2

La burbuja de observación a un lado del Hábitat Cay tenía un televisor, para alegría de Leo. Y además, no estaba ocupada en ese momento. Su cuarto no tenía un puesto de observación. Decidió introducirse en la burbuja. Su cronograma le permitía ese día libre, para recuperarse de la fatiga del viaje antes de que comenzara su curso. Una buena noche en caída libre ya había mejorado su mente con respecto al día anterior, después del «recorrido de desorientación» —era el único nombre que se le ocurría— que le había proporcionado Van Atta.

La curva del horizonte de Rodeo dividía en dos la visión desde la burbuja. Más allá estaba la vasta masa de estrellas. Justo en ese momento, una de las pequeñas lunas de Rodeo cruzaba el panorama frente a sus ojos. Un brillo sobre el horizonte le llamó la atención.

Ajustó el televisor para tener un primer plano. Una nave de Galac-Tech traía una carga gigante. Probablemente, productos químicos refinados o plásticos destinados a la Tierra, donde el petróleo se había agotado. Una serie de cargas similares flotaba en órbita. Leo las contó. Una, dos, tres… seis y una más hacían siete. Dos o tres pequeños remolcadores tripulados comenzaban ya a agrupar los cargamentos, que tendrían que ser almacenados y adosados a una de las grandes unidades propulsoras orbitales.

Una vez agrupados y sujetos a la unidad propulsora, los cargamentos se dirigirían hacia el distante punto de salida que daba acceso al espacio local de Rodeo. Una vez comunicadas la velocidad y la dirección, la, unidad propulsora se desprendería y volvería a la órbita de Rodeo para la próxima carga. El bulto de carga no tripulado seguiría hacia su objetivo, el primero en una larga serie que se extendía desde Rodeo hasta la anomalía en el espacio que era el punto de acople.

Una vez allí, las cargas serían capturadas y desaceleradas por una unidad propulsora similar y las pondrían en posición para el Salto. Entonces, empezarían a funcionar las grandes naves de Salto, unos transportadores de carga tan especialmente diseñados para esta tarea como las unidades de propulsión. Estos transportadores de carga monstruosos no eran más que un par de generadores de campo Necklin en sus cubiertas protectoras, preparados para su ubicación alrededor de una constelación de bultos de carga: un par de brazos propulsores comunes y una pequeña cámara de control para el piloto y sus auriculares neurológicos. Sin los bultos de carga adosados, las grandes naves de Salto le recordaban a Leo algún insecto extraño, de patas largas.

Cada piloto de Salto, conectado neurológicamente a su nave para navegar las realidades ondulatorias de los agujeros de gusano del espacio, hacía dos entregas diarias. Entraban a Rodeo sin carga y volvían a salir con cargamento, seguido de un día libre. A los dos meses de actividad tenían una licencia obligatoria de un mes sin sueldo en condiciones de gravedad. En realidad, los Saltos agotaban más a los pilotos que la condición de ingravidez. Los pilotos de las rápidas naves de pasajeros, como la que había usado Leo el día anterior, decían que los pilotos de las grandes naves de Salto de carga eran simples acopladores de carga y pilotos de calesitas. Los pilotos de carga, a su vez, decían que los pilotos de pasajeros eran esnobs.

Leo sonrió y observó el tren de riqueza que se deslizaba por el espacio. No había ninguna duda al respecto. El Hábitat Cay, por más fascinante que fuera, no era más que la punta del iceberg de toda la operación de Galac-Tech en Rodeo. Tan sólo el cargamento que se hacía en ese momento podía mantener a toda una ciudad llena de viudas y huérfanos en buenas condiciones durante un año y, aparentemente, no era más que uno de los eslabones de una cadena interminable. La producción básica era como una pirámide invertida. Los del apéndice inferior sostienen una montaña cada vez más grande. Era algo que, en general, le producía a Leo más orgullo secreto que irritación.

