21. La muchacha que llegó del exterior

Se llamaba Halrloprillalar Hotrufan. Había estado viajando en la nave… «Pionero», la bautizó Nessus tras un breve titubeo… durante doscientos años.

El «Pionero» recorría un circuito de veinticuatro años de duración en el curso del cual visitaba cuatro soles y sus sistemas: cinco mundos con atmósfera de oxígeno y el Mundo Anillo. El «año» que empleaban en sus cálculos era una medida tradicional sin relación alguna con el Mundo Anillo. Tal vez correspondiera a la órbita solar de uno de los mundos abandonados.

Dos de los cinco mundos que el «Pionero» visitaba en su recorrido habían estado densamente poblados antes de ser construido el Mundo Anillo. Ahora estaban abandonados al igual que los demás, cubiertos de vegetación espontánea y de ruinas de las antiguas ciudades.

Halrloprillalar había cubierto ocho veces el circuito completo. Sabía que en esos mundos crecían plantas o animales que no se habían adaptado al Mundo Anillo en ausencia de un ciclo de estaciones. Halrloprillalar no sabía ni le importaba nada más.

Su trabajo no tenía ninguna relación con los cargamentos que transportaban.

— Tampoco se ocupaba de los motores ni del sistema de supervivencia. No he logrado averiguar exactamente qué hacía — dijo Nessus —. El «Pionero» l evaba una tripulación de treinta y seis personas. Sin duda algunos realizaban tareas accesorias. No creo que la chica fuese imprescindible para la nave o para el bienestar de la tripulación. No parece ser una lumbrera, Luis.

— ¿Le has preguntado cuál era la relación entre los sexos en la tripulación? ¿Cuántos de esos treinta y seis eran mujeres?

— Ella misma me lo ha dicho. Tres.

— Entonces, no hace falta averiguar su profesión.

Doscientos años de viajes, seguridad, aventura. Luego, al término de la octava travesía de Halrloprillalar, el Mundo Anillo no respondió a la señal del «Pionero».

El cañón electromagnético no funcionaba.

Según todos los indicios que pudieron obtener a través de sus telescopios, no había señales de actividad en ningún espaciopuerto.

Los cinco mundos incluidos en el circuito del «Pionero» no estaban equipados con cañones electromagnéticos para desacelerar. En consecuencia, la nave iba provista de combustible desacelerador, condensado durante la travesía a partir del hidrógeno interestelar. La nave podía aterrizar… pero ¿dónde?

No en el Mundo Anillo. Los proyectiles antimeteoritos les harían trizas.

No habían recibido autorización para aterrizar en la plataforma del espaciopuerto. Algo ocurría allí.

¿Regresar a uno de los mundos de origen abandonados? Ello equivaldría a colonizar de nuevo un mundo, a partir de un grupo de treinta y tres hombres y tres mujeres.

— La rutina les había hecho poco audaces, no estaban en condiciones de tomar una decisión de tal envergadura. Fueron presa del pánico — siguió explicando Nessus —. Se amotinaron. El piloto del «Pionero» logró encerrarse en la sala de mandos el tiempo suficiente para hacer aterrizar la nave en la plataforma del espaciopuerto. Le asesinaron por esta osadía, por haber puesto en peligro la nave y sus propias vidas, según dijo Halrloprillalar. Aunque sospecho que le asesinaron por no respetar la tradición, por aterrizar empleando los cohetes y sin contar con autorización formal para ello.

Luis advirtió que alguien le miraba. Levantó la vista.

La navegante espacial seguía observándoles. Y Nessus tampoco le quitaba ojo de encima con una cabeza, la izquierda.

Con que ahí tenía el tasp. Y por eso Nessus no había dejado de mirar hacia arriba. Ella no quería perder a Nessus de vista y éste no se atrevía a dejarla libre del embrujo del tasp.

— Después de matar al piloto, abandonaron la nave — prosiguió Nessus —. Entonces descubrieron el terrible daño que les había causado el piloto. El cziltang brone estaba inerte, estropeado. Habían quedado varados en el lado opuesto de un muro de más de mil kilómetros de altura.

— Desconozco la expresión equivalente de cziltang brone en intermundo o en la Lengua del Héroe. Sólo puedo explicaros cómo actúa. Y su acción es de vital interés para nosotros.

— Sigue — dijo Luis Wu.

