13

Los refugiados que se encontraban con él se hicieron a un lado cuando Bruce van Atta salió de la manga de abordaje y pasó a la zona de llegada de pasajeros en la Estación de Lanzaderas número Tres de Rodeo. Tuvo que detenerse un instante, con las manos abrazadas a las rodillas, para superar el mareo que le había producido el regreso abrupto a la gravedad planetaria. El mareo y la furia.

Durante algunas horas en el viaje en el espacio orbital de Rodeo, en el interior del módulo de conferencias aislado, Van Atta había estado completamente seguro de que Graf tenía la intención de matarlos a todos, a pesar de la presencia contradictoria de las máscaras de oxígeno. Si esto era una guerra, Graf nunca sería un buen soldado. Inclusive a mí se me ocurriría algo mejor que humillar a un hombre de esta manera y luego dejarlo vivo. Lamentarás haberme traicionado, Graf. Y lamentarás aún mucho más no haberme matado cuando tuviste la oportunidad. Intentó con gran esfuerzo calmar su furia.

Van Atta se había colocado entre los pasajeros para embarcar en la primera nave disponible que vino de una Estación de Transferencia, sobrecargada ahora por la llegada inesperada de casi trescientas personas.

No había dormido en veinte horas, desde que las compuertas del módulo de conferencias aislado se habían acoplado finalmente a las del transportador de personal de la estación. Él y el resto de los empleados del Hábitat Cay habían desembarcado de la prisión móvil en grupos desordenados y habían sido transportados a la Estación de Transferencia, donde aún tendrían que perder más tiempo.

Información. Había pasado casi un día entero desde que los habían echado del Hábitat Cay. Debía conseguir información. Se dirigió al edificio de la administración de la Estación número Tres, donde se encontraba su centro de comunicaciones. La doctora Yei le siguió, murmurando algo. Van Atta le prestó poca atención.

Se vio reflejado en las paredes plásticas del tubo que lo llevaba por encima de la superficie de la estación. Demacrado. Se irguió y sacó pecho. No era conveniente aparecer ante otros administradores con un aire vencido y débil. La debilidad iba por dentro.

Observó la superficie de la Estación de Lanzaderas que se extendía debajo del tubo. En el extremo opuesto de la pista, en la terminal del monorraíl, comenzaban a apilarse varios bultos de carga. Ah, sí. Los malditos cuadrúmanos también eran un eslabón en esa cadena. Un eslabón débil, un eslabón roto, que pronto sería reemplazado.

Llegó al centro de comunicaciones en el mismo momento en que lo hacía la administradora de la estación, Chalopin. La seguía su capitán de Seguridad… ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, ese idiota de Bannerji.

—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Chalopin sin ningún preámbulo—. ¿Un accidente? ¿Por qué no han solicitado ayuda? Nos comunicaron que interrumpiéramos todos los vuelos… Tenemos una producción importante detenida a mitad de camino hacia la refinería.

—Manténganla allí, entonces. O llamen a la Estación de Transferencia. El traslado de su carga no es responsabilidad de mi departamento.

—¡Oh, claro que lo es! El traslado orbital de cargamentos ha estado bajo jurisdicción del Proyecto Cay durante un año.

—En forma experimental. —Van Atta frunció el ceño. Se sentía molesto—. Puede ser de mi departamento, pero, en este momento, no es lo que más me preocupa. Mire, señora. Tengo ante mí una crisis a gran escala. —Se dirigió hacia uno de los operadores de comunicaciones—. ¿Puede ponerme con el Hábitat Cay?

—No responden a nuestras llamadas —dijo el operador, preocupado—. Casi toda la telemetría regular ha sido interrumpida.

—Cualquier cosa. Una visión telescópica. Cualquier cosa.

—Podría obtener una visión panorámica del Hábitat —dijo el operador. Se dirigió a su panel, mientras murmuraba algo entre dientes. En unos minutos, la pantalla mostró una visión plana del Hábitat Cay, vista desde la órbita sincrónica. Hizo una ampliación.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Chalopin, mientras observaba.

Van Atta también observaba la pantalla. ¿Qué significaba aquel vandalismo demente? El Hábitat parecía un complejo rompecabezas tridimensional desarmado por un niño. Había módulos desparramados en un completo desorden que volaban por todo el espacio. Entre ellos se desplazaban pequeñas figuras plateadas. Los paneles de energía solar se habían reducido misteriosamente a un cuarto de su área habitual. ¿No estaría Graf embarcándose en un plan de fortificación del Hábitat ante un posible contraataque? Bueno, lo necesitaría, juró Van Atta en silencio.

—¿Se están… preparando para un sitio o algo así? —preguntó la doctora Yei en voz alta. Indudablemente seguía la misma línea de pensamiento que Van Atta—. Seguramente se darán cuenta de lo inútil que sería…

—¿Quién sabe lo que piensa ese maldito loco de Graf? —protestó Van Atta—. Se ha vuelto loco. Hay mil formas de situarnos a distancia y volar en pedazos todas esas instalaciones, sin tener que recurrir a una ayuda militar. O, si no, esperar y dejar que se mueran de hambre. Han caído en su propia, trampa. Graf no está sólo loco, sino que también es estúpido.

—Puede ser —dijo, con ciertas dudas, Yei—. Tienen intenciones de seguir viviendo allí arriba, en órbita. ¿Por qué no?

