24. El Puño-de-Dios

La tierra fue tornándose árida y el aire empezó a enrarecerse. El Puño-de-Dios parecía huir de ellos. Se les había terminado la fruta y la reserva de carne comenzaba a menguar. Habían entrado en la pendiente desértica que culminaba en el propio Puño-de-Dios, un desierto que en su momento Luis había estimado más extenso que toda la Tierra.

El viento silbaba en torno al «Improbable». Ya se habían situado casi directamente en dirección a giro de la gran montaña. El Arco se dibujaba azul y nítido, las estrellas constituían puntos de un brillo intenso y bien definido.

Interlocutor estaba escrutando el cielo a través de la claraboya de la sala de mandos.

— Luis, ¿serías capaz de localizar el núcleo de la galería desde aquí?

— ¿Para qué? Ya sabemos dónde estamos.

— Inténtalo de todos modos.

En los meses que habían pasado bajo ese cielo, Luis había intentado identificar algunas estrellas, había imaginado la distorsión que debían presentar algunas constelaciones desde esa perspectiva.

— Ahí, diría yo. Detrás del Arco.

— Exactamente. El núcleo de la galaxia está situado en el mismo plano que el Mundo Anillo.

— Evidentemente.

— Recordarás que el material base del Mundo Anillo intercepta los neutrinos. Es muy posible que también intercepte otras partículas subatómicas, Luis.

Era evidente que el kzin tenía algo en mente.

Claro. ¡Cómo no se me había ocurrido! ¡El Mundo Anillo es totalmente inmune a la explosión del Núcleo! ¿Cuándo lo descubriste?

— Ahora mismo. Ya hace un tiempo que había conseguido localizar el Núcleo.

— Algunas partículas se dispersarán. La radiación será intensa en las proximidades de los muros exteriores.

— Pero la suerte de Teela Brown la mantendrá alejada de los muros exteriores cuando llegue el frente expansivo.

— Veinte mil años… — Luis estaba anonadado —. ¡Bendito sea Finagle! ¿Cómo es posible que alguien pueda razonar en esos términos?

— La enfermedad y la muerte siempre constituyen una mala suerte, Luis. Partiendo de nuestros supuestos, Teela Brown vivirá eternamente.

— Pero ella no piensa en esos términos. Es su suerte, que nos tiene atrapados a todos como un maestro titiritero…


Nessus ya llevaba dos meses convertido en un cadáver conservado a temperatura ambiente. Su cuerpo no se había descompuesto. Las luces de su botiquín de primeros auxilios continuaban encendidas e incluso cambiaban de vez en cuando. Era la única señal de que tal vez siguiera con vida.

Luis estaba observando al titerote Y, de pronto, estableció una conexión entre las dos ideas.

— Titerote — murmuró en voz baja.

— ¿Luis?

— Estaba pensando si los titerotes no habrían recibido su nombre por su tendencia a erigirse en dioses de las especies que les rodean. Han tratado a los humanos Y los kzinti como si fuesen títeres, es harto evidente.

— Pero la suerte de Teela convirtió a Nessus en un títere.

— Todos hemos estado jugando a ser dioses, cada uno a nuestra manera. — Luis señaló a Prill; la muchacha estaba escuchando y seguramente debía entender una palabra de cada tres —. Prill tú y yo. ¿Qué te pareció la experiencia, Interlocutor? ¿Crees haber sido un buen o un mal dios?

— No sabría decírtelo. No se trataba de seres de mi propia especie, pese a que he estudiado detenidamente a los humanos. Al menos, he conseguido detener una guerra. Bastó explicarle a cada bando que tenía todas las de perder. Hará de eso unas tres semanas.

— Sí. Fue idea mía.

— Evidentemente.

— Ahora tendrás que volver a erigirte en dios. Ante los kzinti — declaró Luis.

— No te entiendo.

— Nessus y los demás titerotes han estado manipulando la reproducción de los humanos y los kzinti. Crearon deliberadamente una situación en la cual la selección natural debía favorecer la aparición de un kzin pacífico, ¿no es así?

— Así es.

— ¿Qué ocurriría si el Patriarca se enterara?

