— Deberían haber caído de rodillas — se lamentó Luis Wu —. Es lo que me ha despistado. Y la traducción que decía «constructor» cuando en realidad la palabra adecuada era «dios».
— ¿Dios?
— Los ingenieros que construyeron el Mundo Anillo se han convertido en dioses para ellos. Tendría que haberme llamado la atención el silencio. ¡Nej! Excepto el sacerdote, los demás permanecían callados como en misa. Todos parecían escuchar una antigua letanía. Pero, yo no daba pie con bola.
— Una religión. ¡Qué raro! Pero no tendrías que haberte reído — dijo con expresión severa la imagen de Teela en el intercom —. Nadie se ríe en la iglesia, ni siquiera los turistas.
Volaban bajo un cacho cada vez más pequeño de sol de mediodía. En el firmamento veían brillar el Mundo Anillo sobre su propia superficie con sus relucientes franjas azules, cada vez más nítidas.
— En ese momento me pareció gracioso — explicó Luis —. Aún me lo parece. Han olvidado que viven en un anillo. Creen que es un arco.
Un sonido siseante penetró en la envoltura sónica. Por un instante quedaron envueltos en una especie de huracán, luego el ruido cesó bruscamente. Habían cruzado la barrera del sonido.
Zignamuclikclik se fue perdiendo en la distancia. La ciudad nunca conseguiría descargar sus iras sobre los demonios. Lo más probable era que no volviera a verlos.
— Parece un arco — dijo Teela.
— De acuerdo. No debí reírme. Con todo, tenemos suerte.
— Podemos dejar atrás nuestros errores — dijo Luis —. Todo lo que tenemos que hacer es emprender el vuelo. Nada puede atraparnos.
— Hay errores que siempre nos persiguen — dijo Interlocutor-de-Animales.
— Es curioso que seas tú quien lo diga. — Luis se rascó la nariz pensativo; la tenía más insensible que un bloque de madera. Cuando se disipara el efecto del anestésico, ya estaría curada.
Por fin se decidió a hablar:
— ¿Nessus?
— Sí, Luis.
— Cuando estábamos allí observé una cosa. Decías que estabas loco, pues das muestras de valor. ¿Verdad?
— Hablas con mucho tacto, Luis. Tu delicadeza…
— Hablo en serio. Al igual que los demás titerotes, has estado sacando deducciones a partir de una premisa falsa. Por instinto, los titerotes dan media vuelta para huir del peligro. ¿No es eso?
— Sí, Luis.
— Pues te equivocas. Un titerote le vuelve instintivamente la espalda al peligro. Pero lo hace para poder hacer uso de la pierna trasera. Ese casco tuyo es un arma mortal, Nessus.
En un solo movimiento, el titerote había girado sobre sus piernas delanteras y había lanzado una coz con la única pierna trasera. Luis recordó que tenía las cabezas echadas hacia atrás y muy separadas, formando un triángulo en torno a su enemigo. Nessus había proyectado su casco directamente al corazón de un hombre y lo había hecho salir despedido a través de la espina dorsal astillada.
— No podía salir corriendo — explicó Nessus —. Ello me hubiera alejado de mi vehículo. Era demasiado arriesgado.
— Pero en ese momento no te detuviste a pensarlo — insistió Luis —. Fue un gesto instintivo. Automáticamente volvéis la espalda al enemigo. Os volvéis y dais una coz. Los titerotes cuerdos dan media vuelta para luchar, no para huir. No estás loco.
— Te equivocas, Luis. La mayoría de los titerotes huyen del peligro.
— Pero…
— La mayoría siempre es cuerda, Luis.
¡Animal gregario! Luis desistió. Levantó la mirada justo a tiempo para ver desaparecer el último trocito de sol.
Hay errores que siempre nos persiguen…
Pero Interlocutor debía de referirse a otra cosa al pronunciar esa frase. ¿A qué?
En el cenit se apiñaba un anillo de rectángulos negros. El que ocultaba el sol estaba rodeado de una aureola color perla. Encima se alzaba el arco parabólico del Mundo Anillo, azul contra el cielo sembrado de estrellas.
El conjunto parecía obra de un niño pequeño que se hubiera puesto a ordenar las piezas de un juego de Construcción de Ciudades sin saber exactamente lo que hacía.