—¿Señor Graf? —Una voz aguda interrumpió sus pensamientos—. Soy la doctora Sondra Yei, directora del departamento de psicología y capacitación del Hábitat Cay.

La mujer, que hablaba desde la puerta, llevaba un uniforme verde pálido de la compañía. Era feúcha, pero agradable. Rondaba la mediana edad. Tenía brillantes ojos mongólicos, nariz ancha, y tanto los labios como el color de piel eran café con leche, característico de su mezclada herencia racial. Entró en la habitación, con los movimientos relajados y concisos de una persona acostumbrada a la caída libre.

—Ah, sí. Me dijeron que quería hablarme. —Espero gentilmente a que ella se sujetara bien antes de estrecharle la mano.

Leo hizo un gesto en dirección al televisor.

—He tenido una interesante visión de las cargas orbitales que se realizan allí fuera. Me da la impresión que ése podría ser otro trabajo para sus cuadrúmanos.

—Seguro. Lo han estado haciendo desde hace casi un año. —Yei sonrió con satisfacción—. ¿De manera que no le parece tan difícil la adaptación a los cuadrúmanos? Eso es lo que sugería su perfil psíquico. Bien.

—Oh, los cuadrúmanos no son un problema. —Leo se abstuvo de explicar su turbación. De todas maneras, no creía que pudiera expresarlo con palabras—. Sólo me sorprendieron, al principio.

—Es comprensible. ¿Cree que tendrá problemas para enseñarles?

Leo sonrió.

—No pueden ser peores que el grupo de estibadores que preparé en el programa Júpiter Orbital —No me refería a que ellos le plantearan problemas. —Yei sonrió nuevamente—. Usted verá que son estudiantes muy inteligentes y aplicados. Rápidos. Literalmente, son buenos chicos. Y es de eso de lo que quiero hablar.

Se detuvo como si estuviera organizando sus ideas, al igual que los distantes propulsores de carga.

—Los profesores y los preparadores de Galac-Tech desempeñan un poco el papel de padres aquí, en esta familia del Hábitat. Si bien los cuadrúmanos no tienen padres, ellos mismos tendrán que serlo algún día. Y, en realidad, algunos ya lo son. Desde un comienzo, nos esforzamos muchísimo en asegurar que se les brindaran los modelos de responsabilidad adulta estable. Pero todavía son niños. Lo estarán observando muy de cerca. Quiero que sea consciente y que los cuide. Ellos aprenderán algo más que soldadura con usted. También observarán y adoptarán sus otras pautas de comportamiento. En resumen, si usted tiene malos hábitos (y todos nosotros los tenemos), debe dejarlos en su planeta durante el período de su estancia. En otras palabras —Yei continuó—, cuídese. Fíjese en su lenguaje. Por ejemplo, uno de los miembros del personal una vez utilizó el cliché «escupir en el ojo» en un determinado contexto… No sólo les causó hilaridad, sino que se convirtió en una epidemia entre los cuadrúmanos más jóvenes, que costó muchas semanas erradicar. Ahora bien. Usted estará trabajando con niños mayores, pero el principio sigue siendo el mismo. Por ejemplo, ¿ha traído algún material de lectura consigo? Películas dramáticas, discos de información, lo que sea.

—No soy un buen lector —dijo Leo—. Sólo tengo el material de mi curso.

—La información técnica no me concierne. Con lo que hemos tenido problemas últimamente es con la ficción.

Leo levantó una ceja y sonrió.

—¿Pornografía? No sé si habría que preocuparse por eso. Cuando yo era niño, siempre nos pasábamos…

No, no, pornografía no. De todas maneras, no creo que los cuadrúmanos entiendan de qué se trata. Aquí la sexualidad es un tema abierto, parte de su capacitación social. Biología. Me preocupa mucho mas la ficción que esconde valores falsos o peligrosos detrás de colores atractivos o de historias partidistas.