— Sería la guerra — respondió el kzin —. Una flota bien aprovisionada atacaría los mundos de los titerotes tras una travesía de dos años. Es posible que la humanidad se uniera a la expedición. Los titerotes os han ofendido tan gravemente como a nosotros.

— No cabe duda. ¿Y luego?

— Luego los herbívoros exterminarían a mi especie hasta el último cachorro. Luis, no pienso decir ni media palabra a nadie sobre los señuelos para atraer a los vástagos de las estrellas y los planes de reproducción selectiva de los titerotes. ¿Te avendrías a guardar igualmente silencio?

— Puedes contar conmigo.

— ¿A esto te referías cuando hablabas de erigirme en dios ante mi especie?

— A esto y a algo más — dijo Luis —. El «Tiro Largo», ¿continúas decidido a apoderarte de él?

— Aún no lo sé — respondió el kzin.

— No lo conseguirías — dijo Luis —. Pero supongamos que sea posible. ¿Qué ocurriría entonces?

— Entonces el Patriarca poseería un hiperreactor de quantum Il.

— ¿Y luego?

Prill parecía comprender que se estaba debatiendo algo crucial. Les miraba atentamente y parecía dispuesta a interrumpir una pelea en cuanto ésta se produjera.

— Pronto dispondríamos de naves de guerra capaces de recorrer un año luz en un minuto y cuarto. Dominaríamos el espacio, esclavizaríamos a todas las especies a nuestro alcance.

— ¿Y luego?

— Luego no hay más. Ésa es nuestra última ambición, Luis.

— No. Continuaríais la conquista. Con un motor de esas características, os iríais expandiendo en todas direcciones, os dispersaríais, os apoderaríais de cuantos mundos hallaseis. Conquistaríais más de lo que seríais capaces de administrar… y en el ámbito de ese espacio tan enorme sin duda os toparíais con algo realmente peligroso. La flota de los titerotes. Otro Mundo Anillo, pero en su momento de máximo apogeo. Bandersnatch provistos de manos, grogs con pies, kdatlynos armados…

— Meras fantasías.

— Has visto el Mundo Anillo. Has visto los mundos de los titerotes. En un espacio como el que podríais cubrir con el hiperreactor de los titerotes, debe haber necesariamente otros mundos parecidos.

El kzin se quedó callado.

— Piénsalo con calma — continuó Luis —. Reflexiona. De todos modos, tampoco conseguirías apoderarte del «Tiro Largo». Todos moriríamos si lo intentaras.

Al día siguiente, el «Improbable» cruzó una larga fosa completamente recta abierta por un meteorito en su caída. Torcieron rumbo a antigiro y enfilaron directamente hacia el Puño-de-Dios.


La montaña del Puño-de-Dios había ido creciendo sin que pareciera estar más próxima. Mayor que cualquier asteroide, de forma aproximadamente cónica, recordaba un pico nevado ampliado a unas dimensiones de pesadilla. Y la pesadilla continuaba, pues el Puño-de-Dios seguía aumentando de tamaño.

— No lo entiendo — dijo Prill. Se la veía desconcertada y un poco preocupada —. No conocía esta formación. ¿Por qué debieron construirla? En los bordes del Anillo ya hay montañas de estas dimensiones, igualmente decorativas y además muy útiles, pues sirven para impedir que se escape el aire.

— Exactamente lo que había pensado yo — dijo Luis Wu. Y no quiso añadir nada más.

Encontraron el «Embustero» tal como lo habían dejado: boca arriba sobre una superficie libre de rozamiento. Mentalmente, Luis decidió aplazar los festejos. Aún no podían considerarse a salvo.

Finalmente, Prill tuvo que mantener el «Improbable» en una curiosa posición a fin de que Luis pudiera pasar directamente a la nave desde la rampa de aterrizaje. Localizó los controles necesarios para abrir los dos portillos de la compuerta al mismo tiempo. Sin embargo, no pudieron evitar que el aire zumbara a su alrededor durante el tiempo que tardaron en trasladar el cuerpo de Nessus. No podían reducir la presión de la cabina sin ayuda de Nessus, y éste estaba muerto, a todos los efectos.