Los Ingenieros que construyeron el Mundo Anillo lo habían proyectado en previsión de cualquier posible fallo. En muchos aspectos, parecían haberse anticipado a la decadencia de la civilización, la habían planificado, como si los ciclos de cultura y barbarie formasen parte del destino natural del hombre. La compleja estructura del Mundo Anillo no dejaría de funcionar por falta de cuidados. Los descendientes de los Ingenieros podrían olvidar los detalles del mantenimiento de las compuertas y los cañones electromagnéticos, podrían perder el arte de trasladar mundos y construir coches voladores; la civilización podría morir, pero el Mundo Anillo no correría igual suerte.

Las defensas antimeteoritos, por ejemplo, eran tan absolutamente infalibles que a Halrloprillalar…

— Llámala Prill — sugirió Luis.

— …que a Prill y su grupo ni se les ocurrió pensar que pudieran haber dejado de funcionar.

Pero ¿y el espaciopuerto? ¿Hasta qué punto podía ser infalible, con la posibilidad de que algún idiota se dejara abiertos los dos portillos de la compuerta?

¡No había compuertas! Las habían sustituido por el cziltang brone. Esa máquina proyectaba un campo de fuerzas por efecto del cual la estructura base del Anillo, y por tanto también del muro exterior, se hacía permeable a la materia. Se mantenía una cierta resistencia. Mientras el cziltang brone estaba en funcionamiento…

— Un generador de ósmosis — sugirió Luis.

— Tal vez. Tengo la sospecha de que brone es una forma corrompida, posiblemente de carácter obsceno.

…mientras funcionaba el generador de ósmosis se perdería un poco de aire, aunque muy lentamente. Los hombres debían abrirse paso vestidos con trajes de presión, pues tenían que avanzar contra la corriente de aire. Las máquinas y las grandes masas eran arrastradas al otro lado por medio de tractores.

— ¿Y los depósitos de aire respirable? — preguntó Interlocutor.

¡Lo elaboraban fuera, con los transmutadores!

Sí, en el Mundo Anillo disponían de un método económico de transmutación. El procedimiento sólo resultaba barato para grandes cantidades, y también tenía otras limitaciones. La máquina en sí era gigantesca. Sólo servía para transmutar un elemento en otro elemento. Los dos transmutadores del espaciopuerto transformaban el plomo en nitrógeno y oxígeno; el plomo era fácil de almacenar y de transportar a través del muro exterior.

Los generadores de ósmosis eran aparatos a toda prueba. Si se estropea una compuerta, puede perderse un verdadero huracán de aire respirable. Sin embargo, una avería en el cziltang brone no podía tener mayores consecuencias que cerrar la compuerta al espacio… y, de paso, también a los navegantes espaciales que pudieran regresar después.

— Y también a nosotros — dijo Interlocutor.

— No te precipites —le aconsejó Luis—. Todo parece sugerir que el generador de ósmosis es exactamente lo que necesitamos para regresar a casa. No sería necesario desplazar el «Embustero». Bastaría con apuntar el cziltang brone… — Lo pronunció aspirando la primera silaba — …sobre la base del Anillo, justo debajo del «Embustero», y la nave se hundiría como si estuviese sobre arenas movedizas, para volver a salir a flote al otro lado.

— Y quedar atrapada en la espuma del amortiguador antimeteoritos —replicó el kzin. Luego añadió—: Rectifico. El desintegrador puede resultarnos útil en esta fase.

— Exactamente — dijo Nessus Por desgracia, no podemos disponer de ningún cziltang brone.

— Ella está aquí. ¡Debió atravesar el muro de alguna manera!

— Sí…

Los especialistas en magnetohidrodinámica prácticamente habían tenido que aprender una nueva profesión antes de poder empezar a reparar el cziltang brone. Ello les llevó varios años. El aparato se había detenido en pleno funcionamiento: la mitad estaba retorcida Y la otra mitad se había fundido… Tuvieron que hacer varias piezas completamente nuevas; se vieron obligados a recalibrar y a emplear elementos que sabían que no resistirían, pero con tal aguantasen el tiempo suficiente…

Durante los trabajos se produjo un accidente. Un rayo osmático, modificado por una graduación defectuosa, atravesó el «Pionero». Dos tripulantes murieron hundidos hasta la cintura en una plataforma de metal, y otros diecisiete sufrieron parálisis cerebral permanente además de otras heridas a resultas de las cuales ciertas membranas permeables se hicieron demasiado permeables.

