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El borde resplandeciente del planeta Rodeo giró vertiginosamente frente al puesto de observación de la estación de transferencia orbital. Una mujer, a quien Leo Graf reconoció como una de las pasajeras que desembarcaron de la nave de Salto junto con él, miró hacia afuera con ansiedad durante unos minutos, pestañeó y tragó, y finalmente se dejó caer en uno de los sillones mullidos, cerrando los ojos. Cuando los volvió a abrir se encontró con la mirada de Leo y se encogió de hombros. Estaba realmente incómoda. Leo sonrió en forma comprensiva. Inmune ya a las náuseas provocadas por el viaje espacial, se acomodó en el puesto de observación de cristal.

Una delgada capa de nubes giraba en la atmósfera allá abajo y apenas cubría lo que aparentemente eran extensiones inmensas de arenas desérticas coloradas. Rodeo era un mundo marginal, donde se encontraban únicamente las instalaciones destinadas a operaciones de minería y perforación de Galac-Tech. Pero, ¿qué es lo que estaba haciendo allí? Una vez más, Leo desconocía la respuesta. No era precisamente un experto en operaciones subterráneas.

El planeta se perdió de vista, debido al movimiento rotatorio de la estación. Leo se trasladó para seguir observando desde otro punto más cerca del eje de la rueda de la estación. Allí percibió los puntos de tensión y se preguntó cuándo habrían tomado las últimas placas de rayos X para advertir algún desperfecto oculto. Las fuerzas centrífugas de gravedad en el lugar donde se encontraba el sector de pasajeros parecían tener un valor equivalente a aproximadamente la mitad del estándar en Tierra, tal vez un poco menos. ¿Habrían reducido la tensión deliberadamente, anticipándose a cualquier problema en la estructura?

Pero él estaba aquí para instruir, al menos eso era lo que le habían dicho en las oficinas centrales de Galac-Tech en la Tierra, para enseñar los procedimientos de control de calidad propios de la soldadura y la construcción en caída libre. ¿A quién? ¿Por qué aquí, en los confines del mundo? El «Proyecto Cay» era un nombre que no decía nada en particular sobre esa misión.

—¿Leo Graf?

Él se dio la vuelta.

—¿Sí?

La persona que lo había llamado era un hombre alto, de cabello oscuro, de unos treinta o cuarenta años. Llevaba ropas de calle de corte clásico a la moda, pero una credencial en la solapa lo identificaba como un hombre de la compañía. Del tipo ejecutivo sedentario, pensó Leo. La mano que estrechó tenía un bronceado uniforme, pero no era firme.

—Bruce van Atta.

La mano gruesa de Leo era pálida, con lunares marrones. Leo rondaba los cuarenta, era rubio y corpulento. Estaba acostumbrado a llevar el uniforme rojo de la compañía, en parte porque así se confundía entre los obreros que supervisaba, pero principalmente porque así no tenía que perder mucho tiempo pensando qué ponerse todas las mañanas. La credencial que tenía sobre el bolsillo superior izquierdo decía «Graf». Eso eliminaba todo misterio.

—Bienvenido a Rodeo, la axila del universo —dijo Van Atta con una sonrisa.

—Gracias —respondió él de forma automática.

—Soy el director del Proyecto Cay. Seré su superior —explicó Van Atta—. Le requerí a usted personalmente. Me va a ser de gran ayuda para hacer que esta división entre finalmente en funcionamiento. Usted es como yo. No tiene paciencia con los perezosos. Les costó mucho trabajo convencerme de que viniera aquí, para intentar que esta división fuera rentable. Pero si tengo éxito, seré el Chico de Oro.

—¿Solicitó que fuera yo? —Le hacía gracia pensar que su reputación lo antecediera, pero ¿por qué nunca lo llamaban de un jardín? Bueno—. En las oficinas centrales me dijeron que me enviaban aquí para ofrecer una versión ampliada de mi curso sobre ensayos no destructivos.

—¿Es todo lo que le dijeron? —preguntó Van Atta con sorpresa. Ante la afirmación de Leo, echó la cabeza atrás y comenzó a reír—. Seguridad, supongo — añadió una vez que dejó de reírse entre dientes—. Se encontrará con una verdadera sorpresa. Bueno, bueno. No la echaré a perder. —La sonrisa socarrona de Van Atta era tan irritante y familiar como un golpe en las costillas.

