3

—¡Puaj! —exclamó Andy después de sacar la lengua y escupir una pelota de arroz con leche que Claire acababa de ponerle con una cuchara en la boca. La masa de alimento ejercía aparentemente la misma fascinación que un juguete nuevo, porque lo tomaba con las manos superiores y las inferiores y lo hacía girar—. ¡Eh! —protestó cuando su nuevo satélite se desintegró, en una simple pasta.

—Vamos, Andy —murmuró Claire, frustrada, en tanto le quitaba la comida de las manos y lo limpiaba con una toalla bastante sucia—. Vamos, Andy, tienes que probarlo. La doctora Yei dice que es bueno para ti.

—Tal vez está lleno —dijo Tony con solicitud.

El experimento nutritivo se llevaba a cabo en la habitación que habían dado a Claire después del nacimiento de Andy y que compartía con su bebé. Muchas veces extrañaba a sus antiguas compañeras de cuarto, pero, con pesar, admitía que la compañía había tenido razón. Su popularidad y la fascinación por Andy no habrían sobrevivido a tantas noches de comidas, cambios de pañales, ataques de gases, diarreas y fiebres misteriosas y otras tantas miserias nocturnas infantiles.

Últimamente, también había extrañado a Tony. En las últimas seis semanas, apenas lo había visto. Su nuevo instructor de soldadura lo tenía muy ocupado. El ritmo de vida parecía ser más acelerado en todo el Hábitat. Algunos días casi no había tiempo ni siquiera para respirar.

—Tal vez no le gusta —sugirió Tony—. ¿Ya has intentado mezclarlo con otras sustancias?

—Todo el mundo es un experto —suspiró Claire—. Excepto yo… De todas maneras, ayer comió un poco.

—¿Qué gusto tiene?

—No sé. Nunca lo he probado.

Tony le sacó la cuchara de la mano y la introdujo en el recipiente. Tomó una de las pelotas y se la metió en la boca.

¡Tony! —exclamó Claire, indignada.

¡Puaj! —Tony se atragantó—. Dame una toalla. Ahora entiendo por qué lo escupe. Esto le provoca náuseas.

Claire recuperó la cuchara y flotó hasta la pequeña cocina, donde la introdujo en los agujeros del dispensador de agua y lo enjuagó.

—Gérmenes —dijo, en un tono que acusaba a Tony.

—¡Pruébalo tú!

Ella olió la taza de alimento, como si siguiera dudando.

—Creeré en tu palabra.

Mientras tanto, Andy había capturado su mano inferior con las superiores y se la estaba mordiendo.

—Se supone que todavía no tienes que comer carne —suspiró Claire, al mismo tiempo que lo enderezaba. Andy respiró profundamente, como si se preparara para protestar, pero de pronto se abrió la puerta y apareció un nuevo objeto de interés.

—¿Cómo anda esto, Claire? —preguntó la doctora Yei. Sus piernas, inútiles en caída libre, colgaban de su cadera, relajadas, mientras entraba en la cabina.

El rostro de Claire se iluminó. Le gustaba la doctora Yei, Siempre parecía que las cosas se tranquilizaban cuando ella estaba cerca.

—Andy no quiere comer el arroz con leche. Prefiere el plátano chafado.

—Bueno, en la próxima comida dale harina de avena en lugar de arroz —dijo la doctora Yei. Flotó hacia Andy y extendió la mano. El bebé la tomó con sus manos superiores. La doctora logró soltarse. Entonces Andy se la cogió con las manos inferiores y sonrió—. Su coordinación motriz inferior está progresando. Apuesto a que será como la superior cuando cumpla un año.

—Y ese cuarto diente le salió anteayer —dijo Claire, mientras lo señalaba.

—Así la naturaleza te dice que es hora de que comas arroz con crema —le explicó la doctora al bebé, con una seriedad fingida. Andy se aferró a su brazo y fijó la mirada en sus pendientes de oro. Se había olvidado por completo de la comida—. No te preocupes demasiado, Claire. Siempre existe esta tendencia a querer apurar las cosas con el primer hijo, como si uno quisiera asegurarse de que puede hacerlo todo. Será más tranquilo con el segundo. Te garantizo que todos los bebés comen el arroz con leche antes de los veinte años, hagas lo que hagas.

Claire se rió. En el fondo, se sintió tranquilizada.

—Es sólo que el señor Van Atta me estuvo preguntando sobre el progreso de Andy.

La doctora Yei frunció los labios, como si estuviera escondiendo una sonrisa. —Entiendo.

Defendió su pendiente del resuelto ataque de Andy, poniéndolo fuera de su alcance. En el aire, un paroxismo frustrado de movimientos natatorios lo hizo girar. Abrió la boca para protestar. La doctora Yei inmediatamente lo ayudó, pero ganó tiempo y extendió solamente las yemas de la mano.

Andy volvió a dirigirse al pendiente, con una mano sobre la otra.

—Sí, bebé, cógelo —lo alentó Tony. —Bueno —la doctora Yei se dirigió a Claire—, en realidad he pasado por aquí para daros buenas noticias. La compañía está tan contenta por cómo han salido las cosas con Andy que han decidido adelantar la fecha de tu segundo embarazo.