Leo frunció el ceño, cada vez más sorprendido.

—¿Nunca les han enseñado historia a estos chicos? ¿Nunca les han permitido que leyeran cuentos…?

—Por supuesto que sí. Los cuadrúmanos están bien provistos de ambos. Sólo se trata de una cuestión de énfasis correcto. Por ejemplo, una típica historia para los planetarios, digamos sobre el asentamiento del Orient IV, en general, le dedica unas quince páginas al año de la Guerra de Hermanos, una curiosa aberración social. Y aproximadamente dos a los cien años de asentamiento y construcción del planeta. Nuestros textos dedican un párrafo a la guerra. Pero la construcción del túnel monocarril Witgow, con sus consiguientes beneficios económicos para ambos lados, cuenta con cinco páginas. En resumen, damos más énfasis a lo común que a lo raro, a la construcción que a la destrucción, a lo normal a expensas de lo anormal. De manera que los cuadrúmanos nunca puedan pensar que de ellos se espera lo anormal. Si desea leer los textos, pienso que comprenderá la idea rápidamente.

—Yo… Sí, pienso que sería mejor —murmuró Leo. El grado de censura que se le imponía a los cuadrúmanos, según la breve descripción de Yei, le irritaba. Pero, al mismo tiempo, la idea de un texto que dedicaba secciones completas a grandes trabajos de ingeniería le daban ganas de ponerse de pie y brindar. Reprimió su confusión detrás de una sonrisa—. En realidad, no he traído nada a bordo —dijo para calmarla.

La doctora le hizo recorrer los dormitorios y las habitaciones supervisadas de los cuadrúmanos más jóvenes.

Los más pequeños eran los que más asombraban a Leo. Parecía haber tantos… Tal vez le daba esa impresión porque se movían muy rápido. Había unos treinta chicos de unos cinco años que saltaban en el gimnasio de caída libre como si fueran pelotas de ping pong. Mientras tanto, la encargada de cuidarlos, una mujer a la que llamaban Mamá Nula, y dos cuadrúmanos adolescentes que le ayudaban los hacían salir de su clase de lectura. Pero entonces, ella dio unas palmadas y puso música y los niños representaron un juego, o una danza —Leo no estaba muy seguro—, mientras lo miraban de reojo y se sonreían. El juego consistía en crear una especie de icosaedro en el aire, como si fuera una pirámide humana, sólo que más compleja. Todos de la mano, cambiaban formaciones al ritmo de la música. Se oyeron unos gritos de desesperación cuando uno de los pequeños resbaló y echó a perder la formación del grupo. Cuando se alcanzaba la perfección, todo el mundo ganaba. Leo no podía evitar que el juego le gustara. Cuando observó que Leo se reía al ver cómo los cuadrúmanos se arremolinaban a su alrededor, la doctora Yei pareció irradiar felicidad.

Pero al finalizar el recorrido, lo estudió, con una sonrisa.

—Señor Graf, sigue estando preocupado. ¿Está seguro de no esconder ningún complejo de Frankenstein con todo esto? Está bien que lo admita ante mí. Por cierto, me gustaría que me hablara de eso.

—No se trata de eso —dijo Leo pausadamente—. Es sólo que… Bueno, en realidad, no puedo objetar nada a la manera en que intenta que aprendan a agruparse, dado que vivirán toda la vida en estaciones espaciales muy pobladas. Están muy bien disciplinados, para la edad que tienen. Eso también es bueno…

—Más bien vital para su supervivencia en un medio espacial.

—Sí… pero, ¿qué me dice de su autodefensa?

—Tendrá que explicarme a qué se refiere, señor Graf. ¿Defenderse de qué?

—Bueno, me da la impresión de que tuvo éxito en la educación de alrededor de mil fenómenos técnicos. Son niños agradables, pero, ¿no son un poco… afeminados? —Se estaba hundiendo cada vez más. La doctora había dejado de sonreír y ahora fruncía el ceño—. Quiero decir… parecen estar maduros para ser explotados por… por alguien. ¿Todo este experimento social fue idea suya? Parece ser el sueño femenino de una sociedad perfecta. Todos se comportan tan bien.