—¿Qué diablos está diciendo? Los voy a hacer salir de ahí, y pronto. Esté segura. De un modo u otro… Ningún grupo de miserables mutantes va a lograr llevar a cabo un sabotaje a esta escala. Sabotaje… robo… terrorismo…

—No son mutantes —comenzó a decir Yei—, son chicos creados por la ingeniería genética…

—¿Es usted el señor Van Atta? —dijo otro operador de comunicaciones—. Tengo un mensaje urgente para usted. ¿Lo puede coger aquí?

Yei se sintió ignorada y extendió las manos con frustración.

—¿Ahora qué? —murmuró Van Atta, que se había sentado frente a la unidad del comunicador.

—Es un mensaje grabado del director de la estación de traslado de cargamentos en el Punto de Salto. Lo paso —dijo el técnico.

El rostro vagamente familiar del director de la estación apareció ante los ojos de Van Atta. Lo había visto en una ocasión, al poco de su traslado. La pequeña Estación de Salto estaba controlada desde Orient IV y dependía de la división de operaciones de Orient IV, no de Rodeo. Sus empleados eran trabajadores terrestres, afiliados al sindicato y, normalmente, no tenían ningún contacto con Rodeo, ni con los cuadrúmanos que tendrían que reemplazarlos.

El director de la estación parecía molesto. Lo primero que hizo fue identificarse y luego pasó abruptamente al tema que le preocupaba.

—¿Qué diablos está pasando con su gente? Una tripulación de monstruos imitantes acaba de aparecer de la nada, secuestraron a un piloto de Salto, le dispararon a otro y robaron una nave de Salto de carga de Galac-Tech. Pero en lugar de lanzarse al exterior, volvieron con ella hacia Rodeo. Cuando lo notificamos a Seguridad, en Rodeo, nos indicaron que los mutantes probablemente le pertenecían. ¿Hay otros mutantes por ahí? ¿Se están volviendo locos o qué? Quiero respuestas, maldita sea. Tengo un piloto en la enfermería, un ingeniero aterrorizado y una tripulación al borde del pánico. —Por la expresión de su rostro, el mismo director de la estación estaba también al borde del pánico—. Estación de Salto, corto.

—¿Cuánto hace que tiene este mensaje? —dijo Van Atta, bastante desconcertado.

—Aproximadamente —el técnico de comunicaciones verificó el monitor—, doce horas, señor.

—¿Piensa que los secuestradores son cuadrúmanos? ¿Por qué no informaron… ? —La mirada de Van Atta se posó en Bannerji, que observaba la situación, escondido detrás de Chalopin—. ¿Por qué Seguridad no me informó de esto de inmediato?

—Cuando se nos comunicó el incidente, no pudimos encontrarle —dijo el capitán de Seguridad, desprovisto de toda expresión—. Desde entonces hemos estado rastreando el D-620 y continúa en dirección a Rodeo. No responde a nuestras llamadas.

—¿Qué es lo que están haciendo al respecto?

—Estamos observando su movimiento. Aún no he recibido órdenes sobre qué hacer.

—¿Por qué no? ¿Dónde está Norris? —Norris era el director de Operaciones para toda el área espacial local de Rodeo. Él debería estar al tanto de todo eso. También era cierto que el Proyecto Cay no estaba bajo su control, ya que Van Atta reportaba directamente a Operaciones de la compañía.

—El doctor Norris —dijo Chalopin— está en una conferencia sobre el desarrollo de materiales en la Tierra. En su ausencia, yo desempeño el cargo de directora de Operaciones. El capitán Bannerji y yo hemos discutido la posibilidad de que él tome a sus hombres y con la nave de Seguridad y Rescate de la Estación de Lanzaderas número Tres intente abordar la nave secuestrada. Aún no estamos seguros de quién es esta gente ni de lo que quieren, pero, aparentemente, tienen un rehén, lo cual nos obliga a tomar todas las precauciones necesarias. De manera que les hemos permitido que se pusieran fuera de alcance mientras intentamos obtener más información sobre ellos. Esto —miró a Van Atta con intensidad— nos trae a usted, señor Van Atta. ¿Este incidente está conectado, de alguna manera, con su crisis en el Hábitat Cay?

—No sé cómo… —comenzó a decir Van Atta y se detuvo, porque de repente comprendió—. Hijo de puta… —murmuró.

—Dios Krishna —dijo la doctora Yei y una vez más observó la imagen en vivo del Hábitat, casi desmantelado, que giraba en órbita encima de ellos—. No puede ser…

—Graf está loco. Está loco. Ese hombre es un maldito megalómano. No puede hacerlo… —Los parámetros de ingeniería pasaron inexorablemente por la mente de Van Atta. Masa… fuerza… distancia… Sí, un Hábitat reducido, eliminado un cierto porcentaje de componentes no esenciales, podía ser transportado al espacio por una gran nave de Salto, si se colocara en posición en un punto de Salto distante. ¡Maldición!—. ¡Están secuestrando toda esa maldita estructura! —gritó Van Atta, a viva voz.

Yei abrazó la pantalla con las manos.

—¡Nunca lo lograrán! ¡No son más que niños! ¡Los llevará a la muerte! ¡Es un acto criminal!

