11

Silver se dio cuenta de que había sido un error permitirle a Ti que insistiera en acoplarse a la otra nave. El ruido y el estremecimiento del impacto de los ganchos de ajuste habían retumbado en toda la nave remolcadora. Zara, ansiosa, emitió un grito de miedo. Ti la miró por encima del hombro, reprimiéndola en silencio, y volvió su atención a los controles.

No, su error había sido permitir que una autoridad terrestre, masculina y con piernas, hubiera imperado sobre su sentido común. Ella sabía que Ti no estaba preparado para estas naves remolcadoras. Se lo había dicho él mismo. Él sería la única autoridad después de que subieran a la nave de Salto. No, se dijo a sí misma, no hasta entonces. —Zara —dijo Silver—, toma los controles. —Maldición — comenzó a decir TÍ—. Si piensas… —Necesitamos demasiado de Ti en los canales de comunicación como para desperdiciarlo en los mandos —interrumpió Silver. Esperaba realmente que Ti no menospreciara el elogio que le estaba brindando a su orgullo.

—Está bien —dijo Ti, con cierto resquemor, y le cedió el lugar a Zara. El anillo de acople del tubo flexible no cerraba bien. Un segundo acople, con todos los posibles ruidos que pudo producir, tampoco logró que el anillo cerrara con precisión. Silver tenía miedo de morir o tal vez esperaba morir. No estaba segura. Le sudaban las palmas de las manos y como se pasaba el soldador láser de una mano a la otra, el mango estaba cada vez más pegajoso.

—Ves —le dijo Ti a Zara—.Tú no lo puedes hacer mejor.

Zara lo miró.

—Has torcido uno de los anillos, inútil. Es mejor que sea el suyo y no el nuestro.

—Más que inútil, imbécil —corrigió Jon, que estaba trabajando en la escotilla para hacerlo enganchar—. Si vas a utilizar terminología terrestre, úsala bien.

—Nave remolcadora R-26 llamando a nave de Salto de Galac-Tech D620 — dijo Ti por el intercomunicador—. Von, vamos a tener que desenganchar e ir por el otro lado. Así no funciona.

—Adelante, Ti —respondió la voz del piloto de Salto—. ¿Estás enfermo? No se te oye muy bien. Además, ese acoplamiento ha sido desastroso. ¿Cuál es la emergencia, por cierto?

—Ya te lo explicaré cuando estemos a bordo. —Ti levantó la vista y obtuvo una confirmación de parte de Zara—. Desenganchando ahora.

Su suerte fue mucho mejor en la escotilla de estribor. No, se corrigió a sí misma Silver. Nosotros nos forjamos nuestra propia suerte. Y es mi responsabilidad ver que sea buena y no mala.

Ti fue el primero en pasar por el tubo flexible. El ingeniero de la nave de Salto lo estaba esperando al otro lado. Silver pudo oír su voz enojada.

—Gulik, has torcido nuestro anillo de acoplamiento externo. Todos pensáis que sois el señor «Dedos Rápidos» cuando estáis enchufados a los equipos, pero con el trabajo manual, sois los peores, sin excepción… —su voz se entrecortó cuando Silver apareció por la escotilla y le apuntó al estómago con su soldador láser.

Tardó un momento en percibir el arma. Abrió los ojos y la boca cuando vio que Siggy y Jon también lo apuntaban detrás de ella.

—Llévanos donde está el piloto, Ti —dijo Silver. Esperaba que el miedo que se reflejaba en su voz le diera un tono enojado y agresivo, no pálido y débil. Le parecía que había perdido toda su energía. Tenía la sensación de tener el estómago fláccido. Tragó y sujetó con más firmeza el soldador.

—¿Qué diablos es todo esto? —preguntó el ingeniero. Su tono de voz era aún más agudo que antes. Carraspeó y se volvió más grave—. ¿Quiénes sois vosotros? Gulik, ¿han venido contigo?

Ti se encogió de hombros y esbozó una sonrisa lánguida, que estaba muy bien estudiada o era real.

—No exactamente. Yo estoy con ellos.

Siggy recordó apuntar a Ti con el soldador. Silver aprobó esta maniobra y mantuvo en secreto su idea al respecto. El hecho de entrar con Ti desarmado, aparentemente bajo las armas de los cuadrúmanos, lo cubría en caso de una posterior captura y de un proceso legal. Al mismo tiempo, encubría la posibilidad de hacer que su secuestro fuera real, en caso que decidiera ponerse del lado de sus compañeros a último momento. Engranajes dentro de otros engranajes. ¿Todos los líderes tendrían que pensar en tantos niveles? La sola idea la hacía sentirse mal.

Atravesaron rápidamente la sección de la tripulación hacia el comandante. El piloto de Salto estaba sentado en su asiento mullido, conectado a la corona de sus auriculares de control. El uniforme morado de la compañía tenía unos listones llamativos que proclamaban sus rango y especialización. Tenía los ojos cerrados y tarareaba desafiando el ritmo de los latidos de la biorretroalimentación de su nave.

Su sorpresa fue evidente cuando los auriculares se desprendieron y se elevaron, cortando toda comunión con su máquina, cuando Ti tocó el control de desconexión.