Detrás de la doctora Yei, el rostro de Tony irradiaba felicidad. Sus manos superiores se agitaban en señal de victoria. Claire intentó hacerle señas para que se calmara, pero no pudo evitar reírse.

—¡Fantástico! —exclamó Claire, llena de satisfacción. De manera que la compañía pensaba que lo estaba haciendo bien. Había tenido días de angustia, en los que pensaba que nadie reconocería el esfuerzo que estaba haciendo—. ¿Cuándo sería?

—Tú sabes que no tienes los ciclos mensuales porque estás criando a Andy. Mañana por la mañana tienes una entrevista con el doctor Minchenko en la enfermería. El te dará una medicina para que te vuelvan los ciclos. Puedes comenzar a intentarlo en el segundo ciclo.

—¡Oh, Dios! Tan pronto. —Claire hizo una pausa y observó al pequeño Andy mientras recordaba cómo, el primer embarazo le había consumido todas las energías—. Creo que podré hacerlo, pero, ¿qué pasa con esa diferencia ideal de veintisiete meses de la que hablabas?

La doctora Yei eligió cuidadosamente las palabras.

—Existe una tendencia en todo el Proyecto a aumentar la productividad. En todas las áreas.

La doctora Yei, siempre directa, según la experiencia de Claire, sonreía ahora con cierta falsedad. Miró a Tony, que flotaba en el aire, y frunció los labios.

—Me alegra que estés aquí, Tony, porque tengo buenas noticias también para ti. Tu instructor de soldadura, el señor Graf, te ha calificado como el mejor de su clase. Así que has sido elegido como capataz de un grupo que saldrá a realizar el primer contrato que Galac-Tech delegó al Proyecto Cay. Tú y tus compañeros seréis embarcados aproximadamente dentro de un mes hacia un lugar llamado Estación Kline. Está en el extremo opuesto del nexo, detrás de la Tierra. Es un viaje largo, de manera que el señor Graf ha decidido ir también en el viaje para completar la preparación en ruta, además de ser supervisor de ingenieros.

Tony se agitó a través de la habitación, lleno de emoción.

—¡Por fin! Trabajo real. Pero… —Hizo una pausa, sorprendido. Claire, que ya había pensado lo mismo, sintió que el rostro se le convertía en una máscara—. Pero ¿cómo se supone que Claire quedará embarazada el mes próximo si yo estoy fuera en alguna misión?

—El doctor Minchenko congelará un par de muestras de esperma antes de que te vayas —sugirió Claire—. ¿No es cierto?

—Bueno —dijo la doctora Yei—. En realidad, ésos í no eran los planes. Se ha programado que el padre de tu próximo bebé sea Rudy, de Instalaciones de Microsistemas.

—¡Oh, no! —exclamó Claire. La doctora Yei estudió sus rostros y frunció la boca, con un gesto adusto.

—Rudy es un buen muchacho. Le dolerá esta reacción, estoy segura. Claire, esto no puede cogerte por sorpresa, después de todas nuestras charlas.

—Sí, pero… esperaba que, como Tony y yo nos llevábamos tan bien, nos permitirían… Estaba a punto de pedírselo al doctor Cay.

—Ya no está entre nosotros —suspiró la doctora Yei—. De forma que habéis estado juntos y os sentís como pareja. Os previne que no lo hicierais, ¿o no?

Claire bajó la cabeza. Ahora era Tony el que había perdido toda expresión de felicidad.

—Claire, Tony, sé que esto es difícil. Pero vosotros, en las primeras generaciones, tenéis una responsabilidad especial. Sois el primer paso en un plan muy detallado a largo plazo de Galac-Tech, que llevará varias generaciones. Vuestras acciones tienen un efecto multiplicador fuera de toda proporción. Mirad, esto no es, de ninguna manera, el fin del mundo para vosotros. Es muy probable que volváis a estar juntos alguna vez. Claire tiene programada una larga carrera reproductiva. Y tú, Tony, eres el mejor. Galac-Tech tampoco va a desperdiciarte. Habrá otras chicas…

—No quiero otras chicas —dijo Tony con firmeza—. Sólo a Claire.

La doctora Yei hizo una pausa y continuó.

—No tendría que decirte esto todavía, pero te han asignado a Sinda, de Nutrición. Siempre pensé que era una joven extraordinariamente bonita.

—Se ríe como una sierra.

La doctora Yei suspiró con impaciencia.

—Bueno, lo discutiremos más tarde. Cuando llegue el momento. Ahora tengo que hablar con Claire.

Lo empujó hacia la puerta y cerró con llave, sin prestar atención a sus objeciones.

Se dirigió a Claire y la miró con cierto enojo.

—Claire, ¿habéis tenido relaciones sexuales después de quedarte embarazada?

—El doctor Minchenko dijo que no afectaría al bebé.

—¿Él lo sabía?

—No sé… Sólo se lo pregunté de una manera general. —Claire estudiaba sus manos, con culpabilidad—. ¿Esperabais que no tuviéramos más relaciones?

—Por supuesto.

—Nunca nos lo dijisteis.

