3 GRAFF

—Su hermana es nuestro punto débil. La quiere mucho.

—Lo sé. Puede echarlo todo a perder, desde el principio. Ender no querrá separarse de ella.

—¿Qué va a hacer entonces?

—Persuadirle de que su deseo de venir con nosotros es más fuerte que el de quedarse con ella.

—¿Cómo se las va a arreglar para conseguirlo?

—Le mentiré.

—¿Y si la cosa no funciona?

—Entonces le diré la verdad. Estamos autorizados a hacerlo en caso de emergencia. Ya sabe que no podemos prever todo.


Ender no tenía mucha hambre a la hora del desayuno. Seguía preguntándose qué pasaría en la escuela. Encontrarse con Stilson tras la pelea de ayer. ¿Qué harían los amigos de Stilson? Probablemente nada, pero no estaba seguro. No quería ir.

—No has comido nada, Andrew —dijo su madre. Peter entró en la estancia.

—Buenos días, Ender. Gracias por dejar tirada tu apestosa toalla en mitad de la ducha.

—Un regalo para ti —murmuró Ender.

—Andrew, tienes que comer.

Ender levantó las muñecas en un gesto que quería decir: «Pues inyéctame los alimentos en la sangre.»

—Muy divertido —dijo su madre—. Hago todo lo que puedo, pero eso no significa nada para mis pequeños genios.

—Son tus genes los que nos han hecho genios, mamá —dijo Peter—. Está claro que no hemos heredado ninguno de papá.

—Lo he oído —dijo su padre sin levantar la vista de las noticias que iban apareciendo en la mesa mientras comía.

—Habría sido un despilfarro si no lo hubieras oído.

La mesa emitió un pitido. Había alguien en la puerta.

—¿Quién puede ser? —preguntó la madre.

El padre pulsó una tecla y en su vídeo salió un hombre. Vestía el único uniforme militar que seguía teniendo algún significado, el uniforme de la F.I., la Flota Internacional.

—Creía que ya había pasado todo —dijo el padre.

Peter no dijo nada; se limitó a añadir leche a sus cereales.

Y Ender pensó: «Después de todo, a lo mejor no tengo que ir a la escuela hoy.»

El padre marcó el código que abría la puerta y se levantó de la mesa.

—Ya voy yo —dijo—. Quedaos aquí y seguid comiendo.

Se quedaron ahí, pero no siguieron comiendo. Un momento después, el padre volvió a la estancia y llamó con señas a la madre.

—Estás perdido —dijo Peter—. Se han enterado de lo que le has hecho a Stilson y ahora te van a hacer pasar una buena temporada en el Cinturón.

—Sólo tengo seis años, subnormal, soy menor de edad.

—Eres un Tercero, cagarro. No tienes derechos.

En ese momento llegó Valentine, con el pelo todavía despeinado formando una corona de somnolencia alrededor de la cara.

—¿Dónde están mamá y papá? Estoy enferma y no puedo ir a la escuela.

—Otro examen oral, ¿eh? —dijo Peter.

—Cállate, Peter —dijo Valentine.

—Deberías relajarte y disfrutarlo —dijo Peter—. Podría ser peor.

—No sé cómo.

—Podría ser un examen anal.

—Cállate —dijo Valentine—. ¿Dónde están mamá y papá?

—Hablando con un tío de la F.I.

Instintivamente, miró a Ender. Al fin y al cabo, habían estado cuatro años esperando que alguien llamara a la puerta y les dijera que Ender había pasado, que le necesitaban.

—Mira a Ender si quieres —dijo Peter—. Pero sabes que podría ser por mí. Pueden haberse dado cuenta de que, al fin y al cabo, yo era el mejor de los tres.

Peter se sentía herido, y por eso reaccionaba de una forma tan ruin, como siempre.

La puerta se abrió.

—Ender —dijo el padre—, es mejor que vengas.

—Lo siento, Peter —dijo Valentine en tono burlón.

Su padre les dirigió una mirada conminatoria.

—Niños, no es un asunto de risa.

Ender siguió a su padre al recibidor. El oficial de la F.I. se puso de pie cuando entraron, pero no extendió la mano hacia Ender.

Su madre estaba dando vueltas a la alianza que llevaba en el dedo.

—Andrew —dijo—, nunca pensé que eras de los que se meten en peleas.