—Por Dios, Ti, no hagas estas cosas. Tú sabes…

Su sorpresa fue aún mayor cuando vio a los cuadrúmanos. Tuvo que sofocar, un grito de asombro. Sonrió a Silver, totalmente consternado. Sus ojos recorrieron su anatomía y se volvieron a fijar en su rostro. Silver movió el soldador láser, para llamar su atención.

—Levántese —le ordenó.

El piloto se agachó aún más.

—Mire, señorita…¿Qué es esto?

—Un arma láser. Levántese.

Su mirada la escudriñó, escudriñó a Ti y finalmente al ingeniero. Llevó la mano a los sujetadores de su asiento, no sin dudar. Tenía los músculos tensos.

—Salga lentamente —agregó Silver.

—¿Por qué? —le preguntó.

Por si acaso, pensó Silver.

—Esta gente quiere pediros prestada la nave —explicó Ti.

—¡Secuestradores! —exclamó el ingeniero. Retrocedió y permaneció junto a la puerta. Los soldadores de Jon y de Siggy no dejaban de apuntarlo—. ¡Mutantes!

—Salga —repitió Silver. Su tono de voz subía incontrolablemente.

El rostro del piloto estaba perplejo y pensativo. Soltó las manos de su cinturón en una actitud que simulaba una relajación y las puso sobre sus rodillas.

—¿Qué pasa si no lo hago? —la desafió, con cierta tranquilidad.

Ella imaginó que perdería el control de la situación y que sería el piloto el que la dominaría. Todo por su superioridad y frialdad. Miró a Ti, pero él se sentía a salvo en su papel de victima inocente e indefensa. En una actitud sumisa, según dirían los terrestres.

Sintió palpitar el corazón una y otra vez. El piloto comenzó a relajarse, lo cual se hizo visible en su exhalación y en el brillo de triunfo de sus ojos. La había estudiado. Sabía que no podría disparar. Llevó otra vez la mano a su cinturón y recogió las piernas, como si quisiera accionar el sistema de palancas.

Silver lo había ensayado en su mente muchas veces, pero el hecho real era casi un anticlímax. Tenía una claridad cristalina, como si ella misma la estuviera observando a cierta distancia o desde otro tiempo, pasado o futuro. Se acercaba el momento de elegir el blanco, algo que había elaborado una y otra vez antes, sin llegar a ninguna conclusión. Apuntó el soldador justo debajo de las rodillas del piloto. No había ninguna superficie valiosa que se interpusiera entre ellos.

Apretar el botón fue sorprendentemente fácil. El trabajo de un solo músculo pequeño en su pulgar superior derecho. El rayo fue de un color azul apagado, que ni siquiera la hizo pestañear, aunque una llama amarilla intensa destelló en la tela del uniforme, supuestamente no inflamable. Enseguida se apagó. Podía sentir el olor de la tela quemada, aún más penetrante que el olor de la carne quemada. En un instante, el piloto estaba inclinado hacia adelante gritando de dolor.

—¿Por qué lo has hecho? —gritó Ti, con una gran tensión en la voz—. ¡Todavía estaba atado a su asiento, Silver! —Sus ojos no podían esconder su asombro. El ingeniero, después de un primer movimiento convulsivo, quedó inmovilizado, como una pelota sumisa. Sus ojos iban de un cuadrúmano a otro. Siggy tenía la boca abierta. Jon tenía los labios bien apretados.

Los gritos del piloto la asustaron y le crisparon tanto los nervios que sentía que iba a estallar. Volvió a apuntarlo con el soldador.

—¡Deje de hacer ese ruido! —le ordenó.

Para sorpresa de todos, el piloto dejó de gritar. Suspiró entre sus dientes apretados y la miró con ojos que destilaban dolor. Las quemaduras en las piernas parecían estar cauterizadas. Tenían un color negro ambiguo. Silver sentía una mezcla de repulsión y un deseo curioso de acercarse a ver lo que había hecho. Los bordes de las quemaduras tenían un color rojo intenso. El plasma amarillo seguía saliendo, pero quedaba adherido a la piel. Todavía no había necesidad de utilizar una aspiradora manual. La herida no parecía amenazar su vida. Al menos de inmediato.

—Siggy, suéltalo y sácalo de ese asiento de control —ordenó Silver. Por primera vez, Siggy obedeció sin protestar. Su mirada asustada ni siquiera parecía querer sugerir cómo hacerlo mejor.

Por cierto, el efecto de su acción sobre todos los presentes, no sólo los cautivos, era más que gratificante. Todos se movían rápidamente. Podía llegar a ser adictivo. No había protestas, no había quejas…

Algunas quejas.

—¿Era necesario? —preguntó Ti, mientras los prisioneros iban delante de ellos por el pasillo—. Estaba saliendo de su asiento…

—Intentaba saltar sobre mí.

—No puedes estar segura de eso.

—Pensé que no podría dispararle si se movía.

—Pero no me digas que no tenías otra elección…

Silver se dio la vuelta y lo miró con irritación. Ti se echó atrás.

—Si no logramos capturar esta nave, mil amigos míos van a morir. Tenía una elección. Elegí. Y volvería a elegir. ¿Me has entendido?

