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—Bueno, no ha sido culpa mía —protestó la administradora de la Estación de Lanzaderas, Chalopin—. Ni siquiera estaba informada de lo que pasaba —dijo la mujer a Van Atta, en un tono acusador—. ¿Cómo se supone que puedo controlar mi jurisdicción cuando hay otros administradores que interfieren en mis canales de mando, propiamente establecidos, dan órdenes a mi gente sin ni siquiera informarme, violan el protocolo…

—La situación era extraordinaria. El tiempo era fundamental —respondió Van Atta en un tono agresivo.

Internamente, Leo comprendía la irritación de Chalopin. Habían interrumpido su rutina tranquila, su oficina había sido invadida repentinamente a petición de la vicepresidenta de Operaciones… Apmad no creía en la pérdida de tiempo. La investigación oficial de la compañía sobre el incidente había comenzado, bajo sus órdenes, apenas hacía una hora, en el pasillo 29. A Leo le sorprendería si tardaba más de una hora en terminar el caso.

Las ventanas de las oficinas administrativas de la Estación número Tres, selladas contra la presión interna del edificio, ofrecían una vista del complejo: los pasillos, las zonas de carga, los depósitos, las oficinas, los hangares, las habitaciones de los obreros, el monorraíl que llegaba hasta la refinería que brillaba en el horizonte y las montañas escarpadas detrás. Y la planta de energía vital. La atmósfera de Rodeo tenía oxígeno, nitrógeno y dióxido de carbono, pero en proporciones erróneas y a una presión demasiado baja para un metabolismo humano. El aire acondicionado funcionaba constantemente para ajustar la mezcla de gases y filtrar los agentes contaminantes. Un ser humano viviría apenas quince minutos fuera, sin una máscara de oxígeno. Leo no sabía si pensar que era un margen de seguridad o sólo una muerte lenta. Decididamente, no era un edén.

Bannerji había pasado furtivamente junto a la administradora de la Estación. Escondiéndose detrás de ella, pensó Leo. A esta altura, ésta sería la mejor estrategia para el guardia de Seguridad. Desde sus zapatos elegantes, pasando por su pulcro uniforme de Galac-Tech hasta el peinado echado hacia atrás, sin ningún cabello fuera de lugar, Chalopin irradiaba la voluntad y la habilidad necesarias para defender su terreno.

Apmad, que arbitraba la escaramuza, también era todo un personaje. Regordeta, en el pico más alto de la mediana edad, con el cabello corto y canoso, bien podría haber sido la abuela de alguien, excepto por sus ojos. No hacía ningún intento por vestirse para tener éxito. Como si ya tuviera suficiente poder, estaba más allá de este juego. Aparte de regular los temperamentos, sus comentarios lacónicos le habían servido para revolver la olla, como si sintiera curiosidad por ver lo que subía a la superficie. Decididamente, no eran los ojos de una abuela…

Por su parte, Leo seguía a punto de estallar.

—El Proyecto ya tiene veinticinco años. El tiempo no puede ser tan fundamental.

—Dios todopoderoso —gritó Van Atta—, ¿soy yo el único consciente de lo que significa tocar fondo?

—¿Tocar fondo? —dijo Leo—. Galac-Tech está más cerca de obtener los frutos del Proyecto Cay que en cualquier otro momento. Complicar las cosas ahora, con un intento impaciente y prematuro de extraer ganancias es verdaderamente criminal. Estáis a punto de obtener los primeros resultados reales.

—No es tan fácil —observó Apmad fríamente—. El primer grupo de cincuenta trabajadores no es más que una muestra. Tendrán que pasar otros diez años para que pueda funcionar en su totalidad.

Fría, sí. Pero Leo leyó una cierta tensión oculta en sus ojos, si bien todavía no podía determinar qué era lo que la producía.

—Entonces, llámenlo una pérdida fiscal. No pueden decirme que no pueden hacer uso de una pérdida fiscal o dos —dijo Leo, mientras con una mano señalaba a Rodeo a través de la ventana.

Apmad hizo señas con los ojos al hombre que estaba de pie silenciosamente junto a ella.

—Dile a este joven cuáles son los hechos de la vida, Gavin.

