—¿Todavía no ha terminado el trabajo allí afuera? —La voz de Ti retumbó en el intercomunicador del traje de trabajo de Leo.
—Una última soldadura, Ti —respondió Leo—. Controla esa alineación de nuevo, Tony.
Tony agitó una mano, en señal de que había recibido la orden, y verificó con el láser óptico la línea que el soldador láser seguiría en unos instantes.
—Tienes vía libre, Pramod —dijo Tony y se apartó a un lado.
El soldador avanzó en sus carriles, a través de la pieza a soldar, engrampando una brida para la última abrazadera que sostendría el espejo vórtice en su lugar en el alojamiento. Una luz en la parte superior del soldador láser pasó de rojo a verde. Luego se apagó y Pramod se acercó para separarlo. Bobbi flotó inmediatamente detrás de él para verificar la soldadura con un examen sónico.
—Todo está bien, Leo. Se mantendrá adherido.
—Muy bien. Limpiad todo e introducid el espejo.
Los cuadrúmanos se movían con velocidad. En pocos minutos, el espejo vórtice estaba colocado en sus abrazaderas aisladas y la alineación verificada.
—Muy bien, muchachos. Apartémonos y dejemos que Ti haga la prueba del humo.
—¿La prueba del humo? — la voz de Ti irrumpió en el intercomunicador—. ¿Qué es eso? Pensé que queríais una aceleración del diez por ciento.
—Es un término antiguo y honorable para el paso final en cualquier proyecto de ingeniería —le explicó Leo—. Enciéndelo y fíjate si suelta humo.
—Tendría que haberlo imaginado —dijo Ti—. ¡Qué científico!
—El uso siempre constituye la prueba definitiva. Pero acelera lentamente, ¿de acuerdo? Hazlo con tranquilidad. Tenemos una muchacha delicada aquí con nosotros.
—Ya lo has dicho unas ocho o diez veces, Leo.¿El succionador funciona o no?
—Sí. Pero en la superficie. La estructura interna del titanio… Bueno, no está tan controlado como si se hubiera realizado en una fabricación normal.
—¿Funciona o no? No voy a acoplar una nave que lleva mil personas a la muerte. Y mucho menos si yo estoy incluido entre ellas.
—Funciona, funciona —repitió Leo entre dientes—. Pero no… no la sacudas, ¿de acuerdo? Hazlo por mi presión sanguínea, si no lo haces por otra cosa.
Ti murmuró algo. Podría haber sido Al diablo con tu presión sanguínea, pero Leo no estaba seguro. No se atrevió a pedirle que lo repitiera.
Leo y el grupo de cuadrúmanos recogieron los equipos y se colocaron a una distancia considerable del brazo Necklin. Estaban suspendidos a unos cien metros sobre su hogar. La luz del sol de Rodeo era pálida e intensa en ese punto. Más que una estrella brillante, pero mucho menos que el horno nuclear que había calentado el Hábitat en la Órbita de Rodeo.
Leo aprovechó el momento para observar la nave colonia ensamblada desde ese ventajoso ángulo exterior. Más de cien módulos habían sido acoplados al eje de la nave. Todos ellos llevaban a cabo, más o menos, sus funciones anteriores. No le importaba si el diseño no era excelente. Le recordaba aquellas primeras pruebas espaciales de los siglos veinte y veintiuno. No era justamente la belleza del diseño lo que destacaba.
Milagrosamente, se había mantenido unida bajo el efecto de la aceleración y desaceleración constantes durante dos días. Como era de esperar, tendrían que revisarse diferentes detalles en el interior. Los cuadrúmanos más jóvenes habían hecho un trabajo de limpieza elogiable. Nutrición había dado de comer a todos, si bien el menú no era nada elaborado. Gracias al esfuerzo denodado del joven supervisor de mantenimiento de sistemas de aire que se había quedado y a su equipo de trabajo, ya no tenían que interrumpir la aceleración periódicamente para que funcionaran las instalaciones sanitarias. Por un momento, Leo había estado convencido de que esas paradas iban a representar la muerte de todos ellos. Aunque él, por su parte, había aprovechado la oportunidad para darle el retoque final al espejo vórtice.