Y tú eliges por todos, Silver. Las palabras de Leo resonaban en su memoria.

Ti se rindió de inmediato.

—Sí, señora.

¿Sí, señora? Silver pestañeó y siguió avanzando delante de Ti, para esconder su confusión. Ahora le temblaban las manos. Entró en el compartimento sanitario antes que todos, ostensiblemente para desconectar todos los equipos de comunicación, excepto la alarma de emergencia direccional, y para verificar el equipo de primeros auxilios. Estaba allí, completo. Y también para estar sola durante un momento, lejos de la mirada de sus compañeros.

¿Era éste el placer que Van Atta sentía con su poder, cuando todos se abrían paso ante él? Era obvio lo que su disparo le había producido al piloto desafiante. Pero, ¿qué efecto había producido en ella? Por cada acción, una reacción igual y opuesta. Era una verdad somática, un conocimiento visceral que llevaban todos los cuadrúmanos desde el nacimiento, clara y evidente en cada movimiento.

Salió del compartimento. El piloto emitió un quejido de dolor cuando sus piernas golpearon accidentalmente la escotilla, mientras lo ponían a él y al ingeniero en el compartimento sanitario, lo cerraban y lo despedían de la nave de Salto.

La agitación de Silver dio lugar a una resolución fría en su interior, si bien le seguían temblando las manos por la desesperación que le producía el dolor del piloto. Era así. Los cuadrúmanos no eran diferentes de los terrestres, después de todo. Cualquier mal que ellos pudieran hacer, los cuadrúmanos lo podían hacer también. Si lo deseaban.

Muy bien. Si colocaban los tubos de cultivo en este ángulo, con una rotación de seis horas, podrían arreglárselas con cuatro espectros de luz menos en el módulo de hidroponía y al mismo tiempo tendrían suficientes lúmenes sobre las hojas como para estimular el florecimiento en catorce días. Claire introdujo la orden en el ordenador e hizo pasar, en forma acelerada, todo el ciclo en el modelo analógico, sólo para estar segura. La nueva configuración de crecimiento reduciría el consumo de energía del módulo en un doce por ciento, desde las primeras estimaciones. Bien. Hasta que el Hábitat llegara a destino y pudieran desarrollar los delicados colectores solares otra vez, la energía sería óptima.

Apagó el ordenador y suspiró. Ésa era la última tarea de planificación que podría realizar mientras estuviera aquí encerrada en el Clubhouse. Era un buen escondite, pero demasiado tranquilo. Le había costado muchísimo concentrarse, pero no tener nada que hacer, según descubrió a medida que pasaban los segundos, era peor. Se acercó al armario y sacó un paquete de uvas y las comió de una en una. Cuando las hubo terminado, regresó el mismo silencio pegajoso.

Imaginaba poder tener a Andy en sus brazos otra vez, poder agarrarle esos deditos cálidos, en una seguridad mutua. También esperaba que Silver se diera prisa y que enviara la señal. Por otra parte, cuando se imaginó a Tony, prisionero allí abajo, rogó ansiosamente que Silver se demorara, que por algún milagro pudieran recuperar a Tony en el último momento. No sabía si empujar o tirar de los minutos que pasaban, pero cada uno que pasaba, parecía despellejarla.

Sintió el ruido de las compuertas y le invadió la ansiedad. ¿La habían descubierto? No, eran tres muchachas cuadrúmanas. Emma, Patty y Kara, ayudantes de enfermería.

—¿Ya es la hora? —preguntó Claire.

Kara sacudió la cabeza.

—¿Por qué no empieza? ¿Qué es lo que Silver está…? —se detuvo. Se le ocurrieron tantas razones desastrosas para la demora de Silver.

—Es mejor que envíe la señal pronto —dijo Kara—. Todos te están buscando como locos por todo el Hábitat. El señor Wyzak, el supervisor de Mantenimiento de Sistemas Aéreos, finalmente pensó en mirar detrás de las paredes. En este momento están en la sección del dique de carga. Todos los integrantes de su tripulación están sufriendo la peor crisis de idiotez —dijo, con una sonrisa en su rostro—, pero, a la larga, buscarán por esta zona.

Emma cogió uno de los brazos inferiores de Kara.

—En ese caso, ¿es éste el mejor lugar para escondernos?

—Tendrá que serlo, por el momento. Espero que las cosas estallen antes que el doctor Curry siga haciendo su trabajo con todos los nombres de su lista, porque, de otra manera, este lugar va a estar repleto de gente — dijo Kara.

—¿Entonces el doctor Curry se ha recuperado? — preguntó Claire, sin estar segura si quería escuchar un sí o un no —. ¿Lo suficiente como para seguir adelante con sus cirugías? Esperaba que ya no estuviera en estado de hacerlo.

Kara sonrió.

—No exactamente. Lo único que hace es quedarse ahí inmóvil, mientras supervisa a la enfermera que da las inyecciones. En realidad, lo haría si pudieran encontrar alguna chica a quien darle las inyecciones.

—¿Inyecciones?

Abortivos — dijo Kara.