Demasiado familiar. Diablos, pensó Leo, este tipo me conoce de alguna parte. Y piensa que yo lo conozco a él… Leo intentó sofocar un ligero pánico detrás de una sonrisa. En los dieciocho años de carrera en Galac-Tech había conocido miles de personas. Tal vez Van Atta pronto le dijera algo que le ayudaría a recordar.

—En mis instrucciones figuraba un tal Doctor Cay como director del Proyecto Cay —inquirió Leo—. ¿Voy a conocerle?

—Datos anticuados —dijo Van Atta—. El doctor Cay falleció el año pasado, varios años después de la fecha en que debía haberse retirado obligatoriamente, en mi opinión. Pero era vicepresidente y uno de los principales accionistas. Además, estaba sólidamente arraigado. Pero eso ya es historia pasada. Yo lo reemplacé. — Van Atta meneó la cabeza—. Me intriga saber cuál será su expresión cuando vea de qué se trata. Venga. Tengo una lanzadera privada que nos está aguardando.

La lanzadera, con capacidad para seis personas, estaba a disposición de ellos dos y del piloto. El asiento se amoldó al cuerpo de Leo durante los breves períodos de aceleración, verdaderamente cortos. Era obvio que no estaban desacelerando para hacer una reentrada planetaria. Rodeo giraba debajo de ellos y se alejaba.

—¿A dónde vamos? —preguntó a Van Atta, sentado junto a él.

—Ah —respondió éste—. ¿Ve ese punto a unos treinta grados en el horizonte? Fíjese. Es la base del Proyecto Cay.

El punto en el horizonte creció rápidamente y se convirtió en una estructura caótica, con muchos ángulos y proyecciones, llena de luces de colores que iluminaban sus contornos oscuros. El ojo experimentado de Leo descubrió las claves de su función, los tanques, las puertas, los filtros que centelleaban a la luz del sol, el tamaño de los paneles solares frente al volumen estimado de la estructura.

—¿Un Hábitat orbital?

—Así es —dijo Van Atta.

—Es grande.

—Y tanto. ¿Qué cantidad de personal usted cree que puede albergar?

—Bueno… unas mil quinientas personas.

Van Atta levantó las cejas, desilusionado, tal vez, por no poder corregir demasiado la cifra.

—Casi exacto. Cuatrocientas noventa y cuatro personas de Galac-Tech que tienen turnos rotativos y mil habitantes permanentes.

Los labios de Leo repitieron la palabra permanentes…

—Hablando de rotación, ¿cómo se maneja el problema de desacondicionamiento de su gente? No veo… —Sus ojos examinaron la enorme estructura—. Ni siquiera veo una rueda de ejercicios.

—Hay un gimnasio sin gravedad. El personal rotativo pasa treinta días abajo después de cada turno de tres meses.

—Costoso, ¿no?

—Pero colocamos el Hábitat donde está por menos de un cuarto del coste de la misma cantidad de piezas en otro sitio con gravedad.

—Pero seguramente con el tiempo perderán lo que ahorraron en los costos de construcción en el transporte del personal y en los gastos médicos —argumentó Leo—. Los viajes adicionales, los largos permisos. Todo el que se rompa una pierna o un brazo exigirá que Galac-Tech le pague los gastos hasta el día que se muera, además de la angustia mental, si es que no tiene una desmineralización importante.

—También hemos solucionado ese problema —dijo Van Atta—. Y bueno, en definitiva, usted y yo estamos aquí para demostrar que, si bien la solución es costosa, al menos es efectiva.

La lanzadera se movió en forma delicada y se alineó con una precisión sorprendente frente a una escotilla en uno de los lados del Hábitat. El piloto apagó los sistemas, se incorporó, y revisó las cerraduras de la escotilla al pasar junto a ellos.

—Listos para el desembarque, señor Van Atta.

—Gracias, Grant.

Leo desabrochó los cinturones del asiento. Se estiró y se relajó, con esa sensación tan familiar y agradable que le producía la ingravidez. Él no sufría las desagradables náuseas que socavaban la eficiencia de tantos empleados. Abajo, el cuerpo de Leo era normal; aquí, donde el control, la práctica y el sentido común valían más que la fuerza, era, por fin, un atleta. Se sonrió y siguió a Van Atta, de un pasamanos a otro, a través de la escotilla de la lanzadera.