—¿Veis algo de humo? —incurrió la voz de Ti en. su oído.
—No.
—Bueno, esto es todo por ahora. Es mejor que vayáis al interior. Y tan pronto como tenga todo terminado, Leo, apreciaría, que te dirigieras a Navegación y Comunicaciones.
Algo en el timbre de voz de Ti estremeció a Leo.
—¿Qué sucede?
—Hay una lanzadera de Seguridad que se está acercando a nosotros desde Rodeo. Tu viejo amigo Van Atta está a bordo y nos conmina a detenernos y desistir. No creo que nos quede mucho tiempo.
—Me imagino que seguirás manteniendo el silencio en las comunicaciones, ¿verdad?
—Sí, por supuesto. Pero eso no me impide que escuche. Se están diciendo muchas cosas en la Estación de Salto, pero eso no me preocupa tanto como lo que viene detrás. Yo… pienso que Van Atta no es de las personas que saben resistir la frustración.
—Está nervioso, ¿no es verdad?
—Yo diría, más que nervioso. Esas lanzaderas de Seguridad están armadas, ¿sabes? Y son mucho más veloces que este monstruo en el espacio normal. Sólo porque el láser que transportan está clasificado como «armamento liviano» no quiere decir que sea una idea juiciosa ponerse delante de ellos. Yo saltaría antes de que estemos a su alcance.
—Entiendo—. Leo hizo señas a su grupo de trabajo para que se dirigieran a la escotilla de entrada al módulo del vestuario.
De manera que el ataque se avecinaba. Leo había imaginado una docena de defensas, soldadores láser, minas explosivas, para la confrontación física tan anticipada con los empleados de Galac-Tech que intentaran recuperar el Hábitat. Pero todo este tiempo había sido absorbido por el espejo vórtice y, como resultado, las únicas armas con las que podían contar en forma inmediata eran los soldadores láser, que no servirían de nada si la batalla se desarrollaba en el interior si había un abordaje. No podía dejar de imaginarse que un rayo láser errara el objetivo y rajara la pared contigua a un módulo de guardería. En una pelea cuerpo a cuerpo, los cuadrúmanos podrían tener alguna ventaja en caída libre. Pero las armas cancelaban esa ventaja, al ser más peligrosas para los defensores que para los atacantes. Todo dependía de qué tipo de ataque había lanzado Van Atta. Y Leo odiaba tener que depender de Van Atta.
Van Atta maldijo por el intercomunicador una última vez antes de darle un golpe furioso a la tecla «OFF». Todos sus insultos creativos habían desaparecido hacía ya varias horas y era consciente de repetirlos. Se alejó de la consola de comunicaciones y recorrió con la mirada el compartimento de control de la lanzadera de Seguridad.
El piloto y el copiloto, en el frente, estaban ocupados con su trabajo. Bannerji, que mandaba la fuerza, y la doctora Yei —¿cómo era que la doctora se había metido en esta expedición?— estaban sujetos a sus asientos de aceleración. Yei ocupaba el lugar del ingeniero, mientras que Bannerji ocupaba la consola de armas, al otro lado del pasillo donde se encontraba Van Atta.
—Así son las cosas, al parecer —dijo Van Atta bruscamente—. ¿Ya están a nuestro alcance para utilizar el láser?
Bannerji comprobó una lectura. —Todavía no.
—Por favor —dijo la doctora Yei—, déjeme que hable con ellos una vez más…
—Si están tan cansados de oír su voz como lo estoy yo, no van a responder —murmuró Van Atta—. Usted se pasó horas hablando con ellos. Entienda… No quieren escuchar nada más, Yei. Eso es todo para la psicología.
El sargento de Seguridad Fors asomó la cabeza desde el compartimento posterior, donde viajaba junto con otros veintiséis guardias de Galac-Tech.
—¿Cuáles son las ordenes, capitán Bannerji? ¿Nos vestimos ya para el abordaje?
Bannerji le hizo una seña con la ceja a Van Atta.
