5

Leo se detuvo fuera de las puertas de la enfermería del Hábitat para reunir valor. Se había sentido más tranquilo internamente cuando una llamada de Pramod lo había alejado del interrogatorio penoso al que estaban sometiendo a Silver. Pero ese alivio interno le hacía sentirse avergonzado. El problema de Pramod —las fluctuaciones de los niveles de potencia en su soldador indicaban la contaminación. gaseosa del cátodo emisor de electrones— lo había mantenido ocupado durante un tiempo, pero una vez que terminó la demostración de soldadura, la vergüenza lo había hecho regresar.

¿Qué es lo que vas a hacer por ella a estas horas? su conciencia se burlaba de él. ¿Tranquilizarla brindándole tu apoyo moral, siempre que no te comprometa en nada inconveniente o desagradable? ¡Qué cómodo!

Sacudió la cabeza y oprimió el control de la puerta.

Flotó silenciosamente junto a la estación de control sin registrarse. Silver estaba en un cubículo privado, en la enfermería, en el extremo opuesto del módulo. La distancia había servido para atenuar los gritos y los llantos.

Se asomó a la ventana de observación. Silver estaba sola. Flotaba, en un área cerrada, contra la pared. Con la luz fluorescente, tenía el rostro verdoso, pálido y húmedo. Sus ojos parecían haber perdido ese color azul intenso. Con una de las manos superiores apretaba una bolsita arrugada, todavía sin usar, útil en caso de malestar espacial.

Él sí que se sentía mal. Miró por el corredor para estar seguro de que nadie lo observaba, tragó el nudo de rabia e impotencia que tenía atascado en la garganta y entró.

—Hola, Silver. —Leo comenzó a hablar, con una sonrisa débil—. ¿Cómo va? —Se maldijo en silencio por las sandeces que estaba diciendo.

Unos ojos borrosos lo encontraron y lo enfocaron sin comprender.

—Oh, Leo. Creo que me he quedado dormida… por un rato. He tenido unos sueños curiosos… todavía me siento mal.

La droga debía de estar disolviéndose. Su voz había perdido ese tono cansado que tenía durante el interrogatorio, unas horas antes. Ahora era más suave, firme y segura de sí.

—Esa porquería me hizo vomitar —agregó con cierta indignación—. Nunca antes había vomitado. Nunca. Y eso me hizo vomitar.

Leo había aprendido que en caída libre, el pequeño mundo de Silver, existían intensas inhibiciones sociales contra el vómito. Seguramente se habría sentido mucho menos molesta si la hubieran desnudado en público.

—No ha sido culpa tuya —se apresuró a decir Leo, para calmarla.

La muchacha sacudió la cabeza. Sus cabellos lacios habían perdido la aureola brillante de siempre.

—Debería haber… Pensé que podría… El Ninja ,Rojo nunca le contó sus secretos al enemigo y ellos lo drogaban y lo torturaban.

—¿Quién? —preguntó Leo, asombrado.

La voz de Silver se quebró en un sollozo.

—También descubrieron lo de nuestros libros. Esta vez van a encontrarlos todos… —Tenía las pestañas mojadas de lágrimas que no caían. Sólo se acumulaban hasta que se secaban. Cuando abrió los ojos para mirar a Leo en una toma de conciencia horrenda, dos o tres gotas cayeron por sus mejillas—. Y ahora el señor Van Atta piensa que Ti debía saber que Tony y Claire estaban en su nave. Dice que va a hacer que lo despidan. Encontrará a Tony y a Claire allí abajo… No sé que es lo que les va a hacer. Nunca había visto al señor Van Atta tan furioso.

Leo transformó su sonrisa en un gesto. Seguía intentando hablar con cordura.

—Pero seguramente les has dicho, bajo el efecto de las drogas, que Ti no sabía nada.

—No se lo ha creído. Dijo que estaba mintiendo.

—Pero eso no tendría sentido desde un punto de vista lógico —comenzó a decir Leo, pero se detuvo de repente—. No, tienes razón. Eso no le preocupa. Dios, qué idiota.

Silver abrió la boca, sorprendida.

—¿Se refiere al señor Van Atta?

—Me refiero a «Brucie-baby». No me dirás que has estado durante once meses con él y no te has dado cuenta.

—Siempre pensé que era yo, algo que no funcionaba. … —La voz de Silver seguía siendo débil y llorosa, pero sus ojos comenzaron a brillar, con una luz tenue. Se recobró lo suficiente de sus miserias internas y miró a Leo con mayor atención —. ¿«Brucie-baby»?