Cuando emprendieron la huida de Zignamuclikclik, Nessus iba conduciendo el grupo de aerocicletas. Luego le había pasado el mando a Interlocutor. Llevaban toda la noche volando. Por fin, sobre sus cabezas, un resplandor más intenso en un extremo de la pantalla central les indicó la proximidad del alba.
Durante todas esas horas de vuelo, Luis había ideado una forma de visualizar la escala del Mundo Anillo.
Se basaba en una proyección de Mercator del planeta Tierra —igual que los mapas murales rectangulares de uso corriente en las escuelas— en la que el ecuador apareciera representado en escala 1:1, de modo que una persona situada en el ecuador vería exactamente lo mismo que si estuviera sobre la verdadera Tierra. Pero, sobre la extensión del Mundo Anillo podían trazarse cuarenta mapas como ése, uno a continuación del otro.
Un mapa como el que estaba imaginando tendría. una superficie superior a la de la Tierra. Sin embargo, después de delimitarlo sobre la topografía del Mundo Anillo, bastaría apartar la vista un instante, para ser luego incapaz de volver a localizarlo.
Las herramientas que sirvieron para construir el Mundo Anillo permitían efectos aún más interesantes. Esa pareja de océanos salados, uno a cada lado del anillo, tenían una superficie mayor que la de cualquier mundo del espacio humano. A fin de cuentas, los continentes no eran más que inmensas islas. Hubiera sido posible incluir toda la Tierra en uno de esos océanos y aún hubiera sobrado espacio en las orillas.
«No debí reírme — pensó Luis —. A mí mismo me ha costado bastante llegar a hacerme una idea de la escala de este… artefacto. ¿Por qué esperar una mayor perspicacia en los nativos?» Nessus había sido el primero en darse cuenta. Dos noches atrás, cuando vieron el arco por primera vez, Nessus gritó e intentó esconderse.
— Oh, nej, qué más da…
No tenía importancia. Y menos cuando se podían dejar atrás todos los errores a una velocidad de casi dos mil kilómetros por hora.
Interlocutor l amó a Luis y le transfirió el mando de la flotilla. Luis se puso al mando mientras Interlocutor descabezaba un sueño.
Y comenzó a amanecer a mil doscientos kilómetros por segundo.
La línea que separa el día de la noche se llama terminátor. El terminátor de la Tierra resulta visible desde la Luna y también cuando uno está en órbita; pero no puede verse desde la superficie de la propia Tierra.
No obstante, las líneas rectas que dividían la luz de la oscuridad sobre el arco del Mundo Anillo eran todas terminátores.
La línea divisoria fue acercándose a la flotilla de aerocicletas desde giro. Se extendía desde el suelo hasta el cielo, desde babor-infinito hasta estribor-infinito. Parecía una visión del destino, algo así como una pared ambulante demasiado grande para circundarla.
Por fin les alcanzó. El halo relució sobre sus cabezas, luego comenzó a proyectar un intenso resplandor a medida que el retroceso de la pantalla dejaba al descubierto un reborde del disco solar. Luis contempló la noche que se extendía a su izquierda, y el día, a su derecha, mientras la sombra divisoria iba retrocediendo a lo largo de una infinita llanura. Curioso amanecer, con su coreografía que parecía hecha ex profeso para Luis Wu, el turista.
A lo lejos, en dirección a estribor, más allá del lugar donde la tierra se transformaba en bruma indefinida, comenzaron a dibujarse nítidamente los contornos de un picacho iluminado por la luz del sol naciente.
— Puño-de-Dios — dijo Luis Wu, arrastrando cada una de las palabras —. ¡Buen nombre para la mayor montaña del mundo!
Luis Wu, el hombre, se sentía dolorido. Si su cuerpo no conseguía adaptarse pronto a las nuevas circunstancias, se le agarrotarían las articulaciones y quedaría doblado para siempre como un cuatro. Por otra parte, sus bloques de comida comenzaban a saber a eso, a bloques. Y aún tenía la nariz algo insensible. Y seguía sin poder beber café.
Pero Luis Wu, el turista, estaba en la gloria.
Por ejemplo, había descubierto la mecánica del reflejo de huida de los titerotes. Nadie había imaginado nunca que pudiera ser también un reflejo agresivo. Nadie, excepto Luis Wu.
Y el señuelo para atraer vástagos de las estrellas. ¡Qué cosa más poética para soltar por ahí! Un procedimiento sencillo, inventado milenios atrás, según había dicho Nessus. Y a ningún titerote se le había ocurrido mencionar su existencia, hasta el día anterior.