—El chico de los Stilson está en el hospital —dijo el padre—. Hiciste un buen número con él. Con los pies, Ender. No se puede decir que hayas jugado limpio.

Ender asintió con la cabeza. Había supuesto que vendría alguien de la escuela por lo de Stilson, no un oficial de la flota. El asunto era más serio de lo que había pensado. Y sin embargo, seguía pensando que lo que hizo era lo único que podía hacer.

—¿Tienes alguna excusa por tu comportamiento, jovencito? —preguntó el oficial.

Ender negó con la cabeza. No sabía qué decir, y además tenía miedo de que se descubriera que era un monstruo peor de lo que sus acciones delataban.

«Aceptaré el castigo, sea el que sea —pensó—. Apechugaré con él,»

—Estamos dispuestos a tener en cuenta las posibles circunstancias atenuantes —dijo el oficial—. Pero tengo que decirte que el asunto no tiene buena pinta. Una patada en la ingle, varias patadas en la cara y en el cuerpo cuando estaba caído. Da la impresión de que disfrutabas.

—No es verdad —susurró Ender.

—¿Por qué lo hiciste entonces?

—Estaba con su pandilla —dijo Ender.

—Y qué. ¿Crees que eso justifica lo que hiciste?

—No.

—Dime por qué seguiste pegándole. Ya habías vencido.

—Noquearle significaba ganar la primera batalla. Quería ganar también todas las demás, en ese mismo momento, para que me dejaran en paz.

Ender no pudo evitarlo, tenía demasiado miedo, estaba demasiado avergonzado de sus propios actos: aunque intentó dominarse, lloró otra vez. No le gustaba llorar y raramente lo hacía; ahora, en menos de un día, lo había hecho tres veces. Y cada vez era peor. Llorar delante de su madre y de su padre y de ese militar. Era vergonzoso.

—Ustedes me quitaron el monitor —dijo—. Tenía que valerme por mí mismo, ¿no?

—Ender, deberías haber pedido ayuda a una persona mayor —comenzó a decir su padre.

Pero el oficial se levantó y cruzó la estancia dirigiéndose hacia Ender. Extendió la mano.

—Me llamo Graff, Ender. Coronel Hyrum Graff. Soy director de enseñanza primaria en la Escuela de Batalla, en el Cinturón. He venido a invitarte a ingresar en la escuela.

«Al fin…»

—Pero, el monitor…

—La última prueba de tu examen era ver qué ocurría si te quitábamos el monitor. No siempre lo hacemos así, pero en tu caso…

—¿Y he pasado?

Su madre no podía creérselo.

—¿Por mandar al chico de los Stilson al hospital? ¿Qué habrían hecho si Andrew le hubiera matado? ¿Darle una medalla?

—La cuestión no es lo que hizo, señora Wiggin, sino el porqué lo hizo. —El coronel Graff les dio una carpeta llena de papeles—. Aquí tienen la solicitud. Su hijo ha sido reclutado por el Servicio de Selección de la F.I. Naturalmente, tenemos ya su consentimiento, extendido por escrito cuando ratificamos su concepción, pues en caso contrario no se le hubiera permitido nacer. Desde entonces ha sido nuestro, si superaba las pruebas.

La voz de su padre temblaba cuando dijo:

—No es muy amable de su parte hacernos pensar que no le querían y acabar llevándoselo.

—Y esa mascarada sobre el chico de los Stilson —dijo la madre.

—No era una mascarada, señora Wiggin. Hasta que conociéramos el verdadero móvil de Ender no podíamos estar seguros de que era ése y no otro. Teníamos que conocer el significado de su acción. O por lo menos lo que Ender creía que significaba.

—¿Es preciso que le llame con ese estúpido apodo? —se puso a gritar la madre.

—Lo siento, señora Wiggin, pero así es cómo él se llama a sí mismo.

—¿Qué va a hacer, coronel Graff? —preguntó el padre—. ¿Salir por la puerta con él ahora mismo?

—Eso depende —dijo Graff.

—¿De que?

—De si Ender quiere venir o no.

Los sollozos de la madre se trocaron en una risa amarga.

—O sea, que a fin de cuentas es voluntario. ¡Cuánta amabilidad!