—¿Bueno, señor Van Atta? ¿Cuál es el plan? Aparentemente, tendremos que eliminar todas las posibilidades que comenzaban con la rendición de los cuadrúmanos.
—Entienda bien lo que le voy a decir. —Van Atta meditó ante el intercomunicador, que sólo emitía un zumbido vacío en la pantalla—. Tan pronto como los tengamos a nuestro alcance, comiencen a disparar sobre ellos. En primer lugar, dejen fuera de funcionamiento los brazos Necklin y luego los propulsadores espaciales normales, si es que pueden. Posteriormente, hagan una perforación en un costado, entren y acaben con ellos.
El sargento Fors carraspeó.
—Usted dijo que había un millar de esos imitantes a bordo, ¿no es así, señor Van Atta? ¿Qué le parece un plan en el que obviemos la parte del abordaje y transportemos toda la nave a cualquier lugar donde a usted se le ocurra? ¿No le parece que las probabilidades están un tanto en contra del abordaje?
—Las quejas a Chalopin. Ella fue la que se opuso a solicitar ayuda de Seguridad externa. Pero las probabilidades no son tan desfavorables como aparentan. Los cuadrúmanos son unos debiluchos. La mitad de ellos son niños que tienen menos de doce años, por el amor de Dios. Limítense a entrar y disparen a cualquier cosa que se mueva. ¿Cuántas chicas de cinco años supone que se necesitan para equiparar su fuerza, Fors?
—No lo sé, señor —Fors pestañeó—. Nunca me imaginé peleando con niñas de cinco años.
Bannerji tocó con los dedos la consola de armas y echó una mirada a Yei.
—Esa muchacha con el bebé que casi mato aquel día en el depósito, ¿está a bordo, doctora Yei?
—¿Claire? Sí —contestó Yei.
—Ah. —Bannerji esquivó su mirada intensa y cambió de posición en el asiento.
—Esperemos que su puntería mejore en esta ocasión Bannerji —dijo Van Atta.
Bannerji puso un esquema computerizado de una nave de Salto en su pantalla, al mismo tiempo que hacía cálculos.
—Imagino que se dará cuenta —dijo lentamente— de que la realidad va sufrir el efecto de algunos factores incontrolables… Existe una buena probabilidad de que hagamos otros agujeros en los módulos deshabitados, mientras apuntamos a las varillas Necklin.
—Es cierto —dijo Van Atta—. Mire, Bannerji —agregó Van Atta con impaciencia—, los cuadrúmanos son… se convirtieron en sacrificables al convertirse en criminales. Es igual que disparar a un ladrón que se escapa de algún robo. Además, no se puede hacer una tortilla si no se rompen huevos. La doctora Yei se cubrió el rostro con las manos.
—Dios Krishna —murmuró. La sonrisa que le ofreció Van Atta era un tanto peculiar—. Estaba esperando el momento en que dijera eso. Tendría que haber hecho una apuesta o algo así…
Van Atta se erizó a la defensiva.
—Si usted hubiera efectuado bien su trabajo —volvió a hablar, con la misma agresividad—, en este momento no estaríamos aquí rompiendo huevos.
Por lo menos, los podríamos haber hecho hervir con sus cáscaras en Rodeo. Por cierto, tengo la intención de resaltar este punto ante las autoridades más adelante, créame. Pero no tengo por qué seguir discutiendo con usted. Para cualquier cosa que se me ocurra hacer, tengo la autorización necesaria.
—Que hasta ahora nunca me ha mostrado.
—Chalopin y el capitán Bannerji la han visto. Si me lo permiten, le aseguro que éste será su fin, Yei.
Ella no dijo nada, pero dio por recibido el mensaje con un movimiento irónico de la cabeza. Se reclinó en el asiento y cruzó los brazos. Al parecer, sin ninguna intención de volver a hablar. Gracias a Dios, pensó Van Atta.
—Vístanse, Fors —le dijo al sargento de Seguridad.