Pero los titerotes estaban negados para la poesía.
¿Sabrían los titerotes por qué seguían las naves Forasteras a los vástagos de las estrellas? ¿Guardaban maliciosamente el secreto? ¿O lo habían descartado por considerarlo irrelevante para resolver el problema de sobrevivir eternamente?
Nessus había desconectado su aerocicleta del circuito de intercom. Probablemente dormía. Luis le hizo una señal, de modo que al despertar el titerote viera la luz encendida en su panel y le l amara.
¿Lo sabría?
Los vástagos de las estrellas: seres irracionales que poblaban el núcleo de la galaxia en gran número. Su metabolismo era el fénix solar, se alimentaban de la tenue capa de hidrógeno existente en el espacio interestelar. Su fuerza motriz era una vela de fotones, enorme y con una intensa reflexión, controlada igual que un paracaídas para zambullidas aéreas. Normalmente, los vástagos de las estrellas emigraban fuera del eje de la galaxia hasta los extremos del espacio intergaláctico, para poner allí sus huevos, y luego regresaban sin ellos. Los polluelos recién nacidos debían encontrar el camino de regreso sin ayuda, remontando el viento de fotones hasta l egar al núcleo caliente, rico en hidrógeno.
Los Forasteros siempre se movían en pos de los vástagos de las estrellas.
¿Por qué lo hacían? Un problema ocioso, pero verdaderamente poético.
O tal vez no tan ocioso. En medio de la primera guerra entre hombres y kzinti, un vástago de las estrellas hizo zig en vez de hacer zag. La nave Forastera que lo seguía pasó cerca de Procyon. Y se detuvo el tiempo suficiente para vender un motor hiperlumínico a la colonia de Lo Conseguimos.
El azar también podría haber llevado la nave al espacio kzinti en vez de al humano.
¿Y ésa era la época en que los titerotes habían comenzado a estudiar a los kzinti?
— ¡Nej! Esto me pasa por dejarme llevar por mi imaginación. Disciplina, eso necesito.
¿Pero fue entonces o no? Seguro que sí. Nessus lo había dicho. Los titerotes habían estado estudiando a los kzinti, investigando la posibilidad de exterminarlos de un modo seguro.
Entonces, la guerra entre hombres y kzinti vino a resolver u problema. Una nave Forastera se aventuró en el espacio humano para venderles un motor hiperlumínico a los de Lo Conseguimos, mientras la armada kzinti iba adentrándose por la frontera opuesta. Cuando las naves de guerra humanas estuvieron equipadas con un motor auxiliar hiperlumínico, los kzinti dejaron de constituir una amenaza para el hombre y también para los titerotes.
Luis estaba anonadado.
— No les creo capaces de algo así — dijo —. Si Interlocutor se antera…
Pero era sólo una hipótesis.
— Un experimento para la selección de la especie — continuó Luis —. ¡Y vaya selección, nej! Pero nos utilizaron. ¡Fuimos utilizados!
— Sí — dijo Interlocutor-de-Animales.
Por un momento, Luis no dudó que lo había imaginado. Luego vio la diminuta imagen transparente de Interlocutor en su panel de mandos. No había desconectado el sistema de intercomunicación.
— ¡Nej! ¡Estabas escuchando!
— Involuntariamente, Luis. Olvidé desconectar mi intercom.
— Oh.
Demasiado tarde, Luis recordó la sonrisa que le lanzó Interlocutor cuando Nessus acabó de explicar lo que era un señuelo para atraer a los vástagos de estrellas, en teoría fuera del alcance de los oídos del kzin. Recordó que las orejas kzinti están adaptadas a las necesidades de un carnívoro de presa. Recordó que en los kzinti la sonrisa es un reflejo destinado a descubrir los dientes para el ataque.
— Decías algo sobre selección de especies — dijo Interlocutor.
— Sólo estaba… — balbuceó Luis.
— Los titerotes lanzaron nuestras especies una contra con objeto de contener la expansión kzinti. Poseían un señuelo para atraer a los vástagos de las estrellas, Luis. Se sirvieron de él para conducir una nave Forastera hasta vuestro espacio y asegurar así la victoria de los humanos. Un experimento de selección de las especies, decías.
— Escucha, no son más que suposiciones. Si procuras serenarte un poco…
— Pero los dos hemos seguido el mismo razonamiento.
