10

La cubierta de desembarco de las naves de carga estaba helada. Claire tuvo que frotarse todas las manos para calentarlas. Sólo sus manos parecían sufrir el frío. Su corazón latía con el calor de la anticipación y el miedo. Miró de reojo a Leo, suspendido, casi impasible, junto a la puerta con ella.

—Gracias, por haberme hecho salir de mi turno de trabajo por esto —dijo Claire—. ¿Estás seguro de que no te meterás en problemas, cuando el señor Van Atta descubra todo esto?

—¿Quién se lo va a decir? —dijo Leo—. Por otra parte, creo que Bruce está perdiendo el interés por torturarte. Todo es tan obviamente fútil. Mucho mejor para nosotros. Además, también quiero hablar con Tony e imagino que tendré muchas más posibilidades de contar con su atención después de que os hayáis vuelto a encontrar. —Sonrió, de modo tranquilizador.

—Me pregunto en qué estado estará.

—Puedes estar segura de que está mucho mejor, o el doctor Minchenko no lo expondría a las tensiones del viaje, por más que lo hiciera para seguir de cerca su evolución.

El ruido de máquinas le dijo a Claire que la nave había llegado a su puesto de desembarque. Extendió las manos y las contrajo inmediatamente. El cuadrúmano que manejaba la cabina de control hizo señas a otros dos en el dique y colocaron los tubos flexibles en su correcta posición y los ajustaron. El tubo del personal se abrió en primer lugar. El ingeniero de la nave asomó la cabeza para volver a verificar todo, luego se perdió de vista. El corazón de Claire latía con toda su fuerza en el pecho y se le había secado la garganta.

Finalmente, apareció el doctor Minchenko y se detuvo un instante, sujetándose con una mano al pasamanos en la escotilla. Era un hombre fuerte, de rostro correoso. Tenía el cabello tan blanco como el uniforme del servicio médico de Galac-Tech que llevaba puesto. Había sido un hombre grande, pero ahora se había encogido a su tamaño actual, como un melocotón maduro. Pero, al mismo tiempo, todavía era consistente. A Claire le daba la impresión de que sólo necesitaba que lo rehidrataran y que así volvería a su condición de casi nuevo.

El doctor Minchenko se alejó de la escotilla y cruzó el dique hacia ellos, siempre sujetándose con firmeza de los ganchos en la puerta.

—Bueno, ¿qué tal, Claire? —dijo con una voz de sorpresa—. Y ¿aja… Graf? —agregó con menos cordialidad—. Así que era usted. Permítame decirle que no me gusta que me obliguen a autorizar una violación del protocolo médico. Tendrá que pasar el doble de tiempo en el gimnasio durante el período de su extensión. ¿Oye?

—Sí, doctor Minchenko. Gracias —dijo Leo con rapidez. Como Claire sabía, Leo no había ido nunca al gimnasio—. ¿Dónde está Tony? ¿Podemos ayudar para que lo lleven a la enfermería?

—Ah —dijo, a la vez que miró a Claire más de cerca— Ya o veo. Tony no está conmigo, querida. Sigue en el hospital allí abajo.

Claire quedó sin aliento.

—Oh, no. ¿Está peor?

—No, en absoluto. Tenía todas las intenciones de traerlo conmigo. En mi opinión, necesita la caída libre para su completa recuperación. El problema es administrativo, no médico. Y en este momento estoy tratando de resolverlo.

—¿Bruce ordenó que lo retuvieran allí? —preguntó Leo.

—Exacto. —Frunció el ceño—. Y no me gusta que interfieran con mis responsabilidades médicas. Es mejor que tenga una explicación convincente y sólida. Daryl Cay nunca habría permitido una canallada de esta naturaleza.

—¿Usted… no oyó todavía las nuevas órdenes? —dijo Leo cuidadosamente, con una mirada de advertencia a Claire.

—¿Qué nuevas órdenes? Voy a ver a ese pequeño cretino… quiero decir, a ese hombre, ahora mismo. Tengo la intención de llegar al fondo de todo esto… — Se dio la vuelta para mirar a Claire. Ahora su tono era más amable—. Todo está bien, vamos a poner las cosas en claro. Las hemorragias internas de Toy ya se han detenido y ya no hay indicios de infección. Vosotros, los cuadrúmanos, sí que sois fuertes. Tenéis una salud que responde en la gravedad mucho mejor que la nuestra en caída libre. Bueno, os diseñamos explícitamente para que no sufrierais un desacondicionamiento. Me hubiera gustado que el experimento que lo confirma no hubiera sucedido bajo tales condiciones inquietantes. Por supuesto —suspiró—, la juventud tiene mucho que ver con todo esto… Hablando de juventud, ¿cómo está el pequeño Andy? ¿Ya duerme mejor?

Claire casi se puso a llorar.

—No sé —confesó Claire y tragó.

—¿Qué?

—No me permiten verlo.

—¿Qué?

Leo, que estudiaba distraídamente sus uñas, agregó:

—Separaron a Andy del cuidado de su madre. Bajo el cargo de que era peligroso para el bebé o algo parecido. ¿Bruce tampoco le comentó nada?