—Vosotros tampoco lo preguntasteis. Por cierto, fuisteis lo suficientemente cuidadosos para no sacar el tema, ahora que pienso en ello… ¿Cómo pude ser tan ciega?

—Pero los terrestres lo hacen todo el tiempo —se defendió Claire.

—¿Cómo sabes lo que hacen los terrestres?

—Silver dice que el señor Van Atta… —Claire enmudeció de golpe.

La doctora Yei agudizó su atención, realmente incómoda.

—¿Qué es lo que sabes de Silver y el señor Van Atta?

—Bueno… creo que todo. Quiero decir, todos queríamos saber cómo lo hacían los terrestres. —Claire hizo una pausa—. Los terrestres son extraños — agregó.

Después de un instante paralizado, la doctora Yei escondió la cara entre las manos y no pudo evitar sonreír entre dientes.

—Así que Silver os ha estado proporcionando información detallada. — Bueno, sí.

Claire observó a la psicóloga con verdadera fascinación.

La doctora Yei contuvo su sonrisa. Tenía un brillo extraño en los ojos, en parte porque le causaba gracia, en parte porque le irritaba.

—Supongo… supongo que es mejor que le digas a Tony que no comente nada. Me temo que al señor Van Atta no le gustaría darse cuenta que sus actividades personales tienen un público de segunda mano. —Muy bien —acordó Claire, como si dudara—. Pero… vosotros siempre queríais saber todo sobre Tony y yo.

—Es diferente. Queríamos ayudaros.

—Bueno, nosotros y Silver queríamos ayudarnos entre nosotros.

—Se supone que no tenéis que ayudaros entre vosotros. —El tono de crítica de la doctora Yei estaba disimulado detrás de su sonrisa reprimida—. Se supone que tenéis que esperar a que os sirvan —agregó—. Por cierto, ¿cuántos de vosotros conocéis la información de Silver? Sólo tú y Tony, ¿cierto?

—Bueno, mis compañeras de dormitorio también. Yo llevo a Andy allí en mis horas libres y jugamos con él. Antes dormía frente a Silver hasta que me mudé. Ella es mi mejor amiga. Silver es tan… tan valiente. Hace cosas que yo nunca me atrevería a hacer. —Claire suspiró con cierta envidia.

—Ocho chicas —murmuró Yei—. ¡Oh, dios Krishna! No quiero pensar que alguna se haya visto inspirada para la emulación.

Claire, sin ninguna intención de mentir, no dijo nada. No fue necesario. La psicóloga lo supo con sólo mirarla.

Yei dio una vuelta indecisa en el aire.

—Tengo que hablar con Silver. Debería haberlo hecho cuando lo sospeché por primera vez, pero pensé que el tipo sería lo suficientemente sensato como para no contaminar el experimento. Mira, Claire, quiero seguir hablando contigo sobre tu nueva asignación. Estoy aquí para intentar hacer las cosas de la manera más fácil posible. Sabes que te ayudaré, ¿no es cierto? Volveré contigo tan pronto como pueda.

Yei desprendió a Andy de su cuello, donde el bebé estaba saboreando el pendiente, y se lo devolvió a Claire. Mientras salía del cuarto, murmuraba algo sobre «contener el daño…».

Una vez sola, Claire se aferró al bebé. Su incertidumbre se había convertido en una placa de metal clavada en el corazón. Se había esmerado tanto por ser buena…

Leo miró con aprobación la luz intensa y las densas sombras del vacío, mientras dos de sus alumnos con trajes espaciales colocaban con precisión el anillo de sujeción en el extremo del tubo flexible. Las ocho manos de los dos hombres facilitaban la tarea.

—Ahora, Pramod, Bobbi, traed el soldador y el grabador y ponedlos en posición de encendido. Julián, pon en funcionamiento el programa de alienación por láser óptico.

Una docena de figuras de cuatro manos, con los nombres y los números impresos en la parte frontal de sus cascos y en la espalda de sus uniformes plateados, fluctuaban buscando un buen punto de observación. —Ahora, en estas soldaduras de penetración parcial de alta densidad y energía —el audio de los trajes espaciales captaba la explicación de Leo—, el haz de electrones no debe llegar a un estado permanente de penetración. Este haz puede perforar hasta medio metro de acero. Si pasara algo así, digamos que la nave de presión nuclear o la cámara de propulsión pueden perder su integridad estructural. Por ejemplo, el pulsor que Pramod está controlando en este momento —dijo Leo en un tono que alertó a Pramod e hizo que revisara rápidamente la lectura del sistema en su máquina—, utiliza la oscilación natural del punto de impacto del haz dentro de la cavidad de soldadura para fijar una secuencia de impulsos que mantenga su frecuencia, eliminando el problema de perforación. Siempre es necesario controlar dos veces esta función antes de comenzar.

El anillo de sujeción estaba firmemente soldado a su tubo flexible, tarea supervisada por la vista, el medidor holográfico, la corriente parásita de Foucault, el estudio y la comparación del registro de la emisión simultánea de rayos X y la prueba clásica de «golpear y sacudir». Leo se preparó para llevar a sus alumnos hacia la siguiente tarea.