Oh. Entonces es una lista diferente de la mía. Por eso Emma y Patty estaban tan pálidas.

Kara suspiró.

—Sí. Bueno, todas nosotras estamos en una lista o en otra, supongo. — Luego, se retiró.

Claire se quedó en compañía de las otras dos muchachas, aunque esto representaba un peligro mayor de que las descubrieran, no sólo a ellas, sino sus planes. ¿Cuántas cosas más podían andar mal antes de que todo el personal terrestre del Hábitat comenzara a hacerse las preguntas correctas? Suponiendo que todo el plan se descubriera prematuramente, ¿sería por la pista abierta que ella había dejado? ¿Tendría que haberse sometido dócilmente al procedimiento del doctor Curry, aunque sólo fuera para mantener todo en secreto un tiempo más? ¿Qué pasaba si «un poco más de tiempo» era la diferencia entre el éxito y el desastre?

—¿Y ahora qué pasará? —dijo Emma, con una voz débil.

—Tendremos que esperar. A menos que hayas traído algo para hacer —dijo Claire.

Emma meneó la cabeza.

—Kara me hizo salir de mi turno de trabajo en Reparaciones Menores hace apenas diez minutos. No pensé que era para traerme aquí.

—A mí me sacó de mi saco de dormir —confirmó Patty. Se le escapó un bostezo, a pesar de toda la tensión—. Estoy tan cansada todos estos días…

Emma se frotó el abdomen inconscientemente con sus palmas inferiores, en un movimiento circular que a Claire le resultaba muy familiar. Entonces, las muchachas ya habían comenzado con su preparación para el parto.

—Me preguntó cómo va a salir todo esto —suspiró Emma—. Cómo resultará. Dónde vamos a estar todos nosotros dentro de siete meses…

Claire se dio cuenta de que no era una cifra dicha al azar.

—Por lo menos, lejos de Rodeo. O muertos.

—Si estamos muertos, no tendremos más problemas —dijo Patty—. Si no… Claire, ¿cómo es el parto? ¿Cómo es en realidad? —Sus ojos parecían suplicar que la experiencia de Claire la tranquilizara. Esta era la única que tenía conocimientos sobre los misterios maternales del cuerpo que estaba presente en este momento.

Claire, comprensiva, le respondió.

—No fue exactamente cómodo, pero no es nada que no puedas manejar. El doctor Minchenko dice que a nosotras nos va mucho mejor que a las mujeres terrestres. Tenemos una pelvis mucho más flexible, con un arco más amplio, y nuestro suelo pélvico es más elástico, por el hecho de no tener que luchar contra las fuerzas gravitacionales. Dice que fue idea suya diseñarnos así y eliminar el himen, o lo que fuera. Supongo que era algo doloroso.

—¡Ay! Pobres mujeres —dijo Emma—. Me pregunto si sus bebés son succionados de sus cuerpos por la gravedad.

—Nunca he oído nada así —dijo Claire, dudosa—. Él dijo que tenían problemas cuando se acercaba el término, porque el peso del bebé les cortaba la circulación y les apretaba los nervios y los órganos y esas cosas.

—Me alegra no haber nacido en la Tierra —dijo Emma—. Por lo menos, no ser una mujer terrestre. Piensa en las pobres madres que tienen que preocuparse por si sus ayudantes dejan caer a sus recién nacidos. —Se estremeció.

—Allí abajo, es horrible —confirmó Claire fervientemente, cuando recordó lo sucedido—. Vale la pena arriesgar cualquier cosa con tal de no tener que ir allí. De verdad.

—Pero nosotras estaremos solas dentro de siete meses —dijo Patty—. Tú tuviste ayuda. Tenías al doctor Minchenko. Emma y yo vamos a estar solas.

—No, no lo estaréis —dijo Claire—. ¡Qué idea tan horrible! Kara estará allí. Yo también. Todas os ayudaremos.

—Leo también vendrá con nosotros —dijo Emma, con ánimo de parecer optimista—. Él es un terrestre.

—No creo que ése sea exactamente su campo de experiencia —dijo Claire, honestamente. Trataba de imaginarse a Leo como especialista médico. Él había dicho que no le interesaban los sistemas hidráulicos—. De todos modos —prosiguió con firmeza—, la parte complicada del nacimiento de Andy tuvo que ver, en general, con la recopilación de datos, porque yo era una de las primeras y estaban ensayando los procedimientos. Eso fue lo que dijo el doctor Minchenko. El parto no fue nada complicado. El doctor Minchenko no lo hizo, en realidad… Fui yo la que lo hice, mi cuerpo. Lo único que hizo él fue sostener la aspiradora manual. Es un poco desordenado, pero rápido. —Si nada sale mal biológicamente, pensó y tuvo el sentido común de no decirlo en voz alta. Patty seguía intranquila.