La cámara de navegación y comunicaciones en la nave D-620 estaba repleta. Ti dirigía las operaciones desde el asiento de control, coronado por los auriculares. Silver manejaba el comunicador y Leo, al parecer, ocupaba el puesto del ingeniero en jefe. La cadena de mando se confundía a esta altura. Tal vez su título tendría que ser Oficial Encargado de las Preocupaciones. Se le contraían las entrañas y se le cerraba la garganta cuando veía que todas las líneas de acción se acercaban a la intersección de la que no había retorno.
—La lanzadera de Seguridad ha dejado de transmitir —informó Silver.
—Es un alivio —dijo Ti.
—No tanto un alivio —comentó Leo—. Si han dejado de hablar, tal vez se estén preparando para abrir fuego. —Y era demasiado tarde… Estaban demasiado cerca del punto de Salto para colocar un soldador láser en el exterior y responder del ataque.
Ti hizo un gesto con la boca. Su angustia crecía. Cerró los ojos. La nave D-620 parecía moverse y sacudirse bajo el efecto de la aceleración.
—Estamos casi en posición de Salto —dijo Ti.
Leo observó el monitor.
—Están casi en posición de disparar. —Se detuvo un momento—. Ya están en posición de disparar —agregó.
Ti emitió un sonido agudo y bajó los auriculares.
—Aceleración del campo Necklin…
—Con suavidad —murmuró Leo—. Mi espejo vórtice…
La mano de Silver buscó la de Leo. Leo estaba abrumado por un deseo de disculparse ante Silver, ante los cuadrúmanos, ante Dios. No sabía ante quién más… Yo os he llevado a todo esto…Lo siento…
—Si conectas un canal, Silver —dijo Leo desesperadamente, la cabeza inmersa en el pánico… todas esas criaturas…—. Estamos a tiempo de rendirnos…
—Nunca —dijo Silver. Apretó aún más su mano y sus ojos azules se clavaron en los de él—. Y yo estoy decidiendo por todos, no sólo por mí. Seguimos adelante.
Leo apretó los dientes y asintió. Los segundos retumbaban en su cerebro, al mismo ritmo que el martilleo de su corazón. La lanzadera de Seguridad crecía en el monitor.
—¿Por qué no disparan ahora? —preguntó Silver.
—¡Fuego! —ordenó Van Atta. Los esquemas del ordenador de Bannerji se estaban alineando, los números titilaban, las luces convergían. Van Atta vio que la doctora Yei ya no estaba en su asiento. Probablemente estaba escondida en el aseo. Esta dosis de realidad y de consecuencias reales era, sin duda, demasiado para ella. Igual que esos malditos políticos, pensó Van Atta con desprecio, que llevan a la gente al desastre y desaparecen cuando comienzan los disparos…
—¡Fuego, ahora! —repitió a Bannerji, cuando el ordenador indicaba estar listo, con el blanco en la mira.
Bannerji movió su mano hacia el botón de disparo, pero dudó.
—¿Tiene una orden para esto? —preguntó de repente.
—¿Sí tengo qué? —dijo Van Atta.
—Una orden. Se me ocurre que, desde un punto de vista técnico, esto podría ser considerado un acto de eliminación arriesgado. Y eso requiere una orden firmada por el autor de la solicitud, es decir usted; de mi supervisor, es decir la administradora Chalopin y del oficial a cargo del Departamento de Eliminaciones Arriesgadas.
—Chalopin lo envió conmigo. ¡Eso ya lo hace oficial, señor!
—Pero no del todo. El oficial a cargo del Departamento de Eliminaciones Arriesgadas es Laurie Gompf y está en Rodeo. Usted no tiene su autorización. La orden está incompleta. Lo siento, señor. —Bannerji se retiró de la consola de armas y se zambulló en el asiento desocupado del ingeniero, con los brazos cruzados—. Me podría costar mi puesto si llevo a cabo un acto de eliminación arriesgada sin una orden adecuada. El impreso de Valoración de Impacto Ambiental también debe cumplimentarse.
—¡Esto es un motín! —gritó Van Atta.
—No, no lo es —lo corrigió Bannerji cordialmente—. Esto no es el ejército.