El capitán Bannerji y la administradora de la estación se miraron entre sí. Bannerji cerró los labios y extendió una mano, como si dijera Las damas primero.

—¿Piensa que los dos incidentes están conectados, entonces? —insistió Chalopin.

Van Atta también caminaba hacia adelante y hacia atrás, como si de esta manera pudiera encontrar un ángulo mejor de la visión plana del Hábitat.

—¡Toda la estructura!

Yei respondió por él.

—Sí, creemos que sí.

Van Atta seguía caminando.

—Cielos. Y ya lo han desarmado. No tendremos tiempo para hacer que se mueran de hambre. Les tendremos que detener por otros medios.

—Los trabajadores del Proyecto Cay estaban molestos por la terminación abrupta del Proyecto —explicaba Yei—. Se enteraron demasiado pronto. Tenían miedo de que los trasladaran abajo, porque no estaban acostumbrados a la gravedad. Nunca tuve la oportunidad de introducir la idea gradualmente. Pienso que, en realidad, deben estar intentando… escapar… de algún modo.

El capitán Bannerji abrió los ojos. Se inclinó sobre el ordenador y miró la pantalla.

—Piensen en el caracol —murmuró— que siempre lleva su casa en la espalda. En los días de lluvia, cuando sale de paseo, nunca tiene que desandar el camino…

Van Atta puso aún mas distancia entre él y el capitán Bannerji, de repente tan poético.

—Armas —dijo Van Atta—. ¿Qué tipo de armas puede utilizar Seguridad?

—Perdigones —respondió Bannerji, que se incorporó y estudió su pulgar derecho. ¿Había un dejo de burla en su voz? No, no se atrevería.

—Me refiero a la nave —dijo Van Atta, irritado—. Armas montadas en la nave. Dientes. No se puede soltar una amenaza sin mostrar los dientes.

—Hay dos unidades montadas con armas láser de media potencia. La última vez que las utilizamos fue, déjeme ver, para quemar un obstáculo de madera que interrumpía el avance de las aguas y amenazaba a todo un campamento de exploración.

—Sí, bueno. De todos modos, es más de lo que tienen ellos —dijo Van Atta, excitado—. Podemos atacar el Hábitat o la nave de Salto. En realidad, es lo mismo. Lo más importante es impedir que conecten entre sí. Sí, primero la nave de Salto. Sin ella, el Hábitat es un blanco que podremos destruir como mejor nos plazca. ¿Su nave de Seguridad tiene el combustible necesario para salir de inmediato, Bannerji?

La doctora Yei se puso pálida.

—¡Esperen un minuto! ¿Quién está hablando de atacar algo? Ni siquiera hemos establecido contacto verbal, todavía. Si los secuestradores son verdaderamente cuadrúmanos, estoy segura de que puedo persuadirles y hacerles entrar en razón…

—Es demasiado tarde para entrar en razón. Esta situación exige acción. —La humillación de Van Atta ardía en su estómago. El miedo no hacía más que acentuarla. Cuando los directivos de la compañía se enteraran de cómo había perdido el control… Bueno, era mejor que volviera a recuperarlo de nuevo.

—Sí, pero… —Yei se lamió los labios—, está bien que los amenacemos, pero el uso real de la fuerza es peligroso, tal vez destructivo. ¿No es mejor que antes consiga una especie de autorización? Si sucediera algo terrible, no tendría que cargar con toda la responsabilidad.

Van Atta hizo una pausa.

—Llevaría demasiado tiempo —objetó, finalmente—. Tal vez tardemos un día en llegar a la Sede Central del Distrito en Orient IV y volver. Y si decidieran que es algo muy peligroso y lo transfieren a Apmad en la Tierra, pasarían varios días antes de que obtuviéramos una respuesta.

—Pero van a pasar varios días, ¿no es verdad? —dijo Yei, que seguía observándolo con intensidad—. Aun en el caso de que llegaran a acoplar el Hábitat a la nave de lanzamiento no van a poder trasladarlo con rapidez. Nunca soportaría la presión. Necesitarían demasiado combustible. Todavía tenemos mucho tiempo. ¿No sería mejor conseguir una autorización, para estar más seguros? Así, si algo saliera mal… no sería solamente su culpa.

—Bueno… —Van Atta seguía considerándolo. Esa actitud era producto típico de la indecisión y la falta de convicciones de Yei. Casi podía oírla, en su cabeza Ahora, sentémonos y discutamos esto como gente razonable. … Detestaba permitirle que lo presionara. Sin embargo, ella tenía un punto a su favor: taparse el trasero era una regla fundamental para la supervivencia del mejor preparado.

—Bueno… ¡No, maldición! Si hay algo que puedo garantizar por completo es que Galac-Tech va a querer que se mantenga todo este fiasco en secreto. Lo último que querrán es que haya una serie de rumores circulando por ahí sobre el hecho de que sus mutantes se volvieron completamente locos. Lo que más nos conviene a todos es que esto se maneje estrictamente dentro del espacio local de Rodeo. —Se dirigió a Bannerji—. Esa es la prioridad número uno. O sea, usted y sus hombres tiene que regresar con la nave de Salto, por lo menos, inutilizarla.

—Eso —comentó Bannerji— sería un acto de vandalismo. Por otra parte, como se ha señalado con anterioridad, el departamento de Seguridad de la Estación número Tres no está bajo su control, señor Van Atta. —Miró a su jefa, que escuchaba con atención y al mismo tiempo jugaba con un mechón de cabello que se escapaba de su meticuloso peinado.