Gavin era un estúpido grandote, con la nariz rota. Al principio, Leo había pensado que era una especie de guardaespaldas. En realidad, era el jefe de contables de la vicepresidenta de Operaciones y cuando hablaba, lo hacía con una elocución sorprendentemente precisa y elegante, con párrafos muy bien redondeados.

—Galac-Tech ha estado compensando las pérdidas considerables del Proyecto Cay con las ganancias de Rodeo desde el principio. Es mejor que haga un poco de historia para usted, señor Graf.

Gavin se rascó la nariz, pensativo.

—Galac-Tech tiene un acuerdo con el gobierno de Orient IV para la explotación de Rodeo durante un período de noventa y nueve años. Los términos originales del contrato nos eran extremadamente favorables, ya que los recursos minerales y petroquímicos únicos de Rodeo, en ese momento, todavía no habían sido descubiertos. Y así fue durante los primeros treinta años del contrato.

»Los treinta años siguientes fueron testigos de una enorme inversión de materiales y mano de obra por parte de Galac-Tech para desarrollar los recursos de Rodeo. Por supuesto —sacudió un dedo dictatorial en el aire—, tan pronto como Orient IV comenzó a ver que nuestras ganancias pasaban bajo sus narices sin poder participar de ellas, comenzaron a lamentar los términos del contrato y a buscar un corte más grande del pastel. En primer lugar, se eligió a Rodeo como base para el Proyecto Cay, además de ciertas ventajas legales únicas, para que los gastos del proyecto pudieran ser cargados a las ganancias de Rodeo y así reducir la excitación nociva que dichas ganancias estaban generando en Orient IV.

»El contrato de Galac-Tech en Rodeo finalizará dentro de unos catorce años y el gobierno de Orient IV está… ¿Cómo decirlo? Está sufriendo de una ambición anticipada. Acaban de cambiar sus leyes impositivas y, desde fines de este año fiscal, proponen gravar la operación que la compañía realiza en Rodeo sobre las ganancias brutas y no netas. Nosotros protestamos, pero hemos fracasado. Malditos provincianos —agregó en forma reflexiva—. Así son las cosas.

«Después que termine este año fiscal, las pérdidas del Proyecto Cay ya no podrán ser compensadas con los ahorros fiscales con Orient IV. Serán pérdidas reales y nos afectarán de lleno. Se espera que los términos del nuevo contrato a fines de los próximos catorce años no sean favorables. Por cierto, calculamos que Orient IV está haciendo planes para dejar fuera a Galac-Tech y hacerse cargo de las operaciones de Rodeo por una fracción de su verdadero valor. Una expropiación, o como quiera llamarlo, sería lo mismo. El bloqueo económico ya está comenzando. Ha llegado el momento de empezar a limitar una mayor inversión y a maximizar las ganancias.

—En otras palabras —dijo Apmad, con un brillo de enojo en sus ojos—, intentamos que se hagan cargo de un armazón vacío.

Sería duro para los últimos que quedaran, pensó Leo y se estremeció. ¿Esos estúpidos en Orient IV no se daban cuenta de que la cooperación y el acuerdo aumentarían las ganancias de todos? Los negociadores de Galac-Tech también tenían un poco de culpa, reflexionó. Había presenciado con anterioridad otras versiones de tomas del poder hostiles. Miró por la ventana las instalaciones inmensas y activas que había más abajo, resultado de dos generaciones de trabajo intenso, y gruñó internamente ante la posibilidad de que todo eso se perdiera en un futuro no tan lejano. El rostro horrorizado de Chalopin revelaba que su pensamiento era igual de desalentador. Leo pensó en ella. ¿Cuánta energía había invertido Chalopin en la construcción de este lugar? ¿El sudor y la dedicación de cuánta gente se iría por la borda con un solo plumazo?

—Ése fue siempre tu problema, Leo —dijo Van Atta, un tanto malignamente —. Siempre te llenas la cabeza de pequeños detalles y te pierdes la gran película.

Leo sacudió la cabeza para aclarar un poco sus ideas y retomó el hilo perdido de su argumento.

—Sin embargo, la viabilidad del Proyecto Cay… —hizo una pausa abrupta y tomó aire. De un plumazo. ¿Se podía ganar la libertad de un plumazo? ¿Era tan simple? Miró a Apmad intensamente—. Dígame, señora —dijo midiendo sus palabras—, ¿qué sucede si la viabilidad del Proyecto Cay es desaprobada? —Lo cancelamos —respondió simplemente.