Pero los diecisiete restantes consiguieron pasar al otro lado. Se llevaron los idiotas consigo. Y también el cziltang brone, por si el Mundo Anillo resultaba demasiado inhóspito.

Se encontraron rodeados de barbarie, sólo barbarie.

Años más tarde, unos cuantos intentaron regresar por donde habían venido.

El cziltang brone se estropeó en medio de la operación y cuatro de ellos quedaron atrapados en el muro exterior. Y ahí acabó todo. A esas alturas ya sabían que sería imposible encontrar piezas de recambio en el Mundo Anillo.

— No comprendo cómo pudieron caer tan rápidamente en la barbarie — dijo Luis —. ¿Has dicho que el «Pionero» tardaba veinticuatro años en recorrer su circuito?

— Veinticuatro años en unidades de la nave, Luis.

— ¡Oh! Eso cambia las cosas.

— Sin duda. Para una nave que se desplace con una tracción igual a una gravedad del Mundo Anillo, las estrellas tienden a estar situadas a una distancia de tres a seis años. Las verdaderas distancias eran grandes. Prill habla de una región abandonada unos doscientos años luz más próxima al plano galáctico, en una zona donde se encuentran tres soles muy juntos, situados sólo a unos diez años luz uno de otro.

— Doscientos años luz… ¿Crees que debe ser una zona próxima al espacio humano?

— Tal vez esté en el mismo espacio humano. En general, los planetas con atmósfera de oxígeno no suelen estar tan próximos como ocurre en los alrededores de Sol. Halrloprillalar dice que en el Mundo Anillo se aplicaron técnicas de terraformación a largo plazo. Las técnicas eran demasiado lentas. Los humanos, impacientes, las abandonaron antes de que pudieran surtir todos sus efectos.

— Ello explicaría muchas cosas. Aunque… No, no tiene importancia.

— ¿Primates, Luis? Existen pruebas suficientes de que tu especie evolucionó sobre la Tierra. Pero la Tierra podría haber constituido una buena base para un proyecto de terraformación de mundos situados en sistemas próximos a tu planeta. Los ingenieros podrían haberse traído animales domésticos y criados.

— ¿Como por ejemplo monos y simios y hombres de Neanderthal…? — Luis hizo un gesto como si quisiera cortar el aire con la mano —. No son más que especulaciones. Y tampoco nos interesa.

— No lo discuto. — El titerote comenzó a masticar un bloque de verduras mientras seguía hablando —. El circuito que seguía el «Pionero» cubría una distancia de más de trescientos años luz. En el curso de un viaje podían producirse importantes cambios, si bien éstos eran raros. Los congéneres de Prill poseían un sistema social muy estable.

— ¿Cómo estaba tan segura de que todo el Mundo Anillo había quedado sumido en la barbarie? ¿Exploraron mucho?

— Muy poco, aunque lo suficiente. Prill tiene razón. Es imposible reparar el cziltang brone. El Mundo Anillo debe de ser enteramente bárbaro a estas horas.

— ¿Por qué?

— Prill intentó explicarme lo ocurrido, tal como se lo había explicado a ella otro miembro de su grupo. Había simplificado mucho el proceso, como es lógico. Es posible que todo comenzase varios años antes de que el «Pionero» iniciara su última travesía…

Los mundos habitados eran diez. Cuando el Mundo Anillo estuvo terminado, los diez fueron abandonados a su destino y continuaron evolucionando sin ayuda del hombre.

Imaginad un mundo en esas condiciones:

El terreno está cubierto de ciudades en todas las fases de desarrollo. Es posible que los barrios de barracas hubieran quedado superados, sin embargo aún debían de quedar barracas en algún lugar, aunque sólo fuese como reliquias históricas. El lugar está lleno de todo tipo de subproductos de la civilización: recipientes vacíos, máquinas estropeadas, libros o películas o pergaminos en mal estado, todo lo que no puede ser reaprovechado o reconvertido de un modo económico, y muchas cosas que aún podrían ser útiles. Los mares han servido de vertederos de basuras durante cientos de miles de años. En cierto período, también tiraron subproductos radiactivos del proceso de fisión.

¿Es de extrañar que la vida marina evolucione a fin de adaptarse a las nuevas condiciones?

