué sirve? ¿Para qué puede haber construido alguien una cosa así?

— Para disponer de espacio.

— ¿Espacio?

— Espacio vital — completó Luis —. Ahí está el quid del asunto. Más de dos mil trillones de kilómetros cuadrados de superficie representa tres mil ones de veces la superficie de la Tierra. Sería como contar con tres millones de mundos dispuestos uno junto a otro y unidos por los bordes. Tres millones de mundos accesibles con un aeromóvil. Ello permitiría resolver cualquier problema de población.

— ¡Y deben de haber tenido un problema enorme! Nadie se embarca en un proyecto de esa envergadura sin tener un buen motivo.

— Una pregunta — intervino el kzin —. Chiron, ¿habéis explorado las estrellas vecinas en busca de otros anillos del mismo tipo?

— Sí, hemos…

— Y no habéis encontrado ninguno. Ya lo suponía. Si la raza que construyó el anillo hubiera podido desplazarse a velocidades hiperlumínicas, habrían colonizado otras estrellas. No habrían tenido necesidad de construir él anillo. En consecuencia, sólo existe un anillo.

— Así es.

— Ello me tranquiliza. Al menos somos superiores a los constructores del anillo en un aspecto.

De pronto, el kzin se puso de pie de un salto:

— ¿Tendremos que explorar la superficie habitable del anillo? — Tal vez fuese excesivamente ambicioso intentar un aterrizaje físico.

— Tonterías. Tenemos que inspeccionar el vehículo que nos habéis preparado. ¿Posee un tren de aterrizaje lo suficientemente versátil? ¿Cuándo salimos?

Chiron silbó, en disonante expresión de asombro:

— Debes de estar loco. ¡Imagina el poderío de los seres que construyeron ese anillo! ¡Mi propia civilización resulta primitiva a su lado!

— O cobarde.

— De acuerdo. Podréis inspeccionar vuestra nave cuando regrese aquel a quien llamáis Nessus. Mientras esperáis, podéis analizar estos datos adicionales sobre el anillo.

— Vas a agotarme la paciencia — dijo Interlocutor. Pero se sentó.

— Embustero — pensó Luis —. Finges bien y estoy orgulloso de ti.

Cuando Luis regresó a la cápsula-diván, comenzó a sentir retortijones de estómago. Una cinta azul celeste que se extendía entre las estrellas; el hombre había encontrado seres superiores… una vez más.


Los primeros fueron los kzinti.

Cuando los hombres comenzaron a utilizar motores de fusión para cruzar los espacios interestelares, los kzinti ya conocían el polarizador de gravedad como fuente de energía para sus naves de guerra interestelares. Gracias a ello, sus naves eran más rápidas y poseían mayor capacidad de maniobra que las naves humanas. El hombre no hubiera podido ofrecer más que una resistencia formal a los avances de la flota kzinti de no ser por el axioma kzinti: Un motor a reacción es un arma de potencia devastadora directamente proporcional a su eficiencia impulsora.

Su primera incursión en el espacio humano había desconcertado por completo a los kzinti. La sociedad humana llevaba varios siglos viviendo en paz, tantos que prácticamente habían olvidado lo que era la guerra. Sin embargo, las naves interestelares humanas empleaban motores de fotones con propulsión a fusión, equipados con una combinación de velas de fotones y cañones laser con base asteroide.

Conque los telépatas kzinti continuaron informando que los humanos estaban completamente desarmados… mientras gigantescos cañones laser iban destrozando las naves kzinti, y otros cañones móviles más pequeños lanzaban ataques relámpago valiéndose de la presión de la luz de sus propios reflectores…

Esa inesperada resistencia humana, y el freno que suponía la barrera de la velocidad de la luz, determinaron que la guerra durara décadas, en vez de años. Sin embargo, los kzinti hubieran acabado por vencer, de no haber sido por el casual aterrizaje de una nave Forastera en la pequeña colonia humana de Lo Conseguimos. El alcalde les había comprado el secreto del hiperreactor Forastero, a plazos. En Lo Conseguimos no tenían noticia de la guerra contra los kzinti; pero, una vez enterados, comenzaron a construir naves hiperlumínicas.

Los kzinti nada pudieron hacer contra los hiperreactores.

Luego llegaron los titerotes y establecieron enclaves comerciales en el espacio humano.

Los hombres habían tenido suerte. En tres ocasiones habían entrado en contacto con razas de una tecnología superior a la suya. Los kzinti les habrían aniquilado de no haber podido contar con el hiperreactor de los Forasteros. Estos, a su vez, también eran claramente superiores al hombre; sin embargo, no codiciaban nada de lo que éste poseía, excepto bases de repostamiento e información, cosas que podían comprar sin problema. De todos modos, los Forasteros, frágiles criaturas con un metabolismo de helio II, eran demasiado vulnerables al calor y la gravedad para ser buenos guerreros. Y los titerotes, con un poder tecnológico casi inconcebible, eran demasiado cobardes.

¿Quiénes habían construido el Mundo Anillo? ¿Serían guerreros?