Oh, las cosas que diría al salir de la escuela. Y además, cómo hundiría a Brucie-baby para siempre. A Leo se le crisparon los nervios. Abrió la boca para derramar destrucción…

Y la volvió a cerrar. Se miró las uñas de la mano y preguntó como de pasada:

—¿Y qué les sucede a los cuadrúmanos en ese caso?

La vicepresidenta de Operaciones frunció el. ceño, como si hubiera mordido algo desagradable. Una vez más esa tensión escondida, la única expresión que Leo había descubierto en su rostro.

—Ése es el problema más difícil de todos.

—¿Difícil? ¿Por qué difícil? Déjenlos ir. Por cierto —Leo luchaba por sofocar su creciente indignación detrás de una expresión de tranquilidad—, si Galac-Tech los dejara ir inmediatamente, antes de finalizar este año fiscal, todavía estaría a tiempo de calcular su inversión en ellos como mejor le plazca y considerarlos una pérdida aceptada fiscalmente contra las ganancias de Rodeo. Un último beneficio, como si fuera un último bocado de Orient IV.

Leo mostró una sonrisa atractiva.

—¿Dejarlos ir? Parece olvidarse, señor Graf, que la mayoría de ellos apenas son niños.

—Los más grandes podrían ayudar a cuidar a los más pequeños —insistió Leo—. Ya lo hacen, de todas formas… Tal vez podrían ser trasladados durante algunos años a algún otro sector que pudiera absorber la pérdida de su mantenimiento… A Galac-Tech no le representaría un gasto superior a todo ese número de trabajadores con pensiones. Además, sólo sería por unos años…

—El fondo de retiro de la compañía se autosustenta —observó el contable Gavin—. Una refinanciación con nuevos créditos.

—Una obligación moral —dijo Leo con desespero—. Seguramente Galac-Tech tendrá que admitir una obligación moral con ellos. Nosotros los creamos, después de todo.

El suelo se movía bajo sus pies. Todavía podía ver esa tensión en su rostro incomprensivo, pero aún no llegaba a discernir hacia dónde se inclinaba la balanza.

—Obligación moral, por cierto —acordó Apmad, con las manos entrelazadas —. ¿Y no tiene en cuenta el hecho que el doctor Cay hizo a estas criaturas fértiles? Son especies nuevas. Las llamó Homo quadrimanus, no Homo sapiens especie quadrimanus. El era el genetista y podemos suponer que sabía de qué hablaba. ¿Y qué sucede con la obligación moral de Galac-Tech hacia la sociedad en general? ¿Cómo piensa que reaccionará si estas criaturas y todos sus problemas invaden sus sistemas? Si piensa en sus reacciones exageradas por la polución química, imagínese la reacción que habría frente a una polución genética.

—¿Polución genética? —musitó Leo, mientras intentaba darle un significado racional a este término. Sonaba impresionante.

—No. Si se prueba que el Proyecto Cay es el error más costoso de Galac-Tech, lo ocultaremos de la mejor manera posible. Los trabajadores de Cay serán esterilizados y ubicados en alguna institución conveniente, donde pasarán el resto de sus vidas sin ser molestados. No es la solución ideal, pero es el mejor acuerdo que podemos ofrecer.

—Esteri… Esteri… —tartamudeó Leo—. ¿Qué crimen han cometido para ser sentenciados a prisión de por vida? Y si se cierra Rodeo, ¿dónde encontrará o construirá otro Hábitat orbital apropiado? Si le preocupan los costos, señora, eso que sería muy costoso.

—Los colocaremos en algún planeta, por supuesto, por una fracción del costo.

Imaginó a Silver arrastrándose por el suelo como un pájaro con las alas quebradas.

—¡Eso es obsceno! ¡No serán más que lisiados!