Apenas se entraba al corredor de la cápsula, había un técnico de tez rosada que operaba el panel de control. Llevaba una camiseta roja, con el logotipo de Galac-Tech a la izquierda. Los rizos rubios y apretados, muy pegados a la cabeza, recordaban a un cordero. Tal vez era el efecto que producía su evidente juventud.

—¡Hola, Tony! —exclamó Van Atta con familiaridad.

—Buenas tardes, señor Van Atta —contestó el joven con deferencia. Sonrió a Leo y con la cabeza pareció suplicarle a Van Atta que lo presentara—. ¿Es el nuevo profesor del que nos hablaba?

—Exacto. Leo Graf, le presento a Tony. Estará entre sus primeros alumnos. Es uno de los residentes permanentes del Hábitat —agregó, con un énfasis peculiar —. Tony es soldador y armador, en el segundo nivel. Pero está trabajando en el primero. ¿Verdad, Tony? Estréchale la mano al señor Graf.

Van Atta sonreía con afectación. Leo tenía la impresión de que si no estuvieran en caída libre, seguramente saltana sobre los talones.

Tony se inclinó en forma obediente sobre el panel de control. Llevaba unos shorts rojos…

Leo pestañeó y tuvo que contener la respiración para esconder su sorpresa. El muchacho no tenía piernas. De los pantalones cortos salía un segundo par de brazos.

Brazos funcionales. Ahora estaba utilizando su… su mano izquierda inferior —supuso que tendría que llamarla así— para sujetarse mientras se extendía para saludar a Leo. Su sonrisa era completamente natural.

No llegó a estrecharle la mano. Tuvo que hacer un movimiento brusco y volver a extender el brazo para poder estrechar la mano que Tony le ofrecía.

—¿Qué tal? —logró balbucear Leo. Le resultaba casi imposible apartar la vista. Se obligó a fijar su mirada en los ojos azules y brillantes del muchacho.

—Buenas tardes, señor. Esperaba ansiosamente el momento de conocerlo. —La mano de Tony era tímida, pero sincera. La suya era seca y fuerte.

—Eh… —tartamudeó Leo—, eh…, Tony… ¿qué?

—Oh, Tony es sólo mi sobrenombre, señor. Mi designación completa es TY-776-424-XG.

—Yo… bueno, supongo que te llamaré Tony —murmuró Leo, cada vez más sorprendido. Van Atta, casi sin poder evitarlo, parecía disfrutar enormemente con la incomodidad de Leo.

—Todo el mundo me llama así —corroboró el joven.

—Ve a buscar el equipaje del señor Graf, por favor, Tony —dijo Van Atta—. Venga, Leo. Le mostraré su habitación y luego le enseñaré las instalaciones.

Siguió a su guía flotante por un corredor señalizado. No dejaba de mirar hacia atrás, sobre su hombro, con renovado asombro, mientras Tony se lanzaba con movimientos precisos por la cámara y desaparecía por la escotilla de ésta.

—Es… —Leo tartamudeó—, es el defecto congénito más extraordinario que he visto en toda mi vida. Fue realmente una maravilla que a alguien se le ocurriera encontrarle un trabajo en caída libre. Allá abajo sería un lisiado.

—Defecto congénito. —La sonrisa de Van Atta se confundía en una mueca—. Sí, es una manera de llamarlo. Ojalá hubiera podido ver la expresión de su cara cuando apareció delante suyo. Le felicito por su autocontrol. Yo casi vomito cuando vi uno por primera ve2. Y eso que estaba preparado. Pero uno se acostumbra a los pequeños chimpancés bastante rápido.

—¿Hay más de uno?

Van Atta abrió y cerró sus manos, como si estuviera contando.

—Y hasta mil. La primera generación de los nuevos superobreros de Galac-Tech. El nombre del juego, Leo, es bioingeniería. Y tengo la intención de ganar.

Tony, que sujetaba la maleta de Leo con su mano inferior derecha, pasó entre éste y Van Atta por el corredor cilíndrico y se detuvo frente a ellos. Dio tres golpecitos sordos en los pasamanos.

—Señor Van Atta, ¿puedo presentarle a alguien al señor Graf camino al Ala de los Visitantes? No nos desviaremos mucho… Hidroponía.