—Es cierto —corroboró—. El Hábitat puede ser su problema, señor Van Atta, pero este secuestro de la nave de Salto está sin duda bajo mi jurisdicción, más allá de las implicaciones que tenga. Y todavía hay una nave de carga allí que también es mía, aunque la Estación de Transferencia notificó haber recogido a su tripulación en una cápsula de salvamento.

Van Atta echaba chispas. Estaba completamente bloqueado. Bloqueado por las malditas mujeres. De pronto comprendió que lo que Yei quería era que Chalopin ejerciera presión y así ella finalmente asestaba un tanto a su favor.

—Entonces, esto es todo —dijo entre dientes, finalmente—. Pasaremos esta cuestión a las Oficinas Centrales. Y entonces veremos quién está a cargo aquí.

La doctora Yei cerró un instante los ojos, como si se sintiera aliviada. Con sólo una orden de Chalopin, un técnico de comunicaciones comenzó a preparar un sistema para la emisión de un mensaje de emergencia al Distrito, para que fuera transmitido a la velocidad de la luz a la estación del agujero de gusano, fuera grabado y retransmitido por Salto en el próximo transporte disponible y reemitido por radio a su destino.

—Mientras tanto —dijo Van Atta a Chalopin—, ¿qué vamos a hacer con su… —pronunció la palabra con sarcasmo— secuestro?

—Procederemos con cautela —contestó Chalopin—. Creemos que hay un rehén allí, después de todo.

—Tampoco estamos seguros de si todo el personal de Galac-Tech abandonó el Hábitat —agregó la doctora Yei.

Van Atta gruñó, por no poder contradecirla. Pero si todavía hubiera terrestres a bordo, los altos directivos seguramente tomarían conciencia de la necesidad £ de una respuesta rápida y vigorosa. Debía llamar a la próxima Estación de Transferencia. Si todos estos malditos idiotas le obligaban a quedarse sentado con las manos cruzadas durante los próximos días, por lo menos podría preparar sus planes de acción para cuando le desataran las manos.

Y estaba seguro de que le desatarían las manos, tarde o temprano. Había alcanzado a percibir el horror que Apmad le tenía a los cuadrúmanos. Cuando las noticias de estos acontecimientos le llegaran por fin a su escritorio, le harían saltar tres metros en el aire, con rehenes o sin rehenes. Van Atta cerró los ojos.

—¡Hey! —de repente tuvo una idea—. No estamos tan indefensos como creen. Este juego se puede jugar de a dos. Yo también tengo un rehén.

—¿Ah, sí? —dijo la doctora Yei, sorprendida. Se llevó una mano a la garganta.

—Sí. ¿Cómo no me he acordado antes? Ese maldito cuadrúmano de Tony está aquí abajo.

Era el alumno favorito de Graf y el pene preferido de la vagina de Claire. Y seguro que ella era una de las organizadoras. Van Atta giró sobre sus talones.

—¡Vamos, Yei! Esos malditos sí que van a responder ahora a nuestras llamadas.

Los pilotos de Salto podían jurar que sus naves eran hermosas, pero, en realidad, cuando Leo vio aparecer la D-620, pensó que una nave de Salto no era más que un calamar mutante mecánico. La parte delantera contenía una sala de control y la cabina de la tripulación. Estaba protegida de los peligros materiales que pudieran aparecer durante la aceleración por una pantalla laminada plana y de los peligros de la radiación por un cono magnético invisible. Hacia atrás se extendían cuatro brazos extremadamente largos, unidos entre sí. Dos de ellos sostenían los propulsores espaciales normales, los otros dos sostenían el corazón del objetivo de la nave: las varillas del generador de campo Necklin que trasladaba la nave por el espacio del agujero del gusano durante el Salto. Entre los cuatro brazos había un enorme espacio vacío, normalmente ocupado por los compartimentos de carga. La curiosa nave se vería mejor cuando ese espacio estuviera ocupado por los módulos del Hábitat, pensó Leo. En ese momento, incluso podría ser más compasivo y decir que era hermosa.

Con un movimiento de mentón, Leo pidió una visión de la energía y los niveles de suministro de su traje de trabajo, expuestos en la parte interna de su placa de recubrimiento. Tendría el tiempo suficiente para ver cómo se propulsaba el primer módulo en el espacio y luego hacer una pausa para recargar su traje. No porque no hubiera tenido tiempo de hacer una interrupción unas horas antes. Pestañeó. Le picaban los ojos. No veía la hora de poder frotárselos y tomar un trago de café caliente de su tubo de bebida. También quería café fresco. Lo que bebía en ese momento había estado afuera tanto tiempo como él y se estaba volviendo químicamente repugnante, opaco y verdoso.

La D-620 se colocó cerca del Hábitat. Hizo el cambio de velocidades con precisión y apagó los motores. Las luces de vuelo se apagaron y sólo siguieron brillando las luces de parada, como señal de que estaba a salvo. Las luces de los proyectores iluminaron la gran nave espacial, como si dijeran Bien venidos a bordo.