—La obscenidad —replicó Apmad— ya consistió en crearlos. Hasta que la muerte del doctor Cay hizo que el departamento cayera en mis manos, no tenía la menor idea que detrás de sus experimentos I+D se escondían estas manipulaciones de los genes humanos. Mi mundo adoptaría las medidas más draconianas para asegurar que nuestros genes no se destinan a mutaciones accidentales. Andar por ahí introduciendo mutaciones en forma deliberada me parece el hecho más vil… — se detuvo para contener la respiración y volver a controlar sus emociones—. Lo correcto es la eutanasia. Aunque pueda sonar terrible, a la larga sería lo menos cruel.

El contable Gavin sonrió a su jefa. Había levantado las cejas en señal de sorpresa, las había bajado con asombro y finalmente se tranquilizó. Tal vez no estaba tomando en serio lo que ella decía. Leo no creía que estuviera bromeando.

—Sería más efectivo desde el punto de vista de los costos —agregó Gavin en un tono profesional—. Si se llevara a cabo antes de terminar este año fiscal, sí podríamos tomarlos como una pérdida total contra los gravámenes de Orient.

—¡No pueden hacer eso! —exclamó Leo—. Son personas, niños. Sería un asesinato…

—No, no lo sería —negó Apmad—. Es repugnante, es cierto, pero no es asesinato. Ésa era la otra mitad de la razón por la cual el Proyecto Cay se llevó a cabo en órbita, alrededor de Rodeo. Además del aislamiento físico, también representa un aislamiento legal. Es una concesión de noventa y nueve años. El único mandato legal en el espacio local de Rodeo es la regulación de Galac-Tech. Me temo que esto tiene mucho menos que ver con la prudencia que con el interés del doctor Cay de obstaculizar cualquier interferencia con sus esquemas. Pero si Galac-Tech decide no definir a los trabajadores de Cay como seres humanos, no se aplicarían las reglamentaciones de la compañía respecto de los crímenes.

—¿Ah, no? —a Bannerji se le iluminó el rostro.

¿Cómo los define Galac-Tech? —demandó Leo con curiosidad—. Legalmente.

—Cultivos de tejidos experimentales posfetales —dijo Apmad.

—¿Y cómo define su asesinato? ¿Aborto retroactivo?

Apmad contrajo las fosas nasales.

—Simple eliminación —dijo.

—O simple vandalismo, tal vez —manifestó Gavin, quien le echó una mirada irónica a Bannerji—. Nuestro requerimiento legal es que el tejido experimental sea incinerado después de la eliminación. Son las reglamentaciones de los Biolaboratorios Standard IGS.

—Estréllenlos contra el Sol —sugirió Leo—. Eso sería menos costoso.

Van Atta se tocó suavemente el mentón y contempló a Leo, con cierta intranquilidad.

—Cálmate, Leo. Sólo estamos hablando de situaciones posibles. Los cuadros militares lo hacen todo el tiempo.

—Es cierto —acordó la vicepresidenta de Operaciones. Se detuvo para fruncir el ceño a Gavin, cuya impertinencia aparentemente no le complacía—. Hay que tomar algunas decisiones difíciles. No estoy ansiosa por enfrentarlas, pero parece que tendré que hacerme cargo. Es mejor que sea yo y no alguien ciego a las consecuencias a largo plazo para la sociedad en general, como el doctor Cay. Pero quizá, señor Graf, a usted le gustaría compartir la opinión del señor Van Atta y quiera demostrar cómo la visión original del doctor Cay todavía puede llevarse a cabo con buenos resultados, de manera que ninguno de nosotros tenga que tomar decisiones difíciles.

Van Atta sonrió a Leo, casi triunfante. Reivindicado, vengativo, calculador…

—Para volver al tema en cuestión —dijo Van Atta—, ya solicité que se instruya un expediente al capitán Bannerji por su juicio pobre y —miró a Gavin— por su vandalismo. También sugeriría que el costo de la hospitalización de TY-776-424-X-G sea pagado por su departamento.

Bannerji languideció. La administradora Chalopin se puso rígida.

—Pero cada vez me resulta más evidente —continuó Van Atta, mientras dirigía a Leo su sonrisa más desagradable—, que habría otra cuestión que deberíamos tratar aquí…

Mierda, pensó Leo, me va a culpar de intromisión. Una carrera de dieciocho años por la borda, Y yo tengo la culpa. Ni siquiera pude terminar el trabajo. …

—Subversión.

—¿Qué? —dijo Leo.