Van Atta frunció los labios, pero luego sonrió amablemente.

—¿Por qué no? De todas formas, Hidroponía está en el itinerario de esta tarde.

—Gracias, señor —exclamó Tony con entusiasmo, y se apresuró a abrir la cerradura de seguridad frente a ellos, al extremo del corredor. Y la cerró, una vez que estuvieron del otro lado.

Leo se concentró en lo que había a su alrededor, como una alternativa menos grosera para poder estudiar furtivamente al muchacho. El Hábitat, por cierto, tenía una construcción poco costosa. En general, las unidades eran prefabricadas y combinadas de diversas maneras. No había un diseño estéticamente elegante. Un cierto aspecto accidental indicaba un patrón de crecimiento orgánico desde el comienzo del Hábitat. Las unidades estaban emplazadas aquí y allá para cubrir nuevas necesidades. Pero esta misma característica agregaba ventajas de seguridad que Leo aprobaba, como por ejemplo, el hecho de que los sistemas de cierre aéreos fueran intercambiables.

Pasaron por las alas de los dormitorios, las áreas de preparación de los alimentos y los comedores, un taller para reparaciones menores… Leo se detuvo para contemplar el tamaño y luego tuvo que acelerar la marcha para alcanzar a su guía. A diferencia de la mayoría de los espacios habitados en caída libre en los que Leo había trabajado, aquí no se hacía ningún esfuerzo para mantener una verticalidad arbitraria que tranquilizara la psicología visual de los residentes. La mayoría de las cámaras tenían un diseño cilíndrico. Los espacios de trabajo y de almacenamiento estaban contra las paredes y quedaba el centro libre de obstrucción para el paso de… Bueno, resultaba difícil llamarlos peatones.

Durante el recorrido, se cruzaron con varios de los… de las personas de cuatro manos, el nuevo modelo de obreros, los parientes de Tony o como quisiera uno llamarlos. Se preguntó si tendrían una designación oficial. Los miraba con disimulo, pero dejaba de hacerlo cuando uno de ellos lo miraba a él, algo que pasaba bastante a menudo. Lo miraban abiertamente y cuchicheaban entre sí.

Se dio cuenta de por qué Van Atta los llamaba chimpancés. Tenían caderas angostas y carecían de músculos motores desarrollados en los glúteos, como la gente con piernas. El par de brazos inferior tendía a ser más muscular que el superior, tanto en los hombres como en las mujeres y, por lo tanto, daban la falsa apariencia de ser más cortos que los superiores.

La mayoría llevaba la camiseta y los pantalones cortos, cómodos y prácticos, que usaba Tony. Evidentemente, los diferenciaba el color. Leo había visto pasar un grupo de amarillo que se desplazaba alrededor de un humano normal con uniforme de Galac-Tech, que tenía una pieza de bombeo medio abierta y les explicaba su función y su reparación. Leo pensó en una bandada de canarios, de ardillas voladoras, de monos, de arañas, de lagartos ágiles y despiertos, del tipo de los que se suben a las paredes.

Le daban ganas de gritar, casi de llorar. Y no era por los brazos o por las manos veloces. Justo cuando había llegado a Hidroponía, llegó a analizar el porqué de su intenso malestar. Se dio cuenta de que eran sus rostros lo que tanto le impresionaba. Tenían cara de niños…

Se abrió una puerta con un cartel que decía «Hidroponía D» y Leo pudo ver una antecámara y una gran cámara aireada que tendría unos quince metros de largo. Unas ventanas con filtros del lado del sol y una serie de espejos del lado oscuro llenaban de luz la habitación, donde también había muchas plantas verdes que crecían en unos tubos de cultivo. El aire olía a productos químicos y a vegetación.

Un par de las jóvenes de cuatro brazos, las dos de azul, trabajaba en la antecámara. Había un tubo de cultivo de unos tres metros de largo y las muchachas flotaban a su alrededor, trasplantando pequeños brotes de una caja de germinación a una serie de agujeros dispuestos en espiral a lo largo del tubo. Una planta por agujero. Las fijaban en su lugar con un sellador flexible alrededor de cada tallo tierno. Las raíces crecían hacia dentro y se convertían en una mata embrollada que absorbía la humedad hidropónica nutritiva que subía por el tubo. Las hojas y los tallos saldrían a la luz y, a la larga, darían el fruto que dispondría su destino genético. En este lugar, esos frutos probablemente serían manzanas con antenas, pensó Leo en medio de su histeria, o patatas que te guiñaban un ojo al pasar.