Van Atta tenía el rostro encendido. Lanzó una mirada de furia a Bannerji, que se contemplaba las uñas. Con un insulto, Van Atta se dejó caer en el asiento de la consola de armas y volvió a fijar la mira. Tendría que haberlo sabido. Si quieres que una cosa se haga bien la tienes que hacer tú mismo. Dudó. Los parámetros de ingeniería de las naves de Salto, del tipo D le pasaban por la mente. ¿En qué lugar de esa estructura compleja un disparo no solamente pondría fuera de funcionamiento las varillas, sino que haría que los propulsores principales estallaran por completo?
Por cierto, se trataba de una incineración. Y, si fuera necesario, le echaría la culpa a Bannerji por las muertes de las cuatro o cinco personas no cuadrúmanas a bordo. Yo hice lo que pude, señora… Si él hubiera hecho su trabajo como se lo pedí desde un primer momento…
Los esquemas giraban en la pantalla. Tendría que haber un punto en la estructura… sí. Aquí y allá. Si pudiera destruir tanto ese nexo de control como esas líneas refrigerantes, podría provocar una reacción descontrolada que resultaría en… una promoción, probablemente, después de que se hubieran calmado los ánimos. Apmad lo besaría. Como si fuera un médico heroico, que logró, él solo, impedir que una plaga de malformaciones genéticas invadiera la galaxia…
El esquema del blanco volvió a alinearse. La palma sudada de Van Atta rodeaba la llave de disparo. En un momento… sólo en un momento…
—¿Qué está haciendo con eso, doctora Yei? —preguntó Bannerji, en un tono de desconcierto.
—Estoy aplicando la psicología.
La cabeza de Van Atta pareció explotar, con un ruido aterrador. Cayó hacia adelante, se cortó el mentón con la consola, golpeó los teclados, haciendo que el programa de disparo desapareciera de la pantalla. Veía estrellas dentro de la lanzadera, puntos borrosos, de color verde y púrpura. Se incorporó respirando con dificultad.
—Doctora Yei —objetó Bannerji—, si tiene la intención de dejar inconsciente a este hombre, tiene que golpearlo mucho más fuerte.
Yei retrocedió con miedo cuando vio que Van Atta comenzaba a salir de su asiento.
—No quería correr el riesgo de matarlo…
—¿Por qué no? —murmuró Bannerji entre dientes.
Van Atta, furioso, apretó con sus manos la muñeca de Yei. Le quitó la pieza de metal de la mano.
—No puede hacer nada bien, ¿verdad? —gruñó.
Yei respiraba con dificultad y sollozaba. Fors, con el traje espacial pero sin el casco, asomó una vez más la cabeza desde el compartimento trasero.
—¿Qué diablos está pasando aquí?
Van Atta arrojó a Yei hacia Fors. Bannerji, que se movía incómodo en su asiento, no era, por cierto, de confiar.
—Sujeta a esa perra loca. Acaba de intentar matarme con una llave inglesa.
—¿Ah, sí? A mí me dijo que la necesitaba para ajustar la posición del asiento —comentó Fors. Sostenía con firmeza los brazos de Yei. Por más que lo intentara, sus esfuerzos, como siempre, eran débiles y fútiles.
Van Atta regresó el asiento de la consola de armas y volvió a pedir el programa de disparo. Volvió a fijar la mira y conectó la visión del panorama exterior. La configuración del Hábitat y de la nave D-620 aparecía nítidamente en la pantalla. La luz solar, fría y distante, hacía brillar la estructura. Los esquemas convergían y la encerraban.
La nave D-620 se sacudió, giró y desapareció.
Los láseres dispararon, pero eran sólo rayos de luz que se perdían en el espacio vacío.
Van Atta protestó y golpeó la consola con los puños. Unas gotitas de sangre le salían del mentón.
—¡Se han escapado! ¡Se han escapado! ¡Se han escapado!
Yei sonrió.
Leo estaba suspendido lánguidamente en su asiento. La risa le hacía burbujas en la garganta.
—¡Lo logramos!
Ti se sacó los auriculares y también estaba sentado no menos lánguidamente. Tenía el rostro pálido. Los Saltos agotan a los pilotos. Leo se sentía como si tuviera todo revuelto en su interior, pero las náuseas pasaron rápidamente.