Leo dirigió su mirada a la sección de la tripulación, pequeña en comparación al tamaño de los brazos. Con el rabillo del ojo pudo ver un compartimento de personal que se separaba del lado de estribor de la nave de Salto y se dirigía hacia los módulos del Hábitat. Alguien volvía a casa. ¿Silver? ¿Ti? Tenía que hablar con Ti lo antes posible. De pronto, Leo descubrió que tenía un nudo en el estómago. Silver había regresado sana y salva. Luego se corrigió. Todos habían regresado, pero no estaban a salvo todavía. Activó los propulsores de su traje y alcanzó a la tripulación de cuadrúmanos.

Treinta minutos más tarde el corazón de Leo se tranquilizó cuando el primer módulo se situaba lentamente en el brazo de la D-620. Como una pesadilla que no desaparecía después de revisar y volver a verificar sus números, Leo siempre pensó que algo no encajaría y que habría demoras interminables para corregir algún posible error. El hecho de que todavía no hubieran tenido noticias de los de abajo, pese a los intentos repetidos de entablar comunicación, no lo hacía sentir mucho mejor. Los directivos de Gala-Tech en Rodeo tenían que responder a la larga y no había nada que él pudiera hacer para contrarrestar esa respuesta hasta que desapareciera. La parálisis aparente de Rodeo no podía durar mucho tiempo.

Mientras tanto, ya había transcurrido la mitad del descanso. Tal vez podría persuadir al doctor Minchenko para que le diera algo para la cabeza y así reemplazar las ocho horas de sueño que no iba a tener. Leo pulsó el canal de los jefes del grupo de trabajo del intercomunicador de su traje.

—Bobbi, hazte cargo como capataz. Me voy dentro. Pramod, trae a tu equipo tan pronto como ajustéis esa última sujeción. Bobbi, asegúrate que el segundo módulo esté atado en forma sólida antes de ajustar y cerrar todas las esclusas. ¿Correcto?

—Sí, Leo. Estoy trabajando en eso. —Bobbi hizo señales de que comprendía la orden desde el extremo opuesto del módulo moviendo un brazo inferior.

Cuando Leo se dio la vuelta, una de las naves remolcadoras que iba dirigida por un solo hombre, había llevado el módulo a su lugar, se separaba y giraba, mientras se preparaba para alejarse y traer la próxima carga que ya estaba alineándose al otro lado de la nave de Salto. Uno de los chorros de control de posición hizo una explosión y, cuando Leo miró, emitió una llama de color azul intenso. Su rotación tomaba velocidad.

¡Está fuera de control!, pensó Leo, con los ojos desorbitados. En el segundo que le llevó activar el canal adecuado en el intercomunicador de su traje, la rotación se convirtió en un giro vertiginoso. La nave remolcadora salió despedida y no se estrelló contra un cuadrúmano, por apenas un metro. Mientras Leo miraba horrorizado, la nave rebotaba en una barquilla sobre uno de los brazos Necklin de la gran nave de Salto y caía en el espacio posterior.

El canal de comunicación de la nave impulsora emitió un grito. Leo golpeó los canales.

—¡Vatel! —llamó al cuadrúmano que dirigía la nave remolcadora más cercana—. ¡Ve tras él!

La segunda nave giró y pasó a toda velocidad junto a él. Pudo ver cómo Vatel le hacía señales con una mano, dándole a entender que había comprendido la orden. Leo tuvo que contener la necesidad que sentía de salir tras ellos. Era tan poco lo que podía hacer en un traje de trabajo sin energía. Todo quedaba en manos de Vatel.

¿Había sido un error humano —o cuadrúmano— o un defecto mecánico lo que había causado el accidente? Bueno, podría determinarlo rápidamente una vez que recuperaran la nave remolcadora. Si alguna vez se recuperaba… Se sacó esa idea de la cabeza y se lanzó hacia la barquilla Necklin.

La cobertura de la barquilla estaba profundamente abollada en el lugar donde el remolcador la había tocado. Intentó calmarse. Es sólo la cobertura. Está ahí justamente para proteger la nave de accidentes de este tipo. ¿No es así? Desesperado, se apartó para iluminar con la luz de su traje de trabajo la abertura oscura en el extremo de la cubierta.

Oh, Dios.

El espejo vórtice estaba rajado. Con unos tres metros de ancho en su borde elíptico, y fruto de un diseño matemático y una precisión a nivel de ángstroms, era una superficie de control integral del sistema de Salto, que reflejaba o ampliaba el campo Necklin generado por las varillas principales a voluntad del piloto. No estaba sólo rajado. Estaba destrozado por una explosión. El titanio frío estaba deformado más allá del límite. Leo soltó un gemido.

Una segunda luz brilló junto a él. Se dio la vuelta y vio a Pramod.

—¿Es tan serio como parece? —dijo la voz de Pramod por su intercomunicador.

—Sí —suspiró Leo.

—No podemos… hacer una reparación de soldadura ahí, ¿verdad? —la voz de Pramod subía—. ¿Qué vamos a hacer?

Fatiga y miedo, la peor combinación posible. Leo dijo con un tono de voz cansado:

—La lectura del nivel de energía de mi traje dice que tenemos que ir adentro y hacer una interrupción de inmediato. Después de eso, veremos.

Para alivio de Leo, en el momento en que se había sacado el traje, Vatel había capturado la nave errante y la había traído de vuelta a su embarcadero en el módulo del Hábitat. Bajaron a un piloto cuadrúmano, asustado y contusionado.