La muchacha de cabello oscuro se detuvo para acomodar un bulto debajo del brazo… La mente de Leo quedó completamente paralizada. El bulto era un bebé.

Un bebé vivo. Por supuesto que estaba vivo. ¿Qué otra cosa se podría esperar? En su interior, Leo se estremeció. Se asomó detrás del torso de su… ¿madre?… para espiar furtivamente a «Leo, el extraño» y se aferró con las cuatro manos a uno de los pechos de la muchacha, como si temiera la competencia. Dio un grito agresivo.

—¡Ay! —La muchacha de cabello oscuro se rió y con una de las manos inferiores soltó los dedos regordetes del bebé, sin dejar de poner el sellador alrededor del tallo con sus manos superiores. Terminó con un chorro de fijador de un tubo que estaba a su lado, fuera del alcance de la criatura.

La muchacha era delgada y parecía un duende. Para los ojos desacostumbrados de Leo, maravillosamente extraña. El cabello corto y fino, le enmarcaba el rostro y caía cubriéndole la nuca. Era tan espeso que a Leo le recordaba la piel de un gato: uno podía tocarlo y sentir su suavidad.

La otra muchacha era rubia y no tenía ningún bebé. Fue la primera que levantó la vista y sonrió.

—Compañía, Claire.

El rostro de la muchacha de cabello oscuro se iluminó de felicidad. Leo se estremeció ante el calor de su mirada.

—¡Tony! —gritó con alegría. Leo descubrió entonces que solamente había recibido una dosis accidental de ese rayo de felicidad, cuando ella pasó junto a él, hacia su verdadero objetivo.

El bebé soltó tres manos y las sacudió fervientemente en el aire.

—¡Ah, ah, ah! —La muchacha se dio la vuelta para saludar a los visitantes—. ¡Ah, ah, ah! —repitió el bebé.

—Bueno, está bien —se sonrió—. Quieres ir a los brazos de papá, ¿no? —La muchacha desenganchó la correa que sujetaba al bebé a su cinturón y lo extendió en sus brazos.

—¿Quieres volar a brazos de papá, Andy? ¿Quieres ir a brazos de papá?

El bebé mostraba entusiasmo ante la propuesta: sacudía las cuatro manos y gritaba con excitación. La madre lo lanzó hacia Tony con mucha más velocidad de la que le hubiera dado Leo. Tony, feliz, lo agarró… Con habilidad, pensó Leo.

—¿A brazos de mamá? —preguntó Tony a su vez. —Ah, ah —respondió el bebé y Tony lo lanzó por el aire, extendiendo sus brazos, y lo hizo girar como si fuera una rueda. El bebé encogió los brazos. Empezó a girar cada vez más rápido y se reía por el éxito de su esfuerzo. Conservación del momento angular, pensó Leo. Naturalmente…

Claire arrojó al bebé a los brazos de su padre una vez más. Resultaba un disparate pensar que ese muchacho rubio podía ser el padre de alguien —y se detuvo frente a Tony, que automáticamente le ofreció su mano—. El hecho de que siguieran cogidos de la mano era claramente algo más que una actitud de enamorados.

—Claire, te presento al señor Graf —dijo Tony. Más que presentarlo, lo estaba exhibiendo, como un premio—. Él será mi profesor de técnicas avanzadas de soldadura. Señor Graf, le presento a Claire y éste es nuestro hijo Andy.

Andy estaba trepando a la cabeza de su padre. Con una mano le agarraba el cabello rubio y con la otra le tocaba la oreja, mientras miraba de reojo a Leo. Tony, con suavidad, rescató la oreja y puso la mano del bebé sobre su camiseta roja.

—Claire fue elegida para ser nuestra primera madre natural —continuó Tony, orgulloso.

—Yo y otras cuatro chicas —le corrigió Claire con modestia.

—También trabajaba en Soldadura y Ensamble pero ya no puede hacer trabajos externos —explicó Tony—. Ha estado en Trabajos Domésticos, en Tecnología de la Nutrición y en Hidroponía desde que nació Andy.