—Ustedes dos ya hicieron su elección cuando Ender fue concebido, pero Ender todavía no ha hecho ninguna elección. Los conscriptos son buenos para carne de cañón, pero para el cargo de oficial necesitamos voluntarios.

—¿Oficial? —preguntó Ender. Al oír su voz, los demás enmudecieron.

—Sí —dijo Graff—. La Escuela de Batalla forma futuros capitanes de astronaves, comodoros de flotillas y almirantes de la flota.

—No nos llevemos otra decepción ahora —dijo el padre con disgusto—. ¿Cuántos chicos de la Escuela de Batalla acaban al mando de una nave?

—Por desgracia, señor Wiggin, ésa es información clasificada. Pero le puedo decir que ninguno de los chicos que pasan el primer año ha dejado nunca de recibir el nombramiento de oficial. Y ninguno ha servido en una posición de rango inferior a la de oficial en jefe de un navío interplanetario. E incluso en las fuerzas domésticas de defensa de nuestro propio sistema solar, eso es un honor.

—¿Cuántos pasan el primer año? —preguntó Ender.

—Todos los que quieren pasar —dijo Graff. Ender estuvo a punto de decir «Yo quiero», pero se contuvo. Esto le mantendría alejado de la escuela, pero era estúpido pensar en ello, ese problema pasaría en unos días. Le mantendría alejado de Peter; eso era más importante, podría ser cuestión de vida o muerte… Pero dejar a mamá y a papá, y, sobre todo, dejar a Valentine. Y ser soldado… A Ender no le gustaba pelear. No le gustaba el estilo de Peter, el fuerte contra el débil, y no le gustaba tampoco su propio estilo, el listo contra el tonto.

—Creo —dijo Graff—, que Ender y yo deberíamos tener una conversación en privado.

—No —dijo el padre.

—No me lo llevaré sin dejar que hablen con él otra vez —dijo Graff—. Y, de todas formas, no pueden impedírmelo.

El padre dirigió a Graff una mirada desafiante y luego se levantó y salió de la estancia. La madre se detuvo un momento para estrechar con fuerza la mano de Ender y cerró la puerta al salir.

—Ender —dijo Graff—, si vienes conmigo, no volverás aquí en mucho tiempo. En la Escuela de Batalla no hay vacaciones. Ni visitas. El período de entrenamiento completo dura hasta los dieciséis años. Tendrás tu primer permiso, en determinadas circunstancias, cuando tengas doce años. Créeme, Ender, las personas cambian en seis años, en diez años. Si vienes conmigo, tu hermana Valentine será una mujer cuando la vuelvas a ver. Seréis extraños.

La seguirás queriendo, Ender, pero no la conocerás. Como verás, no pretendo hacerte creer que es fácil.

—¿Y mamá y papá?

—Ender, te conozco. Me he pasado mucho tiempo estudiando los discos del monitor. No echarás de menos a tu madre y a tu padre, no mucho, ni por mucho tiempo. Y tampoco ellos te echarán de menos mucho tiempo.

A pesar de sus esfuerzos, a los ojos de Ender se asomaron unas lágrimas. Volvió la cara, pero no levantó la mano para enjugarlas.

—Te quieren, Ender. Pero tienes que comprender lo mucho que les ha costado tu vida. ¿Sabías que nacieron en familias con creencias religiosas? Tu padre fue bautizado con el nombre de John Paul Wieczorek, un nombre católico. El séptimo de nueve hermanos.

Nueve hijos. Era inconcebible. Criminal…

—Sí, bueno, la gente hace cosas extrañas a causa de la religión. Ya conoces las sanciones, Ender. En ese tiempo no eran tan duras, pero de todas formas no resultaba fácil. Sólo los dos primeros hijos recibían educación gratuita. Los impuestos subían a cada nuevo hijo. Cuando tu padre cumplió los dieciséis años, invocó el Acta de las Familias No Conformistas para separarse de su familia. Cambió su nombre, renunció a su religión y prometió no tener más que los dos hijos permitidos. Era sincero. ¡Había pasado por tantos desprecios y persecuciones cuando era niño!

Se prometió que ningún hijo suyo pasaría por eso. ¿Lo entiendes ahora?

—No me quería.