— Humm…
— No sabía si plantearle la cuestión a Nessus o esperar a haber cumplido nuestro principal objetivo, que es lograr salir del Mundo Anillo. Ahora que estás al corriente de la situación, no me queda más remedio que zanjar el asunto de inmediato.
— Pero… — Luis cerró la boca. De todos modos, la sirena hubiera ahogado su voz. Interlocutor había apretado el botón de alarma.
La sirena era un enloquecedor chillido mecánico, un sonido subsónico y supersónico y trepidantemente penetrante. Nessus apareció en el panel gritando:
— ¿Sí? ¿Qué pasa?
Interlocutor gruñó su respuesta:
— ¡Intervinisteis a favor del enemigo! ¡Vuestra acción es equiparable a una declaración de guerra contra el Patriarca! Teela había conectado su intercom a tiempo para oír la última frase. Luis consiguió atraer su atención y movió negativamente la cabeza. No te metas.
Las cabezas del titerote se levantaron como serpientes preparadas para el ataque. Así expresaba su sorpresa. Cuando habló, su voz no tenía la menor inflexión, como de costumbre.
— ¿De qué me hablas ahora?
— La Primera Guerra contra los Hombres. Señuelos para atraer a los vástagos de las estrellas. El motor hiperlumínico de los Forasteros.
Una cabeza triangular se sumergió rápidamente hasta desaparecer. Luis vio una aerocicleta plateada que salía de la formación y no le cupo la menor duda de que era Nessus.
No le preocupó demasiado. Las otras dos aerocicletas parecían moscas plateadas, tan lejos estaban, y tan separadas una de otra. Si el enfrentamiento se hubiera producido en tierra firme alguien habría resultado gravemente herido. Pero, ¿qué ocurriría en el aire? La aerocicleta del titerote debía ser más rápida que la de Interlocutor. Nessus ya se habría asegurado de ello. Sin duda, habría querido tener la certeza de poder correr más que un kzin en caso de necesidad.
Sólo que el titerote no estaba huyendo. Había comenzado a dar vueltas en torno al vehículo del kzin.
— No quiero verme obligado a matarte — dijo Interlocutor-de-Animales —. Si tu intención es atacarme desde el aire, recuerda que tu tasp es de menor alcance que mi rayo desintegrador. ¡Snarl!
El grito de muerte del kzin era para helar la sangre en las venas. A Luis se le agarrotaron los músculos, como si tuviera el tétanos. Sólo advirtió vagamente el punto plateado que se alejaba de la aerocicleta de Interlocutor en círculos concéntricos.
Teela quedó boquiabierta.
— No tengo intención de matarte — dijo Interlocutor-de-Animales, ya algo más calmado —. Pero quiero que me digas la verdad, Nessus. Ya sabemos que tu raza puede dirigir el curso de los vástagos de las estrellas.
— Sí — respondió Nessus.
Su aerocicleta había emprendido la retirada hacia babor a una velocidad increíble. La asombrosa serenidad de los extraterrestres era mera ilusión. Sólo era producto de la incapacidad de Luis Wu para captar la expresividad de un rostro no humano y de la incapacidad recíproca de los extraterrestres para las inflexiones humanas en intermundo.
Nessus huía como si en ello le fuera la vida. Sin embargo, el kzin no habla abandonado su puesto en la formación.
— Quiero saberlo todo, Nessus — insistió.
— Tus suposiciones son correctas — respondió el titerote —. Nuestro estudio de un método seguro para exterminar a los pérfidos y carnívoros kzinti revelaron que tu especie posee un valioso potencial, que podría llegar a sernos útil algún día. Conseguimos que evolucionarais hasta establecer pacíficas relaciones con razas distintas a la vuestra. Empleamos métodos indirectos y muy seguros.
— Ya lo creo. Nessus, esto no me gusta.
— Y a mí tampoco — terció Luis Wu.
No le había escapado el detalle de que ambos extraterrestres seguían hablando en intermundo. Hubieran podido charlar en privado de haber empleado la Lengua del Héroe. Pero habían preferido incluir también a los humanos… y con razón, pues el contencioso también afectaba a Luis Wu.
— Nos utilizasteis — dijo —. Nos utilizasteis con el mismo descaro que a los kzinti.
— Pero en perjuicio nuestro — objetó Interlocutor.
— Muchos hombres murieron en las guerras contra los kzinti.