—¡Tony, si traes el soldador, PRIMERO APÁGALO! —El grito de Leo retumbó en los auriculares de todos. Intentó modular la voz.

El haz estaba, en efecto, apagado, pero los controles no. Un movimiento accidental mientras Tony movía la máquina y… Leo trazó la hendidura hipotética en el ala cercana del Hábitat y se estremeció.

—Piensa con la cabeza, Tony. Una vez vi cómo un hombre partía en dos a uno de sus amigos por un descuido.

—Lo siento… Pensé que ahorraría tiempo… Lo lamento… —tartamudeó Tony.

—Sabes hacerlo mejor. —Leo se había calmado y su corazón recuperó el ritmo—. En este espacio, ese haz no se detendría hasta tocar la tercera luna o cualquier cosa que encontrara por el camino. —Estuvo a punto de continuar, pero se detuvo. No, no a través del canal de comunicación pública. Más adelante.

Más tarde, cuando los alumnos se quitaban los uniformes en el vestuario, siempre riendo y bromeando mientras los limpiaban y guardaban, Leo se acercó a Tony, que estaba silencioso y pálido. Seguro que no le he ladrado tanto, pensó Leo para sí. No suponía que fuera tan sensible…

—Cuando termines, quiero verte —le dijo Leo con tranquilidad.

—Sí, señor —respondió Tony, con tono de culpa.

Después de que sus compañeros se hubieran retirado, ansiosos por ir a comer, Tony quedó suspendido en el aire, con los dos pares de brazos cruzados sobre el cuerpo a modo de protección. Leo se acercó y le habló en un tono grave.

—¿En qué pensabas allí afuera hoy?

—Lo siento, señor. No volverá a pasar.

—Ha estado pasando toda la semana. ¿Tienes algún problema, muchacho?

Tony sacudió la cabeza.

—Nada… nada que tenga que ver con usted, señor.

Lo que había querido decir era que no tenía nada que ver con el trabajo, interpretó Leo. Muy bien, entonces.

—Si te está desconcentrando en tu trabajo, sí tiene que ver conmigo. ¿Quieres hablar sobre ello? ¿Tienes problemas con tu mujer? ¿El pequeño Andy está bien? ¿Te has peleado con alguien?

Los ojos azules de Tony buscaron el rostro de Leo con incertidumbre, pero volvió a inhibirse.

—No, señor.

—¿Estás preocupado por tener que salir por ese contrato? Supongo que es la primera vez que te alejas de tu hogar y de tu familia.

—No es eso —negó Tony. Hizo una pausa y volvió a mirar a Leo—. Señor, ¿hay muchas otras compañías allí fuera además de la nuestra?

—No muchas que hagan trabajos interestelares complejos —contestó Leo, un tanto sorprendido por el nuevo giro de la conversación—. Somos los más grandes, por supuesto, aunque hay una media docena de compañías que pueden representar una verdadera competencia para nosotros. En sistemas altamente poblados, como es el caso de Tau Ceti, Escobar, Orient y por supuesto la Tierra, existen siempre muchas compañías pequeñas que operan a menor escala. Están superespecializadas o son grupos empresariales. Los mundos espaciales cada vez son más fuertes.

—De manera que… si alguna vez usted se va de Galac-Tech, podría obtener otro empleo en el espacio. —Seguramente. Ya he tenido ofertas, pero nuestra compañía hace la mayor parte del trabajo que quiero hacer, así que no hay ninguna razón para que me vaya. Y además, tengo muchos años de antigüedad aquí y si me voy, los perdería. Es muy probable que me quede en Galac-Tech hasta que me jubile, si es que no muero con las botas puestas. Probablemente de un ataque al corazón producido por ver que uno de mis alumnos intenta matarse accidentalmente, pensó Leo, sin decirlo en voz alta. Tony ya parecía estar bastante castigado. Aunque todavía abstraído. —Señor… hábleme del dinero. —¿Dinero? — Leo levantó las cejas—. ¿Qué puedo decir? Es la sustancia de la vida.

—Yo nunca lo he visto. Tengo entendido que existen unos marcadores de valores codificados, que facilitan el comercio y sirven para llevar las cuentas. — Correcto.

—¿Cómo lo consigue?

—Bueno, la mayoría de la gente trabaja para ganárselo. Lo que hace es negociar su trabajo para obtenerlo. O si son propietarios, fabrican o plantan algo, pueden venderlo. Yo trabajo.

—¿Y Galac-Tech le da dinero?

—Sí, claro.

—Si yo lo pidiera, ¿la compañía me lo daría? —Bueno… —Leo era consciente de que estaba entrando en terreno resbaladizo. Era mejor que su opinión sobre el Proyecto Cay siguiera como hasta entonces, mientras estuviera bajo su techo. Su trabajo consistía en enseñar procedimientos de soldadura seguros, no en fomentar demandas salariales o cualquier otra cosa hacia donde llevara esa conversación—. ¿En qué lo gastarías aquí arriba? Galac-Tech te da todo lo que necesitas. Ahora bien, cuando estoy abajo o no estoy en las instalaciones de la compañía, tengo que comprarme la comida, la ropa, tengo que viajar y otras tantas cosas. Además —Leo buscaba un argumento menos específico—, hasta ahora, en realidad no has hecho ningún trabajo para Galac-Tech y la compañía, en cambio, ha hecho mucho por ti. Espera a salir en un contrato y hacer una producción real. Luego, tal vez sería el momento de hablar de dinero. —Leo sonrió. Se sentía hipócrita, pero al menos leal.