—Sí, pero el parto no es más que el comienzo. El hecho de trabajar para Galac-Tech nos mantenía ocupadas, y hemos estado trabajando tres veces más desde que se planteó todo esto de la huida. Y hay que ser muy tonta como para no darse cuenta de que será peor después. No hay ningún fin a la vista. ¿Cómo vamos a manejar todo esto y además a los bebés? No estoy segura si creo en todo lo que se dice de la libertad. Leo habla de libertad, pero ¿libertad para quién? No para mí. Yo tenía más tiempo libre cuando trabajaba para la compañía. —¿Quieres ir a presentarte al consultorio del doctor Curry? —le sugirió Emma. Patty se encogió de hombros, incómoda. —No…

—No creo que cuando habla de libertad se refiera al tiempo libre —dijo Claire, pensativa—. Creo que se refiere más a la supervivencia. Como… como no tener que trabajar para otros que tienen el derecho de dispararte si lo desean. — Sus recuerdos se reflejaron en su voz. Suavizó el tono, de forma inconsciente—. Tendremos que seguir trabajando, pero será á para nosotros. Y para nuestros hijos.

—En especial para nuestros hijos —dijo Patty, con un tono sombrío.

—Eso no está mal —comentó Emma.

Claire creyó comprender el porqué del pesimismo de Patty.

—Y la próxima vez, si es que hay una próxima vez, podrás elegir quién será el padre de tu hijo. No habrá nadie que te lo diga.

El rostro de Patty se iluminó visiblemente.

—Eso es cierto…

La intención de Claire de tranquilizarla había surtido efecto. La conversación había entrado en vías menos amenazadoras, por el momento. Después de mucho rato, se abrieron las compuertas y asomó la cabeza de Pramod.

—Hemos recibido la señal de Silver —fue lo único que dijo.

Claire expresó su alegría en voz alta. Patty y Emma se abrazaron y daban vueltas en el aire.

Pramod extendió una mano, para prevenirlas.

—Las cosas todavía no han empezado. Tendréis que quedaros aquí un poco más de tiempo.

—¡No! ¿Por qué? —gritó Emma.

—Estamos esperando una nave especial de suministros de la Tierra. Cuando llegue al embarcadero, será la nueva señal para que todo comience.

El corazón de Claire comenzó a palpitar.

—Tony…¿Traen a Tony a bordo?

Pramod sacudió la cabeza. Sus ojos oscuros compartían su dolor.

—No, sólo las varillas de combustible. Leo está verdaderamente ansioso por recibirlas. Tiene miedo de que sin ellas no tengamos la energía suficiente para expulsar al Hábitat.

—Sí… claro —dijo Claire y volvió a encerrarse en sí misma.

—Quedaos aquí, esperad e ignorad cualquier sirena de emergencia que podáis oír —dijo Pramod. Juntó sus manos inferiores en un gesto de aliento y se retiró.

Claire se reclinó para esperar. Con la tensión que tenía, podría haberse puesto a llorar. Pero lo último que necesitaban Emma y Patty era un mal ejemplo.

Bruce van Atta presionó un dedo contra la nariz, apretando una de sus fosas nasales y respiró profundamente. Luego cambió de lado y repitió el procedimiento. Maldita caída libre, con todos los problemas, nasales que provocaba, entre otras incomodidades. No veía la hora de volver a la Tierra. Inclusive Rodeo sería una mejoría. Se preguntaba sí podría inventar una excusa… ir a inspeccionar si las barracas de los cuadrúmanos estaban listas, tal vez. Bien pensado, podría alargar ese trámite durante cinco días.

Se movió y se acercó a uno de los rincones del consultorio en forma de pastel de la doctora Yei. Se sentó sobre su escritorio, apoyó la espalda en una pared plana y enganchó los pies en la barra magnética, llena de papeles y formularios. Yei frunció los labios, molesta, y se entregiró para mirarlo. Van Atta cruzó los pies en una posición cómoda, con la intención deliberada de ensuciar los papeles y sacar a la psiquiatra de sus casillas. La doctora volvió a mirar la pantalla. No quería responder a esa provocación. Van Atta pisoteó un poco más los papeles. Un capricho femenino, pensó. Era un alivio que sólo les quedaran unas pocas semanas de trabajar juntos, así no tendría que seguir aguantándola más.

—Así que… —preguntó Van Atta—, ¿hasta dónde hemos llegado?

—Bueno, no sé cómo lo está haciendo usted… Por cierto —agregó, maliciosamente—, ni siquiera sé qué es lo que está haciendo…

Van Atta sonrió. Así que, después de todo, el gusano podía culebrear. Algunos administradores podrían haberse ofendido por la insubordinación implícita. Van Atta se felicitó a sí mismo por su sentido del humor.

—…pero hasta ahora, he terminado de orientar a casi la mitad del personal sobre sus nuevas asignaciones.

—¿Alguien ha causado problemas? Puedo hacerme el chico malo, si es necesario —se ofreció— y me encargaría de los que no quieren cooperar.

—Naturalmente, todo el mundo está bastante sorprendido —contestó la doctora—. Sin embargo, no creo que su… intervención directa sea necesaria. — Bien —dijo Van Atta, jovialmente. —No obstante, creo que habría sido mejor decírselo a todos al mismo tiempo. Revelar la información por sectores invita a que se empiecen a crear rumores, que es lo menos deseable.

—Sí. Bueno, ya es demasiado tarde… Sus palabras fueron interrumpidas por el trepidante ulular de una alarma procedente del intercomunicador. La pantalla de Yei fue abruptamente invadida por el canal de emergencia de Sistemas Centrales.