—En los últimos meses, era cada vez más difícil manejar a los cuadrúmanos. Y eso coincide con tu llegada, Leo. Después de los hechos de hoy, me pregunto si sólo es una mera coincidencia. Me inclino a pensar que no. ¿No es cierto que fuiste tú quien ayudó a escapar a Tony y a Claire? —acusó a Leo, mientras le señalaba con un dedo amenazador.

—¿Yo? —dijo Leo, lleno de furia—. Es cierto, una vez Tony me increpó con ciertas preguntas extrañas, pero pensé que sólo sentía curiosidad por su nueva asignación de trabajo. Ojalá hubiera…

—¡Lo admites! —gritó Van Atta—. Fuiste tú quien alentaste actitudes desafiantes hacia la autoridad de la compañía entre los trabajadores de Hidroponía y entre tus propios alumnos, quienes te habían sido confiados. Ignoraste los planes cuidadosamente desarrollados por el departamento psicológico respecto del discurso y el comportamiento a bordo del Hábitat. Contaminaste a los trabajadores con tu propia actitud nociva…

Leo se dio cuenta de inmediato que Van Atta no le permitiría defenderse si podía evitarlo. Van Atta tenía en mente algo más valioso que una simple venganza por un puñetazo en la mandíbula. Un chivo expiatorio. Un chivo expiatorio perfecto, sobre el cual recaerían todos los errores del proyecto en los últimos dos meses o más, según su ingenio y su sacrificio incondicional a los dioses de la compañía. Y él surgiría totalmente limpio y sin pecado.

—¡No, por Dios! —exclamó Leo—. Si yo hubiera gestado una revolución, lo habría hecho mucho mejor… —dijo mientras agitaba las manos en dirección del depósito. Sus músculos se prepararon para lanzarse sobre Van Atta una vez más. Si iba a ser despedido, de todas maneras, por lo menos tendría que encontrar alguna satisfacción…

—Caballeros —interrumpió la voz de Apmad, como un balde de agua fría—. Señor Van Atta, me atrevo a recordarle que no se aceptan despidos de las instalaciones del tipo de Rodeo. No sólo porque Galac-Tech está contractualmente obligada a proporcionar transporte a sus hogares a los despedidos, sino que además está la cuestión de los gastos y de la pérdida de tiempo que representa la importación de sus reemplazantes. No, concluiremos de la siguiente manera. El capitán Bannerji será suspendido de sueldo por dos semanas y recibirá un castigo oficial por llevar armas no autorizadas en una misión oficial de la compañía. El arma será confiscada. El señor Graf también será sancionado, pero volverá de inmediato a sus obligaciones, ya que no hay nadie que lo reemplace.

—¡Pero a mí me obligaron! —protestó Bannerji.

—¡Pero yo soy inocente! —gritó Leo—. Es una confabulación. Una fantasía paranoica…

—No pueden enviar a Graf al Hábitat ahora —exclamó Van Atta—. Lo próximo que hará será sindicalizar a los trabajadores…

—Considerando las consecuencias del fracaso del Proyecto Cay —dijo fríamente la vicepresidenta de Operaciones—, creo que no lo hará. ¿No es cierto, señor Graf?

Leo se estremeció.

—Sí.

Ella sonrió sin satisfacción.

—Gracias. Esta investigación ha terminado. Las quejas que puedan surgir o las apelaciones de alguna de las partes deberán ser dirigidas a Galac-Tech en la Tierra.

Sus cejas parecieron agregar Si se atreven. Hasta Van Atta consideró que era mejor mantener la boca cerrada.

Los ánimos en la lanzadera de regreso al Hábitat eran, para decirlo de la manera más suave posible, tensos. Claire, acompañada por una de las enfermeras del Hábitat, quien había tenido que acortar tres días su licencia, estaba acurrucada en el fondo, con Andy en los brazos. Leo y Van Atta estaba tan distanciados entre sí como lo permitía el espacio.

Van Atta habló con Leo en una ocasión.

—Te lo dije.

—Tenías razón —contestó Leo.

Van Atta se enfureció ante este ataque. Leo hubiera preferido atacarlo con un palo de metal.

¿Tendría razón Van Atta? ¿Su insistencia en obtener resultados instantáneos sería un signo de preocupación por el bienestar de los cuadrúmanos? ¿Querría que sobrevivieran? Leo llegó a la conclusión de que no. El único bienestar que le preocupaba a Bruce era el suyo propio.