El rostro del doctor Minchenko adquirió un color rojizo.

—¿Lo separaron? ¿De una madre que le da de mamar…? ¡Qué obsceno! — Su mirada recayó en Claire.

—Me dieron una medicina para secarme —explicó Claire.

—Bueno, eso es algo… —Su alivio era muy leve—. ¿Quién lo hizo?

—El doctor Curry.

—No me informó.

—Usted estaba con permiso.

—«Con permiso» no significa «incomunicado». Usted, Graf. ¡Escúpalo! ¿Qué es lo que está sucediendo aquí arriba? ¿Ese burócrata ha perdido la cabeza?

—Verdaderamente no ha oído nada. Es mejor que se lo pregunte a Bruce. Tengo órdenes estrictas de no discutirlo con nadie.

La mirada de Minchenko era verdaderamente cortante.

—Lo haré.

Se alejó y entró al pasillo por la puerta, mientras murmuraba algo entre dientes.

Claire y Leo se quedaron mirándose entre sí, consternados.

—¿Cómo vamos a hacer para que Tony vuelva? —gritó Claire—. ¡Faltan menos de veinticuatro horas para que Silver dé la señal!

—No sé… pero no te deprimas ahora. Recuerda a Andy. Va a necesitarte.

—No voy a deprimirme —dijo Claire. Tomó una bocanada de aire—. No volverá a pasar. ¿Qué podemos hacer?

—Bueno, veré qué cuerdas puedo tocar para intentar que Tony vuelva… Maldito Bruce. Le diré que necesito que Tony supervise a su grupo de soldadores o algo así. No estoy seguro. Tal vez Minchenko y yo juntos podamos pensar en algo, aunque no me gustaría levantar las sospechas de Minchenko. Si no puedo —Leo tomó aire con cuidado—, tendremos que pensar en otra cosa.

—No me mientas, Leo —dijo Claire.

—No te dejes llevar a conclusiones apresuradas. Sí, ya lo sabemos… Existe la posibilidad de que no podamos hacer que vuelva. Es cierto. Ya lo dije y en voz alta. Pero, por favor, ten en cuenta que cualquier ; situación alternativa depende de que Ti pilotee una ; nave para nosotros y tendremos que esperar hasta que podamos volver a conectarnos con la tripulación de secuestro. En este momento habremos capturado una nave y comenzaré a creer que todo es posible. —Movió las cejas, en tensión—. Y si es posible, lo intentaremos. Lo prometo.

Había una creciente frialdad en ella. Tenía que apretar los labios para que no temblaran.

—No puedes arriesgar todo por salvar a uno solo. No está bien.—Bueno… hay un millar de cosas que pueden salir mal entre este momento y algún punto sin regreso para Tony. Puede resultarte bastante académico. Lo sé. Dividir nuestras energías entre un millar de posibilidades en lugar de concentrarlas para el único paso seguro a tomar es una especie de autosabotaje. No se trata de lo que haremos la semana próxima. Lo que cuenta es lo que hacemos ahora. ¿Qué es lo que debemos hacer?

Claire tragó e intentó agudizar su sensatez.

—Volver a trabajar… Simular que no sucede nada. Continuar con el inventario secreto de todos los stocks de semillas posibles. Terminar el plan de cómo vamos a mantener las luces para que las plantas sigan creciendo, mientras que el Hábitat se aleja del sol. Y tan pronto como el Hábitat sea nuestro, comenzar los nuevos cortes y traer los tubos de reserva para comenzar a construir stocks de alimentos extra para las emergencias. Y disponer el críoalmacenamiento de muestras de cada variedad genética que tenemos a bordó para volver a iniciar el stock en caso de desastres…

—¡Es suficiente! —sonrió Leo—. ¡Sólo el próximo paso! Y tú sabes que puedes hacerlo.

Ella asintió.

—Te necesitamos, Claire —agregó Leo—. Todos nosotros, no sólo Andy. La producción de alimentos es uno de los temas fundamentales de nuestra supervivencia. Necesitaremos cada par, cada conjunto de manos expertas. Y tendrás que comenzar a preparar a las más jóvenes y transmitir el conocimiento práctico que cualquier biblioteca, por más completa que fuera desde un punto de vista técnico, no puede igualar.

—No voy a deprimirme —reiteró Claire entre dientes, dando respuesta a lo que se escondía en su mensaje, lo que no estaba en la superficie.

—Me asustaste, la vez de la esclusa de aire —se disculpó, molesto. —Yo misma me asusté —admitió. —Tenías razón de estar furiosa. Sólo recuerda, tu verdadero objetivo no está aquí… —le tocó la clavícula, sobre el corazón—. Está allí fuera.

De esta manera, había reconocido que era la furia, una furia interna, y no la desesperación lo que la había llevado a intentar suicidarse ese día. Por un lado, resultaba un alivio ponerle el nombre correcto a su emoción. Por otro lado, no.

— Leo… eso también me asusta.

Leo sonrió con ironía.

—Bien venida al club de los humanos.

—El próximo paso —Claire murmuró—. Correcto. El próximo logro. Saludó con la mano a Leo y se perdió por el pasillo.