Una voz masculina, un rostro fatigado —por Dios, era Leo Graf— apareció en la pantalla.

—Emergencia, emergencia —gritó Graf. ¿Desde dónde estaba llamando?—, tenemos una emergencia. Estamos perdiendo presión. No es un simulacro.

Todo el personal terrestre del Hábitat debe ir de inmediato al área de seguridad y quedarse allí hasta que deje de sonar la alarma…

En la pantalla, apareció un mapa generado por ordenador que indicaba la ruta más corta desde esa terminal hasta los módulos de seguridad. Van Atta sólo veía un módulo. Maldición. La pérdida de presión debe ser en todo el Hábitat. ¿Qué diablos estaba pasando?

—Emergencia, emergencia. No es un simulacro —repetía Graf.

Yei también miraba el mapa con ojos de asombro. Ahora más que nunca parecía una rana.

—¿Cómo puede ser? Se supone que el sistema de compuertas aísla el área con problemas del resto…

—Apuesto a que lo sé —dijo Van Atta—. Graf debe haber afectado la estructura del Hábitat, con su trabajo preparatorio del salvamento… Apuesto a que él o sus cuadrúmanos han estropeado algo importante. A menos que ese idiota de Wyzak haya hecho algo… ¡Vamos!

—Emergencia, emergencia —siguió repitiendo la voz de Graf—. No es un simulacro. Todo el personal terrestre del Hábitat debe ir de inmediato…

—¡Hijo de puta!

El rostro de Leo desapareció de la pantalla. Lo único que se podía ver era el mapa de emergencia.

Van Atta se adelantó a Yei, que todavía seguía mirando el mapa. Salió de su oficina y atravesó las puertas abiertas en el extremo del módulo que, aunque deberían haber estado cerradas, no lo estaban. Estaban a medio cerrar. Los controles no funcionaban. Van Atta y Yei se unieron a un grupo de terrestres que se apresuraba para alcanzar el área de seguridad.

Van Atta tragó y maldijo su sinusitis. Le zumbaba un oído y el otro no dejaba de latirle. La ansiedad provocada por la subida de adrenalina le hacía temblar el estómago.

El módulo de conferencias C ya estaba lleno cuando llegaron. Había terrestres vestidos y a medio vestir. Uña de las integrantes del personal de Nutrición tenía una caja de alimento congelado debajo de un brazo. Van Atta pensó en un principio que podía contener información sobre la duración de la emergencia, pero luego decidió que simplemente la debía tener en sus manos cuando sonó la alarma y ni siquiera pensó en dejarla antes de escapar.

—¡Cerrad las puertas! —gritó un coro de voces cuando entraba su grupo y el de Yei. Hubo una brisa de aire, que se convirtió en un silbido y luego en silencio cuando las compuertas se cerraron.

El caos y el pánico reinaban en el módulo de conferencias.

—¿Qué sucede?

—Pregúntale a Wyzak.

—Seguramente está allí fuera, buscando una solución.

—Si no, es mejor que esté bien lejos…

—¿Están todos aquí?

—¿Dónde están los cuadrúmanos? ¿Qué pasa con los cuadrúmanos?

—Tienen su propia área de seguridad. Esta no es demasiado grande.

—Probablemente, su gimnasio.

—Yo no capté ninguna instrucción dirigida a ellos por la pantalla, ni para que fueran al gimnasio ni a ninguna otra parte…

—Pruebe por el intercomunicador.

—La mitad de los canales están muertos.

—¿Ni siquiera puede comunicarse con Sistemas Centrales?

—Señora, yo soy Sistemas Centrales…

—¿No tendríamos que haber hecho un recuento de personas? ¿Alguien sabe cuántos están cumpliendo su turno aquí arriba en este momento?

—Doscientos setenta y dos. Pero, ¿cómo se puede saber quiénes faltan porque están atrapados y quiénes faltan porque están allí fuera intentando solucionar el problema?

—Déjeme a mí manejar ese maldito intercomunicador…

—¡CIERREN LAS PUERTAS! —El mismo Van Atta se unió al coro, casi sin querer. La diferencia de presión era cada vez más marcada. Estaba contento de no haber sido uno de los últimos en llegar. Si esto seguía así, en poco tiempo se vería en la obligación de hacer que las puertas quedaran cerradas a toda costa, sin importarle quién golpeara al otro lado para que lo dejaran entrar. Tenía una pequeña lista… Bueno, cualquiera sin el sentido común de responder de inmediato a las instrucciones de emergencia no debería estar en una estación espacial. Aquí se trataba de la supervivencia del más adaptado.

Si no habían reunido a todas las doscientas setenta y dos personas a esta altura, seguramente faltaban pocas. Van Atta se abrió camino entre la multitud que atestaba el módulo hacia el centro, quitándole el lugar a tal o cual persona. Algunos se daban la vuelta para protestar, veían quién los había empujado y no hacían ningún comentario. Alguien había sacado la cubierta del intercomunicador y estaba revisando su interior con frustración, ya que no tenía las delicadas herramientas de diagnóstico, que debían de haber quedado en algún lugar del Hábitat.