Sin embargo, le trasladaron al médico automático. Era un ataúd en forma de titerote, especialmente adaptado al cuerpo de Nessus, y bastante grueso. Los cirujanos y mecánicos titerotes debían de haberlo programado para que fuera capaz de hacer frente a cualquier eventualidad. Pero ¿habrían pensado en la decapitación?

Lo habían previsto. El médico automático iba provisto de dos cabezas de recambio, y otras dos con sus correspondientes cuellos, y suficientes órganos y partes del cuerpo para construir varios titerotes completos. Probablemente, habían sido producidos a partir del propio organismo de Nessus; los rostros de las cabezas tenían un aire familiar.

Prill subió a bordo y cayó de cabeza. Pocas veces había visto Luis tal reacción de sorpresa. No le había explicado que la nave iba provista de gravedad inducida. Cuando se levantó, tenía el rostro tan inexpresivo como de costumbre, pero su actitud… Había quedado muda de asombro.

En medio del silencio fantasmagórico que acompaña todo retorno al hogar, se oyó de pronto el grito de guerra de Luis Wu.

— ¡Café! — aulló. Y — ¡Agua caliente! — Irrumpió en el camarote que había compartido con Teela Brown. Segundos más tarde, asomaba la cabeza para gritar — ¡Prill!

Prill acudió a su llamada.

A Prill el café le pareció detestable. En su opinión, Luis debía de estar loco para tomarse ese amargo brebaje, y así se lo dijo.

En cambio, en cuanto Luis le explicó cómo funcionaban los mandos, apreció la ducha como un lujo largo tiempo perdido y terriblemente añorado.

Las placas sómnicas la entusiasmaron.

Interlocutor estaba celebrando el retorno a su manera. Luis no conocía todos los detalles de su camarote. Sin embargo, tenía la certeza de que el kzin se estaría dando un hartazgo.

— ¡Carne! — le oyeron exclamar gozoso —. Ha sido un sacrificio tener que comer carne muerta de varios días.

— Eso que estás comiendo ahora ha sido reconstituido.

— Sí, ¡pero sabe a carne fresca!

Esa noche, Prill se acostó en un diván de la sala de estar. El campo sómnico le gustaba, pero no para dormir. Sin embargo, Luis Wu pudo dormir sin gravedad por primera vez en los últimos tres meses.

Durmió diez horas, y cuando se despertó se sentía como un tigre. A sus pies resplandecía la mitad del disco solar.

Se trasladó otra vez al «Improbable» y empleó su linterna de rayos laser para desenganchar el cabo del alambre de las pantallas. Cuando hubo terminado la operación, aún quedaban adheridos a éste algunos restos de plástico electrocoagulado.

No intentó llevarlo hasta el «Embustero». El alambre negro era demasiado peligroso y el suelo del Anillo resbaladizo en exceso. Luis avanzó a cuatro patas sobre la superficie sin rozamiento, arrastrando el cabo detrás suyo.

Vio a Interlocutor que le observaba desde la compuerta.

Luis subió hasta la compuerta por la escalera de Prill, apartó al kzin sin darle explicaciones y continuó hacia popa. Interlocutor seguía observándole.

El conducto situado más hacia popa en lo que quedaba del «Embustero» era del tamaño de un muslo humano. A través de él pasaban los cables que conectaban la maquinaria situada en el ala de la nave, cuando ésta aún tenía un ala. Ahora la abertura estaba sellada con una placa de metal. Luis levantó la placa, introdujo el cabo del alambre a través de ella y lo dejó colgando fuera.

Luego avanzó hacia proa. De vez en cuando comprobaba la posición del alambre cortando una rodaja de una salchicha jinciana obtenida de la cocina de la nave. Luego señalaba el lugar exacto con pintura amarilla fosforescente. Terminada la operación, una línea de puntos amarillos atravesaba el «Embustero» señalando la trayectoria del alambre prácticamente invisible.

Al tensarse, el alambre cercenaría sin duda algunas de las paredes divisorias de la nave. Gracias a la pintura amarilla, Luis pudo estudiar la dirección de estos cortes y asegurarse de que el alambre no dañara ninguna parte del sistema de supervivencia. Pero la pintura también serviría de advertencia y les ayudaría a mantenerse apartados del alambre.