Leo volvió a contemplar el dique de carga con un suspiro. El discurso del próximo paso a tomar funcionaba muy bien, excepto cuando la gente y las condiciones cambiantes alteran continuamente tu ruta enfrente de tus narices mientras que tus pies todavía están en el aire. Su mirada se concentró un momento en la tripulación de cuadrúmanos, que acababan de conectar el tubo flexible a la escotilla de carga de la nave y que en ese momento estaban bajando la carga en el dique, con los manipuladores de potencia. La carga consistía en cilindros grises del tamaño de un hombre. A primera vista, Leo no reconoció de qué se trataba.

Pero la carga no tenía por qué ser ¿reconocible. Se suponía que era un stock masivo de repuestos de varillas de combustible para las naves de carga.

—Para desmantelar el Hábitat —Leo había dicho a Van Atta, cuando hacía hincapié en el pedido—. De manera que no tenga que parar y volver a pasar el pedido. Si hay excedente, puede ir a la Estación de Transferencia con las naves remolcadoras cuando sean reubicadas. Sería un mérito del rescate.

Perturbado, Leo se acercó a los trabajadores de carga.

—¿Qué es esto, muchachos?

—Oh, señor Graf, ¿qué tal? Bueno, no estoy muy seguro —dijo el muchacho cuadrúmano de camiseta y shorts amarillos, que pertenecía a Mantenimiento de Sistemas Aéreos, subdivisión de Muelles y Cerraduras—. Nunca había visto nada igual. De todas maneras, es imponente. —Hizo una pausa para desenganchar un panel de su manipulador y se lo entregó a Leo—. Aquí tiene el manifiesto de carga.

—Se suponía que eran varillas de combustible para las naves remolcadoras…

Los cilindros tenían el tamaño adecuado. Seguramente no habrían podido rediseñarlos. Leo observó el registro del manifiesto de carga. Partida: una serie de números codificados. Cantidad: astronómica.

—Hace ruido como de líquido —agregó solícitamente el cuadrúmano de camiseta amarilla.

—¿Líquido? —Leo observó el número de código en el panel con más detenimiento y volvió a mirar los cilindros. Coincidían. Sin embargo, podía reconocer el código de las varillas, ¿o no? Introdujo «Varillas de combustible, Remolcador de Carga Orbital Tipo II, referencia, código de inventario». El panel centelleó y apareció un número. Sí, era el mismo… ¡No, por Dios! G77618PD en lugar del número G77681PD que llevaban los cilindros. Rápidamente marcó G77681PD. Hubo una larga pausa, no para el panel, sino para que el cerebro de Leo pudiera registrar.

—¿Gasolina? —repitió Leo sin podérselo creer—. ¿Gasolina? ¿Estos idiotas realmente habían transportado cien toneladas de gasolina a una estación espacial?

—¿Qué es? —preguntó el cuadrúmano.

—Gasolina. Es un combustible de hidrocarburo que se utiliza en la Tierra para hacer funcionar automóviles. Un subproducto de los desperdicios petroquímicos. El oxígeno atmosférico proporciona el oxidante. Es un líquido pesado, tóxico, volátil, inflamable, explosivo a temperatura ambiente. Por el amor de Dios, no permitáis que se abra ninguno de esos barriles.

—Sí, señor —prometió el cuadrúmano, claramente impresionado por la lista de peligros que Leo acababa de mencionar.

El supervisor de las tripulaciones orbitales llegaba en ese momento al dique, seguido de una tropilla de cuadrúmanos de su departamento.

—Hola, Graf. Mire, creo que fue un error dejarle que me convenciera de pedir este cargamento. Vamos a tener un problema de almacenaje…

—¿Usted pidió esto? —preguntó Leo.

—¿Qué? —el supervisor pestañeó y luego echó una mirada a lo que tenía delante de él—. ¿Qué… dónde están mis varillas de combustible? Me dijeron que estaban aquí.

—¿Usted mismo fue quien hizo el pedido? ¿Con sus propios dedos?

—Sí. Usted me pidió que lo hiciera. ¿Recuerda?

—Bueno —Leo respiró profundamente y le entregó el panel—, cometió un error al teclear.

El supervisor echó un vistazo al panel y palideció —¡Oh, Dios!

—Y ellos lo han enviado —murmuró Leo, mientras se pasaba las manos por lo que le quedaba de cabello—. Llenaron la nave… No puedo creerlo. Cargaron todo esto en una nave sin ni siquiera preguntarse por qué y enviaron cien toneladas de gasolina á una estación espacial sin pensar en ningún momento en que era completamente absurdo…

—Yo puedo creerlo —suspiró el supervisor—. Oh Dios. Bien. Tendremos que enviarlo de vuelta y volver a pasar el pedido. Probablemente llevará alrededor de una semana. No es porque los stocks de varillas sean escasos, a pesar de la cantidad que usted ha estado utilizando para ese «proyecto especial» que mantiene tan en secreto.

No tengo una semana, pensó Leo, con desesperación. Sólo tengo veinticuatro horas, tal vez.