—Sí. —El recuerdo de una de las charlas de la doctora Yei sobre mantener una autoridad unificada y consistente desconcentró a Leo. En ese entonces, había parecido tener sentido—. No importa. Pero no pasa nada contigo, Silver.

Su mirada se estaba volviendo algo más científica.

—No le tiene miedo —dijo en un tono de sorpresa, que sugería que para ella esto era un descubrimiento inesperado e importante.

—¿Yo? ¿Miedo? ¿De Bruce van Atta? —exclamó Leo—. Imposible.

—Cuando Van Atta llegó y reemplazó al doctor Cay, pensé… pensé que sería como el doctor.

—Mira… Hay una antigua regla que dice que la gente tiende a hacerse promover hasta los niveles de su incompetencia. Hasta ahora creo que he logrado eludir ese cuadro inevitable. Y creo que tu doctor Cay también. —Al diablo con los escrúpulos de Yei, pensó Leo—. Van Atta, no —dijo contundentemente.

—Tony y Claire nunca habrían intentado escapar si el doctor Cay estuviera todavía aquí. —Cierta esperanza comenzaba a aparecer en su mirada—. ¿Quiere usted decir que piensa que todo este lío ha sido culpa del señor Van Atta?

Leo se sintió incómodo, debido a convicciones secretas que ni siquiera se había confesado a sí mismo.

—Vuestra condición de es… es… esclavitud parece ser intrínsecamente… — equivocada es lo que le dijo la mente, pero su boca dijo—: susceptible de abuso, porque el doctor Cay estaba dedicado con pasión a vuestro bienestar…

—Como un padre para todos nosotros —confirmó Silver, con tristeza.

—Esta susceptibilidad permaneció latente. Pero tarde o temprano resulta inevitable que alguien comience a explotarla, y con ella, a vosotros. Si no hubiese sido Van Atta, habría sido otra persona en la misma línea. Alguien… —¿Peor?, pensó Leo. Y, sí. Había leído suficiente historia en su vida—. Mucho peor.

Silver parecía estar haciendo un esfuerzo por imaginar algo peor que Van Atta y aparentemente no lo lograba. Sacudió la cabeza con pesar. Levantó el rostro y miró a Leo; sus ojos parecían estar mirando al sol. Leo sonrió sin ganas.

—¿Qué les va a suceder ahora a Tony y a Claire? Yo he hecho todo lo posible para no delatarlos, pero esa porquería me hizo adormecer… Antes ya era peligroso para ellos y ahora es aún peor…

Leo intentó hablar con un tono tranquilizador.

—No les va a pasar nada, Silver. No permitas que los ataques de furia de Van Atta te asusten. No les puede hacer gran cosa. Son demasiado valiosos para Galac-Tech. Les gritará, sin duda, y no lo culpes por eso. Yo también estoy dispuesto a gritarles. Seguridad los recogerá allí abajo. No pueden haber llegado demasiado lejos. Recibirán el sermón de su vida y en unas pocas semanas, todo habrá terminado. Aprenderán la lección. —Leo pensó, ¿qué lección aprenderán de este fiasco?

—Usted habla como si el hecho de que a uno le griten no fuera nada.

—Es algo que viene con la edad —le explicó—. Algún día también pensarás lo mismo.

¿O era con el poder que venía esta inmunidad particular? De pronto, Leo no estaba seguro. Pero no podía hablar de ningún poder en su caso, excepto la habilidad de construir cosas. El conocimiento como poder. ¿Quién tenía poder sobre él? La línea de la lógica parecía confusa. Alejó esta idea de sus pensamientos. La actividad mental era tan improductiva como las clases de filosofía en la universidad.

—Por ahora no lo veo así —dijo Silver.

—Mira,… si te hace sentir mejor, iré también al planeta cuando hayan localizado a esos chicos. Tal vez encuentre la manera de que las cosas se mantengan bajo control.

—¿Lo haría? ¿Podría hacerlo? —preguntó Silver, con alivio—. ¿Lo haría para intentar ayudarme?

Leo pensó que debería haberse mordido la lengua.

—Sí, algo así.

—Usted no le tiene miedo al señor Van Atta. Es capaz de hacerle frente. — Frunció las cejas, en un gesto que traslucía un desprecio por sí misma, y agitó los brazos inferiores—. Como puede ver, no estoy equipada para enfrentarme a nadie. Gracias, Leo. —El color le había vuelto a la cara.