¿Es de extrañar que aparezcan nuevas formas de vida capaces de alimentarse de esos desechos?

— En la Tierra ocurrió una vez algo parecido — dijo Luis Wu —. Un hongo que se alimentaba de polietileno. Comenzó a devorar las bolsas de plástico en las repisas de los supermercados. Ya se ha extinguido. Tuvimos que dejar de emplear el polietileno.

Imaginad diez mundos en esas condiciones.

Deben haber ido evolucionando bacterias capaces de alimentarse de compuestos de cinc, de plásticos, de pinturas, de material aislante y de basuras. La cosa no hubiera tenido importancia de no ser por las naves.

Estas continuaban visitando regularmente los viejos mundos, en busca de formas de vida olvidadas o que no se habían adaptado al Mundo Anillo. También se llevaban otras cosas: souvenirs, obras de arte olvidadas o simplemente dejadas para una posterior ocasión. Aún estaban trasladando los museos, pues en cada viaje sólo transportaban unas pocas piezas de incalculable valor.

Una de las naves trajo consigo un hongo capaz de descomponer la estructura de un superconductor a temperatura ambiente, que había sido muy utilizado en la maquinaria complicada.

La acción del hongo era lenta. Era una cepa recién desarrollada y primitiva y, al principio, fue fácil de eliminar. Distintas naves deben de haber ido trayendo formas ligeramente distintas en diversas ocasiones, hasta que una de ellas por fin consiguió arraigar.

Debido a que su efecto era lento, no destruyó la nave hasta mucho después de aterrizar. No destruyó el cziltang brone hasta que los tripulantes y los empleados del espaciopuerto ya lo habían trasladado al otro lado. No hizo mel a en los receptores de energía proyectada hasta que las cabinas que se desplazaban sobre el cañón electromagnético situado en el muro exterior lo habían trasladado a todos los puntos del Mundo Anillo.

— ¿Receptores de energía proyectada?

— Generan la energía en las pantallas cuadradas por proceso termoeléctrico y luego la proyectan sobre el Mundo Anillo. Seguramente también se trata de un sistema infalible. No lo detectamos desde nuestra nave. Debe de haberse desconectado cuando comenzaron a fal ar los receptores.

— Seguro que debía de ser posible fabricar un superconductor distinto — objetó Interlocutor —. Sabemos que existen dos estructuras moleculares básicas, cada una de ellas con múltiples variaciones a distintos niveles de temperatura.

— Existen al menos cuatro estructuras básicas — le corrigió Nessus —. Tienes razón, los anillícolas hubieran podido sobrevivir al Derrumbamiento de las Ciudades. Así lo hubiera hecho una sociedad más joven y vigorosa, Pero debes tener en cuenta las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse.

»Habían perdido buena parte de sus gobernantes, sepultados bajo los edificios cuando se produjo el corte en el suministro de energía. Y sin energía poco podían hacer para hallar otros superconductores. Prácticamente toda la energía almacenada fue confiscada para su uso personal por los hombres dotados de algún poder político, o se empleó para mantener algunos enclaves de civilización con la esperanza de que otros ya se ocuparían de resolver la emergencia. No tenían acceso a los motores de fusión de las naves espaciales, pues los cziltang brone empleaban superconductores. Los pocos hombres capaces de hacer algo no podían ponerse en contacto; la computadora que operaba el cañón electromagnético no funcionaba, y el cañón en sí se había quedado sin suministro de energía.

— Por culpa de un clavo, se perdió un reino — dijo Luis.

— Ya conozco el cuento. Aunque no puede aplicarse exactamente a este caso — continuó Nessus —. Algo podrían haber hecho. Poseían suficiente energía para condensar helio líquido. Una vez desconectados los proyectores de energía, de nada hubiera servido reparar un receptor; sin embargo, podrían haber adaptado un cziltang brone a un superconductor metálico refrigerado con helio líquido. Con el cziltang brone hubieran podido llegar a los espaciopuertos. Podrían haber volado hasta las pantallas cuadradas para restablecer la proyección de energía, y luego adaptar a los receptores otros superconductores refrigerados con helio líquido.

— Pero ello hubiera consumido buena parte de la energía almacenada. ¡La misma que se usaba para iluminar las calles, o mantener a flote los edificios suspendidos que aún quedaban, o también para cocinar y congelar los alimentos! ¡Y así es cómo se hundió la civilización del Mundo Anillo!