Luis cruzó la compuerta, esperó a que Interlocutor saliera tras él. Luego cerró el portillo exterior.

Por fin, Interlocutor preguntó:

— ¿Es ésta la razón de que viniéramos hasta aquí?

— En seguida te lo explicaré — respondió Luis.

Se dirigió a la popa del fuselaje de Productos Generales, cogió el cabo con ambas manos y le dio un ligero tirón. El alambre no se movió. Se volvió de espaldas a la nave. Tiró con todas sus fuerzas. El alambre no se movió en absoluto. La puerta de la compuerta lo mantenía en su sitio.

— Imposible someterlo a una prueba con mayor tracción. No estaba seguro de que la puerta de la compuerta quedase lo suficientemente ajustada. Tampoco sabía si el fuselaje de Productos Generales resistiría el roce del cable. Aún no puedo asegurarlo con toda certeza. Pero, sí, por esto hemos venido.

— ¿Qué haremos ahora?

— En primer lugar, tenemos que abrir el portillo de la compuerta. — Así lo hizo —. Ahora dejaremos que el alambre se deslice a través del «Embustero» y transportaremos otra vez el cabo hasta el «Improbable» y volveremos a unirlo a la pared.

Así lo hicieron.

El alambre que había servido para unir las pantallas cuadradas se perdía en la distancia en dirección a estribor. Lo habían arrastrado miles de kilómetros detrás del «Improbable», porque no había forma posible de subirlo a bordo del edificio volante. Tal vez llegaba hasta la maraña de cables enredados en torno a los edificios de la Ciudad Bajo el Cielo; una maraña de alambre que parecía una nube de humo y podía contener mil ones de kilómetros de ese material.

Ahora el alambre entraba por la doble compuerta del «Embustero», cruzaba el fuselaje de la nave, salía por el conducto de los cables y acababa en un pegote de plástico electrocoagulante adherido a la base del edificio volante.

— De momento todo ha salido según lo previsto — comentó Luis —. Ahora necesitaré a Prill. No, ¡nej! Lo había olvidado. Prill no tiene traje de presión.

— ¿Traje de presión?

— Vamos a subir en el «Improbable» hasta la cumbre del Puño-de-Dios. El edificio no es hermético. Tendremos que dejarla aquí.

— Hasta la cumbre del Puño-de-Dios — repitió Interlocutor —. Luis, una sola aerocicleta no es lo suficientemente potente para remolcar el «Embustero» hasta ahí arriba. Si además quieres sobrecargar el motor con la masa adicional de un edificio flotante.

— No tengo intención de remolcar el «Embustero». Arrastraré el alambre hasta la cumbre. Dejaremos que se deslice libremente a través del «Embustero». Nada lo detendrá hasta que le ordene a Prill que cierre la compuerta.

Interlocutor pareció pensarlo.

— Creo que saldrá bien, Luis. Si la aerocicleta del titerote no resulta lo bastante potente, siempre podemos desprendernos de parte del edificio para reducir el peso. Pero, ¿para qué? ¿Qué esperas encontrar ahí en la cumbre?

— Podría resumírtelo en una sola palabra; y te reirías ante mis narices. Interlocutor, te juro que, si me equivoco, nunca lo sabrás — dijo Luis Wu.

Mientras tanto pensaba: «Debo explicarle a Prill lo que debe hacer. Y taponaré el conducto con plástico. No impedirá el paso del cable, pero el «Embustero» quedará casi herméticamente cerrado».

El «Improbable» no era una nave espacial. Su fuerza elevadora era de carácter electromagnético y se sustentaba en la estructura básica del propio Anillo. Y en el Puño-de-Dios esta estructura básica formaba una ladera inclinada; pues la montaña estaba hueca. Naturalmente, el «Improbable» tendría tendencia a volcar, a caer hacia atrás bajo el impulso de la aerocicleta del titerote.

Interlocutor ya había hallado una solución a ese problema.