—Bien. Es mejor que me vaya ahora, si quiero alcanzar la lanzadera que va a la Estación número Tres. Los traeremos de vuelta sanos y salvos para el desayuno. Piénsalo de esta manera. Por lo menos, Galac-Tech no puede suspenderles el sueldo para pagar el viaje extra de la lanzadera. —Con este comentario, incluso logró sacarle alguna sonrisa a la joven.

—Leo… —dijo Silver con voz grave y Leo se detuvo en la puerta—. ¿Qué vamos a hacer si… si alguna vez hay alguien peor que el señor Van Atta?

Cruza el puente cuando llegues a él, quiso decir, para evitar la pregunta. Pero una perogrullada más le daría náuseas. Se sonrió, sacudió la cabeza y salió.

El almacén hizo pensar a Claire en una celosía de cristal. Todo eran ángulos, de noventa grados en cada dimensión. Había ranuras en forma de estantes que llegaban hasta el techo, filas interminables, pasillos cruzados. Todo bloqueaba la visión, todo bloqueaba el vuelo.

Pero aquí no había vuelo posible. Se sentía como una molécula extraviada, atrapada en las hendiduras de un disco de cristal, fuera de lugar, pero atrapada. En el recuerdo, las curvas acogedoras del Hábitat le parecían brazos protectores.

Ahora estaban acurrucados en una celda vacía, una de las pocas que no habían encontrado ocupadas por mercancías. Medía unos dos metros por cada lado. Tony había insistido en trepar hasta la tercera fila, para estar fuera de la vista de cualquier terrestre que caminara erguido por el pasillo. Las escaleras dispuestas en tramos a lo largo de los cubículos-estantería resultaron ser más cómodas que arrastrarse por el piso. Pero subir el bulto que llevaban había sido un esfuerzo terrible, ya que la cuerda era demasiado corta para subirla y luego tirar de ella.

En el fondo, Claire estaba acobardada. Andy ya había aprendido a empujar, protestar y luchar contra la gravedad, sólo de pocos en pocos centímetros, pero Claire no podía evitar pensar que el bebé se caería por el borde. A esta altura, los bordes no le gustaban nada.

Una grúa robotizada pasó junto a ellos. Claire se quedó inmóvil. Se escondió en el fondo de su guarida, sujetó a Andy contra ella y se aferró a una de las manos de Tony. El ruido de la grúa se perdió en la distancia. Volvió a respirar.

—Relájate —le dijo Tony—. Relájate… —Respiró profundamente, en un aparente esfuerzo por seguir su propio consejo.

Claire espió fuera del cubículo a la grúa, que se había detenido a unos metros sobre el pasillo y estaba ocupada sacando una caja de plástico de su casilla codificada.

—¿Podemos comer? —Había estado dando de mamar a Andy esporádicamente durante las últimas tres horas, en un intento por que se mantuviera tranquilo, y no le quedaba nada de energía. Le hacía ruido el estómago y tenía la garganta seca.

—Supongo que sí —dijo Tony y sacó un par de raciones del paquete—. Y después, es mejor que intentemos encontrar la manera de volver al hangar.

—¿No podemos quedarnos aquí un poco más?

Tony meneó la cabeza.

—Cuanto más tiempo esperemos, más posibilidades existen de que nos busquen. Si no llegamos pronto a la lanzadera que va a la Estación de Transferencia, pueden empezar a buscarnos en las naves de acople y entonces perderíamos nuestra posibilidad de escapar sin ser descubiertos hasta pasar el punto donde no hay retorno.

Andy chilló y gorjeó. A su alrededor, se empezó a sentir un aroma familiar.

—Cariño, ¿me sacarías un pañal? —le pidió Claire a Tony.

—¿Otra vez? Es la cuarta vez desde que hemos salido del Hábitat.

—No creo que haya traído suficientes pañales —se lamentó Claire, mientras estiraba la pieza de papel de plástico laminado que Tony le había entregado.

—La mitad de nuestro equipaje son pañales. ¿No puedes hacer que duren un poco más?

—Me temo que está incubando una diarrea. Si le dejas el pañal mucho rato, se le irrita la piel, se pone colorada, a veces sangra, se infecta y entonces grita y llora cada vez que le tocas para intentar limpiarlo. Y grita con toda su fuerza — enfatizó Claire.