—Bueno, ya nadie quiere un Tercero. No puedes esperar que estén contentos. Pero tu padre y tu madre son un caso especial. Los dos renunciaron a sus religiones, tu madre era mormona, pero de hecho sus sentimientos siguen siendo ambiguos. ¿Sabes lo que significa la palabra ambiguo?

—No saben de qué lado están.

—Se avergüenzan de proceder de familias no conformistas. Lo ocultan. Hasta el punto de que tu madre se niega a admitir que nació en Utah, por miedo a que sospechen. Tu padre niega su ascendencia polaca, pues Polonia sigue siendo una nación no conformista, y está bajo sanción internacional por ello. Ya ves que tener un Tercero, incluso siguiendo instrucciones directas del gobierno, va contra todo lo que habían intentado hacer.

—Lo sé.

—Pero es más complicado aún. A pesar de todo tu padre os dio nombres de santos. De hecho, os bautizó él mismo a los tres en cuanto os tuvo en casa nada más nacer. Tu madre puso objeciones. Discutieron sobre ello en las tres ocasiones, no porque no quisiera bautizaros sino porque no quería bautizaros como católicos. No han abandonado de verdad su religión. Te miran y te ven como un símbolo de orgullo, porque pudieron esquivar la ley y tener un Tercero. Pero eres también un símbolo de cobardía, porque no se atreven a ir más lejos y practicar el no conformismo, que siguen creyendo que es bueno. Y eres un símbolo de vergüenza pública, porque interfieres en sus esfuerzos por integrarse en la sociedad conformista normal.

—¿Cómo sabe todo eso?

—Hemos examinado con el monitor a tu hermano y a tu hermana, Ender. Te asombraría saber lo sensibles que son los instrumentos. Hemos estado conectados directamente a tu cerebro. Hemos oído todo lo que oías, estuvieras escuchando con atención o no. Nosotros sabemos.

—O sea, que mis padres me quieren y no me quieren.

—Te quieren. La cuestión es si quieren que estés aquí. Tu presencia en esta casa es un trastorno constante. Una fuente de tensiones. ¿Lo entiendes?

—No soy yo el que causa las tensiones.

—No es lo que tú hagas, Ender. Es tu misma existencia. Tu hermano te odia porque eres la prueba viviente de que no fue suficientemente bueno. Tus padres están resentidos contra ti por todo el pasado que están tratando de eludir.

—Valentine me quiere.

—De todo corazón. Completa e instintivamente te idolatra, y tú la adoras. Ya te he dicho que no iba a ser fácil.

—¿Cómo es aquello?

—Mucho trabajo. Estudio, exactamente igual que en las escuelas de aquí, pero os hacemos estudiar matemáticas e informática mucho más a fondo. Historia militar. Estrategia y tácticas. Y sobre todo, la Sala de Batalla.

—¿Qué es eso?

—Juegos de guerra. Todos los chicos están organizados en ejércitos. Día tras día, en gravedad cero, hay batallas simuladas. Nadie sale herido, pero ganar o perder importa. Todos comenzáis como soldados rasos, recibiendo órdenes. Los chicos mayores son vuestros oficiales, y es su deber entrenaros y dirigiros en la batalla. No puedo decirte nada más. Es como jugar a insectores y astronautas, pero ahora tienes armas que funcionan, y compañeros que luchan a tu lado, y todo tu futuro y el futuro de la raza humana depende de lo bien que aprendas, de lo bien que luches. Es una vida dura, y no tendrás una infancia normal. De todas formas, teniendo el cerebro que tienes y siendo además un Tercero, no ibas a tener una infancia muy normal.

—¿Todos chicos?

—Unas pocas chicas. No suelen pasar la prueba de admisión. Hay demasiados siglos de evolución en su contra. De todas formas, ninguna de ellas será como Valentine. Pero tendrás compañeros, Ender.

—¿Como Peter?

—Peter no fue aceptado por las mismas razones por las que tú le odias.

—No le odio, sólo le.

—Tienes miedo. Peter no es malo del todo, Ender. Ha sido el mejor que hemos visto en mucho tiempo. Pedimos a sus padres que tuvieran a continuación una hija, que iban a tener de todas formas, en la esperanza de que Valentine fuera como Peter, pero más apacible. Salió demasiado apacible. Por eso probamos contigo.

—Para ser mitad Peter y mitad Valentine.

—Si las cosas salían bien.