— ¡Déjalo, Luis! — Teela Brown también entraba en liza —. De no ser por los titerotes, a estas horas todos estaríamos convertidos en esclavos kzinti! ¡Nej! ¡Evitaron que nuestra civilización fuera destruida por los kzinti!
Interlocutor sonrió y dijo:
— Nosotros también poseíamos nuestra civilización.
El titerote se había convertido en una imagen fantasmagórica y silenciosa, una pitón con un solo ojo preparada para el ataque. Seguramente tenía la otra boca ocupada conduciendo la aerocicleta que se hallaba ya a cierta distancia del grupo.
— Los titerotes nos utilizaron — dijo Luis Wu —. Nos utilizaron como instrumento, un instrumento para hacer evolucionar a los kzinti.
— ¡Pero la cosa salió bien! — le espetó Teela —. os habéis convertido en una raza pacífica, Interlocutor. Sois capaces de convivir…
— ¡Calla, humano!
— Con vuestros iguales — acabó generosamente la frase Teela —. Lleváis bastante tiempo sin atacar a otra especie…
El kzin empuñó el instrumento excavador modificado de diseño esclavista y lo exhibió delante del intercom para que Teela pudiera verlo. Ella calló como por arte de magia.
— Hubieran podido hacer otro tanto con nosotros — observó Luis.
Todos aguzaron los oídos.
— También hubieran podido experimentar con nosotros — repitió —. Si los titerotes hubieran querido seleccionar humanos por alguna característica concreta… — se interrumpió bruscamente —. Oh — dijo —. Teela. Claro.
El titerote no se inmutó.
Teela se movió inquieta bajo la mirada de Luis.
— Luis, ¿qué pasa? ¡Luis!
— Lo siento. Acaba de ocurrírseme una idea… Nessus, cuéntanos. Cuéntanos lo de las Leyes de Procreación.
— Luis, ¿te has vuelto loco,?
— Yo también hubiera caído en ello, con un poco de tiempo. — dijo Interlocutor-de-Animales —. ¿Nessus?
— Sí — dijo Nessus.
La aerocicleta del titerote era una motita plateada, que seguía alejándose en dirección a babor. Casi no se distinguía de un punto brillante, más grande e indefinido, situado un poco más adelante, a una distancia ligeramente superior de la flota de la que puede mediar entre dos puntos cualesquiera de la superficie terrestre. La imagen del titerote en el intercom ofrecía el mismo rostro inmutable e inescrutable, producto de una calavera triangular dotada de unos labios prensiles. Jamás podría adoptar un aire amenazador.
— ¿Os entremetisteis en las Leyes de Procreación de la Tierra?
— Sí.
— ¿Por qué?
— Nos gustan los humanos. Confiamos en ellos. Hemos tenido relaciones ventajosas con los humanos. Nos conviene contribuir al desarrollo de los humanos, puesto que sin duda l egarán a la Nube Menor antes que nosotros.
— Estupendo. Nos tenéis aprecio. ¿Y qué más?
— Intentamos inducir mejoras genéticas en vosotros. Pero ¿qué perfeccionar? Desde luego, no vuestra inteligencia. Vuestra fuerza no reside allí. Y tampoco está en vuestro instinto de conservación, ni en vuestra capacidad de resistencia, ni en vuestros talentos combativos.
— Conque decidisteis hacernos afortunados — dijo Luis. Y soltó una carcajada.
Teela por fin comprendió. Abrió mucho los ojos con expresión de horror en la cara. Intentó decir algo, pero sólo consiguió emitir un chillido.
— Naturalmente — prosiguió Nessus —. Por favor, no te rías, Luis. Fue una decisión razonable. Vuestra especie ha sido siempre increíblemente afortunada. Vuestra historia parece una de milagrosas escapadas por un pelo de toda una serie de desastres, de la guerra atómica intraespecie, de la total polución de vuestro planeta con desechos industriales, de los desequilibrios ecológicos, de asteroides peligrosamente compactos, de los caprichos de vuestro sol e incluso de la explosión del Núcleo, que descubristeis de forma completamente fortuita. Luis, ¿por que no paras de reír?
Luis no podía parar de reír debido a la expresión de Teela. Estaba encendida de ira. Sus ojos se movían de un lado a otro como si quisiera esconderse en alguna parte. No es agradable descubrir que uno es producto de un experimento genético.