Tony golpeó el suelo del estante con los dedos de la mano inferior derecha y suspiró, mientras tragaba su frustración. Claire envolvió el pañal usado y se dispuso a ponerlo nuevamente en su bolsa.

—¿Es necesario que nos lo llevemos? —preguntó Tony de repente—. Todo lo que hay en la bolsa va a apestar al cabo del tiempo. Además, ya es demasiado pesada.

—No he visto un recipiente de residuos en ninguna parte —dijo Claire—. ¿Qué otra cosa podemos hacer con ellos?

El rostro de Tony revelaba una lucha interna.

—Simplemente déjalos aquí —protestó—. En el suelo. No te preocupes, porque aquí no van a flotar por el pasillo ni se van a meter en la circulación de aire. Déjalos todos.

Claire se estremeció ante esa idea horrorosa y revolucionaria. Tony, que siguió su propio consejo antes que lo traicionaran sus nervios, recogió los cuatro pañales y los depositó en el extremo del cubículo del almacenaje. Se sonrió, con un sentimiento de culpa y de alegría a la vez. Claire lo miró con preocupación. Sí, la situación era extraordinaria, pero ¿qué pasaba si Tony empezaba a tener un comportamiento criminal? ¿Volvería a lo normal cuando llegaran… a donde fuera que se dirigían?

Si es que llegaban alguna vez a su destino. Claire imaginó a sus perseguidores rastreando los pañales sucios, como si fuera un rastro de pétalos de flores arrojados por la heroína en uno de los libros de Silver, por casi toda la galaxia…

—Cógelo en brazos otra vez —dijo Tony, señalando a su hijo—, es mejor que comencemos a volver al hangar. Es muy probable que ese grupo de terrestres se haya ido ahora.

—¿Cómo haremos para subir a una lanzadera? —preguntó Claire—. ¿Cómo vamos a saber que no vuelve al Hábitat o que lleva una carga que lanzarán al vacío? —Si arrojaban el compartimento de carga en el espacio mientras ellos estaban dentro…

Tony sacudió la cabeza. Tenía los labios apretados.

—No sé. Pero Leo dice que para solucionar un problema grande o para completar un proyecto importante, el secreto consiste en dividirlo en pequeñas partes y atacar una cada vez, por orden. Así que primero volvamos al hangar. Y veamos si hay alguna lanzadera.

Claire asintió, pero se detuvo. Andy no era el único que tenía necesidades biológicas, reflexionó con pesar. —Tony, ¿crees que podemos encontrar un baño por el camino? Tengo ganas…

—Sí, yo también —admitió Tony—. ¿Has visto alguno cuando veníamos para aquí?

—No. —El localizar las instalaciones no era lo más importante que tenía en mente en ese momento, durante ese viaje de pesadilla, arrastrándose por el si lo, esquivando terrestres con prisa, apretando a Andy contra ella por miedo a que pudiera gritar. Claire ni siquiera estaba segura de si podría reconstruir la misma ruta que habían tomado, cuando tuvieron que salir de su primer escondite, debido al grupo que trabajaba sin cesar, subiendo y bajando en sus maquinarias —Tiene que haber alguno —razonó Tony con optimismo—. Aquí hay gente que trabaja.

—No en esta sección —percibió Claire, cuando miró por encima de las paredes del cubículo hacia el pasillo—. Son todo robots.

—Entonces, cuando volvamos al hangar. Dime… —su voz se quebró—, ¿por casualidad sabes cómo es un aseo en el campo de gravedad? ¿Cómo se las ingenian? La succión de aire de ninguna manera podías luchar contra las fuerzas de gravedad.

En una de las películas de contrabando de Silver había una escena en un baño, pero Claire estaba segura de que se trataba de una tecnología obsoleta. — Creo que usan agua o algo así. Tony frunció la nariz y se liberó de su inquietud encogerse de hombros.

—Ya lo averiguaremos. —Su vista recayó en el envoltorio de pañales en el rincón—. ¿Te parece mal si…?