Leo se sintió incómodo al darse cuenta de que no había sabido expresarse bien, pero seguramente la doctora comprendería la validez…

Ella suspiró profundamente y bajó la voz. Tenía una sonrisa fija en la boca.

—Permítame que se lo explique claramente, señor Graf. Yo no inventé a los cuadrúmanos. Me asignaron aquí hace seis años. Son los especialistas de Galac-Tech los que piden una socialización máxima. Pero yo los heredé. Y me preocupo por ellos. No es su trabajo, ni su problema, entender su situación legal, pero a mí me preocupa en gran medida. Su seguridad reside en su socialización. Usted parece estar al margen de los prejuicios comunes contra los productos de la ingeniería genética!

Pero hay muchos que no lo están. Hay jurisdicciones planetarias donde este grado de manipulación genética de los seres humanos sería incluso ilegal. Dejemos que esa gente, tan sólo una vez, descubra que los cuadrúmanos son una amenaza y… —Cerró los labios para no seguir haciendo confidencias y volvió a su tono autoritario—. Déjeme que se lo explique así, señor Graf. El poder para aceptar o rechazar al personal instructor en el Proyecto Cay está en mis manos. El señor Van Atta puede haberlo llamado, pero yo puedo hacer que lo transfieran. Y lo haré sin dudar si usted no cumple con el discurso o el comportamiento que indican las normativas del departamento psíquico. Espero que quede claro.

—Sí, totalmente claro —dijo Leo.

—Lo siento —respondió sinceramente—. Pero hasta que haya pasado un tiempo en el Hábitat, debe abstenerse de hacer juicios prematuros.

Soy un ingeniero de pruebas, señora, pensó Leo. Mi trabajo consiste en hacer juicios todo el día. Pero no dijo lo que pensaba en voz alta. Lograron alcanzar un tono de leve cordialidad.

El vídeo de entretenimiento se llamaba Animales, Animales, Animales. Silver volvió a pasar la secuencia de los «Gatos» por tercera vez.

—¿Otra vez? —dijo Claire, que también se encontraba en la sala de vídeo.

—Sólo una más —le rogó Silver. Abrió la boca ante la fascinación que le produjo ver aparecer el persa negro en la pantalla. Pero por respeto a Claire, bajó la música y la narración. La criatura estaba acurrucada, lamiendo leche de un recipiente. Estaba adherida al suelo, por el efecto de la gravedad terrestre. Las gotitas blancas que le caían de la lengua rosada volvían a caer en el recipiente, como si estuvieran magnetizadas.

—Me gustaría tener un gato. Parecen tan suaves…

Silver extendió la mano inferior derecha para acariciar la imagen de tamaño natural. No había ninguna sensación táctil. Solamente podía ver cómo la película coloreada le acariciaba la piel. Con la mano tocó al gato y suspiró.

—Mira, uno lo puede tener en sus brazos como a un bebé. —El vídeo mostraba ahora al dueño terrestre del gato que lo recogía en sus brazos. Los dos parecían presumidos.

—Bueno, tal vez te permitan tener un bebé pronto —dijo Claire.

—No es lo mismo —le contestó Silver. Sin embargo, no podía dejar de mirar con cierta envidia a Andy, que dormía acurrucado cerca de su madre—. Me pregunto si alguna vez tendré la oportunidad de descender del espacio.

—¿Para qué? —le preguntó Claire—. ¿A quién le gustaría? Parece tan incómodo. Y además peligroso.