—¿No puede, por lo menos, comunicarse con el gimnasio de los cuadrúmanos? —preguntó una mujer joven—. Tengo que saber si mi clase ha llegado hasta allí.

—Bueno, ¿por qué no fue con ellos, entonces? —contestó el supuesto reparador.

—Uno de los cuadrúmanos adolescentes los llevó. El me dijo que viniera aquí. Ni se me ocurrió discutirlo, con esa alarma que me estaba perforando los oídos…

—No funciona. —Después de hacer una mueca, el hombre volvió a poner la cubierta en su lugar.

—Bien, voy a averiguarlo —dijo la mujer joven, con tono decidido.

—Usted no va a ninguna parte —la interrumpió Van Atta—. Hay demasiada gente respirando aquí dentro para que abra la puerta y perdamos aire innecesariamente. Por lo menos, hasta que averigüemos lo que sucede, qué alcance tiene y cuánto tiempo durará.

El hombre golpeó la cubierta del holovídeo.

—Si no funciona, la única manera de averiguar algo es enviar a alguien con una máscara de oxígeno para que vaya a verificar.

—Esperaremos unos minutos más. —Maldito sea ese tonto de Graf. ¿Qué había hecho? ¿Y dónde estaba? En alguna parte con una máscara, seguro. O aún mejor, con un traje de presión. Aunque si había sido verdaderamente el causante de todo ese desorden, Van Atta no estaba seguro de desear que tuviera un traje. Bastaría con una máscara de oxígeno, y con que recibiera su merecido castigo. Idiota de Graf.

Malditas las famosas inspecciones de seguridad de Graf. Por lo menos, el ingeniero nunca más podría hacer alarde de ellas. Un poco de humildad le haría bien.

Y sin embargo, la situación era tan anómala. No era posible que todo el Hábitat comenzara a perder presión de repente. Había refuerzos y más refuerzos, compartimentos separados… Cualquier accidente de esta envergadura tendría que haber sido previsto y planeado.

Un leve silbido escapó de su boca. De inmediato, Van Atta se concentró con fuerza. Tenía los ojos bien abiertos. ¿Podría tratarse de un accidente planeado? ¿Sería posible?

Graf no era ningún idiota. Era un genio. Un accidente, un accidente, un accidente perfecto, el mismo accidente que él siempre había deseado y que nunca se había atrevido a mencionar. ¿Era eso? ¡Tenía que serlo! ¿Un desastre fatal para los cuadrúmanos, ahora, en el último momento, cuando estaban todos juntos y podía producirse de una sola vez?

Una docena de pistas encajaban en su lugar. La insistencia de Graf en manejar todos los detalles de la planificación del rescate, sus secretos, su ansiedad por estar informado constantemente sobre el programa de evacuación, todo ese aspecto general de un hombre con cronograma secreto… Todo culminaba en esto.

Por supuesto que era secreto. Ahora que había penetrado en el plan, a Van Atta sólo le restaba colaborar. La gratitud de los altos jefes de Galac-Tech hacia Graf por liberarlos del problema de los cuadrúmanos se traduciría en mejores asignaciones, promociones más rápidas… Tendría que pensar en alguna manera solapada de comunicarlo.

Por otra parte, ¿por qué compartirlo? Van Atta esbozó una sonrisa astuta. No era una situación en la que Graf pudiera exigir ningún reconocimiento, después de todo. Graf había sido sutil, pero no lo suficiente. Tendría que haber un sacrificio, en nombre de las formas, después del accidente. Lo único que tenía que hacer era mantener la boca cerrada y… volver a concentrar su atención en el entorno actual.

—¡Tengo que verificar cómo están mis cuadrúmanos! —La mujer joven tenía los ojos desorbitados. Se rindió finalmente ante el intercomunicador y comenzó a abrirse paso hacia la puerta.

—Sí —otro hombre se unió a ella—, y yo tengo que encontrar a Wyzak. Todavía no está aquí. Seguramente necesita ayuda. Iré con usted…

—¡No! —gritó Van Atta, desesperado, como si le faltara agregar van a echarlo todo a perder—. Tienen que esperar a que termine de sonar la alarma. No dejaré que cunda el pánico. Nos quedaremos aquí y esperaremos hasta recibir instrucciones.

La mujer lo entendió, pero el hombre dijo, con escepticismo:

—¿Esperar instrucciones de quién?

—Graf —dijo Van Atta. Sí, no era demasiado pronto para dejar en claro frente a testigos sobre las manos de quién estaba la responsabilidad. Logró controlar la respiración acelerada que le provocaba su excitación y así recuperar la calma. Aunque no demasiada. Tenía que estar tan sorprendido como todos. No, más sorprendido que cualquiera… cuando fuera evidente el alcance total del desastre.

Se dispuso a esperar. Los minutos pasaban lentamente. Un último grupo de refugiados logró entrar por la puerta. El índice de pérdida de presión en todo el Hábitat debía estar bajando. Uno de los administradores de control de inventario — los viejos hábitos nunca mueren— le presentó un recuento no solicitado de los presentes.