—¡No! —dijo Claire, asqueada—. Por lo menos, primero intentemos encontrar un baño. —Muy bien…

Un distante golpeteo rítmico se hacía cada vez más fuerte. Tony, a punto de saltar a la escalera, se detuvo y volvió al cubículo. Se llevó un dedo a los labios, pánico se traslucía en su rostro. Los tres se escondieron en el fondo de la casilla, — ¿Aaaah? —dijo Andy. Claire lo cogió y le introdujo un pezón en la boca. Lleno y aburrido, no quiso mamando y entregó la cabeza. Claire volvió Abajarse la camiseta e intentó distraerlo silenciosamente contándole todos los dedos. Él también se había ensuciado, como ella. No era ninguna sorpresa. planetas estaban hechos de tierra. La tierra se veía mejor desde lejos. Digamos, a unos doscientos kilómetros…

El golpeteo se hizo más fuerte, pasó por debajo de su casilla y desapareció.

—Un hombre de Seguridad de la compañía —susurró Tony en el oído de Claire.

Ella asintió, casi sin atreverse a respirar. El golpeteo era producido por esas coberturas que los terrestres se ponían en los pies cuando golpeaban el suelo de cemento. Pasaron unos minutos y el ruido desapareció. Andy hizo apenas unos ronroneos.

Tony asomó la cabeza cuidadosamente fuera de la casilla, miró hacia la derecha y la izquierda, arriba y abajo.

—Muy bien. Prepárate para ayudarme a bajar el bulto tan pronto como esta próxima grúa se aleje. Tendrá que caer el último metro, tal vez el ruido de la grúa tape los demás.

Juntos, acercaron el bulto al borde de la casilla y aguardaron. La grúa mecánica se estaba acercando por el pasillo. En su elevador, llevaba una enorme caja de plástico, tan grande como un cubículo.

La grúa se detuvo debajo de ellos y giró noventa grados. El elevador comenzó a subir.

En este momento, Claire recordó que la casilla dé ellos era la única que estaba vacía.

—¡Viene hacia aquí! ¡Nos va a estrujar!

—¡Sal de ahí! ¡Baja por la escalera! —gritó Tony, Pero en lugar de hacer lo que le decía Tony, se fue hacia atrás para recoger a Andy. Lo había puesto en el fondo del cubículo, lo más lejos posible del peligroso borde mientras ayudaba a Tony a empujar el bulto hacia adelante. La casilla se oscureció cuando la caja eclipsó la abertura. Tony apenas logró pasar hacia la escalera, mientras la caja entraba en la casilla.

—¡Claire! —gritó Tony. Golpeó inútilmente el costado de la enorme caja de plástico— ¡Claire! ¡No! ¡No! ¡Estúpido robot! ¡Detente, detente!

Pero, obviamente, el robot no estaba preparado para captar la voz humana. Había un espacio de apenas unos centímetros a los costados y arriba de la caja. Claire retrocedió, tan aterrada que los gritos se le quedaron atragantados y sólo pudo emitir un leve quejido. Atrás, atrás. Sentía en la espalda la pared metálica del fondo. Se apoyó contra la pared todo lo que pudo. Estaba de pie sobre los brazos inferiores y sostenía a Andy con los superiores. El bebé había comenzado a lloriquear, lleno de miedo.

—¡Claire! —gritó Tony desde la escalera, con un tono de horror empañado por las lágrimas—. ¡ANDY!

El equipaje se comprimía junto a ellos. Pequeños crujidos surgieron de su interior. En el último momento, Claire cogió a Andy con los brazos inferiores, debajo de su torso, mientras luchaba con los superiores contra la caja, contra la gravedad. Tal vez su cuerpo serviría para salvarlo… Los brazos de la grúa robótica chirriaron por la sobrecarga…

Y comenzó a retirarse. Claire le pidió disculpas al bulto por todas las maldiciones que ella y Tony le habían soltado en las últimas horas. En su interior, ya nada estaría igual que antes, pero los había salvado.

La grúa robótica se sacudió. Los engranajes rechinaban sin cesar. La caja había quedado sobre el trinquete, que había perdido toda sincronización. Cuando la grúa se retiró, la caja cayó, como resultado de la gravedad y la fricción.

Claire miró, boquiabierta, cómo se movía y caía por la abertura. Se abalanzó hacia el borde. El ruido que hizo la caja cuando golpeó el hormigón sacudió todo el depósito. Luego, un eco aterrador, el ruido más fuerte que Claire había oído en toda su vida. La caja arrastró consigo la grúa, que quedó volcada sobre un costado, con las ruedas girando inútilmente en el aire. El poder de la gravedad era asombroso. La caja se partió en dos y el contenido se desparramó. Cientos de piezas metálicas redondas salieron del interior. Sonaron como una estampida de címbalos. Aproximadamente una docena rodaron por el corredor en todas direcciones, como si quisieran escapar. Se estrellaban contra las paredes del corredor y caían de lado. Los ecos retumbaron en el oído de Claire por un momento, en el aterrador silencio que vino después.