—Los terrestres se las apañan. De todas maneras, todas las cosas interesantes parecen venir de los planetas. Y las personas interesantes, también, agregó con el pensamiento. Recordó su ex profesor, el señor Van Atta. También al señor Graf, a quien había conocido mientras cumplía su turno matutino en Hidroponía. Otro alguien con piernas que visitaba varios lugares y hacía que sucedieran cosas. Van Atta había dicho que había nacido .en el viejo planeta Tierra.

De pronto, se oyó un golpe sordo en la puerta de la burbuja a prueba de ruidos. Silver la abrió con su control remoto. Siggy, con la camiseta y los shorts amarillos del personal de Mantenimiento de los Sistemas de Aire, asomó la cabeza.

—Todo arreglado, Silver.

—Muy bien. Pasa.

Siggy entró en la cámara. Ella volvió a cerrar la puerta. Siggy se dio la vuelta, sacó una herramienta de un bolsillo del cinturón y trabó el mecanismo de la puerta. Dejó todo de manera tal que, en caso de urgencia, cualquiera pudiera entrar. Como por ejemplo, que la doctora Yei golpeara la puerta y les preguntara qué estaban haciendo. Silver ya había sacado la cubierta trasera del aparato de holovisión. Siggy pasó junto a ella y conectó el distorsionador electrónico casero. Cualquiera que intentara monitorizar lo que ellos estaban mirando no obtendría más que estática.

—Es una gran idea —afirmó Siggy con entusiasmo.

Claire no parecía estar tan segura.

—¿Estás seguro que no nos meteremos en demasiados problemas si nos atrapan?

—No veo por qué —espetó Silver—. El señor Van Atta desconecta la alarma de humo en su recinto cuando decide fumar.

—Pensé que los planetarios no podían fumar a bordo —dijo Siggy, asombrado.

—El señor Van Atta dice que es un privilegio del rango —comentó Silver y entonces pensó: Ojalá yo tuviera un rango…

—¿Alguna vez te ha dado uno de sus cigarrillos? —preguntó Claire, con un tono de absoluta fascinación.

—Una vez —contestó Silver.

—Bueno —dijo Siggy, que sonreía de admiración—. ¿Cómo era?

Silver hizo un gesto de disgusto.

—Nada especial. Tenía un sabor desagradable. Me puso los ojos rojos. Por cierto. no llegué a entender el sentido. Tal vez los terrestres tienen alguna reacción bioquímica que nosotros no tenemos. Le pregunté al señor Van Atta, pero lo único que hizo fue reírse de lo que le había preguntado.

—Oh —dijo Siggy y concentró su interés en el dispositivo del holovídeo. Los tres cuadrúmanos se acomodaron alrededor. El silencio invadió la burbuja cuando comenzó la música y aparecieron las letras rojas delante de sus ojos: El Prisionero de Zenda.

La primera toma era una escena auténticamente detallada de una calle a comienzos de la civilización, antes de los viajes espaciales y hasta de la electricidad. Cuatro caballeros lustrosos, con sus respectivos arneses, acarreaban una caja sobre ruedas.

—¿No puedes conseguir algo más de la serie de Ninja de las Estrellas Gemelas! —protestó Siggy—. Ésta es otra de esas porquerías que te gustan. Quiero algo más realista, como esa escena de la persecución por el anillo del asteroide…

Sus manos se perseguían entre sí, al mismo tiempo que hacía ruidos nasales que indicaban la alta aceleración de las maquinarias.

—Cállate y mira todos esos animales —dijo Silver—. Tantos… y no es un zoológico. El lugar está apestado de animales.

—Apestado es la palabra correcta —rió Claire—. Piensa en que no usan pañales. Siggy olfateó.

—La Tierra debió de ser un lugar realmente desagradable para vivir, en aquella época. Es evidente por qué la gente tenía piernas. Necesitaban algo que la elevara de todo eso…

Silver apagó el vídeo con brusquedad.

—Si no podéis hablar de otra cosa —dijo, en tono de amenaza—, volveré a mi dormitorio. Con mi vídeo. Y vosotras podéis volver a estudiar Técnicas de Limpieza y Mantenimiento para Áreas de Alimentos.