—La doctora Yei dijo que yo era un experimento muy importante para determinar qué tipos de productividad eran los menos comprometidos durante el tiempo que cuidaba a Andy —explicó Claire—. De alguna manera, echo de menos no poder estar fuera. Era emocionante, pero esto también me gusta. Hay más variedad.

¿Galac-Tech reinventa el Trabajo Femenino?, pensó Leo, sorprendido. ¿Estaremos a punto de poner un grupo de Investigación y Desarrollo para trabajar también con aplicaciones del fuego? Pero… claro, era un experimento… Afortunadamente, su rostro no reflejó sus pensamientos.

—Encantado de conocerla, Claire —dijo con seriedad.

Claire dio un codazo a Tony y le hizo un gesto con la cabeza señalando a su compañera rubia, que ya se había acercado para unirse al grupo.

—Oh… y ella es Silver —continuó Tony—. Trabaja en Hidroponía la mayor parte del tiempo.

Silver asintió. Tenía el cabello bastante corto y con ondas de color platino. Leo pensó que tal vez por eso la apodaban así. Tenía el tipo de huesos faciales fuertes, que son angulosos y hasta desgarbados a los trece años, pero que se vuelven tremendamente elegantes a los treinta y cinco. Ahora estaban a mitad de camino en esa transición. Sus ojos azules eran más fríos y menos tímidos que los de Claire, ahora distraída por una nueva demanda de Andy. Claire recogió al bebé y volvió a ajustar su faja de seguridad.

—Buenas tardes, señor Van Atta —dijo Silver.

Hizo una pirueta en el aire. Los ojos parecían pedir a gritos que se fijaran en ella. Leo percibió que tenía las veinte uñas de las manos pintadas de color rosado.

La contestación de Van Atta fue reservada y presumida.

—Buenas tardes, Silver. ¿Cómo va?

—Tenemos otro tubo para plantar después de éste. Terminaremos antes del cambio de turnos —le comunicó Silver.

—Bien, bien —dijo Van Atta jovialmente—. Ah, por favor, no olvides ponerte a la derecha cuando hables con un terrestre, cielo.

Silver cambió de lugar a la indicación de Van Atta. Como la habitación estaba dispuesta radialmente, a la derecha era una simple apreciación céntrica del hombre, pensó Leo.

¿Dónde lo había visto antes?

—Bueno, continuad, chicas.

Van Atta salió de la habitación seguido de Leo. Tony venía detrás de ellos, sin dejar de mirar hacia atrás sobre su hombro.

Andy se había vuelto a concentrar en su madre. Con las manos pequeñitas intentaba abrirle la camiseta que empezaba a mancharse como acto reflejo. Aparentemente, la compañía había decidido no alterar esa parte de la biología antigua. Los dispensadores de leche estaban idealmente preadaptados a la vida en caída libre, después de todo. Había oído que incluso los pañales habían tenido una historia heroica en los primeros viajes espaciales.

Dejó de pensar en esas cosas y siguió caminando detrás de Van Atta, silencioso y pensativo. Había decidido no seguir sacando conclusiones. Intentaba tranquilizarse, no paralizarse. Mientras tanto, una boca cerrada no podía impedir la recepción de información.

Se detuvieron ante la oficina de Van Atta en el Hábitat. Apenas entraron, aquel encendió las luces y la circulación de aire. La oficina olía a cerrado, y Leo supuso que no se utilizaba muy a menudo. El ejecutivo probablemente pasaba la mayor parte del tiempo abajo, en un lugar más cómodo. Un amplio mirador ofrecía una vista espectacular de Rodeo.

—Ascendí un poco en el mundo desde que nos vimos por última vez —dijo Van Atta, mirándole a los ojos. La atmósfera superior en el borde de Rodeo estaba produciendo magníficos efectos luminosos con bellos prismas de luz desde su ángulo de observación—. En muchos sentidos. No me importa devolver el favor. Creo que el hombre que asciende tiene la obligación de recordar cómo llegó allí. Nobleza obliga y todo eso. Van Atta enarcó las cejas, como si invitara a Leo a plegarse a esa satisfacción personal.

Tenía que recordarlo. Y bien. Su memoria seguía en blanco y la situación era cada vez más incómoda. Sonrió y aprovechó la pausa mientras Van Atta activaba la consola de su escritorio para darse la vuelta y observar la habitación, examinando su contenido, como hace la gente educada cuando espera a alguien, Había una pequeña placa en la pared con una leyenda que le llamó la atención y le provocó risa: «Al sexto día, Dios vio que no podía hacer todo, entonces creó a los INGENIEROS».