—No tengo una semana —se dio cuenta de que lo decía en voz alta—. Las quiero ahora. Póngalo en un pedido urgente. —Bajó el tono de su voz al darse cuenta de que llamaba demasiado la atención.

El supervisor estaba lo suficientemente ofendido como para superar su culpa.

—No hay necesidad de que grite, Graf. Fue error mío y probablemente tendré que pagar por él, pero es realmente estúpido encargar a mi departamentos un viaje de urgencia tan seguido a éste, cuando demos esperar perfectamente. Las cosas ya están como están —señaló la gasolina—. Eh, muchachos —agregó—, detened la descarga. Este pedido es error, tiene que volver abajo. El piloto de la nave estaba a punto de salir por la cotilla del personal cuando lo oyó. ¿Qué?

Se acercó a ellos y Leo dio una breve explicación, pocas palabras, del error.

—Bien, no puede enviarla de vuelta en este viaje lijo el piloto con firmeza—. No tengo suficiente combustible como para una carga completa. Tendrá que esperar. —Se alejó, para tomarse su recreo obligatorio en la cafetería.

Los cuadrúmanos tenían una actitud de reproche, la segunda vez que invertían la dirección de su abajo. Pero limitaron su crítica a un quejido lastimoso.

—¿Está seguro esta vez, señor?

—Sí —suspiró Leo—. Pero será mejor que encentéis un lugar donde almacenar todo esto en un módulo aislado. No se puede dejar todo esto aquí.

—Sí, señor.

Volvió a dirigirse al supervisor de la tripulación de ; nave remolcadora.

—Sigo necesitando esas varillas de combustible.

—Bien, tendrá que esperar, porque yo no lo haré. Van Atta ya me va a sacar un buena parte de mi sangre por esto.

—Lo puede poner en mi proyecto especial. Yo firmaré.

El supervisor levantó las cejas, levemente aliviado. —Bien… lo intentaré. Lo intentaré. Pero, ¿qué me dice de su sangre?

Ya está vendida, pensó Leo.

—Eso es asunto mío. ¿No le parece? El supervisor se encogió de hombros — Supongo que sí murmuró, mientras se alejaba.

Uno de los cuadrúmanos de la tripulación de la nave remolcadora, que iba detrás del supervisor, miró a Leo, quien le devolvió la mirada con un movimiento de cabeza, enfatizado por un gesto con el dedo índice que amenazaba con cortarle el cuello y que indicaba ¡Silencio!

Se dio la vuelta y casi se llevó por delante a Pramod, que lo esperaba pacientemente detrás.

—¡No me andes espiando a escondidas! —gritó Leo. Intentó controlar sus nervios irritados—. Lo lamento. Me has asustado. ¿Qué sucede?

—Nos hemos metido en un problema, Leo.

—Por supuesto. ¿Quién me va a seguir para darme buenas noticias? No importa. ¿Qué sucede?

—Las abrazaderas.

—¿Las abrazaderas?

—Hay muchas conexiones ajustadas en el exterior. Estábamos revisando el plano del desmontaje del Hábitat para mañana…

—Ya lo sé. Sigue.

—.Pensamos que un poco de práctica podría acelerar las cosas.

—Sí, muy bien…

—Casi ninguna de esas abrazaderas se puede desenganchar. Ni siquiera con herramientas mecánicas.

—Bueno… —Leo hizo una pausa y entonces comprendió cuál era el problema—. ¿Son piezas de metal?

—La mayoría sí.

—¿Es peor del lado del sol?

—Mucho peor. No pudimos lograr que ninguna de las de ese lado pudiera aflojarse. Algunas están visiblemente fundidas. Algún idiota las debe de haber Asoldado.

—Soldadas, sí. Pero no es culpa de ningún idiota. Es por el sol.

—Leo, no hace tanto calor… —No directamente. Lo que estás viendo es una soldadura de difusión espontánea en el vacío. Las moléculas metálicas se evaporan de las superficies de las piezas en el vacío. Lentamente, eso es cierto, pero es un fenómeno calculable. En las zonas ajustadas, migran a otras superficies adyacentes y eventualmente alcanzan una buena fusión. Un poco más rápido con las piezas calientes del lado del sol, un poco más lentamente con las piezas frías del lado de la sombra. Pero apuesto a que algunas de esas piezas llevan allí más de veinte años —Oh. Pero, ¿qué hacemos ahora?

—Tendréis que cortarlas.

Pramod abrió la boca, expresando su preocupación.

—Eso lo retrasará todo.

—Sí. Y también tendremos que pensar en una manera de volver a ajustar cada conexión en la nueva remodelación… Necesitaremos más abrazaderas o algo que pueda servir igual… Ve a reunir a todo tu grupo de trabajo. Tendremos una pequeña sesión de emergencia.

Leo dejó de pensar si sobreviviría a la Gran Toma de Posesión y comenzó a preguntarse si llegaría vivo hasta la Gran Toma de Posesión. Rogó, con toda su alma, que Silver lo estuviera pasando mejor que él.

Silver deseaba de todo corazón que Leo lo estuviera? pasando mucho mejor que ella.