— Y nosotros con ella — sentenció Luis Wu.

— Sí. Ha sido una suerte que nos topásemos con Halrloprillalar. Nos ha ahorrado un viaje inútil. De nada servirá proseguir hasta el muro exterior.

La cabeza de Luis comenzó a palpitar con fuerza. Empezaba a tener dolor de cabeza.

— Sí, desde luego ha sido una suerte — dijo Interlocutor-de-Animales —. Si esto es suerte, ¿cómo se explica que no me alegre? hemos perdido nuestro objetivo, nuestro último residuo de esperanza de salir de aquí con vida. Nuestros vehículos están inutilizados. Un miembro de nuestro grupo ha desaparecido en el laberinto de esta ciudad.

— Ha muerto — dijo Luis. Cuando se le quedaron mirando sin comprender, señaló un punto en la penumbra. No les fue difícil localizar la aerocicleta de Teela, con los faros encendidos.

— A partir de ahora tendremos que confiar en nuestra propia suerte — dijo.

— Sí. Ya te lo advertí, Luis. La suerte de Teela era esporádica. Tenía que serlo. De lo contrario, nunca se hubiera embarcado en el «Embustero». Ni nos hubiéramos estrellado. — El titerote hizo una pausa, luego añadió —: De veras, comparto tu pesar, Luis.

— No la olvidaremos — murmuró Interlocutor.

Luis asintió. Pensó que debería sentirse más afectado. Pero el incidente del Ojo de la tormenta había modificado en cierto modo sus sentimientos hacia Teela. En aquel momento, le había parecido menos humana que Interlocutor o Nessus. Era un mito. Los extraterrestres, en cambio, eran reales.

— Tendremos que buscarnos un nuevo objetivo — dijo Interlocutor-de-Animales —. Es preciso colocar el «Embustero» en el espacio. Pero a mí no se me ocurre nada.

— Yo he pensado algo — dijo entonces Luis.

Interlocutor pareció sorprendido.

— ¿Tan de prisa?

— Quisiera meditarlo un poco más. Ni siquiera estoy seguro de que sea una idea cuerda, y tal vez ni tan sólo sea factible. En cualquier caso, necesitaremos un vehículo. Pensemos cómo resolver este detalle.

— Un trineo, tal vez. Podríamos remolcarlo con la aerocicleta que aún nos queda. Un gran trineo, la pared de un edificio, por ejemplo.

— Creo que podemos conseguir algo mejor que eso. Estoy seguro de que lograré convencer a Halrloprillalar para que me lleve a la sala de las máquinas que hacen flotar este edificio. Tal vez el mismo edificio pueda servirnos de vehículo.

— Prueba a ver — dijo Luis.

— ¿Y tú qué harás?

— Dame un poco de tiempo.


El corazón del edificio era todo maquinaria. Parte de la misma servía para mantenerlo en el aire; también había máquinas que operaban el sistema de aire acondicionado y los condensadores de agua y las espitas de agua; y una sección aislada, parte de los generadores que alimentaban la trampa electromagnética. Nessus se puso manos a la obra. Luis y Prill le miraban, fingiendo ignorarse el uno al otro.

Interlocutor seguía encarcelado. Prill no le había permitido subir.

— Te tiene miedo — había explicado Nessus —. Sin duda, podríamos insistir. Podríamos montarte en una de las aerocicletas. Si yo me negase a subir hasta que tú estuvieras en la plataforma, no tendría más remedio que izarte.

— Tal vez me izase hasta medía altura, para luego dejarme caer. No, gracias.

Pero había aceptado admitir a Luis.

Comenzó a inspeccionarla, mientras fingía ignorarla. Tenía una boca muy fina, prácticamente sin labios. La nariz era pequeña, recta y estrecha. Estaba desprovista de cejas.

No era de extrañar que su rostro pareciera inexpresivo. Recordaba más bien el maniquí de un fabricante de pelucas.

Tras dos horas de sudores, Nessus asomó las cabezas por una trampilla de acceso.

— Imposible obtener fuerza motriz. Los campos elevadores sólo sirven para elevar el edificio. Sin embargo, he logrado desconectar un mecanismo rectificador destinado a mantenernos siempre sobre el mismo lugar. El edificio flota ahora a merced de los vientos.