—Perdón. —Siggy abrazó su propio cuerpo con todos sus brazos, en actitud sumisa, intentando parecer arrepentida.

—Bien. —Claire se abstuvo de hacer comentarios.

Silver volvió a conectar el vídeo y siguió mirando, absorta, en un silencio ininterrumpido. Cuando comenzaron las imágenes de trenes, incluso Siggy dejó de moverse.

Leo había comenzado bien su primera clase.

—Ahora bien. Aquí tenemos una sección típica de soldadura por haz de electrones —explicaba mientras manejaba los controles del holovídeo. Una imagen fantasma de un azul brillante, el registro de inspección del objeto original de rayos X generado por el ordenador, tomó cuerpo en el centro de la habitación—. Separaos un poco, chicos, para que todos podáis ver bien.

Los cuadrúmanos se acomodaron alrededor del dispositivo. Formaron un círculo atento en el cual todos extendían las manos para ayudar a sus vecinos a lograr una posición de suspenso en el aire que fuera tolerable. La doctora Yei estaba sentada —si es que se podía llamar así— en el fondo, sin molestar a nadie. Estaría inspeccionando su pureza política, supuso Leo, aunque no le importaba. No tenía intención de cambiar ni una coma de su curso debido a su presencia.

Leo hizo girar la imagen, de manera que cada estudiante pudiera verla desde todos los ángulos.

—Ahora, ampliemos esta parte. Podéis ver la sección en forma de V a causa del rayo de alta densidad y energía, ya familiar de vuestros cursos básicos de soldadura, ¿no es verdad? Fijaos en esas pequeñas porosidades redondas aquí… — Una nueva ampliación—. ¿Diríais que esta soldadura es defectuosa o no?—Casi añadió levantad la mano, antes de darse cuenta de lo ininteligible de la orden. Algunos estudiantes de camiseta roja resolvieron su dilema al cruzar sus brazos superiores sobré el pecho. Leo señaló a Tony.

—Son burbujas de gas, ¿verdad, señor? Debe de ser defectuosa.

Leo agradeció su participación.

—Son, es cierto, porosidades gaseosas. Sin embargo, lo curioso es que al contabilizarlas por ordenador, no aparecen como defectuosas. Llevemos el radio de visión del ordenador hasta ahí abajo y observemos la lectura digital. Como veis — los números parpadeaban en una esquina del dispositivo mientras el corte transversal se desplazaba vertiginosamente—, en ningún punto aparecen más de dos porosidades en un corte transversal y en todos los puntos, los huecos ocupan menos del cinco por ciento del corte. Además, las cavidades esféricas como éstas son las que menos perjudican las formas potenciales de discontinuidades y las que tienen menos probabilidad de propagar rupturas en el servicio. Un defecto que no es crítico se llama discontinuidad.

Leo hizo una pausa, mientras dos docenas de cabezas se inclinaban al mismo tiempo para resaltar este hecho, satisfactoriamente no ambiguo, sobre la auto-transcripción de los tableros luminosos que sostenían con sus manos inferiores.

—Cuando digo que esta soldadura estaba en un tanque de almacenamiento de líquidos de relativamente baja presión, y no, por ejemplo, en una cámara de propulsión con presiones mayores, la ambigüedad de la definición se hace patente, ya que en un propulsor, el grado particular de defecto que aparece aquí habría sido crítico. Ahora bien. —Cambió el dispositivo de holovídeo y mostró una toma con luz roja—. Esta es una imagen de la misma soldadura, tomada de los datos registrados por un haz reflejado de impulsos ultrasónicos. Es bastante diferente, ¿verdad? ¿Alguien puede identificar esta discontinuidad? —Fijó la imagen en una zona brillante.