Maldijo en silencio la iniciativa de este censor, aun cuando aceptó los resultados, agradecido. La prueba de que no todos estaban presentes debería obligarlo a tomar una decisión que no deseaba.

Sólo faltaban once miembros del personal no cuadrúmano. Era un precio necesario, pensó Van Atta para tranquilizarse. Algunos seguramente estaban en otros sitios con presión o por lo menos eso es lo que podría decir que creyó más tarde. Sus errores fatales podría atribuírselos a Graf.

Un grupo, frente a la puerta, estaba dispuesto a salir. Van Atta aspiró con fuerza y se detuvo momentáneamente, inseguro de cómo detenerlos sin revelar nada. Pero de pronto se oyó el grito de desesperación de una mujer.

—¡No hay aire en el pasillo! No podemos salir sin los trajes de presión.

Van Atta suspiró de alivio.

Se abrió paso hacia uno de los puestos de observación del módulo. Todo lo que podía obtener era una visión de las estrellas. El puesto de observación del otro lado ofrecía una vista de una parte del Hábitat. Un cierto movimiento llamó su atención. Aplastó la nariz contra el vidrio frío en un intento por divisar los detalles.

El brillo plateado de los trajes de trabajo fue lo que alcanzó a ver sobre la superficie externa del Hábitat. ¿Refugiados? ¿Un grupo de reparaciones? ¿Sería correcta su primera hipótesis de un accidente real, después de todo? No eran buenas noticias, pero, de todas formas, seguía siendo el bebé de Graf.

Pero había cuadrúmanos allí fuera. Maldición. Cuadrúmanos que habían sobrevivido. Podía ver los brazos. Graf no había hecho un ataque completo. Con sólo dos cuadrúmanos que sobrevivieran, uno hombre y otro mujer, sería lo mismo que si fueran mil, desde el punto de vista de Apiñad. Tal vez eran todos hombres en el grupo de reparaciones.

Hasta el mismo Graf estaba entre todas esas figuras. Llevaban un equipo de herramientas. La visión distorsionada que tenía a través del puesto de observación le impedía divisar de qué se trataba. Torció el cuello, hasta dolerle. Pero el grupo de trabajo había desaparecido en una curva del Hábitat. Una nave remolcadora aparecía y desparecía frente a sus ojos, sobre el módulo de conferencias.

¿Otros que lograban escapar? ¿Cuadrúmanos o terrestres?

—¡Hey! —una voz excitada en el interior del módulo de conferencias interrumpió sus observaciones—. Tenemos suerte. Este armario está lleno de máscaras de oxígeno. Debe de haber unas trescientas.

Van Atta giró la cabeza para mirar el armario en cuestión. La última vez que había estado en el módulo, el armario estaba lleno de equipos audiovisuales. ¿Quién diablos había hecho ese cambio y por qué?

Un ruido repercutió en todo el módulo, con una resonancia particular. Algo así como meter la cabeza en un balde de metal y que alguien lo golpeara con un martillo. Fuerte. Temblores y gritos. Las luces se apagaron y luego volvió la luz, mucho menos intensa que antes. Estaban con la energía de emergencia del módulo. La energía proveniente del Hábitat se había cortado por completo.

La energía no era lo único que se había cortado. Sorprendido, Van Atta vio cómo el Hábitat comenzaba a girar lentamente junto a su puesto de observación. No, no era el Hábitat. Era el módulo lo que se estaba moviendo. Un grito generalizado provino de í la multitud en su interior, cuando comenzaron a caer sobre una pared, por la leve aceleración que se impartía desde el exterior.

Van Atta se aferró al pasamanos del puesto de observación.

Su toma de conciencia le afectó casi físicamente. Irradiaba calor desde el pecho, por los brazos y las piernas y le llegaba a la cabeza como si quisiera hacerle estallar el cráneo.

¡Traicionado! Había sido traicionado, traicionado por completo y a todo nivel. Una figura con traje espacial, y con piernas, los estaba despidiendo con la mano desde un agujero quemado en uno de los lados del Hábitat. Van Atta se estremeció de furia. ¡Te atraparé, Graf! ¡Te atraparé, maldito hijo de puta! A. ti y a todos esos malditos deformes de cuatro manos…

—¡Cálmese, hombre! —le estaba diciendo la doctora Yei, que también había logrado acercarse hasta el puesto de observación—. ¿Qué sucede?

Van Atta se dio cuenta de que había estado murmurando en voz alta. Se secó la saliva de las comisuras de la boca y miró a la doctora Yei.

—Fue usted… usted… la que no lo detectó. Se suponía que tenía que llevar un registro de todo lo que pasaba con esos monstruos. Y no detectó nada. —Se abalanzó sobre ella, sin saber con qué intención, se soltó de uno de los pasamanos y se estrelló contra la pared. La sangre le latía tanto en los oídos que tuvo miedo de sufrir un ataque coronario. Se quedó" quieto un momento, con los ojos cerrados, respirando, mientras intentaba controlar sus emociones. Contrólate, se decía a sí mismo, con un miedo mortal a su inminente autodestrucción. Contrólate. Mantente bajo control y ocúpate de Graf mas tarde. De atraparlo a él y a todos los demás…

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