—¡Ah! —Tony parecía esconder alguna desilusión secreta. Sus ojos azules volvieron a mirar a Leo—. Cuando una de las naves de Salto de la compañía sale de Rodeo, ¿a dónde va?

—Depende de dónde la necesiten, supongo. Algunas van directamente a la Tierra. Si hay una carga o pasajeros que van a destinos diferentes, la primera parada es, en general, la Estación Orient.

—Galac-Tech no es la dueña de la Estación Orient, ¿verdad?

—No, es propiedad del gobierno de Orient IV. Aunque Galac-Tech explota una buena parte.

—¿Cuánto se tarda en llegar a la Estación Orient desde Rodeo?

—Alrededor de una semana. Probablemente tengas que parar allí pronto, aunque sólo sea para recoger equipos y suministros adicionales, cuando te envíen en tu primer contrato de construcción.

Ahora el muchacho parecía abrirse un poco, quizá porque pensaba en su primer viaje interestelar. Mejor así. Leo se sintió aliviado.

—Estaré esperando ansiosamente ese momento, señor.

—Muy bien. Si mientras no te cortas un pie, bueno, una mano.

Tony inclinó la cabeza y sonrió.

—Trataré de no hacerlo, señor.

¿Qué significaba todo eso?, se preguntaba Leo, mientras observaba a Tony salir por la puerta. Seguramente el muchacho no estaría pensando en intentar independizarse, ¿o sí? Tony no tenía ni la menor idea de lo curioso que podría parecer fuera de su Hábitat familiar. Si tan sólo pudiera abrirse un poco más…

Se estremeció ante la sola idea de enfrentarse a él. Todos los integrantes del equipo del Hábitat parecían sentirse con el derecho de invadir los pensamientos de los cuadrúmanos. Ninguna de sus habitaciones podía cerrarse con llave. Tenían la misma intimidad que las hormigas debajo de un vidrio.

Trató de deshacerse de estos pensamientos críticos, pero no logró desprenderse de su incomodidad. Toda su vida había depositado la fe en su propia integridad técnica. Si seguía esa estrella, sus pies no tropezarían. Se había convertido en una costumbre natural. Había incorporado esa integridad técnica a su enseñanza al grupo de trabajo de Tony de forma casi automática. Y, sin embargo, esta vez parecía no ser suficiente. Era como haber memorizado la respuesta y descubrir que le habían cambiado la pregunta.

Pero, ¿qué otra cosa podían exigirle? ¿Qué más podían esperar que diera? Después de todo, ¿qué podía hacer un hombre?

Un espasmo de miedo le hizo pestañear. Las estrellas filosas se desintegraban, mientras la sombra amenazadora del dilema oscurecía el horizonte de su conciencia. Mas…

Se estremeció y dio la espalda a la inmensidad. Seguramente podía absorber a un hombre.

Ti, el copiloto de la lanzadera de carga, tenía los ojos cerrados. Tal vez es lo natural en estos momentos, pensó Silver, mientras le estudiaba el rostro a unos diez centímetros. A esa distancia, sus ojos no podían superponer las imágenes estereoscópicas, de manera que veía dos caras. Si miraba bien, podía hacer que el tipo tuviera tres ojos. Los hombres eran verdaderamente extraños. Sin embargo, los contactos metálicos implantados en la frente y las sienes no producían ese efecto de extrañeza. Parecían mis un adorno o un distintivo de rango. Silver cerró un ojo, luego el otro. Parecía que la cara del copiloto se moviera hacia atrás y hacia adelante en su visión.

Ti abrió los ojos un instante y Silver se puso inmediatamente en acción. Sonrió, entrecerró los ojos y adoptó el ritmo de sus caderas.

—¡Ooooh! —murmuró, tal y como Van Atta le había enseñado. Quiero oír una respuesta, cariño, le decía Van Atta, y entonces ella comenzaba a hacer la colección de ruidos que parecían complacerlo. También funcionaron con el piloto cuando se acordó de hacerlos.

Ti cerró los ojos y abrió la boca cuando la respiración se hizo más rápida. El rostro de Silver se relajó una vez más, agradecida por la intimidad. De todas maneras, la mirada de Ti no la hacía sentir tan incómoda como la de Van Atta, que siempre parecía sugerir que debía hacer algo más o diferente.

El piloto tenía la frente perlada de sudor. Un rizo de cabello castaño le caía sobre el contacto brillante. Mutante mecánico, mutante biológico, igualmente tocados por tecnologías diferentes. Tal vez ésa era la razón por la que Ti se había acercado a ella, porque también era un hombre extraño. Dos engendros juntos. Por otra parte, tal vez era porque el piloto de la nave de Salto no era demasiado exigente.