Volvieron a cruzarse varios brazos. Leo señaló a otro estudiante, un muchacho que llamaba la atención por su nariz aguileña, los ojos negros brillantes, los músculos marcados y una piel oscura que contrastaba con elegancia con la camiseta y pantalones cortos colorados.

—¿Sí, Pramod?

—Se trata de una laminación no ligada.

—Correcto —dijo Leo y pulsó los controles del proyector—. Pero fijaos en esta imagen. ¿Dónde están las pequeñas burbujas? ¿Alguien piensa que se han cerrado por arte de magia entre ambas pruebas? Gracias —contestó a todas las sonrisas que indicaban saber la respuesta—. Me alegra que no penséis eso. Ahora pongamos las dos proyecciones juntas.

El rojo y el azul se transformaron en un púrpura en los puntos de superposición, cuando el ordenador integró las dos imágenes.

—Y ahora vemos el problema —dijo Leo, aumentando la imagen otra vez—. Estas dos porosidades, junto con esta laminación, están en el mismo plano. Podéis observar la grieta fatal que ya comienza a propagarse en esta rotación. —Leo recalcó la grieta con una luz rosa brillante—. Esto, chicos, es un defecto.

Se oyeron ooohs de fascinación gratificante. Leo sonrió y continuó.

—Bien. Lo importante es que ambas pruebas eran válidas. Pero ninguna de las dos era completa ni suficiente en sí misma. Un mapa no es el territorio. Tenéis que tener en cuenta que los rayos X son excelentes para revelar huecos y relieves, pero inadecuados para detectar grietas, excepto en ciertas alineaciones casuales. Lo óptimo para este tipo de discontinuidades laminares que los rayos X no llegan a detectar es el ultrasonido. Las dos proyecciones, integradas en forma inteligente, ofrecieron una solución.

»Ahora. —Leo esbozó una sonrisa un tanto sombría y cambió la imagen llamativa por otra, esta vez de color verde monocromático—. Observad esto. ¿Qué es lo que veis?

Volvió a señalar a Tony.

—Una soldadura láser, señor.

—Eso parece. Tu identificación es bastante comprensible, y a la vez errónea. Quiero que todos vosotros memoricéis este trabajo. Miradlo bien. Porque puede ser el peor objeto con el que os podéis encontrar.

Parecían estar muy impresionados, pero al mismo tiempo completamente desconcertados. Les pidió silencio absoluto y completa atención.

Esto —señaló con énfasis, y en su voz había desprecio—, es un registro de inspección falsificado. Y lo que es peor, es sólo uno de toda una serie. Cierto contratista de Galac-Tech que suministra cámaras de propulsión para las naves de Salto vio peligrar su margen de beneficio cuando se rechazó una entrega de gran volumen después de haber sido colocada en los sistemas. De manera que, en lugar de destruir el trabajo y hacerlo nuevamente, prefirieron confiar en los inspectores de control de calidad. Nunca sabremos con seguridad si el inspector general rechazó un soborno o no, porque no está aquí para decírnoslo. Le encontraron accidentalmente muerto, a causa de una aparente disfunción de su traje eléctrico, atribuido a los errores que él mismo habría cometido mientras intentaba vestirse en estado de ebriedad. La autopsia determinó un alto porcentaje de alcohol en el torrente sanguíneo, aunque mucho tiempo después se determinó que como el porcentaje era tan alto, no habría podido caminar, ni mucho menos vestirse solo.

»El inspector auxiliar fue quien aceptó el soborno. Las soldaduras pasaban como correctas por la verificación del ordenador, porque se trataba de la misma maldita soldadura, copiada una y otra vez e insertada en el banco de datos, en lugar de las verdaderas inspecciones, que, en su mayoría, nunca fueron llevadas a cabo. Se pusieron en funcionamiento veinte cámaras de propulsión. Veinte bombas de tiempo.