Luis sonrió.

— O un remolque. Podríamos atar un cable a tu aerocicleta y remolcar el edificio detrás.

— No es necesario. La aerocicleta lleva un motor inerte. Podemos dejarla en el interior del edificio.

— Ya se te había ocurrido, ¿eh? Pero ese motor es terriblemente potente. Si la aerocicleta quedara incontrolada aquí dentro…

— Sí. — El titerote se volvió hacia Prill y comenzó a hablarle muy despacio y largo y tendido en la lengua de los dioses del Mundo Anillo. Luego le dijo a Luis:

— Hay bastante cantidad de plástico electrocoagulable. Podemos recubrir la aerocicleta de plástico y dejar sólo los mandos al descubierto.

— ¿No será un poco drástico?

— Luis, si esa aerocicleta comenzara a dar vueltas, incontrolada, podría hacerme daño.

— Bueno…, tal vez. ¿Podrás hacer aterrizar el edificio cuando sea necesario?

— Sí, existe un regulador de altitud.

— Entonces no hace falta un vehículo auxiliar. Bien. Manos a la obra.


Luis estaba descansando, sin dormir. Se había tendido boca arriba sobre el gran lecho. Tenía los ojos abiertos y estaba mirando por la claraboya semiesférica del techo.

El resplandor del halo solar asomaba sobre el borde de la pantalla cuadrada. Faltaba poco para el amanecer; el Arco seguía dibujándose azul y brillante sobre el cielo negro.

— Debo de estar loco — dijo Luis Wu. Y luego —: ¿Qué otra cosa podemos hacer?

Probablemente ese dormitorio formaba parte de las dependencias del jefe. Ahora lo habían transformado en sala de mandos. Luis y Nessus habían colocado la aerocicleta en el armario empotrado, la habían recubierto de plástico y luego, con ayuda de Prill, habían hecho pasar una corriente por el plástico. El armario empotrado tenía el tamaño adecuado.

La cama olía a viejo. Crujía cada vez que se movía.

El Puño-de-Dios — murmuró Luis en la oscuridad. Yo lo vi. Tenía más de mil quinientos kilómetros de altura. No tiene sentido que construyeran una montaña tan alta, no cuando… — prefirió dejarlo ahí.

Y de pronto se sentó en la cama como impulsado por un muelle, y gritó:

— ¡El cable que une las pantallas!

Una sombra entró en el dormitorio.

Luis se quedó inmóvil. La entrada estaba oscura. Sin embargo, los ondulantes movimientos y la distribución de las suaves sombras de sus curvas le revelaron que una mujer desnuda avanzaba hacia él.

— Una alucinación? ¿El espíritu de Teela Brown? La figura llegó a su lado antes de que lograse decidirse por una u otra alternativa. Con perfecto dominio de sí misma, se sentó en la cama. Extendió una mano, le rozó el rostro y comenzó a acariciarle una mejilla con las yemas de los dedos.

Era casi calva. Su melena se reducía a un mechón de un par de centímetros de ancho que le crecía en la base de la nuca. Sus facciones resultaban prácticamente invisibles en la oscuridad. Pero tenía un cuerpo adorable. Era la primera vez que Luis veía su figura. Era delgada y recia, como una bailarina profesional. Tenía los senos altos y turgentes.

Si la cara hubiera estado a la altura del cuerpo…

— Vete — dijo Luis sin rudeza. La cogió por la muñeca e interrumpió las caricias de sus dedos sobre su rostro. Le producía una sensación parecida al masaje de un barbero, infinitamente relajante. Se levantó, la hizo ponerse en pie suavemente, la cogió por los hombros. ¿Y si simplemente le hiciera dar media vuelta y le diera una palmadita en el trasero…?

Ella comenzó a pasarle los dedos por el cuello. Había comenzado a usar las dos manos. Luego le acarició el pecho, le dio un pellizco aquí, y otro allí, y de pronto Luis sintió una incontenible lascivia. Se aferró a sus hombros con todas sus fuerzas.

Ella dejó caer las manos. Esperó inmóvil, sin intentar ayudarle, mientras él se quitaba el jersey. Pero en cuanto una nueva extensión de piel quedó al descubierto, volvió a acariciarle aquí y allí, no siempre en los puntos con mayor concentración de terminaciones nerviosas. Cada caricia parecía activar directamente el centro de placer de su cerebro.