—Se bloqueó. No pude liberarle —dijo la muchacha—. ¿Qué fue lo que toqué? ¿Golpeé a alguien? No quise descargar el combustible, pero fue lo único que se me ocurrió para detener el jet. Lamento haberlo desperdiciado. No pude evitarlo…

La muchacha tendría, pensó Leo, unos trece años.

—¿Cuánto tiempo hace que estás en el turno de trabajo? —le preguntó Leo.

—Desde que comenzamos —replicó. Estaba temblando. Le temblaban las cuatro manos, mientras estaba suspendida en el aire junto a él. Tuvo que contener sus ganas de enderezarla.

—Cielo santo, querida, eso es más de veintiséis horas seguidas. .Ve a descansar. Come algo y duerme unas horas.

La muchacha le miró con sorpresa.

—Pero separamos las unidades de los dormitorios y las unimos a las guarderías. No puedo llegar desde aquí.

—¿Es por eso que…? Mira, las tres cuartas partes del Hábitat son inaccesibles en este momento. Ocupa un rincón del módulo del vestuario o cualquier otra parte que encuentres.

Leo contempló las lágrimas en sus ojos durante un instante y luego agregó:

—Está permitido.

Era obvio que la muchacha quería su propio saco de dormir, pero Leo no estaba en condiciones de proporcionárselo.

—¿Yo sola? —dijo en un tono de voz débil.

Probablemente nunca había dormido con menos de siete chicos en la misma habitación en toda su vida, reflexionó Leo. Respiró profundamente para calmarse. No podía empezar a gritarle, a pesar de lo bien que le vendría para liberar sus propios sentimientos. ¿Cómo se había visto absorbido por esta cruzada infantil? En ese momento, no podía recordarlo.

—Vamos. —La llevó de la mano hacia el compartimento del vestuario. Encontró una bolsa de lavandería que enganchó en la pared y la ayudó a meterse en el interior, junto con un sándwich empaquetado. La muchacha asomó la cara por la abertura. Por un momento le hizo sentirse como un hombre a punto de ahogar una bolsa de gatos.

—Muy bien. —Leo hizo una sonrisa forzada—. ¿Estás mejor?

—Gracias, Leo —le dijo—. Lamento lo del remolcador. Y lo del combustible.

—Nosotros nos ocuparemos de eso. —Leo le guiñó el ojo—. Duerme un poco. Todavía hay mucho trabajo por hacer cuando te despiertes. No vas a perderte nada. Buenas noches…

—Buenas noches…

Una vez en el corredor, se frotó la cara con las manos.

¿Las tres cuartas partes del Hábitat inaccesibles? EQ este momento era casi la totalidad. Y todas las .cargas de los módulos estaban utilizando energía de emergencia, a la espera de ser adosadas al suministro principal de energía a medida que se cargaban a la gran nave de Salto. Era vital para la seguridad y la comodidad de aquellos que estaban a bordo de algunas unidades que el Hábitat fuera remodelado y que fuera operacional lo antes posible.

Sin mencionar el hecho que todos tendrían que comenzar a aprender los nuevos recorridos en este laberinto. Múltiples compromisos habían influido en el diseño. Las unidades de la guardería, por ejemplo, podían ir en un compartimento interior; los desembarcaderos y las esclusas habían sido situados de cara al espacio; algunas salidas de residuos se habían tenido que aislar inevitablemente; las unidades de nutrición, que ahora servían tres mil comidas por día, requerían un acceso a los almacenes… La tarea de reajustar las rutinas de todos iba a ser complicada, aun suponiendo que todos los módulos hubieran sido cargados y ajustados correctamente sin la supervisión personal de Leo, o incluso con ella. Tenía el rostro entumecido.

Y ahora la pregunta clave. ¿Tendrían que seguir cargando todo en una nave de Salto que, posiblemente, estaba fatalmente deteriorada? El espejo vórtice, Dios. ¿Por qué no habría tocado uno de los brazos del propulsor espacial? ¿Por qué no se habría llevado a Leo por delante?

—¡Leo! —gritó una voz masculina familiar. Flotando por el pasillo, con una actitud furiosa, pareció el piloto de Salto, Ti Gulik. Silver nadaba pomo una estrella de mar, de un pasamanos a otro, detrás de ti, seguida por Pramod. Gulik se aferró a pasamanos y se detuvo junto a Leo. La mirada de te se cruzó con la de Silver en un breve y silencioso hola, antes de que el piloto de Salto le arrinconara contra la pared.

—¿Qué le han hecho tus malditos cuadrúmanos a mis varillas Necklin? —dijo Ti con brusquedad—. Pasamos por todos esos problemas para conseguir esta nave, traerla aquí y prácticamente lo primero que haces es comenzar a destruirla. ¡Nada más detenerla! Por favor… dime que ese pequeño imitante —señaló a Pramod— está equivocado…

Leo carraspeó.

—Aparentemente, uno de los chorros de control de posición del remolcador se bloqueó e hizo que la nave entrara en una rotación vertiginosa, incontrolable. El término «accidente imprevisible» no está en mi vocabulario, pero de hecho no fue culpa del cuadrúmano.

—Ah, no —dijo Ti—. Bueno, por lo menos no intentas echarle la culpa al piloto… Pero, ¿cuál es el daño en realidad?