—¡Oh, Claire! —exclamó Tony en la casilla y los abrazó, a ella y a Andy, como si nunca más los fuera a soltar—. ¡Oh, Claire! —Se le quebró la voz, mientras rozaba su cabeza contra el cabello suave de Claire. Claire contempló, por encima de su hombro, el desastre que habían ocasionado allí abajo. El robot volcado había comenzado a hacer ruidos otra vez como si fuera un animal que sufría.

—Tony, creo que es mejor que nos vayamos di aquí —sugirió, con voz débil.

—Pensé que venías detrás de mí, por la escalera. Justo detrás de mí.

—Tenía que traer a Andy.

—Por supuesto. Tú lo salvaste, mientras que yo… me salvé a mí mismo. ¡Oh, Claire! No fue mi intención dejarte allí…

—Tampoco se me ocurrió que lo hicieras.

—Pero yo salté…

—Hubiera sido una estupidez no hacerlo. Mira, ¿podemos hablar de esto más tarde? De verdad, pienso que debemos salir de aquí.

—Sí, sí. Y… ¿el paquete? —Tony miró en la oscuridad de la casilla.

Claire creía que no tenían tiempo para ocuparse del paquete, pero… ¿hasta dónde podían llegar sin él? Ayudó a Tony a arrastrarlo hasta el borde, con una rapidez frenética.

—Si te sujetas allí detrás, mientras paso a la escalera, podremos bajarlo… —comenzó a decir Tony.

Claire lo empujó hasta el borde. Aterrizó sobre el desorden del suelo y rebotó en el hormigón.

—Creo que ya no es momento de preocuparse por los desperfectos. Vamos —dijo.

Tony tragó, asintió y se dirigió rápidamente hacia la escalera. Con un brazo libre ayudaba a sostener a Andy, a quien Claire tenía en sus brazos inferiores. Ya estaba de vuelta en el suelo, con esa locomoción lenta, frustrante. Claire ya empezaba a odiar el olor frío y polvoriento del hormigón.

Habían hecho unos pocos metros por el corredor cuando Claire oyó el ruido de los zapatos de un terrestre, que se movían rápidamente, con ciertas pausas inciertas, como si buscara una dirección. Una o dos hileras más allá. Los pasos pronto los encontrarían. Luego, un eco de los pasos… No, eran otras pisadas.

Lo que sucedió a continuación duró un instante, suspendido entre una respiración y la otra. Delante de ellos, un terrestre de uniforme gris apareció de un pasillo transversal, con un grito ininteligible. Tenía las piernas separadas para mantener el equilibrio y sostenía una pieza extraña en las manos, que mantenía a medio metro delante de su cara. Su rostro estaba tan pálido de miedo como el de Claire.

Delante de ella, Tony dejó caer el paquete y retrocedió con los brazos inferiores, mientras agitaba los superiores y gritaba:

—¡No!

El terrestre se estremeció. Tenía los ojos y la boca bien abiertos, por la impresión que le provocaban. Dos o tres destellos brillantes salieron de la pieza que tenía en las manos. A continuación se oyeron unos ruidos que retumbaron en todo el depósito. Luego el terrestre agitó las manos y el objeto salió volando por el aire. ¿Había funcionado mal o estaba en cortocircuito y lo había quemado o le había dado corriente? El color de su rostro pasó de blanco a verdoso.

Tony estaba gritando, tirado en el suelo, acurrucado como una pelota. Parecía agonizar.

—¿Tony? ¡Tony! —gritó Claire. Andy estaba aferrado a su cuerpo y gritaba de miedo. Sus quejidos se confundían con los de Tony en una cacofonía aterradora —. Tony, ¿qué sucede?

No vio la sangre en la camiseta, hasta que cayeron algunas gotas sobre el cemento. El bíceps del brazo inferior izquierdo, cuando se dio la vuelta para mirarla, era una masa destrozada, roja y púrpura.

—¡Tony!

El guardia de Seguridad de la compañía se abalanzó hacia ellos. Su expresión revelaba horror. Ahora tenía las manos vacías. Llevaba una radio portátil sujeta a su cinturón. Necesitó tres intentos para desprenderla.