Ti se estremeció, respiró convulsivamente, la apretó contra su cuerpo. En realidad, parecía bastante vulnerable. El señor Van Atta nunca parecía vulnerable en ese instante. Silver, en realidad, no estaba segura de lo que parecía y lo que no.

¿Qué es lo que siente que yo no?, se preguntó Silver. ¿Qué me pasa? Tal vez era frígida, como la había acusado una vez Van Atta. Frígida, una palabra desagradable que le recordaba a maquinaria y los depósitos de basura fuera del Hábitat. Por eso había aprendido a hacer ruidos para complacerlo, a moverse con placer, a relajarse, como él le había enseñado.

Silver recordó que tenía otra razón para mantener los ojos abiertos. Miró detrás de la cabeza del piloto. La ventana de observación de la cabina de control oscurecida, donde ellos se encontraban, daba al compartimento de carga. El área entre la cabina de control del compartimento y la entrada a la escotilla de la lanzadera de carga estaba levemente iluminada y sin movimiento.

De prisa, Tony, diantre, pensó Silver, preocupada. No puedo mantener a este tipo ocupado todo el turno.

—¡Uf! —exclamó Ti, al salir de su trance, abrir los ojos y sonreír—. Cuando os diseñaron para caída libre, pensaron en todo. —El piloto se soltó de los omóplatos de Silver y le acarició la espalda, las caderas y los brazos inferiores, para terminar con una palmada en las manos que apretaban sus musculosas caderas—. Realmente funcional.

—¿Cómo hacen los terrestres para no soltarse? —preguntó Silver, con curiosidad, sacando ventaja del hecho de haberse encontrado con un experto en la materia.

Ti se sonrió.

—La gravedad nos mantiene juntos.

—¡Qué curioso! Siempre pensé que la gravedad era algo contra lo que se tenía que luchar todo el tiempo.

—No, solamente la mitad del tiempo. La otra mitad, trabaja para ti —le dijo, tranquilizándola.

El piloto se separó de su cuerpo con cierta gracia. Tal vez estaba poniendo en práctica toda su experiencia como piloto. La besó en la garganta.

—¡Encantadora!

Silver se ruborizó y agradeció que el lugar estuviera poco iluminado. Ti pasó a concentrarse en su aseo. Un pequeño soplido y el condón impregnado de espermicida desaparecería por la salida de desperdicios. Silver tuvo que contener un leve lamento. Era una lástima que Ti no fuera uno de ellos. También era una lástima estar tan alejada de las que estaban programadas para ser madres. Una lástima…

—¿Le preguntaste a tu compañero, el médico, si realmente los necesitamos? —Ti le preguntó.

—No pude preguntárselo al doctor Minchenko directamente —contestó Silver —. Pero supongo que piensa que cualquier concepción entre un terrestre y uno de nosotros abortaría espontáneamente. Pero nadie lo sabe con seguridad. También podría salir un bebé con extremidades inferiores que no fueran ni brazos ni piernas, sino algo intermedio. (Y probablemente, no me dejarían tenerlo,) De todas formas, nos ahorra el tener que limpiar los fluidos por toda la habitación con una aspiradora manual.

—Es cierto. Bueno, de hecho, todavía no estoy preparado para ser papá.

Es incomprensible, pensó Silver, para un hombre de su edad. Debe de tener por lo menos veinticinco años. Mucho mayor que Tony, que era uno de los más viejos entre todos ellos. Silver tuvo cuidado de flotar de forma que el piloto quedara de espaldas a la ventana. Vamos, Tony, si piensas hacerlo que sea ya…

El viento frío de los ventiladores le puso la piel de gallina y se estremeció.

—¿Tienes frío? —le preguntó Ti y le frotó los brazos para darle calor. Luego le acercó la camisa y los pantalones cortos azules del otro lado de la habitación, donde ella los había dejado. Silver se vistió rápidamente, al igual que él, y Silver observó, fascinada, cómo se ponía los zapatos. Esas cosas tan pesadas y rígidas. Pero los pies tampoco eran flexibles. Le recordaban mazos. Esperaba que supiera cómo dominarlos en el aire.

Ti, sonriente, desenganchó su maletín del estante en la pared, donde lo había puesto cuando se habían refugiado en la cabina de control, media hora antes.

—Tengo algo.

Silver saltó de alegría y juntó las cuatro manos.

—¡Oh! ¿Has conseguido más discolibros de esa mujer?

—Sí, aquí tienes —Ti sacó unos cuadrados de plástico del maletín—. Tres títulos nuevos.

Silver se abalanzó sobre ellos y leyó las solapas con ansiedad. Novelas ilustradas Arco Iris: La Locura del señor Randan, Amor en el Mirador, El señor Randan y la Novia Comprada, todos de Valeria Virga.

—¡Maravilloso!

Rodeó el cuello de Ti con su brazo superior derecho y le dio un beso espontáneo y vigoroso.

El sacudió la cabeza, fingiendo desesperación.

—No sé cómo puedes leer esa bazofia. No obstante, creo que la autora es, en realidad, un colectivo.