Meses más tarde, Luis se diría que la mentira de Interlocutor había marcado el momento clave para él. Aún estaba a tiempo de echarse atrás, por el bien de Teela, naturalmente. El Mundo Anillo ya resultaba aterrador sólo en términos de cifras abstractas. La sola idea de acercarse a él en una nave espacial, de aterrizar en él…

Luis había visto el pavor del kzin ante los mundos volantes de los titerotes. La mentira de Interlocutor era un magnífico acto de valor. Y Luis no tenía intención de quedar como un cobarde.

Se sentó y volvió la cabeza para observar la reluciente proyección; sus ojos se posaron en Teela y maldijo secretamente su estupidez. Tenía el rostro iluminado de admiración y deleite. Se la veía tan ansiosa como fingía estarlo el kzin. ¿Sería tan estúpida como para ni siquiera sentir miedo?

La cara interior del anillo poseía una atmósfera. El espectroanálisis revelaba que el aire tenía una densidad igual a la del aire terrestre y aproximadamente la misma composición: perfectamente respirable para el hombre, el kzin y el titerote. Imposible adivinar qué impedía su dispersión. Tendrían que averiguarlo personalmente.

En el sistema del sol G2 no había absolutamente nada, a excepción del anillo en sí. Ni planetas, ni asteroides, ni cometas.

— Deben de haberlo limpiado — comentó Luis —. No querrían que nada pudiera chocar contra el anillo.

— Evidentemente — dijo el titerote de los rizos plateados —. Si algo chocara contra el anillo, se estrellaría a una velocidad mínima de mil doscientos kilómetros por segundo, la velocidad de rotación del propio anillo. Por resistente que sea el material del anillo, siempre cabría el peligro de que un objeto sobrevolara la superficie exterior y cruzara el sol para irse a estrellar contra la superficie no protegida y habitada.

El sol en sí era una estrella enana amarilla algo más fría que Sol y un poquito más pequeña.

— Necesitaremos trajes antitérmicos — dijo el kzin.

— No, — dijo Chiron —. La temperatura de la superficie interior es perfectamente tolerable para nuestras tres especies.

— ¿Cómo lo sabéis?

— La frecuencia de la radiación infrarrojo emitida por la superficie exterior…

— Me has dejado como un tonto.

— Nada de eso. Hemos estado estudiando el anillo desde el día que lo detectamos, y vosotros sólo habéis tenido unos cuantos minutos. La frecuencia de infrarrojos indica una temperatura media de doscientos noventa grados absolutos, la cual naturalmente corresponde tanto a la superficie interior como a la cara exterior del anillo. En tu caso, Interlocutor-de-Animales, será unos diez grados por encima de la temperatura óptima. Y es la temperatura óptima para Luis y Teela.

— No saquéis conclusiones precipitadas de este interés por los detalles, ni os asustéis — añadió Chiron —. Jamás permitiríamos un aterrizaje a menos que los propios constructores del anillo insistieran en ello. Sólo deseamos que estéis preparados para cualquier eventualidad.

— ¿No poseéis detalles sobre las formaciones superficiales?

— Siento decir que no. La capacidad detectora de nuestros instrumentos resulta insuficiente.

— Podríamos intentar hacer algunas deducciones — dijo Teela —. El ciclo noche-día de treinta horas, por ejemplo. Su mundo primitivo debe de haber girado a esa velocidad. ¿Creéis que es ése su sistema de origen?

— Hemos l egado a esa conclusión, puesto que todo indica que no poseían naves hiperlumínicas — dijo Chiron —. Aunque también cabe la posibilidad de que trasladaran su mundo a otro sistema valiéndose de técnicas parecidas a las nuestras.

— Y es fácil que así lo hicieran — gruñó el kzin — en vez de destruir su propio sistema, al mismo tiempo que construían el anillo. Creo que encontraremos su propio sistema no muy lejos de allí y tan vacío de mundos como ése. Deben de haber recurrido a técnicas de terraformación, para colonizar todos los mundos de su propio sistema, antes de decidirse a emplear este método más desesperado.

Teela dijo:

— ¿Desesperado?

— Entonces, una vez construido su anillo en torno al sol, deben de haberse visto obligados a trasladar todos sus mundos a este sistema para efectuar el trasvase de población.

— Tal vez no fuese necesario — intervino Luis — Podrían haber empleado grandes naves transespaciales para poblar su anillo, si éste no estaba muy lejos de su propio sistema.

— ¿Por qué es un método desesperado?

Los tres se la quedaron mirando.

— Yo diría que construyeron el anillo para…, para… vaciló —. Porque les dio la gana. — Teela.

— ¿Para divertirse? ¿Para disfrutar con el espectáculo? ¡Por Finagle! Teela, piensa en la cantidad de recursos que han tenido que detraer de otros fines. Recuerda que deben de haber tenido un terrible problema de población. Cuando se vieron en la necesidad de construir un anillo para poder disponer de espacio vital, probablemente carecían de los medios necesarios. Sin embargo, lo construyeron: porque lo necesitaban.

Teela adoptó un aire desconcertado.

— Ahí viene Nessus — anunció Chiron.

Sin más, el titerote dio media vuelta y se alejó al trote entre la vegetación del parque.

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