—A mí también me gusta —comentó Van Atta, que había levantado la vista para ver qué era lo que le había causado gracia a Leo—. Me lo regaló mi exmujer. Fue una de las pocas cosas que esa perra ambiciosa no se llevó cuando nos separamos.

—¿Usted era un…? —Comenzó, pero no llegó a decir la palabra ingeniero. Ya recordaba. No entendía cómo podía haberse olvidado. Había conocido a Van Atta como ingeniero subordinado, no como ejecutivo superior. ¿Este ambicioso elegante era el mismo idiota que había mandado arriba, a la Administración, para sacárselo de encima en el proyecto de la Estación Morita, diez o doce años atrás? El pequeño Bruce. «Brucie baby.» Sí. Oh, cielos.

Van Atta retiró el par de discos de información que la consola había vomitado.

—Usted me inició en esta carrera. Siempre pensé que le daría cierta satisfacción, por haber pasado gran parte de su vida enseñando, ver progresar a uno de sus ex alumnos.

Van Atta ni siquiera era cinco años más joven que Leo. Reprimió una profunda irritación. No era ningún maestro retirado de noventa años, maldición. Era un ingeniero, todavía en activo, y tampoco tenía miedo de ensuciarse las manos trabajando. Su trabajo técnico estaba tan cerca de la perfección como se lo permitía su conciencia inquieta. Su registro de seguridad hablaba por sí solo. Aplacó su furia con un suspiro. ¿No era siempre así? Había visto progresar a decenas de subordinados, a menudo hombres que él mismo había capacitado. Sí. Y seguramente, Van Atta lo quería hacer pasar por una debilidad y no por algo de lo cual sentirse orgulloso.

Van Atta le entregó los discos de información.

—Aquí están su registro y su programa. Vamos, le mostraré parte de los equipos con los que va a trabajar. Galac-Tech tiene dos proyectos en mente para que estos cuadrúmanos del Proyecto Cay empiecen finalmente a producir.

—¿ Cuadrúmanos ?

—Es el apodo oficial.

—¿No es… peyorativo? Van Atta lo miró y luego sonrió. —No. Sin embargo, lo que no hay que decirles en voz alta, es «imitantes». Hay toda una paranoia genética después de ese fiasco militar del proyecto de reproducción clónica Nuovo Brasilian. Todo este proyecto podría haberse llevado a cabo con mucho más éxito en la órbita de la Tierra, pero fue imposible debido a todas esas histerias legales sobre la manipulación de los genes humanos. De todas maneras, veamos los proyectos. Uno consiste en ensamblar naves de Salto en órbita de Orient IV. El otro, construir instalaciones de transferencia en el espacio en algún nexo alejado, más allá de Tau Ceti, llamado Estación Kline. Es un trabajo frío, no hay ningún planeta habitable en el sistema y su sol está carbonizado, pero el espacio local alberga no menos de seis salidas posibles. Potencialmente, es muy rentable. Serán muchas soldaduras en las peores condiciones de caída libre… El interés absorbió la angustia de Leo. Siempre había sido el trabajo en sí, no el pago ni las propinas, lo que lo había esclavizado. ¿El hecho de no importarle el privilegio ejecutivo no significaba quedar permanentemente relegado? Salió de la oficina detrás de Van Atta y volvieron al pasillo, donde Tony seguía esperando pacientemente con el equipaje.

—Supongo que fue el desarrollo de las réplica: uterinas lo que lo hizo posible —opinó Van Atta —mientras Leo acomodaba sus bártulos en su nueva habitación. La cámara no era más que un simple cubículo para dormir. Tenía instalaciones sanitarias privadas y una cama. Leo pensó, con cierta satisfacción, que podría dormir con comodidad y no sufriría de dolor de espalda por la mañana, cuando debía ir a trabajar. El dolor de cabeza era otro problema.

—He oído algo sobre eso —dijo Leo—. Otro invento de Beta Colony, ¿verdad?

Van Atta asintió.

—Hoy en día los mundos externos se están volviendo demasiado inteligentes. La Tierra va a terminar perdiendo su liderazgo si no se actualiza.