—Su espejo funcionó de maravillas —dijo Ti.
—Sí. Tenía miedo que fuera a explotar durante el esfuerzo y las tensiones del Salto.
Ti le miró indignado.
—Eso no fue lo que dijiste. Pensé que eras un ingeniero maniático de las verificaciones.
—Mira, yo nunca había hecho una cosa así antes —protestó Leo—. Uno nunca sabe. Sólo hago las suposiciones más factibles. —Se incorporó—. Aquí estamos. Lo logramos. Pero, ¿qué sucede en el exterior? ¿Ha sufrido algún daño el Hábitat? Silver, mira qué puedes obtener del comunicador.
Silver estaba demasiado pálida.
—¡Dios mío! —pestañeó—. Así que eso era un Salto. Parece como seis largas horas del suero de la doctora Yei comprimidas en un segundo. ¿Vamos a hacer esto muchas veces?
—Espero que sí —dijo Leo.
Se desató y se acercó a ella para ayudarla.
El espacio en torno al agujero de gusano estaba vacío y sereno. La visión paranoica de Leo de un Salto hacia un ataque militar ya no tendría lugar, pensó con alegría. Pero, aguardad, una nave se estaba acercando a ellos. No era una nave comercial. Parecía una nave oficial… peligrosa…
—Es una especie de nave de policía de Orient IV —supuso Silver—. ¿Estamos en problemas?
—Sin ninguna duda —interrumpió la voz del doctor Minchenko, que acababa de entrar al compartimento de Navegación y Comunicaciones—. Galac-Tech, de hecho, no va a aceptar todo esto sin reaccionar. Nos hará un gran favor a todos nosotros, Graf, si me deja hablar a mí en esta ocasión. Desplazó a Silver y a Leo a un lado y se instaló frente al comunicador—. El ministro de Sanidad de Orient IV resulta ser un colega profesional mío. Si bien no está en posición de sumo poder, es un canal de acceso a los más altos niveles gubernamentales. Si logro comunicarme con él, estaremos en mejor posición que si intentamos tratar en niveles más bajos, como es el caso de un sargento de policía o, aún peor, de un oficial militar. —Los ojos le brillaban—. En este momento, ya no hay un amor loco entre Galac-Tech y Orient IV. Cualesquiera que sean los cargos de Galac-Tech, nosotros, por nuestra parte, podemos acusarlos de fraude impositivo… Hay tantas posibilidades…
—¿Qué hacemos mientras usted habla? —preguntó Ti.
—Sigan avanzando —le aconsejó Minchenko.
—No se ha terminado, ¿verdad? —le dijo Silver a Leo, mientras salían del camino del doctor Minchenko—. Siempre pensé que nuestros problemas terminarían con sólo deshacernos del señor Van Atta.
Leo sacudió la cabeza. Todavía tenía una sonrisa de alegría. Tomó una de las manos superiores de Silver.
—Nuestros problemas habrían terminado si Brucie-baby nos hubiera disparado. O si el espejo vórtice hubiera estallado en medio del Salto, o si… No temas a los problemas, Silver. Son un indicio de la vida. Les haremos frente juntos… mañana.
Silver suspiró. La tensión estaba desapareciendo de su rostro, de su cuerpo, de sus brazos. Finalmente una sonrisa iluminó sus ojos, haciéndolos brillar como estrellas. Entregiró su cara para mirarlo.
Leo se descubrió con una sonrisa tonta, para un hombre de cuarenta años. Intentó que su rostro revelara facciones más dignas. Hubo una pausa.
—Leo —dijo Silver, en un tono repentinamente introspectivo—, ¿eres tímido?
—¿Quién, yo? —exclamó él.
Las estrellas azules se convirtieron, por un momento en un brillo depredador. Silver le besó. Leo, indignado por la acusación, la volvió a besar con mayor intensidad. Ahora le tocaba a ella esbozar una sonrisa tonta. Toda una vida con los cuadrúmanos, reflexionó Leo, podría estar bien… Los dos volvieron su mirada hacia el nuevo sol.