Se movió en el asiento durante la aceleración, cada vez más incómoda después de las primeras ocho horas de vuelo… Apoyó su mentón en el reposacabezas mullido para contemplar a la tripulación, en la cabina de la nave. Los otros cuadrúmanos estaban tan arropados y extenuados como ella. Solamente Ti parecía estar cómodo, con los pies adelante y recostado en su asiento en las fuerzas constantes de gravedad.

—Yo vi esa gran película —Siggy agitó las manos en forma entusiasmada—. Había una lucha a bordo. Los soldados usaban minas magnéticas para hacer agujeros en uno de los lados de la nave nodriza y así poder penetrar, —Emitió un grito extraño a modo de efectos especiales—. Los invasores corrían de un lado para otro. Volaban objetos en todas direcciones cuando se producía la explosión. …

—Yo la vi —dijo Ti—. Nido de muerte, ¿no es así?

—Fuiste tú quien nos la trajiste —le recordó Silver.

—¿Sabías que tenía una segunda parte? —le dijo Ti a Siggy—. La venganza del nido.

—¡No! ¿En serio? ¿Piensas que…?

—Ante todo —dijo Silver—, nadie ha descubierto todavía ningún invasor inteligente, ni hostil ni no. En segundo lugar, no tenemos ninguna mina magnética, gracias a Dios. Y en tercer lugar, no creo que Ti quiera que se hagan tantos agujeros en el costado de su nave.

—Bueno, no —concedió Ti.

—Entraremos por la esclusa del aire —dijo Silver con firmeza—, que está diseñada para ese propósito.

Pienso que la tripulación de la nave estará bastante sorprendida cuando la pongamos en su cámara de salvamento y la lancemos, sin asustarla con ningún tipo de alboroto prematuro para que haga vaya a saber uno qué. Aunque el coronel Wayne en Nido de I muerte llevó a sus tropas a la batalla con su grito rebelde por los intercomunicadores, no creo que los verdaderos soldados hagan eso. Seguramente interferiría con las comunicaciones. —Frunció el ceño a Siggy, para que obedeciera.

—Lo haremos a la manera de Leo —continuó Silver—, y les apuntaremos con los soldadores láser. No nos conocen, no sabrán si dispararemos o no. —¿Cómo iban a saber unos extraños lo que ella haría si ni ella misma lo sabía?—. Hablando de esto, ¿cómo sabemos qué nave… —hizo una pausa para encontrar la terminología adecuada— tendremos que separar del rebaño? Tendría que ser más fácil obtener un permiso para subir a bordo si Ti conociera bien a la tripulación. Por otra parte, también podría ser más difícil… —prosiguió, sin gustarle la idea—. En especial, si intentan contestar el ataque.

—Jon podría luchar contra ellos hasta que se sometieran —propuso Ti—. Para eso está aquí, después de todo.

El robusto Jon le echó una mirada de desprecio.

—Pensé que estaba aquí como respaldo del piloto de la nave. Luche usted con ellos, si quiere. Son sus amigos. Yo sólo tendré un soldador en Ja mano.

Ti carraspeó.

—Me gustaría capturar la nave D771, si está allí. Aunque no tendremos muchas alternativas. Posiblemente haya sólo un par de naves trabajando de este lado. Básicamente, capturaremos cualquier nave que haya venido de Orient IV, que haya bajado su carga y que todavía no haya comenzado a cargar los nuevos bultos. Eso nos proporcionará la huida más rápida. No hay mucho que planear. Sólo tenemos que hacerlo.

—El verdadero problema comenzará —dijo Silver— cuando se den cuenta de lo que pretendemos e intenten recuperar la nave.

Se hizo un silencio sombrío. Ni siquiera Siggy hizo sugerencias.

Leo encontró a Van Atta en el gimnasio, ejercitándose con vehemencia en la rueda, un mecanismo médico de tortura parecido a un estante invertido. Unas fajas de resortes empujaban al caminante hacia la superficie, contra la cual hacía presión con los pies durante una hora o más al día bajo prescripción. Era un ejercicio diseñado para reducir, si no detener, el desacondicionamiento del cuerpo y la larga desmineralización de los huesos de los habitantes de caída libre.

Por la expresión en el rostro de Van Atta, hoy estaba haciendo presión sobre la superficie con una considerable animosidad personal. La irritación cultivada era, por cierto, una manera de juntar la energía necesaria para llevar a cabo la tarea aburrida, pero necesaria. Después de pensárselo durante un momento, Leo decidió realizar un acercamiento casual y solapado. Se sacó el uniforme y lo sujetó a un gancho en la pared. Se quedó con la camiseta y los shorts rojos. Se acercó y se ajustó el cinturón y las fajas de la máquina desocupada junto a la de Van Atta.

—¿Han lubricado estos trastos con pegamento? —dijo, a la vez que se aferraba al manillar y hacía presión para que la superficie comenzara a moverse debajo de sus pies.

Van Atta giró la cabeza y se rió con cierta ironía.

—¿Qué sucede, Leo? ¿Minchenko, el minidictador médico, te ha ordenado un poco de venganza fisiológica?