—¿Lo soy?

—Por lo que sabemos, sí. Nuestras pruebas son muy buenas, Ender, pero no nos dicen todo. De hecho, cuando llega el momento de la verdad, no nos dicen casi nada. Pero son mejor que nada. —Graff se inclinó hacia Ender y tomó sus manos entre las suyas—. Ender Wiggin, si se tratara simplemente de elegir el futuro mejor y más feliz para ti, te aconsejaría que te quedaras en casa. Quédate aquí, crece, sé feliz. Hay cosas peores que ser un Tercero, hay cosas peores que tener un hermano mayor que no se decide entre ser un ser humano o un chacal. La Escuela de Batalla es una de esas cosas peores. Pero te necesitamos. Ahora, los insectores pueden ser para ti sólo un juego, Ender, pero la última vez casi nos borran del mapa. Pero no fue suficiente. Nos cogieron en frío, inferiores en número y en armamento. Lo único que nos salvó fue que teníamos el comandante militar más brillante que hemos tenido nunca. Llámalo destino, llámalo Dios, llámalo suerte si quieres, pero teníamos a Mazer Rackham.

»Pero ahora no lo tenemos, Ender. Hemos hecho acopio de todo lo que la humanidad podía producir, una flota que hace que la que mandaron contra nosotros la última vez parezca un puñado de niños jugando en una piscina. Tenemos nuevas armas también. Pero aun así, puede que no sea suficiente. Porque en los ochenta años que han pasado desde la última guerra, ellos han tenido el mismo tiempo que nosotros para prepararse. Necesitamos lo mejor, y lo necesitamos pronto. A lo mejor no nos sirves, o a lo mejor sí. A lo mejor te rompes ante tanta presión, a lo mejor ello arruina tu vida, a lo mejor me odias por haber venido a tu casa hoy. Pero si hay una sola posibilidad de que por estar tú con la flota, la humanidad sobreviva y los insectores nos dejen en paz para siempre, entonces te voy a pedir que lo hagas. Que vengas conmigo.

Ender tenía problemas para enfocar al coronel Graff. Ese hombre parecía muy lejano y muy pequeño, como si Ender pudiera agarrarle con unas pinzas y metérselo en el bolsillo. «Dejar todo aquí e ir a un lugar que es muy duro, sin Valentine, sin mamá y papá.»

Y luego pensó en las películas de insectores que todo el mundo tenía que ver por lo menos una vez al año. La Masacre de China. La Batalla del Cinturón. Muerte, sufrimiento y dolor. Y Mazer Rackham y sus brillantes maniobras, destruyendo a una flota enemiga de doble tamaño y de doble capacidad de fuego, con las pequeñas naves humanas que parecían tan frágiles y débiles. Como niños luchando contra mayores. Les vencimos…

—Tengo miedo —dijo Ender en voz baja—, pero iré con usted.

—Dilo otra vez —dijo Graff.

—Es para lo que he nacido, ¿no? Si no voy, ¿porqué existo?

—No es suficiente —dijo Graff.

—No quiero ir —dijo Ender—, pero iré.

Graff asintió con la cabeza.

—Puedes cambiar de opinión. Hasta el momento en que subas a mi coche conmigo, puedes cambiar de opinión. Después estarás a disposición de la Flota Internacional. ¿Lo entiendes?

Ender asintió con la cabeza.

—Está bien. Vamos a decírselo.


Su madre lloró. Su padre le abrazó fuertemente. Peter le estrechó la mano y le dijo:

—Eres un tonto con suerte, come pedos.

Valentine le besó y dejó lágrimas en su mejilla.

No había nada que empaquetar. Nada que llevarse. «La escuela proporciona todo lo que necesitas, desde uniformes hasta accesorios escolares. En cuanto a los juguetes, sólo hay un juego.»

—¡Adiós! —dijo Ender a su familia. Se enderezó, cogió la mano del coronel Graff y salió por la puerta con el.

—¡Mata a unos cuantos insectores por mí! —gritó Peter.

—¡Te quiero, Andrew! —exclamó su madre.

—¡Te escribiremos! —dijo el padre.

Y cuando llegaron al coche que esperaba en silencio en el corredor, oyó el grito de angustia de Valentine:

—¡Vuelve a mí! ¡Te querré siempre!

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