— Conque decidimos modificar las Leyes de Procreación de la Tierra. Resultó sorprendentemente sencillo. Nuestra desaparición del espacio conocido provocó un crac en la bolsa. La especulación arruinó a varios miembros del Comité de Fertilidad. Sobornamos a algunos y presionamos a otros con la amenaza de llevarles a la cárcel por deudas, luego dimos publicidad a la corrupción existente en el Comité para forzar un cambio. Fue una operación terriblemente onerosa, pero bastante segura y tuvo éxito, al menos en parte. Conseguimos introducir las Loterías de Derechos de Procreación. Confiábamos en obtener una estirpe de humanos extraordinariamente afortunados.
— ¡Monstruo! — gritó Teela —. ¡Monstruo!
Interlocutor-de-Animales había envainado su excavadora-desintegradora.
— Teela, antes no te quejaste al oír que los titerotes habían manipulado la herencia de mi raza — dijo —. Intentaron obtener un kzin dócil. Y para conseguirlo nos hicieron criar como cría animales seleccionados un biólogo, matando a los defectuosos y conservando los otros. Te complacía pensar que ese crimen había resultado ventajoso para tu especie. Ahora, en cambio, te quejas. ¿Por qué?
Teela, l orando de rabia, se desconectó del sistema de intercomunicación.
— Un kzin dócil — repitió Interlocutor —. Intentasteis producir un kzin dócil, eh, Nessus. Pues si crees que lo conseguisteis, ¿por qué no te acercas un poco?
El titerote no respondió. El punto plateado de su aerocicleta, que se había adelantado muchísimo a la flotilla, resultaba ya demasiado pequeño para poder distinguirlo a simple vista.
— ¿No deseas unirte al grupo? ¿Y cómo esperas que te proteja en esta tierra desconocida si no te unes a nosotros? No te lo reprocho. Haces bien en tener miedo — dijo el kzin. Había sacado las garras, aguzadas como agujas y ligeramente curvas —. Vuestro intento de obtener un humano afortunado también ha sido un fracaso.
— No — replicó Nessus vía intercom —. Obtuvimos humanos afortunados. Lo que sucedió fue que no pude localizarlos para esta funesta expedición. Fueron demasiado afortunados.
— Habéis estado jugando a dios con nuestras dos especies. Más vale que no intentes acercarte.
— Me mantendré en contacto con vosotros a través del sistema de intercom.
La imagen de Interlocutor desapareció.
— Luis, Interlocutor me ha desconectado de su aparato — dijo Nessus —. Cuando quiera decirle algo, tendré que comunicarme con él por tu mediación.
— Tiene gracia — observó Luis, y también lo desconectó.
Casi de inmediato se encendió una lucecita en el lugar donde antes se veía la imagen del titerote. Nessus quería hablar.
Ya estaba harto de él, ¡nej!
Unas horas más tarde sobrevolaron un mar del tamaño del Mediterráneo. Luis perdió altura para investigar y observó que las demás aerocicletas le seguían, Luego, aún pilotaba la flotilla, pese a que nadie quería hablar con él.
Toda la línea costera era una continua ciudad y toda la ciudad estaba en ruinas. Excepto por los muelles, era del mismo estilo que Zignamuclikclik. Luis no aterrizó. Nada nuevo podrían descubrir allí.
Luego, la tierra fue subiendo gradualmente de nivel, cada vez más, hasta que sintió que le estallaban los oídos y los medidores de presión bajaron al mínimo. La verde campiña se convirtió en monte bajo, luego en una alta tundra desértica, más adelante encontraron kilómetros y kilómetros de rocas desnudas, a continuación…
A lo largo de casi un mil ar de kilómetros de serranía, los vientos habían ido arrastrando los matorrales, la tierra y las rocas. No quedaba más que un espinazo desnudo de material base del anillo, de un repugnante gris translúcido.
¡Qué descuidados! Los ingenieros del Mundo Anillo jamás hubieran permitido tamaño deterioro. Luego, la civilización de los constructores del Mundo Anillo debía de haber entrado en decadencia mucho tiempo atrás. El proceso debió de iniciarse de ese modo: la base del anillo comenzó a asomar bajo el revestimiento en los lugares menos transitados…
A lo lejos, en la dirección seguida por Nessus, se divisaba una vasta extensión brillante en medio de la l anura. Calculó que estaría a unos cincuenta u ochenta mil kilómetros de distancia. Una gran extensión reluciente del tamaño de Australia.