»Sólo cuando estalló la segunda, dieciocho meses más tarde, se descubrió finalmente todo el pastel. No se trata de rumores. Yo integraba el equipo que investigaba las causas más probables. Fui yo quien la descubrió, gracias al control más viejo del mundo: la inspección realizada sólo con los ojos y el cerebro. Cuando me senté allí, en esa silla de la estación, mientras pasaba todos los registros, uno por uno, reconocí la pieza por primera vez cuando la volví a ver, una y otra vez, porque el ordenador sólo reconocía que la serie estaba libre de defectos.

«Entonces descubrí lo que esos bastardos habían hecho…

Le temblaban las manos, como siempre sucedía a esa altura de su exposición, cuando le venían a la mente todos esos recuerdos. Las apretó sobre los costados del cuerpo.

—La valoración de la proyección fue falsificada en estas imágenes electrónicas. Pero las leyes universales de la física ofrecieron un análisis sangriento absolutamente real. Ochenta y seis personas murieron de repente. Y eso —señaló Leo una vez más—, no es simplemente un fraude, sino el peor y mas cruel de los asesinatos.

Recuperó el aliento.

—Lo más importante que os voy a decir es que la mente humana es el mejor mecanismo de control. Podéis tomar todas las notas que queráis sobre los datos técnicos. Cualquier cosa que olvidéis, podéis comprobarla. Pero debéis grabar esto en vuestros corazones, con letras de fuego: No hay nada, nada, nada más importante para mí, en los hombres y las mujeres que preparo, que su absoluta integridad personal. Ya trabajen como soldadores o como inspectores, las leyes de la física son unos impecables detectores de mentiras. Podréis engañar a los hombres. Pero nunca podréis engañar al metal. Eso es todo.

Exhaló y recuperó su buen humor. Miró a su alrededor. Los alumnos habían tomado su discurso con la seriedad necesaria. Bien. No había habido ninguna interrupción ni ninguna broma en las filas del fondo. Por cierto, todos parecían estar bastante sorprendidos y lo miraban con cierto terror.

—Así que ahora… —juntó las manos y se las frotó, como para romper el hechizo—, vayamos al laboratorio y desmontemos un soldador por haces y veamos si podemos encontrar algo que no funcione bien…

Todos salieron, en forma obediente, delante suyo, mientras conversaban entre sí.

Yei lo estaba esperando en la puerta. Apenas le sonrió.

—Una presentación impresionante, señor Graf. Se expresa muy bien cuando habla de su trabajo. Ayer pensé que debía de ser una persona muy callada.

Leo se ruborizó y se encogió de hombros.

—No es tan difícil, cuando uno tiene algo interesante de qué hablar.

—Yo nunca hubiera pensado que la ingeniería de la soldadura fuera un tema tan interesante. Usted es un entusiasta dotado.

—Espero que sus cuadrúmanos estén igual de impresionados. Me siento bien cuando puedo estimular a alguien. Es el mejor trabajo del mundo.

—Comienzo a pensar que es así. Su historia… —ella dudó—. Su historia del fraude ha causado un gran impacto. Nunca habían oído nada semejante. De hecho, yo tampoco.

—Fue hace muchos años.

—Realmente desagradable, de todas formas. —Su rostro dio señales de introspección—. Aunque espero que no demasiado.

—Bueno, yo creo que es muy desagradable. Es una historia real y yo estaba allí. —La miró—. Algún día les puede tocar a ellos. Sería un acto criminal y negligente si no los preparara bien.

—Sí. —La doctora esbozó una sonrisa.

El último de sus estudiantes había desaparecido por el corredor.

—Bueno, es mejor que los alcance. ¿Asistirá a todo mi curso? ¡Vamos! Aún voy a hacer de usted toda una soldadora.

Ella meneó la cabeza con pesar.

—De veras lo hace parecer atractivo. Pero me temo que tengo un trabajo de horario completo. Tendré que dejarlo solo. —Lo saludó con la cabeza—. Lo hará muy bien, señor Graf.

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