—Sí, algo así… —por fin había comenzado a funcionar; sus piernas se flexionaban a un ritmo uniforme. Había faltado a muchas sesiones últimamente—. ¿Ya has hablado con él desde que ha llegado?

—Sí —Van Atta seguía haciendo presión con las piernas contra la máquina y un ruido furioso provenía de los engranajes.

—¿Ya le has dicho lo que sucedería con el Proyecto?

—Desafortunadamente, tuve que hacerlo. Pensaba dejarlo para lo último, con el resto. Minchenko probablemente sea el más arrogante de la Vieja Guardia de Cay. Nunca mantuvo en secreto su idea de que él debería haber sucedido a Cay como director del Proyecto, en lugar de traer a un extraño, como es mi caso. Si no hubieran programado que se jubilara en el término de un año, yo habría seguido los pasos necesarios para deshacerme de él antes de todo esto.

—¿Te hizo… alguna objeción?

—¿A qué te refieres? ¿A si gritó como un cerdo? Puedes apostar a que sí. Dijo algo como que yo era personalmente responsable por haber inventado la maldita gravedad artificial. Yo no necesito esa mierda. —La máquina de Van Atta protestó, haciendo eco de sus palabras.

—Si estuvo en el Proyecto desde un principio, supongo que los cuadrúmanos son prácticamente el trabajo de toda su vida —dijo Leo, con razón.

—Uhmm —asintió Van Atta—. Pero eso no le da derecho a declararse en huelga en un arranque de furia. Al fin y al cabo, incluso tú tuviste más sentido común. Si no da muestras de una actitud más cooperadora cuando tenga la oportunidad de calmarse y pensar lo inútil que es su postura, será más fácil ampliar la rotación de Curry y enviar a Minchenko abajo otra vez.

—Ah —Leo carraspeó. Esto no parecía el buen inicio que había esperado. Pero había tan poco tiempo…—. ¿Te dijo algo sobre Tony?

—¡Tony! —La máquina de Van Atta zumbó como un abejorro durante un momento—. Si no vuelvo a ver a ese individuo en toda mi vida, será demasiado pronto. No causó más que problemas, problemas y gastos.

—Yo, en cambio, estaba pensando en sacar un poco mas de provecho de él —dijo Leo, midiendo sus palabras—. Aunque no esté preparado físicamente para volver a cumplir con sus turnos en el exterior, tengo mucho trabajo de ordenador y de supervisión de tareas que podría delegarle, si estuviera aquí. Si pudiéramos hacerlo venir aquí.

—Tonterías —replicó Van Atta—. Sería mucho más fácil si se las delegaras a otro de tus cuadrúmanos al mando de grupos. Pramod, por ejemplo, o poner a cualquier otro cuadrúmano en su lugar. No me interesa quién. Para eso te di la autorización. Vamos a comenzar a hacer bajar a esos pequeños monstruitos dentro de dos semanas. No tiene ningún sentido que haga traer a uno de ellos, cuando, de todas maneras, Minchenko no lo va a dejar salir de la enfermería hasta entonces. Y eso fue lo que le dije. —Miró de lleno a Leo—. No quiero volver a oír una palabra más sobre Tony.

—Sí —dijo Leo. Maldición. Era obvio que tendría que haber apartado a Minchenko antes de que embarrara las aguas con Van Atta. No era sólo el ejercicio la razón por la que Van Atta estaba tan colorado. Leo se preguntó qué habría sido en realidad lo que había dicho Minchenko… Sin ninguna duda, habría sido un placer oírlo. Sin embargo, era un placer demasiado costoso para los cuadrúmanos. Leo intentó poner una expresión que Van Atta pudiera tomar como de comprensión y que ocultara la furia interior.

—¿Cómo anda el plan de rescate? —preguntó Van Atta, después de un instante.

—Ya está casi completo.

—¿De veras? —Van Atta dijo, con cierto entusiasmo—. Bien, por lo menos, ya es algo.

—Estarás sorprendido cuando veas hasta dónde se puede reciclar el Hábitat — Leo prometió, convencido de lo que decía—. Y también lo estará la compañía.

—¿Será pronto?

—Tan pronto como tengamos el conforme. Lo tengo todo programado como un juego de guerra. —Cerró los dientes para no revelar nada más—. ¿Sigues planeando el Gran Anuncio al resto del personal para mañana a las 13.00? — preguntó Leo, de pasada—. ¿En el módulo principal de conferencias? La verdad, me gustaría asistir. Tengo material visual para mostrar una vez que hayas terminado.

—No —dijo Van Atta.

—¿Qué? —exclamó Leo. No calculó bien un paso y los resortes le lastimaron la rodilla. Por suerte, la máquina estaba acolchada para estas situaciones fortuitas. Le costó volver a incorporarse.

—¿Te has hecho daño? —dijo Van Atta—. Estás gracioso…

—Estaré bien en un minuto. —Se incorporó. Los músculos de la pierna hacían presión contra la banda elástica, mientras recuperaba el aliento e intentaba encontrar una expresión de equilibrio entre el dolor y el pánico—. Pensé… que era así cómo ibas a dar a conocer la noticia. Creí que ibas a reunir a todos y comunicar los hechos de una vez.