¿Otra extensión de material base desnudo? Grandes superficies de material base asomaban bajo lo que antaño había sido tierra fértil, tierra que se había vuelto estéril, se había resecado y había sido arrastrada por el viento, una vez paralizado el sistema de irrigación. El desmoronamiento de Zignamuclikclik, la avería universal en el sistema de suministro de energía, debió de ser la última fase del proceso destructor.
¿Cuánto tiempo habría durado este proceso? ¿Diez mil años?
¿Más?
— ¡Nej! Me gustaría poder comentarlo con alguien. Puede ser un detalle importante.
Luis siguió escrutando el paisaje con gesto enfurruñado.
El transcurso del tiempo era distinto con el sol siempre directamente sobre sus cabezas. La mañana y la tarde no diferían en nada. Las decisiones parecían menos permanentes. La realidad menos real. «Algo parecido — pensó Luis — al instante de tiempo que se tarda en pasar de una cabina teletransportadora a otra.»
Ya lo tenía. Transitaban entre dos cabinas teletransportadoras, una situada en el «Embustero», la otra en el muro exterior del anillo. Sólo estaba soñando que sobrevolaban una vasta extensión de l anura gris en un triángulo de aerocicletas.
Siguieron volando rumbo a babor a través del tiempo detenido.
— Cuánto rato haría que nadie hablaba con nadie? Ya hacía horas que Luis le había hecho señal a Teela de que deseaba decirle algo. Poco después había intentado ponerse en contacto con Interlocutor. Las luces se habían encendido en sus paneles de mandos, pero las habían ignorado, igual como Luis ignoraba la que brillaba en el suyo.
— Se acabó — dijo de pronto Luis. Conectó su aparato de intercomunicación.
Captó una increíble cascada de música orquestas, hasta que el titerote advirtió su llamada. Luego…
— Debemos procurar que la expedición vuelva a agruparse sin derramamiento de sangre — dijo Nessus —. ¿Alguna idea, Luis?
— Sí. No es correcto iniciar una conversación de un modo tan brusco.
— Lo siento, Luis. Gracias por responder a mi llamada. ¿Cómo estás?
— Aburrido y disgustado, y todo por tu culpa. Nadie quiere hablar conmigo.
— ¿Puedo hacer algo?
— Es posible. ¿Tuviste algo que ver con la modificación de las Leyes de Procreación?
— Estuve al frente del proyecto.
Luis soltó un bufido.
— Es lo peor que podías haberme dicho. ¡Espero que seas la primera víctima del control de natalidad retroactivo! Teela no volverá a dirigirme la palabra.
— No deberías haberte reído de ella.
— Ya lo sé. Lo que me preocupaba más de todo este asunto — explicó Luis — es comprobar que sois capaces de tomar decisiones de tamaña magnitud y luego cometéis estupideces tan grandes como, como…
— Supongo que Teela Brown no puede oírnos.
— No, claro que no. ¡Nej, Nessus! ¿Te das cuenta de lo que le has hecho?
— ¿Por qué mencionaste el asunto si sabías que ello le tocaría tanto el amor propio?
Luis suspiró. Había resuelto un problema teórico y de inmediato había soltado la solución. No se le había ocurrido, jamás hubiera pensado, que más valía no dar a conocer la solución. No iba con su manera de pensar.
— ¿Se te ha ocurrido alguna idea para volver a reunir la expedición? — preguntó entonces el titerote.
— Sí — dijo Luis, y cortó la comunicación.
Eso le daría algo en qué pensar.
El terreno fue descendiendo gradualmente y volvieron a sobrevolar una verde campiña.
Cruzaron otro mar y un gran delta. Pero el lecho del río estaba seco, al igual que el delta. Alguna alteración en el curso de los vientos debía de haber secado el manantial.
Luis perdió altura y entonces pudo comprobar que todos los canalillos que serpenteaban aparentemente al azar hasta constituir el delta habían sido esculpidos de modo permanente sobre el terreno. Los artistas del Mundo Anillo no se habían limitado a dejar que el río excavase sus propios canales. Y tenían razón; la capa de tierra que recubría el Mundo Anillo era demasiado delgada. Se imponía el recurso a métodos artificiales.
Pero los canales vacíos resultaban desagradables a la vista. Luis frunció los labios en señal de desaprobación y siguió adelante.