—¡Nelson! ¡Nelson! —dijo en el receptor—. Nelson, por amor de Dios, llama a los médicos. ¡Pronto!

Son sólo chicos. Le acabo de disparar a un chico. —Le temblaba la voz—. Son sólo chicos deformes.

A Leo se le hizo un nudo en el estómago cuando vio las luces amarillas que se reflejaban en la pared del depósito. El escuadrón médico de la compañía. Sí, allí estaba el camión, con las luces intermitentes encendidas, en medio del amplio pasillo central. Las palabras agitadas del empleado que los fue a recibir a la lanzadera retumbaron en su cerebro… «…encontrados en el almacén… hubo un accidente… herido…». Leo aceleró su marcha.

—Con calma, Leo, me estoy mareando —se quejó Van Atta detrás de él—. No todo el mundo puede irse y volver a las fuerzas de gravedad como tú, sin ningún efecto…

—Han dicho que uno de los chicos estaba herido…

—¿Y qué puedes hacer tú que no puedan hacer los médicos? Yo, personalmente, voy a crucificar a ese idiota del equipo de Seguridad por esto…

—Nos veremos allí —contestó Leo por encima de su hombro y se alejó corriendo.

El pasillo 29 parecía una zona de guerra. Equipos destrozados, material desparramado por todas partes… Leo tropezó con un par de piezas redondas de metal y les dio una patada. Un par de médicos y un guardia de Seguridad estaban agachados sobre una camilla. Una bolsa de suero colgaba de un palo como una bandera.

Camiseta roja. Tony. Era a Tony al que habían herido. Claire estaba acurrucada en el suelo a unos metros, en el mismo pasillo. Estaba abrazada a Andy.

Las lágrimas le caían silenciosamente por el pálido rostro. En la camilla, Tony se retorcía y gemía con un ronco lloriqueo.

—¿No le pueden dar por lo menos algo que le calme el dolor? —preguntó el guardia de Seguridad al médico.

—No sé. —El médico estaba obviamente alterado—. No sé qué le han hecho a sus metabolismos. Un shock es un shock. Con el suero y la sinergina estoy seguro, pero con el resto…

—Comuníquense urgentemente con el doctor Warren Minchenko —les aconsejó Leo, mientras se arrodillaba junto a ellos—. Es el oficial a cargo del servicio médico en el Hábitat Cay y ahora está cumpliendo su mes de licencia aquí en la Tierra. Pídanle que los vea en su enfermería. Allí se ocupará del caso.

El guardia de Seguridad desenganchó inmediatamente su radio y comenzó a marcar los códigos.

—Oh, gracias a Dios —dijo el médico, mirando a Leo—. Al fin alguien sabe qué rayos les están haciendo. ¿Tiene idea de qué le puedo dar para el dolor, señor?

—Mmm… —Leo intentó recordar sus conocimientos de primeros auxilios—. La morfina irá bien, hasta que se comunique con el doctor Minchenko. Pero ajusten la dosis… Estos chicos pesan menos de lo que deberían. Creo que Tony pesa unos cuarenta y dos kilos.

La naturaleza peculiar de las heridas de Tony sorprendió a Leo. Se había imaginado una caída, huesos rotos, tal vez la columna vertebral o algún daño en el cráneo…

—¿Qué ha pasado?

—Una herida de bala —informó rápidamente el médico—. En la parte inferior izquierda del abdomen y… en el fémur… Bueno, en el miembro inferior izquierdo. Ésa es sólo una herida carnal, pero la del abdomen es grave.

—¡Herida de bala! —gritó sorprendido Leo al guardia, que se ruborizó—. ¿Ustedes…? Pensé que llevaban armas con perdigones… ¿Por qué, en el nombre de Dios?

—Cuando llegó esa maldita llamada del Hábitat, en la que nos prevenían sobre la huida de unos monstruos, pensé… pensé… No sé lo que pensé. —El guardia se miró las botas.

—¿No miró antes de disparar?

—Casi le disparo a la niña con el bebé —se estremeció el guardia—. Herí a este muchacho por accidente. Erré la puntería.

Van Atta apareció.

—Mierda. ¡Qué desorden! —Sus ojos se clavaron en el guardia de Seguridad —. Pensé que le había dicho que mantuviera todo esto tranquilo, Bannerji. ¿Qué ha hecho? ¿Hizo estallar una bomba?