Luis era todo fuego. Si ella le rechazaba ahora, recurriría a la fuerza; tenía que hacerla suya…

…Pero en algún recóndito rincón conservaba un resquicio de serenidad que le decía que esa mujer sería capaz de dejarle frío con la misma facilidad con que le había excitado. Se sentía como un joven sátiro, pero también tenía la vaga sensación de ser un muñeco.

Aunque en esos momentos no le importaba un camino.

Y el rostro de Prill seguía tan inexpresivo como siempre.


Le condujo hasta el borde del orgasmo, luego le retuvo allí, le retuvo allí… de tal forma que cuando por fin se produjo fue como caer herido por un rayo. Pero el rayo continuó y continuó, cual centelleante descarga de éxtasis.

Cuando todo terminó, casi ni advirtió que ella se marchaba.

Debía saber perfectamente hasta qué punto había sido un juguete en sus manos. Antes de que llegara a la puerta, ya se había dormido.

Y se despertó pensando: «¿Por qué lo haría?»

«No hay que ser tan analítico, nej — se replicó a sí mismo —. Se siente sola. Debe llevar muchísimo tiempo aquí. Ha logrado dominar un arte y no ha tenido oportunidad de practicarlo…»

Arte. Debía saber más anatomía que muchos profesores. ¿Un doctorado en Prostitución? La profesión más antigua del mundo era mucho más complicada de lo que podía parecer a simple vista. Luis Wu era capaz de reconocer la excelencia en cualquier terreno. Esta mujer sobresalía en el suyo.

Se tocan estos nervios en el orden adecuado y el sujeto reaccionará de tal y tal forma. Un dominio adecuado de la técnica puede convertir a un hombre en una marioneta…

…Una marioneta de la suerte de Teela…

Ya casi lo tenía. Se había aproximado tanto a la verdad, que cuando por fin la descubrió no constituyó ninguna sorpresa.


Nessus y Halrloprillalar salieron de la cámara frigorífica caminando de espaldas. Les seguía el cuerpo aderezado de un ave corredora más grande que un hombre. Nessus se había puesto un trapo en la boca, para no tener que tocar la carne muerta del muslo.

Luis sustituyó al titerote. Él y Prill comenzaron a tirar al unísono. Se vio obligado a usar las dos manos, y otro tanto tuvo que hacer ella. Le devolvió su saludo con otra inclinación de cabeza y preguntó:

— ¿Cuántos años tiene?

A Nessus no pareció extrañarle la pregunta.

— No lo sé.

— Anoche vino a mi habitación. — No, esa frase no tendría sentido para un extraterrestre —. ¿Sabes que el acto que realizamos para reproducirnos, lo practicamos también por placer?

— Ya lo sabía.

— Anoche hicimos eso. Lo hace muy bien. Tan bien que debe de haber tenido al menos mil años de práctica — dijo Luis Wu.

— No sería imposible. La civilización de Prill poseía un producto más eficaz que el extracto regenerador en cuanto a su capacidad para mantener la vida. Hoy en día, ha adquirido un valor incalculable. Cada dosis equivale a unos cincuenta años de juventud.

— ¿Y sabes cuántas dosis ha tomado ella?

— No, Luis. Pero lo que sí sé es que vino andando hasta aquí.

Habían llegado a la escalera que conducía al bloque celular cónico. El pájaro fue dando tumbos detrás de ellos.

— ¿Vino andando desde dónde?

— Desde el muro exterior.

— Trescientos mil kilómetros.

— Más o menos.

— Cuéntamelo todo. ¿Qué les pasó cuando llegaron al otro lado del muro exterior?

— Se lo preguntaré. No conozco todos los detalles.

Y el titerote comenzó a interrogar a Prill.


Poco a poco logró reconstruir la historia.

El primer grupo de salvajes con que se toparon les tomó por dioses, y otro tanto hicieron los que fueron encontrando sucesivamente, con una notable excepción.

La divinidad les sirvió para resolver eficazmente un problema. Fueron dejando al cuidado de distintos poblados los tripulantes cuyo cerebro había quedado afectado a consecuencia del accidente con el cziltang brone a medio reparar. Como dioses residentes, serían bien tratados; y su cretinez aseguraba que resultasen divinidades relativamente inofensivas.