—La varilla en sí no está afectada…

Ti suspiró con cierto alivio.

—…pero se ha quebrado el espejo vórtice de titanio.

—¡Es igual de terrible!

—¡Cálmate! Tal vez no sea tan serio. Tengo una o dos ideas. Cuando tomamos el Hábitat, había una lanzadera de carga en el embarcadero.

Ti lo miró con actitud sospechosa.

—¡Qué afortunado! ¿Entonces?

—Planificación, no suerte. Algo que Silver no sabe todavía es que… —Leo la miró; la muchacha se preparaba para recibir una mala noticia—, no pudimos traer a Tony antes de tomar el Hábitat. Aún está en el hospital en Rodeo.

—Oh, no —murmuró Silver—. ¿Hay alguna manera de…?

Leo se frotó la frente.

—Tal vez. No estoy seguro de si es una buena estrategia militar —el precedente tuvo que ver con ovejas, creo—, pero no creo que pueda vivir con mi conciencia si no intentamos, por lo menos, traerlo de vuelta. El doctor Minchenko también me prometió ir con nosotros si podemos recoger a la señora Minchenko. También está abajo.

—¿El doctor Minchenko se ha quedado? —Silver juntó las manos, verdaderamente emocionada—. ¡Qué bien!

—Solamente si recuperamos a la señora Minchenko —Leo la previno—. De manera que existen dos razones para intentar una incursión. Tenemos una nave, tenemos un piloto…

—Oh, no —comenzó a decir Ti—, espere un minuto…

—…y necesitamos desesperadamente una pieza de recambio. Si podemos localizar un espejo vórtice en un almacén de Rodeo…

—No lo hará —interrumpió Ti—. Las reparaciones de las naves de Salto se llevan a cabo únicamente en los talleres orbitales del Distrito en Orient IV. Todos los depósitos se encuentran allí. Lo sé porque en una ocasión tuvimos un problema y tuvimos que esperar cuatro días para que una tripulación de reparaciones llegara desde allí. Rodeo no tiene nada que ver con las naves de Salto, nada. —Cruzó los brazos.

—Me lo temía —dijo Leo—. Bien, existe otra posibilidad. Podríamos intentar fabricar uno nuevo, aquí, en este momento.

Ti tenía la expresión de un hombre que estaba chupando un limón.

—Graf, no se pueden soldar esas cosas con un pedazo de hierro. Sé muy bien que las hacen de una sola pieza. Las juntas parecen impedir el flujo. Y ese succionador tiene tres metros de ancho en el extremo superior. Lo que utilizan para sellarlos pesa varias toneladas. Y la precisión requerida… Nos llevaría seis meses llevar a cabo un proyecto de esa naturaleza.

Leo tragó y juntó las manos, con los dedos abiertos. Si hubiera sido un cuadrúmano, se habría sentido tentado a duplicar el cálculo.

—Diez horas —dijo—. Es cierto, me gustaría tener seis meses. Abajo. En una fundición. Con una prensa de aleación de acero enorme. Y un mecanismo para enfriar el agua y un equipo de colaboradores y fondos ilimitados… Estaría preparado para hacer diez mil unidades. Pero no necesito diez mil unidades. Hay otro modo. Una acción rápida y precaria. Eso es todo lo que vamos a poder hacer con el tiempo que tenemos. Pero no puedo estar aquí arriba, fabricando un espejo vórtice, y al mismo tiempo allí abajo rescatando a Tony. Los cuadrúmanos no pueden ir. Te necesito, Ti. Te hubiera necesitado para pilotar la nave de todas maneras. Ahora te necesito para hacer algo más.

—Mira —comenzó a decir Ti—. La teoría era que yo iba a quedar fuera de todo esto, limpio, porque Galac-Tech pensaría que me habíais secuestrado y os habría hecho saltar porque me habríais apuntado con una pistola en la cabeza. Una situación simple, creíble. Esto se está complicando demasiado. Aun si pudiera realizar una acrobacia de esa envergadura, no van a creer que lo hice bajo presión. ¿Qué me impediría volar hacia abajo y entregarme? Ése es el tipo de preguntas que van a hacerme. Puedes apostar el pellejo. No, maldición. Ni por amor ni por dinero.

—Lo sé —murmuró Leo—. Ya te ofrecimos las dos cosas.

Ti le miró, pero escondió la cabeza para evitar la mirada de Silver.

Una voz aguda resonó en el corredor.

—¿Leo? ¡Leo!

—¡Aquí! —respondió. ¿Qué pasaría ahora?

Uno de los cuadrúmanos más jóvenes apareció y se abalanzó nadando hacia ellos.

—¡Leo! Le hemos buscado por todas partes. ¡Venga pronto!

—¿Qué sucede?

—Un mensaje urgente. Por el intercomunicador. Desde Rodeo.

—No respondemos a ningún mensaje. Incomunicación total, ¿recordáis? Cuanta menos información les demos, más tiempo les va a llevar imaginar de qué se trata todo esto.

—¡Pero es Tony!

A Leo se le contrajeron las entrañas y se lanzó tras el mensajero. Silver, pálida, lo siguió y detrás de ella, todos los demás.