Tenía razón, pensó Leo. Sin embargo, la historia de la innovación sugería que era inevitable. Los directivos que habían hecho grandes inversiones de capital en un sistema, naturalmente no estaban dispuestos a echar todo a perder y así era cómo los recién llegados progresaban, para frustración de los ingenieros leales…

—Yo había pensado que el uso de réplicas uterinas se limitaba a emergencias obstétricas.

—En realidad, la única limitación para su uso es el hecho que son terriblemente costosas —respondió Van Atta—. Probablemente, sólo se trate de una cuestión de tiempo, hasta que las mujeres adineradas en todo el mundo comiencen a escaparse de sus obligaciones biológicas y dejen de engendrar hijos en sus vientres. Pero para Galac-Tech, significó que finalmente se pudieron llevar a cabo experimentos de bioingeniería humana, sin la necesidad de utilizar madres para llevar los embriones implantados. Un hábil enfoque de ingeniería bien definido y controlado. Aún mejor, estos cuadrúmanos son unidades completas. Es decir, sus genes provienen de tantas fuentes diferentes que es imposible identificar quiénes son sus padres genéticos. Así nos ahorramos muchas complicaciones legales.

—Seguro que sí —dijo Leo.

—Todo esto era la obsesión del doctor Cay, supongo. Nunca lo conocí, pero debe haber sido uno de esos tipos carismáticos, que se vuelca de lleno a un proyecto con mucha anticipación, antes de cualquier resultado posible. El primer grupo ya cumple veinte años. Los brazos adicionales son la parte más complicada…

—Siempre me hubiera gustado tener cuatro manos en caída libre —murmuró Leo. Intentaba que sus dudas no fueran demasiado evidentes.

—… pero la mayor parte de los cambios tuvieron que ver con la parte metabólica. Nunca tienen problemas motrices (eso se debe a unos cambios en el sistema vestibular) y sus músculos se mantienen a tono con sólo una rutina de ejercicios de apenas quince minutos por día, lo cual está lejos de las horas que usted y yo tenemos que emplear allí abajo. Sus huesos tampoco se deterioran. Incluso son mucho más resistentes a la radiación que los nuestros. La médula espinal y las gónadas pueden absorber una cantidad de rems cuatro o cinco veces mayor que nosotros. Los médicos están investigando para que comiencen a reproducirse antes, mientras todos esos genes siguen siendo primitivos. En definitiva, todo está a nuestro favor. Son trabajadores que nunca piden licencia. Son tan saludables que pueden trabajar sin parar, lo cual reduce los costos de rotación del personal. Y hasta se pueden autorreproducir —comentó con gracia Van Atta.

Leo aseguró la última de sus pertenencias.

—¿Dónde… irán cuando se retiren? —preguntó.

Van Atta se encogió de hombros.

—Supongo que la compañía pensará en algo cuando llegue el momento. Afortunadamente, no es mi problema. Yo ya me habré retirado para ese entonces.

—¿Qué pasa si deciden dimitir, irse a otra parte? Supongamos que alguien les ofrece un sueldo mejor. Galac-Tech no podrá hacer frente a todo el I + D.

—Creo que todavía no ha comprendido la belleza de esta organización. No dimiten. No son empleados. Son equipos de capital. No se les paga en dinero, aunque me gustaría que mi salario fuera igual a lo que Galac-Tech invierte en ellos por año para mantenerlos. Pero eso mejorará cuando el último grupo crezca y se vuelva más autosuficiente. Dejaron de producir nuevos cuadrúmanos hace aproximadamente cinco años, antes de que ese trabajo pasaran a realizarlo ellos mismos.

Van Atta se lamió los labios y enarcó las cejas, como si estuviera disfrutando una broma salaz. Leo no lamentaba no encontrarle la gracia.

Leo dio media vuelta y cruzó los brazos.

—El Sindicato del Espacio creerá que esto es trabajo de esclavo —dijo finalmente.

—El Sindicato le va a dar nombres peores que ése. Su productividad va a parecer enferma —argumentó Van Atta—. No son más que palabras. Estos pequeños chimpancés están tratados con la mayor seguridad. Galac-Tech no podría tratarlos mejor si estuvieran hechos de platino sólido. Usted y yo haremos un buen equipo, Leo.

—Ah —contestó Leo, y no dijo nada más.

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