—Después de Minchenko, estoy cansado de discutir todo esto —dijo Van Atta —. Le dije a Yei que lo hiciera. Ella puede llamarlos a su oficina en grupos pequeños y entregarles los programas de evacuación, individuales y por departamentos, al mismo tiempo. Con mucha más eficiencia.

Y entonces el hermoso plan de Leo y de Silver de deshacerse en forma pacífica de todos ellos, elaborado durante cuatro sesiones secretas, se iba por la borda. También se esfumaba la sugerencia solapada que intentaba convencer a Van Atta de que era idea suya la de reunir a todo el personal terrestre del Hábitat una sola vez y hacer su anuncio con un discurso que los persuadiera que los estaban salvando, no condenando…

Las órdenes programadas de separar el módulo de conferencias del Hábitat con sólo tocar un botón estaban preparadas. Las máscaras de emergencia para suministrar oxígeno a casi trescientas personas durante las próximas horas, durante las cuales se llevaría el módulo alrededor del planeta hasta la Estación de Transferencia, estaban cuidadosamente escondidas en el interior. La tripulación de las dos naves remolcadoras estaba preparada; las naves, con el combustible necesario y listas.

Había sido un tonto al desarrollar planes que dependían de la decisión de Van Atta sobre cualquier tema… De repente, Leo se sintió descompuesto.

Tendrían que utilizar el segundo plan. La emergencia que alguna vez habían discutido y descartado como demasiado arriesgada, en la que los resultados no eran potencialmente controlables. Desató los resortes con torpeza y los volvió a colocar en su lugar sobre el marco de la máquina.

—No has hecho la hora —dijo Van Atta.

—Creo que me he lastimado la rodilla —mintió Leo.

—No me sorprende. ¿Piensas que no sabía que habías estado faltando a tus sesiones de ejercicio? No intentes hacerle un juicio a Galac-Tech, porque podemos probar que se debe a una negligencia personal —dijo Van Atta con una sonrisa y siguió trabajando vigorosamente.

Leo se detuvo.

—A propósito, ¿sabías que los depósitos de Rodeo se equivocaron con una carga y enviaron al Hábitat cien toneladas de gasolina? Y nos echan la culpa a nosotros.

—¿Qué?

Cuando Leo se dio la vuelta, sintió la satisfacción de la venganza al oír que la máquina de Van Atta se detenía y que estaba desenganchándose tan rápido que los resortes golpearon a Van Atta.

—¡Ay! —gritó.

Pero Leo no se giró.

El doctor Curry saludó a Claire, cuando ella llegó a la enfermería para su cita.

—Ah, bien. Llegas justo a tiempo.

Claire miró a uno y otro lados del pasillo y sus ojos recorrieron la sala de tratamiento a la que la había llevado el doctor Curry.

—¿Dónde está el doctor Minchenko? Pensé que estaría aquí.

El doctor Curry se ruborizó levemente.

—El doctor Minchenko está en su dormitorio. No vendrá a trabajar.

—Pero yo quería hablar con él…

El doctor Curry carraspeó.

—¿Te dijeron, para qué era tu cita?

—No… Supuse que era para que me dieran más medicación para mis pechos.

—Ya veo.

Claire aguardó un instante, pero el doctor no le explicó nada más. Estaba muy ocupado disponiendo una bandeja de instrumentos, que comenzaba a colocar en un esterilizador. En ningún momento miró a Claire.

—Bien, no vas a sentir ningún dolor.

En otro momento, no habría hecho ninguna pregunta y se habría sometido dócilmente. Había pasado por miles de pruebas médicas, que habían comenzado mucho antes de salir como bebé del replicador uterino, el vientre artificial que la había gestado en una sección de la enfermería que ahora estaba cerrada. En otra ocasión, había sido otra persona, antes del desastre que le había sucedido a Tony. Durante el tiempo que sucedió a este incidente, estuvo a punto de no ser nadie. Ahora se sentía extraña, tenía miedo, como si temblara frente a un nuevo nacimiento. El primero había sido mecánico e indoloro, tal vez por eso no había podido afirmarse…

—¿Qué…? —comenzó a preguntar. Su voz era demasiado débil. Levantó la voz, que sonó fuerte, aun para sus propios oídos—. ¿Para qué es esta cita?

—Sólo un procedimiento abdominal local sin mucha importancia —dijo el doctor Curry, como de pasada—. No llevará mucho tiempo. Ni siquiera tienes que desvestirte. Sólo levántate la camisa y bájate un poco los shorts. Te prepararé. Tienes que quedarte inmóvil bajo la placa, por si caen una o dos gotas de sangre.

Usted no me va a inmovilizar…

—¿Qué clase de procedimiento?

—No te dolerá y no te hará ningún daño. Ven aquí. —El doctor sonrió y cogió la placa, que estaba saliendo de la pared.

—¿Qué? —repitió Claire, sin moverse.

—No puedo explicártelo. Es una… prescripción. Lo siento. Tendrás que preguntarle al señor Van Atta o a la doctora Yei o a cualquier otro. Te diré algo, inmediatamente después te enviaré a ver a la doctora Yei y podrás hablar con ella. ¿Te parece bien? —El doctor apretó los labios. Su sonrisa se volvía cada vez más fija.