La imagen del holovídeo se aclaró y mostró una cama de hospital. Tony estaba apoyado en el respaldo y miraba directamente a la pantalla. Llevaba camiseta y shorts. Tenía un vendaje blanco en el bíceps inferior izquierdo y la rigidez de torso indicaba que tenía vendajes debajo de la ropa. Tenía la frente arrugada y un leve rubor no llegaba a esconder su palidez. Movía los ojos azules de un lado a otro con cierto nerviosismo. A la derecha de la cama estaba de pie Bruce van Atta.

—Has tardado bastante tiempo en responder a nuestra llamada, Graf —dijo Van Atta. Sonreía con un deje de afectación.

Leo tragó.

—Hola, Tony. No nos hemos olvidado de ti aquí arriba. Claire y Andy están bien y juntos…

—Estás aquí para escuchar, Graf, no para hablar —interrumpió Van Atta. Operó un control—. Así está mejor, acabo de cortar tu audio, así que puedes ahorrarte la saliva. Muy bien, Tony —Van Atta apuntó al cuadrúmano con una varilla de color plateado. ¿Qué pretendería?, se preguntó Leo, con temor—. Explícale lo que tenías que decirle.

Tony volvió a mirar a la imagen silenciosa de la pantalla y dilató los ojos. Respiró profundamente y comenzó a hablar.

—No importa lo que estéis haciendo, Leo, seguid adelante. No os preocupéis por mí. Que Claire escape… que Andy escape…

La imagen se esfumó de repente, pero el canal de audio permaneció abierto durante un momento. Emitió un ruido extraño, un grito y la voz de Van Atta que decía:

—¡Quédate quieto, maldita mierda!.

Luego también desapareció el sonido.

Leo se descubrió aferrado a una de las manos de Silver.

—Claire venía hacia aquí —dijo Silver, en un tono grave—, para poder escuchar la llamada.

Leo la miró.

—Creo que es mejor que vayas a distraerla.

Silver asintió al comprender el mensaje.

—Muy bien.

Se alejó.

La imagen regresó. Tony estaba acurrucado silenciosamente en el extremo opuesto de la cama, con la cabeza gacha. Las manos le cubrían el rostro. Van Atta le estaba mirando y se balanceaba furioso, sobre sus talones.

—Evidentemente, el chico es un poco lento —le dijo Van Atta—. Yo lo haré breve y claro, Graf. Puedes retener a tus rehenes, pero si llegaras a tocarlos, podrías ser juzgado en cualquier corte de la galaxia. Yo tengo un rehén al que le puedo hacer lo que me plazca y bajo el amparo de la ley. Y si crees que no lo haré, intenta comprobarlo. Ahora bien, vamos a enviar una nave de Seguridad allí arriba en poco tiempo, para reestablecer el orden. Y tú vas a cooperar. —Levantó la varilla plateada y apretó algo. Leo vio salir una chispa eléctrica de la punta—. Este es un mecanismo simple, pero me puedo volver realmente creativo, si me obligas. No me fuerces a hacerlo, Leo.

—Nadie te está forzando a… —comenzó a decir Leo.

—Ah —Van Atta lo interrumpió—, espera un minuto… —tocó el control de su pantalla—, ahora habla, así puedo oírte. Y es mejor que sea algo que quiera oír.

—Nadie aquí puede forzarte a hacer nada —dijo Leo irritado—. Cualquier cosa que hagas, la haces por voluntad propia. Nosotros no tenemos ningún rehén. Lo que tenemos son tres voluntarios, que decidieron quedarse… supongo que por el bien de sus conciencias.

—Si Minchenko es uno de ellos, será mejor que te cubras la espalda, Leo. Al diablo con la conciencia. Lo que quiere es no desprenderse de su pequeño imperio. Eres un tonto, Graf. Acérquese —hizo un movimiento fuera de la pantalla—, venga a hablarle en su mismo idioma, Yei.

La doctora Yei apareció en la pantalla, se enfrentó a los ojos de Leo y se humedeció los labios.

—Señor Graf, por favor, no siga adelante con toda esa locura. Lo que intenta hacer es increíblemente peligroso, para todos los que están involucrados… —Van Atta acompañaba sus palabras mientras agitaba la varilla eléctrica sobre su cabeza, con una sonrisa. Ella lo miró con irritación, pero no dijo nada y siguió adelante con lo que estaba diciendo—. Ríndase ahora y el daño por lo menos resultará minimizado. Por favor. Por el bien de todos. Usted tiene el poder para detener todo esto.

Leo permaneció silencioso durante un momento y luego se inclinó hacia adelante.

—Doctora Yei, estoy cuarenta y cinco mil kilómetros más arriba. Usted está en la misma habitación. Deténgalo usted. —Apagó la pantalla y permaneció en silencio.

—¿Le parece que eso ha estado bien? —le preguntó Ti, con incertidumbre.

Leo sacudió la cabeza.

—No lo sé. Pero si no hay público, se acabó la función.

—¿Eso era una actuación? ¿Hasta dónde puede llegar ese hombre?

—En el pasado, solía tener un temperamento bastante incontrolable, cuando se veía amenazado. Cualquier cosa que elogiara sus intereses personales, solía calmarlo. Pero como tú mismo has podido comprobar, los beneficios para su carrera en todo este desorden son mínimos. No sé hasta dónde puede llegar. Tampoco sé si él mismo lo sabe.

Después de una larga pausa, Ti dijo:

—¿Todavía, necesitas… un piloto para la nave, Leo?

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