—Le ha disparado a Tony —dijo Leo entre dientes.

—¡Idiota! Le dije que los capturara, no que los matara. ¿Qué diablos se supone que debo hacer para ocultar todo esto… —dijo mientras señalaba con el brazo el pasillo 29— debajo de la alfombra? Y de todas maneras, ¿qué diablos estaba haciendo con una pistola?

—Usted dijo… Yo pensé… —comenzó a explicar el guardia.

—Le juro que haré que lo despidan por esto. ¿Pensó que se trataba de un drama pasional? No sé quién es peor, si usted o el estúpido que lo contrató…

El rostro del guardia pasó de rojo a pálido.

—Usted, maldito hijo de puta, me asignó esto…

Era mejor que alguien calmara los ánimos, pensó Leo. Bannerji había retrocedido y guardado su arma no autorizada. Un hecho que aparentemente Van Atta no había percibido… La tentación de disparar al jefe del proyecto no debería llegar a ser demasiado abrumadora.

—Caballeros —intervino Leo—, ¿puedo sugerirles que sería mejor reservar los cargos y las defensas para una investigación formal, en la que todos estarán tranquilos y razonarán un poco más? Mientras tanto, ¿por qué no nos ocupamos de estos chicos heridos y atemorizados?

Bannerji se calló, sin comprender la injusticia. Van Atta manifestó su acuerdo y se contentó con una mirada a Bannerji, en la que le aseguraba al guardia un futuro negro en su carrera. Los dos médicos bajaron las ruedas de la camilla de Tony y la deslizaron por el pasillo, hacia la ambulancia. Claire extendió una de sus manos y la dejó caer, descorazonado.

El gesto llamó la atención de Van Atta. Presa de una furia contenida, descubrió algo en qué descargarla después de todo.

—¡Tú…! —se dirigió a Claire.

La muchacha se acurrucó aún más.

—¿Tienes alguna idea de lo que esta huida le va a costar al Proyecto Cay? De todos los irresponsables… ¿fuiste tú la que indujo a Tony a todo esto?

Ella negó con la cabeza y abrió los ojos.

—Por supuesto que sí. ¿O no es siempre así? El macho asoma la cabeza, la hembra se la corta… —continuó Van Atta.

—Oh, no…

—Y justo en este momento… ¿Intentabais arruinarme deliberadamente? ¿Cómo descubristeis que venía la vicepresidenta de Operaciones? ¿Pensasteis que iba a cubriros sólo porque ella estaba allí? Muy astutos, muy astutos… pero no lo suficiente.

A Leo, la cabeza, los ojos y lo oídos le vibraban con los latidos de la sangre.

—Basta, Bruce. Ya ha tenido suficiente por hoy.

—¿Esta hija de puta casi hace que maten a tu mejor alumno y quieres defenderla? Por favor, Leo.

—Está aterrorizada. Déjala ya.

—Es mejor que lo esté. Cuando la lleve de vuelta al Hábitat… —Van Atta caminó junto a Leo, asió a Claire por un brazo superior y le dio un tirón cruel y doloroso. Ella gritó y casi soltó a Andy. Van Atta la ignoró—. ¿Querías venir a la Tierra? Bueno, ahora es mejor que intentes caminar de vuelta a la nave.

Más tarde, Leo no podía recordar haberse abalanzado sobre Van Atta. Lo único que recordaba era la expresión de sorpresa del hombre.

—Bruce —gritó—, maldita basura. ¡Basta!

El derechazo a la mandíbula de Van Atta que acompañó esta exclamación fue sorprendentemente efectivo, considerando que era la primera vez en su vida que Leo golpeaba con furia a un hombre. Van Atta cayó de espaldas sobre el hormigón.

Leo se lanzó hacia adelante, como si estuviera disfrutando. Reacomodaría la anatomía de Van Atta de una manera tal que el doctor Cay nunca hubiera imaginado.

—Señor Graf —dijo el guardia de Seguridad, mientras lo tocaba dubitativo en el hombro.

—Está bien. Hace semanas que esperaba poder hacer esto. —Leo lo tranquilizó, mientras agarraba a Van Atta del cuello.

—No es eso, señor…

Leo oyó una nueva voz, cortante.

—Una fascinante técnica ejecutiva. Deberé tomar nota.

La vicepresidenta Apmad, rodeada de su cortejo de contables y ayudantes, estaba de pie junto a Leo en el pasillo 29.

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