—No le preguntaría… —Claire intentó reproducir una frase que le había oído decir a un terrestre en alguna ocasión—. A Bruce van Atta no le preguntaría ni la hora.

El doctor Curry parecía estar bastante perplejo.

—Oh —murmuró, no tan entre dientes esta vez—. Me pregunto por qué estabas segunda en la lista.

—¿Quién era la primera? —preguntó Claire.

—Silver, pero ese instructor ingeniero la tiene ocupada en una especie de misión. Amiga tuya, ¿verdad? Podrás decirle que esto no duele.

—No me importa… No me importa si duele o no duele. Quiero saber de qué se trata. —Cerró apenas los ojos, mientras se ajustaban las conexiones, y los volvió a abrir, llena de furia—. ¡Las esterilizaciones! —exclamó—. ¡Están comenzando con las esterilizaciones!

—¿Cómo sabes que…? Se suponía que tú… Quiero decir: ¿qué es lo que te hace pensar eso? —dijo al fin Curry.

Claire se escapó hacia la puerta. El doctor estaba más cerca y era más veloz y la cerró enfrente de sus narices. Claire se alejó del panel que se cerraba.

—Ahora, escúchame, Claire. ¡Cálmate! —dijo Curry, que zigzagueaba tras ella por la habitación—. Vas a hacerte daño, sin ninguna necesidad. Te podría aplicar una anestesia general, pero es mejor si uso anestesia local y si tú te quedas quieta. Lo único que tienes que hacer es permanecer quieta. Tengo quehacer esto, de una forma u otra.

—¿Por qué tiene que hacerlo? —gritó Claire—. ¿Era el doctor Minchenko el que tenía que hacerlo o es ésa la razón por la que no está aquí? ¿Quién le obliga a usted a hacer esto y cómo lo hace?

—Si Minchenko estuviera aquí, yo no tendría que hacerlo —replicó Curry, furioso—. Él eludió sus responsabilidades y dejó todo en mis manos. Ahora ven aquí y ponte debajo de esta plancha esterilizadora y déjame que encienda los monitores, o tendré que… ponerme duro contigo. —Respiró profundamente, tratando de calmarse.

—Tiene que hacerlo —exclamó Claire—. ¡Tiene que hacerlo! ¡Tiene que hacerlo! Es sorprendente, algunas de las cosas que ustedes piensan que tienen que hacer. Pero da la casualidad de que casi nunca son las mismas cosas que los cuadrúmanos tenemos que hacer. ¿Por qué cree que pasa así?

El doctor Curry suspiró y apretó los labios. Extrajo una aguja hipodérmica de su bandeja de instrumentos.

Tenía todo preparado de antemano, pensó Claire. Lo tenía ensayado, en su mente… Había pensado todo mucho antes de que yo entrara aquí…

El doctor se acercó hacia donde Claire estaba suspendida y le tomó el brazo superior derecho, con la aguja plateada en la otra mano. Claire le cogió la muñeca izquierda y la apretó con toda su fuerza hasta inmovilizarla. Así estuvieron trabados durante un instante. Los músculos les temblaban en el aire.

Luego ella levantó sus brazos inferiores para unirlos a los superiores. Curry hacía esfuerzos por respirar, mientras Claire le separaba los brazos, con mucha más fuerza de la que tenía el joven doctor. El pateaba y le golpeaba con las rodillas, pero al no tener nada donde apoyarse y hacer presión, no podía impartir la fuerza necesaria para que le doliera.

Claire sonreía, excitada, mientras le separaba y le volvía a juntar los brazos a voluntad. ¡Soy más fuerte! ¡Soy más fuerte! ¡Soy más fuerte que él y no me había dado cuenta…I Con cuidado, Claire apretó sus manos inferiores alrededor de las muñecas del médico y liberó las superiores. Con ambas manos forcejeó para 114


que sus dedos soltaran la aguja hipodérmica. Ahora era ella la que la tenía en alto.

—No le va a doler nada…

—No, no…

El doctor se movía demasiado para su falta de experiencia en colocar una inyección endovenosa, así que Claire decidió atacar un músculo. Lo sujetó con fuerza hasta que el médico se debilitó, después de varios minutos. Después de eso, no le costó mucho trabajo inmovilizarlo debajo de la plancha esterilizadora.

Claire observó la bandeja de instrumentos y los tocó al azar.

—¿Hasta dónde tengo que llevar adelante esta rotación? ¿Usted lo sabe? — preguntó en voz alta.

Él gimoteaba y se movía débilmente, con pánico en los ojos. En cambio, los ojos de Claire brillaban de placer. Tiró la cabeza hacia atrás y se rió, con ganas, por primera vez en… ¿Cuánto tiempo? No podía recordarlo.

Acercó los labios al oído del doctor y le dijo:

—Yo no tengo que hacerlo.

Seguía riéndose cuando cerró las puertas del ala de tratamiento detrás de ella y se alejó por el pasillo hacia un lugar donde refugiarse.

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