Es fabulosa —Silver defendió con indignación su literatura favorita—. Está tan, tan llena de color, de lugares y tiempos extraños… Muchos transcurren en el viejo planeta Tierra, en esos tiempos en que todos vivían abajo. Es sorprendente. La gente estaba rodeada de animales. Esas criaturas enormes llamadas caballos los llevaban sobre sus espaldas. Supongo que la gravedad cansaba a la gente. Y esa gente rica, como los ejecutivos de las compañías, los «señores» o «excelencias», vivían en casas fantásticas, pegadas a la superficie del planeta. Y no había nada de esto en la historia que nos enseñaron. —Su voz denotaba cierta indignación.

—Pero esto no es historia —objetó Ti—. Es ficción.

—Tampoco se parece a la ficción que nos dan aquí. Eso está bien para los niños. A mí me encantaba El Pequeño Compresor que Podía… Hacíamos que la niñera nos lo leyera una y otra vez. Y la serie Bobby BX-99 también era linda… Bobby BX-99 Resuelve el Misterio del Exceso de Humedad… Bobby BX-99 y el Virus de los Planetas… Fue entonces cuando solicité especializarme en Hidroponía. Pero los terrestres son mucho más interesantes. Es tan… tan… cuando leo esto. —Se aferró a los cuadrados de plástico—. Es como si esto fuera real y yo no —suspiró profundamente Silver.

Aunque tal vez el señor Van Atta se parecía un poco al señor Randan… elevada jerarquía, autoritario, genio vivo… Silver se preguntaba por qué el mal carácter en el señor Randan siempre le parecía tan emocionante y atractivo, tan fascinante. Se le revolvía el estómago cada vez que el señor Van Atta se enfadaba. Tal vez las mujeres terrestres eran más valerosas.

Ti se encogió de hombros, divertido y a la vez sorprendido.

—Supongo que te sienta bien. No veo que haya ningún daño. Pero esta vez te he traído algo mejor… —Volvió a hurgar en su maleta de viaje y sacó una prenda de tela color marfil, con ribetes de satén—. Creo que podrías usar perfectamente una blusa de mujer. Tiene un motivo de flores y como estás en Hidroponía, pensé que te gustaría.

—¡Oh! Las heroínas de Valeria Virga se sentirían muy cómodas con esta blusas. —Silver extendió la mano como para cogerla, pero se retuvo—. Pero… pero no puedo aceptarla.

—¿Por qué no? Aceptas los libros. No es tan cara.

Silver, que comenzaba a tener una idea de cómo funcionaba la cuestión del dinero gracias a sus lecturas, sacudió la cabeza.

—No es por eso. Es que, bueno… ya sabes, no creo que la doctora Yei esté de acuerdo con nuestros encuentros. Ni tampoco otras personas. —En realidad, Silver estaba segura de que la palabra «desaprobación» definiría las consecuencias si se descubrían sus transacciones secretas con Ti.

—¡Mojigatos! —protestó Ti—. No vas a empezar a dejar que te digan lo que tienes que hacer, ¿no es cierto? —Su enojo también traslucía cierta ansiedad.

—Tampoco voy a comenzar a decirles lo que ya estoy haciendo —señaló Silver—. ¿Y tú?

—Claro que no. —Ti sacudió las manos en una negación absoluta.

—Así que estamos de acuerdo. Desgraciadamente —señaló la blusa con pesar—, esto es algo que no puedo esconder. No podría usarla sin que alguien me preguntara de dónde la había sacado.

—Sí —dijo el piloto, en un tono que podía esconder la aceptación de un hecho irrevocable—. Sí, supongo que tendría que haberlo pensado antes eso. ¿Crees que la puedes esconder durante un tiempo? He tenido mis permisos en Rodeo porque los tipos con antigüedad han cogido los viajes a Orient IV. Pronto recibiré las calificaciones del comandante de mi lanzadera y volveré a la categoría de piloto de Salto en sólo unos pocos ciclos, —Tampoco la puedo compartir —dijo Silver—. Lo bueno que tienen los libros y los vídeos, además de ser pequeños y fáciles de esconder, es que pueden pasarse por todo el grupo sin que se gasten. Nadie queda relegado. Así tengo facilidades cuando quiero tener un poco de tiempo para mí. —Con un movimiento de la mano indicó la intimidad que estaban disfrutando en ese momento.

—Bueno —dijo Ti. Hizo una pausa—. No sabía que los prestabas.

—¿No compartir? —le dijo Silver—. Eso estaría muy mal.

Lo miró y le devolvió la blusa, rápidamente, antes de sentirse tentada. Estuvo a punto de seguir explicando, pero luego lo pensó mejor.

Era mejor que Ti no supiera sobre la conmoción que hubo cuando uno de los libros, que un lector había olvidado accidentalmente, había caído en manos de uno de los terrestres que integraban el equipo del Hábitat y se lo había entregado a la doctora Yei. Alertados, habían logrado esconder el resto del material de contrabando, pero la intensidad de la búsqueda había hecho que Silver fuera más prudente y que tomara conciencia de lo serio que era su delito ante los ojos de las autoridades. Hubo dos inspecciones sorpresa más desde entonces, pero no se descubrieron más libros.