Se enfundaron sus trajes de presión ya antes de iniciar el viaje propiamente dicho. Mientras sorbía una papilla a través de un tubo, Luis recordó con añoranza la carne asada con la linterna de rayos laser. Interlocutor estaba sorbiendo sangre reconstituida, absorto en sus propios pensamientos.

La cocina sin duda era innecesaria. Se deshicieron de esa parte del edificio y con ello disminuyó su tendencia a volcar hacia atrás.

También se deshicieron del equipo de aire acondicionado y de los controles policíacos. Sin embargo, no arrojaron por la borda los generadores que destruyeron sus aerocicletas hasta asegurarse de que eran independientes de los motores elevadores. Luego derribaron algunas paredes, dejando las necesarias para protegerse de los rayos directos del sol.

Cada día les acercaba un poco más al cráter del Puño-de-Dios, un cráter capaz de tragarse casi cualquier asteroide. El reborde del cráter no le recordaba a ninguno de los que había visto Luis. Unos salientes semejantes a puntas de lanza de obsidiana formaban un anillo dentado. Puntas de lanza que por sí solas tenían las dimensiones de una montaña. Localizaron una hendidura entre dos de esos picos. Podrían pasar por allí…

— Imagino que deseas penetrar en el cráter — dijo Interlocutor.

— Así es.

— En ese caso, es una suerte que hayamos encontrado ese cañón. A partir de allí la ladera se hace demasiado empinada para nuestro motor. Pronto llegaremos al cañón.

Interlocutor pilotaba el «Improbable» a base de variar la tracción de la aerocicleta. Habían tenido que dirigirla así desde que se desprendieron del mecanismo estabilizador, en un último intento de aligerar el peso del edificio. Luis ya se había acostumbrado al extraño aspecto del kzin: los cinco globos transparentes concéntricos de su traje de presión, el casco en forma de pecera con su maraña de controles para la lengua que casi le ocultaban todo el rostro, la enorme mochila.

— Llamando a Prill — dijo Luis por el intercom —. Llamando a Halrloprillalar. ¿Estás ahí, Prill?

— Aquí estoy.

— No te muevas. Dentro de veinte minutos estaremos al otro lado.

— Me alegro. Ya ha durado bastante.

El Arco parecía despedir llamas sobre sus cabezas. A mil quinientos kilómetros por encima de la superficie del Mundo Anillo, llegaban a divisar el lugar donde el Arco se confundía con los muros exteriores y el paisaje plano. Se sentían como el primer hombre que viajó al espacio, haría de eso un millar de años, y al mirar hacia la Tierra comprobó que, por Jehová, realmente era redonda.

— Cómo íbamos a adivinarlo — dijo Luis, muy quedo. Sin embargo, Interlocutor levantó la vista de lo que estaba haciendo.

Luis no advirtió la mirada extrañada del kzin.

— Hubiéramos podido ahorrarnos muchos problemas. Hubiéramos podido regresar en cuanto encontramos el alambre de las pantallas. ¡Qué nej, hubiéramos podido remolcar el «Embustero» hasta la cumbre del Puño-de-Dios con nuestras cuatro aerocicletas! Pero entonces Teela no habría conocido a Caminante.

— ¿Todavía la suerte de Teela Brown?

— Naturalmente. — Luis tuvo un sobresalto —. ¿He estado hablando solo?

— Te he estado escuchando.

— Tendríamos que haberío imaginado — dijo Luis. Ya estaban muy cerca del cañón entre los dos empinados picos —. Los Constructores nunca habrían construido una montaña tan alta en este sitio. Poseen más de un billón de kilómetros de montañas de más de mil kilómetros de altura, si contamos los dos muros exteriores.

— Pero el Puño-de-Dios existe, Luis.

— No. Es sólo una cáscara. Mira ahí abajo: ¿qué ves?

— Material base del Anillo.

— Cuando lo vimos por primera vez creímos que era hielo sucio. ¡Hielo sucio, sobre el vacío! Pero esto es lo de menos. Recuerdas la noche que estuviste examinando el mapa gigante del Mundo Anillo? No conseguiste localizar el Puño-de-Dios. ¿Por qué no?

El kzin no dijo nada.

— Porque no estaba allí, por eso. No estaba allí cuando hicieron el mapa. Prill, ¿estás ahí?

— Sí. ¿Esperabas no encontrarme?

— Bien. Cierra las compuertas. Repito, cierra las compuertas, ya. Ten cuidado, no vayas a cortarte con el alambre.

— Mi gente inventó este alambre, Luis. — La voz de Prill le llegaba algo desfigurada. Se perdió un minuto, luego anunció —: Las dos puertas están cerradas.

El «Improbable» cruzó entre las rígidas astillas de montaña, la tensión de Luis, todo y con ser grande, hubiera sido aún mayor de no haber confiado en su subconsciente en que existiría alguna forma de cañón o paso entre esos picos.

— Luis, ¿qué esperas encontrar exactamente en el cráter de Puño-de-Dios?

— Estrellas — dijo Luis Wu.

El kzin también estaba sometido a una gran tensión.

— ¡No intentes burlarte de mí! Te juro…

… Y ya estaban al otro lado. No había ningún paso. Sólo una cáscara rota de material base del Mundo Anillo, dilatado por increíbles tensiones hasta quedar reducido a menos de un metro de espesor; y luego se abría el cráter de la montaña del Puño-de-Dios.

Comenzaron a caer. Y el cráter estaba lleno de estrellas.

Luis Wu tenía una imaginación estupenda. Mentalmente, podía hacerse una imagen perfectamente clara del proceso.

Primero vio el sistema del Mundo Anillo, estéril, impoluto, libre de naves espaciales, libre de cualquier objeto excepto la estrella G2, una cadena de pantallas cuadradas y el Mundo Anillo. Luego vio un cuerpo extraño que pasaba próximo a él, demasiado próximo. Contempló su caída hiperbólica desde el espacio y vio que en su trayectoria interestelar se interponía… la cara inferior del Mundo Anillo.

En su visión, el cuerpo extraño tenía aproximadamente el tamaño de la Luna de la Tierra.

Los primeros segundos debió de ser sólo plasma ionizado. Un meteorito puede enfriarse por ablación, por la vaporización de su propia capa exterior. Pero aquí el gas vaporizado no tenía posibilidades de expansión. Conque se había ido introduciendo en una deformación de la base del Anillo. El paisaje se había deformado hacia arriba; su cuidadosamente estudiada ecología y la organización de las lluvias habían quedado completamente desbaratados en una región más extensa que la superficie de la Tierra. Todo ese desierto… y el propio Puño-de-Dios, que se elevaba más de mil kilómetros antes de que la bola de fuego lograra atravesar el increíblemente resistente material base del Anillo.

¿Puño-de-Dios? ¡Nej, claro! Desde una celda del Mundo Anillo, Luis había imaginado claramente lo sucedido. El fenómeno debió de verse desde todas partes: una bola de fuego infernal del tamaño de la Luna de la Tierra que atravesaba la base del Anillo como el puño de un hombre fornido puede atravesar una caja de cartón.

Los nativos podían dar gracias de que la base del Anillo se hubiera deformado hasta tal punto. Por ese agujero podrían haber perdido fácilmente todo el aire del Mundo Anillo; sólo que estaba unos mil kilómetros demasiado arriba…

El cráter estaba lleno de estrellas. Y no había gravedad; los motores elevadores no tenían en qué sustentarse. Luis realmente no había anticipado lo que ocurriría a partir de ahí.

— Agárrate — gritó —, ¡y no te sueltes! Si te caes por la ventana, jamás conseguiremos rescatarte.

— Ya lo veo — dijo Interlocutor. Se había colgado de una viga de metal. Luis encontró otra.

— ¿Te das cuenta? ¡Estrellas!

— Sí, Luis, pero ¿cómo lo adivinaste?

Entonces sintieron la fuerza de la gravedad, algo tiraba del «Improbable». El desmantelado edificio se ladeó y la ventana de la sala de mandos daba hacia arriba.