Leo se reclinó hacia atrás y miró por la ventana, mientras la aceleración del despegue lo mantenía contra el respaldo del asiento. Un vuelo en una lanzadera todavía le producía cierto escalofrío, aun después de los innumerables viajes que había hecho. Había gente —millones, la gran mayoría— que nunca habían despegado los pies de sus planetas en todas sus vidas. Él era uno de los pocos afortunados.

Afortunado por conservar su trabajo. Afortunado por los resultados que había logrado en tantos años. La Estación de Transferencia Morita probablemente había sido la coronación de su carrera, el proyecto más importante en el que había trabajado. Había visto el lugar por primera vez cuando estaba completamente vacío, en pleno espacio, donde no podía haber nada de nada. El año anterior había estado allí, mientras hacía transbordo de una nave de Ylla a una nave dirigida a la Tierra. Morita tenía buen aspecto, realmente bueno. Viva, incluso después de pasar por extensiones de sus instalaciones, varios años antes de lo que todos habían esperado. Expansiones lentas. Los planes habían sido incorporados en los diseños originales. En ese entonces las llamaron expansiones demasiado ambiciosas. Ahora decían que eran expansiones visionarias.

Y también había habido otros proyectos. Todos los días, de un extremo del nexo del agujero de gusano al otro, se evitaban innumerables accidentes en la estructura porque él, y la gente que había preparado, habían hecho bien su trabajo. El trabajo intenso de una semana había prevenido a tiempo la propagación de resquebrajaduras en las líneas de reactores en la gran fábrica orbital Beni Ra y se habían salvado, tal vez, tres mil vidas. ¿Cuántos cirujanos pueden decir que salvaron tres mil vidas en diez años de sus carreras? En ese memorable recorrido de inspección, que había hecho una vez por mes durante años. Los desastres invisibles que nunca llegaban a ocurrir, en general, no aparecían en los titulares. Pero él lo sabía, y los hombres y mujeres que trabajaban con él también lo sabían. Y eso era suficiente.

Lamentaba haber golpeado a Bruce. La alegría del momento ciertamente no compensaba el haber arriesgado su empleo. Los dieciocho años de beneficios de pensión acumulados, las opciones de acciones, la antigüedad, sí, tal vez. Al no tener que mantener una familia, Leo podía decidir arrojarlas al viento si quería. Pero, ¿quién se ocuparía de la próxima Beni Ra?

Cuando regresaran al Hábitat, cooperaría. Se disculparía correctamente ante Bruce. Duplicaría sus esfuerzos de capacitación, aumentaría el cuidado. Se mordería la lengua, hablaría solamente cuando le dirigieran la palabra. Sería cortés con la doctora Yei. Diablos, incluso haría lo que ella le pidiera.

Cualquier otra actitud sería inútilmente arriesgada. Allí arriba había cientos de niños. Tantos, tan variados, tan jóvenes. Cien chicos de cinco años, ciento veinte de seis años, que llenaban las guarderías, que jugaban en el gimnasio de caída libre. Ningún individuo podía hacerse responsable por arriesgar todas esas vidas en algún intento aventurado. Sería interminable. Imposible. Criminal. Insano. ¿A dónde podría llevar eso? Nadie podía prever todas las consecuencias. Leo ni siquiera podía prever lo que sucedería a continuación. Nadie podía. Nadie.

Atracaron en el Hábitat. Van Atta hizo pasar a Claire, Andy y la enfermera por la escotilla, mientras Leo desabrochaba el cinturón del asiento.

—Oh, no —oyó decir Leo a Van Atta—. La enfermera llevará a Andy a la guardería. Tú regresarás a tu antiguo dormitorio. Sacar a ese bebé de aquí fue un acto criminal e irresponsable. Es obvio que no estás capacitada para hacerte cargo de él. Te puedo garantizar que también quedarás fuera de la lista de reproducción.

Los sollozos de Claire eran tan débiles que resultaban apenas perceptibles.

Leo cerró los ojos de dolor.

—Dios —preguntó—, ¿por qué yo?

Cuando terminó de desabrocharse, no pudo evitar pensar en su futuro.

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