El mismo señor Van Atta la había llamado —a ella— y le había instado a hacer un trabajo de espionaje entre sus compañeros. Había comenzado a confesar, pero se detuvo justo a tiempo. La furia de Van Atta le causó mucho miedo. «Voy a crucificar a ese maldito cuando le ponga las manos encima», había dicho Van Atta. Tal vez el señor Van Atta y la doctora Yei y todo su personal juntos no le causarían tanto miedo a Ti, pero no podía arriesgarse a perder su única fuente de placeres terrestres. Ti, por lo menos, estaba dispuesto a compensar lo que era, en efecto, el trabajo de Silver, el único bien invisible que no constaba en ningún inventario. Quién sabe si otro piloto querría cualquier tipo de cosas mucho más difíciles de sacar del Hábitat.

Un momento largamente esperado en el área de carga llamó la atención de Silver. Y tú pensabas que corrías riesgos por unos cuantos libros, pensó Silver. Esperad a que esa mierda se aleje…

—No obstante, gracias —dijo Silver, con prisas, y le dio a Ti un beso de agradecimiento. Él cerró los ojos, un reflejo maravilloso, y Silver aprovechó para mirar por la ventana de la cabina de control. Tony, Claire y Andy acababan de desaparecer por la escotilla de la lanzadera en el tubo flexible.

Por fin, pensó Silver. He hecho todo lo que podía, el resto depende de vosotros. Buena suerte. Ojalá yo también pudiera irme.

—¡Uf! Mira qué hora es. —Ti rompió el abrazo—. Tengo que terminar esta lista antes de que vuelva el capitán Durrance. Creo que tienes razón sobre lo de la blusa —dijo, mientras la volvía a guardar en su maleta de viaje—.¿Qué quieres que te traiga la próxima vez?

—Siggy, de Mantenimiento de Sistemas Aéreos, me preguntó si había más películas de la serie Ninja de las Estrellas Gemelas —dijo Silver—. Va por la número siete, pero le faltan los números cuatro y cinco.

—Bueno —dijo Ti—, eso sí que es entretenimiento decente. ¿Tú las has visto?

—Sí —Silver frunció la nariz—, pero no creo que… Ahí la gente se hace cosas tan horribles entre sí… Es ficción, ¿verdad? —Sí, claro. —Es un alivio.

—Sí, pero, ¿qué es lo que quieres para ti? —insistió—. No me voy a arriesgar a una reprimenda por satisfacer a Siggy. Siggy no tiene —suspiró Ti al recordar— esas adorables caderas que tienes tú. —Más de éstos, por favor, señor. —Si esta basura te gusta —tomó sus manos, una por una, y las besó—, es la basura que tendrás. Ahí viene mi capitán. —Se ajustó el uniforme de piloto de lanzadera, encendió la luz y recogió su panel de informes mientras se abría una puerta hermética, en el extremo opuesto de la bahía de carga—. Odia que lo asignen con pilotos jóvenes. Renacuajos, nos llama. Creo que está incómodo porque en mi nave de Salto, tendría más rango que él. De todas maneras, es mejor no darle la oportunidad a este tipo de que descubra nada…

Silver hizo desaparecer los libros en su bolsa de trabajo y adoptó la pose de un observador ocioso cuando el capitán Durrance, el comandante de la lanzadera, entró a la cabina de control.

—Date prisa. Ti, hemos recibido un cambio de itinerario —dijo el capitán Durrance.

—Sí, señor. ¿Qué sucede?

—Nos quieren en el planeta.

—¡Mierda! ¡Qué lastima! Tenía una cita… —miró a Silver—, tenía una cita con un amigo esta noche en la Estación de Transferencia.

—Muy bien —dijo el capitán Durrance, irónicamente—. Haz una queja ante Relaciones Laborales. Diles que tu programa de trabajo está interfiriendo con tu vida amorosa. Tal vez puedan hacer algo para que no tengas programa de trabajo.

Ti se apresuró a continuar con sus obligaciones cuando llegó un técnico del Hábitat para hacerse cargo de la cabina de control del dique de carga.

Silver se escondió en un rincón, paralizada de miedo y de confusión. En la Estación de Transferencia, Tony y Claire habían planeado partir en una nave de Salto en dirección a Orient IV, salir del alcance de Galac-Tech, encontrar trabajo cuando llegaran allí. Para Silver, era un plan extremadamente arriesgado, producto de su desesperación. Claire había estado aterrada, pero el plan de Tony, con todas las etapas cuidadosamente pensadas, finalmente la había persuadido. Por lo menos, las primeras etapas habían sido cuidadosamente pensadas. Parecían ser más vagas a medida que se alejaban de Rodeo y de su hogar. En ninguna de las versiones, habían planeado descender al planeta.

Tony y Claire seguramente ya se habrían escondido en el compartimento de carga de la lanzadera. Silver no tenía manera de advertirles… ¿Debería traicionarles para salvarlos? Seguramente la conmoción que eso produciría sería muy desagradable. Su desesperación la envolvía como si fuera una banda de acero alrededor del pecho, que le cortaba la respiración y le impedía hablar.

Llegó a ver por la pantalla de la cabina de control, con una parálisis aterradora, cómo la lanzadera se desprendía del Hábitat y comenzaba a perderse en la atmósfera de Rodeo. 42

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