— Ha resistido — dijo Luis con orgullo. Se instaló sobre su viga —. ¡Más vale así! Espero que Prill se haya puesto el cinturón; será un trayecto agitado. Tendrá que subir toda la ladera del Puño-de-Dios colgada del extremo de quince mil kilómetros de alambre de las pantallas. Tendrá que subir y pasar al otro lado, y entonces…

Ya podían ver el vientre del Mundo Anillo. Una superficie infinita, toda ella repujada. En el medio, un enorme orificio cónico abierto por un meteorito, reluciente en el fondo. Mientras el «Improbable» se balanceaba como una plomada bajo el Mundo Anillo, el sol comenzó a relucir en el fondo del cráter.

— …saldrá y comenzará a bajar. Y quedaremos unidos al «Embustero» y rumbo al espacio abierto, a mil, doscientos kilómetros por segundo. El alambre acabará juntándonos; y si eso no funciona, aún nos queda el motor de la aerocicleta de Nessus. ¿Cómo lo adiviné? Ya te lo he dicho. ¿No te he hablado del paisaje?

— No.

— Ello fue el detonador. Todos esos picos de material base que asomaban entre las rocas, ¡y sólo habían transcurrido mil quinientos años desde la caída de la civilización! La causa eran esos dos orificios causados por meteoritos, que habían cambiado el rumbo de los vientos. ¿Has observado que la mayor parte de nuestro recorrido tuvo lugar entre esos dos orificios?

— Un razonamiento muy tortuoso, Luis.

— Pero no ha fallado.

— Es verdad. Y gracias a ti podré ver otra puesta de sol — dijo quedamente el kzin.

Luis saltó como electrizado:

— ¿Tú también?

— Sí, a veces me gusta contemplar la puesta del sol. Pero, hablemos del «Tiro Largo».

— ¿Cómo dices?

— Si consiguiera apoderarme del «Tiro Largo», mi especie dominaría el espacio conocido hasta que otra especie más poderosa chocara con nuestra esfera expansiva. Olvidaríamos todo lo que hemos ido aprendiendo con tanto esfuerzo, en cuanto a la cooperación con especies distintas.

— Así es — dijo Luis en la oscuridad. El alambre robado se mantenía firme. El «Embustero» ya debía de haber iniciado el ascenso por la pendiente de diez grados del Puño-de-Dios.

— Tal vez ni siquiera lleguemos a ese punto, si pensamos que la suerte de varios miles como Teela Brown protegerá la Tierra. Sin embargo, el honor me obliga a intentarlo — continuó Interlocutor-de-Animales —. No osaría apartar a mi especie del honorable camino de la guerra. Los dioses kzinti renegarían de mí.

— Ya te advertí que jugar a dios era arriesgado. Se sufre.

— Por suerte, el dilema no se plantea. Has dicho que destruiría el «Tiro Largo» en mi intento de apoderarme de él. Es un riesgo que no puedo correr. Necesitaremos el hiperreactor de los titerotes para huir del frente expansivo de la explosión del Núcleo.

— Así es — dijo Luis.

— ¿Y si te estuviera mintiendo? — preguntó entonces el kzin. — Nada podría hacer contra el ingenio de un ser tan inteligente.

El sol centelleó en el fondo del cráter del Puño-de-Dios.

— En realidad, hemos visto muy poco — dijo Luis —. Doscientos cuarenta mil kilómetros en cinco días, luego, otra vez la misma distancia en dos meses. Una séptima parte de la anchura del Mundo Anillo. Y Teela y Caminante lo recorrerán a todo lo largo.

— Están locos.

— Nunca llegamos a ver el muro exterior. Ellos lo verán. Me pregunto cuántas cosas más nos habremos perdido. Si las naves de los anillícolas llegaron hasta la Tierra, tal vez se trajeran algunas ballenas azules y ballenas espermáticas, antes de que las extinguiéramos. No llegamos a ver ningún océano.

— Piensa en toda la gente que conocerán. Una cultura puede seguir infinitos derroteros. Y todo ese espacio… El Mundo Anillo es tan grande…

— No podemos volver atrás, Luis.

— No, claro que no.

— No hasta que comuniquemos nuestro secreto a nuestros respectivos mundos. Y podamos conseguir una nave en buen estado.

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