El resto de la tripulación del «Pionero» se dividió en dos grupos. Nueve tripulantes, entre ellos Prill, se dirigieron hacia antigiro. La ciudad natal de Prill quedaba en esa dirección. Ambos grupos pensaban avanzar siguiendo el muro exterior, en busca de rastros de civilización. Cada grupo juró acudir en ayuda del otro si lograba encontrarla.

Todos los tomaron por dioses, excepto los otros dioses. Había algunos supervivientes del Derrumbamiento de las Ciudades. Algunos estaban locos. Todos tomaban el producto para prolongar la vida, si podían conseguirlo. Todos buscaban restos de civilización. A ninguno se le había ocurrido empezar a reconstruirla por su cuenta.

A medida que avanzaban hacia antigiro, otros supervivientes fueron sumándose a la tripulación del «Pionero». Pronto constituyeron un respetable panteón.

En todas las ciudades encontraron torres derrumbadas Las torres habían sido puestas a flote cuando el Mundo Anillo ya estaba poblado, pero varios milenios antes de que se perfeccionase la droga de la juventud. Al disponer de esta droga, las nuevas generaciones fueron haciéndose más precavidas. En general, los que podían permitírselo se mantenían alejados de los edificios flotantes, a menos que se tratase de signatarios elegidos. Estos habían instalado dispositivos de seguridad, o generadores de energía.

Algunos edificios continuaban suspendidos en el aire. Sin embargo, la mayoría se habían derrumbado sobre el centro de las ciudades, todos al unísono, en el momento en que explotó el último receptor de energía.

En cierta ocasión, el panteón ambulante encontró una ciudad parcialmente recivilizada, poblada sólo en las afueras. De nada les valdría allí la comedia de los dioses. Cambiaron una fortuna en cápsulas de la juventud por un autobús autopropulsado en buen estado de funcionamiento.

No volvió a presentárselas otra oportunidad parecida hasta mucho después. Y a esas alturas ya estaban demasiado cansados. Habían perdido toda esperanza y el autobús se había estropeado. La mayor parte del panteón había quedado varado en una ciudad medio en ruinas, rodeados de otros supervivientes del Derrumbamiento de las Ciudades.

Pero Prill tenía un mapa. Su ciudad natal quedaba directamente a estribor de allí. Convenció a un hombre para que la acompañara y comenzaron a andar.


Continuaron viviendo de su divinidad. Finalmente, empezaron a cansarse el uno del otro, y Prill siguió sola su camino. Cuando no le bastaba con su divinidad, cambiaba pequeñas cantidades de droga de la juventud por comida, siempre que no hubiera más remedio. Por lo demás…

— Tenía otro sistema para dominar a la gente. Ha intentado explicármelo, pero no logro entenderlo.

— Creo que yo sí lo entiendo — dijo Luis —. Y nadie podía oponerse a que lo utilizara. Posee su versión particular del tasp.

Estaba bastante desequilibrada cuando por fin llegó a su ciudad natal. Se instaló en el cuartel de policía que había quedado varado en el suelo. Pasó cientos de horas intentando averiguar la forma de accionar la maquinaria. Por fin consiguió ponerlo a flote; en efecto, la torre disponía de su propia reserva de energía y había sido varada como medida de seguridad después del Derrumbamiento de las Ciudades. Varias veces debió de estar a punto de dejar caer la torre y matarse.

— La torre poseía un dispositivo para capturar a los conductores que cometían infracciones de tráfico — dijo Nessus —. Prill lo conectó. Espera poder capturar a un semejante, a otro superviviente del Derrumbamiento de las Ciudades. Opina que si pilota un coche, sin duda estará civilizado.

— Entonces, ¿para qué quiere tenerle atrapado e indefenso en ese mar de metal oxidado?

— Por si acaso, Luis. Sería una señal de que comenzaba a recuperar el juicio.

Luis frunció el entrecejo y miró el bloque de celdas que tenían debajo. Habían descendido el cuerpo del pájaro sobre los restos de un coche metálico y en esos momentos Interlocutor daba cuenta de él.

— Podríamos aligerar el peso del edificio — dijo Luis —. Podríamos reducirlo prácticamente a la mitad.

— ¿Cómo?

— Desprendiéndonos del sótano. Pero primero tendremos que sacar a Interlocutor de ahí. ¿Crees que podrás convencer a Prill